jueves, 7 de junio de 2018

«El Evangelio no está encadenado»... Un pequeño pensamiento para hoy


Dios conoce a los suyos (cf. Tit 1,1; Ap 13,8) y sabe que en Pablo y en todo aquel que sufra como él (San Pablo estuvo encarcelado por predicar el Evangelio y esperaba ser decapitado pronto (cf. 2 Tim 4,6), el Evangelio no está encadenado (2 Tim 2,9). A veces, el seguir y servir a Dios en un mundo pecador (cf. Hch 17,37; 6,1-10; 11,23-3) trae consecuencias como, en el caso de Pablo, la cárcel o el rechazo de familiares y amigos, la incomprensión y hasta la muerte. El Reino de Dios ha sido inaugurado en Jesús, pero no se ha consumado y parte de los aspectos de este camino a la consumación plena, es la persecución, el sufrimiento... la cruz. Cuando Jesús le dijo a Santa Teresa que Él compartía con sus amigos la cruz, ella le contestó diciendo: «por eso tienes tan pocos». La llamada a formar parte del Reino implica una respuesta que lleva como decisión inicial el confiar en Cristo y seguirlo hasta la cruz, con un compromiso de vida que lleva a quien le sigue a convertirse en un «discípulo–misionero» cuya vida se mueve cada día en un dinamismo de amor, misericordia y gracia de quien le ha llamado. Nadie puede salvarse sin la llamada del Espíritu a participar en esta carrera. 

Encerrado en una incómoda cárcel, san Pablo anima a su discípulo Timoteo en esta carrera a la santidad (2 Tim 2,8-15). El Apóstol entiende su propio sufrimiento como un modo privilegiado de unirse a Cristo en la cruz en este camino del Reino hasta la consumación total: «Por este Evangelio sufro hasta llevar cadenas» (2 Tim 2,9). San Pablo está convencido de que el sufrimiento es redentor, sabe que éste hace estar en comunión con Jesús, a quien el busca en todo momento imitar (Gal 2,20). El sufrimiento le hace, aún encadenado en la cárcel, colaborar en la salvación de los hombres. Lo único que le preocupa es que pueda frenarse la carrera de la Palabra de Dios en el proceso de la evangelización del mundo. Pero también de esto está seguro: «La Palabra de Dios no está encadenada» (2 Tim 2,9). Esta página de hoy, en la primera lectura, nos deja un himno cristológico lleno de ánimos para la vida: «Acuérdate de Jesucristo resucitado... si morimos con él, viviremos con él, si perseveramos reinaremos con él». Esto es lo que le ha animado a Pablo y lo que quiere que siga animando a Timoteo y a muchos más, hasta llegar a nosotros. 

Quien sufre y asume esa situación con una plena convicción de fe, encuentra en ello el sentido definitivo de su estado de sufriente, de enfermo, de anciano, de encarcelado: «Vivir por Cristo, con Él y en Él —como afirmamos en cada Misa— imitando su vida, participando en su obra de salvación: «Para mí la vida es Cristo, y la muerte, una ganancia» (Flp 1,21). Pero, como decía casi desde el inicio de esta mal hilvanada reflexión, la clave está en el amor. La acumulación de esos términos: «corazón, alma, mente, fuerza» que encontramos en el Evangelio de hoy (Mc 12,28-34) muestran la plenitud de amor que comprende todo nuestro ser y quehacer en camino a establecimiento definitivo del Reino. Es preciso que el amor arda en nosotros de pies a cabeza, del alma al cuerpo, del alba al anochecer y desde el ocaso hasta el amanecer... de la infancia a la vejez. Si nos esforzamos por vivir cada día amando —a Dios y a los hermanos— «No estaremos lejos del Reino de Dios» (cf. Mc 12,34). Cada vez que nos acercamos a recibir la Sagrada Comunión en la Eucaristía, recibimos a Cristo como «Cuerpo entregado por» y como «Sangre derramada por»: o sea, por la acción del Espíritu Santo, que nos llama, nos identificamos con su Pascua, entendida como muerte y resurrección que se hace donación en el amor. Nuestra vida entera se suma a esa entrega de Cristo por amor para satisfacción del Padre y para el bien de toda la humanidad. Si nos convencemos de que en el amor a Dios y el amor al prójimo está el corazón de nuestra fe, no será necesario reglamentar sus manifestaciones, porque el amor brotará espontáneamente en cualquier momento como brotó en el «Sí» de María cuando dijo: «Hágase en mí, según tu Palabra» (Lc 1,38). Así, rebosantes de amor, acerquemos hoy jueves a Jesús Eucaristía que nos espera para un momento de Adoración que repercuta en el amor a los demás. ¡Un feliz jueves para todos! 

Padre Alfredo.

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