domingo, 30 de junio de 2019

«La parte que me ha tocado en herencia»... Un pequeño pensamiento para hoy


Siempre me ha gustado el salmo 15 [16] y en especial esta parte: «El Señor es la parte que me ha tocado en herencia: mi vida está en sus manos». Creo que no nos bastará toda la vida para la exploración de esta «parte que nos ha tocado en herencia». Con razón san Agustín dice: «mi corazón estará siempre inquieto hasta que no descanse en Dios». Se que es una herencia que exteriormente tal vez pueda parecer modesta y limitada, porque a veces no luce, pero ciertamente con esa herencia nos basta y sobra. Es suficiente. Con ella podemos cultivar las esperanzas y alegrías propias. Pero también las esperanzas y alegrías de los demás. Esta herencia, si la vemos bien, contiene nuestros afanes y también las penas, los sufrimientos y las angustias de tantos otros hermanos. En definitiva, estoy seguro que el autor del salmo responsorial de hoy, inspirado por el Señor no miente cuando exclama: «El Señor es la parte que me ha tocado en herencia: mi vida está en sus manos». 

Posiblemente nos ayude a comprender todo esto el fijarnos dónde sitúa Jesucristo su radicalidad, qué es lo que El exige como condición para seguirle (Lc 9,51-62). Y veremos que Jesucristo no exige que Pedro o Juan o Santiago o María Magdalena o Zaqueo, la Samaritana o cualquiera de quienes le siguen, se transformen en un momento en héroes o en seres perfectos, solo que le tengan por herencia. El Señor comprende nuestra miseria humana con sus cobardías, sus defectos, sus pecados, Pero lo que sí exige es que no se pongan condiciones para seguirle, que no se reserven nada y que no se pierda el tiempo buscando otras clases de herencias que son el Señor. Es decir, que confíen ilimitadamente en El, que estén dispuestos a dejarse transformar, que quieran seguirle más y más y que sepan que son pertenencia suya. El pago para tener esta «herencia» es exigente; no lo podemos negar; y si escondemos o suavizamos esa exigencia, traicionamos nuestra condición y rebajamos la cuestión. 

Las exigencias de Dios para alcanzar este beneficio que es Él mismo, hay que entenderlas más como un ruego o una súplica que como una obligación: ¡sigue siendo cristiano, no te desanimes, sigue en la lucha, que yo estoy contigo!; ¡sigue adelante, por favor... no te atores en las cosas del mundo! Me llama la atención que la oración colecta de este domingo clame al Señor «que no nos dejemos envolver por las tinieblas del error». ¡Qué error tan garrafal sería andar buscando otras herencias fuera del mismo Dios! Puestos, lugares especiales, cumplidos, alabanzas, protagonismos... Jesús conoce mejor que nadie los muchos enemigos que pueden asaltar al creyente en este camino para alcanzar la herencia; los valores que son del mundo pero no del Reino y contra los que tan difícil se hace remar: el dinero, la fama, la seguridad, el prestigio, la clase social... Pidamos este domingo a María Santísima que nos ayude, como Madre buena y cariñosa, a abrir los ojos y el corazón para recibir el regalo valiosísimo que nos ha tocado en herencia... Mirando fijamente la Hostia Consagrada, lo podemos captar. ¡Feliz tarde del domingo! 

Padre Alfredo. 

P.D. Seguimos en el hospital acompañando a don Alfredo, ofreciendo al Señor lo poquito de lo mucho que Él nos da.

sábado, 29 de junio de 2019

«San Pedro y San Pablo»... Un pequeño pensamiento para hoy


¿Cómo, apenas escribiendo a estas horas cuando ya estamos en las Vísperas del «Día del Señor»? No es una nueva modalidad, es una adaptación a la situación especial que estoy viviendo estos días y que le dan un sabor un poco diferente a mi vida y a mi ministerio con la situación de enfermedad por la que atraviesa mi padre y con él la familia y amigos cercanos, doctores y enfermeras, y, toda la gente que, alrededor del mundo ora por don Alfredo. Hoy al meditar en esta fiesta eclesial tan grande de «San Pedro y San Pablo», saltó inmediatamente a mi vista el fragmento del salmo responsorial que dice: «Confía en el Señor y saltarás de gusto, jamás te sentirás decepcionado» (Sal 33 [34]). 

Quien confiesa en medio de este mundo un poco selvático, a Jesús como centro y sostén de su vida, sabe que no puede ser un creyente que sólo se dedica a opinar, sino alguien que tiene que «confiar» en el Señor que lo ha llamado a formar parte de la Iglesia; sabe que no puede creer con tibieza, sino que está llamado a «arder« por un amor ardiente que arriesga el todo por el todo; sabe que en la vida no puede conformarse con «vivir a como vayan saliendo las cosas según los sentimientos van y vienen» y que no puede acomodarse en el bienestar que aparentemente los «ismos» ofrecen —materialismo, consumismo, hedonismo...—, sino que tiene que correr el riesgo de ir mar adentro, confiando en el Señor como lo hicieron los dos grandes apóstoles que hoy celebramos en la Iglesia, renovando cada día, como ellos, el don de sí mismo que construye, que edifica, que levanta la Iglesia. Todo el que confiesa que sigue a Jesús, ha de comportarse como Pedro y Pablo, que lo siguen hasta el final; no hasta un cierto punto, sino hasta el final, y lo siguen en su camino, en el espacio y tiempo que les ha tocado vivir. Su camino es el camino de la vida nueva, de la alegría y de la resurrección, el camino que pasa también por la cruz y la persecución. 

Pedro conoció al Señor «personalmente en persona» y confió en él, a Pablo se le apareció y confió en él. Pedro convivió con él en el diario andar de tres años en los que aprendió desde condición de hombre dudoso a confiar en él. Pablo, se convenció de que para él la vida era Cristo y la muerte una ganancia para estar siempre con él... dos maneras de confiar, dos formas diversas de depositar todo el ser y el quehacer en el Señor, dos caminos que, en la confianza en el Señor, llevan al mismo fin. Una de las definiciones de la fe es: «confiar en Dios». Hoy, viendo la figura de estos dos grandes santos, pilares de la Iglesia, ponemos nuestra confianza en la veracidad y en la bondad de Dios. La confianza de los hijos de Dios tiene su raíz en la fe que nace del amor a la voluntad divina. El mejor ejemplo de la confianza que debe privar en cualquiera de nosotros es indiscutiblemente, como seguramente lo fue para san pedro y San Pablo, María Santísima, que ella interceda hoy que es sábado, en este día solemne que aún no termina, para que aumentemos nuestra confianza en el Señor. 



Padre Alfredo. 



P.D. Mi padre está un poco mejor, pero seguimos en el hospital. ¡Gracias por sus oraciones y todo su apoyo!

viernes, 28 de junio de 2019

«Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío»... Un pequeño pensamiento para hoy

Escribo hasta estas horas de la tarde, sabía desde ayer que no podría ser de otra manera. Mi padre está en el hospital, lo internamos ayer de urgencia por una grave deshidratación, hice la noche con él voluntariamente y con un gusto enorme y que esta mañana tenía una de mis consultas médicas que no podía perder. Me imagino que la computadora —«ordenador», dicen en España— que me acompaña desde que vivía en California, tal vez se haya asustado, porque nadie la tocó hasta ahora. No tengo mucho tiempo para escribir, aunque he meditado desde esta mañana en la Solemnidad del día de hoy y he recibido innumerables mensajes en torno a la fiesta del Sagrado Corazón y a la enfermedad de papá, a quien, como dice la canción «La edad se le vino encima sin carnaval ni comparsa». Dentro de un rato debo ir a confesar y a celebrar la Misa de la Solemnidad a una Capilla que Dios me tiene preparada para conocer hoy, pues nunca he ido: «Santo Domingo de Guzmán» y estoy feliz de ir a dispensar misericordia a la gente que sabe que estaré por allí para celebrar la Eucaristía y ofrecer dos o más horas si se necesita, para confesar. ¡Qué hermosa fiesta la de hoy! Una celebración que deja libre la respuesta al ofrecimiento del amor de este Corazón Eucarístico de Jesús, porque a cada uno de nosotros corresponde responder de manera personal —para hacer comunidad— a este mensaje de parte de Dios, tal como él quiere proponérnoslo todavía hoy, según lo que estamos viviendo.

Si uno lee con detención, no solamente el pasaje de la oveja perdida, que es la perícopa evangélica de la fiesta de hoy (Lc 15, 3-7) sino todos los Santos Evangelios, descubre todo un mundo, un océano de amor de Jesús hacia todos. Él parece un imán que atrae a cuanto enfermo, necesitado, afligido, viudo, divorciado, descartado, pobre, niño, anciano, adulto, pobre, rico y olvidado, encuentra en su paso por la vida. Él mismo se dijo Médico que vino a sanar a los que estaban enfermos. El amor de Jesús a los hombres es, en su última esencia, amor a todos y así es como Él sabe curar. El prójimo para Él es aquel que yace en la miseria y el sufrimiento (cf. Lc 10, 29ss). La Buena Nueva que vino a predicar brota de su amante corazón, un corazón «con olor a oveja». EL salmo responsorial de la fiesta es el 22 [23], el del «Buen Pastor», un salmo que cada uno tiene derecho a leer con sus propios ojos y con su propio corazón, sin necesidad de intermediarios. Desde la mujer anciana que desgrana su rosario en el fondo de la iglesia esperando que empiece la Misa, hasta el teólogo que elabora una gran tesis; todos podemos repetir tranquilamente estas palabras: «El Señor es mi pastor, nada me falta». Todos los que nos sabemos discípulos–misioneros de Cristo entendemos muy bien el significado y la densidad de esta expresión. Todos estamos de acuerdo en reconocer al único pastor, al pastor de corazón amante, siempre preocupado de que no le falte nada a nadie.

Sí, hoy he pensado mucho en el corazón del pastor, en el Sagrado Corazón del Buen Pastor que nos ha reconciliado con la trivialidad del mundo en donde milita todo este rebaño de discípulos–misioneros que busca amar al estilo del Corazón de Jesús. Con esta consciencia de saberse amados, las deficiencias de los demás —como las propias— ya no serán causa de escándalo, porque aún cargando con la propia miseria, sabemos a dónde mirar y nos damos cuenta de que «nada me falta». Dice la beata María Inés: «Desde el abismo de tu nada, desde la profundidad de tu miseria, te levantarás lleno de confianza, hasta el Corazón de Dios» (La Lira del Corazón). Cuando se ha descubierto el Corazón del pastor, no se tienen ganas ya de ir a otro lado: «aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú estás conmigo. Tu vara y tu cayado me dan seguridad». ¡Qué bendición vivir así! Con razón la jaculatoria reza: «¡Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío!». Que el Señor nos ayude a caminar así, bajo la mirada amorosa de ese «Amante Corazón» nacido del inmaculado corazón de María. ¡Bendecida tarde de este viernes, solemnidad del Sagrado Corazón»!

Padre Alfredo.

P.D. Tal vez mañana suceda igual y el pensamiento no llegue a primera, ni a segunda hora del día, sino más tarde aún.

jueves, 27 de junio de 2019

«Sobre roca firme»... Un pequeño pensamiento para hoy


El salmista, en el fragmento del salmo 105 [106] que hoy tenemos como salmo responsorial, hace una pregunta: «¿Quién podrá contar las hazañas del Señor y alabarlo como él merece?». La pregunta que hace el salmista con el «¿Quién?», es una forma hebraica de hacer una aseveración: «Nadie puede proclamar… o expresar por completo» (cf. Ex 15,11) sino sólo Dios. El salmista, inspirado por Dios, sabe que todo aquel que confía en el Señor y establece las bases de su vida en él, tiene la puerta abierta para pedir la ayuda de Dios que es el único que nos puede ayudar a edificar una vida firme, llena de principios que puedan verdaderamente transformar nuestro mundo y cambiar positivamente la realidad que nos rodea. Si leemos este salmo completo, con sus 48 versículos, vamos a ver increíblemente lo mucho que nos parecemos al pueblo de Israel: salieron de la esclavitud de Egipto, Dios los liberó, Dios les demostró no solo lo bueno que es, sino también la misericordia que tenía hacia ellos, pero en cambio su respuesta no fue muy buena, todo lo contrario, fue de queja, echaron de menos la esclavitud egipcia, los latigazos, los malos tratos, solo porque aparentemente estar tras la esclavitud les traía seguridad de comida y hogar. Dios es bueno y su misericordia para con nosotros es para siempre. Sabemos que si nuestra vida la edificamos en él, en sus mandamientos, en su Palabra, en su presencia eucarística en Cristo, haremos de nuestra vida una alabanza y estaremos firmes ante los embates de este mundo. 

Hoy esta partecita del salmo 105 [106] junto con el Evangelio, nos invitan a edificar nuestras vidas sobre la Palabra de Dios, edificándola de esta manera, sobre roca. Sólo Dios puede darle sentido a lo que vamos construyendo en nuestro breve paso por este mundo edificando nuestras vidas sobre Dios es construir algo en verdad, sólido (cf. Mt 7, 21-29). Bien dice el apóstol Santiago: «Pongan en práctica la Palabra, y no se contenten sólo con oírla.» (Sant. 1,22). Las teorías más bellas, los slogans facilitos de memorizar, los brillantes principios que se quedan en palabras sueltas... ¡no construyen nada que sea sólido! Hay que tener valor para emprender, para comprometerse, para obrar. La vida no se puede construir con palabrerías, no debe haber divorcio entre las palabras y los hechos. Ante Dios no hay lugar para engaños. Él ve y pondera las cosas a la perfección. Valen voluntad cumplida y no palabras engañosas, amor y entrega verdaderos y no presunción de que somos elegidos. Estamos llamados a construir la propia historia con solidez de piedras vivas y no fantaseando con ilusiones. Dios es el Camino, la Verdad y la Vida (Jn 14,6). 

Vivimos en una época en la que la palabra —hablada o escrita— tiene más protagonismo que nunca. La palabra tiene alas, vuela por las ondas y se difunde por todas partes llegando hasta los lugares más insospechados, pero sabemos que lo único que Dios quiere de nosotros, es que se cumpla su voluntad, porque de esta manera se alcanzará el gozo y la verdadera felicidad. Y eso se hace, no a través de palabras y palabras, sino a través de las cosas más sencillas y cotidianas de cada día, como las que Jesús les enseñó a sus discípulos. Así, estamos llamados a construir nuestras vidas sobre palabras sólidas, como las de la Escritura, palabras que son capaces de transformar la sociedad, y no palabras para convertirse en el centro de atención y ser alabados por todos. Nuestra vida y nuestra fe de discípulos–misioneros de Cristo, tienen un gran valor cuando están unidas firmemente a la voluntad de Dios. Entonces se convierten en un faro de luz —como la misma Palabra de Dios—, en roca indestructible que puede guiar a nuestros hermanos al amor y conocimiento de Dios, como lo hace María, como lo hacen los santos y beatos, que han escuchado la Palabra de Dios y la han puesto en práctica. ¡Bendecido miércoles! 

Padre Alfredo.

miércoles, 26 de junio de 2019

«En busca de la felicidad»... Un pequeño pensamiento para hoy

Había una vez un burrito que nunca estaba contento. En pleno invierno le obligaban a permanecer en el establo y a comer paja seca e insípida. Sólo pensaba en que llegara la primavera para poder comer la hierba fresca que crecía en el prado. Por fin llegó la esperada primavera y el burrito pudo disfrutar de la hierba, ya que su dueño comenzó a segarla y recolectarla para alimentar a sus animales. Pero había un problema, el burrito era el encargado de cargar toda la hierba en su lomo, por lo que pronto se hartó de trabajar y sólo quería que llegase el verano. Llegó el verano y lejos de mejorar su suerte, el burrito estaba aún más cansado ya que le tocó cargar con las mieses y los frutos de la cosecha hasta casa, sudando terriblemente y abrasando su piel con el sol. De tal manera que contaba los días para la llegada del otoño, que esperaba que fuera más relajado. La llegada del otoño trajo mucho más trabajo para el Burrito, ya que en esta época del año, toca recolectar la uva y otros muchos frutos del huerto, que tuvo que cargar sin descanso hasta su hogar. Por eso cuando por fin llegó el invierno, el burrito descubrió que era la mejor estación del año, puesto que no debía trabajar y podía comer y dormir tanto como quisiera, sin que nadie le molestara. Y, recordando lo tonto que había sido, se dio cuenta de que para ser feliz, tan solo es necesario conformarse con lo que uno tiene. 

Leyendo el salmo responsorial de la liturgia de la Palabra del día de hoy que es una parte del salmo 104 [105], me llamó la atención el segundo párrafo que dice: «Del nombre del Señor enorgullézcanse y siéntase feliz el que lo busca. Recurran al Señor y a su poder, y a su presencia acudan» y por eso empecé mi reflexión con esta fábula del burrito que buscaba la felicidad. Hay personas que esperan toda la semana por el viernes, todos los años por el verano, y toda la vida por la felicidad, cuando ya la poseen. Ser feliz es el deseo más ferviente que el ser humano a perseguido siempre, todo mundo aspira a la felicidad, pero no es fácil lograrlo, el problema es que se cree que sólo obteniendo más de lo que este mundo nos ofrece, se alcanzará la felicidad. Pero no es así. A causa del pecado, la búsqueda de la felicidad fue alterada. Pasó de ser un estado fijo del alma, a un estado ocasional dejando por lo tanto un vacío de insatisfacción y tristeza. Sentirse feliz es algo que no debería faltar ni un instante pues fuimos creados para ser permanentemente felices. La Felicidad es un estado perenne en el alma del creyente que busca a Dios para ponerlo en el centro de su vida, por eso el salmista dice: «siéntase feliz el que lo busca». El hombre y la mujer de fe saben que la felicidad es un regalo divino de amor, gozo y paz que se ancla en el corazón y que no depende de las circunstancias adversas o favorables de la vida, sino de la fidelidad de quien le suministra la felicidad. Es una cualidad puramente espiritual que se obtiene, como no puede ser de otra manera, por vía espiritual. 

Solo cuando se tiene un encuentro personal con el Señor se es verdaderamente Feliz, ya que Él es la Felicidad misma. La felicidad cristiana brota de esta certeza. Dios está cerca, está con nosotros, cada día lo buscamos. En el mensaje para la jornada mundial de la juventud, del 2015, el Papa Francisco decía: «La búsqueda de la felicidad es algo común en todas las personas, de todos los tiempos y edades, porque ha sido Dios quien ha puesto en el corazón de todo hombre y mujer un deseo irreprimible de la felicidad, de la plenitud. Nuestros corazones están inquietos y en continua búsqueda de un bienestar que pueda saciar su sed de infinito». «La felicidad —dice el Papa en otra ocasión— no se trata de tener algo o de convertirse en alguien, no, la verdadera felicidad es estar con el Señor y vivir por amor" (Angelus, 1 de noviembre de 2017), porque «nacimos para no morir nunca más, nacimos para disfrutar: ¡La felicidad de Dios!» (Angelus, 1 de noviembre de 2018). Por eso me gustó la fábula del burrito, porque la felicidad está allí, donde dejamos que esté Dios —a quien constantemente buscamos— junto a nosotros, en medio del cansancio, en la rutina de cada día, en el llevar la cruz que nos ha tocado, en el gozo y el dolor, en el triunfo y el fracaso, en el arduo trabajo de cada día... Si buscamos a Dios somos felices y la vida se hace sencilla y da muchos frutos (cf. Mt 7,15-20) como dice el Evangelio de hoy. Que la Virgen María nos ayude a todos los cristianos, y a los hombres que buscan a Dios, a alcanzar la salvación y la felicidad que solo será plena, cuando lleguemos a contemplar a Dios cara a cara. ¡Bendecido miércoles! 

Padre Alfredo.

martes, 25 de junio de 2019

«¿Quién será grato a tus ojos, Señor?»... Un pequeño pensamiento para hoy

Uno de los salmos más pequeños de la Sagrada Escritura es el que hoy tenemos como salmo responsorial (14 [15]). Estamos ante un salmo pequeño en su texto, pero grande en su mensaje de respeto a la dignidad humana, a la fraternidad y a la solidaridad. Su mensaje es claro. Es un salmo que se hace grande por su invitación a vivir al estilo que Dios quiere en un mundo convulso por la confusión de valores, la violencia, los enfrentamientos y discriminaciones fratricidas. Un salmo de fe, esperanza y amor universal que invita al hombre a ser quien debe ser. Por una parte, el salmista se plantea la pregunta: «¿Quién será grato a tus ojos, Señor?» (v. 1). Por otra, enumera, inspirado por Dios, las cualidades requeridas ser grato al Señor. Las cualidades enumeradas son once y constituyen una síntesis ideal de los compromisos morales fundamentales recogidos en la ley bíblica (cf. vv. 2-5). 

En estos cuantos versículos, se siente vibrar el espíritu de los profetas, que con frecuencia invitan a conjugar fe y vida, oración y compromiso existencial, adoración y justicia social (cf. Is 1,10-20;33,14-16; Os 6,6; Mi 6,6-8; Jr 6,20). Estas palabras del salmista, hacen juego y encajan perfectamente con el mensaje del Evangelio de hoy (Mt 7,6.12-14) en donde el Señor nos dice: «¡qué estrecha es la puerta y qué angosto el camino que conduce a la vida, y qué pocos son los que lo encuentran!» Al decir que la puerta es «estrecha», Jesús quiere recordarnos que el camino de la vida es fatigoso y doloroso, porque implica ese «darse» constantemente a los demás. Más adelante, los discípulos comprenderán que es el camino de la cruz. Y al decir que «son pocos» los que entran por esta puerta estrecha, Jesús anuncia que su camino no es el del mundo, el del sentido común, el de la cultura dominante, el del despilfarro, el del descarte; sino siempre un camino en la oposición, un camino minoritario. Viendo las cualidades del hombre de Dios que el salmista nos presenta hoy y que son las que debe tener todo discípulo–misionero del Señor y adentrándonos en el Evangelio, tocamos uno de los misterios más angustiosos de la vida humana: ¿Son pocos los que se salvan? (Lc 13,23) ¿Quién se salva y quién no se salva? 

Creo que no se trata de hablar de lo que ocurrirá al final de los tiempos; es decir, de los que se salvan o se condenan. Tanto el salmo como el Evangelio de hoy nos invitan a ver lo que está ocurriendo en el tiempo presente: que el camino cómodo de la mediocridad, del pecado y de los vicios, es muy transitado. En cambio son pocos los que caminan directamente hacia Dios por el sendero angosto, el sendero de las bienaventuranzas (Mt 5,1ss). Hay que esforzarnos por encontrar el verdadero camino. No nos toca a nosotros dedicarnos a averiguar cuántos se salvan o no se salvan, quién se salva y quien no. A nosotros solamente nos incumbe encontrar la verdadera entrada que conduce a la vida. Así podemos ir al altar, y agradar a Dios en la Eucaristía, junto al sacrificio definitivo de Cristo, el nuestro: ese gesto que seguramente nos habrá costado, de tolerancia y generosidad. Él nos premiará, como hizo con Abraham (Gn 13,2.5-18). Cristo dijo que recibiremos «el ciento por uno», si hemos tenido que sacrificar algo de lo nuestro para seguirle como discípulos. Aparentemente, habremos perdido, porque otro se ha salido con la suya. Pero ante Dios somos más ricos. Que María Santísima nos ayude a caminar así, con la lógica de Dios y no con la lógica del mundo. ¡Bendecido martes! 

Padre Alfredo.

lunes, 24 de junio de 2019

«NATIVIDAD DE SAN JUAN BAUTISTA»... Un pequeño pensamiento para hoy


Hoy la Iglesia celebra la fiesta de el nacimiento de san Juan Bautista. En general, en la liturgia católica, se celebra la fiesta de los santos el día de su nacimiento a la vida eterna, que es el día de su muerte, hay algunas excepciones, como es el caso de la beata María Inés Teresa, cuya celebración no es el día de su muerte sino el día en que dio inicio a su gran obra misionera. En el caso de San Juan Bautista, se hace una excepción muy especial y se celebra el día que nació, y es, de esta manera, el único santo al cual se le celebra la fiesta el día de su nacimiento. San Juan Bautista, fue santificado en el vientre de su madre cuando la Virgen María, embarazada de Jesús, visita a su prima Isabel en Ain Karim, según nos narra el Evangelio. Esta fiesta, que se celebra desde antiguo, conmemora el nacimiento «terrenal» del Precursor. Y vaya que es digno de celebrarse el nacimiento del Precursor, ya que es motivo de mucha alegría, para todos los hombres, tener a quien viene delante, para anunciar y preparar la próxima llegada del Mesías, o sea, la llegada de Jesús. Así que esta fue una de las primeras fiestas religiosas y, en ella, la Iglesia nos invita a recordar y a aplicar el mensaje de Juan. El nacimiento de Juan fue fruto de la compasión manifestada por el Señor y fue motivo de felicitaciones y de alegría para todos. 

Dios siempre tiene algo que ver en el nacimiento de sus servidores y de todos nosotros, y, en ese niño recién nacido, había puestas muchas esperanzas. Por eso todos se preguntaban: «¿Qué llegará a ser este niño?» Beda el Venerable (c. 672 – 27 de mayo de 735) dice que «san Juan fue engendrado de padres justos, a fin de que pudiese dar a los pueblos preceptos de justicia con tanta más confianza cuanto que él no los había aprendido como nuevos, sino que los guardaba como recibidos de sus antepasados por derecho hereditario, de donde sigue: ·”Pues eran ambos justos delante de Dios”. (Hasta aquí he alcanzado a escribir el día de hoy y retomo esto a más de una hora de haber empezado, pues la presencia de un enfermito en casa nos cambia todos los planes y eso se nota quizá en estos últimos días en que mis reflexiones van de repente sin orden y concierto alguno, ¡mil perdones! Papá a veces necesita ayuda sin importar la hora y las ocupaciones). Quiero comentar un poco el salmo 70 [71] que hoy la liturgia nos regala para meditar en este día de fiesta. «Me enseñaste a alabarte desde niño y seguir alabándote es mi orgullo» (v. 6) dice el último párrafo de la parte del salmo que la Iglesia toma para el día de hoy. El motivo que dio origen a este salmo fue la entronización de un nuevo monarca. Israel, que experimentó con frecuencia a donde le llevaban los malos gobernantes, pide en este salmo que el nuevo rey esté adornado de las mejores cualidades: que sea justo, que cuide de los pobres, que tenga prestigio ante los reyes vecinos y triunfe en las batallas... 

Gracias a Juan el Bautista, nosotros hemos llegado a conocer al Rey definitivo, el que se sentó para siempre en el trono de David su padre y por eso, a la luz de la celebración del nacimiento del Bautista, contemplamos la gloria de Cristo y de su reino, y, por otra parte, pedimos que este mismo reino del Ungido de Dios —la Iglesia— tenga aquella prosperidad que Israel pedía para su pueblo y que en Juan Bautista se va manifestando. Juan nace para ser el Precursor, para irnos anunciando el regalo maravilloso que nos traerá Cristo al venir a traernos la salvación. Juan Bautista, desde la visita de María, que era portadora del Mesías en su vientre, «salta de contento». Cada vida es valiosa desde el seno materno y, como nos recuerda el profeta Jeremías en la primera lectura de hoy, «antes de formarnos en el seno materno, Dios ya nos tiene destinados para una misión muy especial, ser, como el mismo Jeremías y Juan el Bautista: “profetas”» (cf. Jer 1,4-10). Todos los que llamamos profetas en la Biblia, están marcados por muy diversas características: desde el tiempo que dedicaron a la actividad profética, el modo de entrar en contacto con Dios y el modo de transmitir el mensaje. Juan es el más grande de los profetas (cf. Mt 11,11-15; Lc 7,28) y es un ejemplo a seguir. Como él, nosotros también nacimos a este mundo para realizar una misión: ser precursores de Cristo y su Reino. ¡Bendecido lunes! 

Padre Alfredo. 

P.D. Felicidades a todos los Juanes y Juanitas en este día... ¡Tengo muchos amigos con este nombre, les mando una especial bendición!

domingo, 23 de junio de 2019

«De ti está sedienta mi alma»... Un pequeño pensamiento para hoy

Al leer el salmo 62 [63] que este domingo se nos presenta como salmo responsorial, uno puede preguntarse: ¿qué significa tener sed de Dios? Dice el salmista: «de ti está sedienta mi alma». Eso quiere decir que él quiere acercarse a Dios en oración de fe y adoración. La oración y la adoración son los medios provistos por el Señor para que podamos tener una íntima comunión con él. A Dios le buscamos porque vivimos en un mundo que no puede recibir la manifestación de la gloria de Dios en su esencia, un mundo que prácticamente lo ha sacado de la escena y ha puesto falsos dioses en su lugar, construyendo como una especie de barrera que a muchos los ha separado de Él. Por esto, algunos de los grandes escritores de espiritualidad, afirman en sus libros que el mundo es un desierto espiritual donde escasea la vida de Dios, a causa de su enemistad con Dios. 

Todos hemos sentido sed en nuestra boca —sobre todo quienes experimentamos días de más de 40 grados Celsius (unos 104 Fahrenheit)— y sabemos que esa sed manifiesta una necesidad de agua y nada más la puede saciar. De la misma manera el alma también experimenta una sed, sed por la presencia de Dios. Nadie más en esta vida, que el mismo Dios podrá saciar esa sed espiritual en nuestro interior, y aun así muchas veces se quiere saciar la sed con otras cosas. El enemigo es astuto, y engaña haciendo creer que no es sed de Dios lo que se se siente, sino una necesidad de adquirir posesiones, fama, o reconocimiento, entre otras cosas. Pero el que conoce a su Dios no será confundido jamás, y podrá decir como David, a quien se le atribuye este salmo: «todo mi ser te añora como el suelo reseco añora el agua». Al decir, «todo mi ser te añora», el escritor sagrado, inspirado por Dios, expresa que su necesidad abarca su interior y exterior. Todo su ser clama a Yahvé por las aguas refrescantes de su Espíritu. El refrigerio de la presencia de Dios en nuestras vidas, nos renueva y nos ayuda a seguir adelante, por eso cada ocho días —por lo menos— nos congregamos para celebrar la Eucaristía rogando al Señor que sacie nuestra sed. Es lamentable que hoy en día, la tierra seca y árida no sea el desierto de Judá —que ciertamente es impresionante, y eso que yo estuve allí solamente unas horas—, sino muchos corazones carentes de la gloria de Dios y del poder del Espíritu Santo porque no tienen tiempo para Dios. 

San Lucas, en el Evangelio de hoy, nos muestra a Jesús que ora al Padre saciando esa sed. Lucas es el único que nos habla de esta oración en presencia de sus discípulos. Una oración al Padre que es señal de su relación singular con él, en la que nadie puede inmiscuirse, pero de la que todos son beneficiados. Este evangelista muestra a Cristo en oración cada vez que va a tomar una decisión importante o va a comprometerse en una nueva etapa de su misión (cf. Lc 3, 21; 6, 12; 9, 29; 11, 1; 22, 31-39), como diciéndonos, en el contexto de la liturgia de este domingo, que Cristo, antes de saciar la sed de las multitudes, sacia su propio corazón, su alma, todo su ser, con el agua viva que fluye de la misericordia del Padre. Hoy más que nunca necesitamos ir a Dios para saciar nuestra sed. Nuestra fe cristiana crece y se robustece en la medida en que vamos saciando esa sed. Celebrar la Eucaristía «cargando la cruz de cada día», es saciar esa sed espiritual que se deja sentir. Pidámosle a María, en este domingo, que nuestro corazón esté dispuesto a recibir el Agua Viva que calma nuestra sed. ¡Bendecido domingo! 

Padre Alfredo.

sábado, 22 de junio de 2019

«Un día de fiesta por la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento»... Un pequeño pensamiento para hoy

Hoy celebramos en la Familia Inesiana, la fiesta de nuestra fundadora, la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento a quien tuve la dicha de conocer y a quien cada día conozco más a través de sus escritos. La providencia de Dios —en la que ella siempre confió y que nunca nos deja— se hace presente hoy siguiendo el ciclo de las lecturas de Misa y nos habla como de una manera especial señalando algunos de los rasgos de Madre Inés que calan hondamente en quienes, como ella, queremos que Dios sea conocido y amado por toda la humanidad. El salmo responsorial, el salmo 33 [34] indica: «Que amen al Señor todos sus fieles, pues nada faltará a los que lo aman... a quien busca al Señor nada le falta». Y el Evangelio (Mt 6,24-34) nos dice: «Busquen primero el Reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas se les darán por añadidura». Este es el camino por el que la beata María Inés Teresa anduvo siempre, viviendo una vida sencilla, desprendida de todo y confiada en la Providencia Divina, buscando que Dios fuera conocido y amado por todos. 

En uno de los escritos de Madre Inés se lee: «Cuando Él me atrajo sobre su pecho, cuando dijo a mi oído las dulces palabras de su amor, vi que había encontrado el único amor que podía saciarme, el único que podía hacerme feliz. No necesité más; se lo di por entero; por una providencia amorosa suya pude entregarle un corazón virgen, que jamás había pertenecido a criatura alguna; y se lo entregué con esa donación total, absoluta e irrevocable, como a mi único Dueño» (Escritos, Doc. 252, f. 506). Este es el estilo de vida de la beata María Inés, la confianza en la Providencia de Dios: «¡Que delicioso es vivir siempre abandonada a tu amor, confiando en tu divina Providencia!» (Sobre los Santos Evangelios). «Cuánto debemos confiar en esa providencia amorosísima que vela sobre sus hijos en todos sentidos» (Carta Colectiva desde Roma en marzo de 1971). La beata María Inés, al dejarlo todo para seguir a Cristo anhelando que fuera conocido y amado por todos, entendió perfectamente que lo único importante en esta vida es el «Reino de Dios y su Justicia»; y que «lo demás se nos dará por añadidura». Este es el camino que ella siguió toda su vida: el abandono a la Providencia con una fe confiada y audaz en la paternidad divina. Una fe pura y un total abandono en el Señor. Si nos esforzamos, como Madre Inés, en buscar ante todo el «Reino de Dios», todo lo demás que necesitamos para hacer que Cristo reine se nos dará por añadidura. Este mensaje de Jesús fue para Madre Inés una invitación a relativizar el valor absoluto de los bienes terrenos en comparación con el valor supremo de Dios y su reinado y a solidarizarse con los más necesitados con una inmensa generosidad. 

Con sencillez, la beata María Inés Teresa nos enseña, de esta manera, un camino que rodos podemos adoptar para llegar a Dios: el camino de la confianza en la Providencia Divina haciendo de la vida un himno donde reine el amor. Este es el camino de la infancia espiritual que compartió constantemente de la mano de quien llamaba su santita predilecta, santa Teresita del Niño Jesús, un camino de confianza en la Providencia de Dios. Desde el despertar de sus anhelos misioneros, en el convento de clausura, antes de salir a la fundación de su obra misionera escribe: «Sí Jesús mío, quiero que mi vida entera sea un himno. Que mis obras todas sean un himno de alabanza, de gratitud, de adoración a la Santísima Trinidad, de impetración y de súplica por pecadores y difuntos. Quiero transformarme en amor, quiero vivir de amor, quiero morir de amor, en un acto de suprema y perfecta contrición» (Ejercicios Espirituales de 1943). Celebremos con gozo esta fiesta de la Familia Inesiana y de todos aquellos que se sienten movidos por el testimonio de la beata María Inés y caminemos con su sencillez, de la mano de María para que todos conozcan y amen al Señor. Ese camino, ella nunca lo recorrió sola, siempre fue de la mano de María, como lo deja entrever en esto que transcribo de uno de sus escritos: «Cuento también con el amor maternal de María santísima de Guadalupe, a quien amo con todas las veras de mi alma y en quien confío, porque sé que es mi Madre buena y cariñosa y que sabrá arrojarme en los brazos misericordiosos de Dios» (Carta colectiva desde México, D.F., el 2 de marzo de 1967). ¡Bendecido sábado, día de fiesta para toda la Familia Inesiana! 

Padre Alfredo.

viernes, 21 de junio de 2019

«Pon tu confianza en el Señor»... Un pequeño pensamiento para hoy

Hoy inicio mi reflexión yéndome a la última estrofa del salmo responsorial (Sal 33 [34]) que la liturgia nos propone para este día y que dice: «Confía en el Señor y saltarás de gusto, jamás te sentirás decepcionado, porque el Señor escucha el clamor de los pobres y los libra de todas sus angustias». Una vez, visitando una parroquia en Roma, el Papa Francisco decía a los feligreses: «Está bien tener esta confianza humana entre nosotros. Pero nos olvidamos de la confianza en el Señor: ésta es la clave del éxito en la vida. ¡La confianza en el Señor, encomendémonos al Señor!» (Visita a la parroquia romana del Sagrado Corazón de Jesús el 19 de enero de 2014). Pero ese es el gran drama de nuestro tiempo: el hombre no tiene confianza en Dios, y entonces, en vez de abandonarse en las manos de su Padre del Cielo, busca por todos los medios arreglárselas con sus propias fuerzas, haciéndose así terriblemente desgraciado. Y esta es la gran victoria del padre de la mentira de nuestro gran acusador: «¡Conseguir poner en el corazón de un hijo de Dios la desconfianza hacia su Padre!». 

De acuerdo a la definición del diccionario, la confianza es la «Esperanza firme que una persona tiene en que algo suceda, sea o funcione de una forma determinada, o en que otra persona actúe como ella desea. Es la seguridad, especialmente al emprender una acción difícil o comprometida». En la Biblia, además de esa definición, la palabra confianza alude a otras características. Significa tener la certeza de que la presencia del Señor es efectiva en nuestros corazones ante cualquier circunstancia. Es poseer la convicción de que podremos descansar en Él, todas nuestras cargas y salir victoriosos de esos obstáculos que se nos presentan. Y es la paz ganada, de creer que incluso en los momentos mas apremiantes de la vida, contamos con el poder del Señor, que todo lo puede y todo lo alcanza. Dice la beata María Inés Teresa —cuya fiesta, por cierto, celebramos mañana 22 de junio—: «Confianza y siempre confianza. ¿Qué podemos sin Él? (Carta colectiva de enero de 1969, desde Cuernavaca)... «Tendré hacia Él los mismos sentimientos de inmensa confianza que tuvieron todos aquellos sencillos de corazón que tuvieron la dicha de contemplarlo en su vida mortal» (A mis queridas compañeras de la Acción Católica). La confianza genuina en el Señor, se expresa, entonces, en una fe fortalecida, que nos deja sobretodo una paz y calma inigualables para afrontar cada uno de los retos que implica el complejo trayecto de la vida. Dios cuida de sus criaturas, especialmente del hombre, creado a imagen y semejanza de Él, por eso confiamos en él. Lo dice claramente el Señor en el Evangelio de hoy: «acumulen tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el moho los destruyen, ni hay ladrones que perforen las paredes y se los roben; porque donde está tu tesoro, ahí también está tu corazón». 

En la salud y en la enfermedad, en la soledad y en la familia, en el trabajo y en la acción social, en la escuela y entre el grupo de amigos, todos seremos afortunados si la luz de los ojos de nuestro cuerpo, de la mente, del corazón, de la fe, de la gracia, de la solidaridad, van de la mano de la confianza en el Señor, que es el faro que se proyecta sobre nuestro horizonte existencial. En todas las obras de arte e íconos pintados acerca de la Virgen María; en todas las iglesias, estatuas y santuarios dedicados a ella; en todos los libros, himnos y poemas escritos acerca de ella, hay siempre algo que sobresale: su mirada. Y la razón es sencilla: Ella siempre confió en Dios y, como los ojos «son la luz de tu cuerpo» —como dice hoy san Mateo—, ella siempre mira con ojos de confianza siguiendo la voluntad de Dios antes que la propia. Miremos a María y pidamos, en este día, crecer en la confianza en el Señor. ¡Bendecido viernes! 

Padre Alfredo.

jueves, 20 de junio de 2019

«EL CUERPO Y LA SANGRE DE CRISTO»... Un pequeño pensamiento para hoy

Cada día, de oriente a occidente, desde donde sale el sol hasta el ocaso, la Iglesia Católica celebra el banquete sacrificial del Cuerpo y de la Sangre de Cristo, cuya institución conmemoramos la tarde del Jueves Santo. Todos los días son por lo tanto celebración del «Corpus Christi». Sin embargo, después de concluidas las fiestas pascuales, somos invitados nuevamente a una celebración solemne y particular para celebrar este Santísimo Sacramento y agradecer el regalo que el mismo Dios nos hace. La celebración del «Jueves de Corpus» —como también se le dice—, sintetiza la vida toda del Señor y nos comunica los frutos de la redención en el misterio de la Eucaristía, que tiene muchas evocaciones: es memorial de la pasión, es banquete de unidad, es anticipo de la vida divina que compartiremos con Cristo en el cielo. Por eso es necesario no quedarse —como algunas veces nos lo ha recordado el Papa Francisco— en la periferia del misterio, sino descubrir una vez más lo que creemos y celebramos: el «Cuerpo» que se entrega, la «Sangre» que se derrama. La entrega es esencia profunda y última del Corpus, que debemos renovar constantemente. 

Al celebrar esta solemnidad —que es fiesta de precepto y que por eso obliga hoy la asistencia a Misa como si fuera domingo— recordamos que nosotros, los discípulos–misioneros de Señor, hemos de imitarle para ser también pan que se multiplica, pan que se hace accesible a cualquier fortuna, pan de vida, pan de unión, pan que sacia el hambre. A ejemplo de Cristo que ha derramado su sangre, el discípulo–misionero debe convertirse también en vino bueno, de la mejor cosecha, que va pasando de mano en mano y de copa en copa, para que todos beban salvación y no muerte, por eso se habla de la multiplicación de los panes en el Evangelio de hoy (Lc 9,11-17), en donde los doce y los discípulos, son invitados a repartir el pan a la multitud. A través del servicio de los apóstoles y de los discípulos, el pueblo se reúne en comunidad del reino de Dios. Con todo este relato se nos invita a ir, en este día solemne, a la experiencia de fe de la comunidad que en la eucaristía ha encontrado al Señor. 

La liturgia de la Palabra nos ofrece en este día, como salmo responsorial, un salmo real, el 109 [110] con una escena que se desarrolla en la «sala del Trono» del palacio real de Jerusalén, que se eleva a la «derecha» del Templo cuando uno mira hacia el Oriente. Este salmo expresa en términos precisos la soberana realeza de Cristo, Mesías, Sacerdote por excelencia. Sabemos que, en realidad, sólo hay un único sacerdocio, el de Cristo, participado de dos maneras reales pero esencialmente distintas: el sacerdocio de orden y el sacerdocio bautismal; estos dos sacerdocios reales, aunque esencialmente diferentes, están ambos prefigurados, lo mismo que el de Cristo, por el sacrificio de Melquisedec y el salmista hoy nos invita a ver con cuanta ansia y esperanza anhelaba el pueblo de Israel la llegada del Mesías. Nosotros ya lo tenemos, y se ha quedado en su Cuerpo y en su Sangre para alimentarnos fortaleciendo nuestro paso por este mundo. La celebración de la solemnidad de hoy, vuelve a ofrecernos —como el Jueves Santo— la oportunidad de reflexionar sobre la Eucaristía. Un rápido examen de conciencia en este día, nos ayudará a advertir qué debemos hacer para tratar con más delicadeza a Jesús que se ha querido quedar con nosotros Sacramentado en la Hostia Santa, Víctima que se entrega para alcanzarnos la salvación. Habrá que revisar hoy la limpieza de nuestra alma, que siempre debe estar en gracia para recibirle; la corrección en el modo de celebrar —actitudes, gestos, forma de vestir, como señal exterior de amor y reverencia—; la frecuencia con la que nos acercamos a recibirlo, las veces que vamos a visitarlo en el Sagrario... Deberían ser incontables los detalles con el Señor en la Eucaristía y este es un buen día para hacer cuentas al respecto. Luchemos por recibir y por tratar a Jesús Sacramentado con la pureza, humildad y devoción de su Santísima Madre, con el espíritu y fervor de los santos. ¡Bendecido jueves de Corpus! 

Padre Alfredo.

miércoles, 19 de junio de 2019

«Dichosos»... Un pequeño pensamiento para hoy


El Dios con quien el pueblo de Israel sabía que había hecho una «Alianza» no era un cualquiera, sino el Dios de la vida, el creador de la naturaleza y del hombre, cuyas «Leyes» se debían respetar. Este es el tema del salmo 111 [112] anunciado desde la primera estrofa con la que inicia nuestro salmo responsorial en Misa: «¡Dichosos los que temen al Señor y aman de corazón sus mandamientos!». Este salmo, a igual que el que le antecede, es un acróstico, ya que cada uno de los 22 versos comienza con una de las 22 letras del alfabeto hebreo: procedimiento nemotécnico que la gente de aquellos tiempos utilizaba para aprenderlo de memoria y, al mismo tiempo procedimiento simbólico para significar la totalidad de la Ley. Esta sujeción literaria impone un cierto desorden en las ideas. No obstante, hay que admirar el hecho de que la Ley se resume prácticamente en estos dos amores esenciales: «Amarás al Señor tu Dios... y a tu prójimo...» A quien cumple estos dos mandamientos, dice el salmista, se le prometen tres formas de dicha: numerosa posteridad, prosperidad en los negocios materiales, inmunidad contra los ataques de la desgracia, de los malvados y de la mala fortuna... 

A primera vista, parece muy rudimentaria esta «felicidad» que promete el Señor y que el salmista enuncia. Sin embargo, el hombre moderno también aspira a una vida de familia feliz, a un cierto éxito en sus empresas, a la tranquilidad de alguien protegido de la desgracia. ¿Por qué hacer algo raro de esas realidades? El hombre del pasado, en particular el judío, consideraba estos logros como un signo de respeto a la naturaleza de las cosas. Dios no nos prohíbe ser «dichosos», al contrario, es su deseo que todos lo seamos: ¡es la primera palabra del salmo y la primera de las Bienaventuranzas! Pero, nosotros sabemos, después de siglos y siglos de reflexión y sobre todo después de la venida de Cristo, que la felicidad más profunda no está en los «bienes materiales»: hay una felicidad que nadie puede arrebatar al justo y es su justicia misma... Es decir, la felicidad de compartir, de cumplir los propios deberes, de hacer correctamente sus negocios. En medio de este mundo tan materialista y hedonista que nos ha tocado vivir, debemos entender, como dice el licenciado David Noel Ramírez Padilla, en su libro «Hipoteca social» que «la felicidad es el fin hacia el cual debemos canalizar nuestros esfuerzos, pero la lograremos si hacemos nuestra la cultura de servir a los demás». 

Para ser felices, para ser «dichosos» al estilo que Dios manda, es necesario ser auténticos, compartidos, sencillos, desprendidos. Por eso Jesús, en el Evangelio que hoy la liturgia de la Palabra nos presenta (Mt 6,1-6.16-18) nos invita a no practicar el bien «delante de los hombres para ser vistos por ellos», sino por la recompensa que nos viene de Dios, que es quien nos ve y conoce nuestros méritos e intenciones y nos invita a vivir felices. La dicha de cada día, a la que estamos llamados a vivir, se concretiza en tres direcciones que abarcan toda nuestra vida: en relación con Dios (la oración), en relación con los demás (la caridad) y en relación a nosotros mismos (el ayuno). Si actuamos así, no buscando por hipocresía el aplauso de los demás (como los fariseos), sino tratando de agradar a Dios con sencillez y humildad, lo tendremos todo: Dios nos llenará de dicha, de autentica dicha en el corazón y los demás nos apreciarán porque no nos damos importancia y nosotros mismos gozaremos de mayor armonía y paz interior. María Santísima lleva la batuta en esto. Ella va a la delantera con su sencillez. ¡Bendecido miércoles! 

Padre Alfredo.

martes, 18 de junio de 2019

«Alabaré al Señor toda mi vida»... Un pequeño pensamiento para hoy

El salmo 146 [145 en la Liturgia] del que hoy tenemos como salmo responsorial algunos fragmentos, es un escrito inspirado por Dios que podríamos titular: «el salmo de todos» porque, si lo leemos completo, seguro que nos damos cuenta de que en alguna etapa de nuestra vida hemos tenido alguna situación que, al recordarla, nos hace abrazar el salmo como si fuera solo nuestro y repetir una a una sus palabras. El Salmo comienza con una invitación a alabar a Dios no sólo con nuestros labios, sino desde el corazón, y después enumera una larga serie de motivos de alabanza, expresados todos en tiempo presente invitándonos no solamente a ir al pasado, sino a alabar a Dios desde el «hoy» que estamos viviendo, en esta vida que recorremos a la sorpresa de Dios cada día. Pero, ¿cómo hacer para alabar a Dios, en medio de esta sociedad tan cambiante, tan materializada, tan lejos de Dios y ¿cómo llegar a Dios en el ambiente difícil en el que nos ha tocado vivir? La forma más fácil es imitando al mismo Dios que es amor (1Jn 4,8). Amando al estilo de Jesús como nos recuerda el Evangelio de hoy (Mt 5,43-48) brincándose, por así decir, los criterios de vista corta que nos pone el mundo actual. Amar a todos. Amar a ejemplo del Señor. Este es el resumen de lo que constituye alabar al Señor toda la vida. Cristo nos pone para ellos el ejemplo de su Padre que hace el bien sobre buenos y malos. 

Cristo mismo desde la cruz nos enseña el valor redentor del amor. Más aún, todos los días en cualquier sagrario el amor de Cristo, hecho pan, está presente para ser consuelo de justos y pecadores y para que le alabemos nos solo allí frente a su presencia sacramental, sino para que de él mismo tomemos la fuerza para alabarle en cada instante de nuestro diario quehacer. Ciertamente, cuando comprendemos lo que significa alabar al Señor, entendemos que ese deseo de alabarle nos lleva a no quedarnos indiferentes ante la magnitud del amor de Cristo. Hoy, a la luz del salmo responsorial y del Evangelio, queriendo alabar siempre al Señores, escuchemos su invitación y hagámosla nuestra: «sean perfectos como su Padre celestial es perfecto». ¡Qué gran invitación! Esta encierra, en pocas palabras, el camino de la santidad, de nuestra salvación, la forma para alabar a Dios, pero... ¡qué difícil! Sabemos que para lograr amar así, somos auxiliados en cada momento por Dios y en él hay que poner nuestra esperanza. Amar sin medida, es la medida del Amor verdadero. Dios es Amor, él «hace salir su sol sobre los buenos y los malos, y manda su lluvia sobre los justos y los injustos» (Mt 5,45). Y el hombre, chispa de Dios, ha de luchar para asemejarse a Él cada día, «para que sean hijos de su Padre celestial». ¿Dónde encontramos el rostro de Cristo? En los otros, en el prójimo más cercano. Ahora que estoy junto con mi familia, enfrentando cada día la enfermedad de mi padre, recuerdo aquello que alguien me decía una vez: «Es muy fácil compadecerse del dolor de algunos que vemos en las noticias... pero, ¿los de casa? ¿Y nuestros compañeros de trabajo? ¿Y le vecina que está sola y que podríamos ir a hacerle un rato de compañía? Los otros, ¿cómo los tratamos? ¿Cómo los amamos? ¿Qué actos de servicio concretos tenemos con ellos cada día? 

Son poco más de las 9 de la mañana y precisamente por esta situación especial que se vive en casa, con la visita inesperada de Dios en la enfermedad de papá, voy apenas acabando de escribir mi pequeño pensamiento. ¿Tendré que cambiar mi tiempo de oración más largo para las últimas horas del día? ¿Será mejor escribir a mediodía o en cualquier espacio de tiempo que haya entre lo inesperado de cada momento aquí? No lo sé. Sólo sé que el alabar al Señor implica ese amar sin esperar nada a cambio. Y que cada día, para medir el amor, tenemos que echar fuera de nuestra vista las calculadoras. La perfección del discípulo–misionero a la que hoy invita Jesús, implica amar sin medida. La perfección la tenemos en nuestras manos en medio de nuestras ocupaciones diarias ordinarias y como nos toca ahora con papá, en las extraordinarias también, haciendo lo que toca en cada momento, aunque los planes personales se tengan que tirar por la borda. La Madre de Dios, en las bodas de Caná de Galilea, se dio cuenta de que los invitados no tenían vino. Y le pidió al Señor que hiciera el milagro. Pidámosle hoy el milagro de saberlo descubrir en las necesidades de los otros aunque lo que planeábamos terminar de hacer hace dos, tres o cuatro horas, apenas y se pueda concluir. ¡Bendecido martes! 

Padre Alfredo.

lunes, 17 de junio de 2019

El amor y la lealtad del Señor... «Un pequeño pensamiento para hoy»

El salmo 97 [98] es uno de los más breves en el Salterio y es un canto que busca dar las gracias a Dios por la liberación y además una especie de continuación del tema de los dos salmos anteriores —que vale la pena leerlos junto con este—. Es conocido también como «Canto de alabanza a Dios después de la liberación», y «Justicia del Rey», basándose, este último título, más en el contexto que se viene narrando en los salmos recientes. Tiene apenas 9 versículos, que dividen la oración en dos partes que parecen tener distintos orígenes. El contenido ideológico es diverso y cada parte tiene su sección. Primero habla del nuevo portento de Dios —en aquel momento— y la segunda parte trata de preparar a las personas para la llegada del Señor. Dios está en el centro de la escena con toda su majestad, mientras realiza la salvación en la historia y se le espera para «juzgar» al mundo y a los pueblos (cf. v. 9).

Este salmo comienza con la proclamación de la intervención divina dentro de la historia de Israel (cf. vv. 1-3). La idea de un canto nuevo, conque inicia el salmo, nos ofrece la seguridad de que es un salmo inspirado por Dios, porque esa idea, de un «canto nuevo» se encuentre en muchos otros lugares de la Escritura: Salmo 33,3; 40,3; 96,1; 144,9; 149,1; Isaías 42,10, y en Apocalipsis 5,9 y 14,3. El concepto de un canto nuevo significa que debe de haber algo nuevo y dinámico en la adoración y en las canciones que entonamos a Dios. Nuestro canto de alabanza y gratitud, por la gracia redentora, nunca puede hacerse viejo, aunque las mismas palabras sean usadas… ¿Acaso sus misericordias no son nuevas cada mañana, y su fidelidad nueva cada noche? ¿No está trabajando siempre su amor preparando su mesa para nuevas comidas, preparando la cama para nuevos descansos? Así la meditación de este salmo, nos lleva a la acción de gracias al empezar una nueva semana laboral y académica luego de haber celebrado ayer a la Santísima Trinidad.

Por otra parte, las imágenes de la «diestra» y del «santo brazo» remiten al éxodo, a la liberación de la esclavitud de Egipto (cf. v. 1). Y la alianza con el pueblo elegido se recuerda mediante dos grandes perfecciones divinas: «amor» y «lealtad» (cf. v. 3). El amor y la lealtad a Dios, nos hacen ir mucho más allá de la actuación de alguien llevado únicamente por los criterios del mundo. No puede decirse que la vida cristiana sea una vida fácil, pues vamos «remando contra corriente», como nos lo hace ver Jesús en el Evangelio de hoy (Mt 5,38-42) pero no es una vida triste, sino una vida enamorada del Señor y por lo tanto una vida que busca mantener la lealtad al Señor que merece cada día, de nuestra parte, «un canto nuevo». Hay fuertes paralelos entre la primera parte del Salmo responsorial de hoy y el canto de la Santísima virgen María (Lc 1,46-55), lo que podría indicar que la madre del Señor tenía este Salmo en su corazón cuando compuso el bellísimo himno del Magnificat y de que ella correctamente vio que la promesa del Salmo se cumplía en las victorias espirituales logradas por Jesucristo que venía a salvarnos. Hoy, en esta difícil época que nos ha tocado vivir, con todas las «sorpresas» que encontramos cada día, Dios nos llama a ser continuadores de la gratitud a Dios por su amor y su lealtad. ¡Bendecido lunes!

Padre Alfredo.

domingo, 16 de junio de 2019

«LA SANTÍSIMA TRINIDAD»... Un pequeño pensamiento para hoy

La Liturgia de la Misa de este domingo en que celebramos la Solemnidad de la Santísima Trinidad, nos propone el salmo 8 como salmo responsorial. La liturgia del día se apoya en este uso y por medio de una exclamación llena de admiración y entusiasmo que atraviesa el salmo desde su inicio hasta el final, nos trasladamos a la atmósfera del Paraíso, al momento en el que las criaturas salían luminosas y transparentes de las manos del Creador, como manifestación de su grandeza y bondad. A lo largo de miles de años, el universo fue el único lenguaje del Dios invisible. Para nosotros, discípulos–misioneros de Cristo, este salmo puede ser muy evocador; con él celebramos al Creador desde el corazón del salmista para concluir con una mirada, de nuestra parte, a Cristo Resucitado, coronado de gloria y dignidad, sentado a la derecha del Padre, a quien podemos reconocer gracias a la acción del Espíritu Santo. De esta forma el salmo dispone nuestro corazón a la celebración del este domingo, recordándonos el día en que se inició la creación, alcanzó luego su cenit la historia de la salvación con el nacimiento de Cristo y 50 días después el Espíritu Santo se derramó. Desde este salmo, podemos decir que se pone en íntima relación la fiesta de la Trinidad con la fiesta de Pentecostés que celebramos el domingo pasado, porque es el Espíritu Santo, quien nos revela, por Jesucristo, el misterio de la Trinidad de Dios en el que fuimos bautizados. 

La solemnidad de hoy, en cierto sentido, recapitula la revelación de Dios acontecida en los misterios pascuales: muerte y resurrección de Cristo, su ascensión a la derecha del Padre y la efusión del Espíritu Santo. Así, la solemnidad de este domingo, no puede ser extraña a nuestras vidas. Por el bautismo estamos familiarizados y connaturalizados con el misterio del Dios Uno y Trino, pues hemos sido bautizados precisamente «en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo». Tenemos la capacidad de relacionarnos con las Personas divinas. Más aún, tenemos el impulso y hasta la necesidad. Para eso hemos sido creados. Vivimos en Cristo, hemos sido hechos hijos del Padre, somos templo del Espíritu. No, no somos extraños ni forasteros, sino «conciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios (Ef. 2,19). La beata María Inés Teresa, entre sus escritos, tiene uno llamado «La Santísima Trinidad Misionera» en el que dice, entre otras grandes enseñanzas esto: «Y, cuando Dios creador ha engalanado así, tan prodigiosamente la tierra; cuando ha puesto en ella todas las bellezas que admiramos, todo ese conjunto de seres que le dan luz y animación, reuniendo, por así decir, la Beatísima Trinidad todo su amor y su poder, concentrado en la palabra que va a pronunciar, toda su ternura de Padre, dice aquel sublime “hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza”». 

El evangelio de este domingo (Jn 16,12-15), nos dice que Jesús prometió a sus discípulos enviarles el Espíritu Santo; y lo hace con unas afirmaciones que destacan expresivamente la unión y el protagonismo de las tres divinas Personas. Baste sólo esta: «Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso he dicho que tomará de lo mío y se lo comunicará a ustedes» (Jn 16,15). Hagamos nuestra la oración de san Hilario de Poitiers, ese obispo, escritor, Padre y Doctor de la Iglesia del siglo IV y no tan conocido que reza así: «Mantén incontaminada esta fe recta que hay en mí y, hasta mi último aliento, dame también esta voz de mi conciencia, a fin de que me mantenga siempre fiel a lo que profesé en mi regeneración, cuando fui bautizado en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo» (De Trinitate, XII, 57: CCL 62/a, 627). Invocando a la Virgen María, primera criatura plenamente habitada por la Santísima Trinidad, pidamos su protección para proseguir bien nuestra peregrinación terrena. ¡Bendecido domingo, solemnidad de la Santísima Trinidad! 

Padre Alfredo. 

P.D. Hoy en México —y no se en que otros lugares del mundo más— es la fiesta del día del Padre. ¡Muchísimas felicidades a todos los papás! Encomiendo a cada uno, especialmente a mi padre, Don Alfredo que, con sus 85 años encima, está ahora delicado de salud.

sábado, 15 de junio de 2019

«La importancia del salmo responsorial»... Un pequeño pensamiento para hoy

Todos los días de este año litúrgico, he estado deteniéndome, de una manera más particular, en el salmo responsorial de la Misa de cada día. El salmo de cada Eucaristía, en la liturgia de la Palabra, está puesto para provocar una respuesta de fe en quien escucha la Palabra y así da su asentimiento al diálogo de salvación que Dios realiza en la acción litúrgica. Va en relación con el contenido de la primera lectura, o con el sentido general del tiempo, por ejemplo con salmos mesiánicos en Navidad —«Cantad al Señor un cántico nuevo…»)— o con salmos pascuales, a lo largo de la cincuentena pascual —«La piedra que desecharon los arquitectos…»—. Siempre ha formado parte integrante de la liturgia de la Palabra de forma sencilla. Desde tiempos antiguos, el cantor entonaba un verso o antífona que luego repetían todos los fieles, y así contestaban a cada estrofa. Es el «gradual», como antes lo llamaba la liturgia romana, porque se cantaba desde las gradas o escalones del ambón. Es hermoso dejar que el Señor nos hable y que nosotros respondamos con la antífona.

Algunos de los Padres de la Iglesia, han dejado unos verdaderos tesoros a la Iglesia y a la humanidad, en algunas homilías que parten del salmo que se había cantado o comentando incluso el mismo salmo, versículo a versículo. Así tenemos comentarios a los salmos de San Hilario de Poitiers, una serie de Orígenes, una carta-tratado de San Atanasio para interpretar los salmos, una colección de homilías de San Juan Crisóstomo, o las magníficas narraciones sobre los salmos de san Agustín. Los salmos, inspirados por el Espíritu Santo, para ser salmodiados —es decir cantados— implican siempre la interiorización y el silencio contemplativo incluso cantando. La liturgia es así. Los Padres de la Iglesia —de los que ya mencioné algunos— amaron los salmos y se entretuvieron, paciente, diligentemente, en desgranarlos a los fieles cristianos para que los cantasen junto con Cristo, oyendo a Cristo en los salmos. Por eso son importantísimos para la liturgia y por eso mismo he querido tomar en este año C el salmo como eje de mi reflexión.

Este sábado, la liturgia nos invita a adentrarnos en el salmo 102 [103 en la Biblia] viendo en él un maravilloso poema de profunda sensibilidad lírica y religiosa, un himno a Dios, creador y conservador del universo y de todo lo que en él hay: la naturaleza muda, el reino vegetal, el animal y el hombre, es decir, todas las maravillas y esplendores de la creación, en su diversa y rica manifestación. Se trata de una lección maravillosa de alta teología natural, en la que se descubre la profunda teología de los seres bajo la providencia divina. Es un comentario poético del primer capítulo del Génesis: el mundo inanimado al servicio del mundo viviente, éste al servicio del ser humano, y éste, rey de la creación, al servicio de Dios. En su maravillosa obra se transparenta su grandeza deslumbradora, su magnificencia, su bondad y su poder. Todo es maravilloso —las fuerzas de la naturaleza y los seres vivientes—, porque todo es reflejo del amor de Dios y su sabiduría divina. Después de haber creado el universo dio la vida, y ésta se renueva incesantemente por su soplo conservador. Todo lleva el sello de una finalidad concreta, lo que supone orden, belleza, bondad y armonía. Cada día, después del salmo responsorial, nos acercamos al Evangelio, la predicación del Señor, de esta manera, vemos que el salmo responsorial nos prepara para acoger su mensaje de amor y alcanzar la plena amistad y comunión con Él. Al encontrarnos con el salmo responsorial de cada día, hagámoslo como María, la mujer maravillosa que escuchó siempre la Palabra de Dios y brindó su respuesta a la misma. Hoy que es sábado la recordamos de manera especial dejando que, al contacto con la palabra, digamos como ella: «Hágase en mí según tu palabra»; esta es la actitud, que, como María, debemos de tener y, como ella, vivir en un «sí, cuando debe ser sí y un «no» cuando debe ser no (Mt 5,33-37). ¡Bendecido sábado!

Padre Alfredo.

viernes, 14 de junio de 2019

«El tesoro de la salvación»... Un pequeño pensamiento para hoy

El salmo 115 [116 en la Biblia] es un salmo muy importante para todo cristiano, pues a pesar de haber sido escrito en el Antiguo Testamento, nos muestra todo un ambiente «sotereológico» (La soteriología es la rama de la teología que estudia la salvación. El término proviene del griego «sōtēria» que significa «salvación» y de logos, que se traduce como «estudio de) que el salmista, inspirado por Dios ni siquiera sospechaba, pero, el «Autor Principal» de toda la Sagrada Escritura ya había depositado en la composición ese germen que habría de tener su plena floración en la Salvación alcanzada para todo el género humano en la persona de su Hijo, el «Siervo», hijo de la «esclava del Señor», que vino a ofrecer al Padre su propia sangre como «cáliz de la Nueva Alianza» (cf. Hb 5,9;9,26). Resuena en este sentido sobre todo el último párrafo de este salmo en la Liturgia de la Palabra de la Misa de hoy: «Te ofreceré con gratitud un sacrificio e invocaré tu nombre. Cumpliré mis promesas al Señor ante todo su pueblo» (vv 17-18). El autor del salmo, según se puede percibir cuando se lee todo completo, se sentía como una presa atrapada en la trampa de la muerte, pero el Señor, invocado de manera insistente y apremiante, no ha ignorado el grito desesperado de su fiel. 

El mismo salmista, sintiéndose inspirado por Dios evoca tiernamente la liberación que Dios le otorga, agradeciendo a Yahvé el haber rescato su vida de las tenazas de la muerte, por haber enjugado las lágrimas de sus ojos, por haber manifestado firme el pie que estaba resbalando inexorablemente en el abismo fangoso del Sheol (Ese lugar de las almas rebeldes olvidadas antes de la llegada del Mesías). El escritor sagrado, con esa inspiración especial que le viene de lo alto, sabe que Dios no se puede quedar indiferente ante la muerte de sus fieles. De esta manera, en este salmo bellísimo, nos encontramos en presencia de un canto de gran confianza del orante en el poder del Dios de la vida, el Dios de la salvación. El que se sabe salvado por el Señor, es un hombre «en pie», derribado, pero no aniquilado por nada, menos por la muerte, aunque lleve ese tesoro de la salvación «en vasijas de barro» como dice hoy san Pablo a los corintios (2 Cor 4,6-15). La Iglesia de Corinto está turbada, es verdad... hasta el punto que puede hablar de agonía. Pero es para que triunfe la vida. Es para que el misterio de Jesús continúe. En todo hombre que sufre hay un misterio de vida, una prolongación de la vida de Jesús el Salvador. Bastaría el día de hoy detenerse en la lectura y meditación del salmo completo y reproducir luego la primera lectura de hoy para alimentar toda la jornada de este nuevo día: Este tesoro lo llevamos en vasijas de barro, para que se vea que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros... Él es nuestro Salvador. 

¡Qué manera tan hermosa de presentar la experiencia de Dios en Jesucristo! ¡Tesoro! ¿Qué tal si dejamos que la Palabra de Dios nos ayude en este día a saborear esta manera de entender la vida cristiana? Dejemos que caiga sobre nosotros la lluvia suave de algunos textos escogidos del evangelio de San Mateo, que por cierto, hoy nos habla en el Evangelio de la Misa (Mt 5,27-32), de la indisolubilidad del matrimonio, un tema que dejaré para después. Los invito a ir a estos otros textos para meditar con María la Madre del Salvador en este día: «Donde está tu tesoro, allí está tu corazón» (Mt 6,21). «El Reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo que, al encontrarlo un hombre, vuelve a esconderlo y, por la alegría que le da, va, vende todo lo que tiene y compra el campo aquel» (Mt 13,44). «Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos; luego ven y sígueme» (Mt 19,21). Así, cuando comprendemos que la salvación que nos ofrece Dios es el «tesoro» de nuestra vida, que nada hay comparable a ella, entonces estamos dispuestos a relativizar todo lo demás con tal de no perder lo esencial. Jesús lo dice con exageración semita: «Si tu ojo derecho te hace caer, sácatelo y tíralo. Más te vale perder un miembro, que ser echado entero en el Abismo». ¡Bendecido viernes! 

Padre Alfredo.

jueves, 13 de junio de 2019

«Oh happy day»... A beautiful flashmob

«JESUCRISTO SUMO Y ETERNO SACERDOTE»... Un pequeño pensamiento para hoy


La fiesta litúrgica de hoy, nos invita a adentrarnos en el asombroso corazón sacerdotal de Cristo. Dentro de pocos días, la liturgia nos llevará de nuevo al Sagrado Corazón de Jesús, pero centrados en su carácter sagrado. Hoy admiramos su corazón de pastor y redentor, que se deshace por su rebaño, al que no abandonará nunca. Un corazón que manifiesta «ansia» por los suyos, que somos todos nosotros: «Con ansia he deseado comer esta Pascua con ustedes antes de padecer» (Lc 22,15). Por medio del sacerdocio de su Hijo Jesús, el Padre Dios nos ha sacado de la profundidad de nuestros pecados, ha puesto nuestros pies sobre roca firme y ha consolidado nuestros pasos para que demos testimonio de lo misericordioso que ha sido para con nosotros. Y el Señor quiere que le entonemos un cántico nuevo, el cántico de la fidelidad a su voluntad, como el salmista nos lo propone en el salmo 39 [40] que hoy tenemos. Junto con Cristo, el sumo y eterno sacerdote, hemos de estar dispuestos a hacer la voluntad de nuestro Padre Dios en todo. 

Sabemos que proclamar el Evangelio nos lleva a anunciarlo, pero también a dar testimonio de él, pues no podemos anunciar la Buena Nueva solamente con los labios. Junto con el testimonio sabemos que no podemos eludir nuestra cruz de cada día, con la fidelidad que muchas veces nos puede llevar hasta el martirio, pero sabiendo que no todo terminará con la muerte. Después de la cruz siempre estará la gloria, siempre estará Dios como Padre lleno de amor, de ternura y de misericordia para con nosotros. Él nos espera para recibir en su casa a quienes le vivamos fieles. La acción sacerdotal de Cristo, que la Iglesia continúa, consiste en seguir el mismo camino de amor y de fidelidad de su Señor. Vamos tras las huellas de Cristo aceptando todos los riesgos que nos llegan por ello, sabiendo que no hemos recibido un espíritu de cobardía sino de valentía para que no cerremos nuestros labios en el anuncio del Evangelio. La presencia de Jesucristo en la Eucaristía es una presencia real con toda su fuerza salvadora, porque él es sacerdote y víctima a la vez. Participar de la Eucaristía nos hace entrar en la nueva alianza inaugurada por este Sumo Sacerdote, en que, unidos a Él, somos hechos hijos de Dios y el Padre Dios nos contempla con el mismo amor con que contempla a su Hijo unigénito dándonos el sacerdocio bautismal para continuar la obra sacerdotal de Jesús en el mundo y su historia. El evangelio de hoy, llevándonos a la Última Cena (Lc 22,14-20), nos alienta a ser continuadores de la entrega de Cristo. 

A nosotros, discípulos–misioneros de Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote, nos corresponde continuar consagrándolo todo a Dios. El Sacrificio redentor del Señor Jesús debe no sólo ser anunciado, sino vivido por la Iglesia, como la mejor muestra del Evangelio proclamado con la vida misma. ¿En verdad somos alimento, pan de vida para los demás? ¿En verdad somos capaces de llegar hasta derramar nuestra sangre con tal de que el perdón de los pecados llegue a todos? ¿Estamos dispuestos a vivir conforme a la voluntad de Dios sobre nosotros y no conforme a nuestros propios intereses? ¿Encaminamos a los demás hacia la posesión de los bienes definitivos? Estas preguntas surgen porque nuestra vida, desde el bautismo, es una vida sacerdotal, una vida oferente, y es la vida de la Iglesia, viviendo el sacerdocio bautismal y ministerial con su cercanía al hombre al que ha sido enviado para salvarlo, lo que finalmente dará respuesta correcta o incorrecta a esta serie de preguntas. Jesucristo, el sumo y eterno sacerdote, quiere que santifiquemos a todo y a todos. Pidámosle a María Santísima, Madre de Cristo y Madre de todos en la Iglesia, que, a pesar de toparnos cada día con nuestra propia miseria, nos ayude a alcanzar de su Hijo, la gracia de saber vivir santamente, redimidos y perdonados; y la gracia de colaborar con un nuevo ardor para que la salvación llegue hasta el último rincón de la tierra. ¡Bendecido jueves, día de Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote! 

Padre Alfredo.

miércoles, 12 de junio de 2019

«La santidad de Dios y nuestra santificación»... Un pequeño pensamiento para hoy


Con el salmo 98 [99] finaliza la breve sección de poemas que, en el Salterio, están dedicados a la realeza de Dios. Estos salmos son himnos poéticos que celebran la soberanía divina y que ponen claramente de manifiesto la importancia de la justicia y la soberanía de Dios. Este salmo añade un nuevo elemento que los salmos anteriores de ese conjunto no mencionan: la santidad de Dios. El fragmento que hoy tenemos como salmo responsorial, comienza precisamente, en el versículo 5, con una aclamación a Dios que es santo. El salmista, a lo largo del salmo, va uniendo este elemento imprescindible de Dios con la rectitud y la justicia del mismo Dios soberano de todas las naciones. El tema de la santidad, se repite en el salmo en tres ocasiones (vv 3,5,9). Tanto el versículo 5 como el 9, funcionan como un estribillo temático del que surge lo que repetimos como responsorio después de cada estrofa: «Santo es el Señor, nuestro Dios». 

Nuestra comprensión de la santidad de Dios, basada en los sentidos naturales, sigue siendo insuficiente hasta el día de hoy. En Éxodo 15,11, Moisés pregunta: «¿Quién como Tú, oh Yahvé, entre los dioses? ¿Quién como Tú, magnífico en santidad, terrible en maravillosas hazañas, hacedor de prodigios?» La santidad adopta todos los diferentes atributos de cada una de las tres personas de la Santísima Trinidad: del Padre (Jn 17,11), del Hijo (Hch 4,30) y, especialmente, del Espíritu Santo a quien acabamos de celebrar este domingo por Pentecostés, ya que Él es el que nos proporciona un conocimiento íntimo de un Dios Santo (1 Cor 2,10). Por su parte, el libro del Apocalipsis nos dice: ¿Qué exquisitas palabras existen para darle gloria, honor, y gracias al Señor Dios Todopoderoso? Delante del trono celestial, los ángeles adoraban a Dios, repitiendo día y noche: «Santo, santo, santo» (Ap 4,8). Cuando elegimos adorarle, obedecerle, y servirle —independientemente de todo lo que el mundo demanda—, experimentamos la santidad de Dios. En Jesús tenemos la plenitud de la santidad de Dios. Él es Santo, el Verbo, la Palabra de Dios, que se ha hecho hombre (cf. Jn 1,14), que viene a nosotros para darnos a conocer quién es Dios y cómo nos ama. Dios, que es santo, espera que el hombre también lo sea y le brinde una respuesta de amor, manifestada en el cumplimiento de sus enseñanzas: «Si me aman, guardarán mis mandamientos» (Jn 14,15). 

En las palabras del Evangelio de hoy (Mt 5,17-19), Jesús nos enseña dos cosas: Primero que el Antiguo Testamento forma parte auténtica de la revelación de la santidad de Dios; y segundo, que no hay mandamientos pequeños o enseñanzas banales en la Escritura. Es cierto que el Antiguo Testamento, por haber sido escrito en un tiempo y cultura lejanos a nosotros, no siempre es fácil de entender. Sin embargo, esto no quiere decir que no debemos buscar también en él la voluntad de Dios que es santo y que quiere que nosotros seamos santos. Por otro lado, es cierto también que no todo, de lo que entendemos, incluso del Nuevo Testamento, es fácil de cumplir para ser santos como Dios. Requiere ante todo la firme convicción de que esto es lo que Dios quiere y que como tal, debemos de respetarlo y actuar como él nos lo va proponiendo. Esto es importante tenerlo en mente pues en esta confusión moral e incluso teológica que se vive en nuestros tiempos, no faltan las opiniones sobre algunos aspectos, los cuales, aun referidos en la Escritura, no se toman en cuenta y son causa de dolor y de malestar para nosotros mismos, para la Iglesia y para la sociedad. Estemos siempre atentos, tengamos como fuente de sabiduría la Palabra de Dios, y como fuente de conocimiento el Magisterio Ordinario de la Iglesia. Ser santos, significa estar unidos en Cristo a Dios, que es santo: «Sean por tanto santos como es santo su Padre celestial» (Mt 5, 48), nos ordena Jesucristo, Hijo de Dios. «Sí, lo que Dios quiere es su santificación» (1 Ts 4, 3), dice san Pablo. Algunas veces nos dirigimos a la Virgen con el título de: María «Santísima». Pidámosle a ella que nos ayude a seguir caminando en esta senda de nuestra santificación. ¡Bendecido miércoles! 

Padre Alfredo.

martes, 11 de junio de 2019

«La bondad de Dios, nuestra bondad»... Un pequeño pensamiento para hoy

Hoy la Iglesia hace memoria de san Bernabé, que fue quien llamó a san Pablo para el ministerio de la evangelización y fue durante un tiempo uno de sus grandes colaboradores, como se nos cuenta en el libro de los Hechos de los Apóstoles. Ete gran hombre «bueno, lleno del Espíritu Santo y de fe» (Hch 11, 21-26), con su vida y con su ejemplo anunció a Cristo entre los gentiles, exhortándoles a que permanecieran fieles al Señor. Bernabé era un judío originario de la isla de Chipre. Afincado en Jerusalén, donde ejercía el ministerio de levita. Fue uno de aquellos servidores del templo que se unieron a la comunidad de los discípulos de Jesús. Su verdadero nombre era José, pero los apóstoles le dieron el sobrenombre de Bernabé, que significa: «hijo de la exhortación», y según otras tradiciones «hijo de la consolación», aunque en realidad, ese nombre debería traducirse por «hijo de la profecía». De él se nos cuenta que poseía un campo, que lo vendió y entregó a los apóstoles el dinero conseguido con aquella venta. Bernabé se convierte, por tanto, en un ejemplo del espíritu de comunicación de bienes que animaba en Jerusalén a la comunidad de los hermanos (cf. Hch 4, 36) y también en un gran ejemplo de lo que es la bondad. 

Seguramente san Bernabé oró con el salmo responsorial que hoy nos propone la liturgia del día, el salmo 97 [98]. Un salmo que invita a despertar la bondad del corazón para admirarse por la bondad de Dios que ha hecho maravillas. En este salmo, el autor invita al orante, al pueblo y a las naciones a expresar sus alabanzas y gratitud con gozo por la bondad del Señor, portador de justicia, misericordia y verdad. La memoria de san Bernabé y la lectura orante de este salmo, nos llevan a meditar en la bondad de Dios, que no tiene fronteras y no discrimina a nadie. Dios es bueno con nosotros y siembra esa semilla de bondad en nuestros corazones. San Bernabé, con el ejemplo de su vida, nos enseña que la bondad de Dios es el corazón de nuestra fe cristiana. Todo lo que Dios hace es para nuestro bien. Podemos ver pruebas de la bondad de Dios por todas partes en las provisiones que suministra para sustentar la vida, desde las cosechas que proporcionan el alimento que llega a nuestras mesas, hasta el aire mismo que respiramos. Podemos poseer bondad en nosotros, e incluso el deseo de hacer el bien, pero la bondad verdadera, como lo vemos en san Bernabé, viene de Aquél que es perfectamente bueno y que desea cosas buenas para todas las personas. Nuestra meta debe ser mostrarle al mundo la bondad de Dios todos los días con un corazón agradecido. Dios quiere que nosotros seamos buenos. Él quiere que de cada uno de nosotros se diga eso que el autor del libro de los Hechos nos dice de san Bernabé: «bueno, lleno del Espíritu Santo y de fe». Por eso el Evangelio de hoy, con tres comparaciones (Mt 5,13-16) nos resume cómo vivir esa virtud de la bondad. 

Para ser «buenos», debemos ser como la sal. La sal condimenta y da gusto a la comida, sirve para evitar la corrupción de los y también es símbolo de la sabiduría. Debemos ser como la luz, que alumbra el camino, que responde a las preguntas y las dudas, que disipa la oscuridad de tantos que padecen ceguera o se mueven en la oscuridad. Debemos ser como una ciudad puesta en lo alto de la colina, que guía a los que andan buscando camino por el descampado, que ofrece un punto de referencia para la noche y es cobijo para los viajeros. Así, la liturgia de la palabra del día de hoy, hace un conjunto que nos invita a ser buenos a imitación de la bondad de quien nos ha llamado a la vida, que seamos personas que contagian felicidad y visión optimista de la vida. Los discípulos–misioneros somos la luz del mundo cuando hacemos brillar con nuestras obras la bondad de Dios; cuando concretamos en nuestra vida lo que es la bondad no en teoría, sino en la práctica; cuando construimos con esa virtud, espacios nuevos que permitan vivir en la justicia y en la igualdad; cuando hagamos realidad la propuesta de Jesús de vivir en la acción a partir de las buenas obras. Que la Virgen Santísima y san Bernabé, intercedan por nosotros para que seamos buenos. En un tiempo de desaliento y de pérdida de ideales, de disgustos, dificultades y sufrimientos, necesitamos concretizar la bondad en nuestras vidas. No escondamos la bondad, dejemos que se note en nuestras vidas ¡Bendecido martes! 

Padre Alfredo.