Este día todo el mundo ha amanecido lleno de buenos deseos aunque, como yo, muchos un poco más tarde y mañana diré la razón de mi atraso. Se que estos deseos de Año Nuevo, que incluyen ciertamente bienes que anhelamos todos año tras año, son los mismos. Nos deseamos felicidades y uno que otro hace propósitos nuevos, todos pedimos la bendición de Dios para el Nuevo Año, celebramos en los umbrales del nuevo año la fiesta de Santa María Madre de Dios y la «Jornada Mundial de oración por la paz», una jornada en la que este año el Papa Francisco nos recuerda: «La paz es una aspiración profunda de todas las personas y de todos los pueblos, especialmente de aquellos que más sufren por su ausencia... es como una flor frágil que trata de florecer entre las piedras de la violencia» (Mensaje para la celebración de la 52 Jornada Mundial de la Paz). Y es que la paz es el compendio de todos los bienes que podamos anhelar y desear al empezar un año nuevo. Deseamos que reine la paz en nuestro corazón y que sepamos transmitirla a nuestro alrededor. Deseamos que el amor de María, Madre de Dios, Madre de la Paz que brota de un corazón lleno de Dios, nos ayude a recibir como ella las bendiciones de Dios al comenzar este nuevo año.
En este día, el primero del nuevo año, el salmista busca ponernos (Sal 66 —67 en la Biblia—) a meditar en el propósito de Dios al bendecir a su pueblo. Todos deseamos ser bendecidos por Dios todo el año y este texto nos insta a ir a Dios y pedir su bendición. Sin embargo, aún más importante es la razón que da el salmista del propósito de Dios al dar esas bendiciones: que «conozca la tierra tus caminos»; para que sea conocido en «todos los pueblos tu salvación»; para «que todos los pueblos te alaben»; para que se alegren y gocen las naciones en Él; y que «hasta los confines del orbe le teman. El propósito en las bendiciones que da, así como en todas las cosas que hace, es manifestar su gloria en cada uno de sus elegidos como almas pacíficas y pacificadoras que cambian para bien y regresan, como los pastores del evangelio de hoy (Lc 2,16-21) «dando gloria y alabanza a Dios por todo lo que habían oído y visto». De un corazón que se sepa bendecido por la paz, brotará seguramente un caudal de bendiciones infestadas por esta paz, no una paz al estilo del mundo, esa paz que no perdura, que es desechable, sino al estilo de Dios. Una paz que supera la escalada de aumentos tanto a servicios, ropa y alimentos, así como a los repudiados impuestos que al iniciar el año asedian a todos tratando de quitar la paz.
Hoy me viene transcribir —en primer lugar para mí y luego para todos los que se animen a seguir leyendo— una «Anécdota de Año Nuevo» que me encontré por ahí en un artículo del 3 de Enero de 2014 del editorialista Gilberto Vivanco González en el periódico Cambio de Michoacán: «El hombre, en su despacho, recordó el viejo dicho popular “Año Nuevo, vida nueva”, y prometió cambiar con el nuevo año que se iniciaba. Tomó una hoja y una estilográfica nueva, respiró profundamente, exhaló y comenzó a anotar, solemnemente, una lista de propósitos que cumpliría desde el primer día del año nuevo. Prometo no fumar, se dijo, y antes de anotarlo apagó el cigarro en el cenicero de cristal. Prometo no beber. Miró la botella de Buchannans y aseguró que sería la última botella que compraría. Prometo no decir mentiras y decir la verdad aunque no me convenga. Sonrió. Prometo trabajar durante las catorce horas del día y no perder el tiempo jugando dominó con los amigos. Llegar a casa a las seis para dedicar tiempo a mi mujer y a mis hijos. Ensanchó un poco más la sonrisa inicial. Prometo no mirar a las chicas hermosas que cruzan por mi camino. Estuvo a punto de borrar esto pero resistió la tentación. Siguió anotando. Prometo asistir a misa los domingos y confesarme una vez al mes; seguir mi plan de oraciones... Sonrió con beatitud. Prometo pagar mis cuentas y no retrasarme con las facturas. Prometo hacer ejercicio en un gimnasio y correr por las mañanas a las 6 am. Prometo salir de vacaciones con mi esposa la primera semana de enero. Recordó que debería recoger los boletos al día siguiente a primera hora; ¡la sorpresa que se llevaría su esposa! Estaba por anotar la siguiente promesa cuando entró una llamada por su móvil. —¿Hola? —Hombre, ¡menos mal que te encuentro! —se notaba ansioso— Tengo varios pases para ver el Tazón de las Rosas, y como sé que a ti te gusta tanto el grupo. —Resérvame uno —contestó eufórico tachando dos promesas de su lista. —Imagínate —siguió el de la voz—, tres días entre las rubias y la que ya sabes me ha pedido que te salude de su parte... El hombre recordó quién y volvió a tachar otras anotaciones. —Tres días de vino, cerveza y buena mesa —seguía la voz— y eso sin contar lo demás. Tachó el resto al recordar “lo demás”. —Qué buena manera de comenzar el año, ¿no te parece, amigo? Arrugó el papel y lo arrojó al cesto de la basura. —A propósito, ¿qué estás haciendo ahora? —Nada —contestó con indiferencia—, aquí, matando el tiempo en tonterías...» Yo también, por supuesto, les deseo: ¡Feliz Año Nuevo! ¡Les deseo un año lleno de paz, de bendiciones, de felicidad y de un cambio de verdad aunque haya que remar contra corriente...!
Padre Alfredo.
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