Los verdaderos discípulos no abandonan a Jesús, aunque en ese momento pudiera ser que la mayoría no tenía claro lo que representaba la propuesta de Jesús ni el confesarse seguidores de su proyecto. Jesús vivió con ellos sus más hondas experiencias, se les reveló como hijo de Dios, como se nos revela también a nosotros que queremos seguirlo confiando que es nuestro Salvador que murió y resucitó para salvarnos. A los apóstoles y a quienes en aquellos tiempos le querían seguir en serio, los llenó de elementos que humanizaban, movió sus conciencias y les abrió los ojos a una nueva realidad. Cuando Jesús se alejó de ellos para volver al Padre, con el paso de los días se maravillaron del ser que permanecía entre ellos con más fuerza que antes y dijeron sin dudar que sus palabras eran de vida eterna.
En nuestro tiempo y siempre, en todas las épocas desde el tiempo de Cristo, muchas fuerzas contrarias se oponen a la utopía propuesta por Jesús, perseguirán a sus seguidores, los llenaran de temores, los acorralaran, pero aun matándolos, no lograrán acabar con la raíz de este sueño que siempre retoñará en la humanidad. Es una fuerza ancestral, inherente a los seres humanos. El sueño de vivir los valores del Reino en justicia, con la alegría de compartir lo mucho o lo poco que se tiene, de mirarnos a los ojos y sentirnos hermanos, sin engaños, sin trampas. Es un sueño que no tiene fin ni aun con la pesadilla diaria de la muerte diabólica que tortura y persigue. Jesús, el «Pan de Vida», Jesús, con su palabra y obra, nos muestra un camino de santidad que rebasa toda expectativa. En el texto de hoy es significativa la respuesta, por boca de Simón Pedro en nombre de todos, incluso de nosotros, discípulos de veinte siglos después: «¿A quién iremos? Tú solo tienes palabras de vida eterna. Creemos y sabemos que eres el enviado definitivo del Padre». Con María, vivamos el gozo de la Pascua alimentados por Jesús, el «Pan de Vida». ¡Bendecido sábado!
Padre Alfredo.
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