Mucha gente piensa que estar unidos a Jesús significa conocer todos sus secretos teológicos. Es decir, ser fuertes y abundantes en doctrina, saber mucho, penetrar en todos los misterios teológicos en torno a él. Y no es precisamente esto lo que el evangelio nos plantea. Beber o sorber savia de Jesús es asimilar su modo de pensar, que es semejante al del Padre, y hacer las obras que él hace teniendo sus mismos sentimientos. Y esto implica: comprender el análisis que él hizo de la sociedad de su tiempo, las motivaciones que tuvo para iniciar su actividad, la posición que tomó frente a las estructuras de poder de su momento y, sobre todo, definirse por el sujeto de su acción pastoral que fueron los pobres, los oprimidos, los descartados y marginados.
Muchas veces hemos reflexionado en que nosotros somos los sarmientos y para vivir necesitamos estar unidos a Cristo que es la vid. Estamos unidos a él por medio de la gracia, que es la savia de la vid, para poder obrar santamente, puesto que sólo la gracia da a nuestras obras un valor sobrenatural. Debemos convencernos de que no somos ni podemos ser por nosotros mismos más que sarmientos secos si no «permanecemos» unidos a la vid. Las primeras generaciones de cristianos conservaron una conciencia muy viva de la necesidad de «permanecer» unidos por la caridad. Quiero entonces terminar la reflexión de este día con el testimonio de un Padre de la Iglesia, san Ignacio de Antioquía que decía: «Corran todos a una como a un solo templo de Dios, como a un solo altar, a un solo Jesucristo que procede de un solo Padre». Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra nos ayuda a «permanecer» en Cristo y nos dice: «Hagan lo que él les diga» (Jn 2,5). ¡Bendecido miércoles!
Padre Alfredo.
P.D. El 18 de mayo cumplía años mi padre. Elevo una oración y el recuerdo en la Santa Misa por su alma, agradeciendo todo lo que en la vivencia de su vocación de esposo, padre y apóstol lleno de fe y alegría cristiana, nos dejó.
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