lunes, 10 de junio de 2019

«Volvemos al tiempo ordinario de la mano de María»... Un pequeño pensamiento para hoy


Desde el año pasado, el Papa Francisco dispuso que el lunes después de la Fiesta de Pentecostés, la Iglesia dirija su mirada hacia la Virgen María y celebre la memoria obligatoria de «La Bienaventurada Virgen María, Madre de la Iglesia», recordando que, desde el año de 1964, y concedió su celebración en distintas diócesis escogidas, aparte de celebrar Misas votivas en su nombre en el Vaticano desde 1975. San Juan Pablo II determinó que esta advocación mariana se incluyera en las Letanías Lauretanas en el año de 1980. El Papa Francisco, considerando la importancia del misterio de la maternidad espiritual de María, que desde la espera del Espíritu en Pentecostés (cf. Hch 1,14) no ha dejado jamás de cuidar maternalmente de la Iglesia que peregrina en el tiempo, ha establecido que, el lunes después de Pentecostés, la memoria de María Madre de la Iglesia sea obligatoria para toda la Iglesia de Rito Romano. Es evidente el nexo entre la vitalidad de la Iglesia de Pentecostés y la solicitud materna de María hacia ella. Así, de la mano de María, regresamos, luego de haber concluido el tiempo litúrgico de la Pascua, al tiempo Ordinario, el tiempo más antiguo de la organización del año cristiano que ocupa la mayor parte del mismo: 33 ó 34 semanas, de las 52 que hay. En este tiempo litúrgico los discípulos–misioneros buscamos crecer y madurar nuestra fe, nuestra esperanza y nuestro amor, y sobre todo, cumplir con gozo la Voluntad Santísima de Dios como lo hizo María. 

La liturgia del día de hoy, nos propone el salmo 33 [34] como salmo responsorial, con esa invitación que el salmista nos hace: «Haz la prueba y verás que bueno es el Señor» —uno de los versículos más populares de los salmos—. Esta mañana leo y vuelvo a leer el salmo para orar desde el corazón materno de María. La inocencia, la sencillez y el entusiasmo de la Virgen Madre, desde esta perspectiva del salmo, me lleva a descubrir la bondad del Señor no solo en su Palabra, sino también en la oración, en los sacramentos, en el prójimo, en la entrega de cada día. El autor del salmo no desea atraer la atención hacia su persona, sino que desea orientarse él mismo hacia la bondad del Señor y guiar así a otras personas a encontrarse con esa bondad misericordiosa del Señor. ¿No hace eso la Virgen Madre? ¿No busca siempre ella llevarnos al encuentro con la bondad de su Hijo Jesús? Aunque la gente se gloríe en este mundo en sus riquezas materiales (Sal 49,7), en sus ídolos de moda (Sal 97,7), en su sabiduría del mundo (Prov 20,14) o en su poder humano (Jer 9,23), el hombre y la mujer de fe que se saben miembros de la Iglesia y como tales, constructores de un mundo mejor, a imitación del salmista y de la Virgen Madre de la Iglesia, se glorían no en ellos mismos, sino en el Señor y en su bondad: «Haz la prueba y verás que bueno es el Señor. Dichoso el hombre que se refugia en él». 

Estos últimos días, con todo lo que ha acontecido a mi alrededor, he podido palpar, mucho más de cerca, que no resulta fácil la vida. Tenemos nuestras luchas particulares y experimentamos de diversas maneras el sufrimiento. En la vida nos toca experimentar consuelos y penas, pobreza y abundancia, éxitos y fracasos. El salmista viene hoy a decirme que tanto cuando nos toca sufrir, como en los momentos de alegría, nos damos cuenta de la bondad del Señor que no nos deja nunca solos y encima de todo, nos deja a su Madre como modelo y guía para confiar en esa bondad y misericordia infinitas que no tienen precio y que han de tocar los corazones de todos los habitantes de la tierra para llenarlos de felicidad. Eso es lo que Jesús quiere decirnos hoy también en las bienaventuranzas (Mt 5,1-12). El bienaventurado es el que logra, como María, descubrir la bondad del Señor y así ser feliz. El bienaventurado no se apoya en sí mismo, sino en la bondad de Dios. A los que quieran seguir este camino, Jesús les promete el Reino, y ser hijos de Dios, y poseer la tierra. Podríamos rezar hoy, serenamente, como oración personal, el hermoso salmo 33 [34] repitiendo, como antífona después de cada estrofa, igual que en la Misa de hoy: «Haz la prueba y verás qué bueno es el Señor y leer luego las bienaventuranzas desde esta perspectiva. ¡Bendecido lunes en esta memoria de «La Bienaventurada Virgen María, Madre de la Iglesia»! 

Padre Alfredo.

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