lunes, 30 de abril de 2018

«Como todo el mundo»... UN pequeño pensamiento para hoy...


Los cristianos en el mundo, no pertenecemos de manera alguna a una élite especial en el mundo ni tenemos una especie de humanidad superior... ¡somos como todo el mundo!, nos da a entender la primera lectura de la liturgia de este lunes (Hch 14,5-17) Participando de la condición humana y viviendo con nuestros contemporáneos, hemos de caminar sin tener ningún sentimiento de superioridad aún sabiendo que Dios nos ha elegido de una manera muy especial para hacernos sus hijos por el bautismo. De manera que nuestra tarea apostólica, sea cual sea nuestra vocación, no es un encargo o acción de superhéroes, sino de pequeñas acciones que se dan en nuestra vida ordinaria. Ser testigos de Cristo Resucitado con la palabra y la forma especial de vida fraterna es, por así decir, el sello que nos distingue en el mundo —por lo menos así debería ser—.

Es lo que manifiestan Pablo y Bernabé hoy. Ellos dejan actuar al don especial recibido, perciben y entienden que la fe predicada ha penetrado en el corazón del paralitico que escucha a Dios a través de ellos y se dispone así a acoger la grandeza del milagro de la sanación. Pablo le ordena levantarse y el texto, con sencillez, señala que «él se levantó y comenzó a caminar». Es obvio, aunque Pablo no mencione el nombre de Cristo, que es por el poder de Dios por el cual se da el milagro, pero los que les rodean, que nada o poco entienden de esa acción de Dios en lo sencillo y ordinario... ¡quieren proclamarlos dioses! Igual que en aquel entonces, el mundo paganizado de hoy está muy falto de reconocer la acción de Dios y busca mejor decir que hay «diosecillos» que van realizando hechos extraordinarios por aquí y por allá. ¡Cuánta gente recurre a curanderos, santeros, lectoras hábiles de cartas, restos de café o ceniza de cigarros para descifrar el futuro, para querer descubrir un engaño, fraude o falta de fidelidad! ¡Cuántos buscan tener más dinero o «abundancia» como dicen, bendiciendo llaveritos con borregos o abriendo las carteras para que les caiga agua bendita!

En el Evangelio de hoy, Cristo pone el dedo en la llaga y nos dice: «El que acepta mis mandamientos y los guarda, ése me ama; al que me ama lo amará mi Padre, y yo también lo amaré y me revelaré a él» (Jn 14, 21-26). Y digo que pone el dedo en la llaga porque cuando se da un milagro, una solución a un problema, una clarificación a un conflicto... ha de percibirse, en primer lugar, el amor de Dios porque se está buscando y haciendo su voluntad. «¡Levántate!» dice Pablo realizando las mismas maravillas que Pedro y Jesús. Y realiza es el mismo tipo de milagro que Pedro había hecho en favor de un mendigo paralítico junto a la Puerta hermosa del Templo. Y además, con la misma palabra: «¡levántate!». Cada vez que nosotros participamos en la celebración eucarística, cuando llegamos al momento del «prefacio», antes de la consagración, el sacerdote nos dice: «¡Levantemos el corazón!» a lo que nosotros respondemos: «¡Lo tenemos levantado hacia el Señor!». Es él, el Señor, el que actúa en nuestras vidas, en la vida del sacerdote, de la religiosa, del seglar; en la vida del niño pequeño, del joven inquieto, del adulto de edad media y del anciano lleno de experiencia de vida... no nos podemos sentir superhéroes cuando nos piden una oración o cuando nos dicen al pedirnos nuestra intercesión para alcanzar una gracia especial: «tú que rezas... tú que estás más cerquita de Dios... a ti que siempre te escucha tu Señor»... No somos dioses, no somos milagreros, somos simple y sencillamente hijos de Dios, como María, como todos los santos, hombres y mujeres comunes... ¡pero inclinados a Dios! Bendecido Lunes... y que conste que hoy fui más breve, tal vez porque por acá tenemos puente.

Padre Alfredo.

domingo, 29 de abril de 2018

«Para ser católico»... UN pequeño pensamiento para hoy

Hoy vivimos en un mundo en donde es muy común y sumamente fácil afiliarse a algún club y tener tarjetas de descuento o para ganar puntos, lugares preferenciales y diversos beneficios... ¡Qué fácil nos hemos acostumbrado a estas modernidades! Hay tarjetas de estas para afiliarse a clubs de voladores —y no necesariamente los de Papantla—, de cinéfilos, de deportistas, de comedores y bebedores, de ahorradores o compradores compulsivos y de miles cosas más. Las generaciones jóvenes, sobre todo, son las más expertas en este campo al que se accede casi siempre mediante aplicaciones en el Smartphone. Tal vez algunos pudieran pensar que para la vivencia de nuestra fe se pudiera hacer igual, pero no, el catolicismo no es un club de entusiastas admiradores de Cristo, ni un gremio de selectos, asociados y mentalizados por una filosofía diamante o platino del Evangelio. La Iglesia es fundamentalmente el misterio de nuestra incorporación personal y comunitaria a la Persona viviente de Cristo Jesús. Incorporación interior y profunda, mediante el bautismo, la vida de fe, de gracia y de caridad mediante nuestra permanencia visible a la propia Iglesia, una, santa, católica y apostólica. Lo que Cristo instituyó para prolongar su obra de salvación hasta el fin de los tiempos no es, definitivamente un club. 

Cada uno de nosotros, como san Pablo fue predestinado y elegido por Dios para continuar la obra de Cristo (Hch 9,26-31). Y fue plenamente de Cristo, cuando quedó aceptado e incorporado a su Iglesia jerárquica y visible, como garantía de comunión con los demás cristianos en el bautismo. Pero lo que nos hace auténticos católicos q no es sólo el bautizarse, rezar y casarse por la Iglesia. Todo eso se ha de hacer para expresar la fe y celebrarla, pero es necesario traducir esa fe en buenas obras (1 Jn 3,18-24). Es imprescindible que vayamos mucho más allá para proclamar nuestra fe ante el mundo. Si la vivencia de nuestra fe es algo más que pura palabrería o ensoñaciones utópicas, entonces podemos transformar el mundo y transfigurar nuestra existencia. ¿Qué sentido tiene estar bautizado, si no se vive comprometido? ¿Qué significa la comunión eucarística, si no hay ni siquiera voluntad de compartir los bienes que confesamos haber recibido de Dios? ¿Para qué casarse por la Iglesia, si no se está dispuesto a amarse mutuamente como Cristo ama a su Iglesia? Ser cristiano no es una tarjeta de afiliación, un título o un diploma de buena conducta, sino un compromiso en la vida y de por vida. Tener fe en el mundo consumista de hoy no es tener un lujo o un plus, no es ganarse una clase premier o un privilegio de asenso, sino una tarea y una conquista de cada día. Y lo que legítimamente se espera del católico hoy, no es que diga que lo es —de esos hay montones—, sino que lo demuestre. No se esperan sólo palabras, gestos, símbolos, crucecistas colgadas por aquí y por allá, pensamientos bonitos en Facebook o en WhatsApp, sino obras, obras buenas y que contribuyan a hacer mejor el mundo y la convivencia. 

El mundo, la Iglesia, mi familia, las personas que más quiero y más me quieren, mi comunidad, necesitan de mí, necesitan de mi aportación, de mis frutos como católico, es decir, como discípulo–misionero de Cristo (Jn 15,1-8). No puedo dejar de dar frutos, porque no se trata de una tarjeta para acumular puntos canjeables. La vida es una permanente y total donación de sí mismo por amor a Dios y al servicio de los hermanos. Dar frutos es una ley de vida cristiana. Es una exigencia para todo el que vive unido a Cristo. Quien más, quien menos, todos tenemos la posibilidad de dar frutos, unos tal vez una ciruela mientras que otros una sandía, pero frutos al fin. Pero ojo, que esos frutos a veces no los veremos nosotros. Decía la beata María Inés: «Si un misionero no logra ningún fruto a pesar de sus afanes y oraciones, no se desalienta, esos afanes y oraciones están fructificando, sin duda, en otras regiones, en donde otros misioneros recogen la cosecha. ¡Dios es siempre fiel!» (Consejos). A los pies de María, la Madre de Dios, caminando en la alegría de la Pascua, preguntémonos sinceramente: ¿Cómo vivo mi pertenencia a la Iglesia? ¿es una afiliación como a un programa de puntos o es un compromiso que impregna todo mi ser y quehacer? ¡Ya de vuelta en mi selva de cemento, les deseo un domingo lleno de bendiciones! 

Padre Alfredo.

sábado, 28 de abril de 2018

«Mostrar el amor del Padre al mundo»... Un pequeño pensamiento para hoy


Quien contempla la vida del cristiano, debe ver, definitivamente, al mismo Cristo. Ir tras las huellas de Cristo significa caminar con su Iglesia, su esposa, su «amada» (Cf. Cant 5,2) que es la huella de su amor y de su entrega que Él ha dejado a la humanidad para que vaya, con seguridad, al encuentro definitivo del Padre Misericordioso y que se refleja de forma muy clara en la unión del hombre y la mujer en el sacramento del matrimonio. Hoy —por la desvelada de la boda de Pablo e Irina— he despertado mucho más tarde que de costumbre, y por eso mi reflexión llega tan tarde, pero estoy lleno de felicidad al recordar a este par de jovencitos gozando del «sí» que anoche dieron al Señor. Ojalá y quienes asistimos a su enlace matrimonial nos hayamos contagiado de ese testimonio de amor en Dios y vivamos nuestro compromiso bautismal amando como Cristo ama a su Iglesia, pues la fuerte decisión de casarse en nuestros días habla de que realmente se quiere permanecer en Dios para vivir conforme a las enseñanzas de la Iglesia desposada con Cristo. Ayer, en medio del bullicio de la fiesta, después de aquella Misa y de las palabras del padre Armando de León y del Padre Humberto García Badillo, tan cercanos a mi familia de sangre, reflexionaba que «el Camino» para llegar a gozar del amor del Padre es definitivamente Cristo. Entre otras cosas me queda claro que si a nuestro Dios lo confundimos con un diosito solamente de momentos especiales, nos quedaríamos muy pobres, pero, si somos conscientes de nuestra condición de discípulos–misioneros y entramos en comunión de vida con Cristo, nos podemos mantener en «el Camino», el único camino que, sea cual sea nuestra vocación, nos conduce al Padre haciéndonos uno con él (Cf Jn 17,21). 

Cuando Felipe le pide a Cristo que le muestre al Padre —relato que el Evangelio de hoy nos presenta (Jn 14,7-14)—, Cristo le responde que el Padre no es accesible a las miradas, a los ratitos pequeños, sino a la contemplación, y que esta última se apoya en el signo por excelencia del Padre: el Hijo (Jn 14,10) que es el camino, y sus obras, que son la forma de seguirlo (Jn 14,11). A todos nos falta redescubrir siempre el misterio del Hijo: percibir su relación con el Padre, su papel mediador y la significación divina de sus obras. Esta contemplación del Padre en la persona y la obra del Hijo se extiende además a las mismas obras del cristiano (Jn 14,12), que se convierte así en el signo de la presencia del Padre en el mundo. Es en esta búsqueda del Padre donde la vida cristiana adquiere su verdadero significado (Jn 14,13-14) de alabar, pedir, suplicar y agradecer «en el nombre de Jesús». Es curioso, pero, en el Evangelio que la liturgia del día de hoy nos presenta, Cristo no les revela, a Felipe y los demás, nada del Padre, sino que les remite ir al desvelamiento de Dios en él mismo: «Quien me ve a Mí, ve al Padre». Desde entonces, creer en Dios o creer en el Padre es confesar que hemos sido conocidos, amados y redimidos por Alguien a que apenas conocemos, pero que obra por nuestra salvación y hace llamadas a nuestra realización dándonos una vocación específica que implica un momento importantísimo de nuestra existencia en un «sí» que todos hemos de dar. 

Ayer en la Misa de la boda, mientras veía el rostro de los novios, de sus papás, de los concelebrantes y de tantos invitados —familiares y amigos— que colmaban el templo, pienso en tantos y tantos momentos en que «los discípulos quedaban llenos de alegría y de Espíritu Santo» como concluye la primera lectura de hoy (Hch 13,44-52). Nadie —ni siquiera los duros momentos de las persecuciones— les podía hacer callar ese gozo. Aunque parece que hoy es un poco complicado mostrar al mundo esa auténtica alegría de quien vive lleno de Dios, si la comunidad de los creyentes está viva —como pude palpar tan de cerca ayer—encontrará el modo de seguir anunciando a Cristo con celebraciones especiales y en la vida sencilla de cada día. Si no lo está, la culpa de su silencio o de su esterilidad no será de la persecución que siempre se da, sino de un corazón frío que se ha apartado del auténtico amor de Dios. Gracias Pablo, Irina, hermanos sacerdotes, familia, amigos, por ayudar a este padrecito a seguir creciendo en la fe y... ¡mil disculpas porque hoy amanecí más tarde! Isaías y Chacha me dijeron que hoy, aquí en Monterrey, se casa su hijo, seguro que la experiencia para estos amigos a quienes me unen lazos especiales, será como la de anoche, una grandísima oportunidad para vibrar con el amor, la alegría, la esperanza, el contento. Yo por lo pronto, luego de una esperada reunión con los padres que fuimos a Jerusalén en enero y con quienes hicieron posible esta bendición en nuestras vidas en un rato y de la Primera Comunión de Emmanuel, me dispongo para regresar por la noche a mi «Selva de Cemento» y, bajo el cobijo de la Madre de Dios, seguir palpando que en el mundo, tan lleno de confusión, somos de Dios, vivimos en la luz de Dios y estamos llamados a proclamar por doquier, la gloria de nuestro Dios. Pascua es luz, es belleza, es gloria, es semilla de esperanza. ¡Bendecido sábado! 

Padre Alfredo.

viernes, 27 de abril de 2018

«Camino, verdad y vida»... Un pequeño pensamiento para hoy

Esta noche contraerá matrimonio aquí en Monterrey mi sobrina Irina Delgado Cantú con el joven Pablo Elizondo Treviño, este es uno de los motivos de mi estancia estos días en mi tierra natal, la «Sultana el Norte» que en estos días se ha portado bastante bien en cuanto al clima y a los momentos de convivencia familiar con tíos y primos que han ido llegando de diversas partes para compartir con los muchachos que me han invitado a presidir la concelebración del gozo de su enlace matrimonial. Irina y Pablo emprenderán, desde esta noche, un nuevo camino que, de alguna manera, nace de la unión del que cada uno de ellos ha recorrido hasta ahora en el amor de Dios gracias a sus padres Eduardo y Gloria; Oscar y Carmen, y al maravilloso ambiente de fe que sus familias, con sus hermanos, les han permitido vivir. ¿Qué le diría a este par de jovencitos este tío entrado en años y padrecito desde hace tanto tiempo? Ante todo, lo que el Evangelio de hoy nos dice a todos: que caminen en la Fe y no tengan miedo: «no pierdan la calma: crean en Dios y crean también en mí» (Juan 14,1-6). Todos, en cualesquiera de las diversas vocaciones en la Iglesia, estamos destinados a ir a donde va Cristo, a «las muchas estancias que hay en la casa del Padre» (Jn 14,2) y a la búsqueda y consolidación de nuestra vocación específica, que es el andar que nos va conduciendo, desde este mundo, a esa plena realización en el amor de Dios. 

Estas semanas de la Pascua, estos días que están año con año enmarcados en la alegría, le hemos escuchado decir a Jesús que Él es el «pan de vida» (Jn 6,35), la «puerta del redil» (Jn 10,9), el «buen pastor de las ovejas» (Jn 10,14), la «luz del mundo» (Jn 8,12)... y hoy, como un colofón a todo esto, se nos presenta con el símil tan dinámico y expresivo del camino. Ante la interpelación de Tomás, «no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?» (Jn 14,5), Jesús llega, como siempre, a la manifestación del «Yo soy» y dice: «Yo soy el camino, y la verdad, y la vida: nadie va al Padre, si no es por mí» (Jn 14,6). En la Pascua es cuando más claro vemos que Cristo es nuestro camino. Una metáfora hermosa y llena de fuerza, que en la celebración de la boda veremos en ese camino de los novios hacia el altar con el que se inicia la celebración y recordando la evocación de cantos de Pascua que tocan el tema («camina, pueblo de Dios...», «caminaré en presencia el Señor...» «somos un pueblo que camina...»). La contemplación de Cristo, como camino, es no solo para los que se casan, sino para todo discípulo–misionero, un compromiso de amistad muy particular con el que nos ha llamado, porque es un seguimiento en el amor, confianza y tranquilidad: «No pierdan la calma» (Jn 14,1), porque no vamos en la «vida» sin rumbo, sino avanzando en nuestra realización en la «verdad». Cristo nos señala el camino, él es el camino. 

Yo creo que ciertamente el símil del camino ayudó a los primeros miembros de la Iglesia a mantenerse en la fe (Hch 13, 16. 26-33). El andar de los primeros miembros de nuestra Iglesia, que eran conocidos como «los seguidores del camino» (Hch 18,24-26; Hch 19,8-9), nos puede ayudar a preguntarnos, no solo a Pablo e Irina sino a todos: ¿Quiero seguir con fidelidad el camino central, que es Jesús, distinguiendo este camino de otros senderos y atajos que nos pueden parecer en este mundo más atractivos, más fáciles, mas agradables y atrayentes a corto plazo? La realidad de nuestra vocación en medio del mundo es hoy dura y desesperanzadora para muchos. No se alcanza a ver muchas veces la belleza del camino, pese a que hemos sido evangelizados por el cristianismo... ¡mataron a otro sacerdote que secuestraron! —incluso es alguien que compartía mi ministerio de confesor en la Basílica de Guadalupe en CDMX—. Nos invaden por todas partes proyectos económicos que parecen arrasar la vida y para colmo se extiende el individualismo en una sociedad consumista y se desarticula la confianza en las redes sociales en el mundo cibernético que nos une... y en medio de todo esto, surge el «sí» valiente y sincero de dos jovencitos que vienen a decirnos: «¡Vale la pena el camino del amor en Cristo!» La pregunta que hoy puede aflorar a nuestros labios de «¿cómo vamos a saber el camino?» (Jn 14,5) se responde así, en la gente joven que, como Irina y Pablo, emprenden un nuevo camino en el amor misericordioso del Señor y bajo la mirada amorosa y consoladora de María. Es aquí, en estos testimonios de la gente joven, en donde podemos entender que nuestra existencia, mientras vamos de paso por este mundo, no es una autopista que ya está terminada. Jesús es camino en la medida en que nosotros optamos por caminar por él y le permitimos que oriente nuestros pasos, nuestro ser y quehacer. ¡Muchas felicidades a la nueva familia Elizondo–Delgado y a todos los que, como ellos, vamos reconociendo que «se hace camino al andar»! 

Padre Alfredo.

jueves, 26 de abril de 2018

«El conocimiento amoroso de Cristo»... Un pequeño pensamiento para hoy

Siempre resulta interesante leer el libro de los Hechos de los Apóstoles y vivir de cerca el caminar de los primeros miembros de la Iglesia compartiendo sus gozos, y alegrías, sus anhelos y fracasos; sus logros y su amor en la ardua tarea de implantar la fe en donde no se conocía la Buena Nueva. A pesar de que muchas veces la experiencia de la predicación era adversa, los creyentes y conversos, como Pablo, enamorados de Cristo, guardaban la esperanza de que el pueblo de Israel aceptara el «camino» de Jesús. Por esto, vemos cómo san Pablo (Hechos 13, 13-25 ) se esfuerza en presentar a Jesús como término de las expectativas mesiánicas del antiguo Israel, señalando su ascendencia davídica, el testimonio del profeta Juan y el cúmulo de expectativas monárquicas. Pero cuando el Apóstol subraya la actualidad del amor del Señor resucitado en quien ellos no creen, se da cuenta del rechazo de aquellas gentes. Pablo estaba convencido que no bastaba con repetir o comentar los pasajes del Antiguo Testamento que ya se conocían y que conducían hacia el Mesías anhelado. Había, como hasta ahora, que descubrir el misterio «actual» de Cristo que nos ama y nos salva en el aquí y ahora. 

La tarea de la Iglesia no es poner al gusto del día una antigua doctrina solo como un recuerdo, sino que, en la fidelidad a lo antiguo, debe proclamar la actualidad de la acción salvadora de Jesús que está vivo y presente entre nosotros en el Santísimo Sacramento del altar. En este momento, ¡Jesús salva! La Iglesia debe contemplar la acción de Cristo en todos los acontecimientos del hoy. Cada vez que leemos la Palabra de Dios, no escuchamos solo una bella narración histórica que nos emociona, sino que nos encontramos con el Dios vivo por quien nos hemos dejado alcanzar. En cada Eucaristía, dándosenos como Pan y Vino de vida, Jesús viene a nuestro encuentro para hacernos participar de su entrega de la cruz por la vida de los demás. Él mismo fue quien nos encargó que celebráramos la Misa no como un simple recuerdo histórico de algo hermoso que sucedió, sino como algo que acontece ahora: «hagan esto» en memoria mía. Pero también nos encargó que le imitáramos, como nos recuerda el Evangelio de hoy en el lavatorio de los pies: «hagan ustedes» otro tanto, lávense los pies los unos a los otros. Ya que comemos su «Cuerpo entregado por...» y bebemos su «Sangre derramada por...», todos somos invitados a ser cada día, personas «entregadas por...», al servicio de los demás (Cf. Juan 13,16-20). 

Hoy también muchos, como aquellos judíos que en la sinagoga rechazan el mensaje que Saulo les lleva de la Buena Nueva o tal vez como Judas, quieren escuchar solamente afirmaciones lógicas y bonitas, sin implicarse en el seguimiento de Jesús y la imitación de sus actitudes. La angustia existencial de muchos proviene, como afirmaba el célebre filósofo mexicano Agustín Basave Fernández del Valle cuando nos daba clases en el seminario, «del saber que la existencia está amenazada por la muerte, la cual conduce al hombre —según ellos— a la nada». Ante esta actitud, recalcaba este extraordinario filósofo mexicano de feliz memoria, «la metafísica cristiana, propone el conocimiento amoroso de Dios para redimir al hombre de su angustia» (Sergio Alejandro Valdez del Bosque, “Lenguaje e Inmortalidad en la Poesía de Rosario Castellanos”, México 1995). Esto es lo que hemos de buscar y de anunciar: «un conocimiento amoroso de Dios». Quien es receptivo a las palabras y al actuar de Jesús, se encuentra y crece en este conocimiento amoroso del que Basabe nos hablaba en medio de sus disertaciones filosóficas. Imitar a Cristo, actuar como él actuó y ser como él fue, será la mayor dicha que puede alcanzar un ser humano. Sentirá en su interior la alegría de conocer verdaderamente a Dios, que es libertad, armonía, paz, solidaridad y justicia, lo amará y buscará hacerlo amar. Pero la dicha de seguir a Jesús, si el compromiso es real, traerá también dificultades y rechazo. En una sociedad materialista y consumista, donde los valores de Jesús obstaculizan los planes de muchos, se generarán fuerzas opuestas a todo aquel que quiera conocerlo, amarlo y hacerlo amar. Pero si la decisión de comprometerse con la causa del Todopoderoso es firme, se asumirá el riesgo de correr la misma suerte de Cristo. Es el riesgo que contrajo María con su «sí», es el riesgo que acompaña a los que, como los doce, se dejan «lavar los pies» para hacer ellos lo mismo. La fuerza para seguir nos vendrá siempre de la Eucaristía. Bueno, parece que hoy he amanecido tarde y «muy filósofo», recordando al filósofo Agustín Basabe, uno de los pensadores más notables de México y del mundo contemporáneo... pero termino con las palabras de un teólogo, un hombre de Dios que sintoniza perfectamente con todo esto, san Fulgencio de Ruspe que dice: «Hay que aprender en la Eucaristía y sacar fuerzas para hacer realidad que habiendo recibido el don del amor, muramos al pecado y vivamos para Dios». ¡Feliz jueves eucarístico! 

Padre Alfredo.

miércoles, 25 de abril de 2018

«Ese mandato para todos»... Un pequeño pensamiento para hoy...


Hoy hacemos un pequeño paréntesis en la liturgia del tiempo de Pascua para celebrar a san Marcos evangelista, el amanuense o intérprete de san Pedro que hoy, en la primera lectura, tomada de una de sus cartas (1 Pe 5,5b-14), nos invita a centrar nuestra vida en Cristo, descargando en él todo agobio, porque él se interesa por todos. Pedro ha hecho experiencia de lo que afirma y por ello, nos anima a tener la misma fe que él tiene. Pedro nos recuerda que hay «Alguien» en el que podemos descargar nuestros agobios, nuestras preocupaciones... Y no sólo es que las podemos descargar, sino que, además, él se interesa por nosotros... No por nuestras preocupaciones o nuestros problemas... sino por nosotros y ese «Alguien» es Jesús, a quien Marcos, el amanuense de san Pedro nos muestra en su Evangelio. Marcos escribió su relato evangélico entre los años 65-70, siendo así el primero de los evangelios cronológicamente hablando. Marcos escribió para los paganos de la región itálica, con el objetivo de demostrarles que Jesús era verdadero Dios y verdadero hombre. La perícopa que la liturgia de su fiesta ha elegido, es una parte de la conclusión de su relato evangélico (Mc 16,15-20): «Vayan al mundo entero y prediquen el Evangelio a toda criatura». 

Esta fiesta litúrgica, es una buena ocasión para tomar conciencia de la responsabilidad que a cada uno nos corresponde como discípulos–misioneros en el tiempo presente. Somos, en efecto, prolongadores de la realización de aquel mandato del mismo Jesucristo, ese «Alguien» que hoy san Marcos nos recuerda en su Evangelio. De palabra y por qué no por escrito, como este santo evangelista, es necesario dar a conocer cada día con más urgencia, la gran noticia de que Dios nos ha creado para una existencia que no es solamente terrena: que, por Jesucristo con Él y en El, llegamos a ser verdaderamente hijos de Dios, capaces de vivir eternamente en la intimidad del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Dios ha escogido siempre a algunos hombres y mujeres, como escogió a los Doce Apóstoles, para que, libres de otras ocupaciones materiales nobles, se dedicaran exclusivamente a la extensión del Reino de Dios como personas consagradas y no es lo habitual que los laicos tengan como ocupación exclusiva la evangelización. Pero, esta especial dedicación de unos pocos, en relación con el conjunto de la sociedad, no impide a los demás fieles cristianos la difusión del Evangelio, ni les excusa de la responsabilidad de ser discípulos–misioneros; que no es otra cosa que manifestar de modo convincente, con la propia vida, que somos hijos de Dios. 

Sea cual sea nuestra vocación —la forma en que respondamos al mandato del Señor— una cosa es segura: Dios sostiene a quien elige e inspira a quien envía. Lo dice muy claramente la Carta de Pedro: «El Dios de toda gracia, que los ha llamado en Cristo a su eterna gloria, los restablecerá, los afianzará, los robustecerá». Y también el Evangelio según san Marcos: «El Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban». Así pues, dichosos nosotros, que reconocemos lo que ese «Alguien» obra en nosotros, que prestamos nuestra voz a su Palabra. En la fiesta de san Marcos, Pedro y él, se muestran a todos los cristianos como modelo de escucha, reflexión y transmisión de la palabra del Señor, pero no podemos olvidar al modelo excepcional de escucha, reflexión y transmisión de la Palabra que nos deja María santísima que, acompañando a los discípulos primeros, es para nosotros testigo de la fe en la divinidad de Jesucristo y en su humanidad salvadora. Ella nos empuja a predicar el Evangelio a toda la creación y a hacer las mismas obras que Jesús hizo durante su vida. En este tiempo de Pascua y siempre, la Iglesia, la comunidad de creyentes, pastores y rebaño, tiene el encargo, la fuerza, el poder, el ministerio, el servicio, la orden... de predicar y hacer aquello que dijo e hizo Jesús. El beato Pablo VI, en una de sus homilías para la fiesta de san Marcos lanzó esta invitación con la que yo me quedo hoy: «Hagan siempre como San Marcos, estén en la escuela y a la vera de San Pedro, y serán también ustedes un poco evangelistas de Jesús (cf. 1 P 5, 13)» (Homilía del beato Pablo VI en la Misa a los monaguillos de Roma el 25 de abril de 1964). Termino mi reflexión en la madrugada de esta fiesta, mientras espero mi avión a Monterrey, en el aeropuerto de CDMX para visitar a mis padres y acompañar a Irina mi sobrina en su boda con Pablo Elizondo el viernes. Felicito, además de todo corazón, a nuestro hermano Vanclarista Marcos Rendón y a todos los que llevan este nombre, o, que sin llevarlo, son... un discípulo–misionero como él! 

Padre Alfredo.

martes, 24 de abril de 2018

«Y recibieron el nombre de cristianos»... Un pequeño pensamiento para hoy


La dispersión causada por la muerte de Esteban hizo que algunos de los creyentes llegaran a Antioquía, en aquel entonces la tercera ciudad más importante del imperio, después de Roma y Alejandría. Con medio millón de habitantes, aquella era una ciudad cosmopolita conocida como «La reina de Oriente» o «La dorada Antioquía». Al expandirse el cristianismo, esta próspera ciudad fue una de las sedes de los cinco patriarcados originales, en los que figuraban también Roma, Constantinopla, Alejandría y Jerusalén. Allí suceden dos hechos memorables: La iglesia comienza a anunciar al Señor Jesús «también a los griegos» (Hch 11,20) y los creyentes comienzan a ser llamados por primera vez «cristianos» (Hch 11,26). En Antioquía surge un tipo de comunidad muy diferente a la inicial de Jerusalén. Como se puede ver en la primera lectura de hoy (Hch 11,19-26) los cristianos se lanzan a anunciar a Jesús a «los otros», tendiendo puentes en medio de la diversidad usando de una gran intensidad ascética y litúrgica, así como de una caridad y fantasía que permeaba el corazón de quienes se adherían a la fe con un espíritu de comunión y de oración. 

La comunidad creyente, Jesús y el Padre, vienen a ser una misma familia desde que él predicaba en el Templo de Salomón (Jn 10,22-30) hasta nuestros días. Los que son de Jesús lo escuchan comprometiéndose con él y como él a entregarse sin reservas a dar vida. El don de Jesús es el Espíritu y con él la vida que supera la muerte; estarán al seguro, pues Jesús es el pastor que defiende a los suyos hasta dar la vida (Jn ,11). El reino espiritual que el Buen Pastor revelaba en sus palabras requería una grande confianza en Dios desde que él mismo predicaba. El párrafo que hoy toma el evangelio nos muestra que en algunas ocasiones había gente —en especial judíos fundamentalistas, escribas y fariseos— que quedaban sorprendidos por los gestos y signos de Jesús, pues llegaban a cuestionarse si Él sería el Mesías, y le preguntaban: ¿por qué nos tienes en vilo y no nos hablas claramente diciéndonos quién eres? Si tú eres el Mesías, dínoslo (Jn 10,24). Un cuestionamiento que parece estar en paralelo con el de los discípulos de Juan que le preguntaban también: ¿Eres tú el Mesías o debemos esperar a otro? (Cf. Mt 11,3; Lc 7,19). La respuesta fue distinta en cada caso, por la diversa actitud de los interlocutores. A los discípulos de Juan les dijo: vengan y juzguen; a los judíos sospechosos y titubeantes les dijo: es inútil complacerlos, porque no están dispuestos a creer. Así, aprendemos la doble lección para el día de hoy: Cristo vino para todos y cuenta con todos; pero es necesario estar abiertos a su gracia para creer en él. 

Tanto el Evangelio como el libro de los Hechos, nos hacen recordar que el Señor no es un personaje que lucha para que progresemos en nuestro estado de «bienestar» Los judíos eran adinerados en general y los de Antioquía también. Cristo nos conoce, y espera por nuestra parte que demos testimonio de Él. Y la prueba la encontramos, cada día, en medio de lo que calificamos: insignificante, aburrido, monótono o cansino, aunque tengamos lo necesario para alcanzar «bienestar». Es bueno que resuene en nuestra memoria, una y otra vez, que la recompensa que esperamos de Dios no es un aumento de sueldo, ni una gratificación extraordinaria, ni una casa más grande, ni un carro del año o un viaje a un paraíso vacacional. Jesús «sólo» nos promete, si le escuchamos y le seguimos, la vida eterna: «Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy la vida eterna y no perecerán jamás; nadie las arrebatará de mi mano» (Jn 10,27-28). Si acudimos a la Virgen, con la confianza de un niño, seguro que al pedirle «bienestar», ella nos centraría y nos daría una sonrisa y una caricia recordándonos que su Hijo Jesús cargó con la Cruz, con esa cruz que ella sostuvo en su corazón. ¿Hay algo más entrañable en la señal del cristiano? ¿Por qué nos vamos a quedar enredados en un mundo material? Que Dios nos conceda, en estos días pascuales, por intercesión de su Madre santísima, la gracia de saber abrir los oídos de nuestro corazón para que aumente en nosotros la alegría de ser reconocidos como «cristianos» dejándonos guiar por Cristo como aquellos de Antioquía para que, fortalecidos por el Espíritu Santo, seamos un signo del amor salvador de Dios para nuestros hermanos en medio de este mundo que parece quererse instalar en el pasajero «bienestar» que algún día tendremos que dejar. ¡Es martes y me toca ir a confesar a la Basílica, los encomiendo a los pies de la Morenita y encomiendo al Papa, que me lo pidió expresamente el Domingo de la Misericordia! 

Padre Alfredo.

lunes, 23 de abril de 2018

«La puerta del redil»... Un pequeño pensamiento para hoy


El Espíritu Santo siempre ha empujado a la Iglesia a la «misión», porque la Iglesia «es misionera por naturaleza» (AG 1). Desde sus inicios, muchos «gentiles» de distintas razas y naciones al conocer la Buena Nueva, fueron pidiendo ser bautizados. La semilla de la «Fe» hacía que aceptaran la Palabra de Dios, y ante él, como enseña Pedro en la primera lectura de hoy (Hch 11,1-18) todos tenemos derecho a ser sus hijos porque todos somos llamados. Desde entonces y hasta hoy, todo pueblo, toda cultura, toda raza, todo medio ambiente podrá entrar a formar parte de la Iglesia sin renegar de sus propias riquezas, con sólo suprimir de sus mentalidades lo que, en ellas, es pecado. Pedro, el primero de los apóstoles, protagoniza hoy una opción misionera trascendental y aleccionadora en la vida de la Iglesia. Él, como vicario de Cristo, lee los signos de los tiempos y recibe a los gentiles manteniendo una cohesión dinámica y peregrinante en aquella incipiente comunidad cristiana. 

Este pasaje hay que entenderlo a la luz del bautizo de Cornelio y su familia, a quien san Lucas, en el libro de los Hechos le dedica los capítulos 10 y 11. Pedro, como primer Papa, al haberse dejado llevar por el Espíritu, bautiza a esta gente en un «nuevo Pentecostés», en casa de un pagano, acepta la interpelación crítica de algunos de la comunidad que le tachan de precipitado en su decisión. PÉl, como sucesor de Cristo, ha de dar las explicaciones oportunas que aparecen en el fragmento del relato que leemos hoy y la comunidad las asimila, reconociendo que «también a los gentiles les ha otorgado la conversión que lleva a la vida». El diálogo sincero resuelve un momento de tensión que podría haber sido más grave. Esta es la tarea del Papa, y aún en nuestros tiempos, por diversas situaciones, el Santo Padre, ha de dar explicaciones de algunas situaciones por las que va llevando, conducido por el Espíritu, el rebaño que le ha sido confiado por el «Gran Pastor de las ovejas», Jesucristo Señor nuestro. 

San Juan XXIII que convocó y dio la orientación básica al Concilio del aggiornamento de la Iglesia, fue una opción profética en la línea de la de Pedro. El beato Paulo VI, al realizar el Concilio, ni se diga, ha sido muy criticado. Recuerdo la reacción de muchos cuando el siervo de Dios Juan Pablo I dijo que Dios «es Padre y Madre». Por su parte, san Juan Pablo II recorrió el mundo entero buscando que la Iglesia se inculturara hasta los últimos rincones del planeta, criticado por muchos por el costo exorbitante de aquellos viajes. Benedicto XVI tuvo que aclarar varias veces, como teólogo eximio de la Iglesia, algunos pronunciamientos que tocaban aspectos científicos... y qué decir de Francisco, que, desde el primer momento en que se asomó al balcón de la Basílica de san Pedro y pidió la bendición de su pueblo, no ha dejado de interpelar especialmente a muchos que no asumen situaciones nuevas y pareceres diferentes en una Iglesia de salida. El Papa, siempre ha sido, desde Pedro, una figura del Buen Pastor, que es, al mismo tiempo «La Puerta» (Jn 10,1-10). Jesús, a lo largo del evangelio, para mostrarse plenamente a sus seguidores, utiliza múltiples comparaciones tomadas de la vida: él es el agua, el pan, el camino, el pastor, la luz, la piedra angular... «la puerta». A través de él la Iglesia, conducida por su vicario en la tierra, «entra y sale». A través de él tienen acceso las ovejas a la seguridad del redil. A través de él pueden salir a los pastos buenos. «Nadie va al Padre sino por mí» (Jn 14,6). Sólo el que pasa por él, el que cree en él, entra en la vida. La metáfora de Cristo como puerta nos debe situar ante el siempre actual dilema de aceptar o no a Cristo como el camino y el único Mediador que da sentido a nuestra vida. Cuando buscamos seguridad y felicidad, o tratamos de legitimar nuestras actuaciones: ¿es él en quien pensamos y creemos? Él ya dijo que la puerta que conduce a la vida es estrecha: ¿trato de buscar otras puertas más cómodas, otros caminos más llanos y agradables, o acepto plenamente a Jesús como la única puerta a la vida y así lo llevo a los demás como discípulo–misionero? ¿Me siento unido a él, entro por la puerta que es él, o soy como ladrón que saquea a las ovejas? ¿Soy dócil a los signos con los que el Espíritu me quiere conducir a fronteras siempre más de acuerdo con el plan misionero y universal de Dios?... ¡Qué preguntas! Que María, la misionera por excelencia me ayude a mí y a todos a escuchar la voz de su Hijo en el Papa, «mi dulce Cristo de la tierra» como decía la beata María Inés. ¡Bendecido lunes a ti y a todos! 

Padre Alfredo.

domingo, 22 de abril de 2018

«Escuchar, discernir, vivir»... Un pequeño pensamiento para hoy

La Pascua es un tiempo para entender y celebrar mejor el Misterio de Cristo que sigue vivo en nuestra historia. Cada celebración de estos días con sus textos, oraciones, cantos, lecturas y predicación, nos van conduciendo por la acción del Espíritu Santo a la profundidad de la vida de Jesús que vive en la Eucaristía. Las imágenes que nos hacen entender mejor a Jesucristo en este tiempo litúrgico se multiplican. Hoy, por ejemplo, Pedro, valientemente en la primera lectura (Hch 4,8-12) ante las autoridades, compara a Cristo a la piedra que los arquitectos habían desechado y que se ha convertido en piedra angular. Hoy tenemos el salmo más pascual de todo el salterio, el 117 que dice: «Te damos gracias, Señor, porque eres bueno, porque tu misericordia es eterna...» y anuncia precisamente lo de la piedra desechada que luego se convierte en principal. Él es el apoyo en donde nos sostenemos todos. El gran fundamento de nuestra fe, de toda nuestra vida cristiana y además, como Juan nos lo recuerda (Jn 10,11-18): el «Buen Pastor». 

«Teniendo un Hijo único, lo hizo el Padre Hijo del Hombre —dice san Agustín— para que el hijo del hombre se hiciera hijo de Dios». Y este regalo es el que celebramos cada domingo en torno al Buen Pastor que vine a darnos vida en la Eucaristía. La garantía de nuestra salvación está en el Corazón de Jesús Eucaristía, que, como Buen Pastor, sigue dando su vida por sus ovejas. Nos amó y se entregó por nosotros (Ef 2,4) y ahora vive inmortal y glorioso. Cada año, en el IV domingo de Pascua, leemos, en pasajes distintos, el capítulo 10 de Juan y pedimos por las vocaciones. El Papa nos da un mensaje vocacional. Este año el Santo Padre destaca que hay que escuchar, discernir y vivir la llamada del Señor. Jesús conoce a quien llama. Le escuchamos para conocerle mejor; su conocimiento es creativo y personalizador a la vez. La escucha de Jesús nos convierte en hombres nuevos y verdaderos, porque su conocimiento implica donación personal, compromiso, presencia, comunión de vida... (cf. 1 Jn 1, 3; Jn 14, 19). En realidad, la escucha al Señor que, como Buen Pastor nos acompaña dando su vida, es primordial para poder seguirle y serle fiel en cualquier vocación. 

El Papa insiste también en el tema del discernimiento. Hemos oído muchas veces a Jesús decirnos: «Yo soy el Buen Pastor, porque conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí, así como el Padre me conoce a mí, y yo conozco al Padre» (Jn 10,14-15). La relación interpersonal se da solamente después de hacer un discernimiento que sitúa al creyente en la órbita de conocimiento y amor existente entre el Padre y el Hijo. Reconocer a Cristo y a su Iglesia en la realidad escondida de su ser, solamente puede ser un don del Pastor que dio su vida para que sus ovejas lleguen a ese encuentro personal con el Padre, y ese don que llamamos fe, se adquiere con el discernimiento. Es luego de discernir y optar por seguir a Cristo, que el discípulo–misionero del buen Pastor, responde al llamado viviendo y dando la vida, tratando de imitar al Maestro. No será nunca suficiente admirar las virtudes de Cristo como Buen Pastor, si nosotros no vivimos realmente preocupados por escucharle, discernir y vivir en él. En este domingo del Buen Pastor todos debemos hacer el propósito de hacer de nuestra vida una vida generosa y comprometida, ——religiosa y socialmente— con el mundo en el que vivimos. Si no lo hacemos así, no estaremos celebrando cristianamente el domingo del Buen Pastor. Pidamos a la Santísima Virgen que nos lleve siempre al corazón de Cristo, la «Piedra Angular», el «Buen Pastor». Yo me aprovecho de este día de las vocaciones para pedirles una oración por mí y mis hermanos sacerdotes, por todos los consagrados y por quienes están en proceso vocacional. Ayer me enteré de que en Puebla asesinaron a otro sacerdote. Grande la misión que nos ha encomendado el Señor, y muy frágiles en muchas ocasiones nuestras fuerzas y nuestro ser. Pero me alienta Jesús en la frase que siempre ha motivado mi vocación: «A mí nadie me quita la vida, yo la doy porque quiero» (Jn 10,18). ¡Feliz domingo del Buen Pastor! 

Padre Alfredo.

sábado, 21 de abril de 2018

«¿A quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna»... Un pequeño pensamiento para hoy

En menos de cinco días, han sido asesinados dos sacerdotes en nuestro México lindo y querido; el miércoles, el padre Rubén Alcántara Díaz en Cuautitlán Izcalli y ayer en la tarde el padre Juan Miguel Contreras García en Tlajomulco de Zuñiga, Jalisco. Por supuesto que, estos hechos, no quedan fuera de mis momentos de reflexión. Igual que como sucedía en los tiempos de los primeros cristianos, la vida de quien ha decidido seguir a Cristo transcurre sencillamente, entre la pena y la alegría... en la persecución y en la paz... Hemos de ir caminando en la confianza como aquellos primeros que vivían todo como venido del Señor, aprovechando incluso las persecuciones y el martirio para «edificar», avanzando hacia metas más altas de santidad. Los «hechos» de los apóstoles de aquel y de este tiempo, reproducen los «hechos» de Jesús: ¡Los tullidos andan, los muertos resucitan! (Lc 7,22). La vida surge donde el decaimiento y la muerte parecen hacer su obra. La resurrección de Jesús es de hoy, de ayer y de siempre, continúa y trabaja a la humanidad desde el interior del que se ha dejado seducir por el Señor. 

En el Evangelio, hoy llegamos al final del capítulo 6 de san Juan y nos encontramos con que Jesús, en el texto (Jn 6,60-69) nos dice: «El espíritu es quien da la vida; la carne nada aprovecha». ¿Así, o más claro? Nos encontrarnos situados en el núcleo del evangelio. Jesús habla claro y por eso «desde entonces, muchos de sus discípulos se echaron para atrás y ya no querían andar con él» (Jn 6,66) y dijo a los Doce: «¿También ustedes quieren dejarme? (Jn 6,67) y Pedro respondió: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios» (Jn 6,68-69). Esa convicción es la que mantuvo fieles a los primeros miembros de la Iglesia y debe ser la que a nosotros también nos mantenga en pie. Jesús, desde su existencia gloriosa, sigue presente en su Iglesia, la llena de fuerza por su Espíritu y sigue así actuando a través de ella. En medio de momentos de paz, como los que san Lucas describe en la primera lectura de hoy, y también en momentos de dolor y persecución, como tantos que describe el mismo autor sagrado en otros pasajes de su fascinante libro de los Hechos de los Apóstoles. 

Nosotros, gracias a la bondad de Dios, somos de los que han hecho una opción por seguir a Cristo. ¡No le hemos abandonado! Como fruto de cada Eucaristía, en la que acogemos con fe su Palabra en las lecturas y le recibimos a él mismo como alimento de vida en la Comunión, buscamos imitar la actitud de Pedro: «¿A quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna». Los verdaderos discípulos–misioneros no lo abandonaron, aunque en aquel momento inicial pudiera ser que la mayoría no tuviera claro lo que representaba la propuesta de Jesús ni el confesarse seguidores de su proyecto. Jesús vivió con ellos sus más hondas experiencias, se les reveló como Hijo de Dios. Los llenó de elementos que los hicieron comprender la misericordia, movió sus conciencias hacia el bien, les abrió los ojos a una nueva realidad. Cuando Jesús se alejó de ellos para volver al Padre, con el paso de los días se iban maravillando del ser que permanecía vivo entre ellos con más fuerza que antes y se convencieron sin dudar —aún en medio de persecuciones cruentas— que sus palabras eran «Palabra de vida eterna». Hoy y siempre muchas fuerzas contrarias se oponen a la propuesta de Jesús. Ayer, hoy y siempre, algunos perseguirán a sus seguidores, tratarán de llenarlos de temores, buscarán acorralarlos, pero aun matándolos, no lograrán acabar con la raíz de este sueño que siempre retoñará en realidad de la humanidad. El sueño de vivir en justicia y paz con la alegría de compartir lo mucho o lo poco que se tenga; el sueño de mirarnos a los ojos y sentirnos hermanos. El un sueño que no tiene fin ni aun con la pesadilla diaria de la muerte diabólica que tortura y persigue. Hoy es sábado y pienso como cada sábado, de manera muy especial en María, ella también experimentó con Cristo la persecución, ella fue siempre fiel, ella es nuestra Señora de la paz. A ella me viene orarle hoy repitiendo un hermosa oración que encontré por ahí: "Santísima Madre de Dios, nos dirigimos a ti como Madre de la Iglesia, madre de todos los cristianos que sufren y de todas las minorías perseguidas. Te suplicamos, por tu ardiente intercesión, que hagas caer ese muro, los muros de nuestros corazones, y los muros que producen odio, violencia, miedo e indiferencia, entre los hombres y entre los pueblos. Tú, que mediante tu Fiat aplastaste a la serpiente antigua, congréganos y únenos bajo tu manto virginal, protégenos de todo mal, y abre para siempre en nuestras vidas la puerta de la esperanza. Haz que nazca en nosotros y en este mundo la civilización del amor que pende de la cruz y de la resurrección de tu Divino Hijo, Jesucristo, Nuestro Salvador, que vive y reina, inmortal y glorioso, por los siglos de los siglos. Amén. ¡Ofrezcamos como cada sábado, algún regalito especial a María! 

Padre Alfredo.

viernes, 20 de abril de 2018

«¡Qué importante es el «sí» que Dios nos pide!»... Un pequeño pensamiento para hoy


La fiesta de la conversión de San Pablo se celebra el 25 de enero, pero, como en el tiempo de Pascua leemos el libro de los Hechos, hoy nos topamos con el capítulo noveno (Hch 9,1-20) en donde se narra de la conversión de Saulo de Tarso. Como la mayoría sabemos, camino a Damasco este brillante personaje fue enviado al suelo por el mismo Jesús a través de una luz del cielo cegándolo por espacio de tres días (Hch 9,3-9). Saulo permaneció en casa de un judío llamado Judas, sin comer ni beber. El cristiano Ananías, por petición de Cristo, fue al encuentro de Saulo, quien recuperó la vista y se convirtió, accediendo al bautismo, recibiendo el nombre de Pablo y predicando sobre el Hijo de Dios. Así, el antiguo perseguidor se convirtió en apóstol y fue elegido por Dios como uno de sus principales instrumentos para la conversión del mundo. Como ya me he detenido en este «Gigante de la misión» precisamente el 25 de enero, hoy reflexiono ayudado de Ananías, que aparece en este relato como una especie de actor secundario. Me llama la atención que, cuando lo llama el Señor, sin saber para qué, responde sin vacilar diciendo: «Aquí estoy, Señor» (Hch 9,10; cf. 1 Sam 3,10). Seguro que Ananías se ha de haber quedado, como decimos «con los ojos cuadrados» cuando supo que se trataba de aquel Saulo que se dedicaba a perseguir a los cristianos. Sin embargo, en una obediencia «dialogada» (Hch 9,13-14) le hizo caso al Señor y se dirigió a la casa de Judas. 

¡Qué importante es el «sí» que Dios nos pide!, aunque de momento no entendamos lo que quiere y el por qué o para qué. Indiscutiblemente que al ver a Ananías he pensado en el «sí» de Cristo, enviado por el Padre (Jn 6,57), en el «sí» de María (Lc 1,38) y en el de tantos que, como «actores secundarios» de una historia o de una misión, se han dejado llevar de la mano de Cristo. Por la imposición de las manos de Ananías, Pablo recobró la vista recibiendo la gracia del Espíritu Santo (Hch 9,17-18). Cristo también es un enviado para abrir los ojos no a uno, como en el caso de san Pablo, sino el de todos. «Qué todos te conozcan y te amen» dice Madre Inés en el «sí» que también ella ha pronunciado al haber sido llamada. El Hijo de Dios se hizo hombre, carne y sangre de nuestra raza, en el seno de María Virgen, por obra del Espíritu Santo para abrirnos los ojos al amor del Padre. Jesús dice «Nadie viene al Padre si no es por mí» (Jn 14,16). La lectura y meditación del Evangelio que la liturgia de la palabra nos propone para hoy (Jn 6,53-60), nos abre los ojos para ver y valorar que quien se alimenta de Jesús en la Eucaristía hace suya la Encarnación y la Redención que Dios nos ofrece en Cristo Jesús compartiendo con nuestro «sí» su misión. Como Ananías, como María, no somos los actores principales, por eso si no nos alimentamos de Él no tendremos vida en nosotros, pues sólo aquel que lo coma vivirá por Él y podrá sostener el «sí», ya que sólo Él es el verdadero Pan del cielo que nos da vida, y Vida eterna. 

Pienso hoy, en mi reflexión, en mi respuesta al llamado que Dios me ha hecho y con el que me ha invitado a ser su discípulo– misionero yendo al encuentro de Cristo, no sólo para escucharle, no sólo para reconocerlo como nuestro Dios por medio de la fe, no sólo para arrodillarme y suplicarle que me socorra en mis necesidades, sino para hacerme uno con Él y entonces pienso en el «sí» de cada uno de los que lee mis mal hilvanados «pequeños pensamientos». Por ahora termino mi reflexión pensando en Fidel, un señor que anoche ungí con el óleo de los enfermos en el hospital de «La Raza» y que me hizo reflexionar en dos cosas: Primero, me recordó el «sí» de mi muy querida Almita (Almaminta) esa incansable misionera de Villa Universidad, brazo derecho en la parroquia de «Nuestra Señora del Rosario» por tantos años y mamá de varios de nuestros hermanos Vanclaristas (mamá de Joel González, coordinador nacional en México, a quien muchos conocen). Una mujer que vive un «sí» callado a la voluntad de Dios en una condición de salud que la tiene postrada y sin hablar en cama. Allí en «La Raza» la vi por primera vez en esas condiciones y percibí su respuesta a esa a veces «extraña» voluntad de Dios. Segundo, yo no iba a ver a Fidel, sino a Antonio, pero, al terminar de ungir a este papá de una de las personas de la parroquia, una señora, la esposa de Fidel, me llamó para que lo visitara. Al ver a Fidel, me vio y me dijo con voz serena y ayudado del oxigeno para respirar: «Aquí estoy, acompañando a Cristo»... ¿Qué más se puede decir? ¡Bendecido viernes ya de lleno en el ministerio sacerdotal aquí en la parroquia de Fátima en la vuelta a la realidad de cada día! 

Padre Alfredo.

jueves, 19 de abril de 2018

«El dinamismo de la Pascua»... Un pequeño pensamiento para hoy


¡Qué increíble es el dinamismo de la Pascua! Gracias a la resurrección de Jesucristo y al ánimo que este hecho extraordinario sembró en el corazón de aquellos primeros discípulos–misioneros, la Buena Nueva se extendió con una rapidez increíble. El mandato que Cristo había dado a los Apóstoles de llevar el Evangelio a todos los rincones de la tierra bautizando a todos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo (Mt 28,19; Mc 16,15; Lc 24,47-48) alentó a gente como el diácono Felipe (Hch 8, 26-40) que sin perder tiempo convertirá a un etíope, un alto funcionario de la Reina de Etiopía y a pocos días de la resurrección del Señor Jesús, habrá ya un cristiano que seguramente se hará discípulo–misionero en las tierras donde ahora está Sudán, al sur del río Nilo, en pleno corazón del África... ¿Qué harían estos hombres y mujeres maravillosos, los primeros cristianos con aquel entusiasmo si estuvieran ahora? Ayer en dos horas y media ya estaba en Holanda después de haberme despedido de la Ciudad Eterna en Italia, esperé poco más de una hora el avión que me traería a la tierra a donde la Virgen Morena, también llena del gozo de la resurrección de su Hijo que es de ayer, de hoy y de siempre, vino a sembrar la fe y ya estoy en mi México lindo y querido, recibiendo la triste noticia de que le fue arrebatada la vida a un sacerdote en Cuautitlán Izcalli dentro del Templo en el que se encontraba. No conocí al padre Rubén Alcántara Díaz, pero como si lo conociera... ¡Es un hermano en el sacerdocio y en la fe! 

Así ha de ser hecha realidad la promesa de la evangelización de América, de África y de otros continentes. ¡Cómo dice un canto muy conocido: «Entre persecuciones la Iglesia nació, bañada en sangre de mártires»! Y ciertamente, desde aquellos primeros tiempos, todo aquel que se lanza a cumplir el mandato del Señor, es un mártir en potencia, como Esteban a quien le fue arrebatada la vida o como Felipe, que se arriesga a ir más allá traspasando fronteras y culturas ¡Anoche, en Amsterdam pensaba: ¡Cuántos misioneros holandeses hace tantos años salían de estas tierras hoy descristianizadas a llevar la Buena Nueva a tantos y tantos lugares alejados del mundo! ¡El número de misioneros que Holanda dio es incontable! Pero... ¿dónde está ahora nuestro fervor y nuestra valentía, no la de unos cuantos sino la de todos como aquellos primeros consagrados y laicos? Mientras avanzaba por los pasillos larguísimos de ese fenomenal aeropuerto de Schiphol, se cruzaban ante mis ojos las conocidísimas marcas de vestidos, bolsos, perfumes, relojes y demás artilugios que cautivando la mirada de miles de viajeros parecen seducirnos en el que es el quinto aeropuerto con más tiendas de calidad en el mundo como diciendo: «¡Yo te haré feliz»! Cuando más bien tantos y tantos cristianos que pasamos por el lugar deberíamos dejarnos cautivar por la alegría y el dinamismo interior de los Hechos de los Apóstoles que leemos en el mundo entero en estos días y mostrarlo al mundo... ¡un verdadero dinamismo pascual que sí hace feliz! Aquel etíope atendió de buen grado al comentario que el catequista Felipe le ofreció sobre el fragmento de Is 53... ¡iba de viaje! La dificultad de aquel converso para comprender el texto desde la óptica cristiana refleja probablemente uno de los problemas de interpretación cristiana del Antiguo Testamento en la comunidad primitiva: «¿De quién dice eso el profeta: de sí mismo o de otro?». Sin embargo, la catequesis, la «doctrina apostólica» (Hch 2,42) ayuda a encontrar un significado cristiano en los textos más significativos del Antiguo Testamento. Y Felipe, como tantas veces había hecho Jesús, ofrece a su discípulo una catequesis itinerante que desemboca en el bautismo, de la misma manera que el camino de los discípulos de Emaús (Lc 24,13-35) había terminado en la eucaristía y el etíope queda, como aquellos dos de Emaús, lleno de alegría: «¡Con razón nuestro corazón ardía!» (Lc 24,32) . 

Los gestos sacramentales que en la Iglesia realizamos, realizan lo que la palabra proclama: el etíope recibe el bautismo porque ha acogido antes, en su corazón, con la sencillez de quien escucha, la palabra de Dios, y nace a la nueva vida cristiana. Pero su camino toma un nuevo sentido y su vida cambia aún antes de recibir el bautismo... ¡sólo por el encuentro con un cristiano! El ser y quehacer de aquel hombre toma un sentido de alegría porque ha encontrado la plenitud de la salvación de Dios oyendo hablar de Cristo Jesús. Todos los que escuchan con atención la Palabra de Dios, se dejarán alcanzar por Jesús, como el etíope, como los de Emaús, como la Magdalena, como los primeros cristianos, los santos de ayer y de hoy, como con los pasajeros que sin conocer traté de dejarles algo del gozo de Dios ayer y hoy... nosotros somos testigos del Resucitado con una sonrisa, un pequeño gesto de caridad, una orientación al que no conoce la lengua o el lugar... «Nadie puede venir a mí si el Padre, que me ha enviado, no le atrae» dice Jesús (Jn 6,44-52). En los profetas está escrito: «Serán todos enseñados por Dios mismo». Sin entrar en ninguna controversia, Jesús afirma buenamente que el papel de la «gracia» es de iniciativa divina y el papel de la «libertad», es correspondencia humana... ¡Sí, hasta dar la vida o arriesgarse a que nos la arrebaten! Bendecido jueves acompañando a Jesús en la Eucaristía. 

Padre Alfredo.

miércoles, 18 de abril de 2018

«¿Cómo pagar al Señor tantas bendiciones?»... Un pequeño pensamiento para hoy



Este es mi último día en Roma, por esta vez puedo decir que, agradecido con nuestro Señor, regreso a mi querida «selva de cemento» con el corazón lleno de gratitud. Vine convocado por el Papa junto con mis demás hermanos sacerdotes que poniendo nuestro granito de arena colaboramos como misioneros de la misericordia en el Consejo de la Nueva Evangelización y puedo decir que me voy lleno del Señor, luego también de haber estado trabajando un poquito en la promoción de la causa de canonización de Nuestra Madre la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento, cuyo mausoleo me ofreció varios momentos de oración muy especiales en estos días. Llegué a Roma desde el día 4 casi a media noche y he gozado día tras días de las bondades de nuestras hermanas Misioneras Clarisas con finos detalles de la Madre General Martha Gabriela y de cada una de ellas en Garampi y en La Casita, empezando por la hermana Susana a quien me unen lazos de familia y amistad de años y años y hasta las acompañé a su visita a Loreto (La Basílica de la Santa Casa de Nazareth) y a saludar a la Madre Julia a Pisoniano. Saludé al Santo Padre el Papa Francisco dos veces y recibí su bendición. Platiqué con Monseñor Rino Fisichella y Monseñor Octavio Ruiz; cené una noche con el padre Erick Leal que me llenó de su entusiasmo juvenil; pasé ayer un rato muy agradable con el Gobernador del Estado de la Ciudad del Vaticano, Monseñor Giuseppe Bertello con quien me unen ya muchos años de amistad y, por si fuera poco, cada día de estos tuve el privilegio de gozar a mi padrino Monseñor Juan Esquerda aprendiendo momento tras momento de su ser y quehacer como misionero incansable. ¿Cómo pagar al Señor tantas bendiciones inmerecidas?

Nuestro Buen Dios nunca se deja ganar en generosidad y conforme va pasando la vida, más y más, agranda nuestros corazones a las dimensiones de su proyecto universal de salvación para que el Evangelio sea proclamado hasta los últimos confines de la tierra. El Papa nos recordaba a los misioneros de la misericordia el pasado martes, que no somos poseedores privilegiados de una gracia especial que nos ha confiado, sino responsables de que la misericordia del Señor llegue hasta los rincones más alejados del planeta. La palabra de Dios hoy nos recuerda que «los que se habían dispersado iban por todas partes anunciando la Buena Nueva de la Palabra» (Hch 8,1-8) y repartiendo el «Pan de Vida». ¡Cómo resuenan hoy en mi pobre corazón las palabras de Jesús: «Yo soy el pan de vida... El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí no tendrá nunca sed»! (Jn 6,35-40 ¡Qué ganas de volver a reestrenarme en mi sacerdocio y en mi vocación como misionero! ¡Cuánto hay por hacer para que muchos tengan este «Pan», sobre todo quienes viven una vida devaluada por la depresión, la ansiedad, la tristeza, la agresividad o la injusticia de hoy! 

Mientras yo tengo la riqueza de este gozo que no termino de agradecer, se que muchos se quedan en el materialismo; muchos ignoran aún el proyecto de Jesús; muchos renuncian a la grandeza de la libertad de los hijos de Dios, y con ello a su crecimiento en la fe y en la vocación de seguimiento de Cristo. El Padre nos ha destinado, a sus discípulos–misioneros, a esta vida eterna que su Hijo Jesucristo alimenta con su eucaristía. Somos discípulos–misioneros de Cristo por voluntad del Padre y Cristo mismo no nos dejará de lado. Su misión en la tierra es no perder nada de lo que el Padre le ha dado sino, al contrario, darle vida eterna por la resurrección. En nuestros tiempos la vida de los seres humanos se agota y se pierde en bienes de consumo, caprichos sin sentido, placeres momentáneos. Cristo nos ofrece llevar a la plenitud nuestra existencia si abrimos nuestro corazón a la misericordia, haciéndonos capaces de compartir lo que tenemos, no solo el pan, sino todo lo que somos y hacemos en su nombre. A la profunda angustia de un mundo que se debate entre guerras, rencores y competencias inútiles; Dios ha respondido mostrándome su amor de Padre dando a mi corazón el deseo de seguir más fielmente a Jesús, de conocerlo, de amarlo, de tenerlo como Señor, y hacerlo amar del mundo entero. Ahora soy más consciente de que depende de mí el caminar y no estancarme; es decir, el orar, el profundizar su Palabra, el darlo y recibirlo verdaderamente como Pan de Vida, el dispensar su misericordia con bondad en el confesionario —la cajita feliz—, el celebrar los sacramentos con más devoción, el valorar más las pequeñas acciones de cada día en mi ser y quehacer sacerdotal. ¡Qué tarea tan comprometedora me dejan estos quince días que pasaron como agua, para ver cuán generosa está siendo mi respuesta a la tarea de ser un misionero de la misericordia! Que la resurrección de Cristo llene de amor mi corazón y el de cada uno de ustedes y que, bajo la mirada amorosa de su Madre, trabajemos y por supuesto yo el primero, para que todos le conozcan y le amen... ¡Recen, recen mucho por mi conversión para que sepa absolver, perdonar y restaurar en nombre del Señor...! Amén.

Padre Alfredo.