martes, 30 de junio de 2020

«Señor, ¡sálvanos, que perecemos!»... Un pequeño pensamiento para hoy

«Señor, ¡sálvanos, que perecemos!» es el grito de los apóstoles que resuena en el Evangelio de hoy (Mt 8,23-27) cuando junto con sus Apóstoles, se ven sumergidos en una terrible tormenta. Este es el grito que también nosotros, como humanidad, exclamamos en estos días en medio de la terrible tempestad de esta pandemia que parece crecer y extenderse cada día más en el tiempo y en el espacio. Jesús se extraña de la actitud de los Apóstoles a quienes les falta la fe y la confianza en que el Señor no les abandonará. Jesús da confianza mientras cuestiona: «¿Por qué tienen miedo, hombres de poca fe?» Y es que para «seguir» a Jesús comprendiendo y asumiendo la voluntad del Padre se necesita la Fe. La Fe es condición esencial. Las exigencias, las renuncias, las pruebas tan duras como esta que estamos viviendo no se comprenden más que en una perspectiva de Fe. Y cuanto mas humanamente desesperada y sin salida sea la situación más necesaria es la Fe. Es lo que definitivamente necesitamos tener: Fe. Aquellos Apóstoles asustados quedan admirados del poder de Jesús, que calma con su potente palabra la tempestad: «¿Quién es éste, a quien hasta los vientos y el mar obedecen»? 

Seguir a Jesús no es fácil, los Apóstoles lo siguen como queremos seguirlo nosotros, pero eso no libra a nadie de que, algunas veces en la vida, por diversas situaciones, como este imparable coronavirus haya tempestades y sustos. También en nuestra vida particular hay temporadas en que nos flaquean las fuerzas, las aguas bajan agitadas y todo parece llevarnos a la ruina. Pero Jesús mismo nos da su Espíritu para que, con su fuerza, podamos dar testimonio en el mundo; cuando tenemos la Eucaristía, la Palabra, la comunidad, la Iglesia, la mejor barca para nuestro navegar y con el al timón, ¿cómo podemos pecar de cobardía o de falta de confianza? Es verdad que también ahora, parece que Jesús duerme, sin importarle que nos hundamos. Llegamos a preguntarnos por qué no interviene, por qué está callado, por qué no hace algo milagroso y un día nos despertamos con que la plaga ha cesado. Es lógico que brote de lo más íntimo de nuestro ser la oración de los discípulos: «Señor, ¡sálvanos, que perecemos!» Los Apóstoles le hablaron a él, le invocaron, lo despertaron, y es que la oración nos debe reconducir a la confianza en Dios, que triunfará definitivamente en la lucha contra el mal. Y una y otra vez sucederá que «Jesús se puso en pie, increpó a los vientos y al lago, y vino una gran calma». El beato Zenón Kovalyk nació el 18 de agosto de 1903 en Ucrania. Desde su infancia, su sueño fue ser sacerdote. Una vez descubierta su vocación a la vida consagrada, Zenón ingresó con los Redentoristas. Profesó el 28 de agosto de 1926 y poco después fue enviado a Bélgica a completar sus estudios. De regreso a su tierra fue ordenado sacerdote el 9 de agosto de 1932. Su sacerdocio fue muy fecundo, atrayendo a millares de personas. El Padre Kovalyk amó de todo corazón a la Madre de Dios y no dejó nunca de mostrar su sincera piedad hacia María. Estas cualidades hicieron ciertamente que tuviera un gran éxito en su actividad misionera. En 1939, poco antes de la invasión soviética, se trasladó a Lviv, al monasterio redentorista de Wyblykevycha y se encargó de la economía del monasterio. 

El celoso sacerdote continuó también predicando la Palabra de Dios cuando dio comienzo la invasión soviética. Mientras la mayor parte de los ucranianos de Galizia se encuentraban acobardados por el terror, el Padre Wynoviy dio muestras de un ánimo admirable. Con el miedo normal de todo humano, nunca dejó de condenar abiertamente las costumbres ateas introducidas por el régimen. Su último gran sermón tuvo lugar en Ternopil el 28 de agosto de 1940 con ocasión de la fiesta de la Dormición de la Madre de Dios. Aquel día los fieles que escuchaban al padre eran alrededor de diez mil. Su sueño de martirio se realizaría pocos meses más tarde. La noche del 20-21 de diciembre de 1940, los agentes de la policía secreta soviética penetraron en el monasterio de los Redentoristas para detener al padre Kovalyk por sus sermones. Durante su reclusión, que duraría seis meses, padeció 28 penosos interrogatorios; rezaba el rosario todos los días juntamente con los prisioneros y un rosario entero el domingo. Al martirizarlo disparándole, recordando sus sermones sobre Cristo crucificado, lo clavaron en el muro de la prisión a la vista de sus compañeros prisioneros. Él estuvo convencido de que Cristo nunca lo abandonó y le compartió su Cruz. Pidamos que el ejemplo del beato Zenón Kovalyk y el auxilio de la Virgen nos hagan confiar en que Cristo siempre estará a nuestro lado y no dejará que nuestra vida se hunda sin dar fruto. ¡Bendecido martes!

Padre Alfredo.

lunes, 29 de junio de 2020

«San Pedro y san Pablo»... Un pequeño pensamiento para hoy


Celebramos hoy la Solemnidad de san Pedro y san Pablo, un día especial en el que la Iglesia reconoce las virtudes cristianas de dos de los más grandes y reconocidos apóstoles que defendieron con su vida el Evangelio. Pero, ¿por qué se celebran los dos juntos en un mismo día? Es que si estudiamos cada una de sus vidas y su figura, nos damos cuenta de que no los podemos separar por el gran significado que tienen como cofundadores de la Iglesia con Cristo. cada uno, a su manera, empezó a edificar la Iglesia que Jesucristo fundó sobre el cimiento de los Apóstoles. Ellos, como columnas vivas, fueron sosteniendo a la Iglesia en sus primeros tiempos. los dos nos ayudan a vivir las virtudes teologales, que son fundamentales en la edificación de la Iglesia. San Pedro profesó primero la fe y San Pablo, luego de haberla recibido, la anunció a la gente; san Pedro caminó junto al Señor en la esperanza de ver el Reino que anunciaba el Mesías y san Pablo, con esa misma esperanza lo proclamó. Los dos, con sus vidas sumergidas en la caridad que esta Iglesia está llamada a servir con un horizonte universal, se lanzaron al anuncio de la Buena Nueva cada uno con su temperamento y carácter particular, uno más a los judíos para invitarles a la conversión y el otro a los gentiles para que abrazaran el cristianismo.

San Pedro y san Pablo son dos personas que a primera vista resultan muy diferentes y con dos historias muy distintas; dos «conversiones» que de entrada en nada se parecen —la de san Pedro duró tres años, la de san Pablo un instante—; tienen dos apostolados que empiezan siendo muy desiguales, pero que cada vez se van pareciendo más, hasta quedar unidos en el martirio en Roma, bajo Nerón. San Pedro se había retirado a Galilea después de la muerte de Jesús, pero la resurrección lo hizo volver a Jerusalén, a reunir a la comunidad mesiánica y esperar la venida del Hijo del hombre, pero el Hijo del hombre venía como rey de todos los pueblos; por eso, Pedro, el humilde pescador a quien Cristo lo llamó a ser pescador de hombres, reconoció desde el principio la misión que Cristo había confiado al aguerrido Pablo. Todo es cuestión de amor al Señor y a su obra redentora, como nos recuerda el Evangelio de hoy (Jn 21,15-19) en el interrogatorio que el Señor Jesús hace a san Pedro.

Con tiempo fue viendo san Pedro cómo la comunidad se extendía por una vasta geografía y se fue haciendo presente por todas partes donde había cristianos. Él había experimentado la obra de Dios en el apostolado de la circuncisión, es decir, conversión de los judíos y encarrilamiento de los paganos por la senda de las prácticas judías. Así se habían de cumplir -creía él- las profecías sobre la venida de todos los pueblos a Jerusalén. San Pablo, en cambio, y toda la Iglesia de Antioquía, iban más allá. Habían visto la obra desbordante del Espíritu entre los paganos, sin que dejaran de serlo. Fueron, con el testimonio de esta obra de Dios, a Jerusalén, a buscar el acuerdo de los apóstoles y salvar así la unidad de la Iglesia. Santiago, el eterno judaizante, y Pedro y Juan reconocieron que la dirección de la Iglesia pasaba por encima de ellos, y se rindieron a la obra creadora del Señor, que de las piedras saca hijos de Abrahán. Dos historias pero una sola misión, la que queremos seguir todos los discípulos–misioneros de Cristo, llevar la Buena Nueva hasta los más alejados corazones para hacer de ellos, como decía la beata María Inés Teresa, un sagrario donde habite Cristo. Que María Santísima, que junto a estos dos grandes personajes es columna de la Iglesia, nos alcance el entregarnos cada día más para ser lo que sabemos que tenemos que ser. ¡Bendecido lunes!

Padre Alfredo.

domingo, 28 de junio de 2020

«¡Quién iba a imaginarse!»... Un pequeño pensamiento para hoy

He estado pensando, en estos días, en lo andariego que como misionero he sido y que por esta pandemia casi cumplo ya 5 meses de estar encerrado y convertirme en un cura de claustro. El otro día el señor obispo me recordaba que la patrona de los misioneros es santa Teresita del Niño Jesús que nunca salió del claustro... así, me animó a seguir viviendo y ofreciendo mi santo encierro que se viene prolongando desde los últimos días del mes de febrero. Lo cierto es que la vida, a muchos de nosotros, nos ha cambiado de manera drástica en los últimos tiempos debido a esta catástrofe que la humanidad está viviendo. La experiencia de los meses de pandemia, hasta hoy, nos ha mostrado que somos capaces de vivir de manera diferente a como lo hubiéramos soñado... ¡un misionero encerrado por casi cinco meses que ahora comparte la fe en WhatsApp, en sus blogs y en Facebook más, mucho más que de manera presencial.

San Juan Pablo II decía que la evangelización es nueva cuando se realiza con nuevo lenguaje, nuevo ardor, nuevos métodos y eso es lo que no sólo yo por supuesto, sino muchos discípulos­–misioneros de Cristo estamos haciendo. El Evangelio está llegando al corazón de muchas familias gracias a las redes sociales. ¡El rezo de mi Rosario diario alcanza a veces más de mil reproducciones!, quién iba a imaginarlo. Es hermoso saber que en medio de la tragedia de la Covid-19 la iglesia no está cerrada, la fe no está cerrada y tampoco la pastoral está cerrada. Hay ciertamente un nuevo lenguaje para llevar la Buena Nueva con un ardor nuevo utilizando métodos innovadores en las redes. En la historia de la Iglesia, no ha habido ninguna situación que le haya impedido anunciar a Jesucristo. Inclusive en momentos de persecución de los cristianos, se ha hecho el anuncio de Jesucristo. Tampoco la pandemia de coronavirus ha logrado impedir el anuncio del Reino de Dios. Cada tiempo, cada época, cada realidad, requiere métodos apropiados de acuerdo a la situación que se vive. La situación de coronavirus nos llama a aplicar métodos de evangelización donde los evangelizadores no se ponen en peligro ni tampoco los feligreses y aquí seguimos en la Iglesia militante.

El Evangelio nos anima cada día. Su espíritu nos impregna cada día y nos invita a seguir a Jesús haciendo a un lado y superando cuanto obstáculo pueda aparecer, obstáculos de cerca o de lejos, de fuera o de dentro de la misma comunidad. El anuncio de la Buena Nueva es el camino que nosotros queremos seguir. Es el camino que a nosotros nos ha tocado el corazón y nos ha cautivado por dentro haciéndonos capaces de dejar todo lo que estorbe para seguir a Jesús y proclamar su Buena Nueva con valentía (Mt 10,37-42). Si en el pasado resonaban, en aquellos tiempos antiguos las homilías de san Ireneo en los púlpitos, repasando y actualizando la Palabra de Dios, hoy nosotros, como este santo al que la Iglesia celebra el día de hoy, hemos de llegar con el mensaje de salvación en las redes. ¿Qué tiene que hacer un laico, un cura y una monja en el WhatsApp, en Instagram, en LinkedIn, en el Twitter y en Facebook? Lo que harían los grandes predicadores de aquellos años de antaño pero ahora utilizando estos medios maravillosos. En el corazón de la vida del cristiano está Jesús y debe seguir siendo anunciado con este nuevo lenguaje, con un nuevo ardor y aprovechando estos métodos que tenemos al alcance. Que María Santísima, que se encaminó presurosa a llevar la Buena Nueva, nos ayude. ¡Bendecido domingo!

Padre Alfredo.

sábado, 27 de junio de 2020

«Milagros»... Un pequeño pensamiento para hoy

La salvación de Dios no está reservada a unos pocos o a un círculo cerrado que reúna ciertas características. Dios ama a todos los hombres sin distinción de raza y condición; su amor rompe las fronteras que levantamos entre nosotros. Jesús hace su segundo milagro, en el Evangelio de san Mateo (Mt 8,5-17) ¡en favor de un capitán del ejército de ocupación! ¡en favor de un oficial de las fuerzas del orden! ¡en favor de un pagano! ¡a favor de alguien muy lejano al círculo de los que rodean a Jesús. Los romanos eran mal vistos por la población: muchos judíos fieles escupían al suelo, en señal de desprecio, después de haberles adelantado en el camino. La gracia —nos queda claro con el relato— no depende de si uno es judío o romano: sino de su actitud de fe. Y el centurión pagano da muestras de una gran fe y humildad. Jesús alaba su actitud y lo pone como ejemplo: la salvación que él anuncia va a ser universal, no sólo para el pueblo de Israel. Ayer curaba a un leproso, a un rechazado por la sociedad. Hoy atiende en primer lugar a un extranjero. Jesús tiene una admirable libertad ante las normas convencionales de su tiempo. Transmite la salvación de Dios como y cuando quiere.

El pasaje de hoy nos muestra también la curación de la suegra de Pedro con un gesto muy sencillo. Jesús no dice nada, sencillamente, la toma de la mano y le transmite la salud: «desapareció la fiebre» dice el relato que no recrea mucho el acontecimiento, pero cuenta cómo Jesús se acerca a ella y la cura; al sentirse sana, la mujer se incorpora al grupo y se pone a servir. Ese mismo día el Señor curó a varios enfermos. Lo milagroso de los milagros —nos enseña el Evangelio— es la liberación profunda de la humanidad. A través de estos milagros se realiza además una verdadera sanación que va más allá de la enfermedad física: Jesús demuestra con ellos que para Dios no hay nadie descartado. El centurión, la mujer y los otros enfermos que le traían recibían a Jesús como una revelación que los curaba, les devolvía la vida activa, los ponía en pie, los incorporaba a la comunidad, los humanizaba les permitía seguir sirviendo. 

La fe abre las puertas que conducen a la cercanía de Dios y de su Hijo. Sin la fe es imposible el milagro de descubrir a Dios en el interior de los seres humanos. Jesús con sus milagros sana a la humanidad desde dentro, quita las barreras que pone la exclusión y la marginación, acerca al ser humano a Dios. Por eso el milagro de los milagros es la mirada amorosa de Dios a la humanidad, que busca su liberación. Jesús —nos dice el final del relato— expulsó a los espíritus de los endemoniados y sanó a los enfermos, tomando nuestras flaquezas y cargando con nuestras enfermedades. Así, con todo lo que acontece en este extenso relato, queda claro que Jesús sana y libera sin poner condiciones porque Jesús no se desentiende del dolor de los hombres. Ahora, que la humanidad está sumergida en medio de una terrible pandemia que parece no finalizar, Jesús está más cerca de nosotros que nunca y no sólo él, sino su Madre santísima que junto a su Hijo nos acompaña como «Nuestra Señora del Perpetuo Socorro» como la presenta la fiesta del día de hoy y cuya imagen recuerda el cuidado de la Virgen por Jesús, desde su concepción hasta su muerte, y que hoy sigue protegiendo a sus hijos que acuden a ella. No dejemos de pedirle por el fin de la pandemia confiando en que la curación total viene de Dios. ¡Bendecido sábado!

Padre Alfredo.

viernes, 26 de junio de 2020

«Si quieres, puedes curarme»... Un pequeño pensamiento para hoy

En nuestra lectura diaria del Evangelio, en la Santa Misa, ayer, con el capítulo séptimo de Mateo, terminamos de leer el sermón de la montaña que se inicia con las bienaventuranzas. Ahora, con el capítulo octavo, iniciamos una serie de hechos milagrosos —que son exactamente diez—, con los cuales Jesús corrobora su doctrina y nos muestra la cercanía del Reino de Dios. Como había dicho él mismo, a las palabras les deben seguir los hechos. Las obras que él hace, curando enfermos y resucitando muertos, van a ser la prueba de que, en verdad, viene de Dios: «si no creen a mis palabras, crean al menos a mis obras». Para iniciar esta serie de milagros, en el Evangelio de hoy (Mt 8,1-4) Jesús cura a un leproso. La oración de este buen hombre es breve y confiada como debe ser la nuestra. Con humildad y sencillez él le dice: «Señor, si quieres, puedes curarme». Y Jesús hace esa oración inmediatamente eficaz. Le toca —aunque nadie podía ni se atrevía a tocar a estos enfermos— y le sana por completo. La fuerza salvadora de Dios está en acción a través de Jesús, que es el Mesías salvador que busca siempre la dignidad de hijos de Dios para todos. La palabra poderosa de Jesús, que cura, enmarca el Reino como superación de toda marginación. Por ello el leproso debe ir a presentarse al sacerdote para que sean reconocidos sus derechos de plena reintegración al pueblo.

De esta manera, el Evangelio del Reino no solo es proclamado, sino confirmado con obras —milagros— porque la salvación de Dios se revela por signos y palabras. La misma multitud que en el sermón de la montaña ha sido testigo de las palabras de Jesús, lo será ahora de la manifestación por las obras. Pero voy ahora a la escena de hoy. Según la mentalidad judía, el leproso era impuro por su enfermedad, la cual, desde el punto de vista religioso, lo excluía del acceso y en consecuencia de la pertenencia al pueblo elegido. Era asimismo transmisor de impureza. El leproso quedaba fuera de la sociedad, temerosa de verse físicamente contagiada y religiosamente contaminada. Estaba obligado a avisar a gritos su presencia, para que nadie se acercara a él y tenía que vivir segregado. Era, en cierto modo, visto como un castigado por Dios. El deseo de salir de su miseria y marginación vence el temor de infringir la ley y el protagonista de hoy se acerca a Jesús. Su actitud es de humildad, de súplica y de confianza en el poder de Jesús; sólo quiere que lo limpie. Desea que elimine la barrera que lo separa del amor de Dios y le impide participar en su Reino y Cristo le regala la curación.

Con esta curación Jesús quiere afirmar su postura en la defensa de la vida y la dignidad del hombre y de esta manera sacude los cimientos teológicos del judaísmo que están construidos en el legalismo y en la observancia ciega de la ley. Los santos y beatos de la Iglesia han seguido estos mismos pasos de Jesús. Uno de ellos es san Josemaría Escrivá de Balaguer, el fundador del Opus Dei, quien en todo momento veló por la dignidad del ser humano fuera cual fuera su condición y su posición en la esfera social. Nacido 9 de enero de 1902 en Barbastro, España; en 1918 intuye que Dios quiere algo de él, aunque no sabe qué es. Decide entonces entregarse por entero a Dios y hacerse sacerdote. Piensa que de ese modo estará más disponible para cumplir la voluntad divina y en 1925 recibe el sacramento del Orden comenzando a desarrollar su ministerio pastoral, con el que, a partir de entonces, se identificará toda su existencia. En Madrid, el 2 de octubre de 1928, durante un retiro espiritual, Dios le hace ver la misión a la que lo ha destinado y ese día nace el Opus Dei, la obra mediante la cual san José María, y quienes han seguido sus pasos, han cuidado de la dignidad humana de miles de personas a quienes han llevado el Reino de Cristo en obras concretas. Pidamos nosotros a María Santísima que ella interceda para que también nosotros descubramos la misión que tenemos y velemos siempre para que el Reino de Dios llegue a todos. ¡Bendecido viernes!

Padre Alfredo.

jueves, 25 de junio de 2020

«Sobre roca y no sobre arena»... Un pequeño pensamiento para hoy


Las palabras de Jesús en el Evangelio de hoy son bastante conocidas (Mt 7,21-29) y son un llamado y un reto para la acción. El Evangelio no puede quedarse en una mera doctrina o en teorías. El desafío que nos plantea Jesús es serio; si no se acepta, el fracaso es grande: «grande es la caída», dice el mismo Evangelio. La parábola de hoy habla de dos constructores de casas. El hombre sabio y sensato construye su casa sobre cimiento rocoso porque escucha y pone en práctica la palabra de Dios. El hombre insensato va de prisa y como vulgarmente se dice: «al troche moche» y construye su casa sobre suelo arenoso porque no escucha ni pone en práctica la palabra de Dios. Los dos construyen la casa, los dos, podemos traducir, edifican su vida. El que se apoya en el Señor no tiene miedo a la tempestad, que nunca falta y que llega de imprevisto; lo contrario le ocurre al insensato que no está preparado. De esta manera san Mateo nos quiere decir que es la acción, no el conocimiento o la profesión de fe, la que proporciona una base segura para la vida del discípulo.

Así pues, vivir el Evangelio, como digo, no es cuestión de teorías o palabras o de obras portentosas; ni de las palabras más grandes, como la confesión de fe «Jesús es el Señor», ni de obras extraordinarias como profetizar, echar demonios o hacer milagros. Lo que Dios quiere de todo discípulo­–misionero de Cristo es que se cumpla su voluntad. El Evangelio se hace acción a través de las cosas más sencillas y cotidianas, como las que Jesús les enseñó a sus discípulos en todo el discurso que en muchas partes del Evangelio escuchamos nosotros también. No se trata entonces de decir palabras piadosas, sino de cumplir lo que esas palabras prometen. El edificio que se construye sobre roca o sobre arena es una imagen muy plástica. Más claro no nos puede hablar el Señor: si la casa está edificada sobre roca, resistirá las inclemencias. Si sobre arena, pronto se derrumbará. Nosotros escuchamos muchas veces las palabras de Jesús. Pero no basta. Si además intentamos ponerlas por obra en nuestra vida, entonces sí construimos sólidamente el edificio de nuestra persona o de la comunidad. Si nos contentamos sólo con escucharlas y, luego, a lo largo del día, no nos acordamos más de ellas y seguimos otros criterios, estamos edificando sobre arena.

Los santos y los beatos han edificado sus vidas sobre roca con las pequeñas acciones de cada día. Hoy, entre la lista de los que celebra la Iglesia está san Máximo de Turín, quien fuera el primer obispo de esa sede. San Máximo llamó al pueblo pagano a la fe de Cristo con su paterna palabra, con su sólida doctrina y sobre todo con el testimonio de su vida en las pequeñas cosas de cada día. Entre los muchos temas de predicación de san Máximo están: la abstinencia de la Cuaresma (homilía 14), la prohibición de ayunar y arrodillarse para orar durante el tiempo pascual (homilía 61), el ayuno de la vigilia de Pentecostés (homilía 62), el sínodo de Milán del año 389, en el que fue condenado Joviniano (homilía 9), la invasión de los bárbaros (homilía 94), la destrucción de la iglesia de Milán a manos de los bárbaros (homilía 94), la supremacía de san Pedro (homilías 54, 70, 72; sermón 114) y muchas homilías más todas ellas respaldadas por el testimonio de su vida porque lo que san Máximo predicaba, lo vivía. Todos sus discursos manifiestan gran preocupación acerca del bienestar de su grey y de la aplicación en la vida del Evangelio escuchado y meditado. Que Dios nos ayude a edificar nosotros también en la roca y no en las arenas de este mundo para el que todo resulta carrereado y por encima. María Santísima nos ayudará. ¡Bendecido jueves eucarístico y sacerdotal!

Padre Alfredo.

miércoles, 24 de junio de 2020

«La Natividad de san Juan Bautista»... Un pequeño pensamiento para hoy


Dios siempre tiene —por supuesto— algo que ver en el nacimiento de cada uno. Hemos llegado a este mundo con una misión, una encomienda para hacerla vida y así ser partícipes de algo —un granito de arena— en el plan de salvación. Hoy celebramos el nacimiento de alguien muy especial, de hecho es el único santo en la Iglesia Católica de quien se celebra su nacimiento: Juan el Bautista. San Juan Bautista nació seis meses antes de Jesucristo —de hoy en seis meses, el 24 de diciembre en la noche, en la aurora del 25, estaremos celebrando el nacimiento de nuestro Redentor—. Aunque la Iglesia celebra normalmente la fiesta de los santos en el día de su nacimiento a la vida eterna, que es el día de su muerte —con algunas excepciones de fechas importantes pero nunca el día de su nacimiento—, en el caso de san Juan Bautista, se hace una excepción y se celebra el día de su nacimiento porque san Juan fue santificado en el vientre de su madre cuando la Virgen María, embarazada de Jesús, visita a su prima Isabel, según nos narra el Evangelio.

Esta fiesta que se celebra como una gran solemnidad, conmemora el nacimiento «terrenal» del Precursor, porque como digo, es digno de celebrarse el nacimiento del precursor del Mesías, ya que es motivo de mucha alegría, para todos los hombres, tener a quien corre delante para anunciar y preparar la próxima llegada de Jesús. Según se sabe por la historia, ésta fue una de las primeras fiestas religiosas y, en ella, la Iglesia nos invita a recordar y a aplicar el mensaje de Juan. Juan viene a ser como la línea divisoria entre los dos Testamentos, el antiguo y el nuevo. Así lo atestigua el mismo Señor, cuando dice: «La ley y los profetas llegaron hasta Juan». El nombre de Juan significa «Dios favorece». Su martirio se celebra el 29 de agosto. De la infancia de Juan nada sabemos, pero lo vemos como el precursor que con una palabra, atenta al tejido diario de su vida, llegaba al interior de las personas, suscitando provocación, inquietud y haciendo que los ojos se abrieran a la llegada del Mesías que era inminente. Su palabra hacía tambalear seguridades y no se detenía en el momento de deshacer los montajes de una religiosidad domesticada y adormilada que actuaba, en definitiva, de vacuna contra la auténtica fe. Su palabra fue «espada cortante» y «flecha bruñida». No fue música celestial, sino un repulsivo: «Conviértanse». Fue como la palabra de Moisés, como la palabra de los profetas.

Decimos que en La Biblia un nombre sirve mucho más que para llamar a alguien, sirve para indicar el contenido y la misión de una persona, y así se revela en el nacimiento del Bautista (Lc 1,57-66.80). Juan es el favor de Dios a una familia buena y Juan es el favor de Dios para un pueblo que siempre espera al Mesías, a Jesús, «el que salva». Juan es el favor, la gracia, el puente que une el antiguo y el nuevo testamento. Juan es el nombre de un hombre al que Dios va a usar para señalar al Cordero de Dios, para preparar el camino del Señor. Juan Bautista, el favor de Dios, dejó que Dios lo usara y viviera en plenitud lo que su nombre significaba cumpliendo una misión especialísima. Como Juan, sólo los limpios de corazón son libres para alabar a Dios; como Juan, sólo los purificados del pecado pueden ser gloria de Dios; como Juan, sólo los creyentes se sienten a gusto en la casa de Dios, celebran y adoran la eucaristía como el gran favor de Dios. Así, al celebrar el nacimiento de san Juan Bautista, nosotros celebramos nuestra vocación cristiana, nuestra llamada a ser camino que lleva a Jesús, ser voz que anuncia a Jesús, ser luz que ilumina a Jesús.En el mundo de Jesús no existe ni el más importante ni el más santo. El mejor, el más santo, el más sabio y el único importante es Jesús y nosotros, como decía la beata María Inés Teresa, debemos ser «una copia fiel de Jesús». Eso fue Juan y por eso le pedimos a María Santísima que ella nos aliente para cumplir la misión que Dios nos ha encomendado. ¡Bendecido miércoles!



Padre Alfredo.

martes, 23 de junio de 2020

«La puerta estrecha»... Un pequeño pensamiento para hoy

Entre los santos y beatos de este día, destaca un humilde sacerdote que fue quizás el más grande amigo y benefactor de San Juan Bosco y, de muchos seminaristas pobres más, uno de los mejores formadores de sacerdotes del siglo XIX, San José Cafasso. José nació en 1811 en el mismo pueblo donde nació San Juan Bosco. Una hermana suya fue la mamá de otro santo: San José Alamano, fundador de la comunidad de los Padres de la Consolata. Desde niño sobresalió por su gran inclinación a la piedad y a repartir ayudas a los pobres. En el año 1827, siendo Caffaso seminarista se encontró por primera vez con san Juan Bosco. José Cafasso era de familia acomodada del pueblo y Juan Bosco provenía de una familia humilde y absolutamente pobre. José se ordenó sacerdote muy joven, a la edad de 21 años y viajó a Turín, a perfeccionar sus estudios. Sus habilidades estudiantiles fueron premiadas al ser nombrado como profesor de la institución académica, y luego como rector por doce años. San José Cafasso formó más de cien sacerdotes en Turín, y entre sus alumnos tuvo varios santos.

En Turín, que era la capital del reino de Saboya, las cárceles estaban llenas de terribles criminales, San José Cafasso decidió evangelizar ese lugar, y con infinita paciencia y amabilidad se fue ganando los presos uno por uno, los hacía confesarse y empezar una vida santa. Además, el santo acompañó hasta la horca a más de 68 condenados a muerte, y aunque habían sido terribles criminales, ni uno sólo murió sin confesarse y arrepentirse. La primera cualidad que todos notaban en este santo era el don de consejo, cualidad que el Espíritu Santo le había dado para saber aconsejar lo que más le convenía a cada uno. Otra gran cualidad que lo hizo muy popular fue su calma y su serenidad. Algo encorvado (desde joven) y chaparrito, tenía dibujada en el rostro siempre una sonrisa amable y su voz sonora y encantadora, irradiaba una alegría contagiosa. Falleció un sábado 23 de junio de 1860, a la edad de 49 años. Su oración fúnebre la hizo su discípulo preferido: San Juan Bosco. Fue canonizado por el Papa Pío XII en 1947.

¡Qué bien puso en práctica san José Cafasso lo que el Evangelio que la liturgia propone para el día de hoy (Mt 7,6.12-14)!: «Traten a los demás como quieren que ellos los traten a ustedes» y «Entren por la puerta estrecha». San José Cafasso comprendió muy bien desde pequeño, que basta fijarse en el prójimo y en uno mismo para actuar correctamente. Las relaciones entre los hombres deben estar construidas en la concordia y en el respeto como hermanos para que se haga efectiva la realidad de que somos hijos de un mismo Padre y estamos invitados por él a compartir lo que somos y lo que tenemos. Este es el mejor resumen: que la familia de los hijos de Dios, dividida por los legalismos crueles, por una falsa práctica de la piedad, por un absurdo amor al dinero, se reúna de nuevo con su Padre. Enseguida Jesús usa una imagen muy curiosa. La de la puerta pequeña y el camino angosto que conducen a la vida y la puerta ancha y el camino amplio que conducen a la perdición. San Mateo contrapone el camino de la muerte y el de la vida. Por tanto, seguir a Jesús significa tomar una opción difícil, dura, como lo indican las imágenes y como lo hizo san José Cafasso y muchos más. Pidamos a María Santísima que no dejemos de ver por los demás y de buscar esa puerta. Al fin, como los santos nos dejan ver en sus vidas, no es difícil entrar por la puerta estrecha; sólo que la mayoría, deslumbrados por lo más aparente, ni se da cuenta de que existe. ¡Bendecido martes!

Padre Alfredo.

lunes, 22 de junio de 2020

«La beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento»... Un pequeño pensamiento para hoy

Hoy celebramos la memoria litúrgica de la beata Madre María Inés Teresa del Santísimo Sacramento, la fundadora de la Familia Inesiana a la cual pertenecemos los Misioneros de Cristo para la Iglesia Universal, instituto del que formo partes desde 1980. Todos estos días de este año litúrgico 2019-2020, he procurado cada día hablar un poco de alguno de los santos y beatos que se celebran. ¡Se imaginan el día de hoy, en que la festejada es mi Madre fundadora! ¡No terminaría de hablar de ella! Solamente daré unas pinceladas de su vida, rasgos de su espíritu y espiritualidad que nos han marcado a muchos, en especial, a quienes formamos parte de su obra misionera. De origen mexicano, la madre María Inés Teresa Arias, nació en Ixtlán del Río, Nayarit, el 7 de julio de 1904. La bautizaron con el nombre de Manuelita de Jesús y creció dentro del ambiente de una familia cristiana. Recibió una excelente educación y formación católica, siendo muy querida y aceptada especialmente por su alegría, sencillez y caridad. Debido a la ocupación de su padre: Juez de Distrito, la familia Arias Espinosa vivió en diferentes ciudades: Tepic, Mazatlán, Guadalajara, etc. Durante algún tiempo trabajó en una institución bancaria en la ciudad de Mazatlán.

En octubre de 1924, durante la celebración del Congreso Eucarístico Nacional en México, Jesús tocó fuertemente su corazón y desde ese momento no pensó otra cosa que «ser toda de su Dios», atraída fuertemente por Jesús en la Eucaristía. En los tiempos muy difíciles de la persecución religiosa en México, Manuelita se consagró al Amor Misericordioso de Dios como víctima de holocausto, ofreciéndose por la salvación de México y del mundo entero. Con la lectura de «Historia de un Alma» de Santa Teresita del Niño Jesús, Manuelita decidió ingresar a la Vida Religiosa para ser como la Santita de Lisieux: Misionera secreta por la oración y el sacrificio. Su vida desde entonces fue totalmente Eucarística y Misionera. Exclamando «Mi corazón se fue tras Él», ingresó con las Clarisas Sacramentarias del «Ave María» el 7 de junio de 1929, cuyo Monasterio se encontraba exiliado en Los Ángeles, California. El 8 de diciembre del mismo año inició el noviciado, en donde recibió el nombre de Sor María Inés Teresa del Santísimo Sacramento. Un año más tarde, el 12 de diciembre de 1930 estando aún en Los Ángeles, California, hizo su Profesión Religiosa y en este día vivió una fuerte experiencia espiritual que nunca olvidaría. De labios de una imagen de la Virgen de Guadalupe percibió estas palabras: «Si entra en los designios de Dios servirse de ti para las obras de apostolado, me comprometo a acompañarte en todos tus pasos, poniendo en tus labios la palabra persuasiva que ablande los corazones, y en estos la gracia que necesiten; me comprometo además, por los méritos de mi Hijo, a dar a todos aquellos con los que tuvieres alguna relación, y aunque sea tan sólo en espíritu, la gracia santificante y la perseverancia final…»

Esta experiencia mariana marcó fuertemente su vocación misionera. En medio de la austeridad y pobreza del claustro, se dedicó a ser misionera contemplativa para salvar almas. En 1933 habiendo regresado la comunidad a México, Sor Ma. Inés Teresa del Santísimo Sacramento emitió sus Votos Perpetuos. Su ideal misionero fue creciendo y en el silencio de la oración y el trabajo se fue preparando la obra misionera que Dios le había inspirado a través de aquella Promesa de la Santísima Virgen de Guadalupe. En agosto de 1945, la Madre María Inés salió de la clausura para fundar la obra misionera, luego, con el tiempo, Dios siguió tocando a la puerta del corazón de Madre Inés y fueron naciendo las demás obras que ahora forman la llamada «FAMILIA INESIANA» que bajo el lema adoptado por ella misma: “Oportet Illum Regnare”, es decir: “Es urgente que Cristo reine” (1 Cor 15,25), se encuentra esparcida en el mundo entero, llevando la palabra de Dios bajo el carisma «Misionero-Contemplativo» que el Espíritu Santo suscitó en la beata, viviendo en alegría y sencillez una espiritualidad eucarística, sacerdotal, mariana y misionera. La Madre Inés murió como había vivido: en serenidad, sencillez y abandono en las manos del Padre, el 22 de julio de 1981, en la ciudad de Roma. Su vida fue un himno de amor y gratitud a la Santísima Trinidad. Fue beatificada el 21 de abril de 2012 en la Basílica de Guadalupe de Ciudad de México. Que María Santísima, la Dulce Morenita del Tepeyac a quien ella siempre amó, nos ayude a nosotros a dar desde nuestra propia miseria —como nos recuerda el Evangelio de hoy (Mt 7,15)— y a invertir bien el tiempo que pasemos aquí en la tierra para que todos conozcan y amen a Dios. ¡Bendecido lunes!

Padre Alfredo.

domingo, 21 de junio de 2020

Oración por los padres de familia...

Señor Dios, Padre bueno,
creador del género humano,
Tú enviaste a tu Hijo Jesús,
para redimir y salvar a los hombres,
El quiso nacer en una familia como la nuestra,
le diste a la Virgen María como madre
y a San José como padre;
te pedimos por todos los padres de familia,
para que, a ejemplo de San José,
amen a sus hijos, los cuiden y protejan,
y sobre todo, les enseñes a amarte a Ti
que eres nuestro Padre del Cielo,
te sirvan en todo,
y alcancen finalmente la vida eterna.
Te lo pedimos a Ti que vives y reinas 
por los siglos de los siglos.
Amen.

«No tengan miedo»... Un pequeño pensamiento para hoy

El pasaje del Evangelio de hoy es uno de los que más me llaman la atención. Aquí se nos presenta un Jesús que a la vez es muy humano sin dejar de ser muy divino. ¡No tengan miedo! repite tres veces Jesús. Y es, por cierto, la recomendación que en más ocasiones aparece en el evangelio: más que la de orar, más que la de amarnos, más que alguna otra. Y es que, indiscutiblemente, la primera experiencia de salvación es la liberación de los miedos. Si Dios está conmigo, ¿a quién temeré? Jesús viene a decirnos que hay que tener confianza en el Padre venciendo todos los miedos sabiendo que estando en el Padre estamos en buenas manos. Dios no es indiferente ni a uno solo de los cabellos de nuestra cabeza —y vaya que habemos unos que perdemos muchos cada día y que hay que hacer la cuenta una y otra vez—. Para Dios nosotros valemos más que todos los pajarillos juntos.

Hay que preguntarnos por qué Jesucristo nos dice y repite que no tengamos miedo. Miedo, ¿de qué?, ¿a qué?, ¿por qué? Y para responder a esta pregunta quizá sea necesario un esfuerzo de sinceridad con nosotros mismos. Porque me atrevería a decir que a menudo nosotros tenemos miedo de nuestros propios miedos. Es decir, nos lo escondemos, no lo confesamos ante los demás ni quizá ante nosotros mismos. No tenemos el valor porque se necesita valor para decirnos que tenemos miedo. Miedo, por ejemplo, ante nuestra sociedad, ante el mundo de hoy día como está, miedo a la pandemia, miedo quizá a la nueva realidad que no volverá a ser la misma de antes. Por un lado, a la luz de este pasaje, pienso en las personas de edad, que fácil y comprensiblemente se hallan incómodas y temerosas en una sociedad que no valora aquellos principios morales que parecían fundamentales. Pienso también en los más jóvenes, que a la vez se hallan incómodos y temerosos ante una sociedad que les parece no valorar sus anhelos de mayor autenticidad, de mayor sinceridad. Pienso en los niños, que pequeñitos tienen miedo al ver la reacción de los jóvenes y adultos.

Si Jesús dice: «No tengan miedo», significa que el cristiano coherente con su fe tiene motivos para temer por su vida; significa que la difusión y práctica del evangelio encuentra resistencia y tiene enemigos irreconciliables aunque se llamen cristianos; significa, como dice san Pablo (Rm 5,12-15) que el pecado entró en el mundo y por muy justo que uno sea padece situaciones de pecado a las que tiene que enfrentarse. La novedad de Cristo no está en decir aquí no pasa nada y todos tan contentos, sino en la promesa y el don de la victoria definitiva sobre el pecado. Cristo sabe que es duro seguirle en medio de un mundo que llena de temores a quien se deje y nos anima prometiéndonos su testimonio en favor nuestro ante el Padre. No tengamos miedo aunque nos sintamos acechados y espiados como el profeta Jeremías (Jer 20,10-13). Pero no nos engañemos; el Evangelio tiene enemigos y se da la lucha. La originalidad del evangelio no es servir de medicina para el alma preservándola de la política y el conflicto. La originalidad reside en que somos enviados a una misión difícil con confianza y ánimo suficiente para afrontarla sabiendo que el Juicio definitivo no es el de los tribunales políticos sino el del Padre. Que María santísima nos ayude a ser valientes cada uno en su condición, en el espacio y el tiempo que nos toca vivir. ¡Bendecido domingo!

Padre Alfredo.

sábado, 20 de junio de 2020

«La Venerable Gloria María Elizondo y el Inmaculado Corazón de María»... Un pequeño pensamiento para hoy

Hoy empiezo mi reflexión compartiendo una inmensa alegría que me invade. Algunos de mis lectores, que comparten conmigo esta mal hilvanada reflexión de cada día, saben que presto un pequeño servicio como vice-postulador de la causa de canonización de la madre Gloria María Elizondo García. Pues precisamente, en el día del Sagrado Corazón 19 de junio de 2020, el Papa Francisco la ha declarado «Venerable» al ser comprobado que vivió las virtudes cristianas en grado heroico como seglar y como consagrada. El Evangelio del día de hoy nos muestra claramente cómo la madre Gloria buscó vivir para Dios en medio de las ocupaciones del mundo, como empresaria comprometida que fue y luego como religiosa, al frente de la congregación religiosa de las Misioneras Catequistas de los Pobres. En el Evangelio de hoy aparece Jesús que dice que tiene que ocuparse de las cosas de su Padre (Lc 2,41-51) y esos fueron los intereses de la madre Gloria. Por otra parte el Evangelio dice que María guardaba muchas cosas en su corazón para meditarlas y la madre Gloria fue una mujer de un corazón puro en el que había espacio para muchas cosas, los intereses de Jesús, que le ocupaban en todo momento.

Les comparto la oración de intercesión para que la recen el día de hoy: «Oh Señor, Buen Dios, que guiaste a la Madre Gloria María para que amara profundamente a Jesucristo y a su Iglesia, dejándose guiar por el Espíritu Santo, viviendo en sencillez y sabiduría su vida cristiana; por ese amor a Ti se dedicó a servir y amar a los más necesitados a ejemplo de Cristo, tu Hijo amado; suplicámoste por su intercesión nos concedas la gracia que te pedimos. —Se hace la petición y se reza un Padre Nuestro, un Ave María y un Gloria— Te rogamos que sea elevada a la gloria de los altares, y su ejemplo nos ayude a vivir cada día mejor nuestra vida cristiana. Amén.» Invito a quien lea estas líneas a dar gracias a Dios conmigo y a encomendarse a la Madre Gloria María porque ahora, para su beatificación, necesitamos un milagro de primer grado.

Voy ahora, en este último párrafo de mis tres acostumbrados en cada pequeño pensamiento, a la fiesta del Inmaculado Corazón de María. Aplicado a María, en la expresión «inmaculado corazón de María», el término «corazón» adquiere una fuerte carga dinámica, capaz de desarrollar las más altas energías espirituales. Los textos mesiánicos (Sal 44; Cant), los que hablan del «corazón nuevo» en el Antiguo Testamento (Is 12,56-56; Jer 2,31.33; Ez 11,36; JI 2), junto con otros muchos, hacen del corazón la sede del encuentro con Dios. Además, la devoción al corazón de María tiene el privilegio singular de poder contar con dos textos clave del Nuevo Testamento, base de toda la tradición posterior. Son: «María, por su parte, guardaba todas estás cosas, meditándolas en su corazón» (Lc 2,19) y «Su madre guardaba todas estas cosas en su corazón» (Lc 2,51). Hay que considerar además un tercer texto que hace relación al corazón: «Y una espada atravesará tu alma» (Lc 2,35). San Juan Pablo II, al final de su primera encíclica «Redemptor hominis», escribió un texto significativo sobre el corazón de María con el que quiero concluir: «Este misterio se ha formado, podemos decirlo, bajo el corazón de la Virgen de Nazaret cuando pronunció su fiat. Desde aquel momento, este corazón virginal y materno al mismo tiempo, bajo la acción particular del Espíritu Santo, sigue siempre la obra de su Hijo y va hacia todos aquellos que Cristo ha abrazado y abraza continuamente en su amor inextinguible». Que el Inmaculado corazón de María haga el nuestro como el de la madre Gloria María para ocuparnos de los intereses de Jesús. ¡Bendecido sábado!

Padre Alfredo.

viernes, 19 de junio de 2020

Una muy grata noticia...


Letanías al Inmaculado Corazón de María

Señor, ten piedad...
Cristo, ten piedad...
Señor, ten piedad...
Cristo, óyenos.
Cristo, escúchanos

Dios Padre celestial,
Ten misericordia de nosotros.
Dios Hijo Redentor del mundo,
Ten misericordia de nosotros.
Dios Espíritu Santo,
Ten misericordia de nosotros.
Santa Trinidad, un solo Dios,
Ten misericordia de nosotros.


(La respuesta será : ruega por nosotros)
Santa María, 
Corazón Inmaculado de María,
Corazón de María, lleno de gracia
Corazón de María, vaso del amor más puro
Corazón de María, consagrado íntegro a Dios
Corazón de María, preservado de todo pecado
Corazón de María, morada de la Santísima Trinidad
Corazón de María, delicia del Padre en la Creación
Corazón de María, instrumento del Hijo en la Redención
Corazón de María, la esposa del Espíritu Santo
Corazón de María, abismo y prodigio de humildad
Corazón de María, medianero de todas las gracias
Corazón de María, latiendo al unísono con el Corazón de Jesús
Corazón de María, gozando siempre de la visión beatífica
Corazón de María, holocausto del amor divino
Corazón de María, abogado ante la justicia divina
Corazón de María, traspasado de una espada
Corazón de María, coronado de espinas por nuestros pecados
Corazón de María, agonizando en la Pasión de tu Hijo
Corazón de María, exultando en la resurrección de tu Hijo
Corazón de María, triunfando eternamente con Jesús
Corazón de María, fortaleza de los cristianos
Corazón de María, refugio de los perseguidos
Corazón de María, esperanza de los pecadores
Corazón de María, consuelo de los moribundos
Corazón de María, alivio de los que sufren
Corazón de María, lazo de unión con Cristo
Corazón de María, camino seguro al Cielo
Corazón de María, prenda de paz y santidad
Corazón de María, vencedora de las herejías
Corazón de María, de la Reina de Cielos y Tierra
Corazón de María, de la Madre de Dios y de la Iglesia
Corazón de María, que por fin triunfarás

Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo,
Perdónanos Señor
Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo,
Escúchanos Señor
Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo,
Ten misericordia de nosotros.

V. Ruega por nosotros Santa Madre de Dios
R. Para que seamos dignos de alcanzar la promesas de Nuestro Señor Jesucristo

Oremos

Tú que nos has preparado en el Corazón Inmaculado de María una digna morada de tu Hijo Jesucristo, concédenos la gracia de vivir siempre conformes a sus enseñanzas y de cumplir sus deseos. Por Cristo tu Hijo,

Nuestro Señor. Amen

Letanías a la Virgen de la Guardia...

El Santuario de Nuestra Señora de la Guardia es un lugar católico de peregrinación situado en la parte superior del Monte Figogna (804 m snm) en el Municipio de Ceranesi , a unos 20 kilómetros (12 millas) del ciudad de Génova , en el noroeste de Italia. La Virgen de la Guardia tiene sus propias letanías:

Señor ten piedad
Cristo ten piedad
Señor ten piedad

Santa María, Madre de Dios (ruega por nosotros)
Bendita eres entre todas la mujeres
Feliz por haber creído
Feliz por todas las generaciones
Tu que nos llevas a Jesús
Tu que nos mostrarás a Jesús
Madre de la Fe
Madre de la Esperanza
Madre del Amor
Centinela de la noche
Aurora del Gran Día
Pupila de los ojos de Dios
Custodia de nuestro barrio
Madre de los ojos abiertos
Madre del corazón vigilante
Guardia potente y amorosa
Guardia prudente y preciosa
Guardia paciente y presurosa
Guardia sabia y previsora
Virgen humilde
Virgen pobre
Virgen fecunda
Joven transparente
Mujer sencilla
Mujer libre
Mujer tierna
Mujer buena
Mujer responsable
Esposa fiel
Llena de gracia
Contemplativa y activa
Madre Silenciosa
Madre laboriosa
Madre decidida
Madre justa
Madre doliente
Madre consolada
Madre glorificada
Madre venerada
Defensa de los peligros
Refugio de los pescadores
Fuerza de los débiles
Socorro de los pobres
Hermana de los excluidos
Constructora de paz
Compañía de los exiliados
Apoyo de los peregrinos
Madre de los emigrantes
Has visto y creído
Has sufrido y esperado
Has mantenido unido a los cristianos
Has custodiado a los Apóstoles
Has armado la primera iglesia
Has escuchado la Palabra
Has dicho “sí” a la Palabra
Has conservado la Palabra
Has meditado la Palabra
Has servido a la Palabra
Nos guías en la tierra
Nos sostienes en las pruebas
Nos confortas en la muerte
Nos esperas en el cielo

Todos: Oh, Santísima, Oh Piadosa
Oh dulce Virgen María

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.

Letanías del Sagrado Corazón de Jesús...

Señor, ten misericordia de nosotros.
Cristo, ten misericordia de nosotros.
Señor, ten misericordia de nosotros

Jesucristo óyenos.
Jesucristo, escúchanos.

Dios Padre celestial, ten misericordia de nosotros.
Dios Hijo Redentor del mundo, ten misericordia de nosotros.
Dios Espíritu Santo, ten misericordia de nosotros.
Trinidad Santa, que eres un solo Dios, ten misericordia de nosotros.

Corazón de Jesús, Hijo del Padre Eterno, ten misericordia de nosotros. (Así se responde a todo).
Corazón de Jesús, formado en el seno de la Virgen Madre por el Espíritu Santo,
Corazón de Jesús, al Verbo de Dios substancialmente unido,
Corazón de Jesús, de majestad infinita,
Corazón de Jesús, Templo santo de Dios,
Corazón de Jesús, Tabernáculo del Altísimo,
Corazón de Jesús, Casa de Dios y puerta del cielo,
Corazón de Jesús, Horno ardiente de caridad,
Corazón de Jesús, Santuario de justicia y de amor,
Corazón de Jesús, lleno de bondad y de amor,
Corazón de Jesús, Abismo de todas las virtudes,
Corazón de Jesús, digno de toda alabanza,
Corazón de Jesús, Rey y centro de todos los corazones,
Corazón de Jesús, en que están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia,
Corazón de Jesús, en que mora toda la plenitud de la divinidad,
Corazón de Jesús, en que el Padre se agradó,
Corazón de Jesús, de cuya plenitud todos nosotros hemos recibido,
Corazón de Jesús, deseo de los eternos collados,
Corazón de Jesús, paciente y muy misericordioso,
Corazón de Jesús, liberal con todos los que te invocan,
Corazón de Jesús, fuente de vida y de santidad,
Corazón de Jesús, propiciación por nuestros pecados,
Corazón de Jesús, colmado de oprobios,
Corazón de Jesús, desgarrado por nuestros pecados,
Corazón de Jesús, hecho obediente hasta la muerte,
Corazón de Jesús, con lanza traspasado,
Corazón de Jesús, fuente de todo consuelo,
Corazón de Jesús, vida y resurrección nuestra,
Corazón de Jesús, paz y reconciliación nuestra,
Corazón de Jesús, víctima por nuestros pecados,
Corazón de Jesús, salvación de los que en Ti esperan,
Corazón de Jesús, esperanza de los que en Ti mueren,
Corazón de Jesús, delicias de todos los Santos,
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo: perdónanos, Señor.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo: escúchanos, Señor.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo: ten misericordia de nosotros.
V.- Jesús manso y humilde de corazón.
R.- Haz nuestro corazón conforme al tuyo.

Oremos: Oh Dios todopoderoso y eterno: mira el Corazón de tu amantísimo Hijo y las alabanzas y satisfacciones que en nombre de los pecadores te tributa; y concede aplacado el perdón a éstos que piden tu misericordia en el nombre de tu mismo Hijo Jesucristo. Quien contigo vive y reina en los siglos de los siglos. Amén.

Consagración al Inmaculado Corazón de María...

Oh, Corazón Inmaculado de María, desbordante de bondad, muestra tu amor por nosotros. Que la llama de tu corazón, oh María, descienda sobre todos los pueblos. Te amamos inmensamente.

Imprime en nuestros corazones un verdadero amor. Que nuestro corazón suspire por ti. Oh María, dulce y humilde de corazón, acuérdate de nosotros cuando caemos en el pecado. Tú sabes que nosotros, los hombres, somos pecadores.

Con tu santísimo y maternal corazón, sánanos de toda enfermedad espiritual. Haznos capaces de contemplar la bondad de tu maternal corazón, para que así nos convirtamos a la llama de tu corazón. Amén.

Acto de consagración y desagravio al Sagrado Corazón de Jesús...

¡Oh Corazón de Jesús! Yo quiero consagrarme a ti con todo el fervor de mi espíritu. Sobre el ara del altar en que te inmolas por mi amor, deposito todo mi ser; mi cuerpo que respetaré como templo en que tú habitas; mi alma que cultivaré como jardín en que te recreas; mis sentidos, que guardaré como puertas de tentación; mis potencias, que abriré a las inspiraciones de tu gracia; mis pensamientos, que apartaré de las ilusiones del mundo; mis deseos, que pondré en la felicidad del Paraíso; mis virtudes que florecerán a la sombra de tu protección; mis pasiones, que se someterán al freno de tus mandamientos; y hasta mis pecados, que detestaré mientras haya odio en mi pecho, y que lloraré sin cesar mientras haya lágrimas en mis ojos. Mi corazón quiere desde hoy ser para siempre todo tuyo, así como tú, ¡oh Corazón divino! has querido ser siempre todo mío. Tuyo todo, tuyo siempre; no más culpas, no más tibieza. Yo te serviré por los que te ofenden; pensaré en ti por los que te olvidan; te amaré por los que te odian; y rogaré y gemiré, y me sacrificaré por los que te blasfeman sin conocerte. Tú, que penetras los corazones, y sabes la sinceridad de mi deseo, comunícame aquella gracia que hace al débil omnipotente, dame el triunfo del valor en las batallas de la tierra, y cíñeme la oliva de la paz en las mansiones de la gloria.
Amén.

«El Sagrado Corazón de Jesús»... Un pequeño pensamiento para hoy

Indiscutiblemente que la inmensa mayoría de los santos y beatos de los últimos tiempos, han tenido una profunda devoción al Sagrado Corazón de Jesús, basta ver a la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento que dice en sus escritos cosas como estas: «Si el corazón amante de Jesús, vela durmiendo, el del misionero no debe ser menos vigilante, debe incendiarse en el fuego del Señor, para pegar ese fuego sagrado a cuantos corazones existen en el mundo, mediante su oración confiada, humilde y generosa, derramando los beneficios de la Redención, los méritos de Nuestra Madre la Santa Iglesia, por todos los ámbitos del mundo»... «No olviden hijos que, el Sagrado Corazón de Jesús ha sido para nuestra familia misionera ayuda, sostén, amor, fidelidad, amparo, etc. Sigamos confiando en él, sobre todas las cosas.» Sin embargo, hay una larga prehistoria, que se remonta a San Bernardo, abad de Claraval, en el siglo XII, con su devoción a la humanidad de Jesús y tres santas de la Edad Media. Lutgarda, Matilde y Gertrudis que practican personalmente y difunden con sus escritos la devoción al corazón de Jesús. Más tarde, en el siglo XVI, Luis de Blois y San Juan de Ávila predican y dan forma a la veneración del corazón de Cristo. Pero, sin duda, el espaldarazo a esta devoción lo da una monja recluida en su convento de Paray-le-Monial (Francia), santa Margarita María de Alacoque. 

Entre 1673 y 1675, santa Margarita recibe cuatro revelaciones notables. Según propia confesión, la primera tuvo lugar mientras estaba en presencia de Jesús Eucaristía, que le confió: «Mi divino Corazón está tan apasionado de amor a los hombres, en particular hacia ti, que, no pudiendo contener en él las llamas de su ardiente caridad, es menester que las derrame, valiéndose de ti, y se manifieste a ellos para enriquecerlos con los preciosos dones que te estoy descubriendo». Pero fue en 1856, cuando Pío IX instituyó esta solemnidad como fiesta universal para toda la Iglesia católica. Luego, León XIII, en 1899, hizo la consagración solemne de todo el mundo al Sagrado Corazón cuya descripción encontramos en el Evangelio de hoy (Mt 11, 25-30) cuando Jesús mismo nos dice que es manso y humilde de corazón y que en ese corazón hay espacio para todos. Configurados con Cristo, sus discípulos–misioneros deberemos procurar tener un corazón como el suyo: manso y humilde; sensible y paciente; misericordioso y atento en la escucha de las miserias ajenas, procurando conjugar, sin nunca separar, verdad y compasión, ardientes en la piedad y llenos de celo en el apostolado. 

Naturalmente, el Sagrado Corazón de Jesús implica, en la vivencia de nuestra fe, una clara correspondencia a ese amor de Cristo que tiene que completarse con la imitación. Conocer al que «me amó y se entregó a la muerte por mí» con un corazón manso y humilde, sólo tiene como reacción lógica el enamorarnos de él para imitarle. En este tiempo de confinamiento, en el que muchas familias permanecen en casa, conviene aprovechar esta fiesta para transmitir a las generaciones de jovencitos y niños el deseo de encontrarse con el Señor, de fijar su mirada en él, para responder a la llamada a la santidad y descubrir su misión específica en la Iglesia y en el mundo, realizando así su vocación bautismal (cf. Lumen gentium, 10) para que sean, a su vez, testigos del amor de Dios como buscamos serlo los creyentes adultos que conocemos muy bien lo que esta devoción al Sagrado Corazón significa. Corazón de Jesús, hoguera ardiente de caridad, ten misericordia de nosotros. Corazón de Jesús, fuente de vida y santidad, ten misericordia de nosotros. Corazón de Jesús, propiciación por nuestros pecados, ten misericordia de nosotros. En esta tarea nos acompaña, como nuestra verdadera Madre, la santísima Virgen María. A ella le pedimos que su Corazón Inmaculado interceda incesantemente por nosotros, ahora y en la hora de nuestra muerte y que siempre podamos decir: Sagrado Corazón de Jesús, en Ti confío. ¡Bendecido viernes, solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús!

Padre Alfredo.

jueves, 18 de junio de 2020

«El Padre Nuestro»... Un pequeño pensamiento para hoy

La oración del «Padre Nuestro» (Mt 6,7-15; Lc 11, 1-4) refleja el latido filial y lleno de confianza del corazón de Jesucristo. Jesús nos regaló y entregó esta oración del padrenuestro para que fuera nuestra oración, y hemos de pronunciarla y decirla en su espíritu y de su mano. Así evitaremos la rutina, la costumbre, el cansancio... Por eso podemos decir que el Padre nuestro es la oración del hombre redimido por Jesucristo y hecho hijo de Dios. Es nuestro gran tesoro. El padrenuestro en la versión de san Mateo, que es la que el Evangelio de hoy nos presenta, es la forma más amplia y tiene siete enunciados: «Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu Nombre; venga tu Reino, hágase tu Voluntad así en la tierra como en el cielo. El pan nuestro de cada día dánosle hoy; y perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores; y no nos dejes caer en la tentación, mas líbranos del Mal». Podemos orar con la oración que nos dio Jesús en el Padrenuestro gracias a la acción del Espíritu; con su impulso podemos descubrir y proclamar que Dios es nuestro abbá: «ustedes recibieron un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡abba, Padre!» (Rm 8,15; cf. Ga 4,6). El Espíritu de Dios que es un espíritu de filiación y no de temor (cf. Rm 8,15) mueve a los fieles a orar con la familiaridad de un hijo que habla con su padre.

La oración del Padrenuestro, es una oración trinitaria. El Papa Emérito, Benedicto XVI, cuando comenta el Padrenuestro afirma: «Dado que el Padrenuestro es una oración de Jesús, se trata de una oración trinitaria: con Cristo mediante el Espíritu Santo oramos al Padre» (Jdn, 169). Es una oración personal y eclesial. Rezamos el Padrenuestro con todo nuestro corazón, pero a la vez en comunión con toda la Iglesia, la familia de Dios, con los vivos y con los difuntos, con los de cerca y con los de lejos… Es una oración que pone de relieve la cercanía amorosa del Padre a los discípulos de su Hijo como lo muestra el que se le pida el sustento de cada día, el perdón de los pecados, la ayuda para superar la tentación y perseverar hasta el fin de la historia en la fe y en el amor a Dios. El Padrenuestro, a pesar de ser tan breve, no es una simple oración; es una síntesis de todo lo que Jesús vivió y sintió a propósito de Dios, del mundo y de sus discípulos, eso que nosotros, que somos sus discípulos­–misioneros debemos vivir. En torno a estos temas giran las siete peticiones en las que Mateo construyó la oración y debe girar nuestra vida.

Los santos y los beatos son los grandes profesionales del Padrenuestro. Sólo desde la centralidad de Dios en la existencia que marca esta preciosa oración, pueden adquirir sentido las necesidades propias de la persona y de la comunidad. La necesidad de santificar el nombre de Dios, la urgencia de que ya llegue el Reino, la tarea de hacer cada día la voluntad del Padre, la petición del pan para todos, la creación de un ámbito de perdón y la fuerza necesaria para vencer el mal en la propia vida son intereses primordiales de la vida del cristiano. Hoy nos quedamos con el ejemplo de dos santos que se propusieron vivir en plenitud el Padrenuestro, son los hermanos gemelos san Marcos y san Marcelino, que en Roma, durante la persecución del emperador Diocleciano sufrieron el martirio. Se sabe que fueron apresados y encerrados en un calabozo y sabían por su profunda fe que el martirio era el único objeto de toda su ambición, esperando que el Señor les concediera la gracia de derramar su sangre y dar la vida por su gloria. Fueron condenados a los azotes, a pesar de que su familia les aconsejaba que renegaran del cristianismo y que en secreto lo ejercieran, pero ellos no se dejaron amilanar por el castigo y dieron la vida. Pidamos su intercesión y la de la Santísima Virgen María para que, motivados por el Padrenuestro, nosotros también seamos capaces de amar al Señor con toda el alma y con todo el corazón. ¡Bendecido jueves eucarístico y sacerdotal!

Padre Alfredo.

miércoles, 17 de junio de 2020

«Limosna, oración y ayuno»... Un pequeño pensamiento para hoy

Ciertamente que las palabras de Jesús en Evangelio, seguirán siempre resonando en nuestro corazón. Y ¿cómo no continuarán siendo válidas en nuestro tiempo aquellas máximas de Jesús que Él pronunció en el sermón del Monte que hemos estado escuchando en partes en el Evangelio de cada uno de estos días. Hoy la escena evangélica se centra en el capítulo 6 de san Mateo en este hermoso y largo sermón de la montaña que se inicia con las bienaventuranzas (Mt 6,1-6.16-18). Jesús nos recuerda que las obras de piedad, como la limosna, la oración y el ayuno, no deben practicarse para ganar prestigio ante los hombres y, con ello, adquirir una posición de poder, vanidad o privilegio. La primera obra de piedad que nos presenta el evangelista es la limosna, que no debe tener publicidad alguna, sino quedar «en lo escondido», en la esfera del Padre. Su recompensa será por encima de todo la comunicación personal del Padre. Por eso Jesús excluye todo interés torcido en la ayuda al prójimo (Mt 5,7.8), según corresponde a «los limpios de corazón». Su premio será la experiencia de Dios en la propia vida (Mt 5,8). La segunda obra de piedad a la que se refiere es la oración, que debe realizarse en lo más profundo del hombre, donde no llega la mirada de los demás. «Tu cuarto», el más retirado de la casa, y «tu puerta» («echa la llave a tu puerta») son metáforas para designar lo profundo de la interioridad. La oración que se hace en lo profundo obtiene el contacto con el Padre. La palabrería en la oración indica falta de fe. El hecho de que el Padre sepa lo que necesita el que ora, muestra que la oración dispone al hombre para recibir los dones que Dios quiere concederle. Finalmente la tercera obra de piedad es el ayuno que, como en los dos apartados anteriores (Mt 6,2-4.5-6) opone aquí Jesús el ayuno sincero a la conducta de los hipócritas, que con su aspecto descuidado dan a entender que están ayunando, con objeto de ser admirados por los hombres. El ayuno ha de hacerse en secreto y sirve para expresar ante el Padre una actitud íntima. 

Estas tres obras de piedad, concretan nuestra vida en tres direcciones que abarcan toda nuestra existencia: en relación con Dios «la oración», en relación con los demás «la caridad» y en relación a nosotros mismos «el ayuno». Los santos y beatos han vivido plenamente esta piedad en el interior de sus corazones y de allí ha brotado el ser y quehacer de sus vidas en el diario devenir. Por ejemplo, hoy celebramos a san Alberto Chmielowski, religioso y célebre pintor polaco, el cual se entregó a los pobres procurando ser bueno con todos y practicando las obras de piedad en relación con los demás, con Dios y condigo mismo., Él fundó las Congregaciones de Hermanos y Hermanas de la Tercera Orden de San Francisco, siervos de los pobres. Desarrollándose en el campo de la pintura, pronto centró su vida en el seguimiento de Cristo que atiende a los más pobres y necesitados. A los 18 años se matriculó en el Instituto Politécnico de Pulawy. Tomó parte en la insurrección de Polonia en 1863. Cayó prisionero y se le amputó una pierna a causa de una herida. Estudió pintura en París y en Munich. En 1874, maduro ya como artista, regresó a Polonia, y en 1880 entró en la Compañía de Jesús como hermano lego. Después de seis meses tuvo que dejar el noviciado por su mala salud. Superada una profunda crisis espiritual, comenzó una nueva vida. El 25 de agosto de 1887 vistió un sayal gris y tomó el nombre de hermano Alberto, pues se llamaba Adán. 

Pasado un año, pronunció los votos religiosos, iniciando la congregación de los Hermanos de la Orden Tercera de San Francisco, denominados Siervos de los Pobres o Albertinos. En 1891 fundó la rama femenina de la misma congregación (Albertinas). Tomaba fuerza del misterio de la Eucaristía y de la Cruz para su acción caritativa. A pesar de su invalidez, viajaba mucho para fundar nuevas comunidades que ayudaran a los más pobres y necesitados. Gracias a su espíritu emprendedor, cuando murió dejó fundadas 21 casas religiosas. Murió, de cáncer de estómago, el día de Navidad de 1916 en Cracovia, en el asilo por él fundado, pobre entre los pobres. Antes de su muerte dijo a los hermanos y hermanas, señalando a la Virgen de Czestochowa: «Esta Virgen es su fundadora, recuérdenlo». Y: «Ante todo, observen la pobreza». Enseñó a todos con el ejemplo de su vida que «es necesario ser buenos como el pan, que está en la mesa, y que cada cual puede tomar para satisfacer el hambre». Considerado el San Francisco polaco del siglo XX, el hermano Alberto fue beatificado en Cracovia el 22 de junio de 1983 por san Juan Pablo II, quien también lo canonizó el 12 de noviembre de 1989 en Roma. Que él y María Santísima intercedan por nosotros para que sepamos vivir las obras de piedad en sus tres dimensiones como nos recuerda el Evangelio de hoy. ¡Bendecido miércoles!

Padre Alfredo.

martes, 16 de junio de 2020

«Amar al estilo de Cristo»... Un pequeño pensamiento para hoy

En el Evangelio de hoy (Mt 5,43-48) Jesús nos enseña que los discípulos–misioneros han de demostrar una imparcialidad para con los amigos y los enemigos, idéntica a la que demuestra Dios a la hora de repartir la luz del sol sobre buenos y malos y la lluvia sobre justos e injustos; al comportarse de esta forma providencial, a semejanza de Dios, los seguidores de Cristo podemos justificar con actitudes el título de ser verdaderos hijos de Dios. El amor, dentro del propio grupo o familia, es un rasgo humano natural y universal pero ha de ir más allá. Saludar a los que nos saludan lo hacen todos. Amar a los que nos aman, es algo espontáneo, no tiene ningún mérito. Lo que ha de caracterizar a los cristianos es algo «extraordinario»: saludar a los que no nos saludan, amar a los enemigos, hacer el bien a los que nos aborrecen. Jesús pone por delante como modelo nada menos que a Dios: «así serán hijos de su Padre Dios, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos... sean perfectos, como su Padre celestial es perfecto».

Darnos completamente. Este es el reto. Esta es nuestra más profunda vocación. De ella habla Jesús cuando dice: «Hagan el bien a los que los aborrecen y recen por los que los persiguen y calumnian. La invitación con todo esto es a vivir una ética que no busca el aplauso y el ser visto y alabado por los hombres sino que vive ante la propia conciencia y ante Dios que ve en lo escondido. Es una ética de la radicalidad que no se contenta con los mínimos —no robar, no mentir, no fornicar— sino que brota de una actitud de generosidad y grandeza de corazón que va mucho más allá de la lógica mundana. Como culminación de toda esa ética, Jesús nos presenta la fuente de donde debe procede esa forma de vivir: el amor. Un amor que tiene como raíz el amor sin límites de Dios Padre que hace salir el sol y caer la lluvia sobre los malos y sobre los buenos. Este es el último y supremo ejemplo de la limpieza de corazón y es lo que nos irá haciendo perfectos como el Padre celestial es perfecto.

San Juan Francisco Regis nació el 31 de enero de 1597 y fue un sacerdote de la Compañía de Jesús, el cual, peregrinando por los montes y aldeas de Francia, su tierra natal, procuró sin descanso la renovación de la fe católica en las almas de los habitantes por la predicación y la celebración del sacramento de la penitencia. Y se dedicó a esta tarea en toda su vida, con tal energía, que sus compañeros exclamaban: «Juan Francisco hace el oficio de 5 misioneros». En 43 años de vida, 24 como religioso, diez como sacerdote y 9 como misionero popular, logró inmensos éxitos y tuvo el mismo calificativo en todos los sitios donde estuvo predicando: «el santo». A diferencia del estilo muy elegante y rebuscado que se usaba entonces para predicar, el padre Juan Francisco se dedicó a predicar de una manera extremadamente sencilla que iba directamente al alma y con una elocuencia y un fervor, que los pecadores no eran capaces de no conmoverse al escucharle. Antes de morir exclamó: «Veo a Nuestro Señor y a su Santísima Madre que preparan un sitio en el cielo para mí». Había amado al estilo de Cristo. Murió 30 de diciembre de 1640. Que María Santísima nos ayude a amar así también nosotros, al estilo de Cristo. ¡Bendecido martes!

Padre Alfredo.

lunes, 15 de junio de 2020

«Ir más allá»... Un pequeño pensamiento para hoy

La llamada «ley del talión» —ojo por ojo y diente por diente— era una ley que, en su tiempo, representaba un progreso: quería contener el castigo en sus justos límites, y evitar que la gente se tomara la justicia por su cuenta arbitrariamente. Había que castigar sólo en la medida en que se había faltado: «tal como» —de ahí el nombre de «talión», del latín «talis»—. Pero hoy, en el Evangelio (Mt 5,38-42) vemos que Jesús va más allá, porque él no quiere que se devuelva mal por mal. Para que los escuchas entendieran y guardaran en el corazón esta nueva forma de vivir la ley, el Señor pone ejemplos de la vida concreta, como los golpes, o los pleitos, o la petición de préstamos: «No hagan resistencia al hombre malo... preséntale también la mejilla izquierda... dale también el manto...». Esta, como otras de las enseñanzas de Jesús, hay que entenderla bien, porque no se trata de una invitación a aceptar, sin más, las injusticias sociales y a cerrar los ojos a los atentados contra los derechos de la persona humana.

Ni Jesús ni sus discípulos–misioneros podemos quedarnos indiferentes ante las injusticias. El mismo Jesús pidió explicaciones, en presencia del sumo sacerdote, al guardia que le abofeteó, y san Pablo apeló al César para escapar de la justicia, demasiado parcial, de los judíos. Pero sí se nos enseña que, cuando personalmente somos objeto de una injusticia, no tenemos que ceder a deseos de venganza. Al contrario, que tenemos que saber vencer el mal con el amor. Es la invitación a la actitud de no-violencia que practican tantas personas a la hora de intentar resolver los problemas de este mundo, siguiendo el ejemplo de Jesús que muere pidiendo a Dios que perdone a los que le han llevado a la cruz. Jesús, quien siempre va más allá de lo que las leyes humanas han establecido, considerará que no basta con «ser buenos» y hacernos solidarios con el infortunio de los demás... y que con eso ya nuestra compasión nos exonere de toda culpa. Es necesario además, amar a todos e incluso a quien no conozcamos. Lo importante es vivir siempre en una actitud de generosidad con los demás, gratuita, sin esperar nada a cambio. Dar desmedidamente, ser compasivos, servir a quien realmente nos necesite. Así nos convertiremos en transparencia de la divinidad.

Celebramos hoy a Santa Mª Micaela del Santísimo Sacramento. Una mujer nacida en Madrid el año de 1809, que tuvo que pasar por una infancia en la que murieron sus padres y algunos de sus hermanos. En una visita a un hospital de San Juan de Dios, se dio cuenta de la situación de mujeres que vivían en malas condiciones y que incluso sufrían no solo infravaloración sino tratos infrahumanos y había que evitar esto. Así se sintió llamada por Dios a abrir una casita que acogiera a estas mujeres para librarles de la mala situación en que estaban y la propia Mª Micaela se va con ellas para darles el alimento espiritual de cada día, explicándoles la Buena Nueva del Evangelio formándolas en ese camino de la no-violencia. Muchas fueron las dificultades por las que pasó hasta que tomó como Director Espiritual al Padre Claret —san Antonio María— que le hizo perseverar en su vida interior, fundando el Instituto de Adoratrices Esclavas del Santísimo Sacramento y de la Caridad. De esta forma se potenció un nuevo carisma en la vida de la Iglesia. Santa María Micaela del Santísimo Sacramento murió en agosto de 1865. envuelta en un halo de mansedumbre y de caridad para con todos en la ley de Jesús, que no se queda en la justicia al estilo del mundo sino que va más allá trascendiendo en la caridad. Que María Santísima, desbordante de amor y caridad, nos ayude a ir mucho más allá del ojo por ojo y diente por diente. ¡Bendecido lunes!

Padre Alfredo.

domingo, 14 de junio de 2020

«Rueguen y vayan»... Un pequeño pensamiento para hoy

«¡Vayan... vayan!... repite Jesús a sus Apóstoles en el Evangelio de hoy (Mt 9,36-10,8). «Vayan en busca de las ovejas perdidas... vayan y proclamen por el camino que ya se acerca el Reino de los cielos»... Pero antes de enviar a los que ha llamado, dijo a sus discípulos: «La cosecha es mucha y los trabajadores, pocos. Rueguen, por lo tanto, al dueño de la mies que envíe trabajadores a sus campos». El concepto de misión: «¡Vayan!», está unido al de oración: «Rueguen». Un concepto no puede vivir sin el otro porque el Señor llama a los discípulos­–misioneros a estar con él y a enviarlos a predicar (cf. Mc 3,13-14). Todos los que formamos la Iglesia tenemos un «rol» en el rogar y en la misión. Las breves palabras de Cristo fueron el catecismo de aquel pequeño grupo y lo siguen siendo para nosotros. La llamada del Señor no es una vocecita mística que uno oiga milagrosamente ni el seguimiento de Cristo podemos realizarlo a nuestro antojo, sin la ayuda de la oración de la Iglesia. El evangelio de hoy nos ayuda a valorar la importancia y la necesidad de unir en nuestra vida la acción y la contemplación.

Jesús no reunió a sus discípulos para apartarlos del mundo sin más, para alejarlos del pueblo, sino para estar con él rogando al Padre porque la mies es mucha y para enviarlos como él mismo había sido enviado por el Padre. Si la vida de Jesús es inseparable de la evangelización, así también la vida de sus discípulos y la vida de la iglesia es siempre contemplativa y activa. De modo que seguir a Jesús no es otra cosa que continuar su misión liberadora. Cuando decimos que la iglesia es misionera, nos referimos, claro está, a todos los fieles y no sólo a los sacerdotes o a los misioneros que trabajan por el evangelio en tierras lejanas, pues la vocación cristiana es inseparable de la misión, y la comunidad de los fieles cristianos, la iglesia, es inexistente si no ora y si no predica el evangelio verificándolo delante de los hombres y para todos los hombres.

Esa tarea, activa y contemplativa a la vez, es un encargo para toda la Iglesia sea cual sea la vocación específica del discípulo–misionero y sea cual sea la situación que envuelve al mismo creyente. En Córdoba, en la provincia hispánica de Andalucía, san Anastasio, presbítero; san Félix, monje, y santa Digna, virgen, murieron mártires el mismo día cumpliendo fielmente su misión de rogar al Dueño de la mies y de ser enviados a llevar la Buena Nueva. Anastasio, por confesar su fe cristiana ante los jueces musulmanes, fue degollado, y con él murió también Félix, de la región de Getulia, en África del Norte, que había propagado la fe católica y la vida monástica por Asturias. Digna, aún joven, por haber reprendido al juez por la muerte de los dos anteriores, fue degollada de inmediato. El cristianismo no es una ideología es una entrega concreta porque es la respuesta a un llamado concreto que Jesús nos ha hecho como a aquellos primeros doce a los que invitó a seguirle. El mundo espera de nosotros el testimonio de lo que hemos recibido hasta dar la vida si es preciso. Que María Santísima nos ayude a ser testigos de este «rueguen» y este «vayan». ¡Bendecido domingo!

Padre Alfredo.

sábado, 13 de junio de 2020

«San Antonio de Padua»... Un pequeño pensamiento para hoy


¡Quién no ha escuchado hablar de san Antonio de Padua! ¡Quién no conoce algo de este conocido santo de la Iglesia! Hoy se celebra su memoria, y por eso quiero hablar o más bien, recordar algunas cosas de él con ustedes. En primer lugar, hay que recordar que San Antonio no nació en Padua, donde se encuentra la Basílica en la que se conserva su lengua incorrupta. Su nombre de pila fue Fernando de Bulloes y Taveira de Azevedo y nació en Lisboa, Portugal, en 1195. A los 15 años ingresó a los Canónigos Regulares de San Agustín, pero diez años después dejó el instituto e ingresó con los Frailes Menores Franciscanos donde a los 25 años adoptó el nombre de Antonio. Con una voz clara y fuerte, una memoria prodigiosa y un profundo conocimiento, el espíritu de profecía y un extraordinario don de milagros hizo maravillas a su alrededor. Su fama de obrar actos prodigiosos nunca ha disminuido y aún en la actualidad es reconocido como el más grande taumaturgo de todos los tiempos. El Papa Gregorio IX lo canonizó menos de un año después de su muerte en Pentecostés el 30 de Mayo de 1232 y fue proclamado doctor de la Iglesia en el año de 1946.

San Antonio decidió ingresar a los Frailes Menores porque quería ir a predicar a los sarracenos en el norte de Arabia y estaba dispuesto a morir por amor a Cristo. Se fue a Marruecos, pero una severa enfermedad lo obligó a retornar. La imagen de san Antonio es fácil de identificar porque se le representa con su hábito franciscano y un Niño Jesús en brazos, porque fue testigo de una aparición del Niño Jesús y lo sostuvo en sus brazos. San Antonio es conocido como «el Santo de todo el mundo» —así lo llamó el Papa León XII—porque por todas partes se puede encontrar su imagen y devoción. Es patrón de los pobres, de los viajeros, de los albañiles, de los panaderos y de los papeleros. Acude a él un buen número de personas jóvenes y no tanto, para pedir un buen esposo o esposa y se le invoca para encontrar cosas perdidas. En Padua se entregó con tal ardor que en lo sucesivo a su nombre quedaría asociado el de la ciudad: Antonio de Padua. Se instaló primero en la capilla de la Arcella, junto al convento de clarisas, pero solía predicar en el convento franciscano de Santa María, extramuros de la ciudad. Escribió, por petición del cardenal Reinaldo dei Segni (el futuro Alejandro IV), una serie de sermones según las fiestas del año litúrgico y predicó hasta el agotamiento. A sus sermones diarios asistía gran parte de la ciudad. Habiendo empeorado su salud por los viajes y el trabajo en exceso, se retiró al cercano lugar de Camposampiero para descansar y terminar de escribir los Sermones. Pero la gente tuvo conocimiento del lugar en que estaba y acudió en masa a oírle y pedirle consejo.

El viernes 13 de junio, Antonio sufrió un colapso y, ante el próximo fin, pidió que le trasladasen a Padua. Así se hizo, aunque para evitar las multitudes se detuvieron en la Arcella, donde murió Antonio esa misma tarde tras recibir la extremaunción y recitar los salmos penitenciales. No tenía aún cuarenta años, y había ejercido su intensa predicación poco más de diez. Dejó varios tratados de mística y de ascética y se publicaron todos sus sermones. El ejemplo de vida de san Antonio me hace ir al Evangelio de hoy (Mt 5,33-37) en el que Jesús nos pide una actitud decidida y valiente no sólo para predicar, sino para vivir. El Señor quiere que la verdad brille por sí sola. Que la norma del cristiano sea el «sí» y el «no», con transparencia y verdad, porque todo lo que es verdad viene de Dios y eso es lo que predicó san Antonio. Con sencillez, sin tapujos ni complicaciones, sin manipular la verdad es como este santo varón hacía que el Evangelio llegara al corazón de la gente. Haciendo así, como él, los discípulos–misioneros nos haremos más creíbles a los demás y nosotros mismos conservaremos una mayor armonía interior, porque, de algún modo, la falsedad y la parafernalia rompen el equilibrio evangélico y el anuncio no resulta creíble. Finalmente, tengo algo más que añadir de san Antonio: Él, como todo buen franciscano, profesó un gran amor, devoción, admiración y veneración por la Santísima Madre de Dios, la Virgen María. La natividad de la Virgen, todas sus virtudes, la Anunciación, la maternidad divina, el dolor de ver sufrir y morir a su Hijo, su espíritu de oración, etc., fueron algunos de los muchos argumentos tratados en sus prédicas al pueblo de Dios. Pidámosle a María Santísima que nosotros también no sólo con las palabras, sino con nuestras vidas, seamos una predicación del Reino de Dios. ¡Bendecido sábado!

Padre Alfredo.