domingo, 29 de mayo de 2022

«La Ascensión del Señor»... Un pequeño pensamiento para hoy


San Lucas nos cuenta dos veces la escena de la Ascensión del Señor cuya fiesta celebramos el día de hoy. Una, como final de su evangelio (Lc 24,46-53), y otra como inicio de su libro de los Hechos (Hch 1,1-11) narrándonos la historia de la Iglesia primitiva. Y es que la Ascensión es el entronque: el punto de llegada de la vida de Jesús y el punto de partida del tiempo de la Iglesia. En el evangelio ha ido contando san Lucas cómo Jesús, desde Galilea, sube hasta Jerusalén, donde vive intensamente su muerte y su glorificación. Luego, desde Jerusalén empieza el gran camino de la Iglesia, que tiene que llevar su testimonio a todo el mundo. Ahora la meta simbólica será Roma. La homilía podría seguir este esquema: el triunfo de Jesús y el inicio de la misión eclesial. Triunfo y tarea.

La Ascensión es misterio u objeto de fe. Evidentemente, sube quien antes ha bajado. Así se muestra que Jesús bajó a este mundo y que ha ascendido como Cristo glorioso. El final continuo es la glorificación o la gloria, que es experiencia de Dios y culminación de felicidad. Evidentemente, entre la bajada y la subida se desarrolla la acción de Jesús, que pretende implantar el reino. La Ascensión del Señor es expresión de su glorificación, complemento de la resurrección. Al encarnarse, Jesús descendió; justo es que al final de su vida ascienda. Pero también se relaciona la Ascensión con la parusía al final de los tiempos: es un preámbulo de su último retorno. Ha subido a prepararnos una morada y volverá lleno de gloria, como decimos en el Credo, a juzgar a los vivos y a los muertos. San Pablo subraya el aspecto cósmico de la Ascensión, ya que Jesús goza de un señorío universal. Esta fiesta de hoy nos dice que tenemos que mirar al cielo, pero también al mismo tiempo la realidad que nos rodea. 

Mirar hacia arriba con los pies en el suelo: Mirar arriba desde nuestra «Jerusalén», desde el lugar donde nos toca vivir, gozar, sufrir, afrontar dificultades, cargar cruces, construir el reino. Así, será posible recibir el don del Espíritu Santo. Este Espíritu no lo podremos recibir si huimos de la realidad buscando soluciones fáciles, mágicas, esotéricas; no lo podremos recibir desentendiéndonos de los demás; no lo podremos recibir si permanecemos recluidos en nuestro interior espiritualista o en nuestras comodidades basadas en el dinero o el placer... Estas huidas son las del que mira hacia arriba sin tener los pies sobre la tierra. Pero tampoco lo podremos recibir si sólo miramos a la tierra, si no nos abrimos a la esperanza, si permanecemos cerrados en el orgullo de creer que somos autosuficientes con la ciencia y la técnica. Ésta es la actitud del que sólo mira a la tierra y no mira nunca el horizonte. Que María santísima esté con nosotros, como con aquellos primeros y nos acompañe a esperar la llegada del Espíritu en Pentecostés. ¡Bendecido domingo de la Ascensión del Señor!

Padre Alfredo.

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