jueves, 4 de mayo de 2017

Una invitación constante... Reflexionar sobre el materialismo y las cosas de arriba

Una situación frecuente que se da en nuestro mundo, tan materializado, es la rivalidad causada entre familiares por los pleitos en las herencias… ¡aún hasta entre las familias más unidas! La codicia es Algo que va acabando con toda relación humana y va arruinando la vida, puesto que la va llevando a una situación sin más horizonte que el tener y acumular más y más. Qué sabias las palabras del libro del Eclesiastés (Capítulos 1 y 2) entre las que están estas: «Hay quien se agota trabajando y pone en ello todo su talento, su ciencia y su habilidad, y tiene que dejárselo todo a otro que no trabajó. Esto es una vana ilusión y una gran desventura».

En nuestra sociedad de consumo, todo se reduce a una invitación contante a poseer más… Todos necesitamos siempre más cosas, más bienestar, más confort y en última instancia, más dinero, porque cada día arriban al mercado nuevos productos que se nos van presentando como «necesarios»: La mujer feliz compra champú X, el hombre actual se viste en Y lugar, el niño que quiere ser inteligente pide una computadora de tal marca, el matrimonio ideal compra casa en el fraccionamiento Z… y así entre X, Y y Z, la publicidad va afectando nuestro esquema de valores más fundamentales buscando la manera de manipular la felicidad.

¡Qué cosa! La calidad de una persona está caracterizada y condicionada por su dinero… ¡Eres una persona feliz si tienes dinero o aparentas tenerlo —por la cuestión de los créditos— o si puedes gastar!

Hay personas que pasan todo el año de mal humor trabajando para pagar las vacaciones del año pasado, porque hay que ir al lugar que está de moda y por lo tanto ha costado un dineral, pero esto los hace sentirse más importantes ante amigos y vecinos. Parece que el nivel económico es la señal de la dignidad o la motivación profunda por la que merece el respeto de los demás.

De esta manera, vamos poco a poco convirtiendo nuestra vida en una pura ansiedad; casi en la amargura de vivir para poder ganar más y más dinero. El consumo va acabando con la fe cristiana. El hombre consumista de nuestra era, considera que no necesita esperar nada de Dios porque ya se procura todo por sí mismo. La herencia de la creación se sigue repartiendo injustamente porque el hombre es quien administra a sus anchas y una tercera parte de la humanidad se ha quedado con todo. ¡Qué tal si escuchamos a Jesús! Qué tal si dejamos que nos repita aquellas palabras del Evangelio: «Eviten toda clase de avaricia, porque la vida del hombre no depende de la abundancia de los bienes que posea».

La parábola del rico insensato, que está en el evangelio de san Lucas (Lc 12,13-21), utiliza una expresión fuerte: «¡Insensato! Esta misma noche vas a morir. ¿Para quién serán todos tus bienes?» Esta parábola es de una gran actualidad y nunca pasará de moda. Nuestro mundo actual se divide entre pobres y ricos y el 1% más rico, dispone de tantos recursos como el 99% restante. Desde el año 2008 la desigualdad en el mundo ha crecido de manera alarmante y se palpa en todas las naciones, incluidas aquellas del primer mundo, un empobrecimiento acelerado de las capas más pobres, convirtiendo a los ricos más ricos en una especie de sacerdotes del dios dinero. Jesús ya veía una economía de este tipo cuando expulsaba a los mercaderes del templo (Mt 21,12-17) y advertía que no se podía servir a Dios y al dinero (Mt 6,24). El Documento de Puebla, ya en 1979, preveía esta situación afirmando que hay «ricos cada vez más ricos a costa de pobres cada vez más pobres...»

Jesús hoy sigue hablando, y su invitación sigue siendo constante también. Es una invitación a todos a compartir los bienes recibidos, a no acumular. Y la Iglesia, como madre y maestra nos invita, a través del Apóstol de las Gentes a buscar las cosas de arriba (Col 3,1.2) y a descubrir en dónde está la verdadera riqueza del ser humano.

Si Jesús llegara y a cada uno nos dijera: «¡Esta misma noche vas a morir!»… ¿Qué haríamos? ¿Qué hemos hecho con el don de la vida? ¿En qué ponemos nuestros afanes? Muchos tienen las ilusiones de su vida solamente en lo material, en cosas que se acaban o que se pueden acumular y acumular… ¿Qué es lo que busco? ¿Cuáles son mis sueños? ¿Cuáles son mis más auténticos anhelos?

Una persona que se deja atrapar por el primero yo, luego yo y después yo, no solamente se ha empobrecido ante Dios sino ante sí mismo, pues vive a la defensiva para que nadie le arrebate su «yo» que representa todo lo material que tiene. El que se enriquece en su egoísmo planifica su vida en un solo sentido: come, bebe, date a la buena vida… De esta manera no hay cabida en su mundo para afanarse por construir el reino de Dios, ya tiene sus “diositos” que son el poder, el tener y el placer… No hay lugar para el reino, no hay lugar para los hermanos.

El seguimiento de Cristo ha sido radical siempre. Ya san Pablo le decía a la gente de su tiempo: «No sigan engañándose unos a otros: despójense del modo de actuar del viejo yo y revístanse del nuevo yo, el que se va renovando conforme va adquiriendo el conocimiento de Dios, que lo creó a su propia imagen» (Col 3,9.10). El que se encierra en sí mismo, el que pone su empeño en las riquezas de este mundo no puede vivir en el reino de Dios. Cualquier día, en cualquier momento, seremos convocados a dar cuenta de nuestras vidas, y cada uno es responsable de sí mismo, pero también lo es de los demás.

La herencia del Padre es para todos, tenemos que dejarnos convertir. Nuestra vida de cristianos tiene que ser una vida dinámica, una vida que sin quitar la vista de los hermanos y con los pies bien puestos en la tierra, se dispare necesariamente hacia arriba al haber terminado nuestro andar por este mundo, porque los tesoros sepultados junto a los faraones son solamente para el estudio de la arqueología para ayudarnos a descubrir y valorar la historia de nuestro mundo y además una interesante curiosidad turística.

María Santísima, nuestra Señora de los Ángeles, nos ayudará a llegar a lo alto, ella vela por cada uno de sus hijos y, rodeada de la corte celestial, nos tiene preparado un lugar en su regazo, pero allí, cabemos todos, porque ella, sin atesorar nada para ella misma, sí tiene espacio para todos y quiere que seamos ricos en obras, en caridad, en amor, para que Cristo sea todo en todos (1 Cor 15,28).

Alfredo Delgado Rangel, M.C.I.U.

1 comentario:

  1. Padre como podemmos obtener imágenes de Nuestra Madre, de su blog ...

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