La insistencia de la Liturgia en el salmo 97 (98 en la Biblia), hoy nuevamente como salmo responsorial, me lleva a pensar en la esperanza del pueblo del Antiguo Testamento en la llegada de un Mesías que llegara a establecer un reino de justicia sobre la tierra y la realización de este sueño en Cristo, nacido para que vivamos precisamente en justicia y santidad. El Hijo de Dios, la Majestad del cielo, el Rey de reyes y Señor de señores, nuestro Creador, dejó de lado su exaltada posición junto a su Padre en el cielo y vino a esta tierra cargada de pecado, y asumió nuestra naturaleza caída haciéndose semejante en todo a nosotros, menos en el pecado (Flp 2,7). Esta Majestad, el Rey de reyes, el Príncipe del cielo, fue rechazado por su propio pueblo, a quienes quiso librar de la esclavitud de la injusticia. Y él se humilló a sí mismo hasta la cruz. ¡Jesús no solo murió por nosotros, él murió en una cruz, en medio de dos ladrones sufriendo nuestra injusticia! Él, que había enseñado en el sermón de la montaña de un modo claro y conciso: «Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán hartos» (Mt 5, 6). San Juan Pablo II, en una de sus catequesis enseña: «El Verbo se hizo carne, y "carne" ("sarx") indica precisamente el hombre en cuanto ser corpóreo (sarkikos), que viene a la luz mediante el nacimiento "de una mujer" (cf. Gál 4, 4). En su corporeidad, Jesús de Nazaret, como cualquier hombre, ha experimentado el cansancio, el hambre y la sed. Su cuerpo era pasible, vulnerable, sensible al dolor físico. Y precisamente en esta carne ("sarx"), fue sometido Él a torturas terribles, para ser, finalmente, crucificado: "Fue crucificado, murió y fue sepultado".» (Catequesis del 3 de febrero de 1988). Así, Cristo nos enseña que no puede existir amor sin justicia. En Cristo encontramos la verdadera justicia fundada en el amor, que «rebasa» la justicia al estilo humano. Cristo viene a enseñarnos que, si se tambalea la justicia, la auténtica justicia, también el amor corre peligro.
Jesucristo es el verdadero «Justo», él es el cordero que quita el pecado del mundo, el Cordero pascual de nuestra redención, que se inmoló como sacrificio perfecto en su Sangre e instituyó como sacramento la noche del Jueves Santo. Así, su Iglesia puede celebrar todos los días, en la Santa Misa y en los demás sacramentos, el memorial de la justicia divina en la pasión, muerte y gloriosa resurrección del Señor, para prolongar su presencia entre nosotros y su acción salvadora, siempre justa, hasta el final de los tiempos. Quien vive según la justicia es justo, como él, Jesús, es justo (cf. 1 Jn 3, 7-10), porque él es justo como el Padre misericordioso lo es. Así, el autor del salmo 97 reconoce y celebra el señorío del Justo Juez sobre todo el mundo. EL Mesías anunciado y esperado, que se encarna en Cristo, es celebrado en su señorío sobre todo el mundo. Cristo, a quien estos días contemplamos en un niño pequeñito que las imágenes nos recuerdan, es el Rey de la justicia y de la paz y merece la honra y gloria como Rey de todo lo creado. El mar, los ríos, los mares, toda la creación alaba a Dios y espera en su justicia... los problemas ecológicos que el mundo globalizado vive hoy, indican que el salmista tiene razón.
La alabanza gozosa del salmista está enfocada en que el Salvador viene para juzgar la tierra. Esta es la esperanza del cristiano. Jesús ha venido y, según el Apocalipsis, cundo venga por segunda vez va a instituir la justicia para siempre en un mundo nuevo donde reine ésta acompañada de todas las demás virtudes. Es de notarse cómo el salmista combina los hechos de Dios en la historia pasada, la alabanza del presente y la esperanza futura. Y en esta esperanza, la justicia y la rectitud son importantes. Hoy muchas naciones gritan por justicia anhelando un régimen que pueda lograr la justicia, pero, los creyentes no podemos quedarnos cortos anhelando solamente una justicia al estilo de los gobiernos del mundo, sino que debemos aspirar a alcanzar la justicia al estilo de Dios haciendo todo lo posible para que se establezca ya. Vale la pena ir al corazón sereno de José y María junto al pesebre para entender esto bien fijando los ojos en Jesús, como después lo hizo Juan (Jn 1,35-42) señalando a Jesús como el Cordero de Dios. Hay que dejarse enseñar por José, por María, por Juan y así entenderemos la clase de justicia que el Señor quiere para su pueblo. Y hoy, hoy si es 4, ayer me cuatrapeé y en WhatsApp puse: «Jueves 4». ¡Bendecido viernes a todos desde mi Selva de Cemento!
Padre Alfredo.
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