«¡Vayan... vayan!... repite Jesús a sus Apóstoles en el Evangelio de hoy (Mt 9,36-10,8). «Vayan en busca de las ovejas perdidas... vayan y proclamen por el camino que ya se acerca el Reino de los cielos»... Pero antes de enviar a los que ha llamado, dijo a sus discípulos: «La cosecha es mucha y los trabajadores, pocos. Rueguen, por lo tanto, al dueño de la mies que envíe trabajadores a sus campos». El concepto de misión: «¡Vayan!», está unido al de oración: «Rueguen». Un concepto no puede vivir sin el otro porque el Señor llama a los discípulos–misioneros a estar con él y a enviarlos a predicar (cf. Mc 3,13-14). Todos los que formamos la Iglesia tenemos un «rol» en el rogar y en la misión. Las breves palabras de Cristo fueron el catecismo de aquel pequeño grupo y lo siguen siendo para nosotros. La llamada del Señor no es una vocecita mística que uno oiga milagrosamente ni el seguimiento de Cristo podemos realizarlo a nuestro antojo, sin la ayuda de la oración de la Iglesia. El evangelio de hoy nos ayuda a valorar la importancia y la necesidad de unir en nuestra vida la acción y la contemplación.
Jesús no reunió a sus discípulos para apartarlos del mundo sin más, para alejarlos del pueblo, sino para estar con él rogando al Padre porque la mies es mucha y para enviarlos como él mismo había sido enviado por el Padre. Si la vida de Jesús es inseparable de la evangelización, así también la vida de sus discípulos y la vida de la iglesia es siempre contemplativa y activa. De modo que seguir a Jesús no es otra cosa que continuar su misión liberadora. Cuando decimos que la iglesia es misionera, nos referimos, claro está, a todos los fieles y no sólo a los sacerdotes o a los misioneros que trabajan por el evangelio en tierras lejanas, pues la vocación cristiana es inseparable de la misión, y la comunidad de los fieles cristianos, la iglesia, es inexistente si no ora y si no predica el evangelio verificándolo delante de los hombres y para todos los hombres.
Esa tarea, activa y contemplativa a la vez, es un encargo para toda la Iglesia sea cual sea la vocación específica del discípulo–misionero y sea cual sea la situación que envuelve al mismo creyente. En Córdoba, en la provincia hispánica de Andalucía, san Anastasio, presbítero; san Félix, monje, y santa Digna, virgen, murieron mártires el mismo día cumpliendo fielmente su misión de rogar al Dueño de la mies y de ser enviados a llevar la Buena Nueva. Anastasio, por confesar su fe cristiana ante los jueces musulmanes, fue degollado, y con él murió también Félix, de la región de Getulia, en África del Norte, que había propagado la fe católica y la vida monástica por Asturias. Digna, aún joven, por haber reprendido al juez por la muerte de los dos anteriores, fue degollada de inmediato. El cristianismo no es una ideología es una entrega concreta porque es la respuesta a un llamado concreto que Jesús nos ha hecho como a aquellos primeros doce a los que invitó a seguirle. El mundo espera de nosotros el testimonio de lo que hemos recibido hasta dar la vida si es preciso. Que María Santísima nos ayude a ser testigos de este «rueguen» y este «vayan». ¡Bendecido domingo!
Padre Alfredo.
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