Voy ahora al comentario de la palabra de Dios de este día que en la primera lectura nos narra la conversión de san Pablo que, después de la resurrección de Cristo, es el acontecimiento que más veces se narra en el Nuevo Testamento. De hecho san Lucas, en el libro de los Hechos lo menciona varias veces en los capítulos 9, 22 y 26, y el mismo san Pablo hace varias alusiones al episodio en sus cartas (Gál 1, 11-17; 1 Cor 15, 3-8). Hoy la narración que la liturgia nos ofrece es la de Hch 9,1-20 en donde san Lucas prueba que san Pablo vio al Resucitado como los Doce, y que el Señor le envió a predicar como envió a los Doce. Lleno del Espíritu como los apóstoles lo estuvieron en Pentecostés (Act 2, 4), san Pablo se afana como ellos en predicar la palabra (v. 20; cf. Act 2, 4). Y el sufrimiento que encuentra en el curso de su apostolado (v. 16) autentifica su misión (cf. Act 5, 11). Así nosotros, aunque no se nos ha aparecido el Señor, tenemos una misión particular que realizar en la que nadie nos puede suplir. Cristo nos llama a cada uno, a todos. Para Él todos somos instrumentos de evangelización y hemos de anunciar el gozo de su resurrección.
Por su parte, en el Evangelio de hoy (Jn 6,52-59) Jesús afirma con claridad que si uno quiere poseer la vida ha de comer su carne y beber su sangre. El maná del desierto fue importante, pero mucho más lo es el alimento eucarístico que da la vida eterna. Quiero compartirles, al respecto, algo importante que al respecto dice san Agustín. Me encontré esto por ahí y estoy seguro que nos ha de ayudar a reflexionar. Dice san Agustín: «Lo que buscan los hombres en la comida y en la bebida es apagar el hambre y la sed, mas esto no lo logra de verdad sino este alimento y bebida que a los que lo toman hace inmortales e incorruptibles, en la sociedad misma de los santos, donde existe una paz y unidad plena y perfectas... Comer aquel manjar y beber aquella bebida es lo mismo que permanecer en Cristo y tener a Jesucristo que permanece en sí mismo. Y, por eso, quien no permanece en Cristo y en quien Cristo no permanece, es indudable que no come ni bebe espiritualmente su cuerpo y su sangre, aunque materialmente y visiblemente toque con sus dientes el sacramento del Cuerpo y de la Sangre de Cristo: sino antes, por el contrario, come y bebe para su perdición el sacramento de la realidad tan augusta, ya que, impuro y todo, se atreve a acercarse a los sacramentos de Cristo, que nadie puede dignamente recibir sino los limpios...» (Tratado 26 sobre el Evangelio de San Juan 17-18). Nos quedamos con esto entonces: Cada uno de nosotros tiene una vocación específica en la que el señor, que nos ha llamado, nos acompaña y nos alimenta con su Cuerpo y con su Sangre para seamos sus discípulos–misioneros. Que María Santísima nos ayude. ¡Bendecido viernes!
Padre Alfredo.
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