Jesús compara la misión del Espíritu con la suya, porque no se trata de creer que ha terminado el reino de Cristo y que será reemplazado por el del Espíritu. Sino que de hecho, la distinción reside más bien entre el modo de vida terrestre de Cristo que oculta al Espíritu y el modo de vida del que él se beneficiará después de su resurrección y que no será ya perceptible por los sentidos, sino solamente por la fe: un modo de vida «transformado por el Espíritu» (Jn 7,37-39).
Nos volvemos a encontrar aquí con la pedagogía de Cristo resucitado que utiliza para convencer a sus apóstoles de que no busquen ya una presencia física, sino que descubran en la fe la presencia «espiritual». Así que no estamos solos, tenemos en la realidad de nuestra vida personal, el don, la presencia, la fuerza del Espíritu. Es muy importante que nos lo digamos, que seamos conscientes de ello. Esto pide de nosotros una coherencia de vida según el evangelio de Jesús. Cada vez más, paso a paso, debemos ponernos en camino de seguimiento del Señor. Que María interceda para que dejemos actuar al Espíritu en nuestras vidas y sigamos fielmente a Jesús. ¡Bendecido martes!
Padre Alfredo.
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