sábado, 30 de junio de 2018

«No te olvides, Señor, de México»... Un pequeño pensamiento para hoy

Un mes más que termina, ya se va junio, y se va entre dos incertidumbres que en México nos tienen en ascuas: ¿Quién saldrá mañana electo como nuevo presidente? ¿Quién ganará el campeonato mundial de futbol? Las expectativas pueden ser muy positivas y llenos de esperanzas podemos ver el triunfo de quienes cada uno espera como vencedor, pero, en una contienda o en una competencia, siempre hay que estar abiertos a las diversas posibilidades y recordar aquello que dice: «¡Que gane el mejor!». nos encontramos en medio de la incertidumbre democrática, en la que nadie puede asegurar quien va a ganar. Nos encontramos en medio de la incertidumbre democrática y deportiva en la que nadie puede asegurar quién va a ganar. ¡Qué ganas de que esto fuera —tanto las elecciones como el futbol— un tiempo de fiesta y del compartir en la diversidad! Es tal vez un sueño, pero... ¿por qué no pensarlo y pedirlo? No cabe duda de que los hombres y las mujeres de fe confiamos siempre en Dios y en medio del triunfo reconocemos su presencia, su compañía cercana y su protección, pero también cuando las cosas no salen como queremos, y no es que quiera ser un «ave de mal agüero» como dicen por ahí, sino que me invito e invito a quienes me leen a poner los pies sobre la tierra y hacer dócil el corazón. 

Cuando interpretamos nuestra historia personal entre «los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo» (G.S. 1) desde la fe, nos volvemos más humildes, y acudimos con mayor confianza a Dios, que es el único que tiene las claves de la historia y el que sigue queriendo nuestra salvación y con ello lo mejor para nosotros. Muchos de los salmos que rezamos, tomados de la historia del Antiguo Testamento, nos sirven para expresar, también ahora, en medio de la incertidumbre, nuestros sentimientos, ayudándonos a leer la historia, siempre cambiante y sorpresiva, con sentido religioso, sin perder nunca del todo la esperanza. Al recitar el salmo 73 (Sal 73,1-7.20-21) en la Misa de hoy, repetimos con fe: «No te olvides, Señor, de nosotros». La primera lectura para este día, tomada del libro de las Lamentaciones (2,2.10-14.18-19), nos muestra un canto de dolor porque la ciudad está devastada, los ancianos han quedado callados, las lágrimas llenan los ojos de todos y hasta los niños están desfallecidos de hambre. Pero el escritor sagrado invita al pueblo a dirigirse a Dios con su oración y sus manos alzadas al cielo. Muchas veces, tenemos que levantar nuestras manos hacia Dios y «lamentarnos», como los judíos, de situaciones que nos pueden parecer dramáticas. La situación de Israel era una cuestión que parecía no tocar límites. Las nuestras tal vez también nos lo parezcan así. ¿Es que Dios se olvida de nosotros? ¿Es que su salvación se aleja o era un espejismo? La oración nos hace recapacitar sobre nuestras debilidades y sobre la grandeza y la bondad de Dios. Israel encontró en él la salvación y un motivo de mantener viva la esperanza que en Él mismo está siempre fundada. 

También nosotros vivimos este último día de junio en la presencia de Dios sin dejarle a él todo el trabajo, sino comprometiéndonos a colaborar, con su ayuda, en la solución de los males de nuestro mundo. Y en la aceptación de su voluntad. En el Evangelio de hoy (Mt 8, 5-17) contemplamos dos milagros de Jesús: El Señor Jesús alaba la actitud de un centurión, un extranjero que se acerca para pedirle que cure a uno de sus criados y lo pone como ejemplo y, por otra parte, cura a la suegra de Pedro. Ahora, en nuestros días, Jesús —ahora resucitado y vivo en la Eucaristía— sigue en esa misma actitud de cercanía y de solidaridad con nuestros males. Él continúa cumpliendo la definición ya anunciada por el profeta Isaías y recogida en el evangelio de hoy: «Él hizo suyas nuestras debilidades y cargó con nuestros dolores.» (Mt 8,17). Sí, el sufrimiento, el dolor, el fracaso, la miseria humana existen. Es inútil taparse los ojos ante realidades tan evidentes. Pero hay que creer que estas no son las últimas palabras de la historia y no todo es luto y miseria. El discípulo–misionero de Cristo sabe que no está todo perdido, mientras un hombre y una mujer de fe estén por ahí orando: el diálogo con Dios continúa sea cual sea la condición, de triunfo o de fracaso y la vida sigue su curso. ¡Aumenta y conserva nuestra fe, Señor! Haz, Dios de bondad y misericordia, que todos los hombres y mujeres la descubramos y la vivamos con la misma confianza de María y pronunciando con ella, llenos de esperanza, hoy que es sábado, sus mismas palabras cargadas de fe y confianza en el Señor: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador» (Lc 1,46-47). ¡Bendecido sábado y mañana, los mexicanos mayores de edad... a votar luego de rezar! 

Padre Alfredo.

viernes, 29 de junio de 2018

«San Pedro y San Pablo, la mirada de Cristo»... Un pequeño pensamiento para hoy


La Iglesia celebra hoy el recuerdo de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo. Pedro, que conoció y convivió con el Señor Jesús después de un encuentro a la orilla del mar en donde Cristo lo llamó a ser pescador de hombres y Pablo, el rudo perseguidor del Señor Jesús que después se convirtió en su amigo más fiel y en el discípulo–misionero por excelencia que lo anunció a los gentiles. La fiesta de estos dos apóstoles nos permite, en este día, apreciar la extraordinaria riqueza con la cual Dios bendice a cada uno de sus elegidos. Cada uno de ellos había construido una personalidad única e irrepetible, de la misma manera que sucede con nosotros. «Dios me había elegido desde el seno de mi madre, y por su gracia me llamó», dice Pablo (Gal 1,15) y Pedro, por su parte, afirma, frente al hombre lisiado de nacimiento que algo esperaba, que no tiene «ni oro ni plata» pero que le dará todo lo que tiene: «En el nombre de Jesucristo nazareno, levántate y camina»(Hch 3,6). Pablo nos cuenta que estuvo con Pedro conviviendo quince días y Pedro, seguramente como lo hizo con aquel hombre lisiado le dijo a Pablo: «Mírame» y en ese intercambio de miradas deben haber encontrado los dos, las huellas del Señor en sus vidas porque los dos, Pedro y Pablo, habían sido «mirados» por Cristo. 

Estos dos Apóstoles, fundamento en mucho de nuestra fe en la Iglesia y por supuesto en el Señor, se supieron siempre «mirados» y amados por Cristo, que, en sus vidas y en las nuestras, se presenta de diversas maneras y nos hace captar su presencia fiel que no abandona. Pedro, liberado por un ángel cuando estaba encarcelado afirma: «Estoy seguro de que el Señor envió a su ángel para librarme» (Hch 12,11) y Pablo al verse solo exclama: «Cuando todos me abandonaron, el Señor estuvo a mi lado y me dio fuerzas» (2 Tim 4,17). Pero, no es que desde el inicio estos dos grandes hombres tuvieran en claro quién era Jesús y cómo los acompañaría en sus vidas. A Pedro y a Pablo les costó conocer bien al Maestro, pero poco a poco fueron conociendo al Señor y respondieron a esa pregunta con la entrega de su propia vida hasta darla por Él. Un burdo pescador de Galilea, que en el momento de la prueba se escondió y negó al Señor (Mt 26,69-75), pero que cuando experimentó el perdón de Jesús, se entregó a Él sin condiciones y recibió el encargo de presidir la Iglesia (Jn 21,15-19) y un perseguidor de cristianos (Hch 8,1; 1 Tim 1,13), cuya vida dio la vuelta como un calcetín tras un proceso tumbativo de conversión que el Apóstol de las gentes narra en tres ocasiones diferentes (Hch 9,1-22; Hch 22,6-16; Hch 26,12-18) se convierten en los grandes impulsores de la fe y por eso la Iglesia los recuerda juntos, para unir el afán misionero de Pablo con el ministerio de cabeza visible de la Iglesia cuya razón de ser es anunciar a Jesús. 

Los santos Padres solían comparar a San Pedro y San Pablo con dos columnas, sobre las que se apoya la construcción visible de la Iglesia. Ambos sellaron con su sangre el testimonio que dieron de Cristo con su predicación y el ministerio eclesial. La liturgia de hoy subraya muy bien este testimonio, y también permite vislumbrar la razón profunda por la cual convenía que la fe profesada por los dos Apóstoles con sus labios, fuera coronada asimismo con la prueba suprema del martirio. La Iglesia de hoy y de siempre, está invitada a dejarse «mirar» por Jesús como estos dos ínclitos Apóstoles. A dejarse mirar en su realidad de gozos y esperanzas, de alegrías y penas en medio de un mundo que esquiva esa mirada y se deja llenar los ojos por tantas cosas que le quieren apartar del Señor. La valentía de Pedro y Pablo se hacen también «mirada» de Cristo hacia nosotros invitándonos a ser valientes para hacer presente a la Iglesia en el mundo. La Iglesia en el mundial, la Iglesia en la jornada electoral, la Iglesia en el hoy y ahora de cada día. Desde esta perspectiva y desde lo que vamos viviendo cada día, la Iglesia, firme sobre la roca de Pedro, hace suyas las palabras de Pablo: «El Señor seguirá librándome de todo mal, me salvará y me llevará a su reino del cielo. A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén» (2 Tim 4,18). Que María Santísima nos llene de amor a la Iglesia y que ella en quien el Señor puso sus ojos, al «mirarla» con amor y elegirla como Madre de la Iglesia, junto a Pedro y Pablo nos aliente a seguir dejándonos también nosotros «mirar» por Cristo «mirando» a la vez con sus ojos. ¡Felicidades a Monseñor Pedro, al padre Pedro López, a Fray Pablo Jaramillo, a Pablo Elizondo mi sobrino, a Pedro y Pablo Andrade, a Pedro Antonio, a Pedro René, a Pedro Martínez, a Pablo y María Paula Maidana... y a todos los demás Pedros, Pablos, Petras y Paulas que hoy celebran su santo! Ya es viernes y se acana otra semana, se acaba casi otro mes y el se llega el domingo con nuestra obligación en México de ir a votar. ¡Mi bendición a todos! 

Padre Alfredo.

jueves, 28 de junio de 2018

«¿Sobre qué construyo mi relación con Dios?»... Un pequeño pensamiento para hoy


La primera lectura del día de hoy en la Misa (2 Re 24,8-17) comienza diciendo: «Joaquín tenía dieciocho años cuando subió al trono, y reinó tres meses en Jerusalén. Su madre se llamaba Nejustá, hija de Elnatán, de Jerusalén. Joaquín, igual que su padre, hizo lo que el Señor reprueba». Apoyándose en el faraón de Egipto, buscando «alianzas humanas» y haciendo a un lado la «Alianza con el Señor», el padre de Joaquín, se había rebelado contra Nabucodonosor y Joaquín, joven y sin experiencia alguna, quiso simplemente hacer lo mismo. El milagro que se había realizado en tiempos de Ezequías quedó atrás y ahora participamos de la agonía de un reinado. Pero, ¿qué nos enseña este relato de hoy que describe la manera en como Nabucodonosor acaba con el reinado de Joaquín? Decididamente, hemos de aprender que Dios es mucho mayor aún que todo lo que nos imaginamos: no necesita de nuestras ceremonias, ni de nuestros vasos sagrados... ¡sólo quiere nuestro corazón! Para el pueblo se iniciará un tiempo de purificación y de profundizar en su relación con Dios. Un tiempo de purificación: porque en el exilio, se sufre, los Prisioneros de la Segunda Guerra Mundial que aún viven y los que han sido deportados lo saben muy bien; lo mismo que quienes viven presa de gobiernos abusivos que les han quitado todo, suprimiéndoles la libertad y atentando a la dignidad humana con pesados trabajos de esclavitud moderna... ¡sufrimientos hacen reflexionar! Un tiempo de profundización: porque la fe queda despojada de todas sus formas exteriores, ya no hay ni sacerdote ni profetas, ni sacrificios, ni culto... es la ocasión de acentuar una relación con Dios en la fe desnuda. 

Las dificultades hacen una de estas dos cosas por el individuo y por el pueblo: O le enternecen y le acercan a Dios o le endurecen el corazón y le alejan de Él. Nunca le es posible a uno ser el mismo después de experimentar la aflicción y el sufrimiento. El mismo sol que por una parte derrite la cera, endurece la arcilla. ¿Cómo tomamos lo que Dios nos va presentando cada día y que en sí a veces no depende directamente de nosotros pero nos involucra? La lectura dice que El rey —que había hecho lo que Dios reprueba— y todos los nobles fueron llevados en el primer grupo que fue al cautiverio. Seguramente, muchos inocentes fueron llevados también. Por su parte, en el Evangelio, Jesús, hablando de la casa construida sobre arena y la otra sobre roca (Mt 7,21-29), nos dirige su mensaje en sintonía con esta historia triste y sórdida advirtiendo lo que sucede cuando no se construye la vida y se mantiene en Dios. La liturgia de hoy, en sí, nos lleva a preguntarnos varias cosas: ¿cómo vivimos nuestra fe? ¿Tenemos las mismas perspectivas que Dios? ¿Estamos muy acomodados a los ritos externos o estamos apegados a Dios? ¿Está nuestra fe sólida, establecida en la roca que es Cristo? 

La Iglesia nos recuerda que debemos establecer nuestro ser y quehacer como hombres y mujeres de fe en la roca firme que es Cristo y que el mundo ha hecho a un lado para construir en las arenas movedizas de la mundanidad. San Benito dice que «si queremos tener nuestra morada en las estancias de su reino, hemos de tener presente que para llegar allí hemos de caminar aprisa por el camino de las buenas obras; si no, no llegaremos jamás» (Regla monástica, prólogo). San Agustín, por su parte, afirma: «Hermanos míos, que vinieron con entusiasmo a escuchar la palabra: no se engañen a ustedes mismos fallando a la hora de cumplir lo que escucharon. Piensen que es hermoso oírle, ¡cuánto más será el llevarlo a la práctica! Si no escuchan, si no ponen interés en oír la palabra, nada edifican. Pero, si la oyes y no la pones en práctica, edificas una ruina». Muchas veces, la ruina de una persona se debe a fallos que, al principio, parecían insignificantes, pero se descuidaron y fueron creciendo, como ir a Misa un domingo sí y carios no, dejar de confesarse, enfrascarse en lo material... La ruina de una comunidad o de una sociedad suele tener causas diversas, también de dejadez religiosa y pérdida progresiva de valores. Saber escarmentar es una buena sabiduría, nos hace humildes, nos predispone a reconocer el protagonismo de Dios y nuestra infidelidad a su amor. El salmo de hoy (Sal 78), además de lamentarse de la desgracia del pueblo, nos deja una oración con la que podemos reconocer nuestras culpas y pedir a Dios su protección: «¿Hasta cuándo, Señor, vas a estar siempre enojado?... líbranos y perdona nuestros pecados, a causa de tu nombre». Dios no abandona, saca bien incluso de nuestras miserias: nos purifica, nos hace recapacitar, nos ayuda a aprender las lecciones de la vida para no volver a caer en las mismas infidelidades y fallos... ¿No nos estará hablando claramente en estos días también a nosotros? Pidamos a María Santísima que abra nuestros oídos y nuestros corazones y corramos a adorar a Jesús en la Eucaristía. ¡Feliz jueves sacerdotal y eucarístico! 

Padre Alfredo.

miércoles, 27 de junio de 2018

«Nuestra Señora del Perpetuo Socorro»... Un pequeño pensamiento para hoy


Hoy amanecemos en nuestra tierra mexicana bajo la mirada dulce de María, de la virgen, pues celebramos la memoria de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro. Nuestra Señora del Perpetuo Socorro es un título que le ha dado la Iglesia a la Santísima Virgen María representándola en un célebre icono bizantino del siglo XV. En el cuadro se muestra a la Virgen María con el Niño Jesús, quien observa a dos ángeles que le manifiestan los instrumentos de su futura pasión. El Divino Niño se aferra fuertemente con sus dos manitas de su Madre Santísima que lo sostiene en sus brazos. Durante siglos, el icono original se veneró en Constantinopla —hoy Estambul— como reliquia milagrosa, hasta que fue destruida por los musulmanes en 1453, cuando los turcos conquistaron la ciudad. Una copia bellísima y muy fiel de la pintura perdida, se encontraba en manos de un comerciante cristiano muy devoto de la Virgen, que deseaba evitar a toda costa que el cuadro se destruyera como tantas otras imágenes religiosas que corrieron con esa suerte durante la expansión musulmana hacia occidente. 

Para proteger esta bella efigie mariana, el hombre se embarcó rumbo a Roma; pero en el mar se desató una violenta tormenta que puso en grave peligro al barco en que viajaba. Cuando ya todos a bordo se preparaban para un naufragio, el mercante sostuvo en alto el icono de la Virgen implorando socorro. La Santísima Virgen respondió a su oración con un milagro: la tormenta cesó de inmediato y las aguas se calmaron, llegando todos sanos y salvos a Roma. La imagen de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro permaneció unos sesenta años casi olvidada en una pequeña capilla de los padres Agustinos hasta que, a instancias del Papa Pio IX, se trasladó en procesión solemne a la iglesia de San Alfonso, construida por los Padres Redentoristas a quienes les confió la imagen con la misión de difundir esta devoción a la Virgen del Perpetuo Socorro. El icono nos recuerda la maternidad divina de la Virgen y su amor y cuidado por Jesús desde su concepción hasta su muerte. La Virgen, ama, cuida y «socorre» en su Hijo a todos sus hijos que acudimos a ella con plena confianza «gimiendo y llorando en este valle de lágrimas» como dice La Salve. La imagen original se encuentra allí hasta el día de hoy y varias veces el Señor me ha concedido orar ante ella. 

Las oraciones a Nuestra Señora del Perpetuo Socorro son innumerables, a mi me viene ahora ésta que comparto y que podemos rezar en estas vísperas de elecciones en México: «¡Oh Madre del Perpetuo Socorro!, en cuyos brazos el mismo Niño Jesús parece buscar seguro refugio; ya que a ese mismo Dios hecho Hijo tuyo como tierna Madre lo estrechas contra tu pecho y sujetas sus manos con tu diestra, no permitas, Señora, que ese mismo Jesús ofendido por nuestras culpas, descargue sobre el mundo el brazo de su irritada justicia; sé tú nuestra poderosa Medianera y Abogada, y detenga tu maternal socorro los castigos que hemos merecido. En especial, Madre mía, concédeme la gracia que te pido. Amén. Siento que este es un tiempo importante para que nos comprometamos, como nos recuerda la primera lectura de hoy (2 Re 22,8-13; 23,1-3): «a seguir al Señor y a cumplir sus preceptos, normas y mandatos, con todo el corazón y toda el alma» para que, bajo esa mirada de María, que nos socorre, demos, como dice el Evangelio (Mt 7, 15-20) buenos frutos no solo al acudir a las urnas el domingo, sino a saber elegir siempre lo que agrada al Señor bajo el cuidado de la Madre de Dios, a quien, aferrados como el Divino Niño a sus brazos, le pedimos que nos socorra ahora y siempre. ¡Felicidades a quienes llevan este nombre! Me vienen a la mente ahorita mis queridas hermanas Misioneras Clarisas que llevan este nombre en las diversas naciones del mundo, Socorro Ortega, Vanclarista a quien acabo de saludar en Guadalajara, su cuñada Socorro García Reyes y mi querida «tía» Socorro Delgado allá en la parroquia de Santa Martha en Valinda California de quien conservo una imagencita de la Virgen que antes de terminar esa misión puso en mis manos con gran cariño... Desde la Casa de «La Villa» en donde celebraré al rato la Misa con mis hermanas Misioneras Clarisas, les bendigo a todos. ¡Bendecido miércoles ombliguito de la semana y día de descanso para este padrecito! 

Padre Alfredo.

martes, 26 de junio de 2018

«Ni perros ni puercos»... Un pequeño pensamiento para hoy

Ezequías fue uno de los mejores reyes que tuvo Judá. Sincero y devoto, este hombre no fue un ser pluscuamperfecto, ni destacó por las brillantes dotes que poseía, se distinguió más bien de los demás reyes de Judá por la grandeza de su fe (2 Re 18,5). La historia sagrada nos dice que era hijo de Acaz (2 Cro 29,1), un hombre malvado y apóstata y que, a pesar de remar contra corriente aún en su misma familia, se convirtió en el rey noble que hizo de Judá un espacio religioso de paz, en el que él era el primero en orar por las dificultades y los peligros que acechaban a su pueblo. Es uno de los reyes mencionados en la genealogía de Jesús en el evangelio de Mateo. 

La primera lectura de hoy (2 Re 19,9-11.14-21.31-36) nos sitúa en el año 701 antes de Cristo, después de veinte años del destierro de Israel. Senaquerib asedia Jerusalén con su ejército, porque, como a los demás reyes de Asia, les interesa el territorio de Palestina, como camino hacia Egipto. Pero Senaquerib fracasa. No sabemos por qué motivos tiene que levantar el campamento y retirarse. Ezequías ha recurrido a Dios y le ha dirigido una hermosa oración, que hoy leemos —y nos convendría volver a leer en estos días— implorando su ayuda para librarse de las garras del enemigo. La respuesta positiva a esa oración de parte de Dios llega por medio del profeta Isaías y durante un siglo, Judá se verá libre de lo peor. ¡Qué enseñanza! Ciertamente también a nosotros nos iría mejor en todo si fuéramos fieles a nuestros mejores principios y valores. Le iría mucho mejor a la sociedad civil y a la Iglesia y a cada familia o comunidad, pero, exigimos a los demás —incluidos todos los candidatos a puestos públicos— lo que nosotros no queremos dar. La oración nos puede ayudar a entender que las fanfarronadas de los poderosos —que a veces son iguales a las nuestras— como la carta de Senaquerib no son, a menudo, la última palabra, y vemos cómo se derrumban ideologías e imperios que parecían invencibles. Es una lección en el nivel político y social y no me pongo de parte de nadie ni atacando a nadie... ¡simplemente les invito a orar! 

En el Evangelio de hoy (Mt 7,6.12-14), Jesús nos enseña que «la puerta que lleva a la salvación es estrecha y que son pocos los que entran por ella»; en cambio, la puerta que lleva a la perdición es ancha, y son muchos los que penetran por ella. El mismo Jesús nos enseña cuál es el camino para entrar por esa ajustada puerta. Él nos va señalando los principios que tenemos que seguir si queremos confiar en él y ser sus seguidores y testigos en el mundo. Los teólogos de su tiempo —y también los de ahora— se preguntaban si serían muchos o pocos los que se salvarán. San Lucas nos recuerda que Jesús no respondió a semejante pregunta (Lc 13,23). Si son pocos o muchos, es un secreto de Dios; en todo caso, no es ésta la cuestión. Al decir que la puerta es «estrecha», Jesús quiere recordarnos que el camino de la vida es fatigoso y doloroso y que exige una confianza inmensa en Dios como la tuvo Ezequías. Más adelante se comprenderá que este camino es el de la cruz. Y al decir que son pocos los que entran por él, Jesús anuncia que su camino no es el que siguen los criterios del mundo, el de las ideas dominantes o de moda; el suyo es siempre un camino en la oposición al comodismo y a la instalación del mundo, un camino minoritario que los que no tienen a Dios no comprenden. San Agustín comentando el Evangelio de hoy nos ilumina ilustrando nuestra mente y nuestro corazón respecto a no dar lo santo a los perros ni las piedras preciosas a los puercos. El Santo de Hipona nos dice: «Perros son los que ladran calumniosamente; puercos son los manchados con el lodo de los placeres sensuales. No seamos ni perros ni puercos para merecer que el Señor nos llame hijos» (Sermón 60,A,4). La defensa de nuestra fe nos urge siempre, especialmente en tiempos de elecciones. No podemos, ni hoy ni nunca, participar en la liturgia diaria o dominical con malas disposiciones del alma, solamente criticando, peleándonos entre nosotros o mostrándonos indiferentes ante la responsabilidad que muchos tenemos como ciudadanos... hay que correr al confesionario y mantenernos en gracia rogando al Señor. No podemos ir a las urnas sin ton ni son. Ezequías oraba con gran fe para dejarse iluminar por Dios, oremos y pidamos también nosotros luz. Por mi parte hoy le pediré a la Dulce Morenita del Tepeyac, en la Basílica, antes de entrar a mi cajita feliz a confesar, que tenga misericordia de nosotros y nos de en México al gobernante que necesitamos para acercarnos más a su Hijo Jesús que nos muestra ese camino, estrecho siempre, pero esperanzador. ¡Bendecido martes! 

Padre Alfredo.

lunes, 25 de junio de 2018

«La paja en el ojo ajeno»... Un pequeño pensamiento para hoy


El tiempo vuela y dentro de 6 meses exactamente, estaremos celebrando el día de la Navidad. Desde que nace Juan el Bautista hasta que nace Jesús transcurren seis meses que vivió María embarazada y que seguramente como a nosotros se le pasaron rápidamente. Ayer celebrábamos esta fiesta del nacimiento del Bautista y pensé mucho en esa espera de la Virgen y de la Iglesia para el día del nacimiento de nuestro Salvador. La vida del creyente es vigilia, es esperanza no solamente porque caminamos hacia otra Navidad más, sino porque vamos de camino anhelando un cielo nuevo y una tierra nueva (Ap 21,1) sabiendo que el Señor volverá y llegará en cualquier momento. Pero, mientras ese día llega, nosotros permanecemos en este mundo en el que siempre hay mucho quehacer para el creyente. La primera lectura de la Misa de hoy, del segundo libro de los Reyes (2 Re 17, 5-8. 13-15. 18; Mt 7,1-5) nos recuerda que si mientras estamos en este mundo y nos movemos en él según la ley del Señor, tendremos éxito; pero si no es así, nuestra historia estará marcada por el fracaso y la frustración sin poder vivir la alegría de la espera. 

Nuestra vida tiene mucho de alegría de hoy y de espera de mañana. Desde Juan el Bautista hasta Jesús, nuestros corazones anhelan que llegue el Salvador y la cambie desde dentro. Es bonito esperar sabiendo que Jesús viene, pro no podemos pensar en una espera estática o «acomodada». La Escritura dice que María permaneció unos tres meses con Isabel y regresó a esperar la llegada de su Hijo en una vida que, seguramente, fue tan ordinaria como la de cualquier otra mujer que espera. Este tiempo, desde hoy 25 de junio hasta el 25 de diciembre, puede ser para nosotros un tiempo hermoso si vivimos esa espera convirtiéndonos cada día buscando no andar por los malos caminos que el mundo tramposo, seductor y materialista ofrece y guardando los mandamientos conforme a la Ley que conocemos perfectamente. No he ido a ninguna tienda de autoservicio en estos días y espero ir solamente a conseguir lo que se necesite, pero, seguramente, estarán ya a la venta, con grandes ofertas atractivas, los árboles de Navidad electrónicos que desecharán al del año pasado y los miles de atrayentes adornos para decorar la casa desde que pase el grito de independencia hasta un día antes del 14 de febrero... Sin caer en extremismos, creo que este año, en especial, tendremos que tener mucho cuidado de cómo caminamos hacia la Navidad. No se si ganaremos el mundial que a todos nos tiene emocionados, pero sí se que dentro de unos días, antes de la Navidad, tendremos en México un nuevo gobierno que hoy por hoy es una incertidumbre hasta que termine el próximo domingo. ¿Qué nos espera? ¿Quién irá a gobernarnos?... No lo se, pero si nos cristianos no nos sujetamos a los criterios básicos que sabemos que todo hombre y mujer de fe deben vivir... no llegaremos felices a la Navidad. 

El proyecto de Dios —de quien viene toda autoridad— es una cuestión que nos hace más humanos, y nos empuja a la promoción del bien, a la defensa de la vida, al crecimiento de la dignidad y los derechos fundamentales del ser humano y al cuidado de nuestra casa común. Todos los candidatos a todos los puestos habidos y por haber en estas elecciones históricas, prometen que darán su vida por todo eso. Pero yo... ¿yo qué prometo?, ¿qué me prometo a mí mismo?, ¿qué le prometo a Dios?, ¿qué le prometo a quienes me rodean? Hoy el Señor nos invita a convertirnos y hacer nuestro el proyecto que Él tiene para hacernos cada vez más hijos suyos y más hermanos unos de otros. El texto del evangelio nos habla claro (Mt 7,1-5). Mateo nos recuerda que, al final de los tiempos, seremos juzgados por Dios que es quien realmente conoce las motivaciones que hay en el corazón de cada ser humano, porque nosotros solamente vemos la paja ajena sin ver la propia viga que llevamos en el ojo. Los creyentes no estamos aquí para juzgarnos unos a otros, sino para ayudarnos a crecer, alertándonos de las desviaciones del camino pero siempre desde el conocimiento del otro y el cariño a su persona. El ejemplo de esta realidad a través de la gráfica imagen de la viga y la paja habla claro. Lo más probable es que la viga esté distorsionando mi vista y me impidiera ver con nitidez. ¡Acabo de celebrar la graduación de los chiquillos de sexto año de primaria del Colegio Diez de Mayo... la reflexión hoy va tarde... ¡pero segura! Bendecido lunes y a seguir caminando hacia el encuentro con Jesús en María. 

Padre Alfredo.

domingo, 24 de junio de 2018

«JUAN ES SU NOMBRE»... Un pequeño pensamiento para hoy


No obstante ser domingo, hoy nuestra Iglesia Católica día celebra la solemnidad de la Natividad de San Juan Bautista. Una fiesta que se conserva en el «Día del Señor», porque el Bautista está estrechamente vinculado al misterio de Cristo. Desde mucho antes de la venida de Cristo, estaba anunciado por los profetas del Antiguo Testamento que el Mesías tendría «un precursor». Jesús mismo, refiriéndose a Juan, dice: «Este es de quien está escrito: “He aquí que yo envío mi mensajero delante de ti, que preparará por delante tu camino”» (Lc 7,27; cf. Mal 3,1). Así que no se puede exponer el misterio de Cristo sin empezar por Juan el bautista. La historia de Jesús sería incomprensible si prescindiéramos de todo el camino que la prepara, de toda la historia del pueblo judío. Y en este camino ascendente, dos personas ocupan el último peldaño que lleva hasta Jesús de Nazaret: María, la humilde sierva del Señor, su Madre Santísima y este profeta, el precursor llamado Juan. Sin la fidelidad de uno y otro a su camino, a su misión, si uno y otro no hubieran vivido con generosidad su «sí» a lo que Dios esperaba de ellos, no podríamos imaginar cómo hubiera sido posible la aparición en la historia de la humanidad (y concretamente, en la historia del pueblo judío) del Hijo de Dios. 

Juan el Bautista es uno de los personajes más enigmáticos y atractivos de la Sagrada Escritura. Desde el seno de su madre, ya tenía prevista su misión tan delicada y especial. El Evangelio de San Lucas recoge el momento de ponerle el nombre. Con anterioridad san Lucas ya había narrado cómo Zacarías, al tocarle el turno para entrar en el santuario a ofrecer incienso, supo que el Señor había escuchado sus oraciones para librar a su mujer de la esterilidad. Un ángel le punteó el destino y misión de su futuro hijo. Zacarías dudó y quedó mudo. Pero cuando el niño recibió el nombre, volvió a hablar. Pero, ¿cómo sabemos que el día del nacimiento de Juan Bautista es el 24 de junio? Esto se deduce de un simple cálculo. El día que Gabriel anunció a María el nacimiento de Cristo le dijo: «También tu parienta Isabel ha concebido un hijo en su vejez, y está ya en el sexto mes aquella que llamaban estéril» (Lc 1,36). El hijo que Isabel esperaba es Juan. Él nació seis meses antes que Jesús. Si celebramos el nacimiento de Jesús el 24 de diciembre en la noche, el de Juan hay que celebrarlo el 24 de junio. La tradición cristiana ha añadido al nombre de Juan el calificativo «Bautista», tal vez para distinguirlo del otro Juan, el apóstol de Jesús y evangelista. 

Y es que el bautismo que confería Juan resume y simboliza su predicación de la necesidad de conversión para prepararse a la venida del Señor. Una necesidad de conversión que sigue siendo vigente para nosotros, pues siempre tenemos necesidad de convertirnos, de abrirnos más de verdad a la venida a nosotros del Mesías Salvador. Es quizá esto lo que podríamos pedir hoy, en este día de fiesta: que siempre queramos abrir nuestro corazón y toda nuestra vida, más y más al favor de Dios, al amor de Dios, que se manifiesta en tantas cosas, pero sobre todo en Jesús que nos convoca, que nos llama a vivir la Eucaristía en comunidad. En la Eucaristía en la que él resucitado, está y estará presente, actuante, vivo, para que nosotros hagamos un paso más en nuestro vivir en comunión con él. En la Eucaristía de hoy, en este año en que la natividad de San Juan Bautista y el domingo coinciden, podemos pensar y analizar nuestra tarea de «precursores» como Juan y preguntarnos: ¿Allano yo los caminos? ¿Enderezo las sendas? ¿Soy profeta del Altísimo? ¿Soy voz que clama en el desierto? Para el discípulo–misionero no basta con «saltar de gozo» en el seno de la Iglesia. Tenemos que salir, extender nuestro dedo y «señalar los caminos» por los que pasa el Señor para que quienes no conocen a Cristo sepan quien es y para que quienes han tomado un rumbo equivocado —confundidos por las vicisitudes de este mundo que ha alterado el orden de los valores— retomen el camino. Responder a la misión que se nos ha dado, como Juan, es responder a la vocación con entrega, servicio, docilidad y, como es respuesta a Dios, grandeza y plenitud de vida. Termino mi reflexión recordando el encantador pueblecito de Ain Karem, al oeste de Jerusalén en donde está el lugar en donde Juan recibió su nombre. En el interior de la iglesia, que visité a inicios de este 2018, hay una gruta, que la tradición identifica con el lugar del nacimiento de Juan. El muro del patio de la iglesia, muestra la oración de acción de gracias que Zacarías dijo cuando Juan nació, el «Benedictus» (Lucas 1,68-79) en 24 idiomas. Al recordar esto le pido a nuestro Padre celestial la gracia de vivir cada día, en mi sacerdocio, la experiencia apasionante de la amistad con Jesús, místico esposo de la Iglesia y parecerme —aunque sea un poquitito— a Juan Bautista, para que sepa testimoniar mi consagración a Dios con perseverancia y valentía como él y no me anuncie nunca a mí, sino a Cristo, que fue quien me llamó a ser también su precursor. ¡Felicidades a todos los Juanes, bendecido domingo y feliz fiesta de la natividad de San Juan Bautista a todos! 

Padre Alfredo.

sábado, 23 de junio de 2018

«Algo para ponerse a pensar»... Un pequeño pensamiento para hoy


El autor del Libro de las Crónicas —este libro que la liturgia nos intercala en la lectura que veníamos haciendo del libro de los Reyes— atribuye al pecado de la idolatría la ruina que le sobrevino a Joás en su reinado del pueblo de Isarel; un reinado que fue largo y que había empezado bien, con una significativa restauración de la vida social y religiosa del pueblo. El autor del libro sagrado nos hace ver que cuando murió su mentor, que era el sumo sacerdote Yehoyadá, que era quien le había ayudado a subir al trono, se olvidó de sus buenos consejos y siguió los de otros que le condujeron de nuevo a la idolatría y al capricho de una autoridad mal entendida. Cierto es que no solo en aquella época sino en todas, aparecen gobernantes con un «aire triunfalista» que anuncian que serán muy «cumplidores» y que en todo estarán comprometidos con el pueblo. La historia de Joás no es algo nuevo para pueblos como el nuestro. En plena época de elecciones no faltan por aquí y por allá los «Joases» que desgraciadamente, al llegar al poder, se toparán con la tentación de hacer lo mismo que este personaje bíblico del que liturgia habla hoy (2 Cro 24,17-25). Cuántos gobernantes no solo en este México lindo y querido, sino en otras naciones, pueblos y hasta pequeños parajes, parecen padecer una especie de alzhéimer, «olvidándose» de sus electores para abrazar la idolatría del poder corriendo a adorar al mismo tiempo a «don dinero», el falso dios que es tan atractivo en los medios de la política nacional e internacional. 

¡Qué claro habla el salmo de hoy! (Sal 88,4-5.29-30.31-32.33-34) cuando dice: «si sus hijos abandonan mi ley y no cumplen mis mandatos, si violan mis preceptos y no guardan mi alianza, castigaré con la vara sus pecados y con el látigo sus culpas, pero no les retiraré mi favor... no desmentiré mi fidelidad, no violaré mi alianza ni cambiaré mis promesas»... ¡Cuánta paciencia nos tiene el Señor! Al hijo de Yehoyadá, Zacarías, el profeta de Dios, que le había recriminado su cambio de conducta, lo eliminaron asesinándolo en el Templo. Zacarías murió exclamando: «Que el Señor te juzgue y te pida cuentas». Más tarde, Jesús les echará en cara a sus contemporáneos: «que caiga sobre ustedes toda la sangre inocente derramada sobre la tierra, desde la sangre del inocente Abel hasta la sangre de Zacarías, a quien mataron entre el Templo y el altar» (Mt 23,35). Zacarías seguramente estará gozando de ver a Dios cara a cara, aquellos otros... yo no se. Tal vez al toparnos en la Biblia con situaciones como estas tengamos la tentación de decir con indiferencia, en estos días previos a las elecciones: «yo no me meto con la política, no adoro ídolos falsos como muchos, no adoro estelas, no tengo ídolos»... pero casi sin darnos cuenta, si no nos ponemos listos, haciéndonos a un lado de una grave responsabilidad cívica y moral, podemos faltar al primer mandamiento, que sigue siendo el más importante: «no tendrás otro dios más que a mí». En medio de una campaña electoral, por más confundido que alguien esté, no le exime de una responsabilidad de este calibre y menos cuando se sabe seguro adorando casi ciegamente al dios dinero, dios éxito social, a la diosa vanidad, a diosa fama, al dios placer, a diosa ambición... todos ellos, ídolos particulares esclavizantes de ideologías o estructuras que brindan seguridad y que si como creyentes no abrimos los ojos, nos acarrearán, a corto o largo plazo a la ruina como hijos de Dios haciéndole a un lado. Hay que leer la historia antigua de Israel para aplicárnosla a nosotros. 

En el Evangelio de hoy, Jesús nos presenta otro rasgo del estilo de vida de sus seguidores (Mt 6,24-34): la confianza en Dios, en oposición a la excesiva preocupación por adorar a tantos dioses falsos de hoy y de siempre. Cristo nos enseña a los suyos la actitud de confianza en el Padre misericordioso, con una comparación con los pájaros y las flores. El verdadero Dios por quien se vive —como nos recordó la Guadalupana— no quiere es que estemos agobiados (palabra que sale hasta seis veces en esta lectura) por las preocupaciones de las necesidades más básicas. También quiere que abramos los ojos para saber mirar las cosas en su justa jerarquía: el cuerpo es más importante que el vestido, y la vida que el comer. Del mismo modo, el Reino de Dios y su justicia es lo principal, y «todo lo demás se nos dará por añadidura» sin estar al «al servicio de dos amos». Esta es una afirmación que en el contexto que en México vivimos estos días nos pone ante la disyuntiva ante Dios al contemplar sus intereses y los nuestros, porque puede haber por ahí ciertos idolillos que siguen teniendo actualidad y que devoran a sus seguidores. Ciertamente, en época de elecciones necesitamos mucha oración, ocupamos poner los pies en la tierra dejándonos guiar por la luz el Espíritu. Pero lo que Jesús nos enseña es que no nos dejemos «agobiar» por la preocupación ni angustiar por lo que sucederá mañana... el 1 de julio ganará quien gane, pero, si nos ponemos listos, todos podemos ganar conservando a Dios en el corazón como nuestro único Dios, el Dios que a pesar de los pesares nunca ha abandonado a su pueblo. Los ejemplos de las aves y de las flores no son una invitación a la indiferencia. En otras ocasiones, Jesús nos dirá claramente que hay que hacer fructificar los talentos que Dios nos ha dado, así que manos a la obra, para saber decidir sin que el mundial —que tanta alegría nos está dando— nos distraiga de una y todas las obligaciones de las que no nos podemos eximir. ¡Bendecido sábado con María, la Madre del Señor! 

Padre Alfredo.

viernes, 22 de junio de 2018

«FIESTA DE LA BEATA MARÍA INÉS TERESA DEL SANTÍSIMO SACRAMENTO»... Un pequeño pensamiento para hoy


Hoy la «FAMILIA INESIANA» está de fiesta y la Iglesia en sí llena de gozo, celebramos la memoria litúrgica de la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento, virgen y fundadora de esta obra que abraza a tantos corazones que, identificados con sus ideales misioneros, vibramos con sus anhelos misioneros de ser instrumentos de Dios para «que todos le conozcan y le amen». La beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento nació el 7 de julio 1904 en Ixtlán del Río, Nayarit (México), en el seno de una familia católica en la que fue la quinta de ocho hermanos. En 1924, durante el Congreso Eucarístico Nacional de México, se sintió totalmente atraída por Jesús, a cuyo Amor Misericordioso se consagró como víctima de holocausto en 1926. «Mi corazón se fue tras él», exclamaría después recordando aquellos momentos. En medio de las consecuencias que había traído la persecución religiosa al México de aquellos años, sintió el llamado de Dios e ingresó al Monasterio de Clarisas del «Ave María» que estaba exiliado en Los Ángeles, California, en el país vecino, que, en aquel entonces recibió muchos inmigrantes cristianos que eran expulsados del país por su fe, especialmente ministros de culto y conventos enteros. 

En la clausura de la comunidad de las Clarisas Sacramentarias, la beata permaneció 16 años viviendo primero en los Estados Unidos y después en México. El día de su profesión religiosa, que fue el 12 de diciembre de 1930, estando aún en Los Ángeles, California, al emitir los votos de pobreza, castidad y obediencia, que fielmente cumplió con alegría y entrega excepcional hasta el día de su muerte, tuvo una fuerte experiencia espiritual con la Virgen de Guadalupe que le dijo: «Si entra en los designios de Dios servirse de ti para las obras de apostolado, me comprometo a acompañarte en todos tus pasos, poniendo en tus labios la palabra persuasiva que ablande los corazones, y en estos la gracia que necesiten; me comprometo además, por los méritos de mi Hijo, a dar a todos aquellos con los que tuvieres alguna relación, y aunque sea tan sólo en espíritu, la gracia santificante y la perseverancia final». Se puede decir que de este encuentro nace la obra contemplativa misionera que funda y que fue autorizada por la Santa Sede el 22 de junio de 1951 recibiendo el nombre de «Misioneras Clarisas del Santísimo Sacramento». 

Más tarde de su generoso corazón a lo que Dios pedía, fueron naciendo el resto de las obras. Dios siguió tocando a la puerta del corazón de Madre Inés y se fue formando lo que ahora llamamos la «FAMILIA INESIANA» que bajo el lema adoptado por ella misma: “Oportet Illum Regnare”, es decir: “Es urgente que Cristo reine” (1 Cor 15,25), se encuentra en catorce países del mundo, llevando la palabra de Dios bajo el carisma «Misionero-Contemplativo» que el Espíritu Santo suscitó en la Madre María Inés Teresa, viviendo en alegría y sencillez una espiritualidad eucarística, sacerdotal, mariana y misionera en la condición vocacional específica de sus miembros: Misioneras Clarisas del Santísimo Sacramento (religiosas), Misioneros de Cristo para la Iglesia Universal (sacerdotes religiosos y misioneros), Van-Clar (Vanguardias Clarisas, laicos misioneros solteros y casados de toda edad y condición), Grupo Sacerdotal Madre Inés (sacerdotes y religiosos que viven la espiritualidad inesiana en sus ambientes), Misioneras Inesianas (laicas consagradas) y Familia Eucarística (Asociación de laicos). La beata María Inés Tersa del Santísimo Sacramanto nos enseña un camino de sencillez y alegría para llegar a Dios. Su vida, alentada en especial por Santa Teresita del Niño Jesús, se hace invitación para caminar por este mundo con la convicción de que somos misioneros invitándonos a hacer «las pequeñas cosas de cada día» por amor a Dios para «salvarle muchas almas». Esta es la «herencia espiritual» de esta mujer que nunca despegó su mirada, su ser y quehacer de un hilo conductor que le mantuvo siempre viviendo para Cristo, por Él, con Él y en Él bajo la mirada constante y siempre alentadora de su reinecita del cielo, Santa María de Guadalupe, prorrumpiendo a cada momento con lso latidos de su corazón misionero: «Que todos te conozcan y te amen es la única recompensa que quiero». La Madre Inés (como es conocida por muchos), murió como había vivido: en serenidad, sencillez, alegría y abandono en las manos del Padre el 22 de julio de 1981, en la ciudad de Roma. Hoy estamos de fiesta y los invito a unirse a este gozo visitando www.madreines.wordpress.com y conociendo allí más de esta alma tan ordinaria y extraordinaria a la vez. ¡Bendecido viernes para todos! 

Padre Alfredo.

UN VIDEO SOBRE LA VIDA DE LA BEATA MARÍA INÉS TERESA DEL SANTÍSIMO SACRAMENTO

Conoce más de la vida de la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento disfrutando de este video:


Reviviendo los momentos de la beatificación de la Madre María Inés Teresa del Santísimo Sacramento...


jueves, 21 de junio de 2018

«LA EUCARISTÍA, CENTRO DE NUESTRAS VIDAS» (Con escritos de la Beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento)... HORA SANTA 36


Monitor: Hoy nos hemos reunido en actitud de adoración, ante el sacramento admirable de la Eucaristía como tantas veces lo hizo la beata Madre María Inés Teresa del Santísimo Sacramento. Cristo, en este augusto sacramento, permanece en presencia real y activa entre nosotros. Nos ponemos en presencia de Dios, con un corazón como el de la beata, deseoso de encontrarse con Él. Madre María Inés nos exhorta a vivir estos momentos de oración: «Que nuestra devoción a la Sagrada Eucaristía sea cada vez más tierna, más fuerte, más amorosa, esforzándose en que la oración ante tan Augusto Sacramento en su adoración individual sea para quien quiso permanecer con nosotros hasta la consumación de los siglos, un consuelo al encontrar en el corazón su gran fe, una confianza ilimitada y el deseo de hacerle amar en todo el mundo». (Carta colectiva de enero 27 de 1973). Que nuestros momentos de adoración nos ayuden a gozar más y más intensamente del don que el Señor nos ha hecho en su Cuerpo y en su Sangre.


Canto de entrada:
«TAN CERCA DE MÍ»

TAN CERCA DE TÍ, TAN CERCA DE MÍ,
QUE HASTA LO PUEDO TOCAR,
JESÚS ESTÁ AQUÍ.


Le hablaré sin miedo al oído,
le contaré las cosas que hay en mí,
y que sólo a Él, le interesarán,
Él es más que un mito para mí.

No busques a Cristo en lo alto,
ni lo busques en la oscuridad:
muy cerca de ti, en tu corazón,
puedes adorar a tu Señor.

Míralo a tu lado caminando
paseando entre la multitud,
muchos ciegos son, porque no le ven,
ciegos de ceguera espiritual.



Ministro: Alabemos y demos gracias en cada momento.
Todos: Al Santísimo Sacramento.

Monitor: La Palabra de Dios nos guíe en este encuentro personal y comunitario con el Señor, que es la Palabra hecha carne y el alimento para nuestras vidas. Escuchemos:

Lector 1: De la Carta a los Efesios (1, 3-10):

Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo que nos ha bendecido en él con toda clase de bienes espirituales y celestiales. Él nos eligió en Cristo, antes de crear el mundo, para que fuéramos santos e irreprochables a sus ojos, por el amor, y determinó, porque así lo quiso, que, por medio de Jesucristo, fuéramos sus hijos, para que alabemos y glorifiquemos la gracia con que nos ha favorecido por medio de su Hijo amado. Pues por Cristo, por su Sangre, hemos recibido la redención, el perdón de los pecados. Él ha prodigado sobre nosotros el tesoro de su gracia, con toda sabiduría e inteligencia, dándonos a conocer el misterio de su voluntad. Este es el plan que había proyectado realizar por Cristo, cuando llegara la plenitud de los tiempos: hacer que todas las cosas, las del cielo y las de la tierra, tuvieran a Cristo por cabeza. Palabra de Dios.
Todos: Te alabamos, Señor

Momentos de silencio para meditar.


Canto de meditación:
«SEÑOR A QUIÉN IREMOS»

SEÑOR, ¿A QUIÉN IREMOS?
TU TIENES PALABRAS DE VIDA
NOSOTROS HEMOS CREÍDO
QUE TÚ ERES EL HIJO DE DIOS.


Soy el pan que os da la vida eterna,
el que viene a mi no tendrá hambre,
el que viene a mí no tendrá sed,
así ha hablado Jesús.

No busquéis el alimento que perece,
sino aquel que perdura eternamente;
el que ofrece el hijo del hombre,
que el Padre os ha enviado.

Pues si yo he bajado del cielo,
no es para hacer mi voluntad,
sino la voluntad de mi Padre,
que es dar al mundo la vida.

El que viene al banquete de mi cuerpo,
en mí vive y yo vivo en él;
brotará en él la vida eterna,
y yo lo resucitaré.


Lector 2: Lectura del santo Evangelio según san Juan (Juan 6, 51-58):
(Si está el sacerdote o el diácono presentes a ellos les toca la proclamación del Evangelio)

En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo les voy a dar es mi carne para que el mundo tenga vida”. Entonces los judíos se pusieron a discutir entre sí: “¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?” Jesús les dijo: “Yo les aseguro: Si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben mi sangre, no podrán tener vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna y yo lo resucitaré el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él. Como el Padre, que me ha enviado, posee la vida y yo vivo por él, así también el que me come vivirá por mí. Éste es el pan que ha bajado del cielo; no es como el maná que comieron sus padres, pues murieron. El que come de este pan vivirá para siempre. Palabra del Señor.
Todos: Gloria a Ti, Señor Jesús.

Momentos de silencio para meditar.

Monitor: En la Eucaristía, Jesús nos ha dejado el tesoro más grande de su amor. En este amor se vuelve visible y tangible todo lo que hizo durante su vida; en ella pronunció palabras de amor a los hombres, palabras que revelan el amor del Padre, palabras que provenían de su amante corazón. El Evangelista san Juan nos ha dejado lo que Jesús tiene en su corazón. Son palabras de amor que unen al cielo con la tierra. Cristo nos dice estas palabras de amor en cada celebración eucarística y en estos momentos de adoración; nos las dirige desde el cielo pero también como quien se encuentra en medio de nosotros. La beata María Inés Teresa siempre experimentó la cercanía de Jesús Eucaristía en su vida. Estos textos son sólo un pequeño testimonio de ello:

Lector 1: «Tú, Jesús Eucaristía, que desde el sagrario estás interpelando por nosotros a tu eterno Padre, ofrécele, en aras de tu Sagrado Corazón, esta comunidad misionera; implora para ella las mejores y más abundantes bendiciones de su amor, dile como esta comunidad se propone, con su ayuda, trabajar cuanto le sea posible, por hacer dulce y amable su divina Persona de todos los corazones, por extender su culto y adoración intensamente.» (Estudios y meditaciones, f. 723).

Lector 2: «¡Encarnación de Jesús en la Divina Eucaristía! ¡El más sublime misterio de amor que pudo idear Jesús!» (Carta Colectiva sin fecha)... «Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, en Ti confío». (Pensamientos).

Lector 1: «Te encuentro en la Eucaristía ¡tan real! ¡tan vivo! ¡tan Padre!, que, los velos que te ocultan a mis miradas desaparecen por completo a mi fe». (Experiencias espirituales).

Lector 2: «Jesús Eucaristía, que de este sagrario saldrás todos los días para ostentar tu amor y misericordia desde la custodia, en donde te contempla­rán nuestros ojos y te adorará nuestra alma plena de fe, pidiéndote la conversión de los pecadores, la santificación de los justos y la recom­pensa divina que haz prometido a la caridad, te rogamos colmes de bendiciones a nuestros amigos…» (Estudios y meditaciones).

Lector 1: «¿Verdad que te consuelas en esos corazones que viven solamente para ti? ¿Y en aquellos otros que, viviendo solamente para ti, salen por el mundo para difundir tu Eucaristía, para hacerte amar, para darte a conocer?» (Ejercicios Espirituales de 1950).

Lector 2: «Fijo mis ojos en la Eucaristía, me reclino como el discípulo amado sobre su corazón adorable». (Diario de 1944).

Momentos de silencio para meditar.

Lector 1: A Cristo Eucaristía llegamos por María. La Virgen Madre es el camino más corto, más fácil y más seguro para llegar a Jesús. Ella es el Sagrario Divino, la Madre de Dios. Y en la Hostia Santa, junto a Jesús, está María y lo adora, porque también es su Dios. María es «El Primer Sagrario» y su principal función es pasar su cielo al pie de los sagrarios con su Hijo Jesús.

Lector 2: Allí escucha nuestras plegarias y atiende nuestros gemidos y oraciones. Allí está de día y de noche, aún en el sagrario más olvidado. Ella estará siempre con nosotros mientras haya en el mundo una Hostia Consagrada acompañando a su Hijo Jesús. Por eso, podríamos también llamarla «María de la Eucaristía» o «María del Santísimo Sacramento».

Lector 1: Ella, al pie de esta custodia, nos invita ahora a hablar a su Hijo Jesús y a escucharlo. La beata María Inés Teresa, siempre acompañada de María Santísima apunta: «La Eucaristía y María, María y la Eucaristía, estos dos amores fundidos en uno, es el centro donde gravita mi alma». (Ejercicios Espirituales de 1936) y nos da este consejo:

Lector 2: «Seamos eucarísticos, muy marianos y muy sacerdotales. Yo espero en su infinita misericordia, que nuestra pequeña familia misionera florecerá en el amor a Jesús Eucaristía, a la Virgen María y al Papa». (Carta colectiva de diciembre de 1978).

Momentos de silencio para meditar.


Canto de meditación:
«OH BUEN JESÚS»

¡OH BUEN JESÚS!, YO CREO FIRMEMENTE
QUE POR MI AMOR ESTÁS EN EL ALTAR,
QUE DAS TU CUERPO Y SANGRE JUNTAMENTE.
AL ALMA FIEL EN CELESTIAL MANJAR (2).


Espero en ti, piadoso Jesús mío,
oigo tu voz que dice: “ven a mí”.
Porque eres fiel, por eso en ti confío,
-todo, Señor, lo espero yo de Ti. (2)

¡Oh buen pastor, amable y fino amante!
Mi corazón se abrasa en santo amor.
Si te olvidé, hoy juro que constante,
-he de vivir tan sólo de tu amor. (2)

Indigno soy, confieso avergonzado,
de recibir la santa comunión;
Jesús, que ves mi nada y mi pecado,
-prepara Tú mi pobre corazón. (2)

Dulce maná y celestial comida,
gozo y salud del que te come bien;
ven sin tardar, mi Dios, mi Luz, mi Vida;
-desciende a mí, hasta mi alma ven (2).



Monitor: En la Eucaristía se manifiesta Cristo en todo su esplendor, puesto que en la Eucaristía no sólo se da una gracia muy especial, sino al autor de la misma gracia. La presencia del Cuerpo y de la Sangre de Cristo en la Hostia consagrada significa una presencia personal destinada a hacer surgir la gracia con abundancia ilimitada para abrazar al mundo entero. Aquél que quería nutrir a la humanidad con la propia vida ha elegido la Eucaristía como medio privilegiado para ahondar en toda la profundidad de la vida humana y transformarla en vida divina. Por eso la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento decía que la Eucaristía debe ser el centro de nuestros amores. Escuchemos y meditemos ante Jesús Eucaristía con algunos de sus pensamientos:

Lector 1: «Es de fe, que Jesús en la Eucaristía es el mismo Jesús del Evangelio. Tendré hacia Él los mismos sentimientos de inmensa confianza que tuvieron todos aquellos sencillos de corazón que tuvieron la dicha de contemplarlo en su vida mortal». (A mis queridas compañeras de la Acción Católica).

Lector 2: «Quisiera que todos le conocieran y le amaran en la Eucaristía, que hicieran consistir toda su dicha en estar a sus pies derramando su corazón, entregándole su ser todo entero; que fueran a Él con los sentimientos del publicano, mas con esa confianza plena del Hijo prodigo, derramar sobre el divino Corazón su contrición, sus angustias, sus dolores y sus alegrías». (Meditaciones). 

Lector 1: «Ante un Dios eucarístico el temor no puede anidar en los corazones, sino una santa alegría, porque «él está siempre interpelando por nosotros ante su eterno Padre». Porque él ha pagado por nosotros, porque él se ha cargado con todas nuestras iniquidades; porque en la Eucaristía es un Dios de amor, de misericordia, de perdón». (Estudios y meditaciones).

Lector 2: «En la Eucaristía sobre todo, en el recurso constante al Espíritu Santo, en el abandono filial en los brazos del Padre Celestial, en la confianza sin límites de nuestra Madre Santísima, encontrará el misionero todos los días el sólido alimento que debe repartir a sus hijos». (Lira del Corazón).

Momentos de silencio para meditar.


Monitor: Adoremos a Nuestro Señor Jesucristo presente en esta Hostia Santa con la misma devoción y gratitud con que la Madre María Inés se acercaba a tan augusto sacramento y digamos: Tú eres, Señor, el Pan de Vida.
Todos: Tú eres, Señor, el Pan de Vida.

Lector 1: Señor Jesucristo, nuestro redentor, te damos gracias por tu voluntad de permanecer entre nosotros todos los días, hasta el fin del mundo.
Todos: Tú eres, Señor, el Pan de Vida.

Lector 2: Señor Jesucristo, te bendecimos porque los que comen de tu carne y beben de tu sangre, nunca más padecen hambre y sed, pues son alimentados de vida eterna.
Todos: Tú eres, Señor, el Pan de Vida.

Lector 1: Señor Jesucristo, te glorificamos porque en ti hemos sido elegidos por al Padre para vivir en santidad y para ser saciados con tus bienes espirituales.
Todos: Tú eres, Señor, el Pan de Vida.

Lector 2: Señor Jesucristo, te adoramos, porque en la fracción del pan nos has revelado que el Padre de los cielos cuida de las necesidades espirituales y materiales de sus hijos.
Todos: Tú eres, Señor, el Pan de Vida.

Lector 1: Señor Jesucristo, te adoramos presente en la Iglesia, tu Cuerpo místico y sacramento universal de salvación.
Todos: Tú eres, Señor, el Pan de Vida.

Ministro: Señor Jesús, Pastor de la Iglesia, que preparas una mesa ante nosotros y te nos das a ti mismo como alimento: guíanos por los caminos de tu justicia, para que arrancados de las tinieblas y sin temer mal alguno podamos gozar para siempre del descanso de la casa del Padre. Que experimentemos lo mismo que la beata María Inés que decía: «Todo mi anhelo era la Eucaristía… sin la Eucaristía nos sería imposible a vida». (Reflexiones).
Todos: Amén.

Momentos de silencio para meditar.


Monitor: Nos ponemos todos de rodillas para prepararnos a recibir la bendición con el Santísimo Sacramento.


Canto preparación para la bendición:
«TOMAD Y COMED»

ES MI CUERPO, TOMAD Y COMED;
ES MI SANGRE, TOMAD Y BEBED.
PORQUE YO SOY VIDA, YO SOY AMOR.
OH SEÑOR, NOS REUNIREMOS EN TU AMOR.

El Señor nos da su amor como nadie nos lo dio.
El nos guía como estrella en la inmensa obscuridad.
Al partir juntos el pan, él nos llena de su amor:
Pan de Dios, el pan comamos de amistad.

El Señor nos da su amor como nadie nos lo dio.
Como todos sus amigos trabajaba en Nazaret,
carpintero se alegró, trabajando en su taller:
con sus manos Cristo obrero trabajó.

El Señor nos da su amor como nadie nos lo dio:
Era tan grande y tan hondo que murió sobre una cruz,
era tan fuerte su amor, que de la muerte triunfó,
de la tumba sale libre y vencedor.


Ministro: Nos diste, Señor, el Pan del Cielo
Todos: Que en sí contiene todas las delicias.

Ministro: Oh Dios, que bajo este admirable sacramento del Altar, nos dejaste el memorial de tu pasión, te pedimos nos concedas venerar de tal manera los sagrados misterios de tu Cuerpo y de tu sangre, que experimentemos constantemente en nosotros el fruto de tu redención. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

(Si está presente un sacerdote o un diácono, éste dará la bendición de la forma acostumbrada).

Ministro: Luego de haber recibido la bendición con el Rey de Reyes y Señor de Señores en esta Custodia Santa, quedémonos con una pregunta que nos laza la beata María Inés Teresa: »¿Quisieras conquistar todos los reinos para Jesús Eucaristía? ¿Quisieras sembrar de Sagrarios, aquellas tierras en donde no es conocido el Dios del amor? Si quieres todo esto, pídeselo a Jesús en tu comunión». (Carta personal, 21 de junio de 1943).

Letanías a Jesús Sacramentado: (Se pueden hacer de manera participada como se sugiere hoy y las guía el Sacerdote, diácono o ministro extraordinario que preside).

Ministro: Bendito sea Dios
Todos: Que escogió a María para hacerla su Primer Sagrario.

Ministro: Bendito sea su Santo Nombre,
Todos: Tres veces Santo.

Ministro: Bendito sea Jesucristo,
Todos: Dios verdadero por quien se vive.

Ministro: Bendito sea Jesús Eucaristía,
Todos: Pan bajado del cielo para dar vida a todas las naciones.

Ministro: Bendito sea su Sacratísimo Corazón,
Todos: Custodiado en el Inmaculado Corazón de María.

Ministro: Bendita sea su Preciosísima Sangre,
Todos: Derramada por la salvación de muchos.

Ministro: Bendita sea su gloriosa Ascensión
Todos: Esperanza de los que dejan todo por él.

Ministro: Bendito sea el Espíritu Santo Paráclito.
Todos: Luz de nuestras vidas.

Ministro: Bendita sea la gran Madre de Dios, María Santísima,
Todos: Que nos dio a luz al Salvador de todos los hombres.

Ministro: Bendito sea el nombre de María, Virgen y Madre,
Todos: Primera evangelizadora de nuestro pueblo.

Ministro: Bendito sea San José, su castísimo esposo,
Todos: Hombre justo, casto y fiel.

Ministro: Bendita sea la beata María Inés Teresa
Todos: Amante incansable de Jesús Eucaristía

Ministro: Bendito sea Dios en sus ángeles y en sus santos
Todos: Y en todos aquellos que anuncian su Reino.


Canto final:
«ALMA MISIONERA».
Señor, toma mi vida nueva,
antes de que la espera
desgaste años en mi.
Estoy dispuesto a lo que quieras,
no importa lo que sea,
tu llámame a servir.

LLÉVAME DONDE LOS HOMBRES
NECESITEN TUS PALABRAS
NECESITEN, MIS GANAS DE VIVIR.
DONDE FALTE LA ESPERANZA,
DONDE TODO SEA TRISTE,
SIMPLEMENTE POR NO SABER DE TI.


Te doy, mi corazón sincero
para gritar sin miedo
lo hermoso que es tu amor.
Señor, tengo alma misionera
condúceme a la tierra,
que tenga sed de Ti.

Y así, en marcha iré cantando,
por pueblos predicando,
tu grandeza Señor.
Tendré, mis brazos
sin cansancio,
tu historia entre mis labios,
tu fuerza en la oración.


ALGDR 2018

«Padre Nuestro»... Un pequeño pensamiento para hoy


La historia de nuestra salvación, incluida por supuesto la historia de Israel y sus múltiples personajes, consciente varias interpretaciones que van iluminando los hechos sucedidos. Por eso algunas veces se ilumina el significado religioso de los hechos históricos en los textos bíblicos por medio de otros textos tomados, como en el caso de la primera lectura de hoy, de otros libros bíblicos. Hoy nuestra reflexión se ilumina, profundizando en la misión profética de Elías y Eliseo, con una lectura del libro del Eclesiástico, llamado también Sirácide (Eclo 48,1-15). Este fragmento bíblico muestra su admiración por Elías, que no escribió ningún libro, pero fue un recio profeta de acción. Incluye en su alabanza también a Eliseo, su sucesor. El resumen que hace de la vida de Elías nos recuerda lo que hemos ido leyendo en estos días pasados. Y el salmo 96 (Sal 96,1.2.3-4.5-5.7) refleja hoy también el rasgo que el Sirácide destacaba del temperamento de Elías en su lucha contra la idolatría: «Un fuego que devora a sus contrarios a nuestro Dios precede... Los que adoran estatuas que se llenen de pena y se sonrojan». 

La Iglesia nos pone nuevamente hoy la figura de estos dos grandes profetas invitándonos a aprender su fidelidad a Dios y la valentía de su actuación profética, A la vez, como que la Iglesia —al fin madre y maestra— nos reta a los hombres y mujeres «creyentes» de nuestros tiempos y nos cuestiona: ¿por qué no hay esa parresía, esa resiliencia, esa resistencia, esa fortaleza, esas firmes y valientes convicciones para enfrentarse con coraje a las situaciones difíciles que nos va trayendo la vida: una enfermedad grave, la pérdida de un ser querido, un fracaso en la vida, un difícil tiempo de elecciones, etc.? ¿Por qué el hombre y mujer de hoy se derrumba o se da por vencido tan fácil? ¿Por qué fácilmente algunos católicos son infieles en su matrimonio, en su vocación a la vida consagrada? ¿Por qué se dejan llevar de la ambición del dinero atropellando a quien sea? ¿Por qué algunos traicionan la palabra dada o el compromiso adquirido libremente? Cuando el ser humano que ha conocido a Dios y se ha dejado alcanzar por él, pero vive sin recurrir constantemente a él en el contacto íntimo de la oración, su libertad decae porque hace a un lado la confianza en el Padre misericordioso y se fabrica ídolos a los que busca aferrarse, se encadena a cosas que, naturalmente, desmesura y engrandece; en una palabra, se llena de dioses en su vida. 

Pero, en el corazón del hombre y la mujer de hoy, engatusados muchas veces por un mundo consumista que parece ofrecer el remedio instantáneo para todo y no logra colmar el anhelo de Dios, sobrevive en el corazón el recuerdo de Dios. La verdad, la justicia, la fidelidad, la pureza, el amor, subsisten en el corazón del creyente aunque sea como una diminuta plantita que, sofocada por tanta cosa no ha podido crecer y el recurso a Dios sigue siendo la raíces última de la vida humana porque, como dice san Agustín: «fuimos creados para él y nuestro corazón no estará tranquilo hasta que no descanse en él». ¿Por qué entonces no entramos en comunión con Dios? ¿Por qué esa vida a veces tan frívola y tan descuidada de muchos? ¿Por qué no rezamos con fervor? El Evangelio de hoy nos da la clave (Mt 6, 7-15). Jesús nos propone una manera eficaz de comunicarnos con nuestro Dios enseñando a los suyos el «Padre nuestro», una nueva relación de los discípulos con Dios; una relación que no es un contacto mersamente individual, sino comunitaria. Son los hijos, los ciudadanos del reino, los discípulos–misioneros de Cristo, los que se dirigen al Padre. «Padre» es el nombre de Dios en la comunidad cristiana, el único que aparece en esta oración. Pronunciarlo supone el compromiso de vivir y comportarse como hijos, la tarea de reconocerlo como modelo: «Sean santos como su Padre celestial es santo» (Mt 5,48), como fuente de vida y de amor: «Dios es amor» (1 Jn 4,8). Este término de «Padre» se aplicaba ya a Dios en el Antiguo Testamento (Jr 3,19; cf. Ex 4,22; Dt 14,1; Os 11,1), pero su sentido era muy diferente, pues el «padre» en la cultura judía era ante todo una figura autoritaria que ahora Jesús nos presenta como efigie del amor: «El Padre los ama» (Jn 16,27). La beata María Inés Teresa, en sus «Estudios y meditaciones», le ruega al Padre: «Que te amemos siempre… con el mismo Corazón de tu Hijo divino y con el Corazón purísimo de María, para que nuestro amor sea perfecto, para que podamos así cumplir sobre la tierra la misión que tú nos has confiado». Recemos el «Padrenuestro», una sencilla y breve oración que es una síntesis de todo lo que Jesús vivió y sintió a propósito de nuestro Padre Dios, del mundo y de sus discípulos–misioneros. ¡Bendecido jueves en torno a Jesús Eucaristía! 

Padre Alfredo.

miércoles, 20 de junio de 2018

«Así como Eliseo»... Un pequeño pensamiento para hoy


«Que sea el heredero principal de tu espíritu» le dijo Eliseo a Elías cuando este último le anunció que sería llevado lejos de él. Elías le respondió exclamando: «Es difícil lo que pides; pero si alcanzas a verme, cuando sea arrebatado de tu lado, lo obtendrás; si no, no lo obtendrás». (2 RE 2,9-10). Así nos narra el segundo libro de los reyes el momento que antecede al pasmoso «arrebato» de Elías al cielo. Estos días hemos visto en la reflexión diaria, que Elías contempló grandes milagros de Dios a lo largo de toda su vida, pero, el más extraordinario le sucedió a él mismo al final de su paso por este mundo, cuando el Señor lo arrebató en un carro de fuego en medio de un imponente torbellino. La tarea estaba prácticamente concluida, los nuevos reyes de Siria e Israel ungidos y Eliseo, su sucesor, llevaba ya en su compañía varios años. El momento de sellar su brillante ministerio había llegado, pero no como él había pedido en el Horeb deseando la muerte, sino con toda la gloria que está prometida a los hijos de Dios que le son fieles. Si en la soledad de la montaña, la presencia de Dios se había manifestado al abatido profeta en una especie de silbo apacible y delicado o silencio sutil; esta vez, junto al Jordán, a la vista de su siervo Eliseo, en medio de llamas de fuego y una grande tempestad, parece anticiparnos como en una miniatura, la gloria de los justos que son llevados al cielo después de haber cumplido aquí su misión.

Elías no se volvió a ver más; sin embargo, siglos después apareció en el monte de la Transfiguración con Moisés y a un lado de Jesús glorificado. ¡Cómo me recuerda todo esto aquello que dice san Pablo a los Tesalonicenses: «Después nosotros, los que vivamos, los que quedemos, seremos arrebatados en nubes, junto con ellos, al encuentro del Señor en los aires. Y así estaremos siempre con el Señor» (1 Tes 4,17)! Y cómo me recuerda también a la beata María Inés Teresa en esta madrugada en que escribo estas líneas en el aeropuerto de CDMX esperando un vuelo, en mi «day-off» para visitar a nuestras queridas hermanas Misioneras Clarisas de la «Casa del Tesoro» en donde residen aún y gracias a la infinita misericordia de Dios, algunas «Eliseas» que convivieron con Nuestra Madre la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento antes de que fuera llamada a la casa del Padre. Cierto es que cada vez que voy a esta casita, mi corazón se estremece de gusto, de emoción, de una especie de solemne respeto por las lamas que allá encontraré. Hay en mi ser una conjunción de gratitud, recuerdos, reverencia, deseo de verlas y... ¿cómo no?... ¡Una gran admiración a las jóvenes generaciones de misioneras doctoras, geriatras, administradoras, cocineras y enfermeras que les ayudan a mantener vivo el espíritu y espiritualidad que Madre Inés nos ha dejado.

Creo que no solo ellas, sino cada uno de nosotros, tenemos algo de «Eliseos» con respecto a quienes nos han dejado alguna herencia o tarea espiritual y que evocan, de una u otra manera, el encargo que el Señor Jesús nos hace antes de irse a la derecha del Padre. Tras de Elías, todo un linaje de «profetas» —como lo somos nosotros desde el bautismo— asumieron ese papel en la historia: Eliseo, Amós, Oseas, Isaías, Jeremías, Juan Bautista... y ¡tantos otros! Pero nuestra vida profética es como la de Jesús, como la de María su Madre, como la de Madre Inés y tantos otros que, de manera callada, en lo secreto, en lo pequeño, en el «cuartito» de este mundo en el que nos toca vivir (Mt 6,1-6.16-18), buscando agradar a Dios con un desprendimiento de sí infinitamente mayor que la recompensa de agradar a los hombres. El Evangelio de hoy nos recuerda que los más hermosos gestos de la verdadera religión —la limosna, la oración y el ayuno— pueden, por desgracia, ser desviados de su sentido cuando se convierten en una mera exhibición que resulta solamente una búsqueda de sí mismo. Hoy voy feliz a encontrar es estas maravillosas mujeres consagradas que, desde el secreto de su casita solariega en Lomas Altas, con sus ayeres y su hoy, dan cátedra de que lo que dice el Evangelio es verdad. ¡Mis queridas «Eliseas» que mantienen vivo el espíritu inesiano: ¡Las quiero, las admiro, están siempre en la patena de cada Misa, en la súplica de cada oración, en la alabanza de la adoración y en las páginas de mi Liturgia de las Horas. Junto a ustedes, recordando y buscando imitar a Nuestra Madre María Inés, bajo el cuidado de María Santísima vestida de Guadalupana, de quien les llevo la bendición que ayer le imploré, oro a nuestro Dios diciendo: Concédenos, Señor, este mismo «espíritu», ¡tu Espíritu! El Espíritu que Eliseo recibió, el Espíritu que a María Inés Teresa alentó. Haz de nosotros hombres y mujeres espirituales, transfigurados desde el interior, hombres y mujeres que tienen «un manantial en ellos», hombres y mujeres de los que mana «el agua viva». Amén. ¡Bendecido miércoles para todos!

Padre Alfredo.

martes, 19 de junio de 2018

«Hoy no salimos a ningún lado»... Un pequeño pensamiento para hoy

Ayer mis papás celebraron sus primeros 58 años de casados. Por teléfono lo primero que me dijo mi papá fue: «¡Hoy no salimos a ningún lado, la pasamos como un día ordinario, aquí estuvimos!»... y siguió platicando conmigo haciéndome ver lo maravilloso que pasaron el día en casa. Cuando me dijo: «Te paso a tu mamá para que ella te cuente», gocé al palpar el gozo del amor de unos esposos que muy entrados en años, de edad y de casados, que saben vivir cada día con sus afanes. «Ayer estuvieron todos los Delgado Cantú aquí en casa» me dijo mi madre y me compartió el gozo del domingo día del padre y el festejo en familia de sus años de ese caminar juntos que hablan de perseverancia, fidelidad, comprensión, aguante y tantas cosas más que hoy es difícil percibir en muchas parejas de casados. El verdadero amor no pasa nunca. ¿Y quién no anhela un amor así? Es increíble, pero cuando leí la primera lectura para hoy contemplé a un profeta Elías y en él a un hombre cabal, totalmente entregado a Dios, y totalmente entregado a sus hermanos los hombres. Un hombre capaz de vivir en relación con lo invisible, en la oración y capaz de arriesgarse, en servicio de la justicia y pensé en «el riesgo» que todo matrimonio corre para perseverar en esa historia de amor que hoy y siempre es «invadida» por testimonios tan terribles como el que deja el matrimonio de Ajab y Jezabel. 

Después de la fechoría del matrimonio de Ajab y su mujer, llega la denuncia por parte del profeta (1 Re 21,17-29) que echa en cara valientemente a Ajab la grave falta que ha cometido sin preguntar siquiera a su mujer como es que Nabot o por qué Nabot fue apedreado: Ajab ha asesinado y robado y ha hecho «pecar a Israel» con la idolatría y con no haber enseñado a su mujer lo que es y para qué es el udo del poder. Y es que «no hubo otro que se vendiera como Ajab para hacer lo que el Señor reprueba, empujado por su mujer Jezabel». ¡Qué terrible puede resultar un matrimonio que no camina por la Voluntad del Señor! ¡Cuántas fechorías se cometen cuando uno, cegado por la ambición, se deja llevar por malas decisiones del compañero o compañera de vida! Elías le anuncia un duro castigo de Dios, aunque luego, por el arrepentimiento mostrado por el débil y voluble rey, le dice que sucederá más tarde. La justicia social entra también, y de modo muy importante, en el campo de la actividad de los esposos. El Catecismo de la Iglesia católica cita una dura homilía de san Juan Crisóstomo, en la que se queja de unos cristianos que muestran un culto muy cuidadoso al Cristo eucarístico, pero no tienen en cuenta al Cristo que está en la persona del hermano: «Has gustado la sangre del Señor y luego no reconoces a tu hermano... Dios te ha invitado a esta mesa, y tú, aun así, no te has hecho más misericordioso» (CEC 1 397). La misericordia empieza en casa, y empieza precisamente entre los esposos... ¿Qué era más importante, la unidad y la paz entre Ajab y Jezabel, la fidelidad y concordia en su matrimonio o una viña que era capricho de él? 

En el sermón de la montaña sigue Jesús contraponiendo la ley antigua con su nuevo estilo de vida: esta vez, en cuanto al amor a los enemigos (Mt 5,43-48) y con eso me he puesto a ver que cualquier matrimonio que quiera perseverar, tiene enemigos a los que debe amar, pero no secundar sus fechorías... Lo que ha de caracterizar a los matrimonios cristianos es algo «extraordinario». En la pequeña historia que cada día vive un matrimonio —«¡Hoy no salimos a ningún lado, la pasamos como un día ordinario, aquí estuvimos!»— suceden muchas cosas, se comenta, se planea, se comparte, se riñe, se decide... se crea un campo de examen y de propósito para seguir perseverando amando poniendo buena cara a los hijos, a los amigos y a los que no lo son tanto. ¡Qué bonito es para un hijo sentir por teléfono a unos papás que por 58 años han buscado actuar como Dios, que es Padre de todos y manda su sol y su lluvia sobre todos! Tal ves papás no le han dado lluvia a nadie, pero sí han podido ofrecer una buena cara como la del sol que brilla, en la acogida, la ayuda, las palabras amables y, cuando haga falta, el perdón a muchos que han pasado por casa, tal vez no todos en son de una amistad sincera, pues en tantos años hay de todo. Lo que Jesús trajo al elevar el matrimonio a sacramento, fue una propuesta de un hombre y mujer nuevos, superadores de las cadenas del egoísmo y de la venganza. Jesús predicó que no basta amar a los que nos aman —lo cual es fácil, sale de dentro, y lo hacen hasta los paganos—, sino también a los que no nos son agradables, y a los que nos perjudican, incluso a los que nos quieren mal o nos causan mal. El matrimonio es una comunidad de vida y amor que, según enseñó Jesús, debe ser más que un par de tórtolos bondadosos entre sí. Deben ser hermanos capaces de hacer fecundo su amor, de ir más allá perdonar y de perdonarse, de rogar por aquel que les daña y de devolver bien por mal en una sociedad que, instigada como Jezabel por el ansia del poder, del tener y del placer vive, buscando argumentos racionales equivocados y egoístas sin seguir el ejemplo del Padre Celestial que, «casado con su pueblo en la Iglesia», actúa con nosotros siempre cuidándonos, dándonos lo mejor y devolviéndonos bien por mal, ya que a pesar de nuestros pecados igual gozamos de los bienes naturales como si fuésemos buenos. Ante esta sociedad que se mueve bajo los criterios de la ley de la compensación, del amor interesado o incluso de la venganza, el Reino de Dios se yergue como una verdadera alternativa en matrimonios como los de Alfredo y Blanca, porque sé, que gracias a Dios hay muchos otros así que, imitando a José y María en Nazareth, nos dejan ver a Jesús que vive ahí en el gozo del compartir cada día en sencillez y alegría. ¡Hoy en la Basílica pido por ellos y por tantos matrimonios así y encomiendo, de manera muy especial, a quienes han luchado por perseverar y han visto quebrantado su ideal porque la otra parte no quiere dar más y heroicamente le han dejado ir amando y diciendo: «te perdono»! Han de dispensar lo interminable de la reflexión de hoy. Amén. 

Padre Alfredo.

lunes, 18 de junio de 2018

«FUTBOL, POLÍTICA Y RELIGIÓN»... Un pequeño pensamiento para hoy

En la audiencia del miércoles pasado en la plaza de San Pedro en Roma, el Papa Francisco refiriéndose al mundial de futbol decía: «Mañana comenzarán los Campeonatos Mundiales de Fútbol en Rusia. Deseo enviar mi cordial saludo a los jugadores y a los organizadores, así como a los que seguirán a través de los medios de comunicación este evento que supera toda frontera. Pueda esta importante manifestación deportiva convertirse en ocasión de encuentro, diálogo y fraternidad entre culturas y religiones diversas, favoreciendo la solidaridad y la paz entre las naciones». ¡Qué contentos estuvimos ayer los mexicanos con ese triunfo inesperado por la mayoría! Y que esperanzas han queda sembrados en los corazones de tantos y tantos mexicanos que, participando de cerca y de lejos en este campeonato, vibramos como gran familia en torno al futbol... el futbol que hace rezar hasta el que se diga más ateo. Estaba terminando de celebrar la Misa de 10 de la mañana cuando la señora Irene se acercó a mí por uno de los pasillos laterales de la parroquia y me dice: ¡Me acaba de llegar el whats de que ya metimos un gol... que pase un bonito día! Y claro, el «¡GOOOOOOOOOOOOLLLLLL!» que explotó en la cancha, en la tele y en los celulares, dejó el día del padre lleno de gritos y alegría que prolongaban aquel «¡GOL-GOL-GOL GOOOOOOOOOOOOOLLLL!».

Igual que el rey, en la primera lectura de hoy (1Re 21,1-16), ansía la viña de su vecino Nabot porque las necesidades de la corte aumentan constantemente, como consecuencia de la centralización y de la evolución de la administración, el hincha mexicano anhela el trofeo del mundial y anhela a la vez, sin hacer a un lado la pasión por el deporte que envuelve ahora al mundo como en un pequeño pañuelo en medio de un periodo de elecciones ante las votaciones ya inminentes, ganar también una vida mejor, un gobierno que lleve al país a metas más altas en el desarrollo, en la solidaridad, en la humanidad. La Palabra de Dios no se presenta nunca desencarnada: La palabra de Elías se deja oír en una situación humana muy concreta, la de aquel tiempo y la de hoy. Se trata de un problema social, político, económico... como decimos hoy. Se trata de un rey que quiere comprar el terreno de su vecino y que le ofrece un buen precio para ello. El vecino rehúsa «porque es una propiedad familiar heredada de sus antepasados». Vemos como se las compone el rey para imponer su punto de vista, y como Elías le recordará los derechos del pobre.

El mundial y la política, dos sectores de nuestra vida que en estos días se entrecruzan y cada uno debe ser considerado atendiendo a la voluntad de Dios y a la vivencia de nuestra fe, porque no dejamos de ser católicos para ir al mundial, ni dejamos de ser católicos para elegir a quien nos ha de gobernar. Hacer dos partes en nuestra vida, la religiosa propiamente dicha y la profana, la de nuestros «negocios»... es ir contra Dios, porque bien sabemos que él se interesa por nuestras compras, por nuestras ventas, por nuestros juegos, por la manera como tratamos nuestros compromisos como ciudadanos. Se fue Ajab a su casa triste e irritado por las palabras que le dijo Nabot: «no te daré mi viña...» Jezabel, su mujer, fue y le dijo: «Yo te daré la viña de Nabot.» Ya conocemos a esa reina sin escrúpulos que le hizo a Elías la vida de cuadritos: El pobre Nabot no estorbará sus planes... ¡la pérfida mujer encontrará fácilmente el medio de obtener su viña! ¡Una reina hace lo que quiere! Así y todo, Jezabel, sabiendo que el pueblo conservaba el sentido de la justicia y de su dignidad, no quería que sus arbitrariedades fuesen conocidas públicamente. El secreto ha sido siempre la primera arma del poder absoluto y de la violencia. No le era difícil a Jezabel contar con la complicidad de algunos de sus nobles, como se narra en la Escritura el caso de David cuando quiso deshacerse de Urías y no dudó que podía contar con la complicidad de Joab. Qué bueno que el salmo de hoy (Salmo 5) nos hace decirle al Señor: «tú no eres un Dios al que pudiera la maldad agradarle, ni el malvado es tu huésped ni ante ti puede estar el arrogante». ¡Cuánto habla esto al corazón! En el futbol y en la política tendrá el creyente que tener confianza en Dios. En ninguno de los dos campos, en el del estadio y en el de los curules, se podrá echar mano de artimañas y de injusticias para conseguir lo que queremos... Jesús va más allá, como en el Evangelio de hoy (Mt 5,38-42) que muestra criterios difíciles de captar en una sociedad que siempre está compitiendo... Roguemos en silencio, como María, que no discutía sino guardaba las cosas en el corazón, por el mundial y por la situación política actual en México. No vayamos a perder la paz interior, o los amigos, o la fe por ninguna de las dos cosas pase lo que pase, porque el mundial se acabará y las elecciones darán el ganador que apoye la mayoría. ¡Que tengas un bendecido lunes y un inicio de semana laboral y académica estupendos!

Padre Alfredo.