Siempre me ha parecido interesante y muy ilustrativo para acrecentar mi fe, conocer la vida de los santos y de los beatos y, como mis lectores diarios saben, este año litúrgico he decidido hablar de los que se van celebrando a diario. Hoy me detengo en el beato Miguel Wozniak, un hombre que fue hijo único de un matrimonio campesino de Polonia, Juan y Mariana. Desde pequeño, Miguel expresaba que quería ser sacerdote, a lo que se oponía su padre. A los 27 años de edad ingresó en el seminario de Varsovia, ordenándose sacerdote en el año de 1907 y enseguida pasó un año en Turín con los salesianos, porque fue un gran admirador del carisma de san Juan Bosco. De regreso a Polonia, fue nombrado párroco y ejerció ese servicio en dos parroquias sucesivamente, en donde animó religiosamente a la comunidad. En una de ellas fundó un colegio salesiano que se mostró muy pronto eficaz como respuesta pastoral a los problemas de la juventud.
El Papa de aquel entonces, le concedió el título de prelado doméstico suyo —hoy llamados prelados de honor— lo que le dio el título de monseñor. Tuvo como coadjutor a otro beato mártir, Miguel Ozieblowski. Ambos perseveraron en la parroquia pese al riesgo que significaba la ocupación alemana. Arrestado en octubre de 1941 y llevado al campo de exterminio de Lad, monseñor Miguel pasó a Dachau, Alemania, donde sufrió tantas penalidades que su salud se resintió hasta el extremo del agotamiento y murió el 16 de mayo de 1942. Se decía de este gran pastor de almas que era un sacerdote como pocos y vaya que lo fue. Lo admiraban y apreciaban incluso los no católicos de sus comunidades parroquiales, dada la bondad y apertura de corazón con que trataba a todos. Su especial atención a la juventud y su aprecio a la obra de Don Bosco, lo hicieron pionero de muchas iniciativas pastorales consolidadas posteriormente. Fue beatificado por S.S. Juan Pablo II, el 13 de junio de 1999. El Evangelio de hoy (Mt 5,27-32) en su propio contexto, que es el del matrimonio, porque sobre ello está hablando Jesús, habla de fidelidad. Y la fidelidad, en definitiva, no es algo que sea en exclusivo del matrimonio. Toda vocación exige fidelidad y el beato Miguel Wozniak la supo vivir al extremo sabiendo que lo que cuenta para Jesús, no es lo que aparece a la mirada de los hombres, sino lo que hay el fondo de los corazones.
No se sabe si el beato Miguel pudo haber escapado del arresto que lo llevó al campo de concentración y luego a la muerte, pero sí se sabe de su fidelidad, con sucede en el matrimonio, en lo próspero y en lo adverso. La santidad no se vive solamente a nivel «exterior» y no es ante todo una lista material de actos permitidos y de actos prohibidos... es una actitud interior, mucho mas exigente que pide una continua entrega, discernimiento y fidelidad. Para seguirle de todo corazón, Jesús busca profundidad, invita a ir a la raíz de las cosas. Jesús nos enseña que la fuente de todo, para seguirle fielmente está en el corazón. Cristo exige a sus seguidores que se tomen en serio la vida y la vocación. La fidelidad matrimonial —y, equivalentemente, la fidelidad a la vida religiosa o ministerial— nos costará. Porque no se trata de ser fieles en los momentos en que todo va bien, sino también cuando las cosas están totalmente en contra. Que María Santísima nos ayude a ser fieles en todo momento. ¡Bendecido viernes!
Padre Alfredo.
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