Escribo hasta estas horas de la tarde, sabía desde ayer que no podría ser de otra manera. Mi padre está en el hospital, lo internamos ayer de urgencia por una grave deshidratación, hice la noche con él voluntariamente y con un gusto enorme y que esta mañana tenía una de mis consultas médicas que no podía perder. Me imagino que la computadora —«ordenador», dicen en España— que me acompaña desde que vivía en California, tal vez se haya asustado, porque nadie la tocó hasta ahora. No tengo mucho tiempo para escribir, aunque he meditado desde esta mañana en la Solemnidad del día de hoy y he recibido innumerables mensajes en torno a la fiesta del Sagrado Corazón y a la enfermedad de papá, a quien, como dice la canción «La edad se le vino encima sin carnaval ni comparsa». Dentro de un rato debo ir a confesar y a celebrar la Misa de la Solemnidad a una Capilla que Dios me tiene preparada para conocer hoy, pues nunca he ido: «Santo Domingo de Guzmán» y estoy feliz de ir a dispensar misericordia a la gente que sabe que estaré por allí para celebrar la Eucaristía y ofrecer dos o más horas si se necesita, para confesar. ¡Qué hermosa fiesta la de hoy! Una celebración que deja libre la respuesta al ofrecimiento del amor de este Corazón Eucarístico de Jesús, porque a cada uno de nosotros corresponde responder de manera personal —para hacer comunidad— a este mensaje de parte de Dios, tal como él quiere proponérnoslo todavía hoy, según lo que estamos viviendo.
Si uno lee con detención, no solamente el pasaje de la oveja perdida, que es la perícopa evangélica de la fiesta de hoy (Lc 15, 3-7) sino todos los Santos Evangelios, descubre todo un mundo, un océano de amor de Jesús hacia todos. Él parece un imán que atrae a cuanto enfermo, necesitado, afligido, viudo, divorciado, descartado, pobre, niño, anciano, adulto, pobre, rico y olvidado, encuentra en su paso por la vida. Él mismo se dijo Médico que vino a sanar a los que estaban enfermos. El amor de Jesús a los hombres es, en su última esencia, amor a todos y así es como Él sabe curar. El prójimo para Él es aquel que yace en la miseria y el sufrimiento (cf. Lc 10, 29ss). La Buena Nueva que vino a predicar brota de su amante corazón, un corazón «con olor a oveja». EL salmo responsorial de la fiesta es el 22 [23], el del «Buen Pastor», un salmo que cada uno tiene derecho a leer con sus propios ojos y con su propio corazón, sin necesidad de intermediarios. Desde la mujer anciana que desgrana su rosario en el fondo de la iglesia esperando que empiece la Misa, hasta el teólogo que elabora una gran tesis; todos podemos repetir tranquilamente estas palabras: «El Señor es mi pastor, nada me falta». Todos los que nos sabemos discípulos–misioneros de Cristo entendemos muy bien el significado y la densidad de esta expresión. Todos estamos de acuerdo en reconocer al único pastor, al pastor de corazón amante, siempre preocupado de que no le falte nada a nadie.
Sí, hoy he pensado mucho en el corazón del pastor, en el Sagrado Corazón del Buen Pastor que nos ha reconciliado con la trivialidad del mundo en donde milita todo este rebaño de discípulos–misioneros que busca amar al estilo del Corazón de Jesús. Con esta consciencia de saberse amados, las deficiencias de los demás —como las propias— ya no serán causa de escándalo, porque aún cargando con la propia miseria, sabemos a dónde mirar y nos damos cuenta de que «nada me falta». Dice la beata María Inés: «Desde el abismo de tu nada, desde la profundidad de tu miseria, te levantarás lleno de confianza, hasta el Corazón de Dios» (La Lira del Corazón). Cuando se ha descubierto el Corazón del pastor, no se tienen ganas ya de ir a otro lado: «aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú estás conmigo. Tu vara y tu cayado me dan seguridad». ¡Qué bendición vivir así! Con razón la jaculatoria reza: «¡Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío!». Que el Señor nos ayude a caminar así, bajo la mirada amorosa de ese «Amante Corazón» nacido del inmaculado corazón de María. ¡Bendecida tarde de este viernes, solemnidad del Sagrado Corazón»!
Padre Alfredo.
P.D. Tal vez mañana suceda igual y el pensamiento no llegue a primera, ni a segunda hora del día, sino más tarde aún.
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