lunes, 31 de julio de 2017

Aprender de todo y para todo, aprender de Dios, aprender del Papa...

El ser humano, cuando nace, llega a este mundo como el más indefenso de todos los seres vivientes. Muchos de nosotros sabemos que, por ejemplo, un potrillo, cuando nace, casi de inmediato se pone en pie; o hemos visto cómo los pollos rompen por sí solos su cascarón y así, la mayoría de los seres, empiezan a valerse por sí mismos desde muy pequeños. No así el hombre, a quien, cuando nace, hay que enseñarle a todo y de todo. Si algún papá o mamá está leyendo esto, recordarán la experiencia de los primeros días de sus criaturas... ¡El ser humano debe ser enseñado incluso a conocer y a amar a Dios!

¿Cómo van a invocar al Señor —dice san Pablo en la carta a los romanos— si no creen en él? ¿Y cómo van a creer en él —continúa cuestionando el Apóstol— si no han oído hablar de él? ¿Y cómo van a oír hablar de él —dice más adelante— si no hay nadie que lo anuncie? ¿Y como va ha haber quienes lo anuncien —remata san Pablo— si no son enviados? (Rm 10,14-15). Preguntaría yo hoy: ¿Cómo es que nuestro mundo va a creer en Cristo si no hay que enseñe quién es él desde que el ser humano llega a este mundo?

Desde que Jesús resucitó, envió a los Apóstoles a predicar, a enseñar, a dar la Buena Nueva, el Evangelio como anuncio y fuente de gozo y salvación: «Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda criatura» (Mc 16,15). Los Apóstoles obedecieron el mandato y se comprometieron a predicar. La Escritura nos dice que arrojaban demonios en nombre del Señor, hablaban en lenguas nuevas, curaban a los enfermos y ponían su confianza en el Señor (cf. Mc 16,17) confirmando así, con los milagros que hacían, que lo hacían todo en nombre de Jesús. Este mandato misionero, de ir y enseñar el Evangelio a todas las gentes, es siempre válido y actual, porque este fragmento evangélico nos deja en claro que la Iglesia es misionera por naturaleza (cf. Ad gentes 1).

Hoy en día, el hombre aprende muchas cosas desde pequeño, además de lo que es esencial. Hay cursos de natación para bebés, y antes de el primer año de vida, ya nadan; se dan clases de todo lo que se pueda imaginar para pequeñitos en los primeros años de su vida. Se estudia para todo y de todo con muchísima facilidad. El hombre ha enseñado al mismo hombre infinidad de cosas que lo han llevado a un sorprendente desarrollo técnico y científico. Desde muy pequeños, muchos saben manejar la computadora, las tabletas y los teléfonos inteligentes, porque hay quien les vaya enseñando. Desde pequeños, muchos aprendimos a tocar algún instrumento, porque hubo quien nos enseñara y por desgracia, desde pequeño también, el ser humano va aprendiendo un sin fin de cosas que no debería aprender: «Dile al cobrador que no estoy», le enseña la mamá al pequeñito, y luego el aprenderá y dirá: «No te doy de mi dulce, porque pica»... ¡La mamá le enseñó a mentir!

La Buena Nueva también es algo que se tiene que enseñar. El niño desde pequeñito le enseñan: «pídale pan a Diosito», luego lo enseñarán a ir al catecismo y, como los papás no van a la Iglesia, no aprenderá más y regresará al templo el día de su boda. Bueno, si es mujer tendrá más suerte, pues irá el día de sus XV años. ¿Cuánto tiempo invierte una persona en aprender asuntos académicos? ¿Cuánto tiempo en cursos de natación, karate, arreglo de flores, costura, tenis o buceo? ¿Cuánto tiempo se necesita para enseñar a alguien a hablar inglés o a tocar el arpa? ¿Cuánto tiempo se invierte en enseñar el Evangelio a los hijos? El niño va uno o dos años al catecismo y basta; se siente titulado en Evangelio y con eso habrá de sobrevivir toda su existencia en el campo de la fe.

Cada bautizado es un misionero, un apóstol, un enviado; cada bautizado está comprometido a enseñar a otros, a dar un gozoso testimonio de la Buena Nueva compartiendo la fe. «La fe se fortalece dándola» decía san Juan Pablo II. ¿No hemos aprendido que contamos con la presencia de Jesús como discípulos-misioneros y con la fuerza del Espíritu Santo para enseñar al que no sabe? ¿Acaso se toma un curso de cómo alimentar a un bebé para que la madre enseñe a su hijo a comer? ¿Se estudia un curso de administración doméstica para poder administrar una casa de familia? Hay capacidades que llegan con la vocación y se desarrollan con la práctica. ¿Por qué para ejercer nuestro ser misionero y enseñar, no somos audaces y no queremos vencer dificultades e indiferencia venciendo los posibles fracasos que se puedan presentar?

Cada vez que estamos frente al Señor, en la Eucaristía o en un  momento de oración a solas, tenemos la ocasión especialísima de pedirle al Señor enamorarnos de enseñar el Evangelio. El Papa Francisco, con su testimonio de vida nos enseña que, enseñar al que no sabe es el primer y mayor servicio que un discípulo-misionero puede prestar a los hombres de nuestro tiempo, maduros en conocimientos técnicos y científicos y pequeños aprendices en el campo de la fe.

«¡Qué hermoso es ver correr sobre los montes al mensajero que trae buenas noticias!» (Is 52,7). La Iglesia es misionera por naturaleza y cada bautizado es un discípulo-misionero. ¿Qué hemos hecho con el mandato misionero, que, ahora la Iglesia, en lugar de crecer, viene a menos? En lugar de enseñar y anunciar la Buena Nueva, quizá haya sido más fácil encerrarnos en nuestro confort y no hemos querido «batallar» dando de nuestra pobreza. La crisis económica se ha convertido en un escudo maravilloso y efectivo para cerrarnos a la caridad y al compartir no solo material, sino espiritual. Ha faltado entender que lo que no hay es dinero; pero sí hay tiempo para compartir y enseñar.

El Papa en varias ocasiones ha cuestionado a los fieles diciendo que una Iglesia en la que sus miembros se atacan unos a otros, una Iglesia en la que se difama en chismes a sus elementos,  una Iglesia que no camina unida, nunca llegará a ser una Iglesia misionera. El Papa Francisco afirma: «La Iglesia no crece por proselitismo sino “por atracción”»; y, en una nota, remite a una homilía de Benedicto XVI: «La Iglesia no hace proselitismo. Crece mucho más por "atracción": como Cristo "atrae a todos a sí" con la fuerza de su amor, que culminó en el sacrificio de la cruz, así la Iglesia cumple su misión en la medida en que, asociada a Cristo, realiza  su obra conformándose en espíritu y concretamente con la caridad de su Señor» (Benedicto XVI, Homilía, 13-V-2007). Una Iglesia en donde no se diera la vida por Cristo, una iglesia que se convirtiera en pasatiempo o en donde los miembros tuvieran habitualmente cara de funeral, no sería misionera y por lo tanto, no sería nada.

El Papa Francisco nos enseña con su propia vida a anunciar a Cristo con la palabra, con manifestaciones concretas de solidaridad haciendo visible al hombre la misericordia infinita de Dios, con la Iglesia y en la Iglesia en la primera línea de la caridad. El Papa nos enseña que necesitamos cristianos que no se queden encerrados sino que sean conscientes de que forman parte de una Iglesia de puertas abiertas.

Entre la gente de nuestro tiempo, hay grandes misioneros, cuya tarea apostólica no roba la atención de ningún noticiero, periódico o página informativa de Internet, porque ciertamente no podemos resaltar solamente el aspecto negativo de situaciones dolorosas en la Iglesia. Me consta que hay quienes donan su tiempo, ofrecen sus sacrificios, elevan sus oraciones, entregan su enfermedad, su dinero, sus bienes  materiales y se ponen al servicio de la Iglesia misionera.

No hay que dejarnos atemorizar por dudas, dificultades, rechazos y persecuciones que nos impidan ser transmisores de fe y esperanza amando a quienes nos rodean y enseñando al que no sabe confiando que, el manto de María, «Trono de la Sabiduría» cubrirá al mundo entero en donde reinará su Hijo Jesús.

P. Alfredo Delgado Rangel, M.C.I.U.

Una nueva oportunidad... Un pequeño pensamiento para hoy

Hoy es lunes... ¡Una nueva oportunidad luego de haber celebrado el gozo del Señor en el DOMINGO! La Iglesia celebra hoy, 31 de julio, a san Ignacio de Loyola, un hombre que debe su conversión a que estuvo al borde de la muerte por las heridas recibidas en una batalla en Pamplona.  Mientras pasaba por su larga recuperación se vio obligado a tener un retiro forzoso en casa de sus padres en Loyola, donde no pudiendo encontrar más libros de caballería con que entretenerse, topó con «La Vida de los Santos», que le llevó a «detenerse a pensar» —como él dice— y a abrazar su conversión.

Así es el Señor, suele hacerse encontradizo en los momentos y de las maneras menos esperados: un libro, una persona, un acontecimiento... En la Misa inaugural de su Pontificado Benedicto XVI recordaba que «Sólo cuando encontramos en Cristo y que nada hay más hermoso que haber sido alcanzados, sorprendidos, por el Evangelio, por Cristo» (Benedicto XVI, Homilía del 24 de abril de 2005).

Dejémonos alcanzar por Él, su Reino y su presencia puede llegar incluso hasta en lo más insignificante,  como «un granito de mostaza» o «un poco de levadura» (Mt 13,31-35). Es el misterio de las cosas pequeñas y de lo ordinario como lo que nos sucede «entre semana». ¡Feliz lunes, feliz encuentro con el Señor de la mano de su Madre!

Padre Alfredo.

domingo, 30 de julio de 2017

La hermana Carmelita Martínez... Vidas consagradas que dejan la huella de Cristo XIII

Parece curioso hablar de alguien que ha fallecido reciente e intempestivamente y hablar de gozo por la vida. Pero, ese es el caso de la hermana María del Carmen Martínez Martínez, conocida en un campo amplísimo de apostolado y en su comunidad religiosa como «La hermana Carmelita».

Carmelita nació el 23 de diciembre de 1967 en Ipiña, Ahualulco, estado de San Luis Potosí, en México. Desde muy pequeña, vivió en la zona metropolitana de Monterrey, México; adquiriendo desde entonces el tono, la franqueza, la sencillez y la ocurrencia de la gente del norte, además de un cimentar una fe profunda en Jesús Eucaristía junto a un amor inmenso a la Sagrada Escritura. Desde jovencita destacó como entusiasta catequista, tarea apostólica que la llevó a prestar su servicio misionero como seglar con los Misioneros Servidores de la Palabra en diversos lugares del país.

Cautivada por el celo misionero y el amor a la Eucaristía de la beata María Inés Teresa, amante como ella del estudio y profundización de la Escritura, ingresó a la congregación de las Misioneras Clarisas en el año de 1993. en donde hizo su profesión perpetua, consagrándose a su amado Jesús para siempre, el 16 de agosto de 2002.

Incansable misionera, que traía ya ese fuego en la sangre, formó parte de varias de las comunidades de las hermanas Misioneras Clarisas en México. Estuvo en Cuernavaca, en la Casa Madre en los inicios de su vida consagrada y luego de algunos años en una tarea apostólica entre los más necesitados. También formó parte del personal de diversas casas de misión en Tuxtla Gutiérrez, en Chiapas; Buenavista de Cuéllar, en el estado de Guerrero;  Arandas, en Jalisco —donde fue  ecónoma, consejera y superiora local. 

En el año de 2007 fue enviada a la región de la Patagonia, en Argentina, donde permaneció hasta el año de 2010 cuando fue enviada a  Monterrey, en donde había iniciado aquel ardor misionero que le consumía cada día de su vida en una alegre y muy organizada entrega en el colegio «Isabel la Católica» como secretaria del jardín de niños, después de la secundaria, más adelante como maestra de clases de Educación en la Fe y los dos últimos años, como Coordinadora del área de Pastoral. Allí, la hermana Carmelita no se dio tregua para sembrar el amor a la palabra de Dios en los alumnos, los maestros y los padres de familia; sin dejar de lado, su amada comunidad de Misioneras Clarisas en donde además de toda la tarea apostólica que desplegaba enamorando a los niños y adolescentes de la Biblia, enseñándoles a saborearla; tenía un grupo de hermanas religiosas a quienes una vez a la semana impartía un curso de profundización de la Sagrada Escritura, con un programa elaborado por ella que envidiaría cualquier maestro de seminario o universidad católica. Tenía un gran celo apostólico, al estilo de la «Nueva Evangelización» que se nos pide, siempre animosa para empezar de nuevo y ser mejor cada vez. curiosamente los últimos días de su paso por este mundo, se le veía —aseguran sus hermanas de comunidad— con un semblante alegre diciendo que estaba teniendo un encuentro profundo con el Señor y su Palabra. No perdía oportunidad para hablar a quien fuera de la Santísima Virgen y estaba tan familiarizada con ella, que aun en momentos de convivencia fraterna, como a la hora de tomar los alimentos, de camino al colegio, etc. lo hacía porque le brotaba de manera espontánea.

Siempre serena, no sabía decir que no cuando se le pedía un favor o veía la necesidad de colaborar en algo, fuera asunto de su comunidad religiosa como del colegio, ya se tratara de alguna manualidad o de poner algún bailable regional, preparar algún material vocacional, dar un tema, hablar en la radio o simplemente acompañar a alguien. Le gustaba tejer desde jovencita, hacía zapatitos para dormir y otras prendas que repartía a las hermanas y decía: «¡por si llego a viejita, así me voy a entretener tejiendo y ayudando con eso!». ¡Qué cosas! El Señor sabía que no llegaría y por eso le adelantó la tarea en sus ratitos libres que, en realidad, eran pocos. ¡Cómo recuerdo su entusiasmo ayudándonos de forma muy directa a la hermana Silvia Burnes y a mí en todo el proceso del estudio y análisis del «presunto milagro» de Hugo atribuido a la intercesión de Nuestra Madre la beata María Inés. Ella nos creó el grupo de whatsapp, nos agendaba las citas, nos acompañó a varios de los lugares y animó tanto a Hugo como a todas las demás personas involucradas en todo esto. ¡Carmelita: se que nos estás echando una manita desde donde estás!

El pasado 6 de julio, la hermana Carmelita fue intervenida en una rodilla —le practicaron una artroscopia— por lo cual le mandaron, como es natural, unos días en reposo para recuperarse en el convento. Unos cuantos días después, mientras iba recuperando poco a poco el movimiento, el sábado 15, una de las religiosas le llevó el desayunó a su cuarto y, cuando cuarenta y cinco minutos después, otra hermana llegó a su habitación para acompañarla y retirar la charola, la encontró sin vida en el suelo. Un infarto fulminante dio fin a su tarea aquí en la tierra antes de que cumpliera sus 50 años de edad.

Llena de vida y profundamente enamorada de Cristo, con quien se había desposado, la hermana Carmelita ahora ha sido llamada a la Casa del Padre para tener esa vida en abundancia que su amado Jesús le había prometido desde tiempo atrás: «Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia» (Jn 10,10). 

Alfredo Delgado Rangel, M.C.I.U.

Un tesoro, una perla, una red... Un pequeño pensamiento para hoy

El Papa Emérito, Benedicto XVI, en su libro «La sal de la tierra» escribe: «Tener trato con Dios para mí es una necesidad. Tan necesario como respirar todos los días, como ver la luz o comer a diario, o tener amistades... Si Dios dejara de existir, yo no podría respirar espiritualmente. En el trato con Dios no hay hastío posible. Tal vez pueda haberlo en algún ejercicio de piedad, en alguna lectura piadosa, pero nunca en una relación con Dios como tal». Dios y el trato con él es el gran tesoro que tenemos, porque allí, en esa relación con él, tenemos el tesoro, la perla preciosa y la red que le da sentido a nuestra vida.

Hoy es domingo, en un rato o unas horas más, escucharemos  en el evangelio de Misa que el reino de Dios es como encontrar un tesoro o una perla preciosa, o como echar una red; y recitaremos como familia en la fe el «Padrenuestro» diciendo: «venga a nosotros tu Reino». Por el Reino de los cielos —dice Jesús— vale la pena dejarlo todo. Pero ¿qué es todo en esta sociedad «desencantada»? «Todo» es... ¡todo!:  seguridad económica, buena fama, expectativas, el «yo»... para vivir al estilo de Jesús. En una combinación de lo nuevo que hay que descubrir y lo antiguo que vale la pena conservar, vamos encontrando el Reino y sus valores.

¿Estamos buscando nosotros fe, como hombres y mujeres de  fe, algo o a Alguien en este mundo? ¿Creemos de verdad que hay un tesoro escondido o una perla preciosa? ¿Estamos dispuestos a venderlo todo a cambio de ese tesoro o de esa perla?... Nuestro tiempo para asistir a Misa, algo de nuestro dinero para ayudar  a quien lo necesita, nuestra voz para dar un poco de aliento al que lo necesita... De la mano de María pidamos a Dios, como Salomón, que nos dé discernimiento y sabiduría para descubrir el tesoro, la perla... la red. ¡Feliz y bendecido domingo!

Padre Alfredo.

sábado, 29 de julio de 2017

Renovarse en el amor... Un pequeño pensamiento para hoy

«El amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor» (cf. 1 Jn 4,7-16). ¡Cómo deben resonar estas palabras de la Escritura en el corazón de los discípulos-misioneros que anhelamos la instauración del Reino de Dios! Hoy termina la etapa los Ejercicios Espirituales dentro del llamado «Mes Inesiano» que se clausura el lunes. Una experiencia para las misioneras que han venido de diversas partes del mundo a renovar su «Sí» al Señor para hacerlo firme y perpetuo como el de María. «Para vino nuevo odres nuevos» (Mc 2,22) ha sido el lema.

Hoy todo mundo y en todo el mundo se habla del amor. Es una palabra tan frecuente que corre el peligro de devaluarse. El amor es un don de sí, algo que no sólo se puede quedar en palabras, dice san Ignacio en sus Ejercicios Espirituales, sino que se demuestra con las obras, porque es una deci­sión libre. ¡Así amó Dios al mundo! Le dio a su Hijo Único, «para que quien cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna» (Juan 3, 16). Para el discípulo-misionero, el amor no es otra cosa sino darse, y darse totalmente, hasta el punto de dar la propia vida por sus amigos, como el Maestro (cf. Jn 15, 13). Él nos amó hasta el extremo (Jn 13, 1). 

Dios es amor y todo cuanto ha hecho y sigue haciendo en nuestras vidas, ha sido por amor y para el amor. Un día, intempestivamente nuestra vida terminará en este mundo y empezaremos a vivir en la eternidad donde solamente el amor permanecerá... ¿Por qué no nos decidimos a amar ya, como amó María, como amaron los santos, como nos ama el mismo Dios? Feliz y bendecido sábado.

Padre Alfredo.

Los nueve martes a Santa Marta*... y la leyenda del dragón

De Santa Marta no se sabe mucho, lo único que se puede afirmar con certeza es que era una mujer de fe, cercana a Jesucristo, que le atendió en su propia casa. En su boca el Evangelista Juan pone una de las declaraciones de fe más grandes del Evangelio “Yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios”. Las leyendas nos hablan de su familia, o si estuvo junto a la cruz del Señor, cosa probable, puesto que Mateo dice estaban allí "muchas mujeres que le habían seguido desde Galilea”. Todo lo demás, pertenece a leyendas muy posteriores y de sabor medieval, sin ningún crédito, pero que como forman parte de la devoción, la cultura y el arte de siglos, pues lo resumo aquí:

Cuenta una leyenda medieval que los santos hermanos Lázaro, Marta y María se fueron a vivir a la Provenza francesa después de la resurrección del Señor y que fueron los evangelizadores de la zona. Se dice que en un bosque, situado entre Arles y Avignon , había por aquel tiempo un dragón. Esta fiera a veces salía del bosque, se sumergía en el río, volcaba las embarcaciones y mataba a cuantos navegaban en ellas.

Santa Marta, atendió los ruegos de la gente de la co­marca, y dispuesta a liberarla definitivamente, se fue al bosque a buscar a la fiera; la halló devorán­dose a un campesino. Santa Marta se acercó sin temor, la roció con agua bendita y le mostró una cruz. La bestia, al ver la cruz y sentir el contacto con el agua bendita, se tornó mansa como una oveja. Santa Marta se acercó nuevamente a ella, la amarró por el cuello con el cordón de su túnica, la sacó a un claro, y allí los hombres de la comarca le dieron muerte. Desde entonces, el lugar comenzó a lla­marse Tarascón porque el nombre del Dragón eta "La Tarasca".

Una vez que terminó con la fiera que era el azote de la comarca, Santa Marta, decidió dedicarse al ayuno y la oración en aquel bosque y pronto se le unieron varias mujeres. Edificó entonces una ba­sílica dedicada a la Virgen María, y un convento anexo en el que todas ellas organizaron su vida en comunidad a base de penitencia y oración. Es probable que "La Tarasca" (o dragón de Santa Marta) haya sido en realidad un reptil llamado "Dragón de Komodo" ya que tiene la apariencia de un dragón, sin embargo considero que el folclore y la creencia popular presentó este hecho un tanto extravagante con respecto a la bestia. Pero este hecho (Por muy extravagante que parezca) nos enseña que la gracia de Dios siempre vence y vencerá a las fuerzas del mal y por eso a santa Marta se le pide que interceda ante Dios nuestro Señor para causas muy difíciles de superar.

Desde tiempos inmemorables se tiene la devoción de hacer esta oración a Santa Marta durante  nueva martes seguidos:

¡Oh Santa Marta Milagrosa!
me acojo a tu amparo y protección,
entregándome por completo a ti
para que me ayudes en mi tribulación
y en prueba de mi afecto y acción de gracias, 
te ofrezco propagar tu devoción 
que te hago, desde luego.

Consuélame en mis penas y aflicciones,
te lo suplico por la inmensa dicha
que alegró tu corazón 
al hospedar en tu casa de Betania 
al Salvador del mundo;
intercede por mí y por toda mi familia 
para que conservemos 
en nuestros corazones a nuestro Dios
para que sean remediadas nuestras necesidades 
y en especial, ésta que ahora me aflige
(Haz aquí tu petición).

Te suplico venzas las dificultades
como venciste al dragón que tienes a tus pies. 
Amén.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Sepulcro de Santa Marta en Tarascón
*Oración muy antigua con aprobación eclesiástica.

viernes, 28 de julio de 2017

«No tendrás otros dioses»... Un pequeño pensamiento para hoy

«No tendrás otros dioses frente a mí. No te harás ídolos» dice la Primera Lectura de hoy viernes en el trozo del libro del Éxodo que la Iglesia no ofrece en alimento (Ex 20,3-4). Ya vamos terminando la semana y pudiéramos preguntarnos: ¿Se ha ido mi corazón cada día de esta semana detrás de Dios? ¿Lo he buscado como centro de mi vida o hay «otros dioses» que han captado mi atención?

Qué fácil es hoy en día dejarse llevar por «otros dioses» fabricados por el propio egoísmo: diosecilllos que parecen llenar el ansia de poder, de tener, de experimentar el placer... El mundo necesita corazones que acojan la Palabra de Dios (Mt 13,18-23) en una perspectiva absolutamente diferente de la que la picazón materialista y consumista tiene. La única ley, para quien tiene y cree en «un solo Dios» es la del amor.A cada uno se le pedirá darse como Él según su capacidad. Pero lo que se le pedirá será siempre «el amor» en la medida que cada uno pueda... y nada más que amor. Esa es la clave que nos hace pasar de la antigua alianza a la nueva, sellada en Cristo. Se trata de dejar que el «Único Dios» Padre, Hijo y Espíritu Santo (comunidad de amor) eduque el corazón para vivir cada día solamente movido por él.

En un día como hoy, pero de 2002, murió en olor de santidad la Madre Teresa Botello, primera sucesora de beata María Inés en el gobierno de las Misioneras Clarisas, una mujer que sembró la Palabra a muchas almas viviendo en un permanente estado de misión fiel a su fundadora y fiel, sobre todo, a los designios de amor de nuestro Dios. Ella, con la mirada fija en ese «Único Dios» y de la mano de María, hizo llegar a muchas almas el mensaje central de Jesús: el amor. Cada alma que pasa por este mundo y se une al «Divino sembrador», cuando es llamada a la Casa del Padre, no deja otras huellas que no sean las de Cristo. ¡Feliz y bendecido viernes!

Padre Alfredo.

jueves, 27 de julio de 2017

A video about the man and the woman... Our differences... Grazie a Dio

Responsabilidad de globalizar el amor de Jesús... Un pequeño pensamiento para hoy

Sabemos bien que, como hombres y mujeres de fe, los bautizados tenemos una responsabilidad ante el mundo porque a nosotros se nos ha concedido conocer a Jesucristo y su salvación, nos recuerda el Evangelio que la liturgia del día de hoy propone en la Santa Misa (Mt 13,10-17). Y es que a nosotros, por esa misma fe, se nos han mostrado los misterios escondidos desde antes de la creación del mundo que otros, no pueden ver ni gustar. Para nosotros se abren constantemente los secretos de la Escritura y por eso podemos comprender, apreciar e imitar las enseñanzas de Jesús.

En medio de este mundo, que se globaliza cada vez más en muchos aspectos, somos nosotros, los católicos (de corazón universal) quienes tenemos la encomienda de que el amor a Jesús se globalice también. Este es el grito suplicante de Madre Inés a nuestro Dios: «Qué todos te conozcan y te amen, es la única recompensa que quiero». Inmensa responsabilidad de que el amor sea amado. Es cierto que no somos capaces de penetrar todo y que no todo lo entendemos; estamos en camino y tenemos que continuar a los pies del Señor orando y escuchando sus enseñanzas en parábolas, pero, no debemos esperar a tener un pleno conocimiento de todo para poner ante los hombres aquello que hemos visto y oído.

Ya es jueves, casi se termina la semana... ¿He leído el Evangelio con atención en esta semana pidiendo a María que me ayude a comprenderlo y guardarlo en el corazón? ¿Soy como los que no entienden nada o como aquel a quien le he dado conocer el Reino? Hoy, ante Jesús Eucaristía en un rato de adoración, es una buena pregunta que nos podemos hacer y gozar de un excelente Jueves Eucarístico. ¡Feliz y bendecido Jueves!

Padre Alfredo.

miércoles, 26 de julio de 2017

La fiesta de Joaquín y Ana, los abuelos de Jesús... Un pequeño pensamiento para hoy

Cada 26 de julio, la Iglesia Católica celebra la fiesta de los padres de la Santísima Virgen María, San Joaquín y Santa Ana, que, a la vez, son los «abuelos» de Jesús y por lo mismo, declarados desde hace mucho tiempo patronos de los abuelos. Seguramente que, como muchos de nuestros abuelos, ellos fueron ejemplo perfecto de vida interior y de «compromiso con la vida». La conmemoración de Joaquín y Ana es una buena ocasión para recordar la tarea tan importante de la educación en la fe que tienen los abuelos en la familia. 

Dios se ha emparentado con la estirpe humana en una familia. Los protagonistas de la fiesta de hoy son ellos dos, el insigne y glorioso patriarca San Joaquín y la bondadosísima Santa Ana —cuyos nombres se conservaron gracias a la tradición de los cristianos—, pero el objeto de la alabanza, en todo momento, es la providencia divina que, en María, prepara los caminos para la llegada del Salvador. 

«La tierra fértil» de la que habla hoy Jesús en el Evangelio, es la que se va abonando y preparando en la vida de familia, para que ahí caiga la «buena semilla» (Mt 13,1-9) y los abuelos, como afirmó Benedicto XVI, un día como hoy en 2009, resaltando las figuras de San Joaquín y Santa Ana, tienen una gran importancia en el rol educativo de en la familia, porque ellos «son depositarios y con frecuencia testimonio de los valores fundamentales de la vida». En este miércoles envío un saludo a todos los abuelos y felicito a quienes llevan el nombre de Joaquín y Ana... ¡Que tengan un día muy bendecido todos! 

Padre Alfredo.

martes, 25 de julio de 2017

«EL DÍA DEL SEÑOR»... Orígenes y evolución del domingo


INTRODUCCIÓN.

El domingo, desde el punto de vista histórico, es la primera fiesta cristiana y además, durante mucho tiempo, fue la única fiesta que se celebraba. Los primeros cristianos comenzaron a celebrar el domingo como día especial, pues ya en la primera carta a los Corintios se nos habla del domingo (16,1), al igual que en los Hechos (20,27), la Didaché (14,1) y el Apocalipsis (1,10).


I. NOMENCLATURA.

El domingo fue designado primeramente como «el día primero de la semana» o «día siguiente al «sábado»; «día octavo», «día primero», «día del sol» y «día del Señor».

El día del Señor comporta la idea de que Jesús, por su Resurrección, ha sido constituido Señor de vivos y muertos, que volverá al final de los tiempos a juzgar y que su reino no tendrá fin. Este es uno de los temas principales que contenía el primer anuncio (kerigma) que daban los primeros creyentes. Se refiere al día que hizo el Señor, día de alegría y de gozo, referido, claro está, a la resurrección.

El domingo, como día primero, significa el día en que Cristo, por su resurrección, que aconteció el primer día de la semana, inaugura una nueva creación, superior a la primera. En este sentido lo entenderán algunos escritores eclesiásticos posteriores, como Clemente de Alejandría, Eusebio de Cesarea; el Pseudo Eusebio de Alejandría y otros. Hay, pues, una aproximación entre la primera creación del Génesis y la nueva creación que ha realizado la resurrección de Cristo. Como día octavo, el domingo es el día que recuerda el bautismo, en cuanto realidad que nos salva y como nueva circuncisión que suplanta a la circuncisión judía, que se celebraba el octavo día, y, sobre todo, el anuncio del día que no tendrá fin, con un sentido escatológico. De todas maneras, esta variada terminología expresa una realidad fundamental: el domingo es el día que celebra el misterio de la resurrección del Señor. 


II. LOS ORÍGENES.

Es indiscutible que el significado y el origen del domingo tienen como trasfondo el conjunto de hechos y tradiciones que forman la Pascua: Resurrección de Cristo victorioso, y las apariciones a los suyos. Esa es la causa que explica la conexión que establecen muchos testimonios antiguos entre la celebración dominical cristiana y el gran suceso pascual, el nexo entre la Pascua de Cristo y el domingo cristiano, y el carácter alegre y festivo del primitivo domingo, que siempre tuvo un tinte de esperanza en la resurrección.

La constitución Sacrosanctum Concilium, el Concilio Vaticano II, resume muy bien el origen y el significado pascual del domingo: «La Iglesia celebra el misterio pascual en virtud de una tradición apostólica que se remonta el mismo día de la Resurrección de Cristo, cada ocho días. A este día se le llama con razón el día del Señor o domingo» . Es innegable que la Iglesia, celebrando la resurrección y las apariciones del Resucitado la tarde de Pascua y ocho días después, iluminada por la luz del Espíritu Santo, «desde entonces, nunca ha dejado de reunirse para celebrar el misterio pascual... celebrando la Eucaristía, en la cual se hacen de nuevo presentes la victoria y el triunfo de su muerte» .


III. ELEMENTOS ESPECÍFICOS DEL DOMINGO.

La celebración Eucarística, en definitiva, es el eje dominical. En ella el Resucitado se hace presente entre sus hermanos en la fe y éstos se encuentran con él a nivel sacramental. De este modo aparece que la resurrección no sólo ha dado origen y fisonomía al domingo sino que ha estado también, desde el principio, en el corazón de la celebración dominical.

Esta presencia de Jesús resucitado, a la vez que alegra a la comunidad reunida en su nombre y sintiéndolo muy cercano, aumenta la esperanza de volver a verlo, originando así una vivísima tensión escatológica, resultante de unir la presencia de Cristo resucitado en la celebración de la santa Misa con su última y definitiva venida, esperada ardientemente, como se desprende de las palabras dichas en la misma Celebración Eucarística: «Ven, Señor Jesús». El Resucitado, cada domingo en que se celebra la Eucaristía y por supuesto todos los días en cada celebración de la Misa, no sólo se hace presente, sino que se entrega como «pan de vida» o «antídoto para no morir», como dice san Ignacio de Antioquía, convirtiéndose así en prenda y anticipo de la resurrección de los cristianos.

Dentro de este marco, el domingo incluyó la lectura de la Palabra de Dios. Mientras vivieron los Apóstoles, su voz resonaba en la asambleas eucarísticas, como atestigua el relato de Tróade (Hch 20,7-12); más tarde, comenzaron a leerse sus escritos y todos los demás de Antiguo y del Nuevo Testamento. La Palabra de Dios incluía un comentario actualizado, es decir, lo que ahora conocemos como la homilía. La liturgia de la Palabra tuvo tanta importancia, que pronto vino a ser inconcebible una celebración dominical en la que no se partiese a la vez el pan de la Palabra y el pan Eucarístico.

La celebración de la Eucaristía trajo consigo la inclusión de un tercer elemento dentro de la primitiva estructura del domingo, el «reunirse en común para participar en la Eucaristía». En torno a la presencia del Señor en la Eucaristía, los cristianos se expresaban mutuamente los vínculos de fraternidad, surgidos del bautismo, por el perdón de las ofensas, el ósculo de la paz y la limosna. Esto era tan importante, que la ausencia de un cristiano de la celebración se consideraba como signo de la quiebra inicial o definitiva de la nueva vida que en él había inaugurado el bautismo.

Hay otro elemento o aspecto que es importante tocar. El descanso del domingo. La celebración primitiva del domingo no exigió ni incluyó el descanso laboral, ni siquiera en el ambiente jerosolimitano (de Jerusalén o relativo a esta ciudad israelí), donde parece que coexistieron durante algún tiempo la celebración sabática y la dominical. Desde el inicio, la minoría cristiana, sobre todo en la gentilidad, los cristianos tenían que aceptar y compartir unas estructuras sociales y civiles en las cuales el domingo era un día laboral. Incluso ese contexto podía explicar que las reuniones para celebrar la Eucaristía tuvieran lugar el atardecer del sábado o el domingo muy de mañana o por la noche. El descanso dominical no entró en la praxis cristiana hasta que Constantino lo impuso como obligatorio dentro del imperio.

Cabe mencionar que en aquellos primeros tiempos no era una obligación moral tomar parte en la Eucaristía, pero la comunidad de creyentes se sentía urgida a hacerlo y los fieles superaban con su fervor las dificultades que surgían del carácter laboral del domingo y de otras circunstancias, a veces no sólo adversas, sino hostiles. Gracias a esa participación, verdaderamente piadosa y consciente, su vida se convertía en un claro y atrayente testimonio cristiano.


IV. EVOLUCIÓN DEL DOMINGO.

A partir del siglo IV, el domingo experimenta una importante evolución, gracias a la ley del descanso, el desarrollo del año litúrgico, el entibiamiento del fervor primitivo y la sobrevaloración de las fiestas de los santos.

A partir del 3 de marzo del aó 321, el emperador Constantino impuso la obligación de descansar el domingo. No podemos definir las causas y motivaciones que provocaron esto sino en relación con el Domingo de Resurrección. Los emperadores que lo siguieron fueron haciendo lo mismo y añadiendo a la lista cosas que no se podían hacer el domingo, como la prohibición de juegos y espectáculos en domingo, por respeto al culto divino. Así, se fue favoreciendo la concurrencia en la liturgia dominical y la participación en los actos de caridad de la Iglesia. La Iglesia fue pidiendo a los fieles, de manera oficial, que honraran el domingo absteniéndose del trabajo, en cuanto fuera posible.

En los siglos V y VI el año litúrgico sufrió un fuerte desarrollo. Se organizaron la Cuaresma, el Tiempo Pascual, la Navidad-Epifanía y el Adviento. Se aumentó el número de santos en el calendario y se introdujeron las primeras fiestas marianas. Todo esto trajo consigo un cambio significativo respecto al domingo; de tal modo que no tardó en oscurecerse su carácter de día de la resurrección, siendo necesario muy pronto un esfuerzo de reflexión para redescubrirlo.

San Ignacio de Antioquía dice que no faltaba un cierto número de cristianos tibios o indolentes, que celebraban sin fervor el domingo y no participaban en la Santa Misa. Este grupo aumentó mucho cuando masas enteras se convirtieron al cristianismo después de la paz de Constantino sin la preparación evangelizadora deseable. Los Padres empezaron a hablar del peligro de condenación a que se exponían quienes faltaban frecuentemente a la Eucaristía dominical. De entre los Padres, es Máximo de Turín (a. 408-423), el primero que considera la ausencia a la Eucaristía dominical como una ofensa a Dios, pues supone un desprecio a la invitación de Cristo. San Cesáreo de Arlés (a. 542) es el primero que dice expresamente que es «pecado grave contra Dios» faltar a la misa dominical. Es en el concilio de Agda (a. 506) cuando se sanciona explícitamente la obligación grave de participar en la misa del domingo.

Hacia el siglo IX se exigía que la participación en la misa dominical fuera en la propia parroquia, pero luego eso se descartó y se abrogó completamente por el Papa Clemente VIII. Pero se siguió insistiendo en la obligación grave de oír misa entera todos y cada uno de los domingos.

Respecto al santoral, podemos decir que la dinámica interna de la Iglesia y del mismo año litúrgico provocaron el crecimiento de la celebración de los santos. Pero al no valorarse bien durante la Edad Media la primacía del misterio de Cristo, el domingo fue desplazado con frecuencia por la celebración de un santo o por otra celebración votiva.

A partir del siglo XVII se inicia una situación tan grave, que el oficio dominical estaba casi abolido en tiempos de san Pío X. Este Papa dio medidas muy restrictivas sobre la celebración de fiestas en domingo. Tenían carácter provisional, pues pretendía realizar una reforma más amplia; reforma que no pudo ultimar por falta de tiempo.


A MANERA DE CONCLUSIÓN.

La Iglesia celebrando el día de la resurrección de Cristo, empezó a celebrar el Misterio Pascual cada ocho días, en el día llamado con razón «Día del Señor» o domingo. En este día los fieles se reunían a escuchar la Palabra y a compartir la Eucaristía, recordando la pasión, la resurrección y la gloria del Señor que se hace nuevamente presente cada vez que se celebra la Eucaristía.

Los primeros cristianos hicieron de este día, su reunión y culto; era el día consagrado por la resurrección del Señor, día de liberación total, obtenida por el sacrificio del calvario. Lo principal del domingo era y sigue siendo la reunión de los hermanos para celebrar la Cena del Señor.

Con el paso de los años, la celebración del domingo ha tenido sus altibajos. 


PREGUNTAS PARA PROFUNDIZAR EN EL TEMA:

1. ¿Qué significado tenía el domingo para los primeros cristianos?
2. ¿Cómo vives tú el domingo, como día del Señor?
3. ¿Por qué hubo un tiempo en que fue viniendo a menos la celebración del domingo?
4. ¿Se puede decir que hoy vivimos el domingo como los primeros cristianos?
5. ¿Cuáles sería las características de un domingo como «día del Señor»?

Alfredo Delgado, M.C.I.U.

Hoy es día de Santiago, Apóstol... Un pequeño pensamiento para hoy

Este martes es día de «Santiago, Apóstol» o como dice mucha gente: ¡Santo Santiago! El Apóstol Santiago fue el primero de los Doce en derramar su sangre por el Maestro, en beber su cáliz y con su testimonio nos enseña que seguir a Jesús no significa tanto repetir sus palabras, o hacer sus milagros, sino estar dispuestos a dar la vida como él la dio. Por tanto, en el discernimiento acerca de qué es un cristiano, el criterio definitivo tendría que ser: «Es aquel que da la vida como Cristo». 

Hoy mucha gente quiere «ser el primero»... Ser el primero en estrenar el nuevo gadget, ser el primero que tiene ese coche, ser el primero que alcanzó tal certificación.... ¡ser el primero! Sigue verdaderamente a Cristo quien piensa en «ser el primero» que cada día  entregue su vida como Él: sirviendo, amando, apoyando, alentando, curando, acompañando... ¡ser el primero! Hoy se ha puesto de moda para muchos hacer el «Camino de Santiago», una de las rutas de peregrinación más importantes de Europa que ha atraído a gente de todo el mundo... ¡seguramente, por lo que me cuentan quienes han vivido el recorrido, una experiencia maravillosa!

Pero Cristo mismo dijo que: «nadie tiene amor más grande que el dar la vida por sus amigos» (Juan 15,13) y así lo contemplamos, hasta llegar a la Cruz... ¡Ese fue el camino de Santiago! Sería bueno analizar mi vida y ver si he estado dispuesto a «ser el primero» en buscarle para imitarle. El tiempo pasa muy de prisa y este es el camino que hay que seguir: «Yo soy el camino, la verdad y la vida» (Jn 14,6). ¡Feliz día del Apóstol Santiago! 

Padre Alfredo.

lunes, 24 de julio de 2017

Unas vacaciones de verano bien empleadas...


En un mundo globalizado y a la vez, paradójicamente tan dividido, preocupado por tantas y tantas cosas y que vive una especie de ausencia de Dios, es reconfortante saber de misioneros que quieran emplear sus «vacaciones de verano» en llevar a Cristo a quienes no le conocen aún.

«Yo les aseguro —dice Jesús en el Evangelio— que todo aquel que me reconozca abiertamente ante los hombres, lo reconocerá abiertamente el Hijo del hombre ante los ángeles de Dios» (cf. Lc 12,8-12). ¡Qué bien que el Señor nos dice esto en su Palabra! Es la tarea de nuestros Vanclaristas y misioneros voluntarios... ¡Ésta debería ser la vida de cada uno de los bautizados! Reconocer abiertamente en la familia, en el trabajo, en donde sea, que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios vivo, el Salvador. Reconocer abiertamente que Dios nos ama y que nuestra respuesta de amor se debe concretizar en un «vivir para el Señor» dando testimonio de vida en todas partes. Por eso es tan importante que seamos conscientes de que, desde nuestro bautismo, hemos recibido la fuerza del Espíritu, a quien podemos pedir su gracia porque está claro que, como dice Jesús en la Escritura: «Él les enseñará en aquel momento lo que tengan que decir» (Lc 12,12).

Cuando la beata María Inés Tersa del Santísimo Sacramento, pensó en la tarea de los seglares en la Iglesia y, sobre todo en Van-Clar, pensó en laicos que se apasionaran por Cristo, que quisieran vivir para Él, que quisieran reconocerlo en todas partes y lo llevaran, ellos mismos, a todas partes. Por la gracia y la acción del Espíritu Santo, los Vanclaristas, los miembros de Familia Eucarística y los voluntarios misioneros de la Familia Inesiana, en su condición de laicos cumplen su misión en medio del mundo caminando como Abraham, nuestro padre en la fe «esperando contra toda esperanza» (Rm 4,18) y creyendo que el plan de Dios, de que todos le conozcan y le amen se cumplirá porque, como dice el salmista (Salmo 104): «El Señor nunca olvida sus promesas».

¡Qué reconfortante es ver a nuestros misioneros laicos llevar la Buena Nueva con audacia a todos los rincones del mundo! San Juan Pablo II, ese misionero incansable que dio la vuelta al mundo varias veces llevando el mensaje de salvación, decía que «todo creyente está llamado a cooperar en la difusión del Evangelio y a vivir el espíritu y los gestos de la misión entregándose con generosidad a los hermanos» (Mensaje para el Domund de 1995). ¿Qué significa la herencia maravillosa de este santo misionero sino una invitación a reconocer a Cristo en todas partes y a llevarlo a donde aún no lo conocen y lo aman?

¡Qué hermoso y comprometedor el lema que Madre Inés dejó a los Vanclaristas: «Vivir para Cristo» y que hermosa también la tarea encomendada a los seglares de la Familia Inesiana: «Dar testimonio de vida cristiana en el lugar en que te encuentres». La beata, que leía, meditaba el Evangelio cada día, sabía que lo que pedía a los laicos era lo que Dios quiere de todo bautizado. Los seglares de la Familia Inesiana: Vanclaristas, miembros de Familia Eucarística, misioneros voluntarios, amigos de Madre Inés, maestros y evangelizadores, etc. no pueden dudar de su vocación misionera, no pueden dudar de que el Señor los ha elegido desde su bautismo de una manera muy especial para llevarlos a todo el mundo. No pueden dudar de que Dios les pide su presencia, su palabra, su sonrisa, su oración, su trabajo, su dolor, su enfermedad... para que el mundo lo conozca y lo ame.

Estoy convencido, con ustedes, de que la tarea no es nada fácil... ¡Que no lo ha sido hasta ahora, que es difícil caminar evangelizando contra toda esperanza (cf. Rm 4,18). Les invito a ir conmigo a unas bodas, las bodas de Caná de las que nos habla el evangelista san Juan: «Hubo unas bodas en Caná de Galilea a las que asistió la Madre de Jesús...» En esa ocasión, Jesús dio principio a sus milagros, manifestó su poder «y sus discípulos creyeron en Él» (cf Jn 2,1.11). La Virgen María, en aquella ocasión, solamente dijo unas cuantas palabras que siguen resonando hoy en corazón de todo discípulo-misionero de Jesucristo: «Hagan lo que Él les diga» (Jn 2,25). Sí, esta es la clave del laico discípulo-misionero que vive en medio del mundo. Sí, hay que hacer «lo que Él les diga», dejándose guiar por la fuerza del Espíritu Santo. «Hagan lo que Él les diga» como dijo María y como ella misma siempre lo hizo; así como lo hizo Abraham, así como lo hizo Madre Inés y esto bastará. 

Volviendo a san Juan Pablo II, quiero recordar ahora algo más de lo que Él, en tan bastos mensajes y escritos nos dejó en herencia: «El Espíritu del Señor anima y lleva a su realización todo proyecto misionero»... Hagan, hermanos laicos, lo que el Señor Jesús les diga como personas, como familia, como Iglesia doméstica, como misioneros de todo tiempo y lugar.  hagan lo que Él les diga y no se queden instalados. Hagan lo que Él les diga como estudiantes, como hombres y mujeres de oficina, como obreros, como empresarios, como choferes, como casados, como solteros, como gente de la tercera edad, como adolescentes, como enfermos, como hijos, como hermanos y amigos... Él siempre nos va a decir a todos los bautizados: «Vayan por todo el mundo y prediquen el evangelio» (Mc 16,15).

Gracias a todos nuestros misioneros seglares por enseñarnos a vivir unas vacaciones bien empleadas.

Alfredo Delgado Rangel, M.C.I.U.

La vocación misionera... Siempre válida y actual.

«Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda criatura» (Mc 16,15) dice el Evangelio, este Evangelio que es anuncio y fuente de gozo y salvación que nos recuerda que la Iglesia, nuestra amada Iglesia, es misionera por naturaleza (AG 1) y que cada uno de nosotros, desde nuestro bautismo, somos un «discípulo-misionero».

La vocación misionera —siempre válida y actual— llenaba el corazón de la beata María Inés Teresa. Los miembros de la Familia Inesiana somos hijos de un corazón misionero que supo escuchar el Evangelio y se lanzó, como los Apóstoles, a vivirlo: «Ellos fueron y proclamaron el Evangelio por todas partes y el Señor actuaba con ellos y confirmaba su predicación con los milagros que hacían» (Mc 16,20). La beata María Inés Teresa escuchó e hizo vida estas palabras y no le bastó aplicarlo solamente a su persona, quiso una legión de misioneros, quizo que muchos discípulos-misioneros vivieran también este mandato evangélico. Hoy se necesita que muchos digan «Yo también voy».

El Señor, a cada bautizado, le pide la plena entrega de todo su ser para difundir el Evangelio, la Buena Nueva de salvación. Nadie puede replegarse en sí mismo. Hay que abrir la mente y el corazón a los horizontes infinitos de la misión. ¡No hay que temer ser misioneros en medio de este mundo globalizado y contaminado por tantos virus de indiferencia y de un materialismo desmedido! Nuestro tercer milenio necesita de misioneros de la oración, del sacrificio, de la ofrenda de sí mismos en cualquier clase y condición que dejen que el Espíritu del Señor los anime y los sostenga para que, por su testimonio y entrega apostólica, sean muchos más los que conozcan, amen y sigan al Señor. 

Cristo se ha quedado en la Eucaristía para ser la fuerza y el sostén de cada discípulo-misionero. Desde el Sagrario nos acompaña en todo momento. En la celebración de cada Eucaristía, él nos alimenta con su Cuerpo y con su Sangre para que nuestro ardor misionero se mantenga vivo en él y se renueve con su Palabra y el gozo de la comunidad bajo la mirada de María, la primera entre los creyentes.

Si cada bautizado, consciente de su condición de discípulo-misionero, se lanzara a dar un gozoso testimonio de la Buena Nueva a los que están cerca y a los que están lejos, este mundo sería diferente. Cada uno es un valioso instrumento del Señor, como lo fue Madre Inés y tantos otros santos que de distinta clase y condición, conscientes de su condición de discípulos-misioneros, no se dieron descanso alguno para anunciar la Buena Nueva. «¡Qué hermoso es ver correr sobre los montes al mensajero que trae buenas noticias! (Is 52,7)

Que nuestro ardor misionero se renueve hoy y cdaa día para anunciar a Cristo con la palabra, con la presencia, con la gracia de nuestro ser y quehacer de discípulos-misioneros. Me parece escuchar a la beata María Inés Teresa que nos vuelve a repetir una palabras que dijo hace mucho tiempo y que siguen siendo siempre actuales: «Dios nos quiere optimistas, trabajadores, generosos en nuestra entrega; vale la pena vivir así y luchar por que los demás lo vivan también, porque la realidad eterna que nos espera, es sublime» (Cartas).

Alfredo Delgado Rangel, M.C.I.U.

«Una señal»... Un pequeño pensamiento para hoy

Los fariseos pedían a Cristo una «señal», un «signo extraordinario» para demostrar que Él era el Mesías. El único «signo» que les dará, dice Cristo, es un Mesías escondido durante tres días en el seno de la tierra/ballena: «Jonás». El signo es, entonces, el misterio de la Pascua: dejarse «derrotar» por la muerte para hacerla estallar desde dentro, porque Jesús es más que Jonás (profeta) y es más que Salomón (rey). En él se cumple toda profecía y se realiza todo reinado. No tenemos que esperar a nadie más.

¿Qué esperamos al iniciar una semana laboral y de estudios más? ¿Qué esperar de Dios hoy que es lunes? ¿Signos, señales... qué? Jesús se queja de que a él no le hacen caso, después de todos los milagros acreditativos de su dignidad mesiánica. Y no le hacen caso «los letrados» porque piensan que es Jesús el que tiene que hacerles caso a ellos. Dios es quien lleva el rumbo de nuestras vidas, cada vez que recitamos el Padrenuestro, que Cristo nos enseñó decimos: «Hágase, Señor tu voluntad»... ese es su «signo» más grande. Jesús no hizo otra cosa en su vida pública que «hacer la voluntad del Padre» predicando la Buena Nueva del Reino.

Por la fe, nosotros confiamos ciegamente en el Señor. Nos equivocamos mil veces, las mismas que, con la sinceridad y transparencia que podemos, solicitamos perdón y volvemos a empezar... Hoy es un buen día para volver a empezar sin pedir «signos» más que el de su amor misericordioso que perdona y salva. ¿Soy de los que desean y piden signos extraordinarios que manifiesten la voluntad de Dios, o procuro verla o, al menos, intuirla, en todo lo que hizo, hace y espero que siga haciendo por mí? ¡Feliz y bendecido lunes!

Padre Alfredo.

domingo, 23 de julio de 2017

¡Hoy es domingo, día de participar en la Santa Misa!... Un pequeño pensamiento para hoy

¡Hoy es domingo, día de participar en la Santa Misa! San Juan Pablo II decía que de la celebración dominical surgen los motivos de alegría y esperanza, que dan nuevo sabor a la vida de cada día y constituyen un antídoto vital contra la posible tentación del aburrimiento, la falta de sentido y la desesperación. Hay gente que dice que los domingos son aburridos. Tal vez les falta el sabor de alegría y esperanza que deja la participación en la santa Misa. ¡Cuántas oportunidades se presentan cada domingo de estar con el Señor! ¡Cuánto podemos ganar participando en la Santa Misa!

El trigo y la cizaña crecen a la par en nuestro mundo interior (Mt 13, 24-30) y no podemos dejar que la cizaña de la tristeza y el aburrimiento acaparen nuestra atención... ¡Qué crezca a la par y que estemos listos para cortarla de raíz para conservar el trigo de la alegría y de la esperanza! Tal vez hay quien le piense para ir a Misa del domingo... ¡No le pienses mas! Al salir de la celebración habrás arrancado la cizaña y, con el alimento de la Palabra y de la Eucaristía, podrás seguir enfrentando las vicisitudes de este mundo como trigo limpio.

El Señor Jesús, en la santa Misa, es nuestra defensa contra la «mala hierba». Jesucristo viene a salvarnos: para eso precisamente se hizo Hombre y nos redimió, y no quiere que ninguno de nosotros se pierda. En la Misa dominical Él espera por nuestra conversión; siempre espera, con la Madre santísima la conversión de todos, especialmente de los engañados. Él espera a todos en cada Misa para quitar la cizaña del aburrimiento, la falta de sentido y la desesperación... ¡El que tenga oídos, que oiga!

Padre Alfredo.

sábado, 22 de julio de 2017

NOVENA A SAN IGNACIO DE LOYOLA...


»PRIMER DÍA«

Hacemos la Señal de la Cruz.

¡Señor mío, Jesucristo! Dios y Hombre verdadero, Creador, Padre y Redentor mío; por ser Vos quien sois, Bondad infinita, y porque os amo sobre todas las cosas, me pesa de todo corazón de haberos ofendido; también me pesa porque podéis castigarme con las penas del infierno. Ayudado de vuestra divina gracia propongo firmemente nunca más pecar, confesarme y cumplir la penitencia que me fuere impuesta. Amén.

Oración inicial para todos los días: 

Gloriosísimo Padre y Patriarca San Ignacio, fundador de la Compañía de Jesús y Padre amantísimo: si es para mayor gloria de Dios, honor vuestro y provecho de mi alma que yo consiga la gracia que os pido en esta novena, alcanzadla del Señor; y si no, ordenad mi petición con todos mis pensamientos, palabras y obras a lo que fue siempre el blasón de vuestras heroicas empresas: a mayor gloria de Dios.

Oración para el primer día:

Jesús mío dulcísimo, que nos revelaste los misterios sagrados de vuestra fe, y por vuestra predicación deseasteis plantarla en los corazones humanos como raíz de todas las buenas obras y de la eterna salvación; os ofrezco los merecimientos de mi glorioso Padre San Ignacio, y singularmente los de su iluminada fe, con la cual creería cuantos misterios están escritos en las santas Escrituras, aunque se perdiesen todos los libros sagrados, y de la cual animado la defendió contra los herejes, la dilató entre los gentiles y la avivó entre los católicos. Os suplico, Padre amantísimo de mi alma, me deis una fe vivísima de vuestros divinos misterios que me ilustre para creerlos y estimarlos como verdadero hijo de la santa Iglesia con fervorosas obras de perfecto cristiano y me concedáis la gracia que os pido en esta novena, si es para mayor gloria de Dios, honor del Santo y bien de mi alma. Amén.

Tres Padrenuestros y Avemarías. Mencionar aquí la intención personal, grupal o comunitaria.

Oración final para todos los días:

Oh Dios, que para propagar la mayor gloria de tu nombre, has fortalecido por medio de San Ignacio a la Iglesia militante con un nuevo auxilio: alcánzanos que con su ayuda y a imitación suya peleemos en la tierra hasta conseguir ser coronados con él en el cielo. Por Cristo nuestro Señor. Amén.



»SEGUNDO DÍA«

Hacemos la Señal de la Cruz.

¡Señor mío, Jesucristo! Dios y Hombre verdadero, Creador, Padre y Redentor mío; por ser Vos quien sois, Bondad infinita, y porque os amo sobre todas las cosas, me pesa de todo corazón de haberos ofendido; también me pesa porque podéis castigarme con las penas del infierno. Ayudado de vuestra divina gracia propongo firmemente nunca más pecar, confesarme y cumplir la penitencia que me fuere impuesta. Amén.

Oración inicial para todos los días: 

Gloriosísimo Padre y Patriarca San Ignacio, fundador de la Compañía de Jesús y Padre amantísimo: si es para mayor gloria de Dios, honor vuestro y provecho de mi alma que yo consiga la gracia que os pido en esta novena, alcanzadla del Señor; y si no, ordenad mi petición con todos mis pensamientos, palabras y obras a lo que fue siempre el blasón de vuestras heroicas empresas: a mayor gloria de Dios.

Oración para el segundo día:

Jesús mío dulcísimo, que prometisteis a vuestros siervos tendrían en vuestra esperanza todos los tesoros del mundo y nada les faltaría de cuanto esperasen confiados en vuestra liberalidad tan amorosa como infinita: os ofrezco los merecimientos de mi glorioso Padre San Ignacio, y singularmente aquella firmísima esperanza que le sirvió de tesoro inagotable en su pobreza, de áncora segura en las tormentas de tantas persecuciones, y de una gloria anticipada entre los riesgos de esta miserable vida. Os suplico, Padre amantísimo de mi alma, me concedáis una esperanza segura de salvarme, afianzada en las buenas obras hechas con vuestra gracia y revestidas de vuestros méritos y promesas; y también de conseguir los bienes de esta vida conducentes a mi eterna salvación y proporcionados a mi estado, y la gracia que os pido en esta novena, si es para mayor gloria de Dios, honor vuestro y provecho de mi alma. Amén.

Tres Padrenuestros y Avemarías. Mencionar aquí la intención personal, grupal o comunitaria.

Oración final para todos los días:

Oh Dios, que para propagar la mayor gloria de tu nombre, has fortalecido por medio de San Ignacio a la Iglesia militante con un nuevo auxilio: alcánzanos que con su ayuda y a imitación suya peleemos en la tierra hasta conseguir ser coronados con él en el cielo. Por Cristo nuestro Señor. Amén.



»TERCER DÍA«

Hacemos la Señal de la Cruz.

¡Señor mío, Jesucristo! Dios y Hombre verdadero, Creador, Padre y Redentor mío; por ser Vos quien sois, Bondad infinita, y porque os amo sobre todas las cosas, me pesa de todo corazón de haberos ofendido; también me pesa porque podéis castigarme con las penas del infierno. Ayudado de vuestra divina gracia propongo firmemente nunca más pecar, confesarme y cumplir la penitencia que me fuere impuesta. Amén.

Oración inicial para todos los días: 

Gloriosísimo Padre y Patriarca San Ignacio, fundador de la Compañía de Jesús y Padre amantísimo: si es para mayor gloria de Dios, honor vuestro y provecho de mi alma que yo consiga la gracia que os pido en esta novena, alcanzadla del Señor; y si no, ordenad mi petición con todos mis pensamientos, palabras y obras a lo que fue siempre el blasón de vuestras heroicas empresas: a mayor gloria de Dios.

Oración para el tercer día:

Jesús mío dulcísimo, que tanto deseasteis el amor de vuestras criaturas que nos intimasteis como máximo y principal precepto amar a nuestro Dios con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas: os ofrezco los merecimientos de mi glorioso Padre San Ignacio, y singularmente aquel inflamadísimo amor con el cual, abrasado en un serafín humano, respiraba sólo llamas de amor divino, refiriendo todas sus palabras y pensamientos a la mayor gloria de Dios y deseando por premio de su amor más y más amor, posponiendo la certeza de su eterna felicidad a la gloria de servir a Dios. Os suplico, Padre amantísimo de mi alma, me concedáis una centella de ese fuego sagrado de mi seráfico Padre San Ignacio, y la gracia que os pido en esta novena a mayor gloria de Dios, honor del Santo y provecho de mi alma. Amén.

Tres Padrenuestros y Avemarías. Mencionar aquí la intención personal, grupal o comunitaria.

Oración final para todos los días:

Oh Dios, que para propagar la mayor gloria de tu nombre, has fortalecido por medio de San Ignacio a la Iglesia militante con un nuevo auxilio: alcánzanos que con su ayuda y a imitación suya peleemos en la tierra hasta conseguir ser coronados con él en el cielo. Por Cristo nuestro Señor. Amén.



»CUARTO DÍA«

Hacemos la Señal de la Cruz.

¡Señor mío, Jesucristo! Dios y Hombre verdadero, Creador, Padre y Redentor mío; por ser Vos quien sois, Bondad infinita, y porque os amo sobre todas las cosas, me pesa de todo corazón de haberos ofendido; también me pesa porque podéis castigarme con las penas del infierno. Ayudado de vuestra divina gracia propongo firmemente nunca más pecar, confesarme y cumplir la penitencia que me fuere impuesta. Amén.

Oración inicial para todos los días: 

Gloriosísimo Padre y Patriarca San Ignacio, fundador de la Compañía de Jesús y Padre amantísimo: si es para mayor gloria de Dios, honor vuestro y provecho de mi alma que yo consiga la gracia que os pido en esta novena, alcanzadla del Señor; y si no, ordenad mi petición con todos mis pensamientos, palabras y obras a lo que fue siempre el blasón de vuestras heroicas empresas: a mayor gloria de Dios.

Oración para el cuarto día:

Jesús mío dulcísimo, que nos recomendasteis la caridad y el amor a los prójimos como el distintivo y señal de vuestra escuela, diciendo que en esto se habían de conocer vuestros discípulos: os ofrezco los merecimientos de mi glorioso Padre San Ignacio, y singularmente aquella ardentísima caridad con que deseaba encender en el fuego del divino amor a todos los hombres del mundo, y con que hizo y padeció tanto por su eterna salvación y por asistirlos en todos sus trabajos. Os suplico, Padre amantísimo de mi alma, me concedáis una caridad inflamada, con la cual, a imitación de mi Padre San Ignacio, trabaje continuamente en el bien y salvación de mis prójimos con mis palabras y ejemplos, y con cuanto necesitaren de mi caritativa asistencia, y la gracia que os pido en esta novena a mayor gloria de Dios, honor del Santo y bien de mi alma. Amén.
Tres Padrenuestros y Avemarías. Mencionar aquí la intención personal, grupal o comunitaria.

Oración final para todos los días:

Oh Dios, que para propagar la mayor gloria de tu nombre, has fortalecido por medio de San Ignacio a la Iglesia militante con un nuevo auxilio: alcánzanos que con su ayuda y a imitación suya peleemos en la tierra hasta conseguir ser coronados con él en el cielo. Por Cristo nuestro Señor. Amén.



»QUINTO DÍA«

Hacemos la Señal de la Cruz.

¡Señor mío, Jesucristo! Dios y Hombre verdadero, Creador, Padre y Redentor mío; por ser Vos quien sois, Bondad infinita, y porque os amo sobre todas las cosas, me pesa de todo corazón de haberos ofendido; también me pesa porque podéis castigarme con las penas del infierno. Ayudado de vuestra divina gracia propongo firmemente nunca más pecar, confesarme y cumplir la penitencia que me fuere impuesta. Amén.

Oración inicial para todos los días: 

Gloriosísimo Padre y Patriarca San Ignacio, fundador de la Compañía de Jesús y Padre amantísimo: si es para mayor gloria de Dios, honor vuestro y provecho de mi alma que yo consiga la gracia que os pido en esta novena, alcanzadla del Señor; y si no, ordenad mi petición con todos mis pensamientos, palabras y obras a lo que fue siempre el blasón de vuestras heroicas empresas: a mayor gloria de Dios.

Oración para el quinto día:

Jesús mío dulcísimo, que nos encomendasteis la paciencia en los trabajos de esta vida como la senda de la perfección y el camino real de la gloria: os ofrezco los merecimientos de mi glorioso Padre San Ignacio, y singularmente los de aquella paciencia invicta con que sufrió desprecios, calumnias, cárceles y cadenas con un espíritu tan constante y alegre en los trabajos, que decía no tener el mundo tantos grillos y cadenas como deseaba padecer por Jesús. Os suplico, Padre amantísimo de mi alma, fortalezcáis la fragilidad de mi espíritu, para que con invencible paciencia resista los trabajos, penas y angustias de esta miserable vida, pobreza, dolores y afrentas, fabricando de ellas escala para subir a la gloria, y la gracia que os pido en esta novena, si es para mayor gloria de Dios, honor del Santo y bien de mi alma. Amén.

Tres Padrenuestros y Avemarías. Mencionar aquí la intención personal, grupal o comunitaria.

Oración final para todos los días:

Oh Dios, que para propagar la mayor gloria de tu nombre, has fortalecido por medio de San Ignacio a la Iglesia militante con un nuevo auxilio: alcánzanos que con su ayuda y a imitación suya peleemos en la tierra hasta conseguir ser coronados con él en el cielo. Por Cristo nuestro Señor. Amén.



»SEXTO DÍA«

Hacemos la Señal de la Cruz.

¡Señor mío, Jesucristo! Dios y Hombre verdadero, Creador, Padre y Redentor mío; por ser Vos quien sois, Bondad infinita, y porque os amo sobre todas las cosas, me pesa de todo corazón de haberos ofendido; también me pesa porque podéis castigarme con las penas del infierno. Ayudado de vuestra divina gracia propongo firmemente nunca más pecar, confesarme y cumplir la penitencia que me fuere impuesta. Amén.

Oración inicial para todos los días: 

Gloriosísimo Padre y Patriarca San Ignacio, fundador de la Compañía de Jesús y Padre amantísimo: si es para mayor gloria de Dios, honor vuestro y provecho de mi alma que yo consiga la gracia que os pido en esta novena, alcanzadla del Señor; y si no, ordenad mi petición con todos mis pensamientos, palabras y obras a lo que fue siempre el blasón de vuestras heroicas empresas: a mayor gloria de Dios.

Oración para el sexto día:

Jesús mío dulcísimo, que con el ejemplo y las palabras nos enseñasteis el continuo ejercicio de la oración y a vivir con el cuerpo en la tierra y en el cielo con el espíritu: os ofrezco los merecimientos de mi glorioso Padre San Ignacio, y singularmente los de aquella continua y perfectísima oración con que vivió entre los ángeles mientras moraba entre los hombres, para conducirlos con sus trabajos y fatigas a la patria bienaventurada. Os suplico, Padre amantísimo de mi alma, me concedáis el don de la oración perfecta en aquel grado que me conviene para mi salvación y para llevar a otros muchos a la gloria, y la gracia que os pido en esta novena, si es para mayor gloria de Dios, honor del Santo y bien de mi alma. Amén.

Tres Padrenuestros y Avemarías. Mencionar aquí la intención personal, grupal o comunitaria.

Oración final para todos los días:

Oh Dios, que para propagar la mayor gloria de tu nombre, has fortalecido por medio de San Ignacio a la Iglesia militante con un nuevo auxilio: alcánzanos que con su ayuda y a imitación suya peleemos en la tierra hasta conseguir ser coronados con él en el cielo. Por Cristo nuestro Señor. Amén.



»SÉPTIMO DÍA«

Hacemos la Señal de la Cruz.

¡Señor mío, Jesucristo! Dios y Hombre verdadero, Creador, Padre y Redentor mío; por ser Vos quien sois, Bondad infinita, y porque os amo sobre todas las cosas, me pesa de todo corazón de haberos ofendido; también me pesa porque podéis castigarme con las penas del infierno. Ayudado de vuestra divina gracia propongo firmemente nunca más pecar, confesarme y cumplir la penitencia que me fuere impuesta. Amén.

Oración inicial para todos los días: 

Gloriosísimo Padre y Patriarca San Ignacio, fundador de la Compañía de Jesús y Padre amantísimo: si es para mayor gloria de Dios, honor vuestro y provecho de mi alma que yo consiga la gracia que os pido en esta novena, alcanzadla del Señor; y si no, ordenad mi petición con todos mis pensamientos, palabras y obras a lo que fue siempre el blasón de vuestras heroicas empresas: a mayor gloria de Dios.

Oración para el séptimo día:

Jesús mío dulcísimo, que con las austeridades de vuestra sacratísima vida, pasión y muerte procurasteis inspirarnos una vida austera, rígida, penitente y mortificada: os ofrezco los merecimientos de mi Padre San Ignacio, y singularmente los de su espantosa penitencia, con la cual convirtió la gruta de Manresa en un abreviado mapa de los rigores de Egipto, Tebaida y Nitria, y venció todas sus pasiones hasta reducirlas a ser instrumentos de la divina gracia. Os suplico, Padre amantísimo de mi alma, me concedáis una mortificación interior y exterior tan perfecta que sujete todas mis pasiones y apetitos a la gracia, y con austeridades y penitencias de la carne, mi cuerpo obedezca a las leyes de una castidad evangélica; y la gracia que os pido en esta novena a mayor gloria de Dios, honor del Santo y bien de mi alma. Amén.
Tres Padrenuestros y Avemarías. Mencionar aquí la intención personal, grupal o comunitaria.

Oración final para todos los días:

Oh Dios, que para propagar la mayor gloria de tu nombre, has fortalecido por medio de San Ignacio a la Iglesia militante con un nuevo auxilio: alcánzanos que con su ayuda y a imitación suya peleemos en la tierra hasta conseguir ser coronados con él en el cielo. Por Cristo nuestro Señor. Amén.



»OCTAVO DÍA«

Hacemos la Señal de la Cruz.

¡Señor mío, Jesucristo! Dios y Hombre verdadero, Creador, Padre y Redentor mío; por ser Vos quien sois, Bondad infinita, y porque os amo sobre todas las cosas, me pesa de todo corazón de haberos ofendido; también me pesa porque podéis castigarme con las penas del infierno. Ayudado de vuestra divina gracia propongo firmemente nunca más pecar, confesarme y cumplir la penitencia que me fuere impuesta. Amén.

Oración inicial para todos los días: 

Gloriosísimo Padre y Patriarca San Ignacio, fundador de la Compañía de Jesús y Padre amantísimo: si es para mayor gloria de Dios, honor vuestro y provecho de mi alma que yo consiga la gracia que os pido en esta novena, alcanzadla del Señor; y si no, ordenad mi petición con todos mis pensamientos, palabras y obras a lo que fue siempre el blasón de vuestras heroicas empresas: a mayor gloria de Dios.

Oración para el octavo día:

Jesús mío dulcísimo, que desde el instante de vuestra encarnación en el seno purísimo de vuestra madre Virgen, obedecisteis hasta morir obediente en la cruz: os ofrezco los merecimientos de mi glorioso Padre San Ignacio, y singularmente los de su heroica obediencia con que obedeció a todos sus superiores, especialmente al Sumo Pontífice de Roma, Vicario de Cristo en la tierra, consagrado con toda su religión, la Compañía de Jesús, con particular voto a la obediencia de la Santa Sede. Os suplico, Padre amantísimo de mi alma, me concedáis una perfectísima obediencia a todos mis superiores, continuada todos los instantes de mi vida, y perfecta en los tres grados de obedecer en cuanto a la ejecución, en cuanto a la voluntad y en cuanto al entendimiento, y la gracia que os pido en esta novena a mayor gloria de Dios, honor del Santo y bien de mi alma. Amén.

Tres Padrenuestros y Avemarías. Mencionar aquí la intención personal, grupal o comunitaria.

Oración final para todos los días:

Oh Dios, que para propagar la mayor gloria de tu nombre, has fortalecido por medio de San Ignacio a la Iglesia militante con un nuevo auxilio: alcánzanos que con su ayuda y a imitación suya peleemos en la tierra hasta conseguir ser coronados con él en el cielo. Por Cristo nuestro Señor. Amén.



»NOVENO DÍA«

Hacemos la Señal de la Cruz.

¡Señor mío, Jesucristo! Dios y Hombre verdadero, Creador, Padre y Redentor mío; por ser Vos quien sois, Bondad infinita, y porque os amo sobre todas las cosas, me pesa de todo corazón de haberos ofendido; también me pesa porque podéis castigarme con las penas del infierno. Ayudado de vuestra divina gracia propongo firmemente nunca más pecar, confesarme y cumplir la penitencia que me fuere impuesta. Amén.

Oración inicial para todos los días: 

Gloriosísimo Padre y Patriarca San Ignacio, fundador de la Compañía de Jesús y Padre amantísimo: si es para mayor gloria de Dios, honor vuestro y provecho de mi alma que yo consiga la gracia que os pido en esta novena, alcanzadla del Señor; y si no, ordenad mi petición con todos mis pensamientos, palabras y obras a lo que fue siempre el blasón de vuestras heroicas empresas: a mayor gloria de Dios.

Oración para el noveno día:

Jesús mío dulcísimo, que al morir nos mostrasteis el amor y deseo ardiente que teníais de que los hombres todos amasen, reverenciasen y sirviesen a vuestra Santísima Madre, encomendándola al Discípulo Amado: os ofrezco los merecimientos de mi glorioso Padre San Ignacio, y singularmente los que atesoró con la cordialísima devoción que profesaba a María Santísima, a quien escogió por Madre desde su conversión; y después esta Señora hizo oficio de madre amorosa en todas las empresas que para mayor gloria vuestra emprendió el Santo, iluminándole para que escribiese el libro admirable de los Ejercicios y el de las Constituciones y Reglas de la Compañía. Os suplico, Padre amantísimo de mi alma, me concedáis una sólida y cordial devoción para con María Santísima, vuestra Madre, aquella devoción que es señal cierta de predestinados; que yo sirva a esta Señora con los obsequios del más fiel y obediente hijo, y la gracia que os pido en esta novena a mayor gloria de Dios, honor del Santo y provecho de mi alma. Amén.

Tres Padrenuestros y Avemarías. Mencionar aquí la intención personal, grupal o comunitaria.

Oración final para todos los días:

Oh Dios, que para propagar la mayor gloria de tu nombre, has fortalecido por medio de San Ignacio a la Iglesia militante con un nuevo auxilio: alcánzanos que con su ayuda y a imitación suya peleemos en la tierra hasta conseguir ser coronados con él en el cielo. Por Cristo nuestro Señor. Amén.