martes, 31 de mayo de 2022

«La Visitación»... Un pequeño pensamiento para hoy


Hoy celebramos la fiesta de la visitación de la santísima Virgen María a su parienta Isabel. Este hecho está consignado en el evangelio de san Lucas y es la lectura de hoy (Lc 1,39-56). Con múltiples detalles, el evangelista nos narra el hecho en el que está inserto el hermoso canto del Magníficat que la Iglesia recita cada día en la Liturgia de las Horas, en el rezo de Vísperas. En esta escena María canta la grandeza de Dios, canta las obras que el poder y el amor de Dios han realizado en su cuerpo y en su alma. Los primeros versículos de este cántico son como la voz de un solista, donde la Virgen enaltece, llena de alegría, la misericordia de Dios. El alma de esta oración es la celebración de la gracia divina, que ha irrumpido en el corazón y en la existencia de María, convirtiéndola en la Madre del Señor. La alabanza, la acción de gracias y la alegría que expresa son fruto de la gratitud.

El Magníficat ha sido llamado «éxtasis del corazón», «éxtasis de la humildad», «éxtasis del amor y de la alegría». Y «éxtasis», según San Francisco de Sales, es salir de sí. María sale, pues, de sí misma en profundo conocimiento de su pequeñez y, en un desbordamiento de su amor a Dios, prorrumpe en su alabanza acompañada por su parienta Isabel que se sabe honrada con la presencia de la Virgen y queda llena del Espíritu Santo. Salido hace más de dos mil años «de la fe profunda de María en la Visitación, no deja de vibrar en el corazón de la Iglesia a través de los siglos y en todas las lenguas, así como los mosaicos de la iglesia de la Visitación que uno puede admirar, y que Dios me concedió visitar hace algunos años en Ain Karem, el lugar donde vivían Zacarías e Isabel. San Juan Pablo II considera las palabras pronunciadas por María en el umbral de la casa de Isabel como «una inspirada profesión de su fe, en la que la respuesta a la palabra de la revelación se expresa con la elevación espiritual y poética de todo su ser hacia Dios».

María santísima nos exhorta en esta visita a Isabel, con dulzura materna, a imitar a Dios, a hacer nuestra su opción. Ella nos enseña los caminos de Dios. Por eso el Magníficat debe ser admirado y orado por nosotros como una escuela maravillosa de sabiduría evangélica. Una escuela de conversión continua que nos acerque más y más a Dios. ¿Conoces el Magníficat? ¿Te has puesto detenidamente a meditarlo? Que María Virgen nos obtenga el don de saber orar como ella supo orar y cuya muestra es el Magníficat. A María encomendamos esta singular porción de la Iglesia que vive en cada uno de nuestros hogares; le encomendamos nuestras parroquias, nuestros grupos, nuestras comunidades, para que el Espíritu de Cristo anime todo deber y todo servicio. Junto a ella oramos por todos los cristianos, para que podamos decir con san Pablo: «El amor de Cristo nos apremia» (2 Co 5, 14), y con la ayuda de María sepamos difundir en el mundo el dinamismo de la fe, de la esperanza y de la caridad. ¡Bendecido martes!

Padre Alfredo.

lunes, 30 de mayo de 2022

«Cristo a solas»... Un pequeño pensamiento para hoy


La lectura del evangelio de hoy (Jn 16,29-33) nos muestra que los apóstoles creen haber llegado a entender a Jesús: «ahora vemos», «creemos que saliste de Dios». Pero parece que esto Jesús lo pone en duda: «¿ahora creen?». Y es que él sabe muy bien que dentro de pocas horas, cuando llegue el momento de su pasión y muerte le van a abandonar, asustados ante el aspecto que toman las cosas y que llevarán a su Maestro a la muerte. Allí flaquearán todos, menos Juan. Jesús les quiere dar ánimos ya desde ahora, antes de que pase. Quiere fortalecer su fe, que va a sufrir muy pronto contrariedades graves. Pero la victoria es segura: «en el mundo tendrán luchas, pero tengan valor: yo he vencido al mundo».

Jesús, frente a la soledad que sabe que va a enfrentar, porque los suyos lo dejarán, recurre a la compañía del Padre. Esta conducta es una lección para la comunidad cristiana. Ella no debe quedar aplastada por la soledad, cuando le llegue la persecución. Cada vez que ésta la amenace, debe encontrar en la memoria del Maestro la lección: activar en su interior la presencia del Padre, que no la dejará sola. La soledad de la persecución, por no ser una soledad querida ni necesitada, lleva siempre la carga negativa del abandono, de la amenaza, del límite de la resistencia. Para Jesús, la solución está en saber vivir la presencia interior, amigable y tierna del Padre.

Varias veces, el Papa Francisco ha dicho que hoy más que nunca, la Iglesia es perseguida. Y esto es cierto, podemos constatarlo de muchas maneras, sobre todo la sutil indiferencia de muchos hacia la Iglesia, además de los ataques a sacerdotes y consagrados en algunos países. Si la comunidad católica primitiva, tuvo que afrontar muchas adversidades, hoy también los miembros de la Iglesia debemos ser valientes para vivir en plenitud nuestra fe. Jesús habla de una victoria pidiéndonos que tengamos valor. Él nos dice: «Yo he vencido al mundo». Venzamos nosotros también acompañados de María santísima y del testimonio de tanta gente que siga dando razón de su fe con valentía. ¡Bendecido lunes!

Padre Alfredo.

domingo, 29 de mayo de 2022

«La Ascensión del Señor»... Un pequeño pensamiento para hoy


San Lucas nos cuenta dos veces la escena de la Ascensión del Señor cuya fiesta celebramos el día de hoy. Una, como final de su evangelio (Lc 24,46-53), y otra como inicio de su libro de los Hechos (Hch 1,1-11) narrándonos la historia de la Iglesia primitiva. Y es que la Ascensión es el entronque: el punto de llegada de la vida de Jesús y el punto de partida del tiempo de la Iglesia. En el evangelio ha ido contando san Lucas cómo Jesús, desde Galilea, sube hasta Jerusalén, donde vive intensamente su muerte y su glorificación. Luego, desde Jerusalén empieza el gran camino de la Iglesia, que tiene que llevar su testimonio a todo el mundo. Ahora la meta simbólica será Roma. La homilía podría seguir este esquema: el triunfo de Jesús y el inicio de la misión eclesial. Triunfo y tarea.

La Ascensión es misterio u objeto de fe. Evidentemente, sube quien antes ha bajado. Así se muestra que Jesús bajó a este mundo y que ha ascendido como Cristo glorioso. El final continuo es la glorificación o la gloria, que es experiencia de Dios y culminación de felicidad. Evidentemente, entre la bajada y la subida se desarrolla la acción de Jesús, que pretende implantar el reino. La Ascensión del Señor es expresión de su glorificación, complemento de la resurrección. Al encarnarse, Jesús descendió; justo es que al final de su vida ascienda. Pero también se relaciona la Ascensión con la parusía al final de los tiempos: es un preámbulo de su último retorno. Ha subido a prepararnos una morada y volverá lleno de gloria, como decimos en el Credo, a juzgar a los vivos y a los muertos. San Pablo subraya el aspecto cósmico de la Ascensión, ya que Jesús goza de un señorío universal. Esta fiesta de hoy nos dice que tenemos que mirar al cielo, pero también al mismo tiempo la realidad que nos rodea. 

Mirar hacia arriba con los pies en el suelo: Mirar arriba desde nuestra «Jerusalén», desde el lugar donde nos toca vivir, gozar, sufrir, afrontar dificultades, cargar cruces, construir el reino. Así, será posible recibir el don del Espíritu Santo. Este Espíritu no lo podremos recibir si huimos de la realidad buscando soluciones fáciles, mágicas, esotéricas; no lo podremos recibir desentendiéndonos de los demás; no lo podremos recibir si permanecemos recluidos en nuestro interior espiritualista o en nuestras comodidades basadas en el dinero o el placer... Estas huidas son las del que mira hacia arriba sin tener los pies sobre la tierra. Pero tampoco lo podremos recibir si sólo miramos a la tierra, si no nos abrimos a la esperanza, si permanecemos cerrados en el orgullo de creer que somos autosuficientes con la ciencia y la técnica. Ésta es la actitud del que sólo mira a la tierra y no mira nunca el horizonte. Que María santísima esté con nosotros, como con aquellos primeros y nos acompañe a esperar la llegada del Espíritu en Pentecostés. ¡Bendecido domingo de la Ascensión del Señor!

Padre Alfredo.

sábado, 28 de mayo de 2022

«Orar con Jesús al Padre»... Un pequeño pensamiento para hoy


En el evangelio de hoy (Jn 16,23-28) ya acercándonos al día en que celebraremos la Ascensión del Señor, Jesús sigue profundizando tanto en su relación con el Padre como en las consecuencias que esta unión tiene para sus seguidores. Esta vez el mensaje gira en torno a la oración. A pedir en su nombre. Ahora que Jesús «vuelve al Padre», que es el que le envió al mundo, les promete a sus discípulos que la oración que dirijan al Padre en nombre suyo será eficaz. El Padre y Cristo están íntimamente unidos. Los seguidores de Jesús, al estar unidos a él, también lo están con el Padre. El Padre mismo les ama, porque han aceptado a Cristo. Y por eso su oración no puede no ser escuchada.

A pesar de la autonomía que van a tener quienes ya estén comprometidos con el proyecto del Reino, todo discípulo–misionero va a necesitar recurrir a la oración personal y comunitaria, sin que este hecho se tenga que constituir en una manifestación candorosa o exclusivamente piadosa. La oración servirá para encontrar iluminación del Padre en medio de las persecuciones, saber cómo superar la soledad, sobreponerse a las tentaciones, organizar la fundación de nuevas iniciativas en favor del Reino, etc.

Jesús, en estas líneas, deja aclarado a quienes se adhieran a su propuesta de salvación que es al Padre directamente a quien deben pedir la ayuda requerida y lo harán en su nombre. El pedido debe ir siempre en dirección a que el compromiso adquirido con la entrega de la vida por la causa del Reino sea cada vez permanente. Luego, quien así lo quiera va a empezar a experimentar cómo su vida se inserta cada vez más en el proyecto de Jesús que también del Padre y del Espíritu, sintiendo cómo en los actos de su vida va día a día transparentando la Divinidad. ¿Cómo es nuestra oración? Que María santísima nos ayude a orar como Jesús quiere. ¡Bendecido sábado!

Padre Alfredo.

viernes, 27 de mayo de 2022

«No hay que estar tristes»... Un pequeño pensamiento para hoy


No le resulta nada sencillo a Jesús conseguir que los discípulos superen la tristeza después de haberles anunciado que los va a dejar para volver al Padre. El evangelio de hoy nos presenta a los discípulos llenos de tristeza (Jn 16,20-23) por su partida. Jesús les había hablado de la alegría que todo discípulo–misionero ha de vivir en todo momento, incluso cuando haya que morir, como el grano de trigo, que muere para poder dar fruto, pero los discípulos se habían acostumbrado en poco tiempo a su presencia física.

Quizá, como ellos, nosotros tampoco estamos muy acostumbrados a reflexionar sobre la alegría de Jesús, que es, como todo lo suyo, una alegría pascual, una tristeza superada. Por eso, su alegría no se produce al margen de las pruebas de la vida, sino como una victoria sobre ellas. La imagen que nos ofrece el evangelio de hoy es la del parto. La mujer que da a luz siente tristeza porque ha llegado su hora, pero, en cuanto da a luz, se siente otra por la alegría de que al mundo le ha nacido un hombre.

Así es la alegría que debe brillar en la Iglesia. Ella es como una madre que se preocupa y está triste antes de dar a luz a tantos seres humanos por la fe en Dios Padre y en su Hijo Jesucristo; pero que se alegra cuando puede reunir en torno a la mesa del Señor a todos los hijos de su fecundidad misionera, de su testimonio evangélico. Acercándonos al final de este tiempo pascual debemos renovar la alegría que llena a la Iglesia por la resurrección de Jesucristo. Y esta alegría pascual, con ayuda de María, nos debe ayudar a sobrellevar con fortaleza las contrariedades que el mundo nos presenta. ¡Bendecido viernes!

Padre Alfredo.

jueves, 26 de mayo de 2022

«Del discurso de despedida»... Un pequeño pensamiento para hoy


La lectura evangélica en la misa de hoy (Jn 16,16-20) está impregnada de un espíritu de despedida de Jesús; ese que llena todo el discurso de la última cena. Los apóstoles no entienden de momento las palabras de Jesús: «dentro de poco ya no me verán», que luego ya se darían cuenta que se referían a su muerte inminente, «y dentro de otro poco me volverán a ver», palabras con un anuncio de su resurrección, que más tarde entenderían mejor. Ante esta próxima despedida por la muerte, Jesús les dice que «ustedes llorarán y se lamentarán, y el mundo se alegrará». Pero no será ésa la última palabra: Dios, una vez más, va a escribir recto con líneas que parecen torcidas y que conducen al fracaso. Y Jesús va a seguir estando presente, aunque de un modo más misterioso, en medio de los suyos.

¡Qué difícil debe haber sido para los apóstoles y discípulos entender esto! Ellos no comprendían cabalmente que el camino de Jesús pasase por la cruz. El «no entendemos de qué quiere decir» se refiere a la aceptación y a la comprensión del «misterio» de la Pasión. La gloria de Dios se manifiesta en el hombre macerado por la injusticia. Extraña contradicción que entraña la verdadera fe en Jesús. El camino hacia el cielo es el difícil peregrinar por los duros caminos de la oscura realidad de la historia. Allí Jesús nos sale al encuentro: en los gratos momentos de la fiesta, la alegría y la celebración; igualmente, en los ásperos sinsabores del servicio a los hermanos y en la noche oscura. De este modo, el grupo de seguidores comprende que la comunión con los hermanos es necesariamente comunión con el Dios Crucificado que nos abrirá el camino a la resurrección; él, el primero.

Al respecto y para finalizar estos momentos de reflexión, comparto con ustedes esta oración: «Señor Jesús, concédenos la dicha de gozar mística, sabrosamente, de tus gestos y palabras de despedida en las que nos anuncias tu subida al Padre. Te damos gracias por el ánimo que nos infundes, por el Espíritu que nos prometes, por el amor que nos profesas, por la ayuda que nos garantizas; y te rogamos también que, quedándonos en esta tierra e historia de humanas gratitudes e ingratitudes, no tengamos que repetir las palabras decepcionantes de Pablo, porque nuestros hermanos no quieren escuchar tu mensaje. Amén.» Que María Santísima, que ayudó a aquellos primeros a perseverar en la fe, nos ayude también a nosotros a no sentirnos nunca abandonados por Dios. ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico!

Padre Alfredo.

miércoles, 25 de mayo de 2022

«Ir a los nuevos Areópagos»... Un pequeño pensamiento para hoy


De todos los discursos misioneros dirigidos a los paganos, el más largo es el que san Pablo dicta a los atenienses. San Pablo demuestra cómo el apóstol adapta su mensaje al auditorio ante el que se encuentra y hace una excelente exposición que hoy nos presenta la primera lectura (Hch 17,15-16.22-18,1) de la misa. EL Apóstol comienza su disertación expresando su sorpresa por ver la ciudad llena de estatuas dedicadas a tantos dioses. Incluso, dice, existe un altar dedicado «al Dios desconocido»: «Pues bien», afirma, «ese Dios al que ustedes adoran sin conocerle es el que yo vengo a anunciarles». Y es que se sabe que había varios santuarios dedicados a dioses que los atenienses llamaban «Desconocidos». Ciertamente san Pablo pudo ver desde su llegada estos altares. Es algo que él mismo confirma: «…al pasar y mirar las estatuas de sus dioses, he encontrado también una con esta inscripción: al dios desconocido».

En Atenas se mezclaba un materialismo desencantado y un sincretismo religioso que resulta en un relativismo muy parecido al que hoy en día vivimos en Occidente, porque todos los atenienses y los extranjeros que residían allí, no tenían otro pasatiempo que el de transmitir o escuchar la última novedad. San Pablo llega solo a Atenas desde Berea escapando a la persecución de los judíos de Tesalónica. Mientras espera la llegada de Timoteo y Silas, sentía que la indignación se apoderaba de él, al contemplar la ciudad llena de ídolos. Allí discutió con los judíos en la sinagoga y en el ágora, la plaza pública, con los que pasaban por allí. Algunos filósofos epicúreos y estoicos dialogaban con él. Interesados, estos filósofos le condujeron al Areópago para saber más de lo que Pablo enseñaba. El discurso es precioso y vale la pena leerlo, pero no tocó el corazón de los escuchas, que estaban invadidos —como mucha gente de hoy— de teorías de todo tipo. El relato dice que unos cuantos se adhirieron a él, pero que en general le dijeron que le escucharían más tarde.

Cómo me recuerda este hecho el de algunos «fracasos» de nuestras misiones de evangelización en donde al ir invitando de casa en casa a las conferencias, misas o encuentros de oración, la gente nos dice: «allí estaremos» y finalmente no llega nadie. Esto me deja un cuestionamiento: ¿Cómo podemos anunciar a Cristo a la juventud de hoy, o a los adultos alejados, o a la gente que se declara agnóstica?, ¿cómo podemos ayudarles a pasar del mero materialismo a una visión más espiritual de la vida y del destino sobrenatural que Dios nos prepara?, ¿cómo podemos tomar como puntos de partida tantos valores que hoy son apreciados —la justicia, la igualdad, la dignidad de la persona, la ecología, la paz— para pasar claramente al mensaje de Jesús y proponerles su persona y su Evangelio como la plenitud de esos y de otros valores? Puede que nuestros Areópagos sean diferentes. Lo importante es anunciar a Cristo dejando que entre en nuestra vida. No sea que como dice un poema de Lope de Vega: «mañana le abriremos para lo mismo responder mañana». No lo dejemos para más tarde. Abramos hoy la puerta al Espíritu. A un Espíritu que, además de defensor y abogado, es maestro. Porque Él nos guiará hasta la verdad plena. Con María, no nos cansemos de evangelizar. ¡Bendecido miércoles!

Padre Alfredo.

martes, 24 de mayo de 2022

«La promesa de Cristo»... Un pequeño pensamiento para hoy


Estamos ya llegando a las últimas semanas del tiempo de la Pascua. El domingo entrante festejaremos la Ascensión del señor y el siguiente será ya Pentecostés. Hoy, la partida de Cristo y el aparente abandono en el que deja a sus apóstoles constituye el tema esencial de la perícopa evangélica de hoy (Jn 16,5-11). Nuestro Señor afirma que su partida está cargada de sentido: Él vuelve al Padre (Jn 14,2,3, 12;16,5), porque su misión en esta tierra ha terminado y el espíritu Paráclito será el testigo de su presencia (Jn 14,26;15,26). 

Jesús compara la misión del Espíritu con la suya, porque no se trata de creer que ha terminado el reino de Cristo y que será reemplazado por el del Espíritu. Sino que de hecho, la distinción reside más bien entre el modo de vida terrestre de Cristo que oculta al Espíritu y el modo de vida del que él se beneficiará después de su resurrección y que no será ya perceptible por los sentidos, sino solamente por la fe: un modo de vida «transformado por el Espíritu» (Jn 7,37-39). 

Nos volvemos a encontrar aquí con la pedagogía de Cristo resucitado que utiliza para convencer a sus apóstoles de que no busquen ya una presencia física, sino que descubran en la fe la presencia «espiritual». Así que no estamos solos, tenemos en la realidad de nuestra vida personal, el don, la presencia, la fuerza del Espíritu. Es muy importante que nos lo digamos, que seamos conscientes de ello. Esto pide de nosotros una coherencia de vida según el evangelio de Jesús. Cada vez más, paso a paso, debemos ponernos en camino de seguimiento del Señor. Que María interceda para que dejemos actuar al Espíritu en nuestras vidas y sigamos fielmente a Jesús. ¡Bendecido martes!

Padre Alfredo.

lunes, 23 de mayo de 2022

«Testigos del Resucitado»... Un pequeño pensamiento para hoy


En estos días, a partir de hoy, la Iglesia nos va a ir preparando para el tiempo de la desaparición visible de Jesús, que comienza el día de la ascensión que celebraremos el próximo domingo, y quiere que aguardemos con ansia al Espíritu Santo, que es el que va a conducir la vida de los cristianos a través de este mundo hasta el encuentro definitivo con Dios. El Evangelio de hoy (Jn 15,26-16,4) trae un anuncio grave del Señor para el tiempo posterior a su elevación a los cielos. Asegura que el Paráclito, el Espíritu Santo que él prometía como «abogado» que es el Espíritu de Verdad «dará testimonio de él». El Espíritu descubrirá la verdad sobre los acontecimientos de la vida de Cristo. Y los Apóstoles también darán testimonio de Cristo ya que estuvieron con él desde un principio.

Es misión del Espíritu Santo revelar a los Apóstoles toda la verdad sobre Cristo, sobre sus hechos, sobre su vida y su muerte, y fortalecerlos para que sean capaces de dar testimonio. El encargo fundamental para todo discípulo–misionero de Cristo es que de testimonio de Jesús. El día de la Ascensión Jesús les dijo a los apóstoles: «serán mis testigos en Jerusalén y en Samaría y en toda la tierra, hasta el fin del mundo». Pero hay un factor muy importante para que esto sea posible: Jesús promete la fuerza de su Espíritu, que vamos a necesitar siempre para poder dar ese testimonio. Al Espíritu —de quien desde ahora hasta Pentecostés las lecturas van a hablar con más frecuencia— le llama «Paráclito», palabra griega que significa defensor, abogado —la palabra latina que mejor traduce el «para-cletos» griego es «ad-vocatus»—. Le llama también «Espíritu de la Verdad», que va a dar testimonio de Jesús. Con la ayuda de ese abogado sí que podremos siempre dar testimonio en este mundo.

Jesús anuncia a sus discípulos en este pasaje evangélico, que serán partícipes de sus sufrimientos, pero que el Espíritu de la Verdad los alentará para que su fe no desfallezca. Y que al final, recibirán los mártires el don supremo de la resurrección. A la luz de todo esto podríamos preguntarnos nosotros hasta qué punto somos dóciles al Espíritu que Jesús envía a su Iglesia, hasta que punto nos abrimos a su influjo y acatamos sus inspiraciones. Y podríamos preguntarnos también qué haríamos si nos persiguieran por ser cristianos. ¿Estaríamos dispuestos a continuar siendo cristianos, discípulos–misioneros de Cristo? No olvidemos que el Espíritu Santo lucha con nosotros cada día para que nos enfrentemos a la mundanidad de nuestra sociedad. Es él quien nos da las fuerzas. Es él, el protector, quien nos libra de los peligros. Con él al lado nada hemos de temer. Pidamos la intercesión de María Santísima, la esposa fiel del Espíritu Santo para perseverar sobre todo en los momentos de adversidad. ¡Bendecido lunes!

Padre Alfredo.

domingo, 22 de mayo de 2022

«La paz de Cristo»... Un pequeño pensamiento para hoy


En lo más profundo del corazón de todo discípulo–misionero de Cristo, existe un profundo anhelo de paz. Y es que la paz está en el fondo de todas las aspiraciones humanas. Una paz que es imposible lograr sin libertad, sin justicia, sin verdad y sin amor, porque la paz es el resultado de la unión de estas cuatro cosas de las que carece mucho el mundo de hoy. A la vez que deseamos la paz, sentimos la total incapacidad de lograrla para todos en medio de esta vorágine de ideas y pensamientos postmodernistas que solapan acciones de violencia, guerras, competencias insanas y demás cosas que atacan la paz y hacen que sea muy difícil su establecimiento.

Hoy Jesús, en el evangelio (Jn 14,23-29) nos habla de la paz, pero de esa paz que es la que digo que anhela nuestro corazón de discípulos–misioneros, no la paz como la da el mundo, que a veces quiere lograr a base de enfrentamientos violentos. La paz auténtica no puede venirnos más que de Dios, porque es un don suyo. Un don que debemos pedir y agradecer y con el que debemos colaborar. Un don que en Jesús se ha hecho realidad palpable y vital. Él, Jesús, es nuestra paz; el único que da la paz que necesita la humanidad. Una paz que hará posible el hombre nuevo, la nueva humanidad; que producirá una sensación interior de plenitud, al no contentarse con lograr un orden externo justo. El amor de Jesús es su paz, la paz que él nos deja. La paz difícil de quien ama perdiendo las propias seguridades; la paz misteriosa de Getsemaní y de la cruz, que llevaba en germen la paz de la resurrección. 

Los discípulos–misioneros del Señor no podemos creer en una paz construida sobre el miedo de las armas y de los bloques militares, que se han inventado los poderes de este mundo. Ni en una paz que consagra el desorden de la riqueza mal repartida o que acepta cínicamente la tragedia del hambre y del empobrecimiento en el mundo. Ni en una paz que se mantiene por la tortura, la cárcel, el asesinato o el desprecio de los derechos humanos. Hay que preguntarnos: ¿Qué hacemos por la verdadera paz? ¿Cómo nos responsabilizamos de este don de Dios? Si no amamos con obras, nuestro anhelo de paz es un sentimiento vacío. Es urgente un compromiso colectivo y solidario en favor de la paz que Cristo nos anuncia. Pidamos la intercesión de Nuestra Señora de la paz para alcanzarlo. ¡Bendecido domingo!

Padre Alfredo.

sábado, 21 de mayo de 2022

«Estar en el mundo sin ser del mundo»... Un pequeño pensamiento para hoy


Cada día, el evangelio de la liturgia de la palabra para la misa del día, nos da pautas concretas para hacer un momento de reflexión. Hoy san Juan, en la lectura continuada de sus textos que hemos estado haciendo estos días, nos recuerda que los discípulos–misioneros de Cristo no somos del mundo. Así lo afirma Cristo (Jn 15,18-21). Jesús nos dice que como discípulos–misioneros suyos hemos pasado ya de la muerte a la vida, por lo cual hemos de despejarnos de la naturaleza mundana. Y esta es una cuestión que mucho nos recalca el Papa Francisco en sus mensajes, cuando constantemente nos dice que hay que cuidarnos de ser imbuidos por la mundanidad.

Para el mundo ya no somos «lo suyo», sino que pertenecemos, desde aquellos primeros seguidores, a Jesús. Él nos ha hecho suyos mediante su elección. Porque ya no pertenecemos al mundo, tampoco el mundo nos demuestra su amor, habiendo perdido en nosotros todo interés, pues no vamos de acuerdo con sus normas embebidas de un materialismo y consumismo exagerados. Tenemos que recordar que por esta pertenencia a Jesús los cristianos hemos entrado lógicamente en esa oposición tensa y radical que hay entre Dios y el mundo. San Pablo llegará a decir que «estamos crucificados con Cristo» (Gal 2,20). Leyendo el evangelio de hoy captamos la gran diferencia que hay entre «estar en el mundo» y «ser del mundo», o sea, compartir los criterios del mundo. El «mundo» para Juan es siempre el conjunto de las fuerzas del mal, opuestas al Reino que quiere establecer Jesús.

Sin embargo, bien lo sabemos, hemos de vivir en el mundo, aunque no lleguemos a sentirnos instalados en el mundo, pues sabemos que somos peregrinos. El discípulo–misionero de Jesús no puede ya identificarse con el mundo. Y eso es justamente lo que el mundo no nos puede perdonar. Dice Jesús: «por eso el mundo los odia». Y si en una sociedad como la nuestra, ese odio no se expresa en una persecución sangrienta, si se deja ver de muchas maneras en las que la mundanidad ataca por donde quiera y desgraciadamente atrapa a muchos haciéndolos indiferentes a la vivencia de la fe. A mi me basta ver las misas de celebraciones de XV años en la parroquia, en las que veo a la gente totalmente ausentes de la celebración, incluidas muchísimas veces a las mismas quinceañeras, que han sido absorbidas por el mundo y de la misa ya no saben absolutamente nada. Pidamos la intercesión de María santísima para ser valientes y vivir nuestra fe. ¡Bendecido sábado!

Padre Alfredo.

viernes, 20 de mayo de 2022

«La amistad de Cristo»... Un pequeño pensamiento para hoy


«Ustedes son mis amigos» afirma Cristo en el evangelio de este día (Jn 15,12-17). Todos sabemos que la amistad es una de las experiencias humanas más ricas y hermosas que cada persona puede vivir, y sabemos también que es, a la vez, una de las expresiones más auténticas del cristianismo. El mundo en el que vivimos está necesitado de lo que es la verdadera amistad. Hemos avanzado tanto en tantas cosas, vivimos tan deprisa y tan ocupados, que, al fin, nos olvidamos de lo más importante y creo que se ha ninguneado el término «amigo», así como el término «amistad». Basta simplemente revisar nuestras redes sociales y darnos cuenta que muchos de nosotros tenemos miles de «amigos» que en realidad, no sabemos ni quienes son. Además, el ruido y la velocidad se están comiendo el diálogo entre los humanos y cada vez más bien tenemos más conocidos y menos amigos.

Muy cierto es que Jesús ama a todos los hombres, y los considera como amigos. Pero también es verdad que tuvo amigos especiales y nos sigue buscando para tenernos como sus amigos. Los beatos y los santos son un ejemplo maravilloso de esa amistad personal y comunitaria con Cristo que hace realidad lo que Jesús dice, completando la frase de «ustedes son mis amigos». Enseguida de esto pone Jesús una condición para ser sus amigos: «si hacen lo que yo les mando». En la vida comunitaria —y todos estamos de alguna manera sumergidos en relaciones con los demás sea en la familia, la parroquia, la comunidad, etc.— es éste el aspecto que más nos cuesta aplicar de lo que Cristo Jesús nos manda. Somos sus amigos si sabemos amar como lo ha hecho él, saliendo de nosotros mismos y amando no de palabra, sino de obra, con la comprensión, con la ayuda oportuna, con la palabra amable, con la tolerancia, con la donación gratuita de nosotros mismos.

Al obedecer lo que Jesús manda, el discípulo–misionero no es un simple subalterno. Es ante todo un amigo personal de Jesús. Esta amistad es el ambiente donde el discípulo crece en diálogo constante y en atención permanente a su maestro. El discípulo–misionero se sabe llamado y amado. Sabe que no está con los demás amigos de Cristo congregados en la comunidad por un asunto ocasional. Somos parte viva de la comunidad y estamos destinados a desarrollarse allí como personas autónomas, libres y maduras. «Esto es lo que les mando: que se amen los unos a los otros». Si verdaderamente queremos cumplir el mandamiento de Jesús, el «Amigo» que nunca falla, nuestro amor ha de ser como el suyo: solidario, compasivo, misericordioso, total y envolvente. Que María Santísima nos ayude a conservar el gran regalo de Jesús que nos ha elegido para ser sus amigos. ¡Bendecido viernes!

Padre Alfredo.

jueves, 19 de mayo de 2022

«El amor al estilo de Cristo»... Un pequeño pensamiento para hoy


El amor con que Jesús nos ama es el mismo con el que él es amado por el Padre Celestial. Esto nos lo recuerda el evangelio de este día (Jn 15,9-11), un evangelio muy corto pero de una gran profundidad. El Padre ama a Jesús y Jesús al Padre. Jesús, a su vez, ama a sus discípulos–misioneros, y éstos deben amar a Jesús y permanecer en su amor, guardando sus mandamientos, lo mismo que Jesús permanece en el amor al Padre, cumpliendo su voluntad. Esto, nos señala el evangelio, lleva a la alegría plena: «que mi alegría esté en ustedes y su alegría sea plena». Esta alegría, de la que habla Jesús, brota del amor y de la fidelidad con que se guardan en la vida concreta las leyes del amor. 

Uno de los frutos más característicos de la Pascua debe ser la alegría. Esta alegría la sentiremos en la medida en que «permanecemos en el amor» a Jesús, «guardando sus mandamientos», siguiendo su estilo de vida, aunque resulte contra corriente. Es como la alegría de los amigos o de los esposos, que muchas veces supone renuncias y sacrificios. O la alegría de una mujer cuando da a luz: lo hace en el dolor, pero siente una alegría insuperable por haber traído una nueva vida al mundo.

Los santos vivieron amando permanentemente, y ellos han manifestado poseer una gran alegría, ser completamente felices, aún en las dificultades, persecuciones y tormentos a que la mayoría de ellos se han visto sometidos. Porque el verdadero amor es la fuente de la felicidad. La experiencia del amor de Dios y de su Hijo Jesucristo debe ser en nosotros fuente de felicidad para compartir con los demás. Con los que se sienten solos, fracasados, abandonados, descartados... Tantos y tantos seres humanos que merecen ser algún día felices, experimentar el amor liberador de Dios. Pidamos a la Santísima Virgen María que ella nos ayude a permanecer en el amor de Dios. ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico!

Padre Alfredo.

miércoles, 18 de mayo de 2022

«El viñador, la viña y los sarmientos»... Un pequeño pensamiento para hoy


La imagen de la viña aparece muchas veces en la Biblia, para traducir el amor de Dios para con su pueblo: Is 5,1; Jr 2,21; Ez 15, ; Os 10,1; Sal 80,9. Jesús la utiliza en varias ocasiones como la del evangelio del día de hoy (Jn 15,1-8). Nos queda claro que Cristo es la vid, la cepa. Los fieles son los sarmientos. De la vid pasa la savia, o sea, la vida, a los sarmientos, si «permanecen» unidos a la vid. Si no, quedan secos, no dan fruto y se mueren. Es interesante ver que el verbo «permanecer» aparece 68 veces en los escritos de san Juan: once de ellas en este capítulo 15 de su evangelio. Dios Padre es el viñador, el que quiere que los sarmientos no pierdan esta unión con Cristo. Ésa es la mayor alegría del Padre: «que den fruto abundante». Incluso, para conseguirlo, a veces recurrirá a la «poda», «para que dé más fruto».

Mucha gente piensa que estar unidos a Jesús significa conocer todos sus secretos teológicos. Es decir, ser fuertes y abundantes en doctrina, saber mucho, penetrar en todos los misterios teológicos en torno a él. Y no es precisamente esto lo que el evangelio nos plantea. Beber o sorber savia de Jesús es asimilar su modo de pensar, que es semejante al del Padre, y hacer las obras que él hace teniendo sus mismos sentimientos. Y esto implica: comprender el análisis que él hizo de la sociedad de su tiempo, las motivaciones que tuvo para iniciar su actividad, la posición que tomó frente a las estructuras de poder de su momento y, sobre todo, definirse por el sujeto de su acción pastoral que fueron los pobres, los oprimidos, los descartados y marginados.

Muchas veces hemos reflexionado en que nosotros somos los sarmientos y para vivir necesitamos estar unidos a Cristo que es la vid. Estamos unidos a él por medio de la gracia, que es la savia de la vid, para poder obrar santamente, puesto que sólo la gracia da a nuestras obras un valor sobrenatural. Debemos convencernos de que no somos ni podemos ser por nosotros mismos más que sarmientos secos si no «permanecemos» unidos a la vid. Las primeras generaciones de cristianos conservaron una conciencia muy viva de la necesidad de «permanecer» unidos por la caridad. Quiero entonces terminar la reflexión de este día con el testimonio de un Padre de la Iglesia, san Ignacio de Antioquía que decía: «Corran todos a una como a un solo templo de Dios, como a un solo altar, a un solo Jesucristo que procede de un solo Padre». Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra nos ayuda a «permanecer» en Cristo y nos dice: «Hagan lo que él les diga» (Jn 2,5). ¡Bendecido miércoles!

Padre Alfredo.

P.D. El 18 de mayo cumplía años mi padre. Elevo una oración y el recuerdo en la Santa Misa por su alma, agradeciendo todo lo que en la vivencia de su vocación de esposo, padre y apóstol lleno de fe y alegría cristiana, nos dejó. 

martes, 17 de mayo de 2022

«El don de la paz»... Un pequeño pensamiento para hoy


En el evangelio de hoy (Jn 14,27-31) Jesús nos da su paz. Esa paz que es un don; un regalo que Jesús nos da; una paz tejida de fe, de confianza, de abandono en la Providencia, de perdón dado y recibido. ¡Qué contraste con la paz como la ofrece el mundo! El mundo contemporáneo, inflado de hedonismo, ha hecho de la paz una mercancía lucrativa, cuyos ingredientes básicos son la seguridad y el bienestar. «Si quieres paz —anuncian las agencias de diversos giros— te vendo protección, alarmas, seguros de vida, pólizas contra robo e incendio, chequeos médicos y hermosas playas solitarias». 

La paz que nos da Jesús nos ofrece una visión diferente. Su novedad está en que la paz no es ni sólo interior ni sólo exterior. Ni es mercancía que comprar, pues la paz no tiene precio; ni es tampoco resultado de una ascesis interior hasta lograr una voluntad refractaria a cualquier tipo de pasión o deseo. La paz es un don; un regalo que Jesús da a sus discípulos–misioneros: «La paz les dejo; mi paz les doy» (Jn 14, 27). Estas palabras las repetimos cada vez que celebramos la Eucaristía anhelando la paz interior y la paz exterior. En cuanto don, viene de fuera; pero en cuanto fruto de la presencia de Jesús en nuestro corazón, es algo muy interior, íntimo, capaz de desafiar cualquier circunstancia externa.

El hombre de hoy no conoce la paz de Cristo porque ha perdido la brújula, está confundido y desorientado ante los grandes interrogantes de la existencia. Por eso no es capaz de llevar una vida conyugal estable, asumir con dignidad cualquier compromiso serio, perseverar en los buenos propósitos. En lugar de una vida ordenada y armónica vive con estrés permanente, en actitud de dispersión, fuga y evasión. En una vida así es imposible encontrar serenidad y paz. Pidamos al Señor, por intercesión de María Santísima, bajo la advocación de Nuestra Señora de la paz, que nos la alcance. ¡Bendecido martes!

Padre Alfredo.

lunes, 16 de mayo de 2022

«Amar al estilo de Cristo, san Carlos de Foucauld


El evangelio de este día (Jn 14,21-26) me hace reflexionar que cuando se ama a alguien, se es capaz de abandonar libremente el punto de vista personal para adaptarse al máximo a la voluntad y a los deseos de aquel que ama. Incluso se puede decir que la persona se transforma en aquel a quien se ama. Se establece una especie de simbiosis mutua: tu deseo es también el mío, tu voluntad es la mía, tu pensamiento ha llegado a ser el mío... nuestras dos vidas forman una sola vida.

Ayer domingo, en la Basílica de San Pedro, allá en el Vaticano, concretamente en la plaza de San Pedro, el Papa Francisco canonizó a 10 nuevos beatos entre los cuales está san Carlos de Foucauld cuya vida siempre me ha parecido impactante. Entre otras cosas de este santo sacerdote que me llaman la atención, es el momento de su conversión en donde llega a decir: «apenas supe que había un Dios, no quise más que vivir para Él». Y así vivió, siempre para Jesús, sobre todo asumiendo su amistad con Jesús Eucaristía. Para el hermano Carlos —como le gustaba que le llamaran—, es la presencia de Jesús lo que salva. Presencia en Nazaret, presencia en el Sagrario. Abrir un Sagrario era cada vez una fiesta para el hermano Carlos: cada vez era para llevar esta presencia del Sagrado Corazón al país de misión. Celebrar la Misa para él, fue un acto de misión por excelencia «Todos los días puedo celebrar el Santo Sacrificio; la Santa Hostia toma posesión de su dominio …» Al ir también al encuentro del mundo hasta el fin del desierto, Carlos de Foucauld quizo continuar esta presencia de Jesús, una presencia amorosa que irradia a través del ardor del amor y la verdad de compartir todo con los hombres, y no solo a través de la predicación.

La Pascua la estamos celebrando y viviendo bien si se nota que vamos entrando en esta comunión de vida con el Señor que nos ama y nos dejamos animar por su Espíritu. Cuando celebramos la Eucaristía y recibimos a Cristo Resucitado como alimento de vida, se produce de un modo admirable esa «interpermanencia» de vida y de amor: «quien come mi Carne y bebe mi Sangre, permanece en mí y yo en él... Igual que yo vivo por el Padre, el que me coma vivirá por mi» (Jn 6,56-57). En la Eucaristía se cumple, por tanto, el efecto central de la Pascua, con esta comunicación de vida entre Cristo y nosotros, y, a través de Cristo, con el Padre. Desde ayer, en la arquidiócesis de Monterrey que es donde ahora como sacerdote misionero estoy, la celebración de la Eucaristía presencial vuelve a ser obligatoria para quienes no estén enfermos. Jesús amigo, Jesús Eucaristía, nos espera. Pidamos a María Santísima que aumente en nosotros, como en san Carlos de Foucauld el gozo de vivir para Jesús en todo tiempo y lugar y de celebrar con gozo su presencia. ¡Bendecido lunes!

Padre Alfredo.

domingo, 15 de mayo de 2022

«Jesús nos ama y quiere que amemos a su estilo»... Un pequeño pensamiento para hoy


El evangelio de hoy (Jn 13,31-35) nos hace reflexionar en un tema importantísimo, el tema del amor. Nuestro amor debe modelarse sobre el amor como Cristo nos lo muestra: "Ámense los unos a los otros, como yo los he amado». El mandamiento de Cristo, desde esta perspectiva es nuevo, no en oposición al Antiguo Testamento —donde se enseña el amor al prójimo e incluso al extranjero—, sino porque pone a la persona de Jesús como paradigma del amor que debe ser la impronta de las relaciones entre nosotros.

El amor de Cristo es un amor que se traduce en el don de sí, en el no pertenecerse, en el «ser-para-los-demás». Él, más que darnos cosas, se nos ha dado a sí mismo. Su amor es un amor gratuito, sin motivo. Es inútil buscar una causa al amor de Dios en las cualidades del hombre. Con Cristo se revela un amor que no se deja determinar por el valor de su objeto, sino solamente por la propia naturaleza divina. El amor de Dios no se deja condicionar y ni siquiera imponer límites por malos comportamientos del hombre. «El hace salir el sol sobre malos y buenos y llueve sobre justos e injustos» (Mt 5,45). Cristo no nos ama porque seamos virtuosos, buenos, personas decentes, merecedoras, sino que amándonos nos hace buenos. Su amor, en suma, es un amor creativo. Dios no ama lo que, en sí, es digno de amor. Sino que, amando, confiere valor al objeto de su amor.

Así, no nos debemos de cansar de agradecer a Dios que nos haya amado en Jesucristo. Él nos ama con un amor entrañable que elimina las distancias y revela los secretos. Jesús nos ama con un amor dispuesto y servicial. Jesús, nos ama con un amor afectuoso. Jesús nos ama con un amor que no se avergüenza de las lágrimas y que no teme a la muerte. Jesús nos ama y ama hasta el colmo. Cuando comprendemos cómo es el amor que Jesús nos tiene, captamos lo que es la caridad, el darnos a los demás como él, el dar la vida amándonos los unos a los otros. Pidamos a María Santísima, la Madre del Amor Hermoso, que nos ayude a amar al estilo que Jesús quiere. ¡Bendecido domingo!

Padre Alfredo.

sábado, 14 de mayo de 2022

«La fiesta de san Matías Apóstol»... Un pequeño pensamiento para hoy


Siempre he pensado que al celebrar la fiesta de alguno o algunos de los apóstoles, es celebrar nuestro «sí» al llamado que el Señor nos ha hecho para ser sus discípulos–misioneros, ya que al responder al llamado que Dios nos hecho, nos convertimos también nosotros en sus apóstoles. La palabra apóstol viene del griego «apostolos» que significa enviado y al dirigir nuestra mirada a cualquiera de «Los Doce», nos damos cuenta de que los apóstoles son los mejores amigos de Jesús —claro, con la excepción de Judas por la situación que todos conocemos—. Como ellos, todos nosotros, los cristianos, hemos recibido este don: el ser enviados, la apertura, el acceso al corazón de Jesús, la amistad con Jesús. Al habernos llamado a la vocación a ser cristianos, con nuestro bautismo, hemos recibido esta condición de apóstoles que nos da el don de su amistad. Nuestro destino es ser amigos de Jesús. Es un don que el Señor conserva siempre y Él es fiel a este don.

Hoy celebramos la fiesta de san Matías. Todos conocemos su historia: Cristo escogió entre sus discípulos a aquellos que acercó más estrechamente a sí mismo para enviarlos a todos los pueblos. Uno de ellos «—Judas— se excluyó de su número. Por esto, encomendó a los otros once, en el momento de su retorno al Padre después de su resurrección, de ir a predicar a todos los pueblos y bautizarlos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Al instante, los apóstoles escogieron a Matías en el lugar de Judas, según la profecía contenida en un salmo de David (Sal 108,8). Del mismo modo que al inicio de la condición de apóstol hay una llamada y un envío del Resucitado, así también la sucesiva llamada y envío de otros se realizará, con la fuerza del Espíritu, por obra de quienes ya han sido constituidos en el ministerio apostólico y allí entramos cada uno de nosotros, que somos enviados por nuestro Amigo Jesús a hacerle presente en el mundo.

Cada uno de nosotros hemos sido llamados por Dios y llamados para permanecer con Jesús, según nos recuerda el evangelio de hoy (Jn 15,9-17). Estamos unidos a él con una profunda amistad que nos invita a ser amigos y hacer migos para Jesús. En realidad, este vivir, este permanecer en amistad con Cristo, marca todo lo que somos y lo que hacemos. Es precisamente la «vida en Cristo» que garantiza nuestra eficacia apostólica y la fecundidad de nuestro compromiso como discípulos–misioneros: «Soy yo el que los elegí a ustedes, y los destiné para que vayan y den fruto, y ese fruto sea verdadero» (Jn 15,16). Después de la amistad con Cristo, que es la más valiosa que tenemos, está la amistad con María, su Madre que en su vida ha dado el «ejemplo de aquel amor de madre que debe animar a todos los que colaboran en la misión apostólica de la Iglesia para engendrar a los hombres a una vida nueva» (Lumen gentium, 65). Que ella nos ayude a conservarnos siempre como apóstoles de su Hijo Jesús. ¡Bendecido sábado!

Padre Alfredo.

viernes, 13 de mayo de 2022

«Camino, verdad y vida»... Un pequeño pensamiento para hoy


Los discípulos–misioneros de Cristo somos personas que hace tiempo hemos optado por seguirle a él en nuestra vida. No sólo por haber sido bautizados, sino porque conscientemente una y otra vez hemos reafirmado nuestra fe y nuestro seguimiento de él. Hoy en el evangelio se nos muestra como camino, verdad y vida. Jesús afirma: «Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre si no es por mí». En Internet me encontré una oración que quiero compartir con ustedes. Al final dice que su autor es: «Gustavo» y no hay más datos. Pero creo que nos viene muy bien para meditar en lo que hoy Cristo nos dice en el evangelio (Jn 14,1-6):

«Señor Jesús, queremos seguirte como los primeros apóstoles a quienes llamaste “para que estuvieran contigo”. Tú eres el camino hacia el Padre, por eso no podremos extraviarnos si te seguimos. Tú eres luz, guía segura, señal de pista hacia la meta; sólo tú das sentido a nuestro vivir. Tú eres la verdad de Dios, eres nuestra raíz y nuestro cimiento, la roca firme, la piedra angular, el monte que no tiembla, el “Amén”, el Sí total, continuo y gozoso a la voluntad del Padre. Tú eres la vida de Dios, por eso nos animas y nos salvas de todas las muertes que amenazan con destruirnos. Tú nos acompañarás cuando atravesemos la frontera. También entonces —entonces sobre todo— serás nuestro alimento, nuestro viático para el camino, continuarás llamándonos y nosotros te seguiremos: emprenderemos contigo nuestro último viaje. Tú, Señor, nos conduces, nos iluminas y nos salvas. Nosotros creemos en ti y no somos menos privilegiados que tus primeros discípulos: aunque te has ocultado a nuestra vista has puesto ojos en nuestro corazón y has reservado para nosotros una bienaventuranza: “Dichosos aquellos que sin ver creerán en mí”.»

No olvidemos nunca que Jesús es nuestro Camino hacia el Dios de la Verdad y de la Vida. Él nos quiere como testigos de esa Verdad y de esa Vida. ¿Sabemos hacia dónde vamos? ¿Sabemos hacia dónde nos conduce el camino que vamos siguiendo? ¿Jesús es ese Camino que nos conduce al Padre? La respuesta a estas preguntas es vital, y no con los labios. Son nuestras obras, nuestras actitudes y nuestra vida misma respecto al trato que demos a los demás, respecto a lo que hagamos o dejemos de hacer por ellos, lo que indicará cuál es el camino que seguimos y cuál es el destino final de nuestra existencia. El Señor nos ha preparado un lugar junto a él en la eternidad. Ojalá y no lo perdamos a causa de obras y actitudes contrarias a su evangelio. Roguémosle al Señor, por intercesión de la santísima Virgen María, que nos conceda la gracia de saber vivir nuestra fe totalmente comprometidos en el camino de amor que el Señor nos ha señalado, para que así podamos ayudar a todas las gentes a ir tras las huellas del Señor, tras las que debemos ir nosotros en primer lugar. ¡Bendecido viernes!

Padre Alfredo.

jueves, 12 de mayo de 2022

«Cantaré eternamente la misericordia del Señor»... Un pequeño pensamiento para hoy


Hoy, al ver la liturgia de la palabra de este día en el misal, me he detenido ante el salmo responsorial, el salmo 88 —89 en la Biblia— recordando que este salmo era uno de los predilectos de la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento, porque toca uno de sus temas preferidos para meditar: La misericordia de Dios. La misericordia representa el trato compasivo que se da a una persona más allá de sus méritos. Nuestro Padre Celestial conoce nuestras debilidades y pecados. Nos muestra su misericordia al perdonar nuestros pecados y ayudarnos a regresar para morar en su presencia. Este salmo responsorial hoy nos hace repetir las primeras palabras del salmo: «Proclamaré sin cesar la misericordia del Señor». El salmista canta el amor, la misericordia y la fidelidad del Señor como Creador y nos ofrece material para agradecer al Señor esa, su misericordia. 

A la beata María Inés le gustaba constatar cómo el Señor ha sido fiel y del linaje de David nos ha dado un Salvador. Jesús, hijo de David, que tiene un trono eterno, vence a los enemigos y extiende su poder a todo el mundo por medio de su Iglesia, que es misionera por excelencia. Él es el Ungido que recibe una descendencia perpetua: los hijos de la Iglesia que se perpetuará en la Jerusalén celeste. Con este Salmo 88 cantamos la fidelidad y la misericordia del Señor: «Cantaré eternamente la misericordia del Señor. Anunciaré su fidelidad por todas las edades. Porque dije: "Tu misericordia es un edificio eterno, más que el cielo has afianzado tu fidelidad". Encontré a David mi siervo y lo he ungido con óleo sagrado, para que esté siempre con él y mi brazo lo haga valeroso. Mi fidelidad y misericordia lo acompañarán, por mi nombre crecerá su poder. Él me invocará: "Tú eres mi Padre, mi Dios, mi Roca salvadora"».

Dios es siempre fiel a sus promesas. Nosotros muchas veces hemos fallado, pero Dios permanece siempre fiel. Y a pesar de nuestros pecados Él jamás ha dejado de amarnos y de procurar nuestro bien porque es compasivo y misericordioso. Y el amor de Dios hacia nosotros consiste en esto: Que siendo nosotros pecadores, Él nos envió a su propio Hijo para perdonarnos y hacernos hijos suyos. Dios, que mediante la Unción de su Espíritu nos ha hecho de su misma familia, quiere que vivamos, sostenidos por Él, libres de todas nuestras esclavitudes manifestando, con una vida llena de buenas obras, que en verdad es nuestra la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte. Por eso podemos afirmar con toda certeza que quien tenga a Dios con Él lo tendrá todo, pues Dios será su Padre y su protector y su salvador. Si contemplamos a María Santísima, entenderemos mucho de esa misericordia de Dios. Ella la canta en el Magnificat. ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico!

Padre Alfredo.

miércoles, 11 de mayo de 2022

«Yo seguiré»... Historias vocacionales de dos sacerdotes católicos

 

«Cristo luz del mundo»... Un pequeño pensamiento para hoy


No podemos negar que nos ha tocado vivir en una época en la que en la sociedad hay mucho de oscuridad. San Juan Pablo II hablaba ya en su tiempo de la cultura de la muerte, de la oscuridad que busca envolver al mundo para alejarlo de todo lo que es luminosidad, de todo lo que es de Dios. Estamos rodeados de mucha frivolidad y materialismo que opacan las almas de muchos y no les permiten ver y gozar de la presencia de Dios, que es quien ilumina nuestro ser y quehacer en la sociedad. Tanto egoísmo y tanta soberbia que se vive en el mundo insensibilizan ante lo que sea luz. Poco a poco, esta oscuridad atrapa a muchos hasta inmovilizarlos por completo. Y es que la oscuridad es el lugar predilecto del mal y del pecado; el cristiano tiene que luchar contra ellos y no sólo contra enemigos de carne y de hueso; Jesús los llama autoridades, potestades, soberanos de las tinieblas, espíritus malignos del aire (Ef 6,12). Cuando el hombre se deja vencer por la oscuridad, por el pecado y por el mal, cuando el hombre pierde la batalla en la lucha contra estas potestades, que más que estar fuera, están dentro de nosotros mismos, porque el señor mismo lo dice, no es de fuera, sino del corazón del hombre de donde salen los robos, el egoísmo, la maldad... pierde su propia vida y la alegría de ser.

Pero la oscuridad no es absoluta. Jesús nos recuerda en el evangelio de hoy (Jn 12,44-50) que él ha venido al mundo como luz, para que todo aquel que crea en él no siga viviendo en las tinieblas. Cristo es la luz que viene al mundo, el portador de la salvación para los hombres. La luz que viene al mundo justamente para que brille este propósito divino de salvación universal —y esta es la paradoja de la fe— para que brille aun más esta voluntad salvadora de Dios en la oscuridad más profunda de la cruz. Él viene a iluminar los obscuros recovecos que se hacen —por la mundanidad que siempre ataca— en el corazón para que nadie viva engañado y transforme toda vida en claridad cristiana que la haga transparente a los demás.

Cristo, como luz, sigue dividiendo a la humanidad, porque también ahora, como en aquellos tiempos en que él predicaba, hay quienes prefieren la oscuridad o la penumbra: y es que la luz siempre compromete, porque pone en evidencia lo que hay, tanto si es bueno como defectuoso. Nosotros, discípulos¬–misioneros de Jesús, ¿aceptamos plenamente en nuestra vida su luz, que nos viene por ejemplo a través de su Palabra que escuchamos tantas veces? ¿somos «hijos de la luz», o también en nuestra vida hay zonas que permanecen en la penumbra, por miedo a que la luz de Cristo nos obligue a reformarlas? Pidamos la asistencia de María santísima, nuestra Señora de la Luz, para ser hijos de la luz caminando en la verdad, sin trampas, sin subterfugios. Durante la Cincuentena Pascual, después de haber entonado solemnemente en la Vigilia la aclamación «Cristo luz del mundo», encendemos en nuestras celebraciones el Cirio Pascual, cerca del libro de la Palabra. Quiere ser esto un símbolo de que a Cristo Resucitado lo seguimos porque es la auténtica luz del mundo, y que queremos vivir según esa luz, sin tinieblas en nuestra vida. ¡Bendecido miércoles!

Padre Alfredo.

martes, 10 de mayo de 2022

«El día de las madres»... Un pequeño pensamiento para hoy


El día de hoy, México, Guatemala y el Salvador, entre otros, celebran el día de las madres. En México, el 10 de mayo se declaró como día especial para celebrar a las madres desde el año 1922, sin importar que día de la semana sea. Esta tradición se ha convertido en México en uno de los días de fiesta más celebrados, donde se reúnen las familias mexicanas a festejar a sus madres. Por cuestión práctica, cuando cae entre semana, como sucede hoy, algunas familias lo festejan como en otras naciones, el segundo domingo de mayo. Así que hoy pienso en todas las mamás en su día y ofreceré la Misa por su salud y sus intenciones maternales. Además, claro está, pediré por el eterno descanso de las madres difuntas.

En México, el inicio de este festejo se remonta al 13 de abril de 1922, día en que el periodista y fundador del diario Excélsior, Rafael Alducin (1889-1924), lanzó una convocaría nacional para elegir una fecha especial para rendir homenaje de afecto y respeto a las madres mexicanas. De acuerdo con el diario El País, la respuesta de la sociedad mexicana y de los medios de comunicación fue favorable, lo que llevó a que el 10 de mayo de 1922 México se convirtiera en la primera nación de Latinoamérica en rendir un merecido reconocimiento a las madres. Se dice que se seleccionó mayo para este festejo, porque es el mes consagrado a la Virgen Madre, mientras que el día 10 fue elegido porque en aquella época en el país se pagaba en las decenas y así se podía comprar un regalo para las mamás. ¡Felicidades a todas!

Este tercer párrafo de mi pequeño pensamiento lo destino a comentar algo del evangelio del día (Jn 10,22-30). Este pasaje del evangelio nos invita a renovar nuestra fe y nuestro seguimiento de Jesús. ¿Podemos decir que le escuchamos, que le conocemos, que le seguimos? ¿Podemos afirmar que somos buenas ovejas de su rebaño? Tendríamos que hacer nuestra la actitud que expresó tan sublimemente san Pedro: «Señor, ¿a quién iremos? tú tienes palabras de vida eterna». Cada vez que vamos a misa escuchamos siempre su voz. Hacemos caso de su Palabra. Nos alimentamos con su Cuerpo y Sangre. En verdad, éste es un momento privilegiado en que Cristo es Pastor y nosotros comunidad suya. Eso debería prolongarse a lo largo de la jornada: siguiendo sus pasos, viviendo en unión con él, imitando su estilo de vida. Contemplemos hoy, 10 de mayo a María, la Madre por excelencia y abramos nuestro corazón a las gracias que Dios nos quiere dar a través de su Madre Santísima. ¡Bendecido martes!

Padre Alfredo.

lunes, 9 de mayo de 2022

«Jesús es la puerta»... Un pequeño pensamiento para hoy


Hoy lunes, y mañana martes, la liturgia de la palabra nos va a poner en el evangelio el capítulo 10 de san Juan que habla del Buen Pastor. Este trozo del evangelio tiene diversas perspectivas: el pasaje de hoy no habla tanto del pastor, sino de la puerta (Jn 10,1-10). Un redil es un recinto cercado que recoge y protege a las ovejas, y tiene una puerta, que se supone que está custodiada. Ahora bien, el pastor legítimo es el que «entra por la puerta», mientras que el ladrón no será admitido por el guarda y tendrá que saltar la cerca a escondidas para entrar a donde están las ovejas. Se ve que los oyentes de Jesús no entienden la comparación: por eso él mismo se la explica. «Yo soy la puerta». En la providencia divina, Jesús es el camino, la puerta, la palabra, la bendición que a todos quiere llegar, para salvarnos. Para ello, requiere contar con nosotros y nuestra aceptación de formar parte del redil.

Jesús, a lo largo del evangelio, trata de que se entienda el misterio de su persona con múltiples comparaciones tomadas de la vida: él es el agua, el pan, el camino, el pastor, la luz, la piedra angular... Aquí dice que es la puerta. A través de él «entramos y salimos» legítimamente, sobre todo los pastores. Sólo por él tienen acceso las ovejas a la seguridad del redil. Sólo por él pueden salir a los pastos buenos. Jesús es el único Mediador, por el que la gracia y la palabra de Dios alcanzan a todos, y por el que nuestra respuesta de fe llega al Padre. «Nadie va al Padre sino por mí» (Jn 14,6). No hay salvación ni perdón ni luz fuera de él. Sólo el que pasa por él, el que cree en él, entra en la vida. Esto vale para los pastores y para los fieles. 

Los fariseos —a ellos va dirigido el discurso— son acusados por Jesús de no haber entrado por la puerta, de no ser pastores verdaderos, sino como los que criticaba el profeta Ezequiel (Ez 34). De los pastores se describen ya en este pasaje las cualidades que deben tener para poder decir que son buenos: entran por la puerta, conocen a sus ovejas, van delante de ellas... Son cualidades que en seguida afirmará que él cumple en plenitud, porque es el Buen Pastor. Para entrar al redil de las ovejas, ser reconocido y seguido por ellas se debe pasar la puerta. Jesús se compara con la puerta misma. Su vida es la norma por la que se debe pasar —la puerta— para ser realmente como él un buen pastor y no convertirse en explotador y tirano de las ovejas. Para nosotros él es la puerta que nos conduce a la plena realización. Miremos hoy a la Virgen María y pidámosle a ella que nos ayude a entrar por la puerta y formar parte del redil del Señor. ¡Bendecido lunes!

Padre Alfredo.

domingo, 8 de mayo de 2022

Un bonito testimonio vocacional de un monje millennial en el Domingo del Buen Pastor...

 

«El Buen Pastor»... Un pequeño pensamiento para hoy


Por una tradición muy antigua en la Iglesia, el cuatro domingo de Pascua es llamado el «Domingo del Buen Pastor» y se dedica a pedir por el aumento de vocaciones. Cada año, en los tres ciclos de la liturgia A, B y C el evangelio gira en torno a la figura de Cristo Buen Pastor y con ello la Iglesia nos alienta a pedir, como digo, por el aumento de las vocaciones, pero también nos ayuda a reivindicar nuestra propia vocación específica. Quiero empezar la reflexión compartiendo algo que el Papa Francisco escribe en su mensaje para este domingo: «Todos estamos llamados a participar en la misión de Cristo de reunir a la humanidad dispersa y reconciliarla con Dios... Cada uno de nosotros es una criatura querida y amada por Dios, para la que Él ha tenido un pensamiento único y especial... Estamos llamados a ser custodios unos de otros, a construir lazos de concordia e intercambio, a curar las heridas de la creación para que su belleza no sea destruida».

La vocación esencial que todos los bautizados hemos recibido es la vocación a la vida cristiana, una vida que, en cada vocación específica —matrimonio, soltería, sacerdocio, vida consagrada, misioneros—  ha de vivir plenamente la pertenencia a Cristo para ser, como Él, un buen pastor para cuidar unos de otros. El Evangelio de la Misa de hoy (Jn 10,27-30) nos muestra una hermosa relación, bastante personal, de Jesús con cada una de sus ovejas: «Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen». Cada una de nuestras vocaciones específicas, es acompañada por el Buen Pastor. Él está al tanto de cada uno alentándole a hacerlo presente en medio del mundo. Cristo establece una «relación personal» con cada uno de nosotros. Cada uno de nosotros —para ser cristiano y vivir en cristiano— no puede contentarse con ser miembro de la Iglesia solamente por asistir el domingo a Misa, cumplir los preceptos, etc., sino que hay algo mucho más importante, también más difícil pero también más humano, más enriquecedor: saber escuchar personalmente la voz de Cristo, su palabra de vida, su llamada a reconocerle vivo y actuante en nuestra vida de cada día y guiar desde Él nuestros pasos.

Jesús dice: «Conozco a mis ovejas». Y el verbo «conocer» tiene un sentido fuerte: Jesús ama a cada una de sus ovejas, y vela por ellas. «Mis ovejas escuchan mi voz». Esta es nuestra tarea esencial y permanente, estar atentos a lo que Jesús nos va diciendo para dirigir correctamente nuestra vocación específica. Debemos cerrar nuestros oídos a otras voces, a otros mensajes, para tenerlos abiertos a la voz del Señor que siempre nos invitará a edificar un mundo mejor, a transformar nuestra sociedad, a ser solidarios con los que sufren, con los que son descartados por la sociedad. Sólo él tiene palabras de vida eterna; sólo él es la verdad; sólo él es la luz. «Y ellas me siguen», dice Jesús. Ya todo es claro y sencillo: El ha ido delante, «dejándonos ejemplo para que sigamos sus huellas» (1 Pe 2,21). Así que nosotros a la vez que somos ovejas del rebaño de Jesús, hemos de también de imitarle como Buen Pastor y ayudar a nuestros hermanos a seguir el camino del bien realizándose en la propia vocación. Con ayuda de María, cuya vocación está bastante clara y marcada por un «sí» incondicional que pronunció, vivamos plenamente nuestra vocación y roguemos al Buen Pastor que envíe más vocaciones a su Iglesia. ¡Bendecido domingo!

Padre Alfredo.

sábado, 7 de mayo de 2022

«¿A quién iremos?»... Un pequeño pensamiento para hoy


La liturgia de la palabra de la misa diaria nos ha estado llevando estos días por el capítulo 6 de san Juan en el llamado: «Discurso del Pan de vida». Aquí nos hemos encontrado con Jesús en su esencia e verdadero Dios y verdadero hombre. Un Jesús que se presenta a los suyos de una manera auténtica haciéndoles ver su condición divina. En medio de este discurso, Jesús se da cuenta de quiénes le siguen solamente por seguirlo y quiénes estarán con él con autenticidad (Jn 6,60-69). Los que se llamaban discípulos de Jesús, sólo por seguirlo, se escandalizan con sus palabras, que prometen vida eterna. Jesús sabe que varios del grupo lo siguen por interés y se lo manifiesta. Después de esto, el evangelista nos narra que algunos lo abandonan. Al interrogar a los que permanecen, Simón Pedro manifiesta la fe del grupo con palabras que se consideran una confesión pos-pascual: la certeza de que Jesús es Dios. El último versículo termina ratificando la escogencia de Jesús del grupo de los verdaderos discípulos, incluyendo a quien lo entregaría.

Los verdaderos discípulos no abandonan a Jesús, aunque en ese momento pudiera ser que la mayoría no tenía claro lo que representaba la propuesta de Jesús ni el confesarse seguidores de su proyecto. Jesús vivió con ellos sus más hondas experiencias, se les reveló como hijo de Dios, como se nos revela también a nosotros que queremos seguirlo confiando que es nuestro Salvador que murió y resucitó para salvarnos. A los apóstoles y a quienes en aquellos tiempos le querían seguir en serio, los llenó de elementos que humanizaban, movió sus conciencias y les abrió los ojos a una nueva realidad. Cuando Jesús se alejó de ellos para volver al Padre, con el paso de los días se maravillaron del ser que permanecía entre ellos con más fuerza que antes y dijeron sin dudar que sus palabras eran de vida eterna.

En nuestro tiempo y siempre, en todas las épocas desde el tiempo de Cristo, muchas fuerzas contrarias se oponen a la utopía propuesta por Jesús, perseguirán a sus seguidores, los llenaran de temores, los acorralaran, pero aun matándolos, no lograrán acabar con la raíz de este sueño que siempre retoñará en la humanidad. Es una fuerza ancestral, inherente a los seres humanos. El sueño de vivir los valores del Reino en justicia, con la alegría de compartir lo mucho o lo poco que se tiene, de mirarnos a los ojos y sentirnos hermanos, sin engaños, sin trampas. Es un sueño que no tiene fin ni aun con la pesadilla diaria de la muerte diabólica que tortura y persigue. Jesús, el «Pan de Vida», Jesús, con su palabra y obra, nos muestra un camino de santidad que rebasa toda expectativa. En el texto de hoy es significativa la respuesta, por boca de Simón Pedro en nombre de todos, incluso de nosotros, discípulos de veinte siglos después: «¿A quién iremos? Tú solo tienes palabras de vida eterna. Creemos y sabemos que eres el enviado definitivo del Padre». Con María, vivamos el gozo de la Pascua alimentados por Jesús, el «Pan de Vida». ¡Bendecido sábado!

Padre Alfredo.

viernes, 6 de mayo de 2022

«De regreso»... Un pequeño pensamiento para hoy


Después de varios días de ausencia, como les hice saber en el último pensamiento que envié —estuve en Roma desde el 17 de abril hasta ayer 4 de mayo en que regresé— vuelvo nuevamente a compartir —con un día de anticipación para la mayoría— mi pequeño pensamiento para cada día. Ya saben que es una reflexión que va siempre en tres párrafos que hacen referencia a la liturgia de la palabra del día y a los diversos acontecimientos que vamos viviendo. Hoy antes que nada quiero pedirles que tengamos muy presente la salud del Santo Padre el Papa Francisco, a quien en los últimos días lo hemos visto sufrir mucho con un problema en su rodilla derecha debido a un ligamento roto. Así lo vi las dos ocasiones en que pude estar cerca de él el domingo 24 y el lunes 25 del mes pasado. Esta situación impidió que pudiéramos saludar personalmente al Papa como en otras ocasiones en nuestro encuentro con él como Misioneros de la Misericordia. Sin embargo, percibimos en todo momento que su ánimo no decae y nos sigue animando a vivir nuestra pertenencia a la Iglesia en sinodalidad. Ya he compartido aquí en el blog lo que nos dijo esta vez el Santo Padre y les invito a seguir orando por su salud.

Voy ahora al comentario de la palabra de Dios de este día que en la primera lectura nos narra la conversión de san Pablo que, después de la resurrección de Cristo, es el acontecimiento que más veces se narra en el Nuevo Testamento. De hecho san Lucas, en el libro de los Hechos lo menciona varias veces en los capítulos 9, 22 y 26, y el mismo san Pablo hace varias alusiones al episodio en sus cartas (Gál 1, 11-17; 1 Cor 15, 3-8). Hoy la narración que la liturgia nos ofrece es la de Hch 9,1-20 en donde san Lucas prueba que san Pablo vio al Resucitado como los Doce, y que el Señor le envió a predicar como envió a los Doce. Lleno del Espíritu como los apóstoles lo estuvieron en Pentecostés (Act 2, 4), san Pablo se afana como ellos en predicar la palabra (v. 20; cf. Act 2, 4). Y el sufrimiento que encuentra en el curso de su apostolado (v. 16) autentifica su misión (cf. Act 5, 11). Así nosotros, aunque no se nos ha aparecido el Señor, tenemos una misión particular que realizar en la que nadie nos puede suplir. Cristo nos llama a cada uno, a todos. Para Él todos somos instrumentos de evangelización y hemos de anunciar el gozo de su resurrección.

Por su parte, en el Evangelio de hoy (Jn 6,52-59) Jesús afirma con claridad que si uno quiere poseer la vida ha de comer su carne y beber su sangre. El maná del desierto fue importante, pero mucho más lo es el alimento eucarístico que da la vida eterna. Quiero compartirles, al respecto, algo importante que al respecto dice san Agustín. Me encontré esto por ahí y estoy seguro que nos ha de ayudar a reflexionar. Dice san Agustín: «Lo que buscan los hombres en la comida y en la bebida es apagar el hambre y la sed, mas esto no lo logra de verdad sino este alimento y bebida que a los que lo toman hace inmortales e incorruptibles, en la sociedad misma de los santos, donde existe una paz y unidad plena y perfectas...  Comer aquel manjar y beber aquella bebida es lo mismo que permanecer en Cristo y tener a Jesucristo que permanece en sí mismo. Y, por eso, quien no permanece en Cristo y en quien Cristo no permanece, es indudable que no come ni bebe espiritualmente su cuerpo y su sangre, aunque materialmente y visiblemente toque con sus dientes el sacramento del Cuerpo y de la Sangre de Cristo: sino antes, por el contrario, come y bebe para su perdición el sacramento de la realidad tan augusta, ya que, impuro y todo, se atreve a acercarse a los sacramentos de Cristo, que nadie puede dignamente recibir sino los limpios...» (Tratado 26 sobre el Evangelio de San Juan 17-18). Nos quedamos con esto entonces: Cada uno de nosotros tiene una vocación específica en la que el señor, que nos ha llamado, nos acompaña y nos alimenta con su Cuerpo y con su Sangre para seamos sus discípulos–misioneros. Que María Santísima nos ayude. ¡Bendecido viernes!

Padre Alfredo.