sábado, 30 de marzo de 2024

«Viernes Santo 2024»... Un pequeño pensamiento para hoy

El Viernes santo, siguiendo una antiquísima tradición en la Iglesia, es un día en el que no se celebra la Eucaristía. Tampoco se celebra este día ningún otro sacramento, a excepción de la penitencia y de la unción de los enfermos. Ya sabemos que Cristo crucificado es el centro de la liturgia y este día no es la excepción.  

La celebración de la Pasión del Señor se desarrolla con la liturgia de la Palabra, la adoración de la Cruz y la sagrada Comunión cada viernes santo. Antes de la adoración de la Cruz, se tiene la oración universal, que expresa el valor universal de la Pasión de Cristo clavado en la Cruz para la salvación de todo el mundo. Terminada la celebración, se despoja el altar, dejando la cruz listas para colocar las allí la cruz, a fin de que los fieles puedan adorarla y permanecer en oración Claro. La escenificación del Viacrucis, que estamos por terminar, alentó a todos en el testimonio de algunos de los que representaron a los apóstoles.

He seguido pensando mucho en estos días, en María Madre de Dios y madre de todos nosotros. Que ella nos aliente a todos para buscar ser fieles a su Hijo, fieles no solamente por cumplir y tomar algún quehacer, sino fieles de convicción para buscar el crecimiento en la línea espiritual. ¡Ustedes me perdonen!

Padre Alfredo.

viernes, 29 de marzo de 2024

MI HOMILÍA DEL VIERNES SANTO DE 2024... AÑO SACERDOTAL EN LA ARQUIDIÓCESIS DE MONTERREY.


«Hermanos, Jesús, el Hijo de Dios, es nuestro sumo sacerdote»... Así comienza el pasaje de la carta a los Hebreos que hemos escuchado en la segunda lectura. Ustedes saben, que, en el marco de este Año sacerdotal que se celebra en esta querida arquidiócesis de Monterrey, un servidor —como lo he mencionado varias veces— cumplirá el 4 de agosto próximo, si Dios me presta vida, 35 años de caminar por la faz de la tierra como sacerdote. Por eso, este Viernes santo, me regala, junto a ustedes, el remontarme a la fuente histórica del sacerdocio cristiano y hace que comparta una homilía, que será bastante larga y se desarrollará en torno a este tema y aumente en nosotros el amor y la gratitud por el don del sacerdocio. La preparé en las primeras horas de este día, con mucho cariño.

De alguna manera, esta liturgia tan especial del día de hoy, en que no se celebra la Eucaristía, es la fuente de las dos realizaciones del sacerdocio cristiano: la ministerial, de los sacerdotes, y la universal de todos los fieles, que también se funda en el sacrificio de Cristo. Él, dice el Apocalipsis, «nos ama y nos ha lavado con su sangre de nuestros pecados, y ha hecho de nosotros un reino de sacerdotes para su Dios y Padre» (Ap 1, 5-6). Por ello, me parece de vital importancia entender la naturaleza del sacrificio y del sacerdocio de Cristo, porque tanto sacerdotes como laicos debemos llevar, aunque de forma particular, la impronta de ese sacrificio y ese sacerdocio, y tratar de vivir sus exigencias.

La carta a los Hebreos, explica en qué consiste la novedad y la unicidad del sacerdocio de Cristo. «Cristo como sumo sacerdote de los bienes futuros (...) penetró en el santuario una vez para siempre, no con sangre de machos cabríos ni de novillos, sino con su propia sangre, consiguiendo una redención eterna. Pues si la sangre de machos cabríos y de toros y la ceniza de vaca santifica con su aspersión a los contaminados, en orden a la purificación de la carne, ¡cuánto más la sangre de Cristo, que por el Espíritu Eterno se ofreció a sí mismo sin tacha a Dios, purificará de las obras muertas nuestra conciencia para rendir culto a Dios vivo! (Hb 9,11-14).

Esta es la novedad, queridos hermanos. Cualquier otro sacerdote ofrece algo fuera de sí; en cambio, Cristo se ofreció a sí mismo. Cualquier otro sacerdote ofrece víctimas, en cambio, Cristo se ofreció como víctima. Cristo es, al mismo tiempo, sacerdote y víctima. Cristo no vino con la sangre de otro, sino con la suya propia. No puso sus propios pecados sobre los hombros de los demás —hombres o animales—, sino que puso los pecados de los demás sobre sus propios hombros: «En el madero de la cruz —dice la segunda carta de Pedro en 2,24— cargó nuestros pecados en su cuerpo».

En Cristo es Dios quien se hace víctima, no la víctima que, una vez sacrificada, es elevada a continuación a dignidad divina. Ya no es el hombre quien ofrece sacrificios a Dios, sino Dios quien se «sacrifica» por el hombre, entregando a la muerte por él a su Hijo unigénito (cf. Jn 3,16). El sacrificio ya no sirve para «aplacar la ira de la divinidad, sino más bien para apaciguar al hombre y hacerle desistir de su hostilidad hacia Dios y el prójimo. 

El sacrificio de Cristo en la Cruz, contiene un mensaje formidable para el mundo de hoy. Desde la Cruz, Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote, grita al mundo que la violencia es un residuo arcaico, una regresión a estadios primitivos y superados de la historia humana y —si se trata de creyentes— de un retraso culpable y escandaloso en la toma de conciencia del salto de calidad realizado por Él. Jesús cambió el signo de la victoria. Inauguró un nuevo tipo de victoria que no consiste en hacer víctimas, sino en hacerse víctima. «vencedor por ser víctima», diría san Agustín (Confesiones 10, 43).

Queridos hermanos, ¡qué poco entiende el mundo de este aspecto del sacerdocio de Cristo! Hoy la violencia y la sangre se han convertido en uno de los ingredientes de mayor reclamo en las películas y en los videojuegos, a los que la gente se siente atraída y se divierte mirándola. Incluso a los niños más pequeños, se les incita a buscar en el iPad o en el celular, caricaturas donde impera la violencia. Es innumerable la cantidad de películas y de juegos, para todas las edades, que ven como normal el matar a personas o animales, el uso y abuso de drogas y alcohol, el comportamiento criminal, la falta de respeto por la autoridad y las leyes, la explotación sexual y la violencia hacia la mujer, los estereotipos raciales, sexuales y de género, el uso de palabras indecentes, obscenidades y gestos obscenos.

Hay una cuestión que pone en marcha el mecanismo de la violencia: el mimetismo, la connatural inclinación humana a considerar deseables las cosas que desean los demás, y por tanto, a repetir las cosas que se ven hacer a los demás. La psicología del «rebaño» —nos dirán los especialistas en la materia— es la que lleva a la elección del «chivo expiatorio» para encontrar, en la lucha contra un enemigo común —en general, el elemento más débil, el distinto a los demás— una cohesión totalmente artificial y momentánea.

Tenemos un ejemplo en la actual violencia de los jóvenes en los estadios —lo digo aunque me fascine el deporte—, en las agresiones en las escuelas y en ciertas manifestaciones callejeras que dejan tras de sí una violencia desmedida, ruina y destrucción. Pienso, queridos hermanos, en las noticias de un canal local que suelo ver luego de orar en las mañanas y en las que brilla la violencia desmedida en nuestra sociedad regiomontana y que en concreto, abarca todos los niveles de nuestra metrópoli. Somos ya muchas, las generaciones de nuestra patria, que, en general,  hemos tenido el rarísimo privilegio de no conocer una verdadera guerra y de no haber sido nunca llamados a las armas, por eso pulula el número de niños, adolescentes y jóvenes y uno que otro adulto despistado, que se entretienen en películas y juegos, que, aunque estúpidos y a veces trágicos, inventan guerras inexistentes, impulsados por el mismo instinto que movía a la horda primitiva. Unido a esto está la violencia familiar, la violencia de género, la violencia por discriminación de raza o de nivel social.

¡Qué contraste entre la actuación de Cristo como Sacerdote y Víctima y la que aún tiene lugar en ciertos ambientes! El fanatismo invoca la lapidación; Cristo, a los hombres que le presentaron a una adúltera, les respondió: «Aquel de ustedes que esté sin pecado, que le tire la primera piedra" (Jn 8, 7). La violencia nunca es tan odiosa como cuando se produce allí donde debería reinar el respeto y el amor recíproco. Es verdad que la violencia no siempre es sólo y toda de una parte; es verdad que se puede ser violento también con la lengua y no sólo con las manos. San Juan Pablo II, a quien admiramos en la Iglesia como aquel que ha sabido asumir esa condición de sacerdote y víctima, inauguró la práctica de las peticiones de perdón por los fallos colectivos, recordándonos que Cristo, desde la Cruz, nos invita a quienes nos declaramos cristianos, a recurrir a gestos concretos de conversión, a palabras de disculpa y de reconciliación dentro de las familias y en la sociedad.

El pasaje de la carta a los Hebreos que hemos escuchado, prosigue diciendo: «Cristo, durante su vida mortal, ofreció oraciones y súplicas aquel que podía librarlo de la muerte, y fue escuchado por su piedad» Jesús conoció en toda su crudeza la situación de las víctimas, los gritos sofocados y las lágrimas silenciosas. Verdaderamente «no tenemos un sumo sacerdote que no sea capaz de compadecerse de nuestros sufrimientos». En cada víctima de la violencia, Cristo revive misteriosamente su experiencia terrena como Sacerdote y Víctima. También a propósito de cada una de ellas dice: «Cuando lo hicieron a uno de ellos, a mí me lo hicieron» (Mt 25, 40).

Así, de esta manera, al adorar la Cruz en esta tarde, somos invitados no a besar un madero para cumplir con una devoción, sino a contemplar, desde lo más profundo de nuestro corazón a Cristo que con su muerte nos dio la vida eterna. Por medio del árbol de la cruz nos enseña el valor del sacerdocio lleno de frutos de la salvación. Por eso, al acercarnos a este momento, mirémoslo a Él, miremos al Crucificado, miremos al Sumo y Eterno Sacerdote que nos lleva a captar la esencia de este sacramento.

Esta tarde, aquí en nuestra parroquia, nuestro Rey, constituido para siempre Sacerdote, no solo se deja mirar por nuestra miseria y nuestra pequeñez, no... él también nos mira desde la cruz. Depende de nosotros decidir si queremos ser meros espectadores o involucrarnos con nuestro sacerdocio bautismal y ministerial en sus intereses. ¿Soy espectador o quiero involucrarme?¿Qué hacemos? ¿Nos limitamos a elaborar teorías, nos limitamos a criticar, o a querer hacer nuestro grupito cerrado o nos ponemos manos a la obra, tomamos las riendas de nuestra vida, pasamos del «si» —sin acento— de las excusas a los «sí» de la entrega sacerdotal en el servicio? Todos creemos saber qué es lo que no está bien en la sociedad, todos; hablamos todos los días de lo que hay que erradicar, incluso en la Iglesia, porque tantas cosas no van en la Iglesia. Pero luego, ¿hacemos algo? ¿Nos ensuciamos las manos como nuestro Dios clavado al madero o estamos con las manos en las bolsas mirando para todas partes menos hacia él y esquivando su mirada? 

Esta tarde, a la luz de esta carta a los Hebreos de la que hemos escuchado en un pequeño fragmento la grandeza del sacerdocio, de la lectura de Isaías que nos recuerda que sin Dios andamos como ovejas errantes, cada uno siguiendo su camino, nos damos cuenta de que la única puerta de entrada legítima al ministerio del sacerdocio bautismal y ministerial y ministerial es la Cruz de Cristo. 

Queridas hermanas, queridos hermanos, no los quiero cansar más. Casi llego al final de esta larga reflexión y quiero invitarlos ahora a que al acercarnos a la adoración de la Cruz dejándonos mirar por Jesús y mirándolo a él, nos dejemos mirar también por su Madre santísima y la veamos a ella. Contemplemos también su corazón traspasado y con ella recodemos, no solamente en este momento, sino cada día, que se entra en el sacerdocio a través del Sacramento: a través de la donación total de sí mismos a Cristo, ustedes como laicos por el sacerdocio bautismal, nosotros los sacerdotes, por el sacerdocio ministerial para que sirvamos a Cristo y sigamos su llamado, incluso si esta tuviese que estar en contraste con nuestros deseos de autorrealización y de estima, guardando en el corazón de aquellas palabras de Cristo cuando dijo: «A mí nadie me quita la vida, yo la doy porque quiero» (Jn 10,18).

Finalmente, pidan por mí. Ayer me conmovió mucho una señora ya mayor, quizá tan mayor como mi madre, que por cierto hoy cumple 89 años y que esta mañana al felicitarla me dijo: «Yo nací un viernes santo». Esta mujer anciana, la que se me acercó ayer, a la salida, donde suelo estar siempre al término de cada celebración, con excepción de la de hoy, se acercó y me dijo: «padre Alfredo, yo quiero darle mi bendición»... puedo asegurarles, con toda sencillez, que es uno de los regalos más maravillosos que he tenido en mi vida. Pidan por mí, para que llevando la cruz de cada día, para que sin dejar nunca de contemplar a Cristo en la cruz, busque ser siempre fiel al ministerio sacerdotal que he recibido inmerecidamente y que no llegue al juicio final, sin antes haber motivado, por lo menos a unos cuantos varones jóvenes y valientes, a ser sacerdotes como yo. Tal vez, como dice san Juan de Ávila, la cruz, al contemplarla de lejos da miedo, pero cuando se le abraza, no se le quiere soltar y el contacto con ella hace decir: «Bájate Señor, que soy yo quien debe estar clavado allí».

Padre Alfredo Delgado Rangel, M.C.I.U.

Misionero de la Misericordia.

Parroquia de Nuestra Señora del Rosario en San Nicolás.

29 de marzo de 2024.

Año Santo Sacerdotal en la Arquidiócesis de Monterrey.


«BREVE REFLEXIÓN PARA EL VIERNES SANTO»... UN PEQUEÑO PENSAMIENTO PARA HOY


El Viernes santo, siguiendo una antiquísima tradición en la Iglesia, es un día en el que no se celebra la Eucaristía. Tampoco se celebra este día ningún otro sacramento, a excepción de la penitencia y de la unción de los enfermos. Ya sabemos que Cristo crucificado es el centro de la liturgia y este día no es la excepción.  

La celebración de la Pasión del Señor se desarrolla con la liturgia de la Palabra, la adoración de la Cruz y la sagrada Comunión cada viernes santo. Antes de la adoración de la Cruz, se tiene la oración universal, que expresa el valor universal de la Pasión de Cristo clavado en la Cruz para la salvación de todo el mundo. Terminada la celebración, se despoja el altar, dejando la cruz listas para colocar las allí la cruz, a fin de que los fieles puedan adorarla y permanecer en oración Claro. La escenificación del Viacrucis, que estamos por terminar, alentó a todos en el testimonio de algunos de los que representaron a los apóstoles.

He seguido pensando mucho en María, Madre de Dios y madre de todos nosotros. Que ella nos aliente a todos para buscar ser fieles a su Hijo, fieles no solamente por cumplir y tomar algún quehacer, sino fieles de convicción para buscar el crecimiento en la línea espiritual. ¡Ustedes me perdonen!

Padre Alfredo.

jueves, 28 de marzo de 2024

«El Jueves Santo: La Misa Crismal y la Cena del Señor»... Un pequeño pensamiento para hoy


Dentro de las celebraciones de Semana Santa hay una misa muy especial, pero tal vez menos conocida que los festejos pertenecientes al triduo pascual. Se trata de la misa crismal, en la cual, se consagra el santo crisma, el óleo de los catecúmenos y el óleo de los enfermos. De ahí su nombre. Esta misa la preside el Obispo y es concelebrada por los sacerdotes diocesanos y religiosos que están en la diócesis. De forma ordinaria, se celebra en el Jueves Santo; no obstante, por cuestiones de conveniencia pastoral, se puede adelantar a uno de los otros días de la Semana Santa. El que suela celebrarse el Jueves Santo no tiene relación con el Triduo Pascual; más bien, tiene que ver con poder disponer de los santos óleos, en especial el óleo de los catecúmenos y del Santo Crisma, para la celebración de los sacramentos de la iniciación cristiana durante la Vigilia Pascual.

Aquí en la arquidiócesis de Monterrey la tuvimos ayer miércoles, iniciando el día con un retiro para todo el presbiterio en el Santuario Sacerdotal del Sagrado Corazón en que tuve la dicha de administrar el sacramento de la reconciliación algunos sacerdotes para continuar con una procesión hacia la Basílica de Nuestra Señora del Roble —patrona e la arquidiócesis— en la que me tocó el gran regalo de guiar el rezo del santo rosario sacerdotal. En esta misa los sacerdotes renovamos cada año, nuestras promesas sacerdotales. La Oración Colecta de esta misa es hermosa: « Oh Dios, que por la unción del Espíritu Santo constituiste a tu Hijo Mesías y Señor, y a nosotros, miembros de su cuerpo, nos haces partícipes de su misma unción; ayúdanos a ser en el mundo testigos fieles de la redención que ofreces a todos los hombres. Por nuestro Señor Jesucristo». Mi reflexión personal en torno a esto ha ido en que todos, clero, religiosos y laicos, hemos de sabernos ungidos con el óleo de la alegría, de la esperanza y de la caridad manteniendo viva nuestra fe.

Por otra parte, hoy damos inicio al Triduo Pascual con el corazón puesto ya en la solemne celebración de esta tarde en la que la Iglesia conmemora la Institución de La Eucaristía como el regalo de Amor, la Institución de uno de los Sacramentos de entrega y abandono total al Señor: el Sacramento del Orden Sacerdotal y La vida de servicio a los demás representada en el lavatorio de los pies como el que Jesús hizo a sus apóstoles. La Oración Colecta nos invita a dirigir nuestra mirada en la Eucaristía, rogando al Señor que de ella brote para todos nosotros la plenitud del amor y de la vida. Siempre, en mi diaria reflexión, pienso en María santísima. Hoy a primera vista parecería estar ausente en este momento sublime de la entrega y de la promulgación del mandamiento del amor. Pero no: ella está hecha memoria y ejemplo para Jesús. La Virgen le enseñó el servicio humilde y la entrega, la donación total del propio cuerpo, de la vida, sin reserva y sin medida. Con el «sí» de María, anterior al «sí» de Jesús, el cuerpo que hoy se hace pan tuvo la posibilidad de ser cuerpo. Con ella vivamos intensamente esta celebración. ¡Bendecido Jueves Santo 2024!

Padre Alfredo.

miércoles, 27 de marzo de 2024

«La muerte y resurrección de Cristo, esperanza nuestra»... Un pequeño pensamiento para hoy


La Oración Colecta de hoy, a un día de arribar al inicio del Triduo Pascual y entrar en el misterio de la pasión y muerte de Cristo, ya contempla la esperanza de la resurrección no solamente para él sino también para nosotros que aspiramos a llegar al Cielo: «Padre misericordioso, que para librarnos del poder del enemigo que hiciste que tu Hijo sufriera por nosotros el suplicio de la cruz, concédenos alcanzar la gracia de la resurrección». La muerte y la resurrección de Cristo son, por lo tanto, igualmente importantes. Con la muerte y la resurrección de Jesús se producen cosas diferentes, pero que están necesariamente relacionadas. La muerte y la resurrección de nuestro Señor son realmente inseparables, así como el tejido y los hilos de la tela.

Con la muerte de Cristo, nuestros pecados perdieron el poder de gobernar sobre nosotros (Rm 6). Con Su muerte, él destruyó las obras del diablo (Jn 12,31; Hb 2,14; 1 Jn 3,8), condenó a Satanás (Jn 16,11) y aplastó la cabeza de la serpiente (Gn 3,15). Sin embargo, la resurrección de Cristo también es fundamental para el mensaje del Evangelio. Nuestra salvación depende de la resurrección de Jesucristo, como san Pablo afirma en 1 Co 15,12-19. Si Cristo no hubiera resucitado, nosotros no tuviéramos esperanza de resurrección y seguimos sentados «en tinieblas y en sombra de muerte» esperando la salida del sol (Lc 1,78-79).

La entrada de Jesús en la tumba es tan importante como lo fue su salida de ella. San Pablo define la doble verdad de que Jesús murió por nuestros pecados —demostrado por su sepultura— y resucitó al tercer día —demostrado por sus apariciones ante muchos testigos—. Esta verdad del evangelio es «de primera importancia» (ver 1 Co 15,3-5). Es imposible separar la muerte de Cristo de su resurrección. Creer en una sin la otra sería creer en un falso evangelio. Para que Jesús haya resucitado realmente de entre los muertos, debe haber muerto en realidad. Y para que su muerte tenga un verdadero significado para nosotros, él debe tener una verdadera resurrección. No podemos tener una sin la otra. Abramos el corazón, con María, para celebrar el Triduo Pascual acompañando a Jesús en su pasión, muerte y resurrección. ¡Bendecido miércoles santo!

Padre Alfredo.

lunes, 25 de marzo de 2024

«Nuestra debilidad y la fuerza de Dios»... Un pequeño pensamiento para hoy


Qué raro Alfredo... ¿escribiendo la reflexión diaria a esta hora? Sí, a pesar que el día comienza a diario a las 4:30 o 5:00 de la mañana no doy para más... y menos en este tiempo de Cuaresma que, como expresé el otro día, ha sido para mí como ir en un río rápido haciendo rafting. La mañana se esfumó, hasta entradas las tres de la tarde, entre varios asuntos de diversa índole, luego de comenzar con el ejercicio espiritual de la oración matutina y el ejercicio físico en la rutina de cada día. Por la tarde el padre Bernardo Limón y el padre Luis Gerardo Montemayor me ayudaron a confesar. Bernardo y yo de 5 de la tarde a 9:30 de la noche y el padre Luis Gerardo de las 7:00 p.m. en adelante. Tuvimos mucha gente que, como comentamos, no veíamos desde hace mucho tiempo por la parroquia... Y eso causa una alegría enorme. Definitivamente este es un tiempo de gracia para muchos.

Hoy lunes santo, la Oración Colecta se enfoca en nuestra debilidad, esa debilidad que nos hace desfallecer y que requiere del testimonio de la Pasión de Cristo para recuperar el sentido de la vida, una vida que tiene que ser imitación fiel de la suya y que, en estos días santos contemplamos en su máxima expresión de entrega. Hoy, en esa acción compasiva, misericordiosa, serena, de dejarse lavar los pies por la mujer pecadora (Jn 12,1-11). Ella, reconociendo su debilidad, sabe que la fuerza le puede venir solo del contacto con el Señor. Es la misma actitud que nosotros, con nuestra debilidad, nos encontramos frente a frente con Jesús Eucaristía y lo recibimos incluso, como ella, sintiéndonos indignos.

Por otra parte, hoy 25 de marzo ordinariamente se celebra la fiesta de la anunciación del Señor, pero como estamos en Semana Santa, se celebrará, Dios mediante, el próximo día 8 de abril. Eso, por supuesto, no impide que en nuestra reflexión veamos a María, que, ante el anuncio del ángel dice: «Se fijó en la humildad de su sierva», es decir, en su pequeñez, en su debilidad... Que Ella interceda por nosotros y nos acerque a su Hijo Jesús, el único que nos pueda fortalecer. ¡Bendecido lunes santo!

Padre Alfredo.

viernes, 8 de marzo de 2024

«En el día internacional de la mujer»... Un pequeño pensamiento para hoy


No puedo hacer a un lado, antes de iniciar mi reflexión escrita —que será bastante larga— que hoy, sobre la faz de la tierra la humanidad celebra el «Día Internacional de la Mujer» y he pedido, desde el despertar, por todas las mujeres del mundo y por el camino que se ha recorrido en torno a la dignidad y los derechos de la mujer. Pienso ahora en el arduo andar de una búsqueda de equidad de género que se viene gestando a lo largo de muchos, muchos años y que va dando resultados de respeto, de cordialidad, de admiración y de empoderamiento de la mujer. Veo, por ejemplo, el caminar en el campo político en el que, gracias a la celebración de este día, muchas mujeres, que no eran tomadas en cuenta, tienen ahora derechos que son del todo indispensables, como las mujeres de Arabia Saudita que, en 2015, hace apenas nueve años, alcanzaron el derecho al voto. Me parece que de una forma muy acertada, el Señor se hace presente en este día en mi vida y en mi mundo en relación con la mujer y me habla a mí, a todos, y en especial a las mujeres en la Oración Colecta. La oración dice así: «Te rogamos, Señor bondadoso, que infundas tu gracia en nuestros corazones, para que apartándonos siempre de todo humano extravío, podamos acoger, con tu ayuda, las inspiraciones que nos vienen de ti». 

Me detengo a meditar en lo terrible que puede llegar a ser el no apartarse del humano extravío y dirijo mi mirada a diversos tipos de mujeres que, desgraciadamente, sin entender su valor de hijas de Dios y la grandeza de su dignidad, se contentan con ser tenidas como provocativos objetos sexuales que buscan atrapar a como de lugar al dinero y al placer como diosecillos que llenan sus aspiraciones. Dirijo también mi mente, al orar, a contemplar esas marchas, incluso inhumanas, que se hacen este día por mujeres que han sacado a Dios de sus vidas, de sus corazones y de sus conciencias y que no han entendido su dignidad ante Dios y ante la humanidad lanzándose, en unos actos aberrantes, a destruir cuanto encuentran a su paso, hasta llegar a los palacios de gobierno de municipios, estados y naciones, para exigir derechos que van mucho más allá de lo que intrínsecamente deben tener no solamente las mujeres sino sobre todo ser humano. Veo, junto a esto, por otra parte y con dolor, a tantas mujeres que ciertamente sufren, y muchísimo, por pérdidas, por duelos, por abusos de hombres que tampoco han entendido su misión en el mundo y se han quedado atrapados en el extravío humano. En contraste con esas actitudes que se quedan atrapadas en el extravío humano, esta el papel de la mujer en la Iglesia, que es interpretado a la luz de una antropología integral y honda y de un feminismo que va a sus raíces. La importancia de un verdadero feminismo cristiano es tal que se hacen todos los esfuerzos posibles y necesarios por presentar los principios en los que se basa su dignidad. Es claro el magisterio reiterado de Juan Pablo II, Benedicto XVI y de Francisco desde una antropología integral que destaca su papel específico, grandioso e insustituible en relación con la humanidad, su igualdad en cuanto naturaleza y dignidad respecto del hombre, su diferencia con el varón y su complementariedad, sus derechos inalienables que le corresponden en su igualdad, su significado original e insustituible en la vida del hombre como madre y como educadora. Veo, junto a esto y en contraste, a tantas mujeres que ciertamente sufren, y muchísimo, por pérdidas, por duelos, por abusos de hombres que tampoco han entendido su misión en el mundo y se han quedado atrapados en el extravío humano. 

Hoy les invito a orar por un abierto reconocimiento de la dignidad personal de la mujer y en cuanto mujer con toda su femineidad, personificada radicalmente en María, la Madre de Dios y Madre nuestra. Creo que este reconocimiento, que no se queda atorado en el extravío humano, es el primer paso a realizar con toda la fuerza y sin ninguna limitación para promover la plena participación tanto en la vida eclesial como en la social y pública. Las mujeres participan en la vida de la Iglesia de una manera maravillosa. Yo mismo puedo dar testimonio de ello, pues formo parte de un instituto misionero fundado por una mujer extraordinaria, la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento; en una de mis tareas encomendadas al poner mi granito de arena para las causas de los santos, tengo como jefe, una mujer; mi asistente, que es una persona maravillosa y de una entrega apasionante a su trabajo, es una mujer y por si fuera poco, la inmensa mayoría de los miembros de nuestra Familia Inesiana, son mujeres, todas admirables y alegres, guiadas por la sonrisa perenne de la madre Martha. Por otra parte, en la vida parroquial, en las consultas y en la elaboración de decisiones, tanto en el consejo de pastoral, como en el de asuntos económicos, está la mujer presente con los mismos derechos del hombre. Hoy pido que las mujeres, las que tengo de cerca —tan cerca como mi madre, esa valiosa mujer que vale oro— como todas las demás, no dejen de mirar a María para conservar el candor, la humildad, la alegría, la fortaleza, la serenidad, la maternidad, la belleza interior, la escucha y tantas cosas más que tanto necesitamos los hombres. ¡Bendecido viernes y felicidades a todas las mujeres en su día!

Padre Alfredo.