sábado, 7 de abril de 2018

«ANTE EL MISTERIO EUCARÍSTICO»... Alegría y adoración II. (Un tema para retiro)


La alegría de la Eucaristía, es un sentimiento o efecto del amor, dice santo Tomás, que irradia de Jesús y nos contagia. Sabemos que hay muchas clases de alegría como tantas clases de amor hay, unas más profundas, otras más superficiales. Está la alegría de quien ganó la lotería; la alegría de haber encontrado algo perdido, la alegría de tener un hijo, la alegría de una curación, la alegría de volver a ver a alguien querido, la alegría de haber recobrado la gracia y la amistad con Dios, la alegría de haber aprobado un examen, la alegría de estar enamorado, la alegría del casamiento, la alegría de la profesión religiosa, la alegría de una ordenación sacerdotal… dice la beata María Inés: «La alegría no consiste en hablar y reír sin medida; sino en esa alegría íntima del alma que se sabe amada de Dios» (Carta colectiva de marzo 14 de 1960, f. 3406). 

Jesús Eucaristía es el mismo Jesús del Evangelio, y el Evangelio está lleno de manifestaciones de alegría: La alegría por haberse encontrado con Jesús, la alegría de los pastores al ver al Niño Jesús, la alegría de Simeón, la alegría de los Magos al haberlo encontrado, la alegría en el Tabor al ver a Jesús, la alegría de María Magdalena, la alegría de los discípulos de Emaús, la alegría de María: «Mi alma canta...». La alegría del Evangelio, dice el Papa Francisco, «es esa que nada ni nadie nos podrá quitar (cf. Jn 16,22). Los males de nuestro mundo —y los de la Iglesia— no deberían ser excusas para reducir nuestra entrega y nuestro fervor. Mirémoslos como desafíos para crecer. Además, la mirada creyente es capaz de reconocer la luz que siempre derrama el Espíritu Santo en medio de la oscuridad, sin olvidar que "donde abundó el pecado sobreabundó la gracia" (Rm 5,20)» (E.G. 84).

Pero hay una alegría secreta e íntima en el Jesús del Evangelio, en el Cristo de la Eucaristía. Él es fracción del pan, banquete en donde se alimenta la comunidad y toda comida produce gozo. Quien participa de la misa debe experimentar ese gozo y alegría espiritual. Es el clima de la vida cristiana. ¡Nunca nos faltará! Por eso Jesús escogió el signo del vino, y el vino alegra el corazón (Sal 104,15). Caná, como lo sabemos, es el primer anuncio del Nuevo Testamento de la Eucaristía: el agua se convirtió en vino. El vino alegra el corazón del hombre, dice la Sagrada Escritura (cf. Sal 104,15). La parábola del festín es otro anuncio: «Vengan y coman». Cuando uno come queda satisfecho y feliz. A un banquete va la gente feliz y risueña. De esta manera, la Eucaristía es fuente de alegría porque festeja la Alianza que hizo Jesús con nosotros, porque es imagen del banquete celestial, porque da sentido a nuestros dolores ofrecidos al Señor. «Su tristeza se convertirá en alegría» (Jn. 16, 20). Es una alegría que se abre a los demás, para compartir con ellos un gozo superior a los demás. 

San Ambrosio, que es uno de los Doctores de la Iglesia, tiene un pensamiento muy hermoso que nos puede ayudar en nuestra reflexión. Este doctor eximio dice: «¿Quieres comer?, ¿quieres beber? Ven al banquete de la sabiduría, que invita a todos con gran voz diciendo: vengan y coman mis panes y beban el vino que les he mezclado (cf. Prov 9,5) ¿Te deleitan los cánticos que entretienen al que come? Oye a la Iglesia, que exhorta y canta no solo en sus himnos, sino en el Cantar de los Cantares: Coman, mis allegados, y beban y embriáguense, hermanos míos (Cant 5,1). Pero esta embriaguez hace sobrios; esta es embriaguez de gracia, no de borrachera. Produce alegría, no vacilación». ¿Y cómo no nos va a alegrar la Eucaristía si es la continuación de la Encarnación de Cristo sobre la tierra? El misterio de la Eucaristía nos da la alegría de tener una navidad cada día. Cuando nosotros visitamos al Santísimo Sacramento es como si viniéramos a Belén, un nombre que significa «La casa del Pan». 

En el Angelus del 18 de marzo de 2007, el Papa emérito Benedicto XVI comentaba: «¡Dónde se encuentra el manantial de la alegría cristiana sino en la Eucaristía, que Cristo nos ha dejado como alimento espiritual, mientras somos peregrinos en esta tierra? La Eucaristía alimenta en los creyentes de todas las épocas la alegría profunda, que está íntimamente relacionada con el amor y la paz, y que tiene su origen en la comunión con Dios y con los hermanos». 

En su encíclica «Evangelii Gaudium», el Papa Francisco nos da la clave de alegría, que es el amor personal de Dios que se hizo hombre, se entregó por nosotros y está vivo ofreciendo su perdón y su amistad. La alegría de la Eucaristía, como sabemos, es una alegría que viene de lo Alto, pero que, al mismo tiempo, debe surgir de un corazón de hombre: es una alegría divino–humana. Jesús es el iniciador definitivo de esta alegría: esta alegría es pascual, ya que está, necesariamente, ligada al acto último por el que Jesús expresa su obediencia al Padre dando su vida por todos los hombres. Dice Madre Inés: «Sin la Eucaristía nos sería imposible la vida. Con Él, todas las amarguras son dulces, todas las incomprensiones amables; Él todo lo comprende, y lo suaviza y lo mitiga». (Estudios y meditaciones, f. 704.) 

Ya casi para terminar esta mal hilvanada reflexión, quiero volver a san Juan Pablo II y a su última encíclica «Ecclesia de Eucharistia», voy al último número, el 62, en donde nos dice: «Sigamos, queridos hermanos y hermanas, la enseñanza de los Santos, grandes intérpretes de la verdadera piedad eucarística. Con ellos la teología de la Eucaristía adquiere todo el esplendor de la experiencia vivida, nos "contagia" y, por así decir, nos "enciende". Pongámonos, sobre todo a la escucha de María Santísima, en quien el misterio eucarístico se muestra, más que en ningún otro, como misterio de luz. Mirándola a ella descubrimos la fuerza transformadora que tiene la Eucaristía. En ella vemos el mundo renovado por el amor. Al contemplarla asunta al cielo en alma y cuerpo vemos un resquicio del "cielo nuevo" y de la "tierra nueva" que se abrirán ante nuestros ojos con la segunda venida de Cristo. La Eucaristía es ya aquí, en la tierra, su prenda y, en cierto modo, su anticipación: "Veni, Domine Iesu!" (Ap 22, 20)». 

Hago ahora un grande paréntesis entre esta enseñanza y reflexión del Santo Papa Juan Pablo II para poner unos pensamientos del papa Benedicto XVI tomado de su exhortación Sacramentum Caritatis : «La Iglesia ve en María, "Mujer eucarística" —como la llamó el Siervo de Dios Juan Pablo II—, su icono más logrado, y la contempla como modelo insustituible de vida eucarística. Por eso, disponiéndose a acoger sobre el altar el "verum Corpus natum de Maria Virgine", el sacerdote, en nombre de la asamblea litúrgica, afirma con las palabras del canon: "Veneramos la memoria, ante todo, de la gloriosa siempre Virgen María, Madre de Jesucristo, nuestro Dios y Señor". Su santo nombre se invoca y venera también en los cánones de las tradiciones cristianas orientales. Los fieles, por su parte, "encomiendan a María, Madre de la Iglesia, su vida y su trabajo. Esforzándose por tener los mismos sentimientos de María, ayudan a toda la comunidad a vivir como ofrenda viva, agradable al Padre". Ella es la Tota pulchra, Toda hermosa, ya que en Ella brilla el resplandor de la gloria de Dios. La belleza de la liturgia celestial, que debe reflejarse también en nuestras asambleas, tiene un fiel espejo en Ella. De Ella hemos de aprender a convertirnos en personas eucarísticas y eclesiales para poder presentarnos también nosotros, según la expresión de san Pablo, "inmaculados" ante el Señor, tal como Él nos ha querido desde el principio (cf. Col 1,21; Ef 1,4).»

Y continúo ahora con san Juan Pablo II nuevamente para concluir: «En el humilde signo del pan y el vino, transformados en su cuerpo y en su sangre, Cristo camina con nosotros como nuestra fuerza y nuestro viático y nos convierte en testigos de esperanza para todos. Si ante este Misterio la razón experimenta sus propios límites, el corazón, iluminado por la gracia del Espíritu Santo, intuye bien cómo ha de comportarse, sumiéndose en la adoración y en un amor sin límites. Hagamos nuestros los sentimientos de santo Tomás de Aquino, teólogo eximio y, al mismo tiempo, cantor apasionado de Cristo eucarístico, y dejemos que nuestro ánimo se abra también en esperanza a la contemplación de la meta, a la cual aspira el corazón, sediento como está de alegría y de paz: 

"Bone pastor, panis vere, Iesu, nostri miserere". Buen pastor, pan verdadero, oh Jesús, piedad de nosotros:nútrenos y defiéndenos,llévanos a los bienes eternos en la tierra de los vivos. Tú que todo lo sabes y puedes, que nos alimentas en la tierra ,conduce a tus hermanos a la mesa del cielo a la alegría de tus santos.»

Padre Alfredo.

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