viernes, 1 de junio de 2018

«De prisa y solos»... Un pequeño pensamiento para hoy


¡Y arranca junio!... qué barbaridad! El tiempo va más que de prisa en este 2018 o será que me voy haciendo viejo y por eso siento que el tiempo no me rinde. Cuando era niño, hace alrededor de 10 lustros, el tiempo iba a caballo —recuerdo cuando montábamos en Rancho Verde o en el rancho de mis tíos en Allende Coahuila— hoy parece ir a la velocidad de uno de esos modernos aviones que en un abrir y cerrar de ojos y con la espera de dos o tres horas antes de partir, nos hacen a todos correr cuando tenemos que viajar. Pero, en el fondo, y a pesar de que todo fluye hoy muy de prisa, el mundo es el mismo, porque «Cristo es el mismo ayer, hoy y siempre» (Hb 3,18) y, como se pregunta y responde el Qoelet: «¿Qué es lo que fue? Lo mismo que será. ¿Qué es lo que ha sido hecho? Lo mismo que se hará, pues nada hay nuevo bajo del sol» (Ecl 1,9). Sí, en un mundo en el que aparentemente nos rodea una constante actividad llena de una velocidad impresionante, nos damos cuenta de que, en realidad, los cimientos del mundo son las verdades eternas. Cada uno de nosotros va dando significado a su vida al descubrir estas verdades por sí mismo. ¿Qué significa la sabiduría que encierra la Sagrada Escritura para mí? ¿Cómo puedo aplicar las lecciones de la Biblia en mi vida? Hoy la primera carta del Apóstol san Pedro nos presenta una serie de afirmaciones muy actuales (1P 4,7-13). 

A pesar de que todo va muy de prisa, y de que en un instante podemos ver al hombre congregarse hasta en multitudes de más de quince mil o veinte mil gentes para diversos eventos, como un partido de futbol de Tigres o un concierto de Miguel Bosé, Los Cardenales o Cher, cosa que antes era imposible imaginar, los hombres viven ahora más solitarios que nunca; acaso la capacidad de contacto, como se dice, ha desaparecido de entre nosotros a la misma velocidad del rayo. Hoy en esa vorágine provocada por las diversas redes sociales, las prisas parecen hacerse más y arrebatan a todos la capacidad de buscar al vecino y al amigo para abrazarlo, compartir sus solicitudes, sus fatigas, sus alegrías, hacer que se encuentre a gusto en nuestra casa y que sienta la impresión de que por el amor de Cristo, tiene en ella un hogar y una patria... ¡es que no tengo tiempo!, exclama la mayoría. San Pedro está escribiendo invitando a una comunidad a vivir un clima humano ante una «persecución» que se siente venir. Más adelante el autor de la carta dirá: «no se extrañéis del incendio que ha prendido entre ustedes para probarlos» (1 Pe 4,12). No olvidemos que el mismo San Pedro morirá mártir en el año 64 o 67, es decir, ¡uno o dos años después de haber escrito esta carta! Por lo tanto la evocación del «fin de todas las cosas», lejos de descorazonar, es un estimulante y siempre, como dice la canción que igual hemos escuchado a Frank Sinatra que a Vicente Fernández « El final, se acerca ya, lo esperaré, serenamente». 

Y, ¿qué es vivir serenamente para el discípulo–misionero de Cristo hoy? Es caminar con esa misma actitud que nos invita a tomar «con calma« el Apóstol, aún en medio de este mundo en el que parece que vamos en una carrera de Fórmula 1 acelerando a 350 kilómetros por hora, enfrascados en la soledad de nuestro monoplaza y acompañados por una escudería que simplemente nos ve pasar vuelta y vuelta. Y, ¿cómo tomar con calma las cosas en medio de esta carrera en la que parece que todo se vale por llegar primero a ningún lado y a todas partes a la vez? Marcos, en su Evangelio, nos lo dice: «Hay que caminar —o correr si es necesario— en la fe (Mc 11,11-26), para que Dios nos abra a la «novedad» de cada segundo en nuestro diario devenir. Jesús nos recuerda que el tiempo fluye y con su mirada, prepara bien la jugada. Primero maldice a la higuera que no da fruto y luego expulsa a los mercaderes que se han apoderado del Templo cambiando los fines del culto en sus vidas. La jugada se trata de un gesto esencial para Él. Es una provocación lúcida. ¡Será «a partir de esto» que morirá! Pasando de madrugada, al regreso, vieron que la higuera se había secado de raíz (Mc 11,20). El tiempo pasó tan de prisa como ahora, ya era de madrugada y aquí está la llave del extraño enigma de la víspera: Jesús no apuntaba a la higuera, sino al Templo: Porque el Templo no responde ya a la espera de Dios, suscita la «cólera de Dios» y será destruido (Mc 13, 2). En medio de estas prisas que nos llevan a la alborada de este más que cálido junio —por lo menos en mi querida Selva de Cemento, que parece sentir envidia de los calores de Monterrey y competir de prisa con él— tenemos que ver a todos los beatos y santos que la Iglesia reconoce como salvados y modelos de vida evangélica y que «corrieron» o más bien «volaron» a la santidad y darnos prisa para eso, porque, si nos quedamos parados, la misma vida, acaparando la atención con tanta cosa efímera llena de «glitter» que brilla por todos lados en colores atrayentes, nos frenará. La Biblia dice que «María, se encaminó presurosa» (Lc 1,39). Así que, hasta la Madre de Dios hubo de correr en su momento, pero supo para qué... ¡Bendecido viernes, inicio de mes! 

Padre Alfredo.

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