Cada semana me toca celebrar, casi siempre, por lo menos uno o dos bautizos, y hoy que veo la primera lectura de Misa (Jer 7,23-28) me viene a la mente el gesto que en esa sencilla celebración se realiza como algo complementario y expresivo luego de derramar el agua sobre el elegido y ponerle el Santo Crisma sobre la coronilla de su cabeza: el "effetá", "ábrete". Hago la señal sobre los oídos para que el bautizado aprenda a escuchar la Palabra de Dios y sus labios para que se abran y sepa proclamar esa misma Palabra. Hoy, Jeremías nos dice que Dios se ha quejado de que su pueblo no le escucha. ¿Se podrá quejar hoy el Señor de que nosotros, bautizados y creyentes de este maravilloso tiempo que nos ha tocado vivir, somos sordos a su voz, de que no le escuchamos lo que nos está queriendo decir en esta Cuaresma, de que no prestamos atención a su Palabra de salvación? En el salmo 94, —que en la Liturgia de las Horas aparece dentro del Invitatorio— tomado hoy como Salmo Responsorial exclamamos: "Señor, que no seamos sordos a tu voz". Desde esta perspectiva se entienden mejor los reproches que hoy nos lanza el profeta Jeremías. El pecado que denuncia es el de "no escuchar".
Y tal vez el problema consista no en que no tengamos capacidad de escuchar, lo que pasa es que hoy, en este ruidoso mundo, escuchamos muchas voces. Si en aquellos tiempos bíblicos era difícil reconocer la voz de Dios como sucedió a Samuel que no la reconoció hasta que fue instruido por Elí (1 Sam 3,1-10). O a Gedeón, que tuvo una revelación física de Dios y aun así dudaba de lo que había escuchado, hasta el punto de pedir una señal, no una vez, sino tres veces (Jue 6,17-22.36-40). Cuando escuchamos la voz de Dios entre tantas otras voces, en medio de un reino dividido por tantos ruidos interiores y exteriores que nos confunden con artimañas del enemigo (Lc 11,14-23). ¿Cómo sabemos que es Dios quien habla? Primero que nada, nosotros tenemos algo que ni Jeremías, ni Gedeón ni Samuel tenían. Tenemos su presencia Eucarística a quien podemos recurrir en el Sagrario permitiéndole que hable a nuestro corazón, y tenemos la Biblia completa para leerla, estudiarla y meditarla. Mientras más tiempo pasemos en intimidad con el Señor en adoración, leyendo su Palabra, estudiándola y meditándola, será más fácil reconocer su voz. Cada jueves, la mayoría de las parroquias, nos ofrecen la oportunidad de participar en la "Hora Santa" para estar con Jesús Eucaristía, escucharle y "no endurecer el corazón haciéndonos sordos a su voz" (cf. Sal 94).
En sus "Estudios y meditaciones", la beata María Inés escribe: "Jesús quiere primero la paz en los corazones, para que, pacificados, sean capaces de escuchar y entender sus divinas enseñanzas. Un corazón turbado no puede comprenderlas y menos aún gustarlas, saborearlas". ¡Cuánta razón tiene! Y hoy Jesús en el Evangelio es lo que intenta que quede claro en el corazón de quienes al verle expulsar a un demonio, quedan escandalizados y atribuyen sus fuerzas al poder de Belzebú el príncipe de los demonios (Lc 11,15). Sin la paz en el corazón es imposible escuchar a Dios y actuar en su nombre. La fuerza y las armas están ahí, en la paz que Dios da al corazón de quien busca actuar en su nombre. El mal solamente hace ruido y divide, como el Señor lo deja en claro con el ejemplo que da. La misma beata María Inés, en una crónica de uno de sus viajes misioneros, que escribe en 1968 lo dice: "Dios es Dios de paz y de unión. Sepan hijos escuchar únicamente a quien sabe infundir en sus corazones esta paz y esta unión". Por cierto, escuchando a esta maravillosa mujer, felicito a todas las mujeres en su día. Hoy es el "Día Internacional de la Mujer" y les dedico una entrada especial en mi blog con el tema: El "Día Internacional de la Mujer" y su valiosa dignidad... Historia y realidad. La Virgen María, es maestra en la escucha, como en tantas otras cosas de nuestra vida cristiana. Ella es la Mujer que con sencillez y luego de estar atenta a la voz del Señor dijo: "hágase en mí según tu palabra". ¡Felicidades a las mujeres en su día!
Padre Alfredo.
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