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Es dura esta parábola que seguro nació como la expresión del agudo conflicto al que había llegado Jesús con los dirigentes de su pueblo. Ya Jesús veía cercano el fin de su vida y sabía que hacia allá lo llevaba la violencia de los dirigentes. Ellos eran los primeros responsables de su muerte y como tal, eran sus asesinos. Era necesario que el pueblo conociera esto. Había que denunciar, como la mayor traición del proyecto de justicia inaugurado por Dios en el Antiguo Testamento, el hecho de que el pueblo, que había comenzado como un servidor honesto de Yahvé, terminara como asesino de quien le traía la verdad de parte de ese mismo Dios. Dirigentes y pueblo iban a asesinar su última esperanza. La oferta de Jesús: una sociedad alternativa, solidaria, justa e igualitaria, chocó con los intereses del sistema judío como choca hoy con tantos intereses mundanos.
Bajo la mirada amorosa de María, Madre de la Iglesia a quien hoy celebramos, deberíamos preguntarnos si somos viñas fructíferas como ella o estériles como muchos que en la Iglesia solo buscan ocupar un asiento. ¿Tendrá que pensar Dios en quitarnos el encargo de la viña y pasárselo a otros? ¿No estará pasando que, como Israel rechazó el tiempo de gracia, estemos ahora olvidando los valores cristianos, porque en medio de la pandemia no hay la obligación de cumplir con el precepto dominical? Todos los detalles de la parábola: la cerca, el lagar, la torre... manifiestan el cuidado que Dios tiene de su viña... Él es un buen viñador, que ama su viña, le mete dedicación y por ello de ella espera buenos racimos y buen vino. Comencemos a trabajar así como Jesús lo hizo para hacer de este mundo el espacio verdadero de la revelación de Dios, y el lugar donde todos podamos humanizarnos plenamente convencidos de que Jesús y su estilo de vida seguirá siendo la única piedra angular sobre la que construir el edificio de la comunidad. ¡Bendecido lunes!
Padre Alfredo.
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