El pasaje de hoy nos muestra también la curación de la suegra de Pedro con un gesto muy sencillo. Jesús no dice nada, sencillamente, la toma de la mano y le transmite la salud: «desapareció la fiebre» dice el relato que no recrea mucho el acontecimiento, pero cuenta cómo Jesús se acerca a ella y la cura; al sentirse sana, la mujer se incorpora al grupo y se pone a servir. Ese mismo día el Señor curó a varios enfermos. Lo milagroso de los milagros —nos enseña el Evangelio— es la liberación profunda de la humanidad. A través de estos milagros se realiza además una verdadera sanación que va más allá de la enfermedad física: Jesús demuestra con ellos que para Dios no hay nadie descartado. El centurión, la mujer y los otros enfermos que le traían recibían a Jesús como una revelación que los curaba, les devolvía la vida activa, los ponía en pie, los incorporaba a la comunidad, los humanizaba les permitía seguir sirviendo.
La fe abre las puertas que conducen a la cercanía de Dios y de su Hijo. Sin la fe es imposible el milagro de descubrir a Dios en el interior de los seres humanos. Jesús con sus milagros sana a la humanidad desde dentro, quita las barreras que pone la exclusión y la marginación, acerca al ser humano a Dios. Por eso el milagro de los milagros es la mirada amorosa de Dios a la humanidad, que busca su liberación. Jesús —nos dice el final del relato— expulsó a los espíritus de los endemoniados y sanó a los enfermos, tomando nuestras flaquezas y cargando con nuestras enfermedades. Así, con todo lo que acontece en este extenso relato, queda claro que Jesús sana y libera sin poner condiciones porque Jesús no se desentiende del dolor de los hombres. Ahora, que la humanidad está sumergida en medio de una terrible pandemia que parece no finalizar, Jesús está más cerca de nosotros que nunca y no sólo él, sino su Madre santísima que junto a su Hijo nos acompaña como «Nuestra Señora del Perpetuo Socorro» como la presenta la fiesta del día de hoy y cuya imagen recuerda el cuidado de la Virgen por Jesús, desde su concepción hasta su muerte, y que hoy sigue protegiendo a sus hijos que acuden a ella. No dejemos de pedirle por el fin de la pandemia confiando en que la curación total viene de Dios. ¡Bendecido sábado!
Padre Alfredo.
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