martes, 27 de marzo de 2018

«Señor, a dónde vas?»... Un pequeño pensamiento para hoy

Hoy Martes Santo, leemos el segundo «canto del Siervo» como primera lectura de la Misa (Is 49,1-6). El Siervo ha sido elegido por Dios desde el seno materno para que cumpla sus proyectos de salvación: «E Señor me llamó desde el vientre de mi madre; cuando aún estaba yo en el seno materno, él pronunció mi nombre» (Is 49,1). Este Siervo cuya existencia Isaías profetiza, será como una espada, porque tendrá una palabra eficaz y como una flecha que el arquero guarda en su aljaba para lanzarla en el momento oportuno. La misión que Dios le encomienda a este personaje bíblico es restablecer a las tribus de Jacob y reunir a los sobrevivientes de Israel... más aún: ser luz de las naciones, para que la salvación de Dios llegue hasta los últimos rincones de la tierra. En este segundo canto aparece ya el contrapunto de la oposición, que ayer no aparecía. El Siervo no tendrá un éxito fácil y más bien sufrirá momentos de desaliento: «En vano me he cansado, inútilmente he gastado mis fuerzas» (Is 49,4). Le salvará la confianza en Dios: «mi recompensa la tenía mi Dios». 

También en Jesús, el verdadero Siervo, que con su muerte va a reunir a los dispersos, que va a restaurar y salvar a todos, podemos constatar esa «crisis» que se muestra en el canto de Isaías. Jesús no es que aparentemente haya tenido muchos éxitos. Algunos creyeron en él, es verdad, pero las clases dirigentes, no. Hoy en la lectura evangélica escuchamos que uno le va a traicionar: lo anuncia él mismo, «profundamente conmovido» (Jn 13,21-33.36-38). Nos consta, además, que no es que los otros once permanecieran muy fieles y valientes: uno le negará cobardemente, a pesar de que en ese momento asegura con presunción: «daré mi vida por ti». Los otros huirán al verle detenido y clavado en la cruz. La queja del Siervo («en vano me he cansado») se repite en los labios de Cristo: «¿no han podido velar una hora conmigo?... Padre, ¿por qué me has abandonado?». En verdad, como afirma la Escritura, «era de noche». A pesar de que él es la Luz. El relato está aderezado con algunas preguntas: «Señor, ¿quién es?», «Señor, ¿adónde vas?», «Señor, ¿por qué no puedo acompañarte ahora?». Quién, adónde, por qué. En esas preguntas de Pedro y Juan reconocemos las nuestras. Por boca del discípulo amado y de Pedro formulamos nuestras zozobras, nuestras incertidumbres, nuestros cuestionamientos... ¿A dónde vas, Señor? 

Jesús observa, escucha y responde a cada uno: al discípulo amado, a Judas y a Simón Pedro. La intimidad, la traición instantánea y la traición diferida se dan cita en una cena que resume toda una vida y que anticipa su final. Lo que sucede en esta cena es una historia de entrega y de traición. Como la vida misma. El Martes Santo —podemos suponer— es un día ideal para guardar silencio y abrir el corazón a la escucha del Señor. Hablar de traición supone hacer referencia a una relación de amor y fidelidad frustrada. Sólo se traiciona a quien se ha amado. ¿Estaremos nosotros traicionando a Jesús a quien queremos amar? Lo traicionamos cuando abusamos de promesas que no cumplimos; lo traicionamos cuando no tenemos tiempo para él; lo traicionamos cuando somos mezquinos; lo traicionamos cuando no lo aceptamos en los rostros en los que él se nos manifiesta; lo traicionamos cuando lo convertimos en un objeto de consumo; lo traicionamos cuando damos por supuesta su amistad y somos tibios; lo traicionamos cuando no estamos dispuestos a dejarnos transformar por él. Pocos días tenemos juntos dos pasajes de la Escritura tan profundos como hoy, dejemos que este Martes Santo sea Dios mismo quien nos hable y nos ayude a descubrir nuestras sombras. Pidamos a María, consoladora de los afligidos que una su silencio al nuestro. ¡Bendecido y reflexivo Martes Santo! 

Padre Alfredo.

1 comentario:

  1. Hola padre e intentado comunicarme con usted me gustaria saver de que forma me puedo contactar con usted edte es mi correo deivid_aroniss@hotmail.com

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