sábado, 31 de marzo de 2018

«Un silencio esperanzador»... Un pequeño pensamiento para hoy


Hoy la Iglesia, durante el día, guarda un silencio esperanzador, un silencio que gritará el anhelo de la Resurrección en la Vigilia Pascual la noche de este sábado. En la noche —o por la madrugada en algunos lugares—- tendremos la celebración que es la central de todo el año, la que lleva a su cumbre el camino que empezamos con la Cuaresma y la que inaugura la Cincuentena Pascual: la «VIGILIA PASCUAL». Una vigilia plagada de símbolos muy expresivos: la noche misma y su oscuridad, la luz del fuego nuevo, el Cirio, el pregón, las flores, el aleluya, los sacramentos del Bautismo — en donde hay catecúmenos y reciben el bautismo hoy—, y la Eucaristía —la más solemne del año—. Esta noche, en la celebración hay más lecturas que de costumbre —normalmente, siete del Antiguo Testamento y dos del Nuevo—, porque es la noche en que la comunidad cristiana «vela», proclamando la Historia de la Salvación desde los orígenes del mundo hasta la nueva creación de Cristo Resucitado. 

Los libros históricos de la Biblia esta noche nos presentan la creación del mundo y del hombre, recordándonos que ahora es el nuevo Adán, el Hombre verdadero, el Mesías esperado, que centra nuestra atención. La fe de Abraham, dispuesto a sacrificar a su hijo, aparece como figura de Cristo que se entregó a sí mismo para salvar a todos. El paso por el Mar Rojo abierto nos ayudará a entender la Pascua del Señor y la liberación que celebramos radicalmente en nuestro bautismo. Los profetas, en sus cuatro lecturas, nos mostrarán palabras de esperanza y estímulo salidas de la boca de Dios: «los reuniré, les daré un corazón nuevo, los purificaré, serán mi pueblo, los amaré con misericordia eterna, los llenaré de toda clase de dones... Pero sobre todo el Nuevo Testamento, después del canto del gloria, con brillantes expresiones de alegría: flores, música y canto, nos anunciará la gran noticia de la Resurrección y su paralelo sacramental en el Bautismo cristiano, por el que nosotros mismos hemos sido sumergidos en la nueva existencia del Señor como sus discípulos–misioneros y renovaremos las promesas de nuestro bautismo. La Vigilia Pascual que esta noche celebraremos es lo que da sentido a nuestra fe y a nuestra existencia: por eso somos cristianos, por eso nos sabemos discípulos–misioneros, por eso seguimos perseverando a pesar de las dificultades que podamos encontrar, porque Cristo inaugura un nuevo orden, ha resucitado y vive. No seguimos a un libro, o a una doctrina, o a un maestro y fundador de otros tiempos, sino a una Persona Viviente, Jesús, el Mesías y Salvador, que ha sido resucitado por la fuerza del Espíritu y está presente en medio de nosotros, aunque no le veamos, actuando por su Espíritu en nuestro mundo hoy globalizado. 

La vida cristiana no termina en la cruz, sino que nace en esta noche de Pascua. La Resurrección de Jesús lo renueva todo, nos abre a la novedad de su Espíritu vivificante y reciclador. Pero a la vez la Resurrección se nos da en primicia (1 Cor 15,20) y, como toda primicia, tiene algo de seminal, porque lo nuevo siempre nace pequeño. Quizá por eso necesitamos liberar nuestra concepción de la Resurrección de todo tipo de triunfalismo, ya que la experiencia de la Resurrección es siempre humilde y un tanto opaca, porque la realidad no deja de perder su densidad y dureza y sólo podemos captar su huella con los ojos de la fe. Revivir esta noche de la «VIGILIA PASCUAL» la Resurrección del Señor, nos puede cambiar —si queremos— la mirada, el corazón, el alma. Esta noche todos estamos llamados a romper con la mezquindad y la mediocridad. Estamos llamados a poner la fraternidad por encima de rituales, por encima de movimientos y grupos, por encima de tantas pequeñeces que con frecuencia nos apartan a unos de otros. Estamos llamados a sentir que pertenecemos a la comunidad cristiana; que en ella somos acogidos y amados; que en la Iglesia, impregnada por el gozo de la Pascua, no hay exclusión para nadie. Esta es la noche para echar fuera todo egoísmo, toda hipocresía, todo orgullo, todo miedo, todo aquello que impide que brille la luz de la Resurrección. Que de las tinieblas de esta noche santa salgamos todos renacidos y revestidos de la luz de Cristo como revestida está María su Madre. Ella nos ayudará a vivir santamente la Pascua y, como ella, a esperar en actitud orante la fuerza del Espíritu que llegará de lo alto. Caminemos hacia esta noche santa de la «VIGILIA PASCUAL» en un silencio esperanzador. 

Padre Alfredo.

viernes, 30 de marzo de 2018

«El nombre que está sobre todo nombre»... Un pequeño pensamiento para hoy

¡Cómo me llama la atención este Viernes Santo la segunda lectura de la liturgia de la Adoración de la Cruz, con las palabras de la carta a los hebreos: «Jesús, el Hijo de Dios, es nuestro sumo sacerdote, que ha entrado en el cielo» (Hb 4,14)! Cristo —leemos en esa misma carta— «ha entrado en el santuario una vez para siempre, no con sangre de machos cabríos ni de becerros, sino con la suya propia» (Hb 9,12). Hoy celebramos, ya no en figura sino en realidad, la gran expiación de los pecados «del mundo entero» (cf 1 Jn 2,2; Rm 3,25) pronunciando un Nombre: «Jesús». Es sabido que la carta a los hebreos, en el conjunto de los escritos del Nuevo Testamento, representa algo único en la audacia interpretativa de la figura de Jesús, que lo presenta como sumo sacerdote cuando él era un laico y murió como un blasfemo. Junto a esto, la aclamación al Evangelio, con palabras de san Pablo nos muestra la sencillez y humildad de nuestro Redentor: «Cristo se humilló por nosotros y por obediencia aceptó incluso la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó sobre todas las cosas y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre» (Flp 2,8-9). 

Hoy tenemos en la primera lectura —como les había compartido desde algunos días— el último «cántico del Siervo» (Is 52,13-53,12), una lectura de Isaías que contiene suficientes elementos como para poder aplicarlo a lo que había sucedido con Jesús de Nazaret. Este cántico está muy bien elaborado. Con una simplicidad aparente, consigue implicar al discípulo–misionero en la contemplación del Siervo, que, «como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca». Esta imagen llevará a san Juan a hablar de Jesús como el Cordero de Dios que quita (toma sobre sí y destruye) el pecado del mundo. El Apocalipsis se referirá a menudo a Jesús victorioso de la muerte mediante la figura del Cordero, que ha sido degollado pero que vive por siempre y llega a la glorificación máxima a través de la humillación más total, a través de aquel sufrimiento que desfigura al hombre, que desdibuja la imagen de Dios hasta el punto de convertirse en repugnante y menospreciable. 

El Siervo de Yahvé recibe el premio de sus sufrimientos y nos hace profundizar en el Evangelio de hoy. Cristo vive y dará la vida a una gran multitud. Debilidad y fuerza, inocencia y persecución, sufrimiento y paciencia, humillación y exaltación, constituyen una parte importante de su vida y hoy meditamos en cada uno de estos aspectos. El Cristo desfigurado de la pasión y su muerte en la cruz, lo presenta como el justo (cf. Hch. 3,13ss) que intercede ante el Padre por todos. Su silencio impresiona a Pilato; es humillado y acepta la humillación; después de muerto, el centurión reconocerá su inocencia. Dios lo exaltará a su derecha y le dará en herencia una multitud inmensa entre la que estamos nosotros. Pienso ahora en María al pie de la cruz y quiero pedirle su sensibilidad de alma y su corazón, para vivir en profundidad la celebración de la «Adoración de la Cruz» y termino la reflexión con una oración bellísima que san Buenaventura hizo para este día de la pasión: «Dulcísimo Jesús, Hijo de Dios vivo, Dios y Hombre verdadero, Redentor de mi alma: por el amor con que sufriste ser vendido de Judas, preso y atado por mi salvación: ¡Ten misericordia de mí! Benignísimo Jesús mío: por el amor con que padeciste por mi alma tantos desprecios, irrisiones, negaciones y tormentos en la casa de Caifás: ¡Ten misericordia de mí! Pacientísimo Jesús mío: por el amor con que por mi padeciste tantos falsos testimonios, afrentas injurias y acusaciones falsas en la casa de Pilato: ¡Ten misericordia de mí! Mansísimo Jesús de mi alma: por los desprecios, escarnios y burlas de la casa de Herodes; por los azotes, corona de espinas y mofas sangrientas y condenación a muerte de la casa de Pilato: ¡Ten misericordia de mí! Piadosísimo Jesús de mi alma: por todo lo que por mí padeciste en tu adorable Pasión, desde la casa de Pilato hasta el monte Calvario, donde toleraste por mi amor el ser crucificado para que yo me salvase: ¡Ten misericordia de mí, ten misericordia de mí, ten misericordia de mí! ¡Amén!» 

Padre Alfredo.

jueves, 29 de marzo de 2018

«¡Qué grande es el Jueves Santo!»... Un pequeño pensamiento para hoy


La Pascua judía, unida indisolublemente a la liberación del pueblo que era esclavo en Egipto, nos lleva en pleno al Antiguo Testamento (Ex 12,1-8.11-14) para captar, por este medio, la continuidad entre la Pascua judía y la Pascua cristiana que celebramos con especial solemnidad congregados este día con la Cena del Señor, donde se instituyó la Eucaristía, el sacramento del orden sacerdotal y el mandamiento el amor (Jn 13,1-15), para vivir la expresión más hermosa de la Iglesia en la celebración de la Santa Misa (1 Cor 11,23-26). «La Eucaristía hace la Iglesia», decían los santos Padres y Benedicto XVI nos lo recuerda en Ecclesia de Eucharistia 26, afirmando que «la Eucaristía edifica la Iglesia y la Iglesia hace la Eucaristía». La Eucaristía, sacrificio y banquete, es lo más valioso que la Iglesia tiene en su camino como peregrina en el tiempo y en la historia; es el don más valioso recibido de su Señor, «el don por excelencia, porque es don de sí mismo, de su persona en su santa humanidad, así como de su obra de salvación» (cf. Ecclesia de Eucharistia 11), porque es «fuente y cima de toda la vida cristiana» (Lumen gentium, 11; cf., 1). 

Pero antes de instituir la Eucaristía Jesús se ciñe la cintura para confirmar ese movimiento de la «kénosis» de Dios que se abaja, se vacía de sí mismo, para agraciar y enriquecer la humana condición, poniéndose a sus pies, a su servicio. Jesús de aquel modo, nos dibujó el icono de la entrega: «Les he dado ejemplo para que lo que Yo he hecho con ustedes, ustedes también lo hagan» (Jn 13,15). ¿Qué más puede darnos o decirnos Jesús? Pues el don de su sacerdocio. Jesús nos amó hasta el extremo ofreciéndose Él mismo y perpetuando su entrega en los sacerdotes, que año con año, nos hacen vivir plenamente este día, por la mañana —ordinariamente hoy u otro día de esta Semana Santa— con el Obispo del lugar, la Misa Crismal en donde renuevan sus promesas sacerdotales y el Obispo bendice los óleos santos. ¡Qué grande es el Jueves Santo y cuántos tesoros nos deja! En medio del espeso silencio sobre Dios que quiere imponer la cultura actual, el Jueves Santo nos alienta a no esconder nuestro mejor tesoro. 

Ante el oscurecimiento de la esperanza en la vida eterna en que vive sumida la cultura de hoy, el Jueves Santo nos da la Eucaristía como fuente de esperanza y prenda de la vida futura. Ante una cultura que está perdiendo la memoria de sus raíces cristianas, el Jueves Santo nos invita a hacer memoria del misterio del amor de Cristo en la celebración eucarística que cada día los sacerdotes presiden. Ante una cultura que tiene miedo a afrontar el futuro, el Jueves Santo nos hace voltear hacia Aquél que es el «Camino, Verdad y Vida» (cf. Jn 14,6) en sus sacerdotes que nos traen la Palabra y los sacramentos. Ante una cultura en la que muchos viven cada vez más sumidos en una profunda soledad, el Jueves Santo nos regala el consuelo del mandamiento el amor, en el que Cristo nos invita a servirnos unos a otros. Ante una cultura en la que la existencia aparece cada vez más fragmentada, multiplicándose las crisis familiares, la violencia, el terrorismo y los conflictos, el Jueves Santo se hace anuncio del misterio sacrosanto de la Eucaristía, vínculo de comunión y fuente de unidad y de paz. Ante la cultura de la globalización que descarta a muchos y difunde el individualismo egoísta, el Jueves Santo nos impulsa a trabajar por la globalización de la caridad y la implantación de la nueva civilización del amor. Ante la cultura de la muerte, en la que se desprecia la vida humana, el Jueves Santo celebra el misterio eucarístico, verdadero pan de vida que se parte y se reparte en todos los puntos cardinales de la tierra. Así, en medio de este mundo que pretende saciar su sed de esperanza y felicidad con realidades efímeras y frágiles que no sacian el corazón del hombre, proclamemos en todas partes a Aquel que, oculto en las especies eucarísticas, nos dice: «El que viene a mí nunca tendrá hambre y el que cree en mí jamás tendrá sed» (Jn 6,35). Vivamos este Jueves Santo intensamente y Junto a Cristo Sacerdote pensemos en María su Madre, que nos invita siempre a ir hacia su Hijo para hacer lo que Él nos diga (Jn 2,5) y nos contagia su fuerza para vivir amando nuestra fe con dinamismo y alegría en esta coyuntura histórica, en la que sigue resonando la palabra intemporal de Jesucristo que nos dice: «Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,20). Así sea. 

Padre Alfredo. 

P.D. Hoy cumple años mi madre. Desde esta selva de cemento me uno espiritualmente al gozo de un día más de vida. ¡Felicidades doña Blanca Margarita!

miércoles, 28 de marzo de 2018

«¡No basta estar con Jesús!»... Un pequeño pensamiento para hoy...

Jesús estaba suficientemente habituado a «comer con los pecadores», como se le ha reprochado a menudo (Mc 2,16) y hoy, no menos que otras veces, no ha rechazado a un pecador... es Judas quien se ha separado de Él. En combinación con la escena evangélica que se da en la Última Cena y que nos narra el Evangelio de hoy (Mt 26,14-25), a mitad de la Semana Santa, nos encontramos con el tercer canto del Siervo de Yahvé que ya conocemos (Is 50,4-9). El texto de Isaías sigue la descripción poética de la misión del Siervo, pero con una carga más fuerte de oposición y contradicciones. La misión que a éste le encomienda Dios, es «saber decir una palabra de aliento al abatido». Pero antes de hablar, antes de usar esa «lengua de iniciado», Dios le «espabila el oído para que escuche». Esta vez las dificultades son más dramáticas: «ofrecí la espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que me tiraban de la barba, no aparté mi rostro a los insultos y salivazos» (Is 50,6). También en este tercer canto sale triunfante la confianza en la ayuda de Dios: «El Señor me ayuda, por eso no quedaré confundido» (Is 50,7). Y con un diálogo muy vivo muestra su decisión: «Cercano está de mí el que me hace justicia, ¿quién luchará contra mí?» (Is 50,9). Completando este sentir, el salmo responsorial de hoy insiste tanto en el dolor como en la confianza: «por ti he sufrido injurias... en mi comida me echaron hiel. Señor, que tu bondad me escuche en el día de tu favor... se alegrarán al verlo los que sufren, quienes buscan a Dios tendrán más ánimo, porque el Señor jamás desoye al pobre» (Sal 68). 

En estos días santos, como hemos visto, Jesús es perfectamente descrito en esos cantos del Siervo y hoy en este salmo. Su entrega hasta la muerte no es inútil: así cumple la misión que Dios le ha encomendado, al solidarizarse con toda la humanidad y su pecado. Él escuchaba y cumplía la voluntad de su Padre y, a la vez, comunicaba una palabra de cercanía y esperanza a todos los que encontraba por el camino, pero, aunque el proyecto de Jesús tiene un contenido divino —por reflejar la propuesta de Dios y por recibir de Él su fuerza— está también sometido a las leyes del comportamiento humano. Dios no quiere tocar la libertad humana, para evitar que su proyecto sea traicionado. Él acepta esta posibilidad. Tal es el precio de la libertad. Jesús aceptó estar sometido a la posibilidad de la traición. Así, como decía al inicio, hoy meditamos, en el Evangelio, la misma escena de ayer, pero esta vez explicada por san Mateo, y sabemos que cada Misa es un gesto de Jesús hacia los pecadores que somos nosotros como discípulos–misioneros que cargamos con nuestra fragilidad humana, como los Apóstoles. Pero, no basta estar junto a Él... necesitamos no rehusar su amor. San Mateo pone de relieve que Judas... ¡que estaba con Jesús!, tomó la iniciativa para entregarlo traicionándolo. 

A la luz de este relato evangélico, si somos sinceros, seguro que nos topamos con más de un incidente de nuestra vida en el que también nosotros hemos vendido nuestra dignidad como lo hizo Judas. Incluso por menos valor —treinta monedas de plata eran el precio de un esclavo (Ex 21,32)—. Menos mal que nuestra dignidad no depende de nuestro valor personal, sino del don de Dios Padre que nos ha elegido y en Él nos fortalecemos para no caer. Menos mal que el precio de Jesús no está marcado por el dinero que Judas recibió por su traición. Menos mal que Jesús, el hombre libre, no se dejó llevar por los acontecimientos, sino que fue capaz de convertir la traición en entrega. A Jesús no le quitaron la vida, sino que la dio voluntariamente (Jn 10,18). De esa manera nos hizo comprender la inmensidad del amor de Dios en un corazón que conoce y sigue fielmente el camino que ha trazado nuestro Redentor. Un cristianismo sin la claridad que exige ese proyecto de Jesús y sin procesos de asimilación del mismo, será una mina de traiciones, desilusiones y amarguras como Judas, que se cierra al amor misericordioso de Dios. Nuestra vida no puede ser igual antes y después de la pasión y muerte de Cristo contemplándola con todos estos detalles. Es necesario que, arrepintiéndonos de nuestras injusticias, egoísmos, suficiencias, traiciones y liviandades, reiniciemos nuestro camino de honestidad, de santidad, de fidelidad, de amor y de paz. Mientras este revuelo sucedía, María, la Madre del Señor, permanecía callada, de la misma manera que callada hoy intercede por nosotros. Acojámonos a Ella para no caer en la tentación y alcanzar con Cristo su Resurrección. 

Padre Alfredo.

martes, 27 de marzo de 2018

«Señor, a dónde vas?»... Un pequeño pensamiento para hoy

Hoy Martes Santo, leemos el segundo «canto del Siervo» como primera lectura de la Misa (Is 49,1-6). El Siervo ha sido elegido por Dios desde el seno materno para que cumpla sus proyectos de salvación: «E Señor me llamó desde el vientre de mi madre; cuando aún estaba yo en el seno materno, él pronunció mi nombre» (Is 49,1). Este Siervo cuya existencia Isaías profetiza, será como una espada, porque tendrá una palabra eficaz y como una flecha que el arquero guarda en su aljaba para lanzarla en el momento oportuno. La misión que Dios le encomienda a este personaje bíblico es restablecer a las tribus de Jacob y reunir a los sobrevivientes de Israel... más aún: ser luz de las naciones, para que la salvación de Dios llegue hasta los últimos rincones de la tierra. En este segundo canto aparece ya el contrapunto de la oposición, que ayer no aparecía. El Siervo no tendrá un éxito fácil y más bien sufrirá momentos de desaliento: «En vano me he cansado, inútilmente he gastado mis fuerzas» (Is 49,4). Le salvará la confianza en Dios: «mi recompensa la tenía mi Dios». 

También en Jesús, el verdadero Siervo, que con su muerte va a reunir a los dispersos, que va a restaurar y salvar a todos, podemos constatar esa «crisis» que se muestra en el canto de Isaías. Jesús no es que aparentemente haya tenido muchos éxitos. Algunos creyeron en él, es verdad, pero las clases dirigentes, no. Hoy en la lectura evangélica escuchamos que uno le va a traicionar: lo anuncia él mismo, «profundamente conmovido» (Jn 13,21-33.36-38). Nos consta, además, que no es que los otros once permanecieran muy fieles y valientes: uno le negará cobardemente, a pesar de que en ese momento asegura con presunción: «daré mi vida por ti». Los otros huirán al verle detenido y clavado en la cruz. La queja del Siervo («en vano me he cansado») se repite en los labios de Cristo: «¿no han podido velar una hora conmigo?... Padre, ¿por qué me has abandonado?». En verdad, como afirma la Escritura, «era de noche». A pesar de que él es la Luz. El relato está aderezado con algunas preguntas: «Señor, ¿quién es?», «Señor, ¿adónde vas?», «Señor, ¿por qué no puedo acompañarte ahora?». Quién, adónde, por qué. En esas preguntas de Pedro y Juan reconocemos las nuestras. Por boca del discípulo amado y de Pedro formulamos nuestras zozobras, nuestras incertidumbres, nuestros cuestionamientos... ¿A dónde vas, Señor? 

Jesús observa, escucha y responde a cada uno: al discípulo amado, a Judas y a Simón Pedro. La intimidad, la traición instantánea y la traición diferida se dan cita en una cena que resume toda una vida y que anticipa su final. Lo que sucede en esta cena es una historia de entrega y de traición. Como la vida misma. El Martes Santo —podemos suponer— es un día ideal para guardar silencio y abrir el corazón a la escucha del Señor. Hablar de traición supone hacer referencia a una relación de amor y fidelidad frustrada. Sólo se traiciona a quien se ha amado. ¿Estaremos nosotros traicionando a Jesús a quien queremos amar? Lo traicionamos cuando abusamos de promesas que no cumplimos; lo traicionamos cuando no tenemos tiempo para él; lo traicionamos cuando somos mezquinos; lo traicionamos cuando no lo aceptamos en los rostros en los que él se nos manifiesta; lo traicionamos cuando lo convertimos en un objeto de consumo; lo traicionamos cuando damos por supuesta su amistad y somos tibios; lo traicionamos cuando no estamos dispuestos a dejarnos transformar por él. Pocos días tenemos juntos dos pasajes de la Escritura tan profundos como hoy, dejemos que este Martes Santo sea Dios mismo quien nos hable y nos ayude a descubrir nuestras sombras. Pidamos a María, consoladora de los afligidos que una su silencio al nuestro. ¡Bendecido y reflexivo Martes Santo! 

Padre Alfredo.

lunes, 26 de marzo de 2018

«La unción en Batania»... Un pequeño pensamiento para hoy

Ayer en mi reflexión, recordaba que estos días estamos escuchando en la liturgia de la palabra los llamados «Cánticos del Siervo de Yahvé» en los que Isaías, de manera profética, nos va anunciando la figura de ese Siervo, que podría referirse al mismo pueblo de Israel, pero que, poco a poco, se va interpretando como el Mesías enviado por Dios con una misión muy concreta en medio de las naciones. Hoy escuchamos el primer canto, que nos presenta al Siervo como el elegido de Dios, lleno de su Espíritu, enviado a llevar el derecho a las naciones y a abrir los ojos de los ciegos, a la vez que libera a los cautivos. Es un pasaje que resuena casi al pie de la letra en los relatos que los evangelistas nos hacen del bautismo y de la transfiguración: también allí se oye la voz de Dios diciendo que Cristo es su siervo o su hijo querido. El escritor sagrado nos describe el estilo con el que actuará: «no romperá la caña desquebrajada, ni apagará la mecha que aún humea» (Is 42,1-7). Como la misión de ese Siervo no se prevé que sea fácil —y así se nos dejará ver en los cantos siguientes— el salmo 26 anticipa la clave para entender su éxito: «El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré?... Cuando me asaltan los malvados, me siento tranquilo: espera en el Señor, sé valiente, ten ánimo, espera en el Señor».

Jesús conocía estos relatos y presentía cercana su muerte. En este contexto hay que colocar la unción de Betania: el simple gesto amoroso de una mujer que se podía convertir en escándalo. A estas alturas, todo lo que Jesús hacía quedaba satanizado por sus enemigos: curaciones de enfermos, acogida de pecadores, cercanía a los oprimidos, hasta la simple caricia amorosa en sus pies de una mujer sumamente agradecida... Jesús va a llegar a su muerte acompañado silenciosamente por la gente humilde que había sido testigo de su amor como esta mujer. Por eso los evangelios no tienen inconveniente en ir recogiendo los testimonios de este amor simple del pueblo que, cuando quiere de verdad, va más allá de todo moralismo que la sociedad hipócrita vaya marcando. Jesús, aún en vida, se siente ungido para la muerte, porque el amor desborda el tiempo y el espacio. El amor todo lo trasciende. Frente a la inexorable muerte que le plantean los enemigos de su proyecto, le quedaba la alegría de recoger los testimonios de amor simple y sencillo con los que el pueblo, representado esta vez por una mujer, y antes por Zaqueo, el ciego de nacimiento, la samaritana y muchos más, se adhería silenciosamente a su proyecto de salvación.

El detalle de María, representando a tantos amigos de Jesús y ungiendo sus pies con un costoso perfume, es un signo de amor y cariño. Es una manera de decir: aunque otros te desprecien y te condenen, para mí eres tú mi único Señor. ¡Qué arriesgado hacer eso con uno que va a ser condenado a muerte! El signo abre un interrogante para nosotros que, de alguna manera, también somos invitados a ese banquete. La cena en donde se da el hecho, es como si fuera un anticipo de la última cena. Allí están los amigos —Marta, María, Lázaro— y también los traidores —entre ellos Judas Iscariote—. Se trata de una cena en la que se ponen de relieve las dos actitudes básicas ante Jesús que van a estar presentes en el drama de su proceso y de su muerte: la cercanía del amor y la distancia del resentimiento. No debo olvidar que yo también he sido invitado. ¿Qué me dice esta cena? ¿A qué me invita esa unción? ¿Hasta dónde llega mi amor por Jesús y su Evangelio? Estamos ante la unción anticipada de su cuerpo que va a ser torturado, muerto y sepultado. Es la unción del Siervo de Dios, no para ejercer el poder despóticamente como los reyes, ni para ofrecer el culto formalístico de los sacerdotes del templo de Jerusalén. Es una unción para el servicio hasta la muerte, para la entrega de amor a la humanidad toda, culminación del ministerio de Jesús, de su enseñanza y de sus milagros, signos de la misericordia de Dios. Dispuestos ya para las celebraciones pascuales no será simplemente respirar el incienso o el aroma de las flores con las que solemnizamos estos días, cansarse en las largas procesiones del Viacrucis y el Silencio... Hemos de rendir homenaje a Jesús por su pascua en compromisos de solidaridad y de servicio. Sin esto, las solemnidades litúrgicas no serán más que una simple exhibición anual. Que María, la Madre de Jesús, nos ayude a abrazar y vivir el verdadero sentido de estos días santos. ¡Bendecido lunes!

Padre Alfredo

domingo, 25 de marzo de 2018

«LA ENTRADA TRIUNFAL A LA REALIDAD HUMANA».. Un pequeño pensamiento para hoy


Hoy celebramos la entrada triunfante de Jesús en Jerusalén e iniciamos con ello la vivencia de una Semana Santa más en nuestras vidas. Este es nuestro primer día de este recorrido acompañando a Jesús en su pasión, muerte y resurrección luego de haber venido avanzando en la Cuaresma llenaos de esperanza. Dice la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento: «Nuestro corazón es todo de Dios y para Él sólo. Y en Él amamos a nuestros semejantes, ante todo con amor de caridad, de amistad...» Jesús, cuyo corazón es todo de su Padre Dios, entra también a nuestro corazón y quiere entrar triunfante para reinar en él. En este día dichoso, aparecen ante nuestros ojos las dos caras centrales del misterio pascual de esta «Semana Mayor»: la vida o el triunfo, mediante la procesión de ramos y la muerte o el fracaso, con la lectura de la Pasión. Debido a esas dos caras que tiene este día, se conoce como «Domingo de Ramos» (la cara victoriosa) o «Domingo de Pasión» (la cara dolorosa). Por esta razón, la celebración comprende dos celebraciones: la procesión de ramos y la celebración eucarística, que comienza con la bendición de los ramos.

En la liturgia de la Palabra, el profeta Isaías nos presenta el tercero de los llamados «Cánticos del Siervo de Yahvé» (Is 50,4-7. Los seguiremos escuchando estos días. El cuarto, más impresionante todavía, lo tendremos el Viernes Santo). El Siervo de Yavhé es el que se ofrece a sí mismo, inocente por los pecadores, para salvar a todos: «Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que mesaban mi barba. No oculté el rostro e insultos y salivazos» (Is 50,6). Nosotros cada año leemos estos poemas como cumplidos en Cristo Jesús, que voluntariamente ha cargado con las culpas de todos. San Pablo, en la segunda lectura nos presenta otro poema, esta vez en una de sus cartas (Flp 2,6-11) para hacernos entender la dinámica de este misterio: «Cristo se despojó de su rango (de su categoría de Dios) y tomó la condición de siervo, pasando por uno de tantos. Se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de Cruz». Y finalmente san Marcos, en el evangelio, no ya en un tono poético sino más que realista, nos muestra la cruda realidad de la Pasión y Muerte de Cristo Jesús, que llega hasta el extremo de dar la vida por nosotros. Las tres lecturas nos muestran de una o de otra manera, hasta dónde llega el amor misericordioso de Dios por sus hijos, que no duda en «rebajar» a nuestra condición a su Hijo Unigénito para que dé la vida en rescate por todos.

¡Qué impresionante resulta contemplar a nuestro señor Jesucristo desde esta perspectiva bíblica el día de hoy! El Señor, el «Siervo de Yahvé», se ha hecho obediente a la realidad humana, tan compleja, promoviendo todo lo que es verdaderamente humano y rechazando todo lo que es contrario al hombre en su esencia... ¡Qué poco entendemos del poder inefable de este amor! Obediente al Padre, dando testimonio «hasta la muerte» de lo que el Padre quiere que sea la realidad humana, Cristo manifiesta su poder sometiéndose a todo lo que comporta vivir como hombre: condicionamientos físicos y materiales (hambre, sed, calor, fatiga); condicionamientos económicos y culturales (los de la propia sociedad de su tiempo, cultura limitada, medios pobres, oportunidades concretas más o menos reducidas); y, sobre todo, condicionamientos sociales, que le implican en los intereses (legítimos o ilegítimos, puros o bastardos) de las gentes de su tiempo, que le aman y son amados por él, le aceptan, o le rechazan, o le utilizan... y finalmente, luego de celebrar su entrada triunfal en la ciudad santa, le matan, porque su estilo de ejercer el poder no se acomodaba a lo que ellos ansiaban y esto les molestaba como le molesta a tanta gente de hoy que prefiere «opacar» el reinado, el poder y la entrega de Jesús con utilizar estos días para el descontrolado «spring break» lejos, muy lejos de Dios. El papa emérito Benedicto XVI, en su libro «Jesús de Nazareth» nos recuerda que el poder de Cristo es de otro tipo y yo me quedo hoy con esto para empezar la Semana Santa: «El poder de Cristo es de otro tipo, se encuentra en la pobreza de Dios, la paz de Dios, que identifica al único poder que puede redimir (Jesús de Nazaret h, vol. 2). ¿Cómo viviría María Santísima, la Madre de Jesús, aquel día y estos momentos? Esto lo dejo a que cada uno lo medite y se una a Ella con profundo amor. ¡Vivamos el Domingo de Ramos!

Padre Alfredo.

sábado, 24 de marzo de 2018

«Reunir a los hijos de Dios dispersos»... Un pequeño pensamiento para hoy


Hoy es el último día de la cuaresma; ya mañana domingo tenemos otro tiempo, otra experiencia, iniciaremos la Semana Santa. Esta cuaresma debió dejarnos convertidos, transformados, o al menos con unas ganas grandes de escuchar la Palabra de Dios y actuar en consecuencia, como Jesús. Hemos hecho un caminar desde el Miércoles de Ceniza que nos ha dejado un trabajo, una misión, un compromiso que se irá haciendo realidad en la Pascua con la vivencia de las pequeñas cosas de cada día y el tinte especial que seguramente el proceso de conversión ha dejado. En la primera lectura de este día, Ezequiel cumple su papel de profeta anunciando un cúmulo de cosas que interesaban sobremanera al pueblo de Israel, y que nos interesan ahora también a nosotros porque de repente como que se ve una realidad semejante: Las idolatrías, los crímenes y las infidelidades de Israel son un hecho innegable. Y, a razón de esos errores, han sobrevenido muchos males, como el destierro. Pero en el plan de Dios ese destierro no es el final del camino: Dios sigue siendo fiel, compasivo y misericordioso, y, tras la destrucción del templo y de la comunidad, volverá a amanecer nuevamente la obra de su mano poderosa, el retorno, la unidad y la paz con una alianza de amor que se restablecerá con caracteres indelebles. Ya no hará nuevos fracasos: Israel será el pueblo de Dios, y Yahvé será su Dios (Ez 37,21-28).

El profeta Ezequiel asegura no solo el retorno de Israel a su tierra, sino también su purificación. Los miembros del pueblo elegido se congregarán bajo el cayado de un nuevo David, que reinará para siempre, luego de pactar una alianza eterna. Todo ello, bien sabemos, se realiza en Cristo, presencia de Dios en su pueblo, su fiel amor al Padre, hasta la muerte, conseguirá reunir, unificar a los hijos dispersos (Jn 11,45-56). Todo es nuevo y eterno en el Señor Jesús, lo que muestra su trascendencia mesiánica. Los judíos no lo ven simple y sencillamente porque no lo quieren ver. De momento tampoco lo ven con claridad los Apóstoles. Lo verán más tarde. San Teófilo de Antioquía dice: «Dios se deja ver de los que son capaces de verle, porque tienen abiertos los ojos de la mente. Porque todos tienen ojos, pero algunos los tienes bañados de tinieblas y no pueden ver la luz del sol» (Libro I, 2,7). El texto del Evangelio de san Juan que la liturgia del día de hoy nos ofrece, resulta sobrecogedor. «Los grandes» del pueblo están realmente espantados ante las acciones de Jesús. No le acusan de nada malo: simplemente reconocen que «hace muchos milagros» y su mayor miedo es que «el pueblo crea en él». Esta posibilidad, que podría implicar el derrumbe de su propia posición de privilegio en la sociedad, les espanta. Y, sin más deciden darle muerte. 

Las palabras negativas de Caifás que hoy leemos en el Evangelio: «conviene que un solo hombre muera por el pueblo y no que toda la nación perezca» (Jn 11,50), Jesús las asumirá positivamente en la redención obrada por nosotros. Cristo, el Hijo Unigénito de Dios, ¡en la Cruz muere por amor a todos! Muere para hacer realidad el plan del Padre, es decir, «congregar en la unidad a los hijos de Dios, que estaban dispersos» (Jn 11,52). Sucede que muchas veces los discípulos–misioneros de Cristo llevamos una cruz sobre el pecho, en la muñeca, como arete o por lo menos en un llavero; pero tan solo es una cruz externa. Cuando el peso de la cruz cae sobre nuestros hombros, se templa nuestro verdadero corazón de discípulos–misioneros... ¡Hay tantos discípulos–misioneros que se clavan en su dolor viendo el rostro de Cristo, viendo su mano amorosa que viene a modelarlos y fraguar su amor con el dolor! Ven a Aquél que dio su vida por muchos. Termino la reflexión de este último día de Cuaresma con unas palabras del siervo de Dios, el cardenal Francisco Nguyen van Thuan, en su libro Testigos de esperanza: «Mira la cruz y encontrarás la solución a todos los problemas que te preocupan? Los mártires le han mirado a Él...». Que María Santísima nos ayude para que nuestras sentencias, palabras y acciones no sean impedimentos para la evangelización, ya que del Crucificado recibimos el encargo, también nosotros, de reunir los hijos de Dios dispersos, él nos lo recuerda ya resucitado: «Vayan y enseñen a todas las gentes» (Mt 28,19).

Padre Alfredo.

viernes, 23 de marzo de 2018

«Rechazados por ser fieles»... Un pequeño pensamiento para hoy

La vida de Jeremías —con quien nos volvemos a encontrar en la liturgia de la palabra de hoy (Jer 20,10-13)— fue una vida marcada por muchos miedos, especialmente debidos a la incomprensión y dureza de sus compatriotas. Marcado por una soledad dolorosa, que no carecía de significado en el conjunto de su ministerio profético, este profeta admirable vivió con intensidad singular lo que significa «amar a Dios sobre todas las cosas». En su voz, despavorida por las constantes amenazas de sus enemigos, sigue siendo más fuerte el amor a Dios y a su alianza que la parálisis que el miedo pueda provocar. Ya casi llegando a la Semana Santa, Jeremías nos enseña que no podemos acobardarnos ante las reacciones contrarias de quienes viven seguros en su poder, en sus injusticias o en su economía segura. El Señor, como al profeta, nos ha enviado a hacer un fuerte llamado a la conversión, no sólo para que todos vuelvan a Él, sino para que, uniendo a Él su vida, cada uno pueda volverse también hacia su prójimo con un corazón misericordioso. 

En medio de todo lo que el discípulo–misionero pueda padecer por el Evangelio debe aprender a poner su propia vida en manos de Dios. Él es un Dios protector, defensa y fortaleza del que le sea fiel aún en medio del dolor o la soledad. Y la cosa es que el problema con el mundo que nos rodea no es que hayamos o no hecho cosas buenas o incluso malas, el verdadero problema es que nuestra manera de vivir y de pensar va en contra del estilo del mundo… esta es la verdadera causa del rechazo. Nuestras obras dan testimonio, o deben darlo, de nuestra personalidad cristiana pues, al igual que Jesús, nosotros realizamos las obras que él mismo realizó a fin de llevar a cabo el proyecto del Padre para nuestro mundo aunque eso incomode al mismo mundo... ¡Jesús también perdió aparentes amigos que le seguían! Pagamos un precio por pertenecer a Cristo y querer imitarle. Su camino es nuestro camino, sus proyectos son los nuestros y su cruz es nuestra también. Al llegar a los umbrales de la Semana Mayor vale la pena preguntarse: ¿Mis proyectos son los de Cristo? Y si son, ¿los defiendo y realizo con todo mi corazón a pesar de ser un pecador que no ha alcanzado la plena conversión?

Cuando vemos de cerca nuestra alma y la sabemos débil, la percibimos con caídas, la notamos miserable. Pero... ¿hasta qué punto dejamos que la abrace plenamente Jesucristo nuestro Señor? Cuando palpamos nuestras debilidades ¿hasta qué punto dejamos que las abrace Cristo nuestro Redentor? ¿Podemos nosotros decir con confianza la frase del profeta Jeremías: «El Señor guerrero, está a mi lado; por eso mis perseguidores caerán por tierra y no podrán conmigo; quedarán avergonzados de su fracaso, y su ignominia será eterna e inolvidable»? (Jer 20,11). Los corazones cerrados de los enemigos de Jesús nos dan, junto a Jeremías, una enseñanza importante: la fe no se basa sobre la evidencia (Jn 10,31-42). Escuchaban a Cristo que predicaba abiertamente en las plazas y no se escondía. Lo veían dar la vista a los ciegos, sacar demonios, resucitar muertos y viendo, no veían; no lo sentían a su lado como Dios. Jesús luchaba por presentar argumentos que esos incrédulos pudieran aceptar, pero el intento es en vano. En el fondo, morirá por decir la verdad sobre sí mismo, por ser fiel a sí mismo, a su identidad y a su misión. Como profeta, presentará una llamada a la conversión y será rechazado, un nuevo rostro de Dios y será escupido, una nueva fraternidad y será abandonado... ese es el camino y como dice la canción: «se hace camino al andar». Es tan grande lo que Jesús intenta decir que no pueden entenderlo los que no caminan junto a él, solamente lo podrán comprender los pequeños y sencillos, porque el Reino está escondido a los sabios y entendidos. Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, a quien en algunas comunidades la viste hoy de «Dolorosa», la gracia de acoger a Cristo y su forma de ser en nuestra vida. Sólo imitándole a Él se podrá hacer realidad la santidad de vida en nosotros. Permaneciendo en Él seamos los primeros en trabajar por transformar nuestro mundo, aunque ganemos uno que otro enemigo, una que otra crítica, una que otra mala cara o una que otra burla. Este modo de comportarnos nos hará partícipes de la Pasión y resurrección de Jesús. En comunión con Él, estamos haciendo todas las cosas nuevas (Ap 21,5). ¡Bendecido viernes y los que empiezan vacaciones... no se olviden de su condición de discípulos–misioneros!

Padre Alfredo.

jueves, 22 de marzo de 2018

«En Cuaresma hacia la alegría de la Pascua»... Hora Santa 34.


Monitor: La Iglesia tiene la vocación de llevar la alegría al mundo, una alegría auténtica y duradera que brota de la Pascua que estamos por celebrar en próximas fechas. Nos reunimos en oración en esta Hora Santa para suplicarle al Señor de la Eucaristía, que inunde nuestros corazones de ese gozo de la alegría que, como Amigo entrañable, Él nos puede dar.

CANTO INICIAL:
«CANTANDO LA ALEGRÍA DE VIVIR»

Cantando la alegría de vivir,
llegamos a la casa del Señor.
Marchando todos juntos como hermanos
andemos los caminos hacia Dios. (2)

Venid, entremos todos dando gracias;
venid, cantemos todos al Señor,
gritemos a la roca que nos salva,
cantemos la alabanza a nuestro Dios.

La paz del Señor sea con nosotros,
la paz que llena sola el corazón,
la paz de estar unidos como hermanos,
la paz que nos promete nuestro Dios.

Entremos por las puertas dando gracias,
pidamos al Señor también perdón,
perdón por nuestra falta a los hermanos,
perdón por nuestro pobre corazón.

Ministro: ¡Oh Santísimo Sacramento, oh Sacramento divino.
Todos: Toda alabanza y acción de gracias, te sean dadas en todo momento!

Ministro: Jesús Eucaristía: Estamos ante ti en Cuaresma. Nos pesan todas las veces que te hemos ofendido a Ti y al prójimo pero contemplamos la alegría de tu salvación. Queremos hacer, en este momento de adoración, un acto de reparación por nuestras faltas pasadas y pedirte ese don de la alegría para cumplir la voluntad de tu Padre como tú lo hiciste aún desde la cruz. Míranos postrados ante Ti y ayúdanos a orar, vivir y a trabajar con gozo en nuestra conversión, te suplicamos nos ayudes para traer a otros, como discípulos–misioneros que somos, a tu presencia en la Sagrada Eucaristía. Con tu amor y tu gracia queremos renovar en nuestros corazones la alegría que viene de Ti para poder ayudar a llevar muchas almas al cielo. Amén.

Momentos de silencio para la reflexión personal.

CANTO DE MEDITACIÓN
«A TI LEVANTO MIS OJOS»

A ti levanto mis ojos, a ti que habitas en el cielo;
a ti levanto mis ojos, porque espero tu misericordia.

Como están los ojos de los esclavos,
fijos en las manos de sus señores,
así están nuestros ojos en el Señor,
esperando su misericordia.

Como están los ojos de la esclava,
fijos en las manos de su señora,
así están nuestros ojos en el Señor
esperando su misericordia.

Misericordia, Señor, Misericordia,
que estamos saciados de burlas,
misericordia, Señor, misericordia
que estamos saciados de desprecios.

Nuestra alma está saciada,
del sarcasmo de los satisfechos,
nuestra alma está saciada,
del desprecio de los orgullosos.

Momentos de silencio para la reflexión personal.

Monitor: Pongámonos en pie para escuchar ahora la Palabra de Dios:

Lector: Del Evangelio según san Lucas:                                                     (Lc 19,1-10).

En aquel tiempo, habiendo entrado Jesús en Jericó, atravesaba la ciudad. Había allí un hombre llamado Zaqueo, que era jefe de los cobradores de impuestos y muy rico. Quería ver cómo era Jesús, pero no lo conseguía en medio de tanta gente, pues era de baja estatura. Entonces se adelantó corriendo y se subió a un árbol para verlo cuando pasara por allí. Cuando llegó Jesús al lugar, miró hacia arriba y le dijo: «Zaqueo, baja en seguida, pues hoy quiero hospedarme en tu casa.» Zaqueo bajó rápidamente y lo recibió llenándose de alegría. Entonces todos empezaron a criticar y a decir: «Se ha ido a casa de un rico que es un pecador.» Pero Zaqueo dijo resueltamente a Jesús: «Señor, voy a dar la mitad de mis bienes a los pobres, y a quien le haya exigido algo injustamente le devolveré cuatro veces más.» Jesús, pues, dijo con respecto a él: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa, pues también este hombre es un hijo de Abraham y el Hijo del Hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido.»". Palabra del Señor.

Lector 1: En este pasaje que acabamos de escuchar, podemos ver cómo el Señor llama por su nombre a Zaqueo y decide alojarse en su casa. La sorpresa de este hombre bajito, encaramado en el árbol, al ver que Jesús le llama por su nombre es inmensa. Baja emocionado rápidamente y lleno de alegría, recibe a Jesús en su casa.

Lector 2: Zaqueo se da cuenta, oyendo las murmuraciones que le rodean, que ha estado equivocado. Él pensaba que la alegría le podía llegar a través del dinero, y ahora, ante Jesús, capta que con tanto que tenía, no había podido comprar ni un gramo de alegría, porque vivía sumergido en la mundanidad.

Lector 1: Jesús ha tomado la iniciativa de invitarse él, porque esa es la manera de Dios para acercarse al pecador que quiere salir de sus tristezas y abrazar la verdadera alegría que viene de Él. Más allá de las satisfacciones inmediatas y pasajeras, nuestro corazón busca la alegría profunda, plena y perdurable, que pueda dar «sabor» a la existencia.

Lector 2: Zaqueo había perdido el sabor de las alegrías sencillas: la alegría de vivir, la alegría ante la belleza de la naturaleza, la alegría de un trabajo bien hecho, la alegría del servicio, la alegría del amor sincero y puro. Los hermosos momentos de la vida familiar, la amistad compartida, el descubrimiento de las propias capacidades personales, la sensación de ser útiles para el prójimo.

Lector 1: Para Zaqueo, ha llegado la Pascua, su vida es nueva, llena de alegría, con un corazón que, sabiéndose perdonado piensa de inmediato en los demás. Dará la mitad de sus bienes a los pobres y restituirá cuatro veces a quien haya defraudado. Una decisión sorprendente que llena de alegría su corazón.

Lector 2:Estamos en Cuaresma, y este es un tiempo de apertura hacia la Pascua futura, donde se manifiestan los grandes deseos de felicidad, de amistad, del compartir y de verdad con una vida nueva; donde uno es impulsado por la resurrección de Cristo que nos lleva a perseguir grandes ideales y concebir nuevos proyectos.

Momentos de silencio para la reflexión personal.

CANTO PARA MEDITAR:
«CRISTO ESTÁ CONMIGO»

Cristo está conmigo,
junto a mí va el Señor;
me acompaña siempre,
en mi vida, hasta el fin.

Ya no temo, Señor, la tristeza,
Ya no temo, Señor, la Soledad;
porque eres, Señor, mi alegría,
tengo siempre, tu amistad.

Ya no temo, Señor, a la noche,
ya no temo, Señor, la oscuridad ;
porque brilla tu luz en la sombras,
ya no hay noche, Tú eres luz.

Ya no temo, Señor, los fracasos,
ya no temo, Señor, la ingratitud;
porque el triunfo, Señor, en la vida,
Tú lo tienes, tú lo das.

Ya no temo, Señor, a la muerte,
ya no temo, Señor, la eternidad;
porque tú, estas allá esperando,
que yo llegue, hasta Ti.

Monitor: Escuchemos y meditemos ahora unas palabras tomadas de diversos mensajes y homilías del Papa Francisco:

Lector 1: «Queridos hermanos: el mundo necesita ser tocado y curado por la belleza y la riqueza del amor de Dios. El mundo les necesita, no tengan miedo, necesita de todos nosotros, para ser la sal de la tierra y la luz del mundo. No tengan miedo de seguir a Cristo por el camino de la cruz. No tengan miedo de ser santos, la santidad es siempre joven, como es eterna la juventud de Dios. Queridos hermanos, déjense conquistar por la luz de Cristo y difúndanla en el ambiente en que viven. Ningún miedo es tan grande, para ahogar completamente la esperanza que brota eterna en el corazón del hombre. "¡Padre, que se haga tu voluntad y no la mía!” (Lc. 22, 42.)

Lector 2: ¿Cuántas veces hemos dicho la oración de Jesús? La repetimos una y otra vez, que sea tu voluntad y no la mía... Sin embargo, muchas veces, lo decimos de labios para afuera, por dentro se siente la rebeldía de quien no se conforma con los hechos y acontecimientos. No somos coherentes, no nos gusta cargar con nuestra cruz, ni escuchar un “no” como respuesta, aunque ese “no” venga de Jesús.

Lector 1: La voluntad de Dios trae momentos de intensa alegría, pero también tiene el gran peso de la cruz. Aún no aprendemos a sonreír en los momentos de dolor y a mantener la serenidad en el momento de la prueba. No logramos admitir que el dolor forme parte del gran proyecto de Dios, entonces comenzamos a luchar en contra y terminamos pidiendo lo que es nuestra voluntad y no la de Dios. Pedimos que Jesús haga lo que nosotros queremos, de la manera que lo queremos y en el plazo determinado por nosotros, para disfrazar nuestras exigencias añadimos un tímido “si es tu voluntad”, pero allá en nuestro interior es nuestra voluntad la que prevalece, condicionamos a Dios.

Lector 2: Necesitamos aprender de Jesús y María, cuando ellos dijeron sí, lo hicieron con su vida. Esa es la razón por la que muchas veces nos va mal, no le encontramos solución a nuestros problemas, porque no nos atrevemos a decir sí a Jesús».

Monitor: Recordemos que estamos ante la presencia de Jesús Sacramentado para pedirle eso precisamente, que nos ayude a decir que se haga su voluntad y no la nuestra, y que esa voluntad la podamos seguir con alegría, aunque el Señor nos pida abrazar la cruz pasando por momentos de dolor. Oramos para pedir al Señor la alegría de la esperanza, la alegría de la confianza en la promesa de la vida eterna, la alegría de la fecundidad de la Pascua que ya se acerca».

Momentos de silencio para la reflexión personal.

CANTO DE MEDITACIÓN
«SI CONOCIERAS COMO TE AMO»

Si conocieras como te amo,
si conocieras como te amo,
dejarías de vivir sin amor.
Si conocieras como te amo, 
si conocieras como te amo,
dejarías de mendigar cualquier amor.
Si conocieras, como te amo,
como te amo, serías más feliz.

Si conocieras como te busco,
si conocieras como te busco,
dejarías que te alcanzara mi voz.
Si conocieras como te busco,
si conocieras como te busco,
dejarías que te hablara al corazón,
si conocieras, como te busco, 
como te busco, escucharías más mi voz.

Si conocieras como te sueño,
si conocieras como te sueño,
me preguntarías lo que espero de ti.
Si conocieras como te sueño,
si conocieras como te sueño,
buscarías lo que he pensado para ti.
Si conocieras como te sueño,
como te sueño, pensarías más en mí.

Monitor: Dirijamos ahora nuestra oración a nuestro Señor Jesucristo, que, desde su Custodia, quiere colmar de alegría nuestros corazones y digámosle después de cada invocación:

Monitor: Llénanos de tu alegría, Señor.
Todos: Llénanos de tu alegría, Señor.

-Jesús, hijo de Dios vivo, esplendor del Padre y pureza de la luz eterna...

-Jesús, rey de la gloria, hijo de la Virgen María y sol de justicia...

-Jesús, Dios fuerte, Dios amable y Dios admirable...

-Jesús, Dios todopoderoso, Dueño de nuestra historia y mensajero del plan divino,...

-Jesús, pacientísimo, obedientísimo, manso y humilde de corazón...

-Jesús, autor de la vida, amador nuestro y amante de la castidad...

-Jesús, Dios de paz, modelo de virtudes y celoso de la salvación de las familias...

-Jesús, protector de los pobres, refugio de los débiles y esperanza de los afligidos...

-Jesús, tesoro de los fieles, pastor bueno y verdadera luz...

-Jesús, sabiduría eterna, bondad infinita, camino, verdad y vida nuestra...

-Jesús, alegría de los ángeles, rey de los patriarcas y maestro de los apóstoles...

-Jesús, doctor de los evangelistas, fortaleza de los mártires y luz de los confesores...

-Jesús, modelo de los sacerdotes, pureza de las vírgenes y corona de todos los santos...

CANTO ANTES DE LA BENDICIÓN Y/O RESERVA DEL SANTÍSIMO:
«OH BUEN JESUS YO CREO FIRMEMENTE»

Oh buen Jesús, yo creo firmemente,
que por mi bien, estás en el altar.
Que das tu Cuerpo y Sangre juntamente,
al alma fiel en celestial manjar (2).

Pequé, Señor, ingrato he venido;
infiel te fui, confieso mi maldad;
Contrito ya, perdón, Señor te pido,
eres mi Dios, apelo a tu bondad (bis).

¡Oh Buen Pastor, amable y fino amante!
Mi corazón se abraza en fino ardor,
si te olvidé, hoy juro que constante,
he de vivir tan solo en tu amor (bis).


Ministro: Nos diste, Señor, el pan del Cielo.
Todos: Que en sí contiene todas las delicias.

Ministro: Oremos: Oh Dios, que redimiste a todos los hombres con el misterio pascual de Cristo, conserva en nosotros la obra de tu misericordia, para que, venerando constantemente el misterio de nuestra salvación, merezcamos conseguir su fruto. Por Jesucristo nuestro Señor.

Si está el sacerdote o el diácono presentes, se da la bendición en este momento.


LETANÍAS FINALES:

Cristo, Maestro y Salvador del hombre.
Cristo, Mesías enviado al mundo.
Cristo, Fuente de la divina sabiduría.
Cristo, Buena Noticia para el pobre.
Cristo, Médico de los enfermos.
Cristo, Palabra de verdad.
Cristo, Luz de gracia.
Cristo, Pan bajado del cielo.
Cristo, Misterio pascual.
Cristo, Muerto y resucitado por nosotros.
Cristo, Sacramento de nuestra fe.
Cristo, alegría del mundo.
Cristo, Presencia permanente entre nosotros.
A ti, todo honor y toda gloria,
por los siglos de los siglos. Amén.

Se hace la reserva del Santísimo Sacramento.

CANTO FINAL
«JUNTOS CANTANDO LA ALEGRÍA»

Juntos cantando la alegría
de vernos unidos en la fe y el amor
juntos sintiendo en nuestras vidas
la alegre presencia del Señor.

Somos la Iglesia peregrina que él fundó,
somos un pueblo que camina sin cesar,
entre cansancios y esperanzas hacia Dios,
nuestro amigo Jesús nos llevará.

Hay una fe que nos alumbra con su luz,
una esperanza que empapó nuestro esperar,
aunque la noche nos envuelva en u inquietud,
nuestro amigo Jesús nos guiará.

Es el Señor, nos acompaña al caminar,
con su ternura a nuestro lado siempre va,
si los peligros nos acechan por doquier,
nuestro amigo Jesús nos salvara.

«Escucha certera»... Un pequeño pensamiento para hoy

Llegando ya casi a la Semana Santa, la liturgia de la Palabra nos presenta, en la primera lectura, la alianza que Dios establece con Abram. El cambio de nombre de Abram a Abraham indica un cambio de misión: será el padre de una muchedumbre de pueblos, y su fe será referencia constante para sus hijos. Abraham aparece hoy como figura del Jesús que con su Pascua se dispone a agrupar en torno a «una muchedumbre» elegida por Dios. Yahvé hace una alianza con Abraham y le promete una descendencia numerosa, a él que es ya viejo, igual que su mujer; y le promete la tierra de Canaán, a él que no posee ni siquiera un metro cuadrado de tierra. Dios hace su parte, y espera que Abraham y su descendencia cumplan la parte de la alianza que a ellos les toca, tienen que creer y seguir al único Dios. Yahvé será el Dios de Israel, e Israel, su pueblo. Pero, en el Evangelio que la Iglesia nos presenta para la Misa de hoy, los que se vanaglorian de ser descendientes de Abraham, no reconocen a Jesús como el «enviado» de Dios, es decir, como el Mesías y alborotados por la indignación de captar que Jesús se presenta como Dios, agarran piedras con la intención de lapidarle. No aceptan que en Jesús quiera sellar Dios una nueva y definitiva alianza con la humanidad para empezar una nueva historia.

Los judíos no entendían el mensaje de Jesús porque habían cerrado su mente y su corazón al cuestionamiento que Jesús les hacía. El Señor les cuestionaba su interpretación literal de la Escritura y los invitaba a una correcta interpretación espiritual o simbólica. Además, con base en esta interpretación, Jesús les cuestionaba su tan cacareada filiación a Abraham. Ser hijo de Abraham no se podía entender de una manera biológica, sino de manera simbólica o espiritual que implicaba una fidelidad. Sólo los amantes de la justicia y de la libertad, podían llamarse de verdad hijos del viejo y santo patriarca. Pero la realidad es que los judíos que escuchaban en aquella ocasión a Jesús querían seguir viviendo de las rentas de la fe de Abraham y por eso confunden de modo lastimoso la letra con el espíritu, la ley con la vida. Se sienten «herederos» de Abraham y, como tales, dueños absolutos de su fe. Han heredado las palabras y han pensado que conservarlas literalmente era el mejor modo de compaginar la fidelidad a Dios con su propio afán de poder y de dominio erigiéndose en celosos guardianes de su cumplimiento. Esta mezcla les ha hecho ciegos. Su mundo se divide en «buenos y malos» sin más categoría de discernimiento que el cumplimiento literal de normas y normas (que unos cuentos conocían) nacidas, a lo largo de los siglos, de la interpretación que los maestros iban haciendo. Jesús hecha por tierra todo su andamiaje y, por lo tanto, les resulta imposible soportarlo: hay que quitarlo de en medio.

Los cristianos de hoy no podemos ser como aquellos escuchas que en realidad no escuchaban. No debemos dejarnos persuadir por ninguna propuesta ni conducta contrarias al Evangelio. Nuestro «sí» cotidiano a Jesús es la mejor respuesta para nosotros y para los demás. Tal vez esa actitud de fidelidad y coherencia sea la mejor manera de hacer pensar a nuestros adversarios y hasta conseguir que el mundo crea en Jesús, Evangelio de Dios. Jesús es verdadero Dios y verdadero Hombre. «Perfecto Dios y perfecto Hombre», dice el Símbolo Atanasiano. San Hilario de Poitiers escribe en una bella oración: «Otórganos, pues, un modo de expresión adecuado y digno, ilumina nuestra inteligencia, haz también que nuestras palabras sean expresión de nuestra fe, es decir, que nosotros, que por los profetas y los Apóstoles te conocemos a ti, Dios Padre y al único Señor Jesucristo, podamos también celebrarte a ti como Dios, en quien no hay unicidad de persona y confesar a tu Hijo, en todo igual a ti». Esta es nuestra fe, es la fe que en Cuaresma estamos tratando de reforzar para llegar a celebrarla plenamente en la Vigilia Pascual. Pidámosle a María, esperanza nuestra, que nos ayude a «guardar la Palabra» en el corazón, como ella (Lc 2,19.51), ya que contamos con la garantía de Jesús, que dio su vida para que, con nuestro ser y quehacer seamos artesanos de la vida cada día. ¡Bendecido jueves lleno de alegría porque ya se acerca la Pascua!

Padre Alfredo.

miércoles, 21 de marzo de 2018

«Sedrak, Mesak y Abednegó»... Un pequeño pensamiento para hoy

Es ya inminente la llegada de la Semana Santa y hoy la lectura del libro de Daniel (Dm 3,14-20.49-50.91-92.95) nos hace que nos preguntemos cómo anda nuestra fe en Dios. El rey Nabucodonosor pretende ser adorado en una estatua de oro y quienes están exiliados en Babilonia y quieren ser fieles a Yahveh —entre ellos Sedrak, Mesak y Abednegó— toman la determinación de desobedecer al excéntrico monarca que les pregunta antes de echarlos a un horno encendido: «¿Y qué Dios podrá librarlos entonces de mis manos? A lo que ellos responden: «El Dios a quien servimos puede librarnos del horno encendido y nos librará de tus manos; y aunque no lo hiciera, sábete que de ningún modo serviremos a tus dioses, ni adoraremos la estatua de oro, que has mandado levantar». Y el Ángel de Yahveh los salvó provocando la admiración y el respeto de Nabucodonosor, que acabó alabando al Dios de Israel. Este relato pinta un panorama de muerte con la amenaza del horno, que nos hace pensar en el fuego que separará a buenos de los malos, a las ovejas de los cabritos. Los fieles serán, desde esta perspectiva, aquellos que en medio del fuego de las pruebas y persecuciones mantienen la confianza en Dios, que los hace libres. Los tres jóvenes son imagen del pueblo fiel que persevera en la alabanza, a pesar de las dificultades. La salvación de Dios está por encima de la condena humana, y el premio es la bendición y el amparo divino en la vida junto a Dios, tal como nos la promete Jesús con su resurrección.

Estos tres jóvenes que aparecen en la primera lectura de la Misa de hoy se convierten en símbolos de una actitud fiel que demuestra una fe profunda. Son tres jovencitos que poseen fortaleza y audacia, esa que todo discípulo–misionero de Cristo necesita hoy para vivir y defender la fe. Su actitud no se funda en palabras fáciles ni en conformismos sino en acciones arriesgadísimas que sólo una gran confianza y fe en Dios pueden mantener. Es emocionante ver la valentía, la lealtad y la generosidad de hombres y mujeres de fe que aún en medio de ataques directos, de burlas o calumnias que sufren por seguir a Cristo se mantienen fieles abrazando la cruz. A los cristianos de nuestro tiempo nos toca vivir en un sociedad pluralista y compleja. Es la nuestra e insertos en ella hemos de vivir los valores cristianos con valentía, los valores del Evangelio. Jesús nos pide que permanezcamos firmes y motivados por la fe en su Palabra (Jn 8,31-42).

Hoy, cuando ya quedan poquitos días para entrar en la Semana Mayor, el Señor nos pide que luchemos, como estos tres jóvenes. El Señor nos asegura que, si perseveramos en su palabra, conoceremos la verdad, y la verdad nos hará libres (cf. Jn 8,32). Mantenerse en la verdad no siempre es fácil, el horno encendido de los enemigos está siempre listo, pero, escuchando al Señor nos podemos mantener fieles. Los que oyen a Cristo con constancia, pueden transformarse en discípulos si esa palabra no entra por un oído y sale por el otro, sino permanece en el corazón. Estamos por terminar nuestra Cuaresma y esa palabra de Jesús ha resonado en nuestro corazón con fuerza cada uno de los días de este camino que hemos recorrido y que dentro de poco nos llevará a la Pascua. La Semana Santa que vamos a celebrar, nos ofrece el espacio ideal para una reflexión profunda. Un período que nos va a mostrar a un Cristo que se ofrece a nosotros; un Cristo que se hace obediente por nosotros; un Cristo que es la garantía del amor esponsal de Dios por su pueblo. Un Cristo que nos hace valientes y reclama de cada uno de nosotros el amor fiel, el amor de don total del corazón hecho obras, manifestado en un comportamiento realmente cristiano, aunque tengamos que navegar contra corriente. Las celebraciones del misterio pascual marcarán la raya que define si soy alguien que valientemente da testimonio de su fe. Que Dios, nuestro Padre, nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de ser valientes sin dar marcha atrás en nuestra fe en Cristo, a pesar de las pruebas por las que tengamos que pasar, sabiendo que, al final, Dios mismo será nuestra recompensa y herencia eterna. ¡Bendecido miércoles!

Padre Alfredo.

martes, 20 de marzo de 2018

«La tentación de la nostalgia»... Un pequeño pensamiento para hoy


Vivir de fe en medio de las adversidades nunca ha sido una cosa fácil, la primera lectura de hoy nos presenta cómo, en medio del desierto, el pueblo de Israel experimenta la experiencia de la dificultad de vivir la fe y de confiar en la promesa de Dios en una situación muy adversa (Núm 21,4-9). Su rebelión le muestra cómo fuera de Dios no hay salvación. El pueblo, extenuado..., habló contra Dios y contra Moisés: ¿para qué nos sacaste de Egipto? ¿Para que muriéramos en el desierto? (Núm 21,5). Es fácil darse cuenta de que el pueblo hebreo, peregrino por el desierto en pos de la libertad y del cumplimiento de las promesas de Dios, no era muy diferente al resto de la humanidad. Cada uno de nosotros, en mayor o menor medida, puede identificarse con él. Habían abandonado una posición dolorosa, en la que eran esclavos, pero en la que tenían asegurado lo mínimo para vivir. En Egipto no les faltaba casa, vestido y sustento. Pero no era suficiente, necesitaban tomar entre sus manos las riendas de su propio destino. En el camino, en medio del desierto que les conduce a la liberación total, comienzan a fallar los mínimos y surge la duda. Agobiados por la carencia de una satisfacción inmediata de sus deseos, vuelven los ojos atrás y suspiran por las cadenas que les daban de comer. 

¡Qué fácil es dejarse atrapar y experimentar la tentación de cambiar la esperanza por la nostalgia! Y lo peor del caso es que el es que el pueblo elegido abandona la esperanza en la Tierra prometida por la nostalgia de una tierra ajena en la que sólo podía aspirar a la dádiva puntual del amo de turno, renunciando a sí mismos si era preciso en aras de una actitud de sumisa complacencia. Dios no puede dejar que sus hijos se pierdan y entonces interviene de una manera impresionante utilizando serpientes. En el desierto abundaban las serpientes, que constituían un peligro para el pueblo peregrino. La serpiente ha sido siempre símbolo de espanto. Animal sinuoso y deslizante, difícil de atrapar, que ataca siempre por sorpresa y cuya mordedura es venenosa: el veneno que inyecta en la sangre no guarda proporción con su herida aparentemente benigna. Así, los hebreos, en el desierto, se dieron cuenta de que habían hablado contra Dios. Las serpientes venenosas muerden más que su carne, su conciencia y en el reconocimiento del pecado renacen los motivos que les lanzaron a lo desconocido. Al pueblo se le pedirá algo muy simple para curar de su mal: mirar el estandarte que les recordaba que el poder de Dios es siempre más fuerte que todas las vicisitudes humanas.

En el Evangelio, Jesús alude a ese símbolo y lo transfigura, pues lo hace para predecir su muerte en la cruz, que se convertirá en fuente de salvación (Jn 8,21-30). Anticipándose a su pasión, muerte y resurrección ya inminentes, nos permite ver el poder y la fecundidad de la Cruz: «Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del Hombre para que todo el que cree en Él tenga vida eterna» (Jn 3,14-15). El juicio que nosotros hacemos sobre Cristo se resume en la cruz. Dios envía a su Hijo, y el mundo lo crucifica; Dios realiza la obra de la redención a través del juicio que el mundo hace de su Hijo, es decir de la cruz. Esto debe ser para nosotros un motivo de seria reflexión en esta última semana de Cuaresma. Nuestros pecados, nuestras debilidades, nuestras miserias, reconocidas o no, son las que juzgan a Cristo. Y lo juzgan haciéndolo que tenga que ser levantado y muerto por nosotros. Ésa es nuestra palabra sobre Cristo; pero, al mismo tiempo, tenemos que ver cuál es la palabra de Cristo sobre nosotros. Jesús dirá: «Cuando hayan levantado al Hijo del Hombre, entonces conocerán que Yo soy». Ese «Yo soy», no son simplemente dos palabras; «Yo soy» es el nombre de Dios. Cuando Cristo está diciendo «Yo soy», está diciendo Yo soy Dios. La cruz es la que nos revela, en ese misterio tan profundo, la divinidad de nuestro Señor Jesucristo, porque la cruz es el camino que Dios elige, que Dios busca, que Dios escoge para hacer que nuestro juicio sobre Él de ser condena, se transforme en redención. Ésa es la moneda con la que Dios regresa el comportamiento del hombre con su Hijo. María —dice la Escritura— permaneció al pie de la cruz, y fue en ese momento en que la Madre de Jesús se hizo Madre de todo el género humano. Esta mujer dolorosa, pero firme al pie de la Cruz nos acompaña en nuestro andar. ¡Que consolador es experimentar en este día este auxilio de la Virgen! Su presencia, hoy que me toca el regalo de ir la Basílica a confesar, me dice: «No se turbe tu corazón... ¿No estoy yo aquí, que soy tu Madre?... Y a ti... ¿Qué te dice? ¡Bendecido martes!

Padre Alfredo. 

lunes, 19 de marzo de 2018

«Celebrando a san José»... Un pequeño pensamiento para hoy

Sin olvidarnos de que estamos en Cuaresma hoy hacemos un espacio para celebrar a san José, una fiesta importante porque nos presenta al maravilloso ser humano que Dios eligió como esposo virginal de la Virgen María y padre en la tierra en su venida para nuestra redención y salvación. Muchas personas conocidas y queridas llevan el nombre de José, Josefa, Josefina... mis queridos Pepes, Jóses, Joyces que en este día celebran su santo y si no es que también su cumpleaños. A todos y a todas, mi más cordial y fraterna felicitación. Son pocas, en realidad, las fuentes que tenemos para describir la figura de este santo excepcional, pero esas pocas palabras, consignadas en el Evangelio, en los primeros capítulos de san Mateo y de san Lucas, bastan y sobran. En esos parcos relatos no conocemos muchas palabras expresadas por él, pero sí conocemos sus obras, sus actos de fe, sus respuestas de amor a la iniciativa divina y su calidad de protector como padre responsable del bienestar de su amadísima esposa y de su excepcional Hijo.

La primera lectura de la Misa de esta solemnidad de san José, nos recuerda cómo es por medio de él que Jesucristo pertenecía «legalmente» a la casa y al linaje de David, y era, por lo tanto, heredero de las promesas davídicas. El «Sí» de José a la voluntad de Dios, aun cuando no entendiera algunos de los planes divinos —como el embarazo de María o la pérdida de Jesús en el Templo— es de suma importancia. Al rey David —su antepasado— fueron prometidos un reino y un trono eternos, establecidos desde siempre por Dios. Por medio del profeta Natán, Dios se lo prometió a David, diciendo: «Cuando tus días se hayan cumplido y descanses para siempre con tus padres, engrandeceré a tu hijo, sangre de tu sangre, y consolidaré tu reino» (2 Sam 7,12). Jesucristo cumplió esta profecía. Él ocupa el trono de David y reina como Rey por los siglos de los siglos. Él es el hijo de David que reina para siempre. Dios dijo: «y yo consolidaré su trono para siempre» (2 Sam 7,13). Nuestro Señor Jesucristo reina personalmente para siempre. No es sólo que David tendrá una dinastía eterna, sino tendrá un descendiente que reinará personalmente para siempre, y será recibido y conocido como Rey en todas partes del mundo. En este descendiente de David, el trono de David es verdaderamente establecido para siempre. Así Dios le prometió a David, diciendo: «Tu casa y tu reino permanecerán para siempre ante mí, y tu trono será estable eternamente» (2 Sam 7, 16).

La fiesta de san José, considerado patrono de la Iglesia universal (católica), queda inserta este año en esta última semana del tiempo litúrgico de la Cuaresma, un tiempo de camino y de peregrinación para el encuentro con Jesús y con uno mismo. Un tiempo privilegiado en el que en este día José nos ayuda a profundizar en la escucha de Dios como él lo hizo, de una manera plena, confiada, íntegra, manifestada en una entrega eficaz a la voluntad de Dios. Una escucha que se traduce en una obediencia inteligente, con pureza de corazón y rectitud de intención al hacer lo que Dios va pidiendo en la aventura de responder a lo que Él pide realizar. Una escucha manifiesta en el cariño de esposo hacia María, y en el cariño de padre hacia Jesús, con pocas palabras y mucha acción, contribuyendo a realizar el plan de salvación. Esta semana, la última de Cuaresma, podemos, contemplando a san José, pedir al Señor un aumento de fe y de amor en la valiente aceptación de la misión que Dios, sirviéndose también de nosotros como de él —un humilde carpintero de Galilea— pide para colaborar en la redención de los hombres. La celebración de hoy, en este ambiente cuaresmal, es un buen momento para que todos renovemos nuestra entrega al Señor con un corazón convertido y abierto a la gracia como José. San José, justo, casto y fiel... ¡ruega por nosotros! Amén.

Padre Alfredo.

domingo, 18 de marzo de 2018

«La hora»... Un pequeño pensamiento para hoy

Empiezo mi reflexión en este domingo V de Cuaresma haciendo referencia al corto pasaje tomado de la carta a los hebreos que nos presenta la segunda lectura (Hb 5,7-9); en ella se recalca que Cristo al estar en este mundo aprende a obedecer, que es alguien que sufre, que clama ser salvado... es decir, remarca las dimensiones profundamente humanas del Señor —verdadero Dios y verdadero Hombre— describiendo con palabras conmovedoras y llenas de realismo la oración y la angustia de Jesús. De este modo, nos queda claro que el Mesías es conducido por el Padre hasta dar la vida... «Ha llegado la hora», dice hoy el evangelista san Juan (Jn 12,20-33) en que el Hijo del Hombre sea glorificado. Por su obediencia al Padre hasta la muerte, y muerte de cruz, Jesús alcanzó una vida cumplida, perfecta, gloriosa, y fue constituido en Señor que ahora da la vida a todos cuantos le obedecen.

Desde tiempos inmemorables, la Iglesia ha profundizado en esta «hora» de la entrega del Señor en su muerte redentora. «Cristo —afirma san Ambrosio— aceptó caer en tierra y ser desparramado, para transformar nuestra condición humilde, según el modelo de su condición gloriosa». Esta semilla de salvación, de la que él mismo habla en el pasaje evangélico de hoy, germinó en beneficio de toda la humanidad (cf. San Ambrosio, Comentario sobre los Salmos: La semilla de todos es Cristo). San Cirilo, por su parte, enseña que «El género humano puede ser comparado a las espigas de un campo: nace en cierto modo de la tierra, se desarrolla buscando su normal crecimiento, y es segado en el momento en que la muerte lo cosecha». «El mismo Cristo —continúa diciendo san Cirilo— habló de esto a sus discípulos, diciendo: ¿No dicen ustedes que faltan todavía cuatro meses para la cosecha? Yo les digo esto: Levanten los ojos y contemplen los campos, que están ya dorados para la siega; el segador ya está recibiendo el salario y almacenando fruto para la vida eterna» (cf. San Cirilo, Comentario sobre el Libro de los Números: Cristo brotó en medio de nosotros como una espiga de trigo; murió y produce mucho fruto).

Estamos entrando a la última semana de la cuaresma de este año y vuelvo a insistir en la frase del evangelio: «Ha llegado la hora». Para los evangelistas, esa «hora» de Jesús es el momento de su pasión y glorificación, cuando muere el grano para dar fruto, que es manifestación de amor, nacimiento del hombre nuevo y don del Espíritu. La «hora» señalada en Caná en aquellas bodas en las que estaba presente María se realizará en la cruz, con la nueva multiplicación de la sangre redentora del Cordero que brota de su sufrimiento y de gloria, porque a toda persona le llega su «hora» en esos instantes decisivos en los que nadie nos puede suplir y allí estará nuevamente María, al pie de la cruz. La vida humana se ve iluminada cristianamente desde esta «hora» del Señor, que, en todo caso, es, como digo, el momento de entrega final al servicio de la resurrección del Reino. Los días de la Semana Santa están a la puerta, la llegada del Domingo de Ramos es inminente y, como los discípulos, tal vez nosotros tampoco entendamos del todo eso de la «hora». Muchos pretenden ver a Jesús y acompañarle a ratos, sin seguirle hasta el final para morir con él como el granito de trigo porque se han dejado seducir por las frivolidades y superficialidades de la mundanidad de la que habla el Papa Francisco muchas veces. Para nosotros, también ha llegado la «hora», la hora de entender que si no morimos como el trigo, sintonizando con Cristo en su pasión, no habrá frutos de resurrección. ¡Bendecido domingo y a disfrutar de la Misa... que hoy obliga!

Padre Alfredo.