Hoy la Iglesia celebra a san Bernabé, ese apóstol y hombre bueno, lleno de Espíritu Santo y de fe que formó parte de los primeros creyentes en Jerusalén, que predicó el Evangelio en Antioquía e introdujo en su comunidad a san Pablo, recién convertido (Hch 11,21-26;13 1-3). Con él realizó su primer viaje por Asia para anunciar la Palabra de Dios, participó en el Concilio de Jerusalén y terminó sus días en la isla de Chipre, su patria, sin cansarse de difundir el Evangelio. A pesar de no ser uno de los doce elegidos por Nuestro Señor Jesucristo, es considerado Apóstol por los primeros padres de la Iglesia e incluso por san Lucas, a causa de la misión especial que le confió el Espíritu Santo y la parte tan activa que le correspondió en la tarea apostólica. Bernabé era judío, pero había nacido en Chipre; su nombre original era el de José, pero los Apóstoles lo cambiaron por el de Bernabé, que significa «hombre de exhortación». La primera vez que se le menciona es en el capítulo 4 de los Hechos de los Apóstoles. Algún tiempo después, varios discípulos habían predicado con éxito el Evangelio en Antioquía, y se pensó que era conveniente enviar a alguno de los miembros de la Iglesia de Jerusalén para instruir y guiar a los neófitos. El elegido fue san Bernabé, «un buen hombre, lleno de fe y del Espíritu Santo» (Hch 11,24). Cuando Bernabé tuvo necesidad de un auxiliar diestro y leal, en Tarso obtuvo la cooperación de san Pablo, quien le acompañó de regreso a Antioquía y pasó ahí un año entero. Los dos predicadores obtuvieron un éxito extraordinario; Antioquía se convirtió en el gran centro de evangelización y fue ahí donde, por primera vez, se dio el nombre de Cristianos a los fieles seguidores de la doctrina de Cristo (Hech 11,26).
La vida de Bernabé está marcada por un amplio horizonte de evangelización que toma fuerza por la decisión de partir hacia Chipre, viaje que seguramente se debió inicialmente a razones personales de Bernabé. Sus padres habían vivido en aquella isla y sin duda esperaba encontrarse en ella con la ayuda de parientes y conocidos. Aquél fue un arranque importante para la nueva orientación evangelizadora que Bernabé daría a su vida (Hch 13, 46-52). Este hombre santo, a quien la Iglesia recuerda hoy, es un cristiano de primera línea, un hombre lleno de fe y del espíritu de Dios, un evangelizador incansable y un creyente de amplios horizontes al que mucho hay que imitarle. Si él se atrevió a soñar una Iglesia en la que se viviera la unidad entre el pueblo judío y el pueblo procedente de la paganía, por qué no soñar nosotros con alcanzar esa unidad con la cultura neo-pagana que nos rodea. Si su fe en el Mesías Jesús le hacía ver como posible ese milagro, por qué a nosotros no nos puede impulsar esa misma fe. El Reino de Dios está tan cerca de todos, como nosotros se los queramos acercar (Mt 10,7-13).
Nuestro paso por este mundo es tan breve como la vida de Bernabé y de muchos discípulos–misioneros más que han dejado una huella imborrable. En su breve paso por el mundo san Bernabé dejó constancia de su recia personalidad, de su incansable celo misionero, de su fidelidad a la Iglesia. Con un espíritu abierto a la verdad, abrazó la doctrina de Cristo y no dejó ni de seguirle ni de anunciarle nunca. Deseoso de entregarse al servicio del Señor, vendió desde el inicio todos sus bienes y se consagró de lleno a la evangelización del mundo pagano. Con su ejemplo nos enseña a que busquemos en primer lugar el reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se nos entregará por añadidura. Anunciar el Reino no es en primer lugar enseñar verdades y doctrinas, catecismo o derecho canónico, sino llevar a las personas a una nueva manera de vivir y convivir, a una nueva manera de actuar y de pensar desde la Buena Nueva, traída por Jesús. Eso es lo que hizo Bernabé y lo que hemos de hacer nosotros como discípulos–misioneros. La escuela mejor es el mismo seguimiento del Señor, que, a pesar de nuestra miseria y de nuestro atolondrado corazón, se ha fijado en nosotros y espera un «sí» como el de este santo varón, un «sí» como el de María en el que no hay reversa, sino siempre un «envíame», un «hágase en mí según tu palabra». ¡Bendecido lunes celebrando a san Bernabé!
Padre Alfredo.
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