Ayer algunos de los comerciantes y prestadores de servicios que conozco, mientras hacía el recorrido sabatino para visitar a algunos enfermos de la comunidad, me decían: «¡padrecito, esto está muerto, es que la gente está muy gastada!»... Incluso en la lavandería hay poco trabajo, me dijo Mauricio. En los aparadores de las tiendas de ropa es el tiempo de las rebajas. Se ponen a la venta por aquí y por allá artículos que «no salieron» durante el período navideño que hoy se cierra. Incluso en el Mall más cercano quitaron el árbol el 6 en la noche y cambiaron los letreros navideños por un sin fin de motivaciones para que la gente siga comprando hasta con descuentos del 70%. Los discípulos–misioneros, en medio de todo esto, corremos el mismo peligro que los comerciantes, que después de la Navidad nos desinflemos y volvamos de nuevo a la rutina malbaratando lo que hemos logrado. La cuesta de enero a veces cuesta mucho subirla, sin embargo, es ahora cuando tiene que notarse que la Navidad ha servido para algo en nuestras vidas. Hemos llegado al final del Tiempo de Navidad, que sin duda ha pasado muy deprisa. Hemos acudido varios días consecutivos al templo. Y así estamos ante esta fiesta del Bautismo del Señor, puerta de su vida pública y que a nosotros, litúrgicamente, nos sitúa ya en los umbrales del Tiempo Ordinario.
La liturgia de este día del Bautismo del Señor nos aposta un hermoso salmo responsorial tomado del salmo 103 (104 en la Biblia). El salmista celebra con un acento sublime y conmovedor, las misericordias de Dios en una serie de frases que respiran un gran espíritu de fe y de esperanza alabando a Dios por la creación y en nombre de toda la creación como un eco sublime de la narración de la Creación y, como diría de este salmo el célebre geógrafo, astrónomo, humanista, naturalista y explorador prusiano Alejandro de Humboldt (1769-1859): «es una brizna del mundo dibujado en pocos rasgos. Todo está invadido de un carácter sublime que ajusta y conmueve». Con este salmo Dios nos invita a fijar nuestros ojos en su obra creadora, pero especialmente en el elegido, en el amado, en el Mesías, en Jesús, que hoy es bautizado en el Jordán. Hay que mirar, dentro de la obra de la creación, al predilecto, al bienamado. Sobre él ha descendido el Espíritu Santo. Se ha posado en el Hijo de Dios hecho hombre. Se han abierto los cielos. El Padre eterno ha hablado: «Tú eres mi Hijo, el predilecto; en ti me complazco» (Lc 3,15-16.21-22).
Hemos celebrado, en estos días, que Jesús nació en Belén, pero lo importante para la primitiva Iglesia era que fue dado a conocer en el Jordán. Allí lo presentó Juan, también llamado el Bautista. Hace un año estuve en el Jordán renovando las promesa bautismales con un grupo de sacerdotes escuchando el «acuérdate del bautismo que recibiste, que se hizo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» mientras recibía el agua que corre por el Jordán llegando al lugar por entre las minas antipersona que se han ido desenterrando dejando espacio para pasar y llegar hasta el río. Jesús inició su ministerio humildemente allí, entre aquellos que en aquel momento rodeaban a Juan y suplicaban el bautismo. Pedirlo era signo de sumisión, de obediencia y, en su caso, de implorar para nosotros, los que en verdad vamos cargados de pecado, el favor divino. Tal era la magnitud del gesto, que fue preciso que la Santísima Trinidad se hiciera visible para algunos, no todos y de la misma manera. Fue como una solemne Epifanía. Inicio para la humanidad entera del proyecto de Salvación que culminaría en el Calvario y ya venía anunciándose desde antiguo. Es importante en este día caer en la cuenta de que el bautismo de Juan no era como nuestro bautismo y, aunque el día propio para recordar nuestro bautismo es la noche de la Vigilia Pascual, hoy es un buen día para recordarlo, porque aunque nuestro bautismo no es igual que éste, pues es un sacramento, cuando nosotros fuimos bautizados, también Dios dijo de nosotros lo que dijo de Jesús en el día de su bautismo: «Este es mi hijo, el predilecto». Dejemos por tanto atrás todo aquello que es contrario a este nombre de hijos de Dios y no malbaratemos la Navidad, vivamos cada día, en este Tiempo Ordinario que comenzamos, con la alegría de sabernos amados por Dios Padre y bajo la mirada de María que, seguramente, desde lejos y sin afán alguno de protagonismos, fue siguiendo los pasos de Jesús. ¡Bendecido domingo en esta fiesta del Bautismo del Señor!
Padre Alfredo.
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