En un mundo globalizado y a la vez, paradójicamente tan dividido, preocupado por tantas y tantas cosas y que vive una especie de ausencia de Dios, es reconfortante saber de misioneros que quieran emplear sus «vacaciones de verano» en llevar a Cristo a quienes no le conocen aún.
«Yo les aseguro —dice Jesús en el Evangelio— que todo aquel que me reconozca abiertamente ante los hombres, lo reconocerá abiertamente el Hijo del hombre ante los ángeles de Dios» (cf. Lc 12,8-12). ¡Qué bien que el Señor nos dice esto en su Palabra! Es la tarea de nuestros Vanclaristas y misioneros voluntarios... ¡Ésta debería ser la vida de cada uno de los bautizados! Reconocer abiertamente en la familia, en el trabajo, en donde sea, que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios vivo, el Salvador. Reconocer abiertamente que Dios nos ama y que nuestra respuesta de amor se debe concretizar en un «vivir para el Señor» dando testimonio de vida en todas partes. Por eso es tan importante que seamos conscientes de que, desde nuestro bautismo, hemos recibido la fuerza del Espíritu, a quien podemos pedir su gracia porque está claro que, como dice Jesús en la Escritura: «Él les enseñará en aquel momento lo que tengan que decir» (Lc 12,12).
Cuando la beata María Inés Tersa del Santísimo Sacramento, pensó en la tarea de los seglares en la Iglesia y, sobre todo en Van-Clar, pensó en laicos que se apasionaran por Cristo, que quisieran vivir para Él, que quisieran reconocerlo en todas partes y lo llevaran, ellos mismos, a todas partes. Por la gracia y la acción del Espíritu Santo, los Vanclaristas, los miembros de Familia Eucarística y los voluntarios misioneros de la Familia Inesiana, en su condición de laicos cumplen su misión en medio del mundo caminando como Abraham, nuestro padre en la fe «esperando contra toda esperanza» (Rm 4,18) y creyendo que el plan de Dios, de que todos le conozcan y le amen se cumplirá porque, como dice el salmista (Salmo 104): «El Señor nunca olvida sus promesas».
¡Qué reconfortante es ver a nuestros misioneros laicos llevar la Buena Nueva con audacia a todos los rincones del mundo! San Juan Pablo II, ese misionero incansable que dio la vuelta al mundo varias veces llevando el mensaje de salvación, decía que «todo creyente está llamado a cooperar en la difusión del Evangelio y a vivir el espíritu y los gestos de la misión entregándose con generosidad a los hermanos» (Mensaje para el Domund de 1995). ¿Qué significa la herencia maravillosa de este santo misionero sino una invitación a reconocer a Cristo en todas partes y a llevarlo a donde aún no lo conocen y lo aman?
¡Qué hermoso y comprometedor el lema que Madre Inés dejó a los Vanclaristas: «Vivir para Cristo» y que hermosa también la tarea encomendada a los seglares de la Familia Inesiana: «Dar testimonio de vida cristiana en el lugar en que te encuentres». La beata, que leía, meditaba el Evangelio cada día, sabía que lo que pedía a los laicos era lo que Dios quiere de todo bautizado. Los seglares de la Familia Inesiana: Vanclaristas, miembros de Familia Eucarística, misioneros voluntarios, amigos de Madre Inés, maestros y evangelizadores, etc. no pueden dudar de su vocación misionera, no pueden dudar de que el Señor los ha elegido desde su bautismo de una manera muy especial para llevarlos a todo el mundo. No pueden dudar de que Dios les pide su presencia, su palabra, su sonrisa, su oración, su trabajo, su dolor, su enfermedad... para que el mundo lo conozca y lo ame.
Estoy convencido, con ustedes, de que la tarea no es nada fácil... ¡Que no lo ha sido hasta ahora, que es difícil caminar evangelizando contra toda esperanza (cf. Rm 4,18). Les invito a ir conmigo a unas bodas, las bodas de Caná de las que nos habla el evangelista san Juan: «Hubo unas bodas en Caná de Galilea a las que asistió la Madre de Jesús...» En esa ocasión, Jesús dio principio a sus milagros, manifestó su poder «y sus discípulos creyeron en Él» (cf Jn 2,1.11). La Virgen María, en aquella ocasión, solamente dijo unas cuantas palabras que siguen resonando hoy en corazón de todo discípulo-misionero de Jesucristo: «Hagan lo que Él les diga» (Jn 2,25). Sí, esta es la clave del laico discípulo-misionero que vive en medio del mundo. Sí, hay que hacer «lo que Él les diga», dejándose guiar por la fuerza del Espíritu Santo. «Hagan lo que Él les diga» como dijo María y como ella misma siempre lo hizo; así como lo hizo Abraham, así como lo hizo Madre Inés y esto bastará.
Volviendo a san Juan Pablo II, quiero recordar ahora algo más de lo que Él, en tan bastos mensajes y escritos nos dejó en herencia: «El Espíritu del Señor anima y lleva a su realización todo proyecto misionero»... Hagan, hermanos laicos, lo que el Señor Jesús les diga como personas, como familia, como Iglesia doméstica, como misioneros de todo tiempo y lugar. hagan lo que Él les diga y no se queden instalados. Hagan lo que Él les diga como estudiantes, como hombres y mujeres de oficina, como obreros, como empresarios, como choferes, como casados, como solteros, como gente de la tercera edad, como adolescentes, como enfermos, como hijos, como hermanos y amigos... Él siempre nos va a decir a todos los bautizados: «Vayan por todo el mundo y prediquen el evangelio» (Mc 16,15).
Gracias a todos nuestros misioneros seglares por enseñarnos a vivir unas vacaciones bien empleadas.
Alfredo Delgado Rangel, M.C.I.U.
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