jueves, 31 de enero de 2019

Los grandes aportes de Stephen Hawking que es es importante valorar...

Muchos hemos oído hablar de Stephen Hawking, el físico británico que puso las teorías sobre el origen del universo al alcance de todo y cuya enfermedad lo fue paralizando lentamente dejándolo con movimiento sólo en dos dedos y algunos músculos faciales. En 1985 perdió la voz y desde entonces se comunica a través de un sintetizador de voz. Gracias a este ordenador pudo seguir ofreciendo conferencias y divulgando sus conocimientos. Hawking murió el año pasado (2018) a los 76 años de edad.

Stephen Hawking fue uno de los científicos más populares desde Albert Einstein, no sólo por sus descubrimientos y teorías, sino también por las circunstancias de su vida. Cuando Stephen tenía 21 años, comenzó a notar que sus movimientos eran cada vez más torpes y se le diagnosticó un tipo de esclerosis lateral conocida como «Esclerosis Amiotrófica». Los médicos le dieron entre dos y tres años de esperanza de vida como máximo, pero desafiando los pronósticos siguió haciendo ciencia durante décadas y décadas. Aunque la enfermedad fue paralizando lentamente a este cerebrito de la ciencia, pudo seguir trabajando en sus teorías y difundiéndolas, además de participar en foros y expresar su opinión sobre los últimos avances de la ciencia.

Hawking dedicó toda su vida a trabajar sobre las leyes que gobiernan el universo. Muchos de los teoremas que ha dejado giran en torno a los agujeros negros. Un agujero negro es una región del espacio con una cantidad de masa concentrada tan grande que no existe la posibilidad de que algún objeto cercano escape a su atracción gravitacional.

La idea de los agujeros negros es muy anterior a Hawking: las primeras nociones datan del siglo XVIII y fue la «Relatividad General» de Einstein en 1915, la que hizo que se empezaran a tomar en cuenta en la ciencia de calidad. En los años 70s, Hawking tomó como base estos estudios para lograr una descripción de la evolución de los agujeros negros desde la física cuántica y, entre otras cosas, Hawking descubrió que no son totalmente negros como se pensaba.

Según Stephen, los efectos de la física cuántica hacen que estos agujeros brillen como cuerpos calientes, de ahí que pierdan parte de la negritud que inicialmente se pensaba que tenían y por cuya peculiaridad habían recibido ese nombre. En 1976, y siguiendo los enunciados de la física cuántica, Hawking concluyó en su «Teoría de la Radiación», que los agujeros negros son capaces de emitir energía, perder materia e incluso terminar por desaparecer. En el año 2004, el brillante científico rectificó su propia teoría y concluyó que los agujeros negros no lo absorben todo. «El agujero negro sólo aparece en silueta pero luego se abre y revela información sobre lo que ha caído dentro — explicaba con certeza— eso nos permite cerciorarnos sobre el pasado y prever el futuro».

El magnífico trabajo que hizo Hawking sobre los agujeros negros ayudó a probar la idea de que hubo una Gran Explosión o «Big Bang» al principio de todo, confirmando la teoría del sacerdote católico Georges Lemaitre, que es la mejor explicación científica que tenemos de cómo se creó el Universo.

Aunque había sido desarrollada en la década de los 40, la teoría del Big Bang aún no había sido aceptada por todos los cosmólogos. Sin embargo, en colaboración con el matemático británico Roger Penrose, Hawking se dio cuenta de que los agujeros negros eran como el Big Bang al revés, lo que significó que las matemáticas que había usado para describir los citados agujeros negros también servían para describir el Big Bang. Fue un momento clave para demostrar que el Big Bang realmente había ocurrido.

Uniendo todos estos conceptos, una de las afirmaciones más atrevidas de Hawking fue considerar que la Teoría General de la Relatividad de Einstein implicaba que el espacio y el tiempo tuvieron un principio en el Big Bang y tienen su fin en los agujeros negros. Aún si el universo llega a su fin, dijo el científico, esto no ocurrirá hasta dentro de al menos 20 mil millones de años. Nosotros sabemos, por nuestra fe y convicción, que esto no está en manos de los hombres sino de Dios, que llegará en el momento menos pensado se acabe así o no la existencia de los planetas y todas las galaxias del universo.

Fue tal vez su «Teoría del Todo», que sugiere que el universo evoluciona según leyes bien definidas, la que atrajo la mayor atención. «Este conjunto de leyes —afirmaba en sus conferencias— puede darnos las respuestas a preguntas como cuál fue el origen del universo». Luego decía que si se encuentran las respuestas de hacia dónde va el universo y cómo será su final «conoceremos la mente de dios», pero Stephen murió sin descubrirlo.

Pese a tanta complejidad de estos conceptos, Hawking hizo un gran esfuerzo por difundir la cosmología en términos fáciles de comprender para el público general. Su libro «Una breve historia del tiempo», de 1988, vendió más de 10 millones de copias en el mundo. Aun así, este gran científico fue consciente de que las ventas no se traducían directamente en lecturas completas, y años después publicó una versión más breve y más fácil de digerir.

El gran talento de este astrofísico, que para muchos le hizo merecedor de un premio Nobel que no le llegó en vida, fue haber combinado campos diferentes pero igualmente importantes de la física: la gravitación, la cosmología, la teoría cuántica, la termodinámica y la teoría de la información.

Para terminar esta mal hecha reflexión, dejo algunas de sus frases más célebres:

— «Si los extraterrestres nos visitaran, ocurriría lo mismo que cuando Cristóbal Colón desembarcó en América y nada salió bien para los nativos americanos». 

— «La inteligencia es la habilidad de adaptarse a los cambios».

— «La humanidad tiene un margen de mil años antes de autodestruirse a manos de sus avances científicos y tecnológicos».

— «La próxima vez que hablen con alguien que niegue la existencia del cambio climático, díganle que haga un viaje a Venus. Yo me haré cargo de los gastos».

— «Einstein se equivocaba cuando decía que ‘Dios no juega a los dados con el universo’. Considerando las hipótesis de los agujeros negros, Dios no solo juega a los dados con el universo: a veces los arroja donde no podemos verlos».

— «La vida sería trágica si no fuera graciosa». 

— «El peor enemigo del conocimiento no es la ignorancia, es la ilusión del conocimiento». 

— «La voz que utilizo es la de un antiguo sintetizador hecho en 1986. Aún lo mantengo debido a que todavía no escucho alguna voz que me guste más y porque a estas alturas ya me identifico con ella».

Padre Alfredo.

«Ser luz para los demás»... Un pequeño pensamiento para hoy

La misión que Cristo ha confiado a su Iglesia se ha ido realizando en las coordenadas de tiempo y de espacio. La gracia del Espíritu Santo ha seguido derramándose y ha garantizado la autenticidad de la misma misión recibida del Señor. Pero las expresiones y aplicaciones humanas —culturales y psicológicas— de cada época, son siempre limitadas y frecuentemente defectuosas. En cada momento histórico, como también en el nuestro tan globalizado, la referencia al pasado indica la recepción de una herencia de celo apostólico, a modo de ensayo continuo, que intenta corregir las limitaciones del pasado, sin perder las grandes lecciones aprendidas. El tiempo presente de la evangelización asume la herencia del tiempo pasado con una actitud de agradecimiento y humildad como la que tienen el autor de la Carta a los Hebreos que dice «Cristo nos abrió un camino nuevo y viviente» (Hb 10,19-25) y el autor del salmo 23 (24 en la Biblia), quien agradeciendo los dones que a la tierra ha dado el Señor, nos invita a bendecirle con gratitud. Así se construye el presente de modo más comprometido y coherente. La «memoria» histórica de la que tanto nos habla el Papa Francisco, ayuda a vivir la «comunión» eclesial, a modo de familia en la que se comparte un mismo camino hacia el «presente» eterno de Dios Amor, cuando quedarán superadas las limitaciones del espacio y del tiempo, sin perder la identidad personal.

Tener acceso al Señor, siguiendo su voluntad, poder encontrarle de nuevo y vivir con él es la búsqueda de muchos hombres y, para eso, es bueno recurrir con gratitud al pasado y hacer memoria. Jesús, observador de lo real, para enseñarnos, hace referencia a su pasado, a su infancia y adolescencia. Ha visto, mil veces a su madre en la casa encendiendo la lámpara al anochecer, para colocarla, no bajo la cama, donde resultaría inútil, sino en el centro de la sala, sobre un candelero a fin de que ilumine lo más posible, por eso hoy puede recurrir a esa «memoria» del pasado en su casa para dejarnos una gran enseñanza (Mc 4,21-15). A través de esta rápida imagen de una vela, se sugiere toda una orientación del pensamiento: Replegarse en sí mismo es impensable para Jesús. El egoísmo, incluso el por así decirlo espiritual, que consistiría en «cuidar de la propia velita» debajo de algo en donde no le de el aire del mundo, es condenado formalmente: toda vida cristiana que se repliega en sí misma en lugar de irradiar no es la querida por Jesús porque no alumbra.

Creer en Cristo debe ser para nosotros, sus discípulos–misioneros, aceptar en esa luz que ha dejado en nuestras vidas desde nuestro bautismo y a la vez comunicar con nuestras palabras y nuestras obras esa misma luz a una humanidad que anda siempre a tientas en la oscuridad. Pero, agradeciendo nuestro pasado y las bendiciones que Dios nos ha dado, ¿somos en verdad luz? ¿iluminamos, comunicamos fe y esperanza a los que nos están cerca? ¿somos signos y sacramentos del Reino en nuestra familia o comunidad o sociedad? ¿o somos opacos, «malos conductores» de la luz y de la alegría de Cristo porque olvidamos de inmediato el pasado? Jesús aclara, apoyado en un sencillo recuerdo de su casa, que el Reino de los Cielos que nos anuncia y que ya empieza, no es un esconderse o recurrir a la falsa modestia sabiendo que nos tocará dar testimonio tarde que temprano. Este problema de anularse y tener que aparecer a la vez con su testimonio lo resuelve de una sola manera: transparentando al Padre como una luz. El testimonio es la entrega propia para que otro viva; consumirse ayudando a otros para que tengan vida, no escondiéndose, sino entregando la vida por una causa. Si no hay entrega no se puede pedir a otros que se entreguen, porque el Reino pleno se hace con la entrega de los unos y los otros. Dios sólo le da al que se está consumiendo, como a María, en un perenne «sí». A quien así lo hace no le faltará ni humanidad, ni plenitud, ni memoria del pasado con gratitud. Quien no se entrega se empobrece y anula por sí solo su pasado y su presente, cosa que le impedirá caminar con alegría hacia el futuro incierto aquí en la tierra, hasta alcanzar el Cielo y la contemplación de la luz total. ¡Bendecido jueves eucarístico y sacerdotal!

Padre Alfredo.

miércoles, 30 de enero de 2019

«Hermana Gloria Rodríguez»... Vidas consagradas que dejan la huella de Cristo XXV

Recuerdo a la hermana Gloria todavía hace unos 5 ó 6 años recorriendo los pasillos de la «Casa del Tesoro» en la Perla Tapatía en su silla de ruedas eléctrica. ¡Qué se podía esperar de quien por muchísimos años fue una excelente y experimentada chofer y quien para ayudar a las misiones buscó, con su sonrisa tan particular que conquistó a muchos, hacerse siempre los adelantos de vanguardia que facilitaran las tareas apostólicas e hicieran llegar la Buena Nueva a más almas.

El 3 de marzo de 2014, en esa querida «Casa del Tesoro» en Guadalajara, Jalisco, México, a las veintiún horas con cinco minutos, «Gloriosa», como a veces le llamaban, dejó este mundo porque el Señor la llamaba a su divina presencia. A su lado estaban las hermanas de la comunidad y su querida hermana Sarita, quien junto con Absalón y sus demás hermanos la apoyaron siempre en su camino vocacional. Gloria cerró sus ojos en la paz de los creyentes amados por Dios, para que su alma, libre ya de las ataduras de este mundo y de su peculiar silla de ruedas, elevara su vuelo a los brazos del Padre Celestial.

Gloria Rodríguez Rodríguez nació el día 10 de septiembre de 1924 en Doctor Arroyo, Nuevo León, México, un pintoresco lugar del sur de este estado mexicano. Ingresó con las Misioneras Clarisas el 19 de marzo de 1954, en la Casa Madre de la Congregación en Cuernavaca y el 11 de febrero de 1955 inició su Noviciado para hacer su Profesión Temporal el 09 de febrero de 1957 en manos de la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento, de quien fue una de sus más fieles colaboradoras.

La hermana Gloria era contador público, y dotada de un carácter fuerte y emprendedor más una confianza ilimitada en el Señor, nada se le atoraba en la vida. desde su ingreso a su amada congregación. Puso sus capacidades numéricas con mucho empeño y generosidad al servicio de la beata María Inés, siendo para ella una fuerte ayuda por aligerar las dificultades que por las necesidades económicas, siempre ha tenido la obra Inesiana. Gracias a su carrera de contadora, el trabajo de la economía fue su fuerte ocupación en la vida religiosa. Fue muy activa en la búsqueda de medios de subsistencia y muy fina en el trato los bienhechores, gozaba con alguna cosa que se conseguía para la comunidad, que bromeando la llamaba «Mac Pato», por el tío rico del pato Donald. Ella gozaba con aquel apodo riendo, gozando y compartiendo todo lo que recibía luego de pedir los debidos permisos sin disponer para ella más que lo indispensable. A mí todavía me tocó escuchar a algunos de los sobrinos de la beata María Inés en Guadalajara llamándola con cariño «tía Mac Pato».

Su primera encomienda, además del campo de la economía fue el de maestra, dando clases en el Instituto Comercial que se estableció por unos años en la Casa Madre durante los ciclos escolares de 1954 a 1955 y de 1956 a 1957. Excelente jugadora de beisbol cuando novicia y neoprofesa, no le estorbaba el hábito para anotar una y mil carreras en tantos partidos. Tuvo a su cargo la economía local de la Casa Madre durante el período 1957 a 1962, año en que fue nombrada ecónoma general luego de haber hecho su Profesión Perpetua el 5 de febrero de 1962 ante la beata madre fundadora. Dicho cargo lo realizó primero en la República Mexicana de 1962 a 1973 y luego continuó en Roma, Italia hasta el año de 1974. Como ecónoma implementó el sistema de la economía local y general del instituto de una manera sencilla y eficiente, como lo había pedido la beata madre fundadora, con los libros y los informes mensuales, trimestrales y anuales, enseñando a las ecónomas regionales y locales a establecer las bases de lo que hoy se maneja en computadora.

Ella contaba que aprendió a manejar impulsada por la beata al cambiar la Casa General a lo que ahora es el Noviciado allá mismo en Cuernavaca, antes de trasladarla a Roma, pues en aquel entonces esa propiedad estaba prácticamente fuera de la civilización y ella tenía que colaborar en la economía. Sus acompañantes de aquel entonces recuerdan el empeño que puso hasta convertirse en un chofer de primera.

Luego de terminar sus funciones como ecónoma general, Gloria recibió su cambio a la Región de México, donde recibió el oficio de ecónoma regional hasta el año de 1980. Durante este período estuvo también al frente de la adaptación de la Casa Madre para la recepción de grupos. De 1981 a 1991 estuvo como misionera en Chiapas, a donde fue destinada como superiora y ecónoma de la misión de «La Florecilla», en donde trabajó arduamente manejando una camioneta diseñada para abrir la brecha que ahora es una carretera y atender el proyecto de construcción del centro misionero que tiene escuela, parroquia y casa de ejercicios espirituales en un lugar más que bellísimo. 

El 5 de febrero de 1982 bajó de la sierra chiapaneca a celebrar sus Bodas de Plata de consagración religiosa en la Casa Madre de Cuernavaca a donde fue cambiada en 1991 luego de sus diez años en Chiapas y se hizo cargo del Proyecto «María Inés–Niños de México», una fundación para la asistencia social a favor de los habitantes de «Los Patios de la Estación» allí mismo en Cuernavaca.

Su último destino fue «La Casa del Tesoro» en Guadalajara en 1994, atendiendo la economía local, y supervisando la construcción del edificio en la parte que habitan ahora las hermanas enfermas. En el año 2002 celebró sus Bodas de Oro y siguió en el cargo hasta el año 2005, cuando ya no sintiéndose capaz de desempeñar ese servicio tan atrapante de la economía, presentó su renuncia.

Gloria fue siempre una mujer muy religiosa, generosa y fiel a su vocación. La deferencia y adhesión incondicional a la beata María Inés la prolongó en sus sucesoras y en sus superioras inmediatas. Su  fuerte y firme carácter la hacía sufrir, pero supo siempre reconocer sus faltas con humildad ofreciendo todo al Señor. Su caridad trascendía a las demás ramas de la Familia Inesiana y a familiares y amigos de la congregación que mucho la apreciaron siempre con mucha gratitud.

Durante los últimos 6 años de su vida Nuestro Señor la visitó con la cruz de la enfermedad, sobre todo en sus rodillas y caderas, dejándola en su silla de ruedas eléctrica que rápidamente aprendió a manejar hasta que la misma situación de sus huesos la obligó a postrarse en cama, en donde pasó los últimos meses de su vida con gran fortaleza y ofreciendo todo al Señor por la salvación de las almas. En el año 2013, luego de una fuerte neumonía, su corazón resintió aquello y se fue debilitando, le atacó una infección en las glándulas parótidas hasta que cerró sus ojos al ser llamada a la dichosa y feliz contemplación en el Cielo, a donde, esperamos, celebra felizmente las nupcias eternas gracias a esa maravillosa economía salvífica del Señor.

Padre Alfredo.

«Esparcir la semilla»... Un pequeño pensamiento para hoy


La mentalidad semítica, que es la de toda la Biblia, afirma con fuerza el papel de Dios en el hombre: «Esto ha dicho el Señor a mi Señor», dice el salmista (Salmo 109, 110 en la Sagrada Escritura). Para nosotros, como cristianos, la lectura de estas expresiones en los salmos, nos recuerda la línea mesiánica que luego se manifestará en plenitud en el auténtico Rey y Salvador del pueblo, el Mesías, Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre, a quien el Padre sentará a su derecha y a quien el mismo Padre extenderá su cetro poderoso. Un Rey que aspirará a establecer su reino en el corazón del hombre de fe que vive en medio de un pueblo superficial, con adversarios ciegos, demasiado preocupados de las cosas materiales y donde, a pesar de todas las dificultades, la Palabra de Dios, su Reino, logrará dar fruto, y a veces abundante. Al final de los tiempos ese Reino llegará a su plenitud.

Jesús había comenzado en Galilea a anunciar el proyecto del Reino de los Cielos que el Padre había diseñado para el hombre. Como toda propuesta nueva positiva, tuvo al comienzo una gran acogida. Pero el Reino exigía conversión: cambio interior de las personas y cambio exterior de las estructuras. Y toda exigencia de cambio trae crítica y persecución. Es entonces cuando Jesús pudo comprobar que su propuesta de cambio personal y social no sólo no era bien comprendida, sino que era atacada. Sobre su misma persona comienzan ya las amenazas de muerte. Y ahí le sobreviene a este Mesías Rey un momento natural de crisis que parece ser el fondo histórico de la parábola del sembrador que hoy la liturgia nos presenta (Mc 4,1-20). La parábola del sembrador es prácticamente una confesión estremecedora de las dificultades que enfrentaba Jesús, al mismo tiempo que de su voluntad decidida de continuar en la propuesta de su causa para ir estableciendo el Reino desde esta tierra. Jesús asemeja su trabajo al de un sembrador que derrocha semillas y energía. Siembra aquí y allá, con la esperanza de que la semilla arraigue, crezca y produzca fruto. Y se da cuenta, desde el principio, que no todos acogen su propuesta, que la idea del Reino cae en gente superficial, o interesada, o aferrada a las viejas estructuras, o atemorizada... Jesús es honesto y valiente y confiesa su fracaso: gran parte de su esfuerzo se está perdiendo.

El Reino, éste que ya ha empezado y no ha llegado a su cúlmen —que será en la Parudía— no tiene medidas humanas de eficacia ni presenta a un Rey al estilo de los del mjundo, aunque es suyo el señorío —como parece profetizar el salmista—. Este Reino hay que sembrarlo en todos los terrenos desde aquel entonces y hasta el día de hoy. Es una gracia universal y Dios Padre no quiere excluir de ella a nadie. Por eso no hay examen de campo, para establecer dónde debe sembrarse. Jesús es fiel a esta lógica y siembra los contenidos del Reino por donde camina. Su conexión con el Padre Celestial le enseña que el cambio verdadero comienza poco a poco, desde el fondo, aunque sea sólo con un puñado de personas, o aunque sean éstas las más débiles ante los ojos del poder humano. La lógica de Dios, de Jesús y del Reino sigue parámetros distintos y hasta en muchos casos contrarios a la lógica del poder. Por eso eligió a María, una humilde jovencita de Nazareth, por eso pensó en José, un sencillo carpintero, por eso nos eligió a nosotros, a tí, a mí y a muchos más. La semilla que el Rey eterno esparce, crecerá en la tierra mejor dispuesta y dará una copiosa cosecha. Hoy, ante la Palabra de Dios me quedo con una pregunta y se las comparto: ¿Anuncio a los cuatro vientos el reinado de Cristo como el sembrador dispersa la semilla o tengo encasillado este Reino, secuestrado en mi corazón?... ¡Bendecido miércoles!

Padre Alfredo.

martes, 29 de enero de 2019

«La familia de Cristo»... Un pequeño pensamiento para hoy

El Evangelio de hoy (Mc 3,31-35) nos coloca ante una cuestión importante: ¿cuál es la verdadera familia de Jesús? Los teólogos han repetido hasta la saciedad una cosa: que Dios tiene un rostro de Padre, incluso de Madre —como dijo el Siervo de Dios Juan Pablo I en una de sus poquísimas audiencias: «Dios es Padre y Madre»—. Jesús nos ha revelado su parentesco, nos habla de su Padre y nuestro Padre... Él se encarnó en el seno de una madre, María, y creció en el contexto de una familia de su tiempo y del entorno palestino. Las categorías humanas, en concreto las de la familia, han sido asumidas en el lenguaje del Evangelio y han circulado entre los creyentes con naturalidad a lo largo de toda la historia. Pero hoy, Jesús nos dice algo de suma relevancia: Los cristianos somos los familiares de Jesús: no por estar registrados en el libro de bautismos, ni por la tradición de los nuestros, ni por nuestro dinero o poder acumulado, ni siquiera por méritos personales... Lo somos por la fe y por el cumplimiento de la voluntad de Dios. En eso, exactamente igual que la Santísima Virgen María (guardadas siempre las debidas distancias entre ella y nosotros en el modo de acoger la Palabra y en la manera de cumplirla).

Sí, por hacer la voluntad del Padre, como Cristo, es que somos su familia. Por escuchar la Palabra y ponerla en práctica como María. El salmo 39 (40 en la Biblia) es, para este día, muy ilustrativo si lo ponemos en labios de Cristo y de cada uno de nosotros como sus hermanos menores. Es Cristo quien canta en él la incesante intervención de su Padre en todo. Y también nosotrtos, como su familia, podemos cantarlo en la Iglesia, su esposa, quien canta las maravillas de la liberación que Cristo ha obrado a favor nuestro. Por eso no basta con participar de la Eucaristía para decir que somos de la familia divina. Es necesario que imitemos a Cristo también fuera del Templo, que seamos como su Madre Santísima, que cumplamos la voluntad del Padre. Y esa voluntad consiste en que creamos en Aquel que Él nos envió para liberarnos de la esclavitud del pecado. Y creer en Jesús —lo sabemos de sobra— no es sólo profesar con los labios que es nuestro Dios y nuestro Señor. Hay que creerle a Jesús, de tal forma que hagamos vida en nosotros su obra de salvación. Su Palabra ha de ser sembrada en nosotros y no puede caer en un terreno malo e infecundo, sino que, por la obra de santificación que realice el Espíritu Santo en nosotros, ha de producir abundantes frutos de buenas obras. Entonces nosotros, a imagen de Jesucristo, pasaremos haciendo el bien a todos y daremos testimonio de que somos su familia.

Hoy nos debe de quedar muy en claro que la familia de Jesús, no es simplemente la familia física unida por los lazos de sangre, sino aquellos que cumplen la voluntad de Dios. Con ello destaca el hecho de que María, como lo reconocerá siempre la comunidad cristiana, es el modelo perfecto de aquellos que hacen la voluntad de Dios, por lo que no solo es su madre en sentido físico, sino también lo es de manera espiritual y trascendente. Por ello pertenecerán realmente a la familia de Jesús y María aquellos que hacen la voluntad de Dios. ¿Podríamos decir que nosotros formamos parte de esta familia? Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, Madre nuestra, Madre de toda esta gran familia que es la Iglesia, que nos conceda la gracia de vivir con la apertura suficiente para dejarnos conducir por el Espíritu Santo, para que haciendo en todo la voluntad de Dios, unidos a Cristo, en Él nos convirtamos en los hijos amados del Padre. En unas horas estaré a sus pies en la Basílica del Tepeyac, allí pediré ante Ella, a su Hijo Jesús, por toda ésta, su familia. ¡Bendecido martes!

Padre Alfredo.

lunes, 28 de enero de 2019

«La victoria de nuestro Dios»... Un pequeño pensamiento para hoy


La expresión del salmo 97 (98 en la Biblia): «Que todos los pueblos y naciones aclamen con júbilo al Señor» me lleva al corazón de la beata María Inés con su anhelo: «Que todos te conozcan y te amen» y con eso al deseo de todo bautizado que se sabe amado por Dios de que todos, en todas las naciones, lleguen a gozar de ese mismo amor de elección que Dios nos tiene. ¡Qué esperanza tan marcada tiene el salmista de que la tierra entera «contemple la victoria» de nuestro Dios! En este salmo, esa palabra: «victoria», está llena de significado. El salmista no especifica a qué victoria se refiere, pues Dios la da constantemente a su pueblo. Entonces este salmo sirve en todas las ocasiones para adorar a Dios. Esta victoria la da solamente el Señor «por su diestra y su santo brazo», dice el autor del salmo, sin hacer referencia a ninguna clase de astucia o valentía de los hombres: la victoria es de Dios y el hombre será siempre solamente un instrumento en sus manos para alcanzarla.

Dios quiere que todos le conozcan y le amen, esa será la victoria final. Aquí está en énfasis misionero del salmo. Los hechos de Dios en el pueblo elegido deben revelar su poder y su gloria a todas las naciones. Por eso el salmista eleva su voz con un «canto nuevo», un canto de alegría que hace que el corazón que se sabe amado y elegido, estalle de gozo acompañado por el arpa y todos los demás instrumentos musicales exulte de júbilo. Nosotros, como discípulos–misioneros, cantamos la victoria de Cristo como nuestro Dios y nuestro Rey, Él alcanzando la victoria, entró en el santuario del cielo, no en un templo humano, y lo hizo de una vez por todas, porque se entregó a sí mismo, no sangre ajena, como hacían los sacredotes de la antigua alianza (Hb 9,15.24-28). Así como todos morimos una vez, también Cristo, por absoluta solidaridad con nuestra condición humana, se sometió a la muerte, pero para alcanzar la victoria final: «para destruir el pecado con el sacrificio de sí mismo».

Hoy celebramos la victoria de Cristo, en él tenemos un Sacerdote en el cielo que no ha entrado en la presencia de Dios por unos instantes, sino para siempre. En él tenemos un Mediador siempre dispuesto a interceder por nosotros. Como el autor de la carta no se cansa de repetir esto en estos días en que hemos estado leyendo la Carta a los Hebreos en Misa, tampoco nosotros nos deberíamos cansar de recordar esta victoria de nuestro Dios y entonar un canto nuevo, un canto de gratitud y de alabanza que debe ser entonado también por los que aún no le conocen ni le aman, dejándonos impregnar por esta victoria en nuestra historia de cada día. La victoria de Jesús sobre el pecado se muestra hoy en el Evangelio arrojando al demonio de los posesos y debe ser interpretada como la señal de que ya ha llegado el que va a triunfar del mal, el Mesías, el que es más fuerte que el malo. Pero sus enemigos no están dispuestos a reconocerlo (Mc 3,22-30). Por eso merecen el durísimo ataque de Jesús: lo que hacen es una blasfemia contra el Espíritu. No se les puede perdonar. Pecar contra el Espíritu significa negar lo que es evidente, negar la victoria del Señor, taparse los ojos para no verla. No hay peor ciego que el que no quiere ver. Por eso, mientras les dure esta actitud obstinada y esta ceguera voluntaria, ellos mismos se excluyen del perdón y del Reino. Nosotros sí que vemos esa victoria y la anhelamos para todos los pueblos y naciones, pidamos hoy a la Santísima Virgen que interceda por nosotros para que no perdamos esa visión misionera y mantengamos vivio el anhelo de que todos conozcan y amen al Señor. ¡Bendecido lunes!

Padre Alfredo.

domingo, 27 de enero de 2019

«La palabra de Dios, alegría y luz»... Un pequeño pensamiento para hoy


La Buena Nueva que nos anuncia Jesús en su Evangelio, es siempre un anuncio jubiloso de vida, de libertad, de alegría, de gracia y de salvación (Lc 1,1-4;4,14-21). Si nuestra manera de vivir el seguimiento de Cristo no fuera ésta de la Buena Nueva, estaríamos viviendo otra cosa, pero no el cristianismo. Vivir los principios cristianos con los mandamientos de la manera que los resume el Señor Jesús, no es tristeza sino alegría, no es limitación sino libertad, no es obligación y oscurantismo sino gracia y luz... ¡Alegría en definitiva! Nuestra vida de cristianos, reconoce al Señor Jesús como nuestro Dios y por eso nuestra Misa dominical, tiene el mismo ritmo y sabor que aquella antigua reunión de la que nos hablaba la primera lectura de hoy (Neh 8,2-4.5-6.8-10): también nosotros «escuchamos» la lectura de la Palabra de Dios, también la «explicamos», y también «celebramos» después con alegría un banquete comunitario de acción de gracias.

Dios ilumina nuestras vidas con la alegría, sobre todo con el relumbrar de su palabra contenida en la ley revelada, nos recuerda hoy el autor del salmo 18 (19 en la Escritura Sagrada). Es muy significativo que la ley, en la parte del salmo con la que hoy oramos (Sal 18,8.9.10.15) se presente como luz que ilumina nuestro ser y quehacer. Como el mundo no se ilumina y vive sino por la luz que ilumina y da calor, así nuestras almas, no se desarrollan en la alegría del Señor y no alcanzan su plenitud de vida sino a través de la palabra de Dios y en especial de esa «Palabra» que es Jesucrito: «Luz de luz». Es esa luz la que ilumina la diversidad de dones y carismas que hay en la comunidad, en la cual no todos tenemos ni un mismo papel ni idéntica función (1 Cor 12,12-30). Iluminados por la luz de la palabra, como cristianos, todos hemos sido injertados en el Cuerpo de Cristo por medio del bautismo. Los bautizados somos, no sólo hermanos de Cristo, sino incluso miembros de su Cuerpo y luz para iluminar el mundo que nos rodea. Bajo este aspecto todos tenemos una gran responsabilidad.

En el salmo responsorial, repetimos una frase que, aprendida de memoria, puede ayudarnos a hablar con este Dios amigo, siempre a nuestra vera, y que con sus palabras, nos infunde verdadera vida, luz y alegría que anuncian el gozo de la salvación: «Tú tienes, Señor, palabras de vida eterna». El valor dado por el salmista a la palabra de Dios en esta parte del salmo, es una buena advertencia para nosotros que vivimos en un mundo que a veces quiere envolver las almas en la trsiteza y en la oscuridad. El autor del salmo sabía que esta palabra fundamentaba su vida personal y social. La escuchaba con respeto profundo y la vivía con alegría. Aquí debemos pensar en el valor que conferimos ahora nosotros como discípulos–misioneros a la palabra del Señor que, de una manera solemne, proclamamos, escuchamos y meditamos cada domingo. Esta palabra, siempre viva y actual, es también la luz que guía nuestros pasos en el trajín de este y todos los días para vivir con alegría. Pidamos al Señor, por interseción de María, «Causa de nuestra alegría», que nos conceda esa alegría, esa luz que nos mantenga siempre en pie, felices, contentos, dispuestos a la entrega generosa, optimistas y esperanzados. La alegría de los hijos de Dios, la que nace de un corazón libre, de un corazón enamorado de la palabra. ¡Bendecido domingo!

Padre Alfredo.

sábado, 26 de enero de 2019

«Cantemos al Señor un canto nuevo»... Un pequeño pensamiento para hoy


El salmo 95 del salterio (96 en la Escritura), es considerado por excelencia el salmo que exalta la realeza del Señor, pues incluye la importante afirmación: «¡Reina el Señor!» (v.10) y lo hace invitándonos a todos a reconocerlo dándole gloria y alabanza: Cantemos —3 veces lo repite—... proclamemos... anunciemos... De esta manera estamos ante un himno que afirma la soberanía y el reinado de nuestro Dios no sólo en medio de su pueblo sino en todo el mundo. Este tipo de salmos eran utilizados por el pueblo para celebrar el poder divino en un ambiente festivo. El autor debe haber sido un adorador que reconoce el poder divino que no cuida solamente de Israel, sino que trasciende las fronteras del pueblo elegido y tiene repercusiones internacionales. El pueblo de Dios, reunido en Asamblea, es quien recibe del salmista la invitación a cantar un cántico nuevo: Dios es Señor y Soberano del mundo, de las naciones y del universo entero.

De acuerdo con esta visión teológica del compositor sagrado, el salmo afirma que el Señor es el Dios del poder y de la gloria, de la honra y de la santidad y por eso cada día, hay que entonar un canto nuevo, un canto que se hace con nuestro ser y quehacer, un canto que brota de la ofrenda de lo que somos y de lo que hacemos cada día. Bien decía la beata madre María Inés Teresa frases como éstas: «Procuraré, en cualquiera ocupación que Dios quiera colocarme, hacer de mi vida un himno. Este ha sido siempre un deseo vehemente de mi corazón» (Ejercicios Espirituales de 1943) ... «Quiero que mi vida entera sea un himno. Que mis obras todas sean un himno de alabanza, de gratitud, de adoración, a la Santísima Trinidad» (Estudios y meditaciones) ... «Mi vida será un himno en mi adhesión a su Voluntad adorable en todo lo que Él disponga de mí, sea penoso o agradable» (Ejercicios Espirituales de 1943) ... «Siempre me ha gustado hacer de mi vida un himno no interrumpido de amor y gratitud; pero como quiero que sus notas, su armonía, su sonoridad tome proporciones colosales, me gusta servirme de todas las criaturas, sin excluir a la hermana naturaleza, que tan hermosos servicios presta a mi amor, pues la capacidad de este pobre y miserable corazón no puede contener todo lo que quisiera para su Dios» (Experiencias espirituales).

Los que amamos a Dios, los que escuchamos su voz y nos comprometemos a vivir conforme al Evangelio, entonamos cada día un canto nuevo y podremos tal vez ser tildados de locos, de ilusos, de soñadores. Sin embargo sólo quien en verdad vive unido a Dios y comprometido en la salvación de todas las personas, podrá hacer suyo el camino de Cristo y entonar el canto nuevo sin quedarse en una utilización del Evangelio para el propio provecho, sino saliendo al encuentro de los hermanos para hacerles cercana la alabanza, el poder y el amor de Dios y para manifestar al mundo la misericordia divina no sólo con palabras, sino con la propia entrega, con obras que le ayuden a recobrar una vida más digna. Ojalá y el mundo, que muchas veces busca sólo dignidades o aplausos humanos no apague nuestro canto. ¡Qué locura!, una locura como la de Cristo (Mc 3,20-21). Roguémosle al Señor que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de no acallar nuestro canto nuevo cada día y de hacer nuestra la Misión que el Padre le confió a su Hijo Jesús; que nos conceda amar a nuestro prójimo no sólo para hablarle de Dios, sino para manifestárselo desde una vida convertida en un signo del amor, de la misericordia y de la cercanía, de la entrega y del perdón que Dios ofrece a todo el mundo y que se expresa en el canto de la vida misma. ¡Bendecido sábado!

Padre Alfredo.

viernes, 25 de enero de 2019

«Las cucharas de mango largo»... Un pequeño pensamiento para hoy

Cada año, cerrando la «Semana de oración por la unidad de los Cristianos», que se celebra del 18 al 25 de enero, se celebra en este día, la fiesta de la conversión del Apóstol san Pablo, una de las conversiones más conocidas de la historia y la única que se celebra con una fiesta, por la gran trascendencia que tiene: ¡todos conocemos esta historia que hoy nos narra el mismo Apóstol de las gentes en el libro de los Hechos (Hch 22,3-16), cuyo encuentro con Jesús marca un cambio de 360 grados en su vida y lo lleva a ser un predicador incansable de la Buena Nueva como el Señor había pedido a sus discípulos en el Evangelio (Mc 16,15-18). No me apetece hablar de esta conversión, porque como digo, ya la conocemos de sobra todos y hay de nosotros si no buscamos imitar a san Pablo, como discípulos–misioneros para que el Reino de Dios se siga extendiendo. 

Hoy quiero hablar más bien de esta «Semana de oración por la unidad de los Cristianos» que hoy cerramos y que este año ha tenido como lema una pequeña frase del Deuteronomio: «Actúa siempre con toda justicia» (Dt 16,18-20) y lo haré transcribiendo textualmente un cuento titulado: «La boca hecha agua» que el padre Gabriele Amorth pone en su libro: «Dios es más bello que el diablo»: «Un santo tuvo un día la oportunidad de hablar con Dios y le preguntó: “Señor, me gustaría saber cómo son el paraíso y el infierno”. Dios condujo al santo varón hacia dos puertas. Abrió una y le permitió mirar adentro. Había una enorme mesa redonda. En el centro de la mesa se encontraba un grandísimo recipiente que contenía alimento de un delicioso olor. El santo varón sintió que la boca se le había agua. Las personas sentadas alrededor de la mesa estaban flacas, de aspecto lívido y enfermizo. Todos tenían aspecto de hambre. Tenían cucharas con mangos larguísimos, pegadas a sus brazos. Todos podían alcanzar al plato de alimento y recoger un poco, pero como el mango de las cucharas era más largo que su brazo, no podían acercar el alimento a su boca. EL santo varón se conmovió a la vista de su miseria y de sus sufrimientos. Dios dijo: “Acabas de ver el infierno”.

Dios y el hombre se dirigieron hacia la segunda puerta. Dios la abrió. El hombre vio una escena idéntica a la precedente. Estaba la gran mesa con el recipiente que le hizo venir el agua a la boca. Las personas alrededor de la mesa también tenían cucharas de largos mangos. Pero esta vez, estaban bien alimentadas, felices y conversaban entre sí sonriendo. El santo varón dijo a Dios: “¡No entiendo!”. ¿Muy sencillo” respondió Dios: “¡Estos aprendieron a alimentarse los unos a los otros! Los primeros en cambio, no piensan sino en sí mismos. La diferencia entre el infieron y el paraíso la producen ustedes cuando no se dejan amar por mí para que cada uno ame a su vez al otro”. Así habló Nuestro Señor al buen hombre». Este cuento, creo yo, lo dice todo. Con ocasión de este octavario cada año podemos dar un paso en ese identificarnos con los mismos sentimientos de Jesús que nos invita a ser justos y a ser uno preocupándonos los unos de los otros concretando oración y mortificación pidiendo por la unidad de la Iglesia y de los cristianos. Este fue uno de los grandes deseos de san Juan Pablo II (Encíclica Ut unum sint, nn. 1 a 4), de Benedicto XVI y lo es asimismo de Francisco. Aquí en la parroquia hemos celebrado este octavario en la Misa de cada día con preces especiales rogándole a Dios, unidos con María Madre de la Iglesia, que, en justicia, sepamos ser instrumentos de unidad, personas que saben reaccionar sobrenaturalmente extendiendo la cuchara de la fe al otro. ¡Bendecido viernes!

Padre Alfredo.

jueves, 24 de enero de 2019

«Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad»... Un pequeño pensamiento para hoy


Jesús, como Sumo y Eterno Sacerdote ofreció un solo sacrificio por nuestra salvación: el de su propia persona (Hb 7,23-8,6), invitándonos a hacer lo mismo gracias al sacerdocio bautismal que por él hemos recibido, para hacer en todo la voluntad de nuestro Padre Dios. El cachito del salmo 39 (vv. 7-8a.8b-9.10.17) que la liturgia de hoy nos pone como salmo responsorial nos invita a ello y, con el estribillo, volvemos a grabar este anhelo de todo hijo de Dios en el corazón: «Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad». Ayer que veía la llegada del Papa Francisco a Panamá, para participar en la trigésima cuarta Jornada Mundial de la Juventud (JMJ), contemplaba a ese hombre elegido por Dios y fortalecido en todo para hacer la voluntad divina, a sus 82 años de edad, bajando con dificultad la que parecía interminable escalera del Aerbus 330 que lo condujo durante 12 horas sobre el océano. «Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad», parecía decir Francisco en medio de un viento que lo obligó a quitarse el solideo al descender del AZ 4000 de Alitalia. 

A su longeva edad, El Papa, el dulce vicario de Cristo en la tierra, arribó ayer a las 4:30 de la tarde al aeropuerto internacional de Panamá. Hoy por la mañana se reunirá con el mandatario de ese país y tendrá un encuentro con la sociedad civil, seguido de otro con los obispos centroamericanos. Por la tarde, estará en la JMJ en el Campo Santa María la Antigua. El viernes por la mañana visitará una penitenciaria para menores y por la tarde encabezará un Vía Crucis para los jóvenes. El sábado dedicará el altar de la catedral recientemente restaurada, compartirá los alimentos con jóvenes y, al atardecer, presidirá la vigilia de oración en el Campo San Juan Pablo II. El domingo, a las ocho, oficiará la misa de cierre de la JMJ, visitará enseguida un hogar para enfermos de sida. Por la tarde se encontrará con los voluntarios del evento y a las 6 de la tarde emprenderá el regreso a Roma: «Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad». ¿Imaginan un viajecito así para una persona de la tercera edad que lleva encima el peso de la Iglesia Universal? 

Por lo menos a mí todo en la liturgia de la palabra me habla hoy de lo mismo, de ese gozo de hacer la voluntad de Dios a pesar de las cosas que en principio tengamos en contra, como puede ser la falta de salud, el peso de los años, las contrariedades de la vida. El evangelio de hoy nos presenta a nuestro Señor con sus discípulos, un Jesús que se retira hacia la ribera del lago (Mc 3,7-12) no sabemos a qué, tal vez a estar un rato con los suyos, como cuando los invita a descansar y a convivir un poco con él, como lo dirá más adelante el mismo san Marcos (Mc 6,30-34). Pero, el evangelista continúa la narración diciendo que muchas gentes le seguían de la misma Galilea y también de Judea, de Jerusalén, de la Idumea, la Transjordania, del país de Tiro y de Sidón: «Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad», ha de haber dicho el Maestro con su corazón misionero y sediento de almas. No son sólo los judíos de Palestina quienes corren tras de Jesús, sino gentes de toda la comarca y regiones vecinas: algunos paganos sin duda... Estos días, a ver a Francisco, acuden a Panamá jóvenes —algunos no tanto, o como decía Madre Inés: «¡de juventud acumulada!»— de muchas partes y de muchas creencias. Es el mismo camino de Cristo: ser misionero. Atraer al evangelio a todos: «Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad». Antes del viaje, como de costumbre, el Papa se despidió de la Virgen en Santa María la Mayor y al regreso hará lo mismo para agradecerle su compañía en el viaje. Ella también nos dice: «Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad». ¡Bendecido jueves sacerdotal y Eucarístico!

Padre Alfredo.

miércoles, 23 de enero de 2019

«El encuentro con la Palabra»... Un pequeño pensamiento para hoy


La llamada a la fe es una opción fundamental por Cristo que consiste en admitir vivencialmente la realidad de Cristo presente en nuestras vidas. Por consecuencia, esto implica un encuentro con él, manifestado en la oración y en el compromiso de pensar, sentir, valorar amar y obrar como él. El autor del salmo 109 (110 en la Biblia) nos presenta al rey como el personaje principal de este poema muy popular en la tradición cristiana desde tiempos muy antiguos, pues se ha leído y utilizado mesiánicamente a través de la historia, para afirmar el señorío de Jesús, que para todas las iglesias y los creyentes es el Mesías y el Cristo de Dios. Esta interpretación cristológica le ha añadido una nueva dimensión teológica «de encuentro que no puede ignorarse ni obviarse y que es base para una gran cantidad de oraciones: «Es tuyo el señorío» dice el salmista y para explicar el sentido de esta atribución, el autor de la Carta a los Hebreos recurre al célebre pasaje de Gn 14, donde aparece Melquisedec como «el hombre de ninguna parte» en una fugaz aparición como rey y Señor. 

Este señorío que ya profetiza el salmista, hace que veamos, «por la fe», a Cristo, el Mesías salvador como el dueño de todo: «el Hijo del hombre también es dueño del sábado» (Mc 2,28) afirmaba ayer el evangelista. Hoy, en el evangelio (Mc 3,1-6), este Señor y Juez de la historia habla a un tullido «en sábado» y le ordena con autoridad: «Levántate y ponte allí en medio» y pregunta a los que le rodeaban: «¿Qué es lo que está permitido hacer en sábado, el bien o el mal? ¿Se le puede salvar la vida a un hombre en sábado o hay que dejarlo morir?» y con la misma autoridad vuelve a ordenar al tullido: «Extiende tu mano» y el hombre quedó curado luego del «encuentro» con él. Al ver relatos como éste, los discípulos–misioneros quedamos gozosamente convencidos de que Jesús ha sido constituido Señor, Sacerdote y Rey de nuestras vidas. Porque es el Hijo de Dios, el Hermano de los hombres, el Mediador que nos trae de parte de Dios, al encontrarnos con él, la salvación, el perdón, la Palabra, y le lleva a Dios nuestra alabanza, nuestras peticiones, nuestras ofrendas. Así tenemos acceso a la comunión de vida con Dios. 

Las páginas, sagradas e inspiradas de la Escritura, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, nos llevan al encuentro con Cristo. Bástanos leer esas páginas tan sencillas como sublimes del evangelio —como el relato de hoy— pero leerlas con la debida fe, para ver y oír a Cristo mismo y encontrarnos con él de corazón a corazón, con la misma de fe del tullido, que lo reconoce como Señor. El cristiano que recorra con frecuencia en los ratos de oración estos relatos evangélicos llegará poco a poco, por la fe, a conocer a Jesús y a encontrarse con él, a penetrar en los secretos de su Corazón Sagrado, a comprender aquella magnífica revelación de Dios al mundo que es Jesús, el Sumo y Eterno Sacerdote, el Rey y Señor de nuestras vidas. El evangelio, las cartas del Nuevo testamento, los salmos, los demás escritos de la Biblia, son luz y fuerza que ilumina y fortalece los corazones rectos y sinceros que quieren encontrarse con Cristo. ¡Dichosa el alma que hojea cada día las Sagradas Escrituras y bebe en el manantial mismo de sus vivas aguas! María, la humilde sierva del Señor, mujer de fe, escuchaba la Palabra y la meditaba en su corazón. Podemos nosotros hacer lo mismo para encontrarnos, por la fe, con Jesucristo, el Señor. ¡Bendecido miércoles! 

Padre Alfredo.

martes, 22 de enero de 2019

«El bueno, el justo, el santo...» Un pequeño pensamiento para hoy.

Estamos estudiando, con los Ministros Extraordinarios de la Comunión Eucarística (M.E.C.E.) de la parroquia, la exhortación apostólica del Papa Francisco: «Gaudete et Exsultate», el escrito del Papa sobre el llamado a la Santidad en el mundo actual. El subtitulo del documento pone así, con mayúsculas la palabra «Santidad» para recalcar, creo yo, que ese es el tema central y que la búsqueda de la santidad se encuentra al alcance de todos. En sus ejercicios espirituales de 1943, la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento escribe: «La santidad es algo que todos tenemos al alcance. Desde el más ínfimo labrador hasta el más poderoso monarca pueden y deben aspirar a la perfección, la cual encontrarán en solo esa práctica sencillísima: el cumplimiento de sus deberes de estado, y por ende, de la divina voluntad». Hoy el salmista, en el salmo 110 (111 en la Escritura) nos recuerda que la santidad está al alcance de todos porque basta ser un hombre justo, un hombre bueno para alcanzarla. 

A veces, dice Francisco en «Gaudete et Exsultate», complicamos demasiado el concepto de santidad, y lo enredamos tanto como los fariseos del Evangelio de hoy (Mc 2,23-28), que se quedan en el criterio legalista y formalista: «permitido»... «prohibido»... y hacen una justicia a modo de máquina, vacía de corazón y siempre referida a la Ley, tomada en sí misma: ¿tengo derecho de hacer esto o aquello? ¿Hasta dónde puedo llegar sin que sea pecado? Jesús viene a recordarnos hoy que más allá de lo permitido o de lo prohibido, está el amor al estilo de la justicia divina, que es mucho más exigente que todas las interdicciones. Para ser santo basta amar y ser justo, por eso el salmista dice: «Quiero alabar a Dios, de corazón, en las reuniones de los justos». El justo es el bueno, el recto de corazón, el que glorifica a Dios con su vida. Algunos estudiosos nos dicen que Jesús podría haber tenido en mente este salmo al afirmar que el más grande mandamiento era: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón» (Mt 22,37) y que: «El sábado se hizo para el hombre, y no el hombre para el sábado» (Mc 2,28). 

La primera frase es una explicación clarísima de lo que es la santidad, y basándose en esto es que san Agustín podrá exclamar: ¡Ama, y haz lo que quieras!». La segunda expresión, que cierra el Evangelio que hoy se lee en Misa, es una magnífica aplicación de la ley reconociendo que somos nosotros, los hombres quienes santificamos los días, los tiempos, los espacios, y no ellos a nosotros. El recoger espigas era una de las treinta y nueve formas de violar el sábado, según las interpretaciones exageradas que algunas escuelas de los fariseos hacían de la ley. La ley es buena y necesaria. La ley es, en realidad, el camino para llevar a la práctica el amor, pero esa ley no puede ser absolutizada al estilo del mundo, sino a la manera de la justicia divina, que mira siempre al corazón. Por eso la vida del cristiano en este camino del llamado a la santidad, es sencilla, sin complicaciones farisaicas. En la justicia divina, lo sustantivo y lo esencial es el amor, con ese se logrará alcanzar la santidad. Hoy es martes, voy a la Basílica, allí los encomiendo a la Morenita del Tepeyac, porque donde está ella, allí llega el espíritu de la verdadera santidad y de la justicia de corazón. Como Madre amorosa nos recibe a todos los que anhelamos la realización de la santidad en el mundo actual. ¡Bendecido martes! 

Padre Alfredo.

lunes, 21 de enero de 2019

«Tú eres sacerdote para siempre, como Melquisedec»... Un pequeño pensamiento para hoy


El sacerdocio de Cristo es algo único. Arraiga en su misma divinidad. Con ese título la Carta a los Hebreos nos aclara que hay un solo sacerdote capaz de ser el vínculo entre la humanidad y Dios: Cristo (Hb 5,1-10). Gracias al escritor sagrado, entendemos que Cristo no se apropió por sí solo la gloria del Sumo Sacerdote, sino que la tuvo de quien le dijo: «Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy»» y de quien, como dice el salmista hoy (Salmo 109 —110 en la Biblia—) le dice: «Tú eres sacerdote para siempre, como Melquisedec». En su sacerdocio, Jesucristo vivió hasta el fondo las limitaciones humanas, excepto el pecado; fue tentado por la incomprensión, la soledad, el desaliento, el sufrimiento y el miedo; vivió la radical experiencia humana del dolor, la muerte y la limitación, exactamente como nosotros. Él ha vivido y conoce la raíz de nuestra condición y porque ha sufrido es capaz de compadecernos y como «Sumo y Eterno Sacerdote» ofrecer el don oportuno para convertir en realidad viva y operante la salvación de Dios. 

Cristo nunca se llamó a sí mismo «Sumo Sacerdote». Pero la comunidad cristiana sí, porque a nadie más que a él había dicho Dios: «Tú eres mi Hijo. Tú eres Sacerdote eterno... para siempre, como Melquisedec». Pero, ¿por qué esa referencia a Melquisedec? ¿Quién es y que hace ese personaje? Melquisedec es alguien lleno de relevancia y no exento de interrogantes. El Salmo responsorial de hoy lo presenta como una imagen de Cristo. Este tema se repite en varias secciones de la Carta a los Hebreos, donde tanto Melquisedec como Cristo son considerados reyes de justicia y de paz. Al citar a Melquisedec y su sacerdocio único como un tipo de sacerdocio, el escritor muestra que el nuevo sacerdocio de Cristo es superior al antiguo orden levítico y al sacerdocio de Aarón (Hb 7,1-10), ya que Melquisedec significa «rey de justicia» y él fue un rey de Salem (Jerusalén) y sacerdote del Dios Altísimo (Gn 14,18-20; Sal 110,4; Hb 5,6-11; 6,20-7,28). Melquisedec, rey-sacerdote, es considerado como una figura profética de Cristo. El silencio insólito sobre la ausencia de sus antepasados y de sus descendientes, sugiere que el sacerdocio representado por él es eterno y viene presentado como alguien superior a los descendientes de Abraham, los levitas o hijos y descendientes de Leví, los únicos que podían acceder al sacerdocio. Por eso es figura de Cristo que es al mismo tiempo Rey y Sacerdote Eterno. 

Para nosotros, Cristo es el único sacerdote y es en él en donde el sacerdocio ministerial de los que han sido elegidos puede ser comprendido, porque es en él en donde está integrado. Cristo, con su sacerdocio —el único, el que prolonga en sus ministros consagrados— es quien hace posible que podamos estar delante de Dios como hijos delante de su padre obteniéndonos la salvación definitiva, el perdón de nuestros pecados, la amistad con Dios. Él es «novio», cuya presencia visible en el mundo fue como un tiempo de bodas, de fiesta nupcial (Mc 2,18-22). Él era el novio prometido, sus discípulos, los amigos del novio estaban de fiesta y por eso no ayunaban; lo harían cuando les quitaran al novio, cuando lo hicieran morir los mismos que reclamaban por el ayuno. Esta actitud de Jesús implica la novedad del tiempo que él inaugura. Por eso vivimos ahora los tiempos mesiánicos; el novio está con nosotros, resucitado de entre los muertos ayudándonos a acoger su enseñanza y a comprometernos con ella con ayuda del ayuno que ahora necesitamos practicar esperando el regreso del novio, dispuestos a hacer partícipes a todos de esta fiesta de bodas entre Dios y la humanidad, entre el cielo y la tierra. Pero, ese ayuno, hay que hacerlo con María, la Madre del Señor que, con su vida y su presencia materna nos enseña a ayunar de lo caduco, de lo viejo, de lo destinado a la muerte y la nada, es decir a ayunar de la soberbia, la codicia, el egoísmo, el odio y la venganza para abrir el corazón al «novio». ¡Bendecido lunes, iniciando la semana laboral y académica! 

Padre Alfredo.

domingo, 20 de enero de 2019

«Es cuestión de amar»... Un pequeño pensamiento para hoy

Los cristianos estamos llamados a proclamar el amor del Señor día tras día, nos recuerda el salmista este domingo: «Proclamemos su amor día tras día» dice en el salmo 95 (96 en la Biblia). Esta es la tarea que Cristo nos ha dejado, pues él mismo nos dijo: «El Padre los ama» (Jn 16,27) y a él mismo lo reconocemos como «El Amor de los amores». Los horizontes que el autor del salmo abre, aluden a un mundo lleno de amor, un mundo perfecto y pacificado, en el cual la alabanza toca fácilmente el cielo y el corazón de todos los hombres llenándolos de amor. Pero, ese amor que Dios nos da y que Cristo nos invita a vivir con su propio ejemplo, es un amor que se construye sobre todo en las acciones ordinarias de nuestra vida. Precisamente, el Evangelio de hoy (Jn 2,1-11) nos presenta un acontecimiento en la vida cotidiana de Jesús, su participación en una boda a la que su Madre también ha sido invitada. ¿Cuál es el mejor regalo que se puede dar a una pareja de desposados si no es el amor? Y ese amor, en este caso, se manifiesta en un gesto, en un detalle, en una cuestión extraordinaria en medio de lo ordinario. «Ya no tienen vino», susurró María al oído de su Hijo en medio de la fiesta y eso bastó para mover el corazón amoroso de Jesús a pesar de que había pensado primero en que no había llegado la hora de manifestarse. 

Es que Jesús, no es nunca ajeno a aquello que tenga que ver con el amor, y ese, ese fue el mejor regalo que pudo haber dado a aquellos jóvenes que, en medio del gozo por su unión, no tenían por qué haber vivido ningún jalón de desamor. La grandeza y la divinidad de Jesús no le impidieron estar cerca de las cosas pequeñas de la vida humana de cada día. Esta actitud sería luego criticada por sus enemigos, le llamarán comilón y bebedor pero él guardará en su Sagrado Corazón el gozo de haber santificado con su presencia divina ese acontecimiento crucial en la vida del hombre, bendiciendo así la unión entre un hombre y una mujer hasta hacer de ella el gran sacramento, el símbolo vivo de su propia unión con la Iglesia, la esposa de Cristo sin defecto ni mancha. Hace un año estuve en Caná con un grupo de sacerdotes orando por todos los matrimonios y recordando cuánto nos ama el Señor. Porque aquellos novios habían invitado a Jesús a su fiesta, Jesús pudo ayudarles en aquello que necesitaban, así pedimos en el mismo lugar y sigo ahora aquí rogando al Señor, que todos los matrimonios dejen que Jesús esté presente en sus vidas, en lo cotidiano, para que cada vez que falte de algo, especialmente la alegría, la esperanza, el sentido de la vida, todo aquello que es esencial, Él pueda volver a escuchar a su Madre que dice: «Hagan lo que él les diga», convirtiendo lo insípido de la vida rutinaria en el buen vino. 

Y es que Dios, no solo a los matrimonios, sino a todos, nos cuida, está atento a nuestras necesidades si nosotros le extendemos la invitación a nuestras vidas para derramar amor. Es por eso hermoso el comienzo de la primera lectura de hoy (Is 62,1-5): «Por amor a Sión no me callaré, por amor de Jerusalén no me daré reposo...» Dios se alegra con nosotros, hace fiesta con nosotros si le invitamos, y convierte el agua en vino para darnos la salvación y el vino es para todos, como nos recuerda el «Octavario de la unidad de los cristianos» que desde el día 18 y hasta el 25 estamos celebrando. El Señor, amándonos hasta el extremo, no sólo muere por nosotros en la cruz y derrama toda su sangre para redimirnos. Además nos entrega lo que le era más querido y entrañable, a su propia Madre, para que lo sea también nuestra. Con razón la llamamos «Esperanza nuestra» y «Causa de nuestra alegría. Quien confíe en ella no se verá jamás defraudado. ¡Bendecido domingo! 

Padre Alfredo.

sábado, 19 de enero de 2019

«Elegidos para ser felices»... Un pequeño pensamiento para hoy

La elección que Jesús hace de nosotros para llamarnos a ser sus discípulos–misioneros, es un asunto divino que no tiene explicación humana alguna. Él no nos ha llamado por conveniencia, por guapos —en cualquiera de las acepciones de esta palabra— o porque seamos los mejores. Nos ha elegido por amor para prolongar su misión. «“La misión de Jesús visible en el mundo ya terminó, Él ya acabó su carrera, más se quedó en la Eucaristía hasta la consumación de los siglos», dice la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento (Lira del Corazón, p. 34). Y es desde la Eucaristía que nos impulsa a cumplir con la tarea que nos ha sido encomendada llevando el Pan de la Eucaristía, de los demás sacramentos y de su Palabra, que «es viva, eficaz y más penetrante que una espada de dos filos» como nos recuerda hoy la Carta a los Hebreos (Hb 4,12-16). 

Esa Palabra contiene su ley, la ley de amor que está comprendida en los mandamientos, esas diez líneas de acción que nos ayudan a extender el amor y la presencia de Dios en el mundo actual. Hoy el salmista nos presenta la belleza de esta ley en la segunda parte del salmo 18 (19 en la Biblia), en una líneas que nos invitan a ver los mandamientos —la Ley— como un lugar de revelación de lo que Dios quiere que vivamos para darle gloria y captar lo grande de su providencia amorosa. Quien vive los mandamientos con sencillez, tiene a Dios y, como dice santa Teresa de Ávila en un escrito que llevaba por registro en su breviario: «Quien a Dios tiene, nada le falta, solo Dios basta». En este mundo, regordeado de materialismo e inmerso en un materialismo asfixiante, Dios no se esconde y, con sus mandamientos, «alumbra el camino» pues él es nuestro «refugio y salvación». 

Así lo entendió Mateo, el hijo de Alfeo, el publicano, elegido por Dios y constituido apóstol cuando escuchó el «sígueme» (Mc 2,13-17) que sigue resonando en el corazón de muchos hoy, como esa Palabra que invita a dejar lo superfluo por seguir al Señor como este pecador arrepentido que, por dinero, traicionaba a su pueblo. Dice el Papa Francisco: «en la vida de la Iglesia, tantos cristianos, muchos santos fueron elegidos de entre lo más bajo… Esa conciencia que los cristianos deberíamos tener —de dónde fui elegido para ser cristiano— debería permanecer toda la vida, quedarse ahí y guardar la memoria de nuestros pecados, la memoria de que el Señor tuvo misericordia de mis pecados y me escogió para ser cristiano, para ser apóstol. Hoy es un buen día para pensar en la elección que Dios ha hecho de nuestras personas para seguirle y es un buen día para agradecer los mandamientos como código seguro para seguirle con felicidad. Es sábado, y como cada sábado miramos de manera especial a María, ella siguió con fidelidad al Señor y por eso la llamamos «feliz», es decir «bienaventurada» todas las naciones (Lc 1,48). Nosotros también sabiéndonos «llamados» y con los mandamientos en la mano, en la boca y el corazón, podemos ser felices y bienaventurados. ¡Bendecido sábado! 

Padre Alfredo.

viernes, 18 de enero de 2019

«El descanso»... Un pequeño pensamiento para hoy


El salmo 77 (78 en la Biblia), es el más largo de todos los himnos nacionales que tenía Israel. En él, el salmista repasa la historia de este pueblo elegido por Dios desde Egipto hasta que se estableció el reino de David. El salmista recuerda el pasado con todo lo que éste ha suscitado, a fin de impulsar al pueblo a ser fiel al Señor. Así, nos topamos hoy en el salmo responsorial con una pequeña parte del mismo (Sal 77, 3 y 4bc. 6c. 74), con una especie de enseñanza para vivir una vida justa y santa. El escrito no sigue con exactitud una cronología histórica, sino que coloca los asuntos históricos como mejor convienen para mostrar la bondad de Dios que nos ha creado y nos ha elegido, creando una especie de cuento pequeño que narra la historia del ingrato Israel y las hazañas que Dios hizo para protegerlo y demostrarle su amor invitándolo a descansar en su presencia. 

La Carta a los Hebreos nos habla hoy del descanso, del descanso del Señor y cómo nuestra vida es una especie de ensayo o entrenamiento en el que debemos ir entendiendo cómo es el descanso del Señor y no el ocio del mundo en la época actual. Mientras que el artesano del siglo XVI encontraba su descanso en el corazón mismo de su trabajo, que era creación y arte, folklore y culto, el obrero y el oficinista de nuestro siglo realiza un trabajo en cadena del que queda excluida toda promoción de este tipo de descanso placentero de disfrutar lo que se hace. Por eso reivindica un ocio que se convierte en pérdida de tiempo y pobreza del auténtico descanso. Ante la imposibilidad de dar una respuesta a esta necesidad del descanso como lo pensó el Creador para nosotros, la civilización occidental, impregnada por el materialismo, ha creado espacios para el descanso que más bien estresan y empobrecen al hombre. Basta ver que los domingos la infinidad de plazas comerciales está llena de gente que va a cansarse y a atiborrarse de ruido. Cuando el descanso se reduce a la ociosidad, cuando se limita exclusivamente al consumo pasivo de ficción o de irrealidad en el «ojalear», como me decía la hermana Angelitos (ojalá pudiera comprar esto, ojalá pudiéramos ir a tal parte, ojalá tuviera más tiempo para del consumo de tiempo), el descanso se convierte en un ocio pesado y aburrido que está muy lejos de responder a lo que debe ser el descanso. 

El «descanso de Dios», de que habla esta página de la Carta a los Hebreos, es todo lo contrario a la inacción, al aburrimiento, a la pasividad, a la pereza: es la felicidad estable y altamente consciente de existir. Entrar en el descanso de Dios, es entablar una relación íntima con el Dios que nos ama de una manera infinita desde la creación del mundo hasta cada día que nos toca vivir. Por eso el salmista, que sabe de esto, valora descansadamente cada parte de la historia que le ha tocado conocer y no quiere ser como aquellos que no supieron descansar en el Señor confiando en él. Viendo esto junto al Evangelio de hoy (Mc 2,1-12), pienso en la fe descansada de aquellos hombres que ayudaron al paralítico a llegar hasta Jesús por un boquete abierto en el techo. Por su parte, el enfermo está completamente descansado a merced de las buenas personas que lo cargan en su camilla, familiares o amigos que perseveran en ayudarle. Como encuentran a Jesús tan ocupado, predicando en la casa, rodeado de tanta gente, hasta el punto de no poder ni verlo ni acercársele, se las ingeniaron para abrir un boquete en el techo y descolgar al paralítico en su camilla, ¡justo a los pies de Jesús! Maravilla tanta fe, tanta determinación y hasta cierta osadía descansadamente. Me quedo con algunas preguntas: ¿A quién ayudamos nosotros descansada y desinteresadamente? ¿a quién llevamos para que se encuentre con Jesús, descanse en él y le libere de su enfermedad, sea cual sea? Que María, en quien descansa la Iglesia como Madre, nos ayude a conocer y entender el valor del descanso en el Señor, que el mundo, con sus prisas y desasosiegos no nos lo va a enseñar. ¡Bendecido viernes y buen descanso para muchos en el fin de semana! 

Padre Alfredo.

jueves, 17 de enero de 2019

«No endurezcan su corazón, hoy»... Un pequeño pensamiento para hoy

El salmo 94 (95 en la Biblia), que recitamos casi a diario al inicio del rezo de la Liturgia de las Horas, impregna hoy gran parte de la primera lectura tomada de la Carta a los Hebreos (Hb 3,7-14) para invitarnos a no endurecer el corazón: «Oigamos lo que dice el Espíritu Santo en un salmo: Ojalá escuchen ustedes la voz del Señor, hoy. No endurezcan su corazón...» (Hb 3,7). ¡Vaya que la invitación del escritor sagrado a orar con este salmo cae como anillo al dedo a esta sociedad materialista en la que los discípulos–misioneros de Cristo navegamos y que tiende a endurecer el corazón con su sistema de vida! En los últimos tiempos, el desarrollo del mundo se ha disparado impresionantemente en el campo de la técnica mucho más que en el de la ciencia, que toca mucho más profundamente las fibras del corazón del hombre. Basta ver, como lo comentaba anoche, el campo de la medicina, en el cual la vida se ha logrado prolongar con el uso de aparatos y medicamentos antes inimaginables que alargan la vida, pero no la calidad de la misma. 

«No endurezcan el corazón», dice el salmista en este salmo que mucho tiempo después retoma el autor de la Carta a los Hebreos y que deberíamos retomar cada uno de los hombres de nuestros tiempos, porque el corazón de muchos, incluidos por desgracia algunos creyentes y hasta consagrados, engañado por el pecado, no se asemeja a ese corazón que debe tener el que está lleno de Dios, ya que muchas veces es un corazón inmisericorde, inmoral, sin gentileza; un corazón endurecido por el triunfo globalizado del «yo primero», ese «yo egoísta» que ocupa gran espacio en el interior cuando el hombre no se abre a Dios y a los hermanos. De ahí la importancia de no considerar los salmos y todas las páginas de la Escritura, como simples documentos antiguos y pasados de moda. Son palabras actuales de Dios. Nunca reflexionaremos bastante sobre esto: Dios es nuestro contemporáneo. No debemos buscar a Dios en el pasado sino en el presente, buscando no endurecer el corazón «hoy». Olvidándose de lo que Dios había hecho por ellos, los israelitas olvidaron el «hoy» y endurecieron sus corazones, se les extravió el corazón y por lo tanto no conocieron los caminos de Dios y desertaron del Dios vivo, murmurando de él en lugar de hablar con él y se enfrascaron en su egoísmo añorando la vida de Egipto. Dios se enfadó y no les permitió que entraran en la Tierra prometida. 

Se sabe que la mayoría de los creyentes de hoy no saben orar. Muchos dicen que no tienen tiempo o que no saben cómo. La realidad es que la morada de la oración es el corazón, a donde el orante debe remontarse para encontrarse a sí mismo y acoger el don de los hermanos y por supuesto el don de Dios y ese corazón de muchos, se ha endurecido como el de aquellos israelitas, se ha llenado de «lepra» como el hombre que el Evangelio de hoy se acerca a Jesús buscando ser curado (1,40-45). El corazón de muchos se ha hecho un corazón duro que deja sordos los oídos a la voz de Dios, y ha causado un desvío progresivo hasta perder la fe. Es lo que les pasó a los de Israel. Lo que puede pasar a los creyentes de hoy si no están atentos a la voz del Señor en la oración. Escuchemos con seriedad el aviso: «no endurezcáis vuestros corazones como en el desierto», «oíd hoy su voz». Dios ha sido fiel. Cristo ha sido fiel. Los cristianos debemos ser fieles y escarmentar del ejemplo de los israelitas en el desierto. Es difícil ser cristianos en el mundo de hoy. Puede describirse nuestra existencia en tonos parecidos a la travesía de los israelitas por el desierto, durante tantos años. Los entusiasmos de primera hora —en nuestra vida cristiana, religiosa, vocacional o matrimonial— pueden llegar a ser corroídos por el cansancio o la rutina, o zarandeados por las tentaciones de este mundo que endurece el corazón. Podemos caer en la mediocridad, en la pereza, en la indiferencia, en el conformismo con el mal, en la desconfianza. Incluso podemos llegar a perder la fe. Por eso nos viene bien hoy la invitación de este salmo: ˜No endurezcan el corazón» Nadie está asegurado contra la tentación por eso también hoy vale la pena que, junto a Jesús Eucaristía le digamos a María: «Préstame tu corazón, que quiero uno así para mí, que sea blandito como el tuyo, que lata así, como ese, para Dios y los hermanos. Amén». ¡Bendecido jueves! 

Padre Alfredo

miércoles, 16 de enero de 2019

«Los salmos, la oración, la vida diaria»... Un pequeño pensamiento para hoy


Los salmos contienen toda la doctrina del Antiguo Testamento hecha oración. Son, como dicen algunos grandes autores, Teología rezada. Los salmos, o hablan con Dios, o hablan de Dios, pero en ambos casos son composiciones hechas a partir de una experiencia religiosa del escritor sagrado, es decir, brotan de una «teología vivida» y nos transmiten un coloquio íntimo del hombre con Dios. Hoy la liturgia de la palabra nos ofrece el salmo 104 (105 en la Biblia), el salmo que deja entrever el corazón de un hombre que conoce la Historia Sagrada y cuyas palabras —los primeros quince versículos— fueron entonadas cuando David hizo trasladar el Arca de la Alianza al Monte Sión. La Iglesia toma estos cánticos, poemas y alabanzas porque cada vez que un escritor bíblico narra historias del pasado, nuestra fe se fortalece con sus expresiones y nuestros corazones, a pesar de que a veces sufren por diversas causas, como puede ser la enfermedad, algún problema moral o una cuestión de angustia o ansiedad, se alientan para seguir adelante. ¡Cuánto debe haber ayudado el rezo de los salmos a las primeras comunidades cristianas que no contaban con los escritos del Nuevo testamento que ahora nosotros poseemos! 

Los salmos, entre los primeros cristianos, como entre nosotros, eran utilizados para «aclamar al Señor y darle gracias» como nos recuerda hoy el salmista. Y sabemos que son muchas las causas por las que tenemos que aclamar al Señor y estar agradecidos. Aquellos primeros seguidores de Cristo, hombres y mujeres de fe, recordaban hechos de la vida de Cristo en donde había quedado plasmada esa alabanza y gratitud por hechos no solamente portentosos o aparatosos, sino en la sencillez de pequeños episodios como el que narra el Evangelio de hoy en donde la suegra de Pedro es curada (Mc 1,29-39) en aquella humilde casita de Cafarnaúm que hace más o menos un año tuve la dicha de conocer. La escena de hoy en el Evangelio nos muestra la programación de una jornada entera de Jesús. Cristo va comunicando su victoria contra el mal y la muerte, curando enfermos y liberando a algunos poseídos por el demonio. Pero, en su jornada, se da tiempo para ponerse a rezar a solas con su Padre, y continuar predicando por otros pueblos. No se queda a recoger éxitos fáciles. Él ha venido a evangelizar a todos y eso lo recuerda el pueblo entonando salmos y cánticos inspirados (cf. Ef 5,18-19). 

La recitación de los salmos nos ofrece un ejemplo admirable de cómo se puede conjugar la oración con el trajín de la jornada de cada día. Jesús oraba con los salmos. Estos, junto al Padrenuestro, constituyen el mayor tesoro de oración de la Iglesia. Con ellos oró Jesús en casa, en la sinagoga y en sus momentos de soledad con su Padre. En ellos —dice el Catecismo de la Iglesia (2585-2589,2596-2597) se canta de modo incesante la alabanza de Dios. La escuela de oración de Jesús fue, antes que todo, una vida del día a día en la casa familiar y en la comunidad a la que se entregó luego en Cafarnaúm y en otros lugares. Fue en la vida ordinaria donde aprendió a convivir, a rezar y a trabajar. El pueblo del que formaba parte rezaba mucho —como nuestros padres y abuelos— todos los días, por la mañana, al mediodía y al cerrar la noche. «Desde 2 niño» Jesús aprendió los salmos de memoria. Entre los judíos la madre y la abuela se encargaban de enseñarlos (cf. 2Tim 1,5; 3,15) para que estas oraciones se rezaran de memoria. Ayer, entre la fila de penitentes que recibí de 2 a 6 de la tarde, hubo un señor un poco mayor que me conmovió y me dijo: «soy un pecador, creo que el más grande todos, pero no dejo de orar con mis salmos al levantarme y antes de dormir... son mi tesoro para saberme unido al Señor y no los dejo». La Biblia nos dice que «allí donde está nuestro tesoro está nuestro corazón» (cf. Mt 6,21). Así que hoy, al ver a la suegra de Pedro ya curada y sirviendo al Señor y a todos con alegría, al ver a Jesús en plena actividad y contemplarlo luego en la oración silenciosa de la madrugada pregunto: «¿dónde está tu tesoro y el mío?»: «El Señor nunca olvida sus promesas... ¡Aclamen al Señor y denle gracias, relaten sus prodigios a los pueblos. Entonen en su honor himnos y cantos, celebren sus portentos!» Que el Señor, bajo el cuidado amoroso de su Madre, bendiga nuestro miércoles. 

Padre Alfredo.

martes, 15 de enero de 2019

«Un poquito inferior a los ángeles»... Un pequeño pensamiento para hoy


De una manera muy especial, el autor de la Carta a los Hebreos hace hoy mención del salmo 8 en la primera lectura (Hb 2,5-12) y, enseguida, la Liturgia del día nos lo coloca como salmo responsorial. Este salmo fue compuesto para exaltar la vocación sublime del hombre en la creación. El salmista habla del hombre en general cuando dice que es «un poquito inferior a los ángeles... le diste el mando sobre las obras de tus manos». En la plegaria eucarística IV que hoy vendría bien utilizar, le damos gracias a Dios porque al hombre «le encomendaste el mundo entero para que dominara todo lo creado». Se ve, por la Carta a los Hebreos, que los primeros cristianos aplicaban el salmo a Jesucristo. El Señor Jesús, por su encarnación como hombre, aparece como «un poquito inferior a los ángeles», sobre todo en su pasión y su muerte. Pero ahora ha sido glorificado y se ha manifestado que es superior a los ángeles, coronado de gloria y dignidad, porque Dios lo ha sometido todo a su dominio. Por haber padecido la muerte, para salvar a la humanidad, Dios le ha enaltecido sobre todos y sobre todo.

Mediante su encarnación, el Señor se ha hecho cercano a nosotros. Y Él permanece en el mundo y su historia por medio de la Iglesia, a través de la cual Él continúa pasando entre nosotros y haciendo el bien a todos. Él se dirige a nosotros por medio de su Palabra salvadora para conducirnos por el camino del bien. No podemos estar en su presencia como discípulos descuidados, sino que hemos de saber escuchar y meditar con amor su Palabra para ponerla en práctica. En cada Eucaristía, cuando la Iglesia se reúne en su nombre, Él se convierte en nuestro alimento, Pan de Vida eterna; por medio de esta Eucaristía nosotros entramos en comunión de vida con Cristo, de tal forma que su Iglesia se convierte en un signo creíble del amor misericordioso y salvador de Dios a favor de toda la humanidad. Por eso no podemos reunirnos sólo para dar culto al Señor. Es necesario que aceptemos nuestro compromiso de ser, en Cristo, el «Evangelio viviente» del amor misericordioso del Padre, que se acerca a todas las naciones, no para condenarlas, sino para salvarlas liberándolas de toda esclavitud al autor del pecado y de la muerte. 

Nosotros también, como los escuchas de Jesús en el Evangelio (Mc 1,21-28) nos quedamos «asombrados de sus palabras» y atrapados por su autoridad. Esa autoridad que va más allá incluso de lo que sus contemporáneos pudieran pensar, pues Jesús no es un rabí cualquiera, es el Hijo de Dios. Pero, es increíble que después de dos mil años todavía haya quienes ponen en duda la palabra del Maestro pensando que puede ésta ser confundida con cualquier otra enseñanza del mundo que ahora hace una mezcolanza con el New Age colocándolo a la par de Buda o de Krishna. La palabra de Jesús es poderosa y eficaz porque es Palabra de Dios que no solo instruye, sino que sana y libera. Es por ello que la lectura asidua de la Escritura ayuda no solo a conocer a Jesús y su doctrina, sino que ejerce un poderoso influjo en nuestra salud espiritual —a veces incluso física— liberándonos de ataduras y frustraciones. Ojalá todos, conscientes del gran amor que nos tiene Dios preguntándonos con el salmista: «¿Qué es el hombre, para que de él te acuerdes?» hagamos del encuentro con la Palabra un hábito cotidiano y como María la guardemos en el corazón y la pongamos en práctica. ¡Bendecido martes recordándolos en la Basílica ante la Morenita del Tepeyac! 

Padre Alfredo. 

P.D. Hoy quiero felicitar de manera muy especial a Esthela, la causante —junto con Jaqui— de que estas mal hilvanadas líneas que llamo «un pequeño pensamiento» —no por la extensión sino porque es mi granito de arena— lleguen hasta ustedes y no terminen como antes en el basurero, porque antes de su invitación a compartir mis reflexiones, hacía mi oración escrita y la borraba o la tiraba. Ahora muchos comparten mi ratito de oración y creo que, como a mí, les ayuda esto a saborear la Palabra de Dios en cada Misa. Y es que Esthela cumple años hoy... ¡Dios te guarde muchos años Esthela y mil gracias por ser una hermana para este padrecito andariego!