miércoles, 16 de enero de 2019

«Los salmos, la oración, la vida diaria»... Un pequeño pensamiento para hoy


Los salmos contienen toda la doctrina del Antiguo Testamento hecha oración. Son, como dicen algunos grandes autores, Teología rezada. Los salmos, o hablan con Dios, o hablan de Dios, pero en ambos casos son composiciones hechas a partir de una experiencia religiosa del escritor sagrado, es decir, brotan de una «teología vivida» y nos transmiten un coloquio íntimo del hombre con Dios. Hoy la liturgia de la palabra nos ofrece el salmo 104 (105 en la Biblia), el salmo que deja entrever el corazón de un hombre que conoce la Historia Sagrada y cuyas palabras —los primeros quince versículos— fueron entonadas cuando David hizo trasladar el Arca de la Alianza al Monte Sión. La Iglesia toma estos cánticos, poemas y alabanzas porque cada vez que un escritor bíblico narra historias del pasado, nuestra fe se fortalece con sus expresiones y nuestros corazones, a pesar de que a veces sufren por diversas causas, como puede ser la enfermedad, algún problema moral o una cuestión de angustia o ansiedad, se alientan para seguir adelante. ¡Cuánto debe haber ayudado el rezo de los salmos a las primeras comunidades cristianas que no contaban con los escritos del Nuevo testamento que ahora nosotros poseemos! 

Los salmos, entre los primeros cristianos, como entre nosotros, eran utilizados para «aclamar al Señor y darle gracias» como nos recuerda hoy el salmista. Y sabemos que son muchas las causas por las que tenemos que aclamar al Señor y estar agradecidos. Aquellos primeros seguidores de Cristo, hombres y mujeres de fe, recordaban hechos de la vida de Cristo en donde había quedado plasmada esa alabanza y gratitud por hechos no solamente portentosos o aparatosos, sino en la sencillez de pequeños episodios como el que narra el Evangelio de hoy en donde la suegra de Pedro es curada (Mc 1,29-39) en aquella humilde casita de Cafarnaúm que hace más o menos un año tuve la dicha de conocer. La escena de hoy en el Evangelio nos muestra la programación de una jornada entera de Jesús. Cristo va comunicando su victoria contra el mal y la muerte, curando enfermos y liberando a algunos poseídos por el demonio. Pero, en su jornada, se da tiempo para ponerse a rezar a solas con su Padre, y continuar predicando por otros pueblos. No se queda a recoger éxitos fáciles. Él ha venido a evangelizar a todos y eso lo recuerda el pueblo entonando salmos y cánticos inspirados (cf. Ef 5,18-19). 

La recitación de los salmos nos ofrece un ejemplo admirable de cómo se puede conjugar la oración con el trajín de la jornada de cada día. Jesús oraba con los salmos. Estos, junto al Padrenuestro, constituyen el mayor tesoro de oración de la Iglesia. Con ellos oró Jesús en casa, en la sinagoga y en sus momentos de soledad con su Padre. En ellos —dice el Catecismo de la Iglesia (2585-2589,2596-2597) se canta de modo incesante la alabanza de Dios. La escuela de oración de Jesús fue, antes que todo, una vida del día a día en la casa familiar y en la comunidad a la que se entregó luego en Cafarnaúm y en otros lugares. Fue en la vida ordinaria donde aprendió a convivir, a rezar y a trabajar. El pueblo del que formaba parte rezaba mucho —como nuestros padres y abuelos— todos los días, por la mañana, al mediodía y al cerrar la noche. «Desde 2 niño» Jesús aprendió los salmos de memoria. Entre los judíos la madre y la abuela se encargaban de enseñarlos (cf. 2Tim 1,5; 3,15) para que estas oraciones se rezaran de memoria. Ayer, entre la fila de penitentes que recibí de 2 a 6 de la tarde, hubo un señor un poco mayor que me conmovió y me dijo: «soy un pecador, creo que el más grande todos, pero no dejo de orar con mis salmos al levantarme y antes de dormir... son mi tesoro para saberme unido al Señor y no los dejo». La Biblia nos dice que «allí donde está nuestro tesoro está nuestro corazón» (cf. Mt 6,21). Así que hoy, al ver a la suegra de Pedro ya curada y sirviendo al Señor y a todos con alegría, al ver a Jesús en plena actividad y contemplarlo luego en la oración silenciosa de la madrugada pregunto: «¿dónde está tu tesoro y el mío?»: «El Señor nunca olvida sus promesas... ¡Aclamen al Señor y denle gracias, relaten sus prodigios a los pueblos. Entonen en su honor himnos y cantos, celebren sus portentos!» Que el Señor, bajo el cuidado amoroso de su Madre, bendiga nuestro miércoles. 

Padre Alfredo.

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