Hay misioneras incansables en el apostolado, pero hay también misioneras que están al pie del cañón en las tareas ocultas de la vida de nzareth. La hermana Angelina Ávila Herrera, fue una de estas infatigables misioneras de «Nazareth» como decía Madre Inés... Así la recuerdo las pocas veces que la vi en México y las otras tantas que conviví con ella en la misión de Sierra Leona la primera vez que estuve por allá unos cuatro meses.
«Sister (pronuncian sista en África) Angelina», como comúnmente fue conocida luego por todos en la misión, nació en 1939 en La Piedad, Michoacán de donde siempre tenía anécdotas que recordar y que coincidían con las que su prima, también Misionera Clarisa, María Elena Solorio, me compartía. Angelina fue la mayor de 10 hermanos por lo cual desde pequeña se hizo amante de las tareas de casa en un ambiente familiar. Ella vivía en un pequeño poblado llamado «El Tanque» y ahí llegaron un día las Misioneras Clarisas en promoción vocacional allá por los años 56 -57 y Angelina junto con María Elena, ni tarda ni perezosa pidió permiso a sus papás y se fue junto con su prima con las hermanas promotoras a Cuernavaca, ingresando el 6 de enero de 1957. Angelina siempre contaba con cuánta alegría se encontró con la beata María Inés y como encontró en su rostro, la mirada de una Madre llena de alegría a quien siempre sintió cercana. Allí en convento recibió el nombre de Angelina de Santa Teresita.
Destinada a la Casa de Puebla cinco años con un intermedio de dos años en la Casa de San Antonio Texas, se fue enamorando más y más de la vida oculta de Nazareth en las tareas de casa que, en toda misión, son del todo necesarias para que el resto del personal, bien alimentado y con lo necesario en casa, pueda desempeñarse en la misión rindiendo el cien por ciento. Desde 1966 fue destinada a Lunsar, en Sierra Leona, misión que amó entrañablemente y que llenó una grandísima parte de su corazón. En 1972, cuando santa Teresa de Calcuta escribió a la beata María Inés pidiendo apoyo para la obra que iniciaba, fue a India con otra extraordinaria misionera —incalsable como ella—, la hermana Graciela Patrón viviendo una experiencia de trabajo con la Madre Teresa de Calcuta que mucho impresionó a las dos. Angelina guardará siempre el recuerdo de aquellos días en India en medio del dolor y la miseria humana junto a la santa de Calcuta. Estuvo después un año en California, sin que los contrastes entre las dos realidades minaran su amor a la vida de pobreza y abnegación.
Siempre con un carácter firme y viviendo una obediencia alegre, enfrentó los estragos de la guerrilla en su amada misión, de la que salió del 91 al 2003 permaneciendo en las distintas casas de Roma e impulsando a las hermanas a vivir con espíritu misionero la pobreza de cada día en la entrega generosa por los que sufrían los estragos de la guerra. No había día en que Angelina no sacara a la luz algún testimonio o recuerdo de la misión, entre la pobreza y la persecución que la hicieron una profesional en la confianza en la Divina Providencia. La recuerdo en varias ocasiones en aquel periodo en Roma cuando me decía: —¡En cuanto termine la guerra, vayan también ustedes a la misión allá en Sierra Leona! ¡Hay mucha necesidad de sacerdotes! ¡Vayan, no tengan miedo!
Y el Señor le concedió el regalo de volver. En el año 2004, llena de alegría porque había cesando la guerra partió con la bendición de su superiora general y con quienes le acompañaban en esta aventura que había inciado desde hacía muchos años. Allá volvió a ser la misma Angelina de siempre cocinando y atendiendo las labores de casa con un cariño impresionante para sus hermanas y, años después, para quienes como sacerdotes fuimos llegando a la misión. Se sentía feliz, porque decía que allá siempre estaba completa la Familia Inesiana, pues por con la llegada de los Misioneros de Cristo, se completaba la familia y la misión se extendía en el ministerio de la Palabra, de los sacramentos y de la Eucaristía. Me acuerdo que salía de la despensa de Lunsar con algunas cosas de comida y me decía: —Llévate esto para que se alimenten bien, estás flacucho, y aquí tienes que estar fuerte para servir en la misión. Estuvo un tiempo en nuestra misión de Mange, llenado de alegría el lugar y rodeándose del cariño de nuestra gente que acudía al campamento misionero por ayuda o a realizar algún trabajo.
Sister (sista) Angelina era un alma misericordiosa en la misión, sobre todo con los pequeñitos que merodeaban la misión y que no tenían padres. Ella daba de comer al hambriento, educaba al ignorante, catequizaba entre las tareas domésticas a quienes le ayudaban y les iba enseñando a trabajar. Alex, uno de aquellos chiquillos, llegó a ser un experto cocinero, encargado después de la comida de las alumnas y maestros en la escuela de Santa María De Guadalupe en Lunsar. En gratitud a sister Angelina a su hija le puso ese mismo nombre, Angelina, pues realmente la hermana fue una madre para él y para otros niños y pobres que la visitaban mientras permanecía en casa cocinando.
Esta hermana imparable, no perdía ninguna oportunidad de misionar con toda la gente que le rodeaba. Tenía estos apostolados «escondidos», pero lo heroico de su vida fue el servir siempre a las hermanas de comunidad y a los demás misioneros con el trabajo de casa y sobre todo, la cocina, que bien han de imaginar lo pesada que es esta labor en una misión, sobre todo, porque no se tienen todos los medios y hay que quedarse sola en casa, tratando de echar un vistazo a las demás partes, porque la atención de tantas alumnas, asuntos, voluntarios y compromisos de la misión, requería tiempo y disposición del resto de la comunidad de tiempo completo. En el año de 2009 celebró, en Cuernavaca, sus Bodas de Oro en una ceremonia en la que me tocó acompañarla... ¡Qué regalazo! Ver el testimonio de sencillez y entrega de esta misionera rodeada de quienes compartían con ella el gozo del jubielo de los 50 años de vida consagrada. Llena de gozo me dijo: —Ya nada más que termine esto y me regreso a la misión.
En el año 2015 pasó a la casa de Mile 91, allá mismo en Sierra Leona. Su salud, con los años y el desgaste de una vida de tanta entrega, estaba alterada. Sus superioras pensaron que ahí, donde las hermanas tienen una clínica, la podían atender mejor y así fue. Angelina, a pesar de los años y el cansancio, seguía siendo la persona llena de vida, comunicativa y activa... ¡imparable, diría yo! Estuvo, como siempre, siempre dedicada a los quehaceres de la casa y guisando sabroso, especialmente los pescados y las carnes como antaño y ¡preocupándose por las hermanas y hermanos en la misión. Ya cuidaba y regañaba sus gallinas para tener huevos y carne para la comunidad, ya cultivaba lo que podía en un pequeñito huerto, aunque más de una vez le sacaban buen susto las víboras que venían al gallinero o al pequeño huerto a comerse lo que ella con tanto empeño cuidaba.
De allá, de su amada misión de Sierra Leona, Angelina viajó a México la primera semana de agosto para hacer la visita familiar, pero, estando delicada de salud, nuestras hermanas vieron conveniente que llegara a la Casa de Guadalajara para un chequeo médico. Sus niveles de azúcar y alta presión, venían preocupando a las hermanas y a los médicos de África desde algún tiempo, y la hermana Angelina misma, tenía muchos deseos de estar bien para regresar a trabajar a la misión donde quería morir.
Una vez iniciado el chequeo médico, empezó a sentir dificultad para moverse y caminar. Llegó la fecha del regreso de las hermanas con las que había viajado desde África y no pudo irse, pues necesitaba continuar la atención médica, lo cual le costó inmensamente y lo entregó al Señor como una ofrenda muy especial. Al hacerle más estudios, los médicos descubrieron que había sido atacada por un virus, que, debido a la baja de sus defensas a causa de la diabetes, se desarrolló con mucha fuerza y, aunque se hizo todo lo necesario en especialidades, ya no fue posible salvarla de la parálisis que fue invadiendo rápidamente todo su cuerpo. Todo, cansancio, dolores, estudios y molestias, todo lo ofreció por la misión.
Dios le pidió todo, porque ella todo se lo había prometido desde aquel paso de las Misioneras Clarisas por «El Tanque». Ella había dado ¡un «Sí» incondicional al que le susurraba al oído: «Deja tu casa, deja tu patria y ven tras de mí, sigue mis huellas...» y, en la Casa del Tesoro, en Guadalajara, el 15 de octubre, mientras la Iglesia celebraba a la «andariega» Santa Teresa de Ávila, Angelina fue llamada la Casa del Padre. ¡Descansa en paz sister Angelina y que tu testimonio mueva nuestros corazones para darlo todo, hasta la última gota, haciendo la Voluntad del Padre misericordioso!
Alfredo Delgado Rangel, M.C.I.U.
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