Quizá, como ellos, nosotros tampoco estamos muy acostumbrados a reflexionar sobre la alegría de Jesús, que es, como todo lo suyo, una alegría pascual, una tristeza superada. Por eso, su alegría no se produce al margen de las pruebas de la vida, sino como una victoria sobre ellas. La imagen que nos ofrece el evangelio de hoy es la del parto. La mujer que da a luz siente tristeza porque ha llegado su hora, pero, en cuanto da a luz, se siente otra por la alegría de que al mundo le ha nacido un hombre.
Así es la alegría que debe brillar en la Iglesia. Ella es como una madre que se preocupa y está triste antes de dar a luz a tantos seres humanos por la fe en Dios Padre y en su Hijo Jesucristo; pero que se alegra cuando puede reunir en torno a la mesa del Señor a todos los hijos de su fecundidad misionera, de su testimonio evangélico. Acercándonos al final de este tiempo pascual debemos renovar la alegría que llena a la Iglesia por la resurrección de Jesucristo. Y esta alegría pascual, con ayuda de María, nos debe ayudar a sobrellevar con fortaleza las contrariedades que el mundo nos presenta. ¡Bendecido viernes!
Padre Alfredo.
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