Todos sabemos que es necesaria una iluminación interna de Dios para comprender las cosas de Dios, para venir hacia Cristo, para tener la fe. Pero, a esta iluminación divina, que es dada a todos gratuitamente, el hombre puede siempre resistir: sólo aquellos que consienten en «escuchar» al Padre pueden dejarse «tocar» por Jesús. Es el gran misterio de la responsabilidad libre del hombre. Por Jesús, somos introducidos en el dominio de Dios, en el conocimiento de Dios... y ¡le veremos, y viviremos con Él! En el Evangelio de hoy (Jn 6,44-51) el Señor se presenta como el «Pan de Vida». Jesús afirma que el alimento eucarístico, recibido en la Fe pone al fiel en posición, ya desde ahora —en el presente, en el aquí y ahora— de una vida eterna a la cual la muerte física no la afecta en absoluto. Pero vuelvo a recordar: La fe es un don de Dios, al que se responde con la decisión personal. Si quiero, hago crecer esa fe y me alimento del Pan de Vida, pero si alguien no quiere, Jesús, a la fuerza no hará nada, no dará de comer a la fuerza.
Todos los bautizados, discípulos–misioneros de Cristo, tenemos motivos de sobra para alegrarnos y sentir que estamos en el camino de la vida: que ya tenemos vida en nosotros, porque nos la comunica el mismo Cristo Jesús con su Palabra y con su Eucaristía. La vida que consiguió para nosotros cuando entregó su carne en la cruz por la salvación de todos y de la que quiso que en la Eucaristía pudiéramos participar al celebrar el memorial de la cruz. en estos días de esta pandemia que parecían en un principio no afectar tanto como lo están haciendo a la inmensa mayoría de la población mundial, la Eucaristía se sigue celebrando y se celebra, seguramente, a todas horas del día, pues los usos horarios van cambiando de nación en nación y, aunque muchos son los que no pueden comulgar sacramentalmente, la presencia de Cristo en la Eucaristía nos acompaña en tantos Sagrarios alrededor del mundo. Creemos en Jesús y le recibimos sacramental y sobre todo en estos días «espiritualmente». San Juan María Vianney —el cura de Ars— entre otros santos decía que «una comunión espiritual actúa en el alma como un soplo de viento en una brasa que está a punto de extinguirse» y recomendaba: «cada vez que sientas que tu amor se está enfriando, rápidamente haz una comunión espiritual» porque eso nos ayudará a vivir con Cristo, como él y en unión con él.
San José Benito Cottolengo, uno de los santos que la Iglesia homenajea el día de hoy, vivió la epidemia del cólera en 1831. En aquellos días, como en los de ahora, era imposible celebrar la Eucaristía con toda la gente y tener de forma masiva los diversos actos de devoción y demás acciones litúrgicas de nuestra fe. San José Benito Cottolengo no dejaba de recomendar la comunión espiritual para mantenerse en la viva presencia del Señor, el «Pan de Vida» y para mantener viva la caridad. Él animaba a todos a confiar en la Divina Providencia ejerciendo en todo momento la caridad. Les decía a las religiosas: «Su caridad debe expresarse con tanta gracia que conquiste los corazones. Sean como un buen plato que se sirve a la mesa, ante el cual uno se alegra». Hizo mucho bien mientras pudo, pero su buena salud no resistió por mucho tiempo al duro trabajo de cada día en las situaciones más difíciles. «El asno no quiere caminar» comentaba bonachonamente. En el lecho de muerte invitó por última vez a sus hijos a dar gracias con él a la Providencia. Sus últimas palabras las pronunció en latín: «In domum Domini íbimus» —Vamos a la casa del Señor—. Era el 30 de abril de 1842. Que la Santísima Virgen y la caridad exquisita de san José Benito Cottolengo nos sostengan en nuestro amor al «Pan de Vida» ejerciendo la caridad tanto cuanto sea posible según la condición de cada quien. ¡Bendecido jueves!
Padre Alfredo.
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