jueves, 25 de mayo de 2017

«De rostro resplandeciente»... Los efectos de la oración en la vida


La Sagrada Escritura, en el libro del Éxodo, nos narra que, cuando Moisés bajó del monte Sinaí, luego de hablar con Dios, tenía el rostro resplandeciente (Ex 34,29-35). El encuentro con Yahvé lo había marcado, había dejado una huella visible en su persona y en su vida, lo cual nos habla, tal vez sin que Moisés dijera palabra alguna, de que hubo un encuentro profundo. Su rostro resplandecía en todo momento. Es el rostro que se ha transformado al contacto con Dios en la oración y que ha dado una nueva fuerza al corazón. «Ellos veían entonces que el rostro de Moisés resplandecería y Moisés cubría de nuevo su rostro».

El contacto con Dios en la oración no es para presumir, es para cumplir una misión, una tarea. Al salir de la oración, Moisés comunicaba a los israelitas lo que el Señor le había ordenado. El objeto de la oración ─cuando nosotros también subimos al Sinaí─ no es coleccionar hermosas ideas de Dios o un «sentir bonito» olvidando que el cristianismo no es cuestión de emociones, sino de valores, sino llegar a escuchar la voz del amigo que transforma nuestro rostro y nuestra vida. «Orar ─decía santa Teresa de Ávila─ es tratar de amistad estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos que nos ama (Vida 8,5). Nuestra Madre la Sierva de Dios dice que para ella «la oración es lo que el agua para el pez y lo que el aire para el ave», es decir, la oración es un ambiente en el que se vive inmerso.

En el contacto con Dios, ese ambiente queda marcado por nuestra pertenencia a la Iglesia, al grupo de los amigos de Dios, al conjunto de los que lo buscan haciendo a un lado todo lo que estorba, lo que haya que «vender» para obtener lo que realmente tiene valor (Mt 13,44ss). Si realmente queremos ser personas de oración, no podemos perder de vista todo esto. Vuelvo a insistir, no se trata de presumir la oración, de llamar la atención, de sentirme más que los demás ─los que no rezan a la vista─, sino de ser más humildes ante Dios y ante los hermanos. Por eso, con sencillez, la Virgen María puede exclamar: «Me llamarán bienaventurada todas las generaciones» (Lc 1,48). Dice la beata María Inés Teresa: «Ábrele tu alma de par en par con todas tus miserias y tus anhelos; cuéntale tus luchas, tus dudas, tus alegrías».

San Ignacio de Loyola ─entre otros muchos santos que tratan el tema─ nos habla de la humildad en sus Ejercicios Espirituales (164─168). El santo dice que hay tres niveles de humildad que nos llevan hasta imitar a Cristo y configurarse más efectiva y auténticamente con Él. 

Eso es quizás lo que nos falta a muchos «aprendices de orantes» en nuestro tiempo. Nos hemos acomodado a fórmulas, a horarios que se cumplen con la asistencia a Misa o el rezo de devociones, tal vez hasta a una oración que a veces puede presumir nuestra pertenencia a Dios y no se transforma en un servicio o en una sonrisa que brotan de un rostro iluminado por Dios. A veces la oración se queda fría porque falta ese «cara a cara» y nos quedamos ante Dios viéndonos a nosotros mismos. Y si nos miramos solamente a nosotros mismos ─con nuestros límites y nuestros pecados─ pronto seremos presa de la tristeza, del desánimo o de la soberbia y vanidad. Pero si mantenemos nuestros ojos vueltos al Señor, entonces nuestros corazones se llenarán de esperanza, nuestras mentes, así como nuestros rostros ─se suele decir que la cara es el reflejo del alma─ y nuestras vidas, serán iluminados por la luz de la verdad, y llegaremos a conocer la plenitud del Evangelio con todas sus promesas y su plenitud de vida. El Evangelio nos recuerda «la necesidad de orar siempre sin desanimarse» (Lc 18,1).

Quién ha adquirido el tesoro (Mt 13,44) o la perla fina (Mt 13,45-46) debe sentirse tan feliz, que inmediatamente se botará esa alegría en el rostro, porque ese tesoro y esa perla es Jesús y a él se le conoce en la oración. «Jesús ─dice Benedicto XVI─ es el verdadero y único tesoro que nosotros tenemos para dar a la humanidad. De él sienten profunda nostalgia los hombres y las mujeres de nuestro tiempo, incluso cuando parecen ignorarlo o rechazarlo. De él tienen gran necesidad la sociedad en que vivimos, Europa y todo el mundo» (Benedicto XVI, Gruta de Lourdes de los Jardines Vaticanos, 31 de mayo de 2010).

María Santísima, mujer de rostro resplandeciente, es una fiel maestra de oración. Ella captó fielmente los planes de Dios porque en oración se había dejado iluminar el rostro. Sabía, porque en oración profundizaba en las profecías de la Sagrada Escritura, que el Mesías tenía que venir para salvar a los hombres. Ella, desde pequeña, había encontrado el tesoro escondido y la perla preciosa, por eso de jovencita tomó la decisión de consagrar su vida a Dios para dedicarse por completo a Dios. La misión de María estaba en el pensamiento de Dios desde siempre, desde toda la eternidad. El la escogió sabiendo que sería una mujer de oración. Él también nos ha elegido a nosotros y quiere iluminarnos el rostro para ser «luz del mundo» que irradie el gozo de vivir para Él dándolo a los demás (Mt 5,14).

Alfredo Delgado, M.C.I.U

«Elegir lo mejor»... el discernimiento en la vida diaria


San Ignacio de Loyola, en sus Ejercicios Espirituales, de los números 169 al 189, para terminar lo que él llama «La Segunda Semana», coloca un tratado sobre la elección. «La única razón ─dice el santo de Loyola─ que ha de movernos para tomar o dejar cualquier cosa, en calidad de medio, es nuestro deber de glorificar a Dios nuestro Señor participando personalmente en la historia de la salvación.

El capítulo 40 del libro del Éxodo, que habla de la construcción del Templo, en el versículo 16 en donde se inicia el relato, el escrito sagrado anota: «En aquellos días, Moisés hizo todo lo que el Señor le había ordenado». Basta ver esto para darse cuenta de que Moisés era un hombre que sabía elegir, para luego actuar con alegría. Moisés construyó el santuario, colocó pedestales y tableros, puso travesaños y levantó columnas; desplegó la tiendo y un toldo. «Todo como el Señor le había ordenado». Después Moisés colocó las tablas de la alianza en el arca, puso debajo los travesaños y la cubrió con el propiciatorio. Luego llevó el arca al santuario y colgó un velo para ocultarla… «todo, como el Señor le había ordenado». Enseguida, y solo después de que Moisés hace «todo lo que el Señor le había ordenado», es cuando se dan los diversos signos de la presencia de Dios en medio de su pueblo. La visita de Dios se da cuando el elegido (en este caso Moisés) ha sabido elegir hacer lo que Dios le ha ordenado (El relato completo se puede leer en Ex 40,16-38).

En el Evangelio de san Juan, en el pasaje en que se narra la muerte de Lázaro, aparece una mujer que se sabe también elegida por Dios, una mujer que corre al encuentro de Jesús mientras su hermana permanece en casa haciendo los preparativos para recibir al Maestro. Se trata de Marta, a quien en otro pasaje la contemplamos llena de trabajo haciendo los quehaceres de casa. En el relato evangélico Marta llama a María y le dice: «El Maestro está aquí y te llama». El evangelista dice que cuando María escuchó esto, se levantó y se fue hacia Él (Jn 11, 28).

Marta sabía que lo mejor, en aquel momento de dolor, por la muerte de su hermano, era ir a Jesús, el Amigo: «Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora estoy segura de que Dios te concederá cuanto le pidas». Es ella quien tiene la dicha de escuchar aquellas palabras: «Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque haya muerto vivirá».

Jesús quiere que le quede claro a Marta que la mejor elección es amarle y seguirle, porque él es el Señor de la vida. Pero Marta no capta del todo la idea, porque le faltaba aún la claridad de la que habla san Ignacio, para saber elegir lo mejor. Ella misma, en aquella otra ocasión en la que Jesús llega de visita, no había sido capaz de dejar el quehacer para estar con él. Le faltó, en aquella vez, la presteza de María que supo elegir lo mejor y dejó todo para estar con Él a sus pies (Lucas 10,38). Ahora Marta ha aprendido un poco más ─como todos nosotros que día a día vamos aprendiendo a seguir a Jesús más de cerca─ y ha corrido a buscarlo.

La vida nos enseña que hay tiempo para todo, pero hay que aprender a elegir lo mejor. La Escritura nos enseña que hay que verificar cuál es la voluntad de Dios y saber elegir «lo que es bueno, aceptable y perfecto» (Rm 12,2). Por eso la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento, hablando de este tema, decía que lo mejor es unir a Marta y a María y fundirlas en un «Sí» que se le dé al Señor. Marta, que eligió ir corriendo a Jesús y María, que eligió estar con él a sus pies.

Es que oración y acción se exigen mutuamente para poder hacer una buena elección, porque siempre estará al asecho el peligro de no saber elegir. El querer convertir todo en acción o el quedar quedarse siempre en la antesala de la acción excusándose en la contemplación. La vida debe ser en todo momento ─porque en todo momento estamos eligiendo─ contemplación y acción, acción y contemplación.

A cada momento de nuestra existencia y en cada etapa de nuestro paso por esta vida, Jesús nos va trazando el camino a elegir, que será siempre ser, como él, alimentarse de oración para ser pan partido que se da a los hermanos. Elegir sin él se convierte en una carga muy pesada y difícil de llevar. Le necesitamos, porque con él, siempre se sabe qué hacer y se escoge lo mejor. Como decía otra gran santa y doctora de la Iglesia, Teresa de Ávila: «Con tan buen amigo presente… todo resulta fácil». Es ayuda y esfuerzo, nunca falta, es amigo verdadero (Camino de Perfección 22,6). Por eso, como ella, como la beata María Inés, como san Ignacio de Loyola, los santos, los hombres y mujeres de Dios, no dejaban la Comunión ni la Adoración frecuente. La Eucaristía es la luz que nos lleva a la vida eterna, «es el faro que nos guía» decía la beata María Inés.

En la época que nos ha tocado vivir, es fácil dejarse engañar por pensamientos que no son los de Cristo, porque es más fácil y placentero pensar en lo que nos gusta. «¡Qué fácil es hacer de nuestra voluntad, la voluntad de Dios!» decía santa Teresa. Sin saber elegir no se puede entender ni la humildad, ni el sacrificio, ni el servici

Todos conocemos ese dicho popular que dice «¿A dónde va Vicente?...» Si fuéramos más a la Sagrada Escritura, sabríamos siempre elegir lo mejor. No nos cansemos de pedir a María Santísima ─especialista en buenas elecciones─ que nos ayude a elegir lo mejor. Ella supo hacerse la «sierva del Señor» eligiendo hacer su voluntad (Lc 1,38). Si sabemos elegir lo mejor, podemos vivir más intensamente nuestra vida de cada día con las elecciones que a cada momento tenemos que hacer.

Alfredo Delgado Rangel, M.C.I.U.

martes, 23 de mayo de 2017

Una jaculatoria al Sagrado Corazón...


¡Jesús manso y humilde de corazón, haz mi corazón semejante al tuyo!
(Indulgencia parcial cada vez que se diga y una indulgencia plenaria al mes si se recita todos los días).

viernes, 19 de mayo de 2017

«La juventud ante Jesús Eucaristía»... Hora Santa 31 (para orar por y con los jóvenes)


Canto Inicial:


«Soy yo, Señor»

Soy yo; Señor, quien contigo quiere hablar.
Soy yo, Señor, quien contigo quiere hablar.


En mi alma hay un enjambre, hay rumores mil
Hay un rojo surtidor.
Es preciso más silencio si pretendo oír
El murmullo de tu voz.

Tú me buscas, Tú me llamas, mendigando vas
Mi alegría y mi dolor
Y mi nombre está en tus labios pues quieres contar
Con mi colaboración. 


Yo quisiera agradecerte haber pensado en mí
Sin cansarte y con afán.
Es muy grato serte útil y poder servir,
en un hueco de tu plan.


Se hace la exposición del Santísimo como de costumbre si es que no está ya expuesto.

Ministro:  Adoremos y demos gracias en cada instante y momento
Todos: al Santísimo Sacramento.

Padre Nuestro.
Ave María.
Gloria.

Se hace ahora la siguiente jaculatoria y se repite tres veces:

Ministro: ¡Dios mío, yo creo, adoro, espero y te amo! 
Todos: ¡Te pido perdón por los que no creen, no adoran, no esperan y no te aman!

Ofrecimiento de la Hora Santa.

Jesús Eucaristía, Dios cercano a nosotros en esta Cuestodia bendita. Hemos venido a rendirte adoración y, como siempre, te queremos pedir muchas cosas, pero lo primero que te queremos pedir, es que envíes desde el cielo tu Luz y tu Amor para todos los jóvenes, para que todos te conozcan y Te amen aquí en la tierra, y después para siempre, en la eternidad.

Hacemos un espacio de silencio, por fuera y por dentro, y en estos primros momentos de nuestra Hora Santa, queremos hablarte con el corazón, reconociendo que estamos delante del Gran Rey y Dios, Jesús Eucaristía. Recibe, Señor, el cariño y la adoración de todos los que estamos aquí, especialmente de los jóvenes que te reconocen vivo y presente, Dios de vida eterna, Dios de inmensa bondad.

Oremos: Señor, ante tu presencia amorosa, los jóvenes y en general todos los hombres y mujeres de fe, aquí reunidos, te pedimos bendigas nuestra juventud. Ayuda a todos los jóvenes a ser siempre nuevos. Asiste con la fuerza de tu Espíritu a todos los jóvenes para que reestrenen la vida recibida de ti y por ti la hagan siempre buena.  Da a todos los jóvenes, un recto pensar y un actuar acorde.

Abre los ojos, los oídos y el corazón de cada joven para que todos vivan en paz, con la conciencia limpia de mancha, aceptando las penas y los sinsabores de la vida. Dales fortaleza para seguir transformando nuestro mundo, dales una vida nueva cargada de amor y amistad. Concede a todos los jóvenes ser tus amigos y hacerte muchos amigos más.

Da tu amor y tu gracia que ayude a todo joven a sembrar cosas nuevas, pero dales también el consuelo de cosechar el futuro y gozar lo sembrado. Da a toda gente joven el ser feliz con lo que son y tienen, sin dejar nunca de ser mejores que el día de ayer.

Déjalos, Jesús Eucaristía, sentirse tus hermanos y amigos. Dales Señor, el sentirse por ti y en ti, siempre llamados a vivir contentos su destino y su juventud, sabiendo que al final del caminar te encontrarán, como todos nosotros a ti,  con los brazos abiertos para recibirnos. Amén

Momentos de silencio para meditar.

Canto de meditación:

«Hoy en oración»

Hoy en oración,
quiero preguntar, Señor,
quiero escuchar tu voz,
tus palabras con tu amor.
Ser como eres Tú,
servidor de los demás,
dime ¿cómo?, ¿en qué lugar?,
te hago falta más.

Dime Señor, en qué te puedo servir,
déjame conocer tu voluntad.
Dime Señor, en Ti yo quiero vivir,
quiero de Ti aprender: saber amar.

Hoy quiero seguir,
tus caminos junto al mar,
tus palabras, tu verdad,
ser imagen de Ti.
Ser como eres Tú,
servidor de los demás,
dime ¿cómo?, ¿en qué lugar?,
te hago falta más.

Dime Señor...

Ministro: Puestos en pie escuchemos ahora la lectura de la Palabra del Señor:
(Si está presente un sacerdote o diácono, a él corresponde hacer esta lectura)

Lector: Del santo Evangelio según san Mateo 19, 16-22

«En aquel tiempo, se acercó uno a Jesús y le preguntó: Maestro, ¿qué tengo que hacer de bueno para obtener la vida eterna? Jesús le contestó: ¿Por qué me preguntas qué es bueno? Uno solo es Bueno. Mira, si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos. Él le preguntó: ¿Cuáles? Jesús le contestó: "No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre, y ama al prójimo como a ti mismo". El muchacho le dijo: Todo eso lo he cumplido. ¿Qué me falta? Jesús le contestó: Si quieres llegar hasta el final, vende lo que tienes, da el dinero a los pobres –así tendrás un tesoro en el cielo– y luego ven y sígueme. Al oír esto, el joven se fue triste, porque era rico. Palabra del Señor.

Momentos de silencio para meditar.

Ministro: Dirijamos ahora nuestra oración a Jesucristo, Camino, Verdad y Vida, que sigue buscando hoy corazones juveniles que quieran seguirlo de cerca como discípulos y misioneros para llegar al corazón de nuestra sociedad.

Digamos después de cada súplica:  
JESUCRISTO, CAMINO, VERDAD Y VIDA, ATIENDE A NUESTRA SÚPLICA.

LECTOR 1: En la vida hay tantas cosas que nos entristecen. Vivir es un enfrentase continuamente a aquello que causa pena, dolor y sufrimiento. Ayuda a todos los jóvenes que sufren para que descubran que la alegría y la juventud sólo pueden venir de ti.
JESUCRISTO, CAMINO, VERDAD Y VIDA, ATIENDE A NUESTRA SÚPLICA.

LECTOR 2: Algunos jóvenes luchan y vencen, otros se dejan llevar por la tristeza y viven sumidos en la oscuridad, están enfermos del alma. Ayuda a todos aquellos adolescentes y jóvenes que pasan por momentos de depresión haciéndoles ver que tú eres quien los puede levantar.
JESUCRISTO, CAMINO, VERDAD Y VIDA, ATIENDE A NUESTRA SÚPLICA.

LECTOR 1: Muchos jóvenes buscan la alegría desesperadamente en fuentes falsas que sólo producen tristeza, placer embotellado bajo prestigiosas etiquetas y vacío que nada llena. Ayuda a los jóvenes que han caído en el vicio del alcoholismo y la drogadicción dándoles tú el auténtico vino de la esperanza y el elixir de tu amor y comprensión.
JESUCRISTO, CAMINO, VERDAD Y VIDA, ATIENDE A NUESTRA SÚPLICA.

LECTOR 2: Hay jóvenes que no se han dado cuenta de que el llenarse de cosas materiales no remedia la soledad. Ayuda a los jóvenes que han sido esclavizados por el materialismo para que no busquen sustituir con cachivaches la compañía humana y el consuelo que solo tú puedes brindar.
JESUCRISTO, CAMINO, VERDAD Y VIDA, ATIENDE A NUESTRA SÚPLICA.

LECTOR 1: En nuestra sociedad, se ven jóvenes tristes y decaídos. Abre los ojos de esos muchachos para que se den cuenta de que la alegría es un estado, una actitud de vida permanente y responsable que viene de ti y no se pierde ante las adversidades, sino que nos ayuda a superarlas.
JESUCRISTO, CAMINO, VERDAD Y VIDA, ATIENDE A NUESTRA SÚPLICA.

LECTOR: En medio del mundo que va tan de prisa, hay jóvenes que, entre esas carreras sufren la ausencia de paz. Ayúdales a recobrar la paz que has sembrado en sus almas, para que recobren la inocencia que muchos adultos lamentamos han perdido y que se llama paz interior.
JESUCRISTO, CAMINO, VERDAD Y VIDA, ATIENDE A NUESTRA SÚPLICA.

Ministro: Jesús Eucaristía, concede a los jóvenes la valentía necesaria para que se acerquen al sacramento de reconciliación y que hagan el propósito firme de no volver a faltar nunca jamás. Acrecienta en ellos el gozo que brinda tu presencia Eucarística para que, viviendo esa alegría siempre, testimonien y afirmen que únicamente tú, Dios de bondad y misericordia, haces al hombre feliz.

Canto para antes de la bendición:

«Cristo te necesita para amar»

Cristo te necesita para amar, para amar.
Cristo te necesita para amar.

NO TE IMPORTE LA RAZA NI EL COLOR DE LA PIEL.
AMA A TODOS COMO HERMANOS Y HAZ EL BIEN.

Al que sufre y al triste, dale amor, dale amor,
al humilde y al pobre, dale amor.

Al que vive a tu lado, dale amor, dale amor,
al que vive a tu lado, dale amor.

Al que habla otra lengua, dale amor, dale amor,
al que piensa distinto, dale amor.

Al amigo de siempre, dale amor, dale amor,
y al que no te saluda, dale amor.

Ministro: Nos diste, Señor, el pan del cielo
Todos: Que contiene en sí todas las delicias

Ministro: Oremos. Oh Dios, que bajo este admirable sacramento nos has dejado el memorial de tu pasión, concédenos, venerar de tal modo los sagrados misterios de tu Cuerpo y de tu Sangre, que experimentemos constantemente en nosotros los frutos de tu redención. Te lo pedimos a Ti que vives y reinas. Por los siglos de los siglos. Amén.

En este momento si está presente el sacerdote o el diácono, da la bendición con el Santísimo Sacramento.

Letanías de desagravio a Jesús Sacramentado:

BENDITO SEA DIOS, bendito sea su santo nombre, BENDITO SEA JESUCRISTO VERDADERO DIOS Y VERDADERO HOMBRE, bendito sea el santo nombre de Jesús, BENDITO SEA SU SACRATÍSIMO CORAZÓN, bendita sea su preciosísima sangre, BENDITO SEA JESUCRISTO EN EL SANTÍSIMO SACRAMENTO DEL ALTAR, bendito sea el Espíritu Santo consolador, BENDITA SEA LA GRAN MADRE DE DIOS MARIA SANTISIMA, bendita sea su santa e inmaculada concepción, BENDITA SEA SU GLORIOSA ASUNCION, bendito sea el nombre de María Virgen y Madre, BENDITO SEA SAN JOSE SU CASTÍSIMO ESPOSO, bendito sea Dios en sus ángeles y en sus santos.

Oración final:

Señor, te damos gracias por la juventud, el más grande de los regalos. Tu palabra sigue viva en muchos hombres y mujeres jóvenes. Queremos jóvenes que se comprometan a fondo con el hombre, hasta arriesgar su vida y su dinero; que amen con algo más que con palabras, al hombre solo, triste y abatido. Señor, haznos a todos jóvenes de tu Reino ante los descreídos poderosos y arrogantes; jóvenes de la civilización del amor, en las calles de nuestros pueblos, en la tiendas, en las fábricas, sobre el asfalto de nuestras ciudades, en las playas y los montes. Jóvenes que lleven la justicia y paz a todos; en fin, Señor, que llevemos el amor más que con palabras, con obras. Amén.

Canto final:

«Vaso Nuevo»

Gracias quiero darte, por amarme;
gracias quiero darte yo a Ti, Señor.
Hoy soy feliz porque te conocí.
Gracias por amarme a mi también.

Yo quiero ser, Señor amado.
Como el barro en manos del alfarero.
Toma mi vida, hazla de nuevo. Yo quiero ser un vaso nuevo.
Toma mi vida, hazla de nuevo. Yo quiero ser un vaso nuevo.

Te conocí y te ame; 
te pedí perdón y me escuchaste.
Si te ofendí, perdóname, Señor. 
Pues te amo y nunca te olvidaré.

Yo quiero ser, Señor amado…

algdr 2017

«EL REINO DE DIOS»... Una realidad que empieza a vivirse aquí en la tierra

Nuestro Señor Jesucristo vino a establecer su reino predicando constantemente sobre el Reino de Dios, el Reino de los Cielos, con palabras, parábolas, imágenes, milagros y con su mismo testimonio de vida. Al mismo tiempo que nuestro Señor Jesucristo predicó, quiso asdemás hacer de ese reino una organización visible, esta organización visible es la Iglesia (cf. Mt. 16, 18; 18, 17).

Aún cuando se trate de un misterio interior, el Reino de Dios no puede reducirse solamente a este solo aspecto. El término «Reino» está primordialmente relacionado con el misterio de la vivencia de nuestra fe, así como el término «Iglesia» subraya más bien una institución visible y organizada.

Este reino consiste en la nueva y eterna alianza entre Dios y los hombres, esta alianza fue realizada por Cristo, se trata de un misterio de perdón, de comunión íntima, siendo ésta un don gratuito de Dios a los hombres; es un misterio de acogida y de opción libre que se realiza en nuestro señor Jesucristo.

La realización de este reino es una cosa progresiva, desde el momento en que el Señor apareció el reino se hace presente ya en medio de nosotros en su persona, es decir, en la persona de Cristo (Cf. Lc, 17-21). Como nos decía en clase el padre José Antonio Muguerza cuando yo era seminarista, hace algunos ayeres y un antier... El Reino de Dios «es un ya... pero todavía no». O sea, un «ya», en el sentido de que en el momento en que Cristo lo instaura, deja de ser una promesa; y un «todavía no» porque es a la vez una realidad del mundo futuro, un hecho que no está totalmente realizado. El creador de este reino es Dios mismo. La predicación que Cristo hace acerca de este reino es una preparación para recibirlo en plenitud.

Desde la resurrección de Cristo, el Reino de Dios se ha empezado a establecer. El Reino de los Cielos lucha cada día para derrotar al príncipe de este mundo e ir estableciendo un adelanto del cielo en la tierra gracias a la Iglesia. Si somos fieles a Cristo y a la Iglesia, la victoria será nuestra: «Si sufrimos con Él, reinaremos también con Él» (2 Tim. 2,12). 

En el Evangelio, las parábolas del reino en el capítulo 13 del evangelio de san Mateo, expresan un crecimiento en el Reino, se aplican exclusivamente al Reino de Cristo en la Iglesia, preparando el Reino escatológico de Dios. Vale la pena leerlas y meditarlas: La Parábola del Sembrador (Mt 13, 3-9, 18-23). La Parábola del Trigo y la Cizaña (Mt 13,24-30, 36-43). La Parábola de la Semilla de Mostaza (Mt 13,31-3). La Parábola de la Levadura (Mt 13,33). La Parábola del Tesoro Escondido (Mt 13,44). La Parábola de la Perla de Gran Precio (Mt 13,45-46). La Parábola de la Red (Mt 13,47-50).

El Reino de Dios en el «ya pero todavía no», es la alegría, la intrepidez y el entusiasmo que el Reino ha suscitado en grandes hombres y mujeres de Iglesia (Santos, beatos y venerables) que hicieron a un lado lo que el mundo les prometía a manos llenas, cuando se encontraron con Cristo y entraron a formar parte de su reino. San Francisco, por ejemplo, regaló todo lo que pudo y no rehusó dejar la casa paterna, para entregarse a la dama pobreza, y ser el hombre más libre del mundo. Santa Teresa de Calcuta no dudó en entregar su vida entera a atender y a consolar a los más pobres entre los pobres, para llevarlos a todos al cielo. La beata María Inés Teresa decía que su única recompensa era ese «Oportet Illum Regnare» (1 Cor 15,25) que dejó como lema de su familia misionera: «Urge que Él Reine». Es necesario que el Reino llegue al corazón de cada hombre. Sólo entonces podremos decir que ya ha llegado en toda su plenitud.

El Papa Francisco ha dicho: «Nosotros sabemos que la historia tiene un centro: Jesucristo, encarnado, muerto y resucitado; que está vivo entre nosotros y que tiene una finalidad: el Reino de Dios, Reino de paz, de justicia, de libertad en el amor. Y tiene una fuerza que la mueve hacia aquel fin: es la fuerza del Espíritu Santo. Todos nosotros tenemos el Espíritu Santo que hemos recibido en el bautismo. Y él nos empuja a ir hacia adelante en el camino de la vida cristiana, en el camino de la historia, hacia el Reino de Dios. Este Espíritu es la potencia del amor que ha fecundado el seno de la Virgen María; y es el mismo que anima los proyectos y las obras de todos los constructores de paz. Donde hay un hombre y una mujer constructor de paz, es exactamente el Espíritu Santo quien ayuda y lo empuja a hacer la paz» (S.S. Francisco, 1 de enero de 2014).

Empecemos a establecer el Reino de Dios en nuestro corazón y en nuestra casa. Que cada día Dios sea lo más importante en nuestras vidas, en nuestro ser y quehacer. Buscquemos que el Reino de Dios viva en nuestro corazón de discípulos–misioneros, a través de la oración y la entrega a los demás para que todos conozcan y amen al Señor.

Pidámosle a María, la Reina del Cielo, que sea nuestra guía, nuestra senda de llegada al Reino. Que ella toque con tu suave mirada la dureza de tantos corazones fríos, que ella llene de esperanza los días de oscuridad de este mundo y permita que el mundo vea en nosotros sus hijos el reflejo del fruto de su vientre, que es Jesús que está vivo y resucitado entre nosotros y sigue estableciendo su Reino en el «ya... pero todavía no».

Alfredo Delgado, M.C.I.U.

La Iglesia es una, santa, católica y apostólica... Fundamento bíblico


LA IGLESIA ES UNA (Hch. 2, 42):

San Lucas, refiriéndose a la primera comunidad cristiana dice: «acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la convivencia, a la fracción del pan y a la oración». La Iglesia tiene una unidad de fe, una unidad de régimen, una unidad de culto y una unidad de caridad respectivamente.
LA IGLESIA ES SANTA (Hch. 9, 13a):

San Lucas pone también en boca de Ananías refiriéndose a Judas. Dice: «Señor, he oído a muchos hablar de ese hombre y de los muchos males que ha causado a tus santos». Santos son los que están consagrados al servicio del santo y por eso la Iglesia es santa. Este título, que originalmente pertenecía al pueblo de Israel, pasa a los cristianos y llega a ser una de sus denominaciones ordinarias en el Nuevo Testamento.
LA IGLESIA ES CATÓLICA (Hch. 1, 8b):

Nuestro señor Jesucristo, antes de la ascensión, manda a sus apóstoles que lo acompañaban que permanezcan en aquel sitio hasta la llegada del Espíritu Santo: la fuerza que los hará capaces de lanzarse valientemente a conquistar el mundo. Dice: «serán mis testigos en Jerusalén, , en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra».

LA IGLESIA ES APOSTÓLICA (Hch. 4,31):

La Iglesia es apostólica, por el hecho de estar cimentada sobre el cimiento de los apóstoles, que se ponen al servicio de ella: «acabada su oración, retembló el lugar donde estaban reunidos y todos quedaron llenos del Espíritu Santo y predicaban la palabra de Dios con valentía».

Consagración de la familia a Dios por la Virgen de Fátima*...


Salve Reina, Bienaventurada Virgen de Fátima,
Señora del Corazón Inmaculado,
refugio y camino que conduce a Dios.

Peregrinos en este mundo de la Luz que procede de tus manos,
damos gracias a Dios Padre que, 
siempre y en todo lugar,
interviene en la historia del hombre.
Peregrinos de la paz que Tú anuncias en Fátima y en este lugar
alabamos a Cristo nuestra paz
y le imploramos para todas las familias y el mundo entero
la concordia, el respeto y la unidad.
Peregrinos de la esperanza que el Espíritu anima,
nos presentamos ante ti como profetas y mensajeros
para lavar los pies a todos,
en torno a la misma mesa que nos une.

¡Salve oh clemente, salve oh piadosa!
Salve reina del rosario de Fátima,
salve, oh dulce virgen María.

Salve, Madre de misericordia, Señora de la blanca túnica.
Desde este hogar, en memoria de tus apariciones de Fátima,
donde hace cien años manifestaste a todo el mundo
los designios de la misericordia de nuestro Dios,
miramos tu túnica de blanca luz y tenemos presentes
a todos aquellos que, vestidos con la blancura bautismal,
quieren vivir en Dios y recitan los misterios de Cristo
para obtener la paz.

¡Salve oh clemente, salve oh piadosa!
Salve reina del rosario de Fátima,
salve, oh dulce virgen María.

Salve vida y dulzura, salve esperanza nuestra,
oh Virgen Peregrina, oh reina universal.
Desde lo profundo de tu ser, desde tu Inmaculado Corazón,
mira nuestras penas y alegrías
de todas las familias que peregrinamos hacia la Patria Celeste.
Desde lo más profundo de tu ser,
desde tu Inmaculado Corazón,
mira los dolores de todas aquellas familias
que gimen y lloran es esta valle de lágrimas.
Desde lo más profundo de tu ser,
desde tu Inmaculado Corazón,
adorna nuestro hogar 
con el fulgor de las joyas de tu corona
y haznos peregrinos como Tú fuiste peregrina.
Con tu sonrisa virginal, acrecienta la alegría
en nuestra Iglesia doméstica.
Con tu mirada de dulzura,
fortalece la esperanza en nuestro hogar.
Con tus manos orantes que elevas al Señor,
únenos como familia con toda la familia de la humanidad.

¡Salve oh clemente, salve oh piadosa!
Salve reina del rosario de Fátima,
salve, oh dulce virgen María.

Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen María,
reina del rosario de Fátima.
Haz que sigamos el ejemplo de los santos Francisco y Jacinta,
y de todos los que se entregan al anuncio del Evangelio.
Recorreremos así todas las rutas 
de nuestro diario vivir en familia,
derribaremos todos los muros y superaremos todas las fronteras 
que impiden la comunicación en el diario vivir,
yendo, con nuestro testimonio familiar 
a las periferias, para revelar allí el amor, la justicia y la paz de Dios.
Haremos de nuestra familia, con la alegría del Evangelio,
la Iglesia doméstica vestida de blanco,
de un candor blanqueado en la sangre del Cordero
derramada hoy también en todas las guerras 
que destruyen el mundo en que vivimos.
Y así seremos, como Tú,
imagen de la columna refulgente que ilumina 
los caminos del mundo,
manifestando a todos, como familia, que Dios existe,
que Dios está, que Dios habita en medio de su pueblo,
ayer, hoy y toda la eternidad.

¡Salve oh clemente, salve oh piadosa!
Salve reina del rosario de Fátima,
salve, oh dulce virgen María.

Salve Madre del Señor, Virgen María,
Reina del Rosario de Fátima.
Bendita entre todas las mujeres,
eres la imagen de la Iglesia vestida de luz pascual,
eres el orgullo de nuestro pueblo,
eres el triunfo frente a los ataques del mal.
Profecía del amor misericordioso del Padre,
Maestra del anuncio de la Buena Noticia del Hijo,
signo del fuego ardiente del Espíritu Santo,
ven a enseñarnos, en una pentecostés doméstica en nuestro hogar,
las verdades eternas que el Padre revela a los pequeños.
Muéstranos la fuerza de tu manto protector.
En tu Corazón Inmaculado, se el refugio de los pecadores
y el camino que conduce a Dios.
Cada uno de los miembros de nuestra familia,
unidos a todas las familias del mundo entero,
en la fe, la esperanza y el amor,
nos entregamos a Ti.
Unidos en nuestras familia 
y unidos a toda nuestra familia en la fe,
nos consagramos a Dios.
Oh Virgen del Rosario de Fátima,
concede a cada miembro de nuestra familia,
que al final de nuestra vida terrena,
nos veamos envueltos
por la luz que nos viene de tus manos
y demos mucha gloria a Dios,
por los siglos de los siglos. Amén

*Basada en la adaptación que Mons. Pedro Agustín Rivera Díaz hizo de la consagración que el Papa Francisco hizo en Fátima en su viaje de 2017.

domingo, 14 de mayo de 2017

Novena de la confianza al Sagrado Corazón de Jesús...



Oración para cada día:

Bienaventurados todos los que en Ti confían. ¡Oh Jesús!, a tu Divino Corazón confío (tal alma, tal intención, tal pena...). Mírale, después has lo que tu Corazón disponga. ¡Oh Jesús!, yo cuento contigo, yo me fío de Ti, yo me entrego a Ti, yo pongo mi seguridad en Ti.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Se repite nueve veces la jaculatoria y oración siguiente:

¡Sagrado Corazón de Jesús, en Ti confío!

Oh dulce Jesús, que has dicho: «Si quieres agradarme, confía en Mi; si quieres agradarme más, confía más; si quieres agradarme inmensamente, confía inmensamente» ayuda a mi confianza. Yo confío inmensamente en Ti. En Ti, Señor, espero, no sea yo confundido eternamente. Amén.

(300 días de indulgencia por cada día de la novena; indulgencia plenaria al rezar la novena completa, para todos los que, confesados y habiendo recibido la Sagrada Comunión, visiten una Iglesia y rueguen por las intenciones del Santo Padre. Indulgencia concedida por la Sagrada Penitenciaría Apostólica el 9/05/1923).

sábado, 13 de mayo de 2017

A los 100 años de las apariciones de Nuestra Señora de Fátima...


Hoy, 13 de mayo de 2017, se cumplen 100 años de la primera aparición de Nuestra Señoraq de Fátima a los pastorcitos Francisco, Jacinta y Lucía. Hoy también, en una solemne ceremonia en la que se conmemora este magno acontecimiento, el Papa Francisco canonizó dos de estos niños: Francisco y Jacinta Marto.

San Francisco Marto nació el 11 de junio de 1908 y murió de Neumonía el 4 de abril de 1919, menos de dos años después de la aparición y cuando aún no había cumplido los 11 años. Durante las apariciones del Angel y de la Santísima Virgen, lo presenció todo pero, a diferencia de sus otras dos compañeras, no le fue permitido escuchar las palabras que fueron pronunciadas. En el transcurso de la primera aparición, Lucía preguntó a la Virgen si Francisco iría al Cielo, Nuestra Señora le dijo que sí, pero que tendría que recitar muchos Rosarios. Sabiendo que pronto sería llamado al cielo, Francisco pasaba largos ratos en la Iglesia, para hacerle compañía al Jesús escondido (refiriéndose al Sagrario).

Santa Jacinta Marto nació el 11 de marzo de 1910 y murió el 20 de febrero de 1920 también de Neumonía cuando estaba próxima a cumplir 10 años. Los dos dedicaron su corta vida al sacrificio y preocupación por los pecadores. Ella fue la menor de los videntes, pues durante las apariciones tenía solamente 7 años de vida. Ella vio y escuchó todo, pero no le habló al Angel ni a la Madre de Dios. Inteligente y muy sensible, Jacinta quedó profundamente impresionada cuando escuchó a la Santísima Virgen declarar que Jesús estaba muy ofendido por el pecado. Después de haber tenido la visión del infierno, Jacinta decidió ofrecerse completamente a la salvación de las almas.

Lucía dos Santos, más conocida años después como Sor Lucía, nació  el 22 de marzo de 1907 y murió muchos años después que sus primos, el 13 de febrero de 2005. Fue la mayor de los tres videntes y desde joven ingresó a la Orden de las Carmelitas Descalzas donde permaneció hasta su muerte tomando el nombre de Sor María Lucía del Inmaculado Corazón. Nuestra Señora le dijo que Ella pronto se llevaría al Cielo a Francisco y a Jacinta y le informó que ella debería permanecer sola en la tierra, para propagar la devoción al Inmaculado Corazón María. La Virgen la reconfortó y le dijo: «Mi Corazón Inmaculado será tu refugio y el camino que te guiará a Dios. Lucía murió en olor de santidad. Actualmente es Sierva de Dios, pues su proceso de canonización está en curso. 


Entre el 13 de mayo y el 13 de octubre de 1917, a Jacinta, Francisco y Lucía, les fue concedido el privilegio de ver a la Virgen María en el Cova de Iría. A partir de esta experiencia sobrenatural, los tres se vieron cada vez más llenos y motivados por el amor a Dios y a las almas, de manera que llegaron a tener una sola aspiración: rezar y sufrir de acuerdo con la petición de la Santísima Virgen María. Si fue extraordinaria la medida de la benevolencia divina para con ellos, extraordinario fue también la manera como estos tres cristianos quisieron corresponder a la gracia divina.

Durante las apariciones, soportaron con espíritu inalterable y con admirable fortaleza calumnias, malas interpretaciones, injurias, persecuciones y algunos días de prisión. Incluso fueron amenazados de muerte por las autoridades de gobierno si no declaraban falsas las apariciones. San Francisco se mantuvo firme por no traicionar a la Virgen, infundiendo este valor a su prima y a su hermana. Cada vez que los amenazaban ellos respondían: «Si nos matan no importa; vamos al cielo.» Por su parte, cuando a santa Jacinta se la llevaban supuestamente para matarla, con espíritu de mártir, les indicó a sus compañeros: «No se preocupen, no les diré nada; prefiero morir antes que eso.»

Francisco, Jacinta y su prima Lucía, aseguraron haber visto seis veces a la Virgen María, desde el 13 de mayo y hasta el 13 de octubre de 1917. La única aparición que no fue un día 13 fue la del 19 de agosto del mismo año, cuando los niños fueron retenidos por el alcalde de Vila Nova de Ourém para obligarlos a retractarse de sus versiones sobre la Virgen y a que le revelaran los secretos.

Francisco y Jacinta Marto son los santos más jóvenes en 2000 años del catolicismo. El papa Francisco pronunció la fórmula ritual de canonización durante la ceremonia oficiada delante de la Basílica de Nuestra Señora de Fátima este sábado: «Tras haber largamente reflejado, invocado varias veces el auxilio divino y escuchado el parecer de nuestros hermanos en el episcopado, declaramos y definimos como santos a los beatos Francisco y Jacinta Marto, los inscribimos en el Libro de los Santos y establecemos que en toda la Iglesia ellos sean devotamente honrados entre los santos.»

A continuación les comparto el texto completo de la homilía del Papa Francisco el día de hoy en Fátima:

«Un gran signo apareció en el cielo: una mujer vestida del sol», dice el vidente de Patmos en el Apocalipsis (12,1), señalando además que ella estaba a punto de dar a luz a un hijo. Después, en el Evangelio, hemos escuchado cómo Jesús le dice al discípulo: «Ahí tienes a tu madre» (Jn 19,27).

Tenemos una Madre, una «Señora muy bella», comentaban entre ellos los videntes de Fátima mientras regresaban a casa, en aquel bendito 13 de mayo de hace cien años. Y, por la noche, Jacinta no pudo contenerse y reveló el secreto a su madre: «Hoy he visto a la Virgen». Habían visto a la Madre del cielo. En la estela de luz que seguían con sus ojos, se posaron los ojos de muchos, pero… estos no la vieron. La Virgen Madre no vino aquí para que nosotros la viéramos: para esto tendremos toda la eternidad, a condición de que vayamos al cielo, por supuesto. Pero ella, previendo y advirtiéndonos sobre el peligro del infierno al que nos lleva una vida a menudo propuesta e impuesta, sin Dios, y que profana a Dios en sus criaturas, vino a recordarnos la Luz de Dios que mora en nosotros y nos cubre, porque, como hemos escuchado en la primera lectura, «fue arrebatado su hijo junto a Dios» (Ap 12,5). Y, según las palabras de Lucía, los tres privilegiados se encontraban dentro de la Luz de Dios que la Virgen irradiaba. Ella los rodeaba con el manto de Luz que Dios le había dado. Según el creer y el sentir de muchos peregrinos —por no decir de todos—, Fátima es sobre todo este manto de Luz que nos cubre, tanto aquí como en cualquier otra parte de la tierra, cuando nos refugiamos bajo la protección de la Virgen Madre para pedirle, como enseña la Salve Regina, «muéstranos a Jesús».

Queridos Peregrinos, tenemos una Madre. Aferrándonos a ella como hijos, vivamos de la esperanza que se apoya en Jesús, porque, como hemos escuchado en la segunda lectura, «los que reciben a raudales el don gratuito de la justificación reinarán en la vida gracias a uno solo, Jesucristo» (Rm 5,17). Cuando Jesús subió al cielo, llevó junto al Padre celeste a la humanidad, nuestra humanidad, que había asumido en el seno de la Virgen Madre, y que nunca dejará.

Como un ancla, fijemos nuestra esperanza en esa humanidad colocada en el cielo a la derecha del Padre (cf. Ef 2,6). Que esta esperanza sea el impulso de nuestra vida. Una esperanza que nos sostenga siempre, hasta el último suspiro.

Con esta esperanza, nos hemos reunido aquí para dar gracias por las innumerables bendiciones que el Cielo ha derramado en estos cien años, y que han transcurrido bajo el manto de Luz que la Virgen, desde este Portugal rico en esperanza, ha extendido hasta los cuatro ángulos de la tierra. Como un ejemplo para nosotros, tenemos ante los ojos a san Francisco Marto y a santa Jacinta, a quienes la Virgen María introdujo en el mar inmenso de la Luz de Dios, para que lo adoraran. De ahí recibían ellos la fuerza para superar las  contrariedades y los sufrimientos. La presencia divina se fue haciendo cada vez más constante en sus vidas, como se manifiesta claramente en la insistente oración por los pecadores y en el deseo permanente de estar junto a «Jesús oculto» en el Sagrario.

En sus Memorias (III, n.6), Sor Lucía da la palabra a Jacinta, que había recibido una visión: «¿No ves muchas carreteras, muchos caminos y campos llenos de gente que lloran de hambre por no tener nada para comer? ¿Y el Santo Padre en una iglesia, rezando delante del Inmaculado Corazón de María? ¿Y tanta gente rezando con él?» Gracias por haberme acompañado. No podía dejar de venir aquí para venerar a la Virgen Madre, y para confiarle a sus hijos e hijas. Bajo su manto, no se pierden; de sus brazos vendrá la esperanza y la paz que necesitan y que yo suplico para todos mis hermanos en el bautismo y en la humanidad, en particular para los enfermos y los discapacitados, los encarcelados y los desocupados, los pobres y los abandonados. Queridos hermanos: pidamos a Dios, con la esperanza de que nos escuchen los hombres, y dirijámonos a los hombres, con la certeza de que Dios nos ayuda.

En efecto, él nos ha creado como una esperanza para los demás, una esperanza real y realizable en el estado de vida de cada uno. Al «pedir» y «exigir» de cada uno de nosotros el cumplimiento de los compromisos del propio estado (Carta de sor Lucía, 28 de febrero de 1943), el cielo activa aquí una auténtica y precisa movilización general contra esa indiferencia que nos enfría el corazón y agrava nuestra miopía. No queremos ser una esperanza abortada. La vida sólo puede sobrevivir gracias a la generosidad de otra vida. «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto» (Jn 12,24): lo ha dicho y lo ha hecho el Señor, que siempre nos precede. Cuando pasamos por alguna cruz, él ya ha pasado antes. De este modo, no subimos a la cruz para encontrar a Jesús, sino que ha sido él el que se ha humillado y ha bajado hasta la cruz para encontrarnos a nosotros y, en nosotros, vencer las tinieblas del mal y llevarnos a la luz.

Que, con la protección de María, seamos en el mundo centinelas que sepan contemplar el verdadero rostro de Jesús Salvador, que brilla en la Pascua, y descubramos de nuevo el rostro joven y hermoso de la Iglesia, que resplandece cuando es misionera, acogedora, libre, fiel, pobre de medios y rica de amor.


Finalmente, dejo l oración para pedir la Beatificación de la Sierva de Dios Sor Lucía

Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, os adoro profundamente y os agradezco las apariciones de la Santísima Virgen en Fátima para manifestar al mundo las riquezas de su Corazón Inmaculado. Por los méritos infinitos del Santísimo Corazón de Jesús y del Corazón Inmaculado de María, os pido que, si es para vuestra mayor gloria y bien de nuestras almas, os dignéis glorificar ante la Santa Iglesia a la Hermana Lucía, pastorcita de Fátima, concediéndonos, por su intercesión, la gracia que os pedimos. 

Amén.

Padre Nuestro. Ave María. Gloria.


Alfredo Delgado Rangel, M.C.I.U.

jueves, 4 de mayo de 2017

Una invitación constante... Reflexionar sobre el materialismo y las cosas de arriba

Una situación frecuente que se da en nuestro mundo, tan materializado, es la rivalidad causada entre familiares por los pleitos en las herencias… ¡aún hasta entre las familias más unidas! La codicia es Algo que va acabando con toda relación humana y va arruinando la vida, puesto que la va llevando a una situación sin más horizonte que el tener y acumular más y más. Qué sabias las palabras del libro del Eclesiastés (Capítulos 1 y 2) entre las que están estas: «Hay quien se agota trabajando y pone en ello todo su talento, su ciencia y su habilidad, y tiene que dejárselo todo a otro que no trabajó. Esto es una vana ilusión y una gran desventura».

En nuestra sociedad de consumo, todo se reduce a una invitación contante a poseer más… Todos necesitamos siempre más cosas, más bienestar, más confort y en última instancia, más dinero, porque cada día arriban al mercado nuevos productos que se nos van presentando como «necesarios»: La mujer feliz compra champú X, el hombre actual se viste en Y lugar, el niño que quiere ser inteligente pide una computadora de tal marca, el matrimonio ideal compra casa en el fraccionamiento Z… y así entre X, Y y Z, la publicidad va afectando nuestro esquema de valores más fundamentales buscando la manera de manipular la felicidad.

¡Qué cosa! La calidad de una persona está caracterizada y condicionada por su dinero… ¡Eres una persona feliz si tienes dinero o aparentas tenerlo —por la cuestión de los créditos— o si puedes gastar!

Hay personas que pasan todo el año de mal humor trabajando para pagar las vacaciones del año pasado, porque hay que ir al lugar que está de moda y por lo tanto ha costado un dineral, pero esto los hace sentirse más importantes ante amigos y vecinos. Parece que el nivel económico es la señal de la dignidad o la motivación profunda por la que merece el respeto de los demás.

De esta manera, vamos poco a poco convirtiendo nuestra vida en una pura ansiedad; casi en la amargura de vivir para poder ganar más y más dinero. El consumo va acabando con la fe cristiana. El hombre consumista de nuestra era, considera que no necesita esperar nada de Dios porque ya se procura todo por sí mismo. La herencia de la creación se sigue repartiendo injustamente porque el hombre es quien administra a sus anchas y una tercera parte de la humanidad se ha quedado con todo. ¡Qué tal si escuchamos a Jesús! Qué tal si dejamos que nos repita aquellas palabras del Evangelio: «Eviten toda clase de avaricia, porque la vida del hombre no depende de la abundancia de los bienes que posea».

La parábola del rico insensato, que está en el evangelio de san Lucas (Lc 12,13-21), utiliza una expresión fuerte: «¡Insensato! Esta misma noche vas a morir. ¿Para quién serán todos tus bienes?» Esta parábola es de una gran actualidad y nunca pasará de moda. Nuestro mundo actual se divide entre pobres y ricos y el 1% más rico, dispone de tantos recursos como el 99% restante. Desde el año 2008 la desigualdad en el mundo ha crecido de manera alarmante y se palpa en todas las naciones, incluidas aquellas del primer mundo, un empobrecimiento acelerado de las capas más pobres, convirtiendo a los ricos más ricos en una especie de sacerdotes del dios dinero. Jesús ya veía una economía de este tipo cuando expulsaba a los mercaderes del templo (Mt 21,12-17) y advertía que no se podía servir a Dios y al dinero (Mt 6,24). El Documento de Puebla, ya en 1979, preveía esta situación afirmando que hay «ricos cada vez más ricos a costa de pobres cada vez más pobres...»

Jesús hoy sigue hablando, y su invitación sigue siendo constante también. Es una invitación a todos a compartir los bienes recibidos, a no acumular. Y la Iglesia, como madre y maestra nos invita, a través del Apóstol de las Gentes a buscar las cosas de arriba (Col 3,1.2) y a descubrir en dónde está la verdadera riqueza del ser humano.

Si Jesús llegara y a cada uno nos dijera: «¡Esta misma noche vas a morir!»… ¿Qué haríamos? ¿Qué hemos hecho con el don de la vida? ¿En qué ponemos nuestros afanes? Muchos tienen las ilusiones de su vida solamente en lo material, en cosas que se acaban o que se pueden acumular y acumular… ¿Qué es lo que busco? ¿Cuáles son mis sueños? ¿Cuáles son mis más auténticos anhelos?

Una persona que se deja atrapar por el primero yo, luego yo y después yo, no solamente se ha empobrecido ante Dios sino ante sí mismo, pues vive a la defensiva para que nadie le arrebate su «yo» que representa todo lo material que tiene. El que se enriquece en su egoísmo planifica su vida en un solo sentido: come, bebe, date a la buena vida… De esta manera no hay cabida en su mundo para afanarse por construir el reino de Dios, ya tiene sus “diositos” que son el poder, el tener y el placer… No hay lugar para el reino, no hay lugar para los hermanos.

El seguimiento de Cristo ha sido radical siempre. Ya san Pablo le decía a la gente de su tiempo: «No sigan engañándose unos a otros: despójense del modo de actuar del viejo yo y revístanse del nuevo yo, el que se va renovando conforme va adquiriendo el conocimiento de Dios, que lo creó a su propia imagen» (Col 3,9.10). El que se encierra en sí mismo, el que pone su empeño en las riquezas de este mundo no puede vivir en el reino de Dios. Cualquier día, en cualquier momento, seremos convocados a dar cuenta de nuestras vidas, y cada uno es responsable de sí mismo, pero también lo es de los demás.

La herencia del Padre es para todos, tenemos que dejarnos convertir. Nuestra vida de cristianos tiene que ser una vida dinámica, una vida que sin quitar la vista de los hermanos y con los pies bien puestos en la tierra, se dispare necesariamente hacia arriba al haber terminado nuestro andar por este mundo, porque los tesoros sepultados junto a los faraones son solamente para el estudio de la arqueología para ayudarnos a descubrir y valorar la historia de nuestro mundo y además una interesante curiosidad turística.

María Santísima, nuestra Señora de los Ángeles, nos ayudará a llegar a lo alto, ella vela por cada uno de sus hijos y, rodeada de la corte celestial, nos tiene preparado un lugar en su regazo, pero allí, cabemos todos, porque ella, sin atesorar nada para ella misma, sí tiene espacio para todos y quiere que seamos ricos en obras, en caridad, en amor, para que Cristo sea todo en todos (1 Cor 15,28).

Alfredo Delgado Rangel, M.C.I.U.

lunes, 1 de mayo de 2017

ORACIÓN A LA DIVINA PROVIDENCIA*...


Santísima Trinidad o Divina Providencia
concédeme tu clemencia por tu infinita bondad.

Arrodillado a tus plantas,
a Tí de toda caridad portento,
te pido para los míos, casa, vestido y sustento.

Concédeles la salud,
llévalos por buen camino,
que sea siempre la virtud la que los guíe en su destino.
Tú eres toda mi esperanza,
Tú eres el consuelo mío.

En Tí creo, en Tí espero, en Tí confío.
Tu Divina Providencia se extiende en cada momento,
para que nunca nos falte, casa, vestido y sustento,
ni los santos sacramentos 
en el último momento.
Amén.

*Oración con aprobación eclesiástica.