La Buena Nueva que nos anuncia Jesús en su Evangelio, es siempre un anuncio jubiloso de vida, de libertad, de alegría, de gracia y de salvación (Lc 1,1-4;4,14-21). Si nuestra manera de vivir el seguimiento de Cristo no fuera ésta de la Buena Nueva, estaríamos viviendo otra cosa, pero no el cristianismo. Vivir los principios cristianos con los mandamientos de la manera que los resume el Señor Jesús, no es tristeza sino alegría, no es limitación sino libertad, no es obligación y oscurantismo sino gracia y luz... ¡Alegría en definitiva! Nuestra vida de cristianos, reconoce al Señor Jesús como nuestro Dios y por eso nuestra Misa dominical, tiene el mismo ritmo y sabor que aquella antigua reunión de la que nos hablaba la primera lectura de hoy (Neh 8,2-4.5-6.8-10): también nosotros «escuchamos» la lectura de la Palabra de Dios, también la «explicamos», y también «celebramos» después con alegría un banquete comunitario de acción de gracias.
Dios ilumina nuestras vidas con la alegría, sobre todo con el relumbrar de su palabra contenida en la ley revelada, nos recuerda hoy el autor del salmo 18 (19 en la Escritura Sagrada). Es muy significativo que la ley, en la parte del salmo con la que hoy oramos (Sal 18,8.9.10.15) se presente como luz que ilumina nuestro ser y quehacer. Como el mundo no se ilumina y vive sino por la luz que ilumina y da calor, así nuestras almas, no se desarrollan en la alegría del Señor y no alcanzan su plenitud de vida sino a través de la palabra de Dios y en especial de esa «Palabra» que es Jesucrito: «Luz de luz». Es esa luz la que ilumina la diversidad de dones y carismas que hay en la comunidad, en la cual no todos tenemos ni un mismo papel ni idéntica función (1 Cor 12,12-30). Iluminados por la luz de la palabra, como cristianos, todos hemos sido injertados en el Cuerpo de Cristo por medio del bautismo. Los bautizados somos, no sólo hermanos de Cristo, sino incluso miembros de su Cuerpo y luz para iluminar el mundo que nos rodea. Bajo este aspecto todos tenemos una gran responsabilidad.
En el salmo responsorial, repetimos una frase que, aprendida de memoria, puede ayudarnos a hablar con este Dios amigo, siempre a nuestra vera, y que con sus palabras, nos infunde verdadera vida, luz y alegría que anuncian el gozo de la salvación: «Tú tienes, Señor, palabras de vida eterna». El valor dado por el salmista a la palabra de Dios en esta parte del salmo, es una buena advertencia para nosotros que vivimos en un mundo que a veces quiere envolver las almas en la trsiteza y en la oscuridad. El autor del salmo sabía que esta palabra fundamentaba su vida personal y social. La escuchaba con respeto profundo y la vivía con alegría. Aquí debemos pensar en el valor que conferimos ahora nosotros como discípulos–misioneros a la palabra del Señor que, de una manera solemne, proclamamos, escuchamos y meditamos cada domingo. Esta palabra, siempre viva y actual, es también la luz que guía nuestros pasos en el trajín de este y todos los días para vivir con alegría. Pidamos al Señor, por interseción de María, «Causa de nuestra alegría», que nos conceda esa alegría, esa luz que nos mantenga siempre en pie, felices, contentos, dispuestos a la entrega generosa, optimistas y esperanzados. La alegría de los hijos de Dios, la que nace de un corazón libre, de un corazón enamorado de la palabra. ¡Bendecido domingo!
Padre Alfredo.
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