Salve Reina, Bienaventurada Virgen de Fátima,
Señora del Corazón Inmaculado,
refugio y camino que conduce a Dios.
Peregrinos en este mundo de la Luz que procede de tus manos,
damos gracias a Dios Padre que,
siempre y en todo lugar,
interviene en la historia del hombre.
Peregrinos de la paz que Tú anuncias en Fátima y en este lugar
alabamos a Cristo nuestra paz
y le imploramos para todas las familias y el mundo entero
la concordia, el respeto y la unidad.
Peregrinos de la esperanza que el Espíritu anima,
nos presentamos ante ti como profetas y mensajeros
para lavar los pies a todos,
en torno a la misma mesa que nos une.
¡Salve oh clemente, salve oh piadosa!
Salve reina del rosario de Fátima,
salve, oh dulce virgen María.
Salve, Madre de misericordia, Señora de la blanca túnica.
Desde este hogar, en memoria de tus apariciones de Fátima,
donde hace cien años manifestaste a todo el mundo
los designios de la misericordia de nuestro Dios,
miramos tu túnica de blanca luz y tenemos presentes
a todos aquellos que, vestidos con la blancura bautismal,
quieren vivir en Dios y recitan los misterios de Cristo
para obtener la paz.
¡Salve oh clemente, salve oh piadosa!
Salve reina del rosario de Fátima,
salve, oh dulce virgen María.
Salve vida y dulzura, salve esperanza nuestra,
oh Virgen Peregrina, oh reina universal.
Desde lo profundo de tu ser, desde tu Inmaculado Corazón,
mira nuestras penas y alegrías
de todas las familias que peregrinamos hacia la Patria Celeste.
Desde lo más profundo de tu ser,
desde tu Inmaculado Corazón,
mira los dolores de todas aquellas familias
que gimen y lloran es esta valle de lágrimas.
Desde lo más profundo de tu ser,
desde tu Inmaculado Corazón,
adorna nuestro hogar
con el fulgor de las joyas de tu corona
y haznos peregrinos como Tú fuiste peregrina.
Con tu sonrisa virginal, acrecienta la alegría
en nuestra Iglesia doméstica.
Con tu mirada de dulzura,
fortalece la esperanza en nuestro hogar.
Con tus manos orantes que elevas al Señor,
únenos como familia con toda la familia de la humanidad.
¡Salve oh clemente, salve oh piadosa!
Salve reina del rosario de Fátima,
salve, oh dulce virgen María.
Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen María,
reina del rosario de Fátima.
Haz que sigamos el ejemplo de los santos Francisco y Jacinta,
y de todos los que se entregan al anuncio del Evangelio.
Recorreremos así todas las rutas
de nuestro diario vivir en familia,
derribaremos todos los muros y superaremos todas las fronteras
que impiden la comunicación en el diario vivir,
yendo, con nuestro testimonio familiar
a las periferias, para revelar allí el amor, la justicia y la paz de Dios.
Haremos de nuestra familia, con la alegría del Evangelio,
la Iglesia doméstica vestida de blanco,
de un candor blanqueado en la sangre del Cordero
derramada hoy también en todas las guerras
que destruyen el mundo en que vivimos.
Y así seremos, como Tú,
imagen de la columna refulgente que ilumina
los caminos del mundo,
manifestando a todos, como familia, que Dios existe,
que Dios está, que Dios habita en medio de su pueblo,
ayer, hoy y toda la eternidad.
¡Salve oh clemente, salve oh piadosa!
Salve reina del rosario de Fátima,
salve, oh dulce virgen María.
Salve Madre del Señor, Virgen María,
Reina del Rosario de Fátima.
Bendita entre todas las mujeres,
eres la imagen de la Iglesia vestida de luz pascual,
eres el orgullo de nuestro pueblo,
eres el triunfo frente a los ataques del mal.
Profecía del amor misericordioso del Padre,
Maestra del anuncio de la Buena Noticia del Hijo,
signo del fuego ardiente del Espíritu Santo,
ven a enseñarnos, en una pentecostés doméstica en nuestro hogar,
las verdades eternas que el Padre revela a los pequeños.
Muéstranos la fuerza de tu manto protector.
En tu Corazón Inmaculado, se el refugio de los pecadores
y el camino que conduce a Dios.
Cada uno de los miembros de nuestra familia,
unidos a todas las familias del mundo entero,
en la fe, la esperanza y el amor,
nos entregamos a Ti.
Unidos en nuestras familia
y unidos a toda nuestra familia en la fe,
nos consagramos a Dios.
Oh Virgen del Rosario de Fátima,
concede a cada miembro de nuestra familia,
que al final de nuestra vida terrena,
nos veamos envueltos
por la luz que nos viene de tus manos
y demos mucha gloria a Dios,
por los siglos de los siglos. Amén
*Basada en la adaptación que Mons. Pedro Agustín Rivera Díaz hizo de la consagración que el Papa Francisco hizo en Fátima en su viaje de 2017.
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