sábado, 29 de febrero de 2020

«Este año es bisiesto»... Un pequeño pensamiento para hoy

Hoy es el último día de éste que es el mes más corto del año y que, por esta vez, por ser año bisiesto, tiene no 28 días sino 29 como cada cuatro años sucede. Fechas como las de hoy se repiten cada cuatro años y funcionan a modo de corrección a las irregularidades del calendario, ya que un año consta de 365 días, 5 horas y 48 minutos y este día de más se considera un extra para que el tiempo no se desfase. Este mes, entre otras cosas, es muy significativo para quienes cumplen años el 29 de febrero, pues celebran su cumpleaños cada cuatro años. Yo no conozco a nadie que haya nacido el 29 de febrero o por lo menos no me he dado cuenta, pero sí conozco a un santo que se celebra este día y que vale la pena hablar de él, ya que será hasta dentro de 4 años que vuelva a aparecer en el santoral de la Iglesia. Se trata de San Dositeo, un santo monje cuya existencia se sitúa en el siglo IV. 

En su juventud, este santo varón ejerció la profesión de soldado, y mientras realizaba un recorrido por Tierra Santa, fue impresionado por un cuadro que representaba los tormentos del Infierno. Esta imagen fue el punto de partida de una profunda y radical conversión, convirtiéndose en monje en Gaza. Estando allí, fue un monje contemplativo que renunció a la propia voluntad para ponerse en manos de Dios y que tuvo un desprendimiento ejemplar respecto a las cosas de este mundo, sin sentir apego por nada, porque cualquier afición a personas u objetos era para él una atadura que le impedía estar completamente disponible en su espera del Cielo. Las grandes aspiraciones de San Dositeo fueron imitar, fielmente al Señor en su desprendimiento para llenarse de su Amor, lo único realmente importante para alcanzar la salvación. Con el paso del tiempo Dositeo se sumergió en el espíritu de oración que bien le podría hacer exclamar como Santa Teresa de Ávila: «Sólo Dios basta». Como sustento para su diario vivir le bastaban los frutos de la tierra que cultivaba en el huerto con el sudor de su frente, viviendo la Fe en la contemplación en la vida monástica, en la más estricta soledad. Así vivió entregado y en el más absoluto silencio para encontrar la unión perfecta con Dios, punto fundamental de la vida ascética y de todo monje que alaba a Dios día y noche. 

Hoy el Evangelio nos habla de San Mateo (Lc 5,27-32) otro hombre que, como san Dositeo hizo a un lado todo para seguir al Señor. Leví (Mateo), no desaprovechó la ocasión del paso de la Misericordia por su vida, en su casa, y quiso compartir con los demás la alegría de este encuentro desconcertante que le cambió su existencia, para que se conviertiera en acontecimiento de gracia para muchos: por eso preparó «un gran banquete» que reunió a una multitud (v 29). El hombre pecador, cuando se topa con la esencia de su ser, como hijo de Dios, se descubre a sí mismo llamado por la Misericordia a la conversión para gustar la comunión con Dios y quedarse para siempre allí, a su lado. Enfermo en lo hondo del corazón, el hombre de hoy languidece buscando en el atolondramiento de los sentidos o de la superactividad el paliativo a la angustia que le devora interiormente sin saber que tiene a Cristo como Salvador. Mateo, Dositeo y muchos más han vivido sólo para Cristo, con Cristo y en Cristo. ¿Qué nos falta a nosotros para seguirle así? El hombre de hoy, para poder ser un auténtico discípulo–misionero de Cristo necesita la disciplina de la calma y el silencio que el mundo de fuera no le ofrecen... hay que dejar y cada quien sabe lo que hay que dejar; hay que hacer a un lado lo que impide esa íntima comunión con el Señor y este tiempo de Cuaresma ofrece las condiciones para hacer un buen examen y abrazar al Señor como lo único a lo que vale la apena aferrarse. Hoy que es sábado, María, la sierva del Señor, la que dijo el «hágase» que transformó a la humanidad, nos puede ayudar si se lo pedimos. ¡Bendecido sábado! 

Padre Alfredo.

viernes, 28 de febrero de 2020

«El sentido del ayuno»... Un pequeño pensamiento para hoy


Hoy son muchos los que no saben ver en Jesús al Mesías, al Salvador, al redentor que dio la vida para salvarnos. Esos muchos no alcanzan a ver que el Reino de Dios es gozo, que es la perla por la que se está dispuesto a venderlo todo con alegría, que es el tesoro que ha sido encontrado. Quien va entendiendo lo que es el Reino de Dios, sabe que hay que ayunar porque Cristo, el Esposo, todavía no está del todo presente en nuestras vidas, en la sociedad en la que vivimos. El Esposo está preparado, él ya está listo pero nosotros no: su amor no ha logrado conquistar todo nuestro ser, nuestras ocupaciones, nuestro ser y quehacer, su causa no se ha asumido verdaderamente por entero. Desde esta perspectiva es que debemos entender el pequeño fragmento del Evangelio del día de hoy (Mt 9,14-15): «¿Por qué tus discípulos no ayunan, mientras nosotros y los fariseos sí ayunamos?». Los discípulos de Juan acusan a los de Jesús de no ayunar. La respuesta de Cristo es muy significativa: él inaugura el tiempo mesiánico, el tiempo escatológico anunciado por los profetas y el tiempo de alegría —el de las bodas— en el que no se ayuna por la presencia del esposo. 

El ayuno cristiano no se limita a abstenerse de alimentos, sino a desear el encuentro con Jesús que salva con su Palabra. Dicen los grandes maestros de la vida espiritual de todos los tiempos, que no se puede meditar en las cosas de Dios con el estómago lleno. El mismo Cristo nos dio ejemplo de ello con su prolongado ayuno; cuando triunfó sobre el demonio, había ayunado cuarenta días. Los santos padres reflexionaron sobre el ayuno considerándolo como una medida de capacidad. Si se ayuna mucho es porque se ama mucho, y si se ama mucho es porque se ha perdonado mucho. El que mucho ayuna, mucho recibirá. Sin embargo, como menciona un escritor estudiando los santos Padres de la Iglesia Ortodoxa, ellos recomiendan ayunar con medida: «no se debe imponer al cuerpo un cansancio excesivo, so pena de que el alma sufra detrimento. Eliminar algunos alimentos sería perjudicial: todo alimento es don de Dios» (Tito Colliander, Il cammino dell'asceta. Iniziazione alla vita spirituale, Brescia 1987, 75s) 

¿Qué lugar ocupa en mi vida el ayuno? ¿Ayuno para dejarle a Cristo más espacio en mi vida, para crear un vacío en mí, de suerte que él pueda acaparar toda mi existencia? ¿Por qué ayuno?... Estas y otras preguntas podemos hacernos en este primer viernes de Cuaresma. La beata Antonia de Florencia, a quien la Iglesia celebra el día de hoy, fue una mujer que se casó muy joven y perdió a su esposo a los pocos años. Luego se consagraró enteramente a Dios y fue uno de los primeros miembros del convento de Terciarias Regulares de San Francisco que fundó otra beata, Angelina de Marsciano. Su superiora la nombró pronto superiora del convento de Santa Ana de Foligno, y tras tres años, fue enviada a gobernar la nueva comunidad de Aquila. Cuando San Juan Capistrano pasó por la ciudad, la beata Antonia le manifestó que deseaba una regla más estricta, con más momentos de oración y con ayuno riguroso. El santo comprendió su anhelo y consiguió que se le cediese el monasterio de Corpus Christi, que otra orden acababa de construir. Ahí se retiró Antonia con once de sus religiosas, en 1447, para practicar la regla original de Santa Clara en todo su rigor. La humildad y la paciencia fueron virtudes características de la beata Antonia, quien durante 15 años tuvo que soportar una dolorosa enfermedad, además de una multitud de severas pruebas espirituales. Antonia fue una digna hija de San Francisco por su amor a la pobreza. Algunos testigos narraron que habían visto varias veces a la beata arrebatada en éxtasis a cierta altura del suelo, y que una vez un globo de fuego apareció sobre su cabeza e iluminó el sitio en que se hallaba orando. Falleció en 1472. Su culto fue confirmado en 1847. La ciudad de Aquila la veneró como santa desde su muerte. Ella es una prueba de lo que el ayuno y la oración hacen en el alma a favor de la propia persona y de quienes le rodean. La Virgen María, en algunas de sus apariciones ha pedido el ayuno, por algo será. Pidámosle a ella que nos ayude a captar el verdadero sentido de esta práctica ancestral en la Iglesia. ¡Bendecido viernes! 

Padre Alfredo. 

P.D. Aquí mismo en el blog hay algunos artículos que escribí sobre el ayuno: 

https://padrealfredo.blogspot.com/search/label/Ayuno

jueves, 27 de febrero de 2020

«La carrera cuaresmal»... Un pequeño pensamiento para hoy

Arrancamos ayer el camino cuaresmal, y, en este tiempo tan acelerado que vive nuestro mundo yo creo que podemos hablar de «la carrera cuaresmal», porque, cuando menos pensemos, ya estaremos arribando al Triduo Pascual. El Evangelio de hoy (Lc 9,22-25) nos habla de un tema que la gente de nuestros tiempos, en general, no quiere tocar: «El sufrimiento». Dice Jesús: «Es necesario que el Hijo del hombre sufra mucho...» y después exhorta a los que quieren seguirle con estas palabras: «Si alguno quiere acompañarme, que no se busque a sí mismo, que tome su cruz de cada día y me siga»... ¡Qué clase invitación! ¿Quién puede hacer en medio de nuestro mundo lleno de confort y artilugios que todo lo solucionan al instante una invitación como ésta? Sí, sólo él, solo Jesús. Para muchos la cruz de Cristo es meramente un objeto ornamental o de lujo, que por cierto antes se regalaba a los nuevos esposos y hoy no aparece más en la mesa de regalos que hay que adquirir en los almacenes más costosos. Para otros es un simple modo de decir, para señalar que hay que aceptar todo sufrimiento con sensación de fracaso o de «mala suerte». El cristiano ha de entender el sufrimiento no por masoquismo o por esa «mala suerte» que puede tocar a algunos, sino por amor. Tomar la cruz de cada día y seguir a Jesús es más que nada un estilo de vida, «vivir como Jesús vivió». Entrar en comunión con su Padre y con los hermanos. La cruz que hay que tomar está hecha de obediencia, de amor, de verdad, de libertad, de servicio como la Cruz del Señor. Para un discípulo–misionero aceptar la cruz y abrazarse a ella, es aceptar la voluntad del Padre y someterse a ella con amor y sin fingimiento. 

Por amor a Cristo y al prójimo se entiende el valor del sufrimiento que implica aceptar nuestra condición de pecadores invitados a ser fieles y justos para ser perdonados. Por amor a Cristo se guardan los Mandamientos aunque impliquen sufrir; por amor a Cristo se renuncia al mundo sacrificando lujos desmedidos y haciendo a un lado chácharas que llevan a la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la jactancia de las riquezas. Por amar a Cristo se practica el amor al hermano como dice santa Teresa de Calcuta: «Amar hasta que duela». Por amor a Cristo se practica la justicia dando la vida por defender nuestra fe y sirviendo a los hermanos. Por amor a Cristo se entiende entonces lo que es compartir el sufrimiento con él, como sucedió al santo que el día de hoy la Iglesia celebra: san Gabriel de la Dolorosa, un muchacho que nació en Asís (Italia) en 1838 y cuyo nombre de pila fue Francisco Possenti. Cuando tenía 4 años, murió su madre y el papá, que era un excelente católico, se preocupó por darle una educación esmerada en escuelas católicas, mediante la cual fue dominando con sacrificio, su carácter fuerte, porque desde pequeño era muy propenso a estallar en arranques de ira y de mal genio. Su paso por la escuela, gracias a una formación excelente y el cuidado de su padre, le ayudaron mucho para resistir los ataques de sus pasiones y de la mundanalidad. De joven era sumamente esmerado en vestirse a la última moda. Sus facciones elegantes y su fino trato, a la vez que su rebosante alegría y una gran agilidad para bailar , lo hacían el preferido de las muchachas en las fiestas. Le encantaba leer novelas, que disfrutaba pero luego le dejaban vacío. En una de las 40 cartas que de él se conservan, escribe a un amigo años después ya como religioso: «Yo creo que si yo hubiera permanecido en el mundo no habría conseguido la salvación de mi alma. ¿Dirás que me divertí bastante? Pues de todo ello no me queda sino amargura, remordimiento y temor y hastío. Perdóname si te di algún mal ejemplo y pídele a Dios que me perdone también a mí». 

Decidido a cambiar de vida, el joven ingresó con los Padre Pasionistas, una comunidad bien rígida y rigurosa. Allí cambió su nombre por el de Gabriel de la Dolorosa. Gabriel, que significa: el que lleva mensajes de Dios. Y de la Dolorosa, porque su devoción mariana más querida consiste en recordar los siete dolores o penas que sufrió la Virgen María. Desde entonces será un hombre totalmente transformado. Su vida religiosa fue breve y sacrificada. Allí enfermó de tuberculosis y abrazando la enfermedad sentía Gabriel tan grande aprecio por los sufrimientos que nos vuelven muy semejantes a Jesús sufriente, que lo soportaba todo con un valor y una tranquilidad impresionantes. Murió a los 24 años de edad el 27 de febrero de 1862. Poco después empezaron a conseguirse milagros por su intercesión y en 1926 el Sumo Pontífice lo declaró santo, y lo nombró Patrono de los Jóvenes laicos que se dedican al apostolado. Hoy podemos pedirle a san Gabriel de la Dolorosa que a su vez le pida él a la santísima Virgen María por tantos jóvenes tan llenos de vitalidad y de entusiasmo que hay en nuestros grupos y movimientos católicos para que encaucen las enormes fuerzas de su alma, no a dejarlas perderse en goces mundanos, sino a ganarse un gran premio en el cielo dedicándose a salvar su propia alma y la de muchos más. en especial pienso en tantos jóvenes de nuestros grupos de «Van-Clar» que le pueden dar la vida a Cristo abrazando el sufrimiento por amor llevando la cruz. ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico! 

Padre Alfredo.

miércoles, 26 de febrero de 2020

«¿Por qué se usa ceniza para comenzar la Cuaresma?...


El Miércoles de Ceniza marca el inicio de la Cuaresma, el período de 40 días de ayuno y abstinencia, llamado así porque en ese día los católicos tienen sus frentes marcadas con ceniza en la forma de una cruz o llevan ceniza sobre su cabeza. Nuestros hermanos de otras denominaciones cristianas nos cuestionan acerca de este signo, por eso es necesario saber fundamentar esta celebración —que no es obligatoria— frente a aquellos que nos cuestionan por qué lo celebramos al iniciar la Cuaresma, por qué nos ponemos ceniza en la cabeza. 

 La Iglesia usa ceniza para inicio de su ayuno cuaresmal, porque según nos enseña la Biblia, la ceniza es símbolo de arrepentimiento y penitencia. Por medio de signos sagrados completamente bíblicos, como la ceniza, la Iglesia nos enseña que como cristianos tenemos la marca de Dios en nuestras almas, marca que Cristo compró con su sangre en la Cruz, y que por tal motivo estamos llamados a la fe, a la penitencia y al arrepentimiento. 

Ya en los primeros siglos se menciona el uso de ceniza y lo que representa la Cruz.  San Cirilo de Jerusalén en sus «Catequesis» (XIII, 36) señala: «No nos avergoncemos, pues, de confesar al Crucificado. Sea la cruz nuestro sello, hecha con audacia con los dedos sobre nuestra frente y en todo; sobre el pan que comemos y las copas en que bebemos, en nuestras idas y venidas; antes de dormir, cuando nos acostamos y cuando nos despertamos; cuando estamos de viaje y cuando estamos en reposo».

El gesto de ir a recibir la ceniza significa reconocer la propia fragilidad y mortalidad, que necesita ser redimida por la misericordia de Dios. Las frases que se utilizan para la imposición de la ceniza: «Arrepiéntete y cree en el Evangelio» y «Polvo eres y en polvo te convertirás» nos recuerdan que el ser humano, privado del Espíritu es solo materia que, eventualmente, dejará de vivir”.

En la Sagrada Escritura encontramos algunos textos referentes al uso de la ceniza como signo de arrepentimiento y de reconocer la propia pequeñez ante Dios que conviene en este día meditar:

Hebreos 9,13
«Porque si la sangre de los machos cabríos y de los toros, y la ceniza de la becerra rociada sobre los que se han contaminado, santifican para la purificación de la carne».

2 Samuel 13,19
«Entonces Tamar se puso ceniza sobre la cabeza, rasgó el vestido de manga larga que llevaba puesto, y se fue gritando con las manos sobre la cabeza».

Ester 4,1
«Cuando Mardoqueo supo todo lo que se había hecho, rasgó sus vestidos, se vistió de cilicio y ceniza, y salió por la ciudad, lamentándose con grande y amargo clamor».

Job 2,8
«Y Job tomó un tiesto para rascarse mientras estaba sentado entre las cenizas».

Job 42,6
«Por eso me retracto, y me arrepiento en polvo y ceniza».

Daniel 9,3
«Volví mi rostro a Dios el Señor para buscarle en oración y súplicas, en ayuno, cilicio y ceniza».

Génesis 18,27
«Y Abraham respondió, y dijo: He aquí, ahora me he atrevido a hablar al Señor, yo que soy polvo y ceniza».

Jdt 4,11 
«Todos los hombres, mujeres y niños de Israel que habitaban en Jerusalén se postraron ante el templo, cubrieron de ceniza sus cabezas y extendieron las manos ante el Señor».

Ezequiel 28,18
«Por la multitud de tus iniquidades, por la injusticia de tu comercio, profanaste tus santuarios. Y yo he sacado fuego de en medio de ti, que te ha consumido; y te he reducido a ceniza sobre la tierra a los ojos de todos los que te miran».

Isaías 61,3
«Para conceder que a los que lloran en Sion se les dé diadema en vez de ceniza, aceite de alegría en vez de luto, manto de alabanza en vez de espíritu abatido; para que sean llamados robles de justicia, plantío del Señor, para que El sea glorificado.

Isaías 44,20
«Se alimenta de cenizas; el corazón engañado le ha extraviado. A sí mismo no se puede librar, ni decir: ¿No es mentira lo que tengo en mi diestra?

Jeremías 6,26
«Hija de mi pueblo, cíñete el cilicio y revuélcate en ceniza; haz duelo como por hijo único, lamento de gran amargura, porque de pronto el destructor vendrá sobre nosotros».

Números 19,17
«Entonces para la persona inmunda tomarán de las cenizas de lo que se quemó para purificación del pecado, y echarán sobre ella agua corriente en una vasija.

Ester 4,3
«Y en cada una de las provincias y en todo lugar donde llegaba la orden del rey y su decreto, había entre los judíos gran duelo y ayuno, llanto y lamento; y muchos se acostaban sobre cilicio y ceniza».

Mateo 11,21
«¿Ay de ti, Corazín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si los milagros que se hicieron en vosotras se hubieran hecho en Tiro y en Sidón, hace tiempo que se hubieran arrepentido en cilicio y ceniza».

Jonás 3,6
«Cuando llegó la noticia al rey de Nínive, se levantó de su trono, se despojó de su manto, se cubrió de cilicio y se sentó sobre ceniza».

Lucas 10,13
«¿Ay de ti Corazín! ¡Ay de ti Betsaida! Porque si los milagros que se hicieron en ustedes hubieran sido hechos en Tiro y Sidón, hace tiempo que se hubieran arrepentido sentados en cilicio y ceniza».

Padre Alfredo.

«El Miércoles de Ceniza y el don de Piedad»... Un pequeño pensamiento para hoy



Ayer por la mañana me contemplaba ya este Miércoles de Ceniza en el hospital y nada, aquí estoy en una especie de «compás de espera» ahora esperando que llegue el lunes que es cuando me harán el cateterismo que mi organismo necesita para seguir funcionando bien. Definitivamente los caminos del Señor no son los nuestros y en el devenir de cada día se atraviesa siempre la última palabra, que es la suya, la de Nuestro Dios quien va marcando nuestro andar. Bendito sea Dios que me regala unos días de gracia, porque así debo considerar estos días en que se me ha pedido que permanezca tranquilo y en paz en reposo. ¡Dios no se equivoca! De esto estoy, y estamos muchos, convencidos; Él tiene sus planes que siempre son los que nos llevan a la santificación, a que nuestra vida se vaya conformando con la de Nuestro Señor. La Sagrada Escritura dice que «todo contribuye para el bien de los que aman a Dios» (Rm 8,28) y así, este Miércoles de Ceniza lo viviré tranquilo y en paz, esperando la llegada del Señor en la Eucaristía y el gesto de la ceniza en la frente que me recuerde, como a todos, mi condición de pecador y de necesitado de la gracia de Dios para seguir en el camino de la conversión: «Arrepiéntete y cree en el Evangelio»... «Recuerda que polvo eres y en polvo te convertirás». 

¡Cuánto nos falta para entender el signo de la ceniza! Se queda muchas veces este día para la mayoría de los católicos como el único para ir al Templo en todo el año y solamente para recibir la ceniza sobre la cabeza o en la frente pensando no sé qué y viéndola no sé cómo. Para entender cómo vivir este día con este signo tan especial de la ceniza, se necesita dejar actuar al Espíritu Santo con el don de «Piedad». La piedad, dice la Sagrada Escritura, es una gran ganancia (cf. 1 Tim 6,6) si no se fija en el aplauso de los hombres ni busca satisfacer la vanidad con el lucimiento, sino que busca la complacencia del Padre en una relación íntima y personal y si esa ganancia esperada no es para este mundo ni para el tiempo presente, sino para la comunión eterna con Dios, que será nuestra recompensa. De lo contrario, al recibir la ceniza sin piedad, nos haríamos, como se dice en griego: «hypokritoí» que se traduce como «hipócritas» o «comediantes» e «impíos». El misterio de la piedad del Señor es desconcertante, pero es muy ignorado, la mayoría en este día se queda vagando lejos de lo que la Cuaresma, que hoy se inicia, debe ser... Este Miércoles de Ceniza es para volver a la hondura de nuestro propio ser que es templo de Dios y que por eso busca el arrepentimiento para exultar de esperanza en una vida nueva, más de Dios, más para Dios, más desde Dios. 

El Evangelio de hoy (Mt 6,1-6.16-18) es una invitación a practicar la piedad especialmente en este tiempo de Cuaresma: «Tengan cuidado de no practicar sus obras de piedad delante de los hombres para que los vean. De lo contrario, no tendrán recompensa con su Padre celestial». Hoy el Evangelio trata de tres asuntos: la limosna (6,1-4), la oración (6,5-6) y el ayuno (6,16-18). Son las tres obras de piedad de los judíos y las tres prácticas cuaresmales que a nosotros, discípulos–misioneros de Cristo se nos invita a practicar. Pero, Jesús no quiere que la práctica de la justicia y de la piedad se use como medio de auto-promoción ante Dios y la comunidad y como mero lucimiento (Mt 6,2.5.16). Él critica la que practica de las buenas obras sólo para ser vistos por los hombres (Mt 6,1). Jesús pide apoyar la seguridad interior en aquello que hacemos por Dios. En los consejos que Él da se manifiesta un especial tipo de relación con Dios que para los judíos es una novedad: «Y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará» (Mt 6,4). A la luz de esto me viene una serie de preguntas: ¿Voy a recibir la ceniza porque me complace que los demás me vean que sí cumplí? ¿Busco con humildad el signo de la ceniza sin hacer alarde ni espectáculo del signo que recibo? ¿Qué me hace recordar este texto, mi humanidad, de donde vengo, quién me creó, a dónde voy en mi vida? ¿Abre de verdad este signo de la ceniza mi deseo de vivir una Cuaresma como el Señor manda? Qué María Santísima nos ayude y que en esta Cuaresma aumente en nuestras vidas el don de «Piedad» para que viva plenamente un amor filial con el Padre que ve lo secreto y nos recompensará. ¡Bendecido Miércoles de Ceniza y me sigo encomendando a sus oraciones! 

Padre Alfredo.

martes, 25 de febrero de 2020

«Estamos como los Apóstoles»... Un pequeño pensamiento para hoy

La verdad no sé ni como empezar a redactar mi pequeño pensamiento en este día. Lo primero que tengo que decir es que al leer el Evangelio de hoy (Mc 9,30-37), han resonado en mi corazón unas palabras del evangelista san Marcos en el relato que nos presenta: «ellos no entendían aquellas palabras y tenían miedo de pedir explicaciones». Sí, a veces no entendemos a Dios y no vemos el cómo pedirle explicaciones de las cosas. Mañana seré sometido a un cateterismo para destapar mis arterias coronarias que, debido a que mi organismo produce cantidades industriales de colesterol, esta fabriquita las ha tapado. La verdad es un procedimiento que se debió haber hecho desde la semana pasada y por la gripa sensacional que me dio lo ha atrasado y cambiado un poco los planes para que todo sea como el Señor quiera. ¡Qué poco entendemos a nuestro Dios! Estamos, o por lo menos lo digo por mí, como los Apóstoles, pero tengo la confianza puesta en el Señor y sé que sus planes siempre son perfectos. Por este motivo, el pequeño pensamiento, que ha llegado todos los días, a veces a una hora y a veces a otra, se dejará de publicar unos días, tal vez una semana o menos, debido a que el procedimiento se realiza por medio de una arteria de la mano a la altura de la muñeca y hay que cuidar de no mover ésta por unos días, así que no podré escribir, ni manejar ni... bueno, algunas cosas más. 

Sabemos que quien se decide a ponerse al servicio del Señor, no emprende un camino fácil y no lo digo sólo por mí, sino por todos los que queremos ser discípulos–misioneros de Cristo y vivimos así, a la sorpresa de Dios. Cuando veo relatos del Evangelio como éste, experimento la sensación de que los Apóstoles verdaderamente nos representan junto a Jesús. Ellos van por la vida distraídos, obtusos, con miedos, sin poder entender la grandeza de la Cruz y peleando un lugar asegurado en su Reino y que sea el primero. En su Pasión, a la que alude Jesús en el Evangelio de hoy, él se hizo el último, el servidor. Así, el anuncio de la cruz no es sólo para él, sino también para nosotros que hemos de llevarla no a nuestro modo, sino al de él, que murió y se entregó por nosotros (cf. 2 Cor 5,15). No hay otro camino para seguir a Jesús que el de cargar la cruz, pasar por la muerte para llegar a la vida. Toda la vida de Nuestro Señor estará en esa actitud de entrega por los demás para salvarnos. Cuando abrazamos la cruz, podrá haber inquietudes, miedos, dudas, perplejidades pero habrá confianza en él, que ya pasó por eso para alcanzarnos la vida eterna, pero para eso, para alcanzar esa confianza se necesita ser el último, como el niño pequeño, que muchas veces no pregunta y aún con miedo se deja conducir con docilidad y entonces veo que el Señor busca tiempo para estar con nosotros y por eso me ha regalado en estos días en que los médicos me han pedido reposo una oración pausada y libre, un rezo de la Liturgia de las Horas saboreado, un rosario con María al amanecer de cada día... ¡Dios no se equivoca! ¡Qué excelente preparación me ha regalado el Señor para iniciar mañana la Cuaresma! ¡Él tiene sus caminos y siempre son para nuestro bien! No pasaré el Miércoles de Ceniza como me gusta, confesando todo el día, sino como el Señor quiere, confesando mi fe y mi confianza en él en una sala de hospital. 

Por otra parte, ayer me di cuenta que no comenté nada de alguno de los santos del día, me envolvió el Evangelio y no dejé espacio para hablar de San Modesto, San Ethelberto de Kent o de Santo Toribio Romo y no quiero que ahora me pase lo mismo. Entre los santos y beatos que la Iglesia celebra hoy está el beato Sebastián de Aparicio, que, siendo pastor de ovejas, pasó de España a México, donde reunió con su trabajo una notable fortuna con la que ayudó a los pobres y, habiendo enviudado dos veces, fue recibido como hermano en la Orden de los Hermanos Menores, en la cual falleció casi centenario. Pero quiero detenerme en un pasaje de su vida en donde Sebastián enfermó. La peste bubónica lo hizo presa en su cuerpo adolescente. A sus pocos años no tenía esperanza de vida. Para evitar el contagio lo aislaron en una especie de choza solitaria en el monte. Eran las exigencias sanitarias de aquella época. Todos los días, para que no muriera de hambre, su madre le llevaba queso, un trozo de pan, leche y un poco de agua. La constante protección de Dios oye los ruegos del pequeño y la incesante oración de su madre. La puerta de la casucha donde yacía Sebastián se quedó una noche entreabierta. Un se acercó sigiloso. El olor de la carne febricitante e infecta lo atrajo de manera irresistible. Entró en la estancia, olfateó con ansiedad su presa, y clavó sus dientes vigorosos en el tumor maligno. Su lengua golosa se entretuvo en lamer la herida purulenta. El animal se marchó satisfecho. Al recordar Sebastián por la mañana lo que a veces aún ya mayor le parece habrá sido una pesadilla, despareció la fiebre. Sebastián quedó curado. ¿Milagro? Providencia de Dios para con el que se sabe pequeño y necesitado de Dios. Que María Santísima nos ayude a nosotros también a no buscar los primeros lugares, sino a sentirnos pequeños, pobres y necesitados de Dios. ¡Me encomiendo a sus oraciones y muy bendecido martes! 

Padre Alfredo.

P.D. AVISO DE ÚLTIMA HORA:

Definitivamente los caminos de Dios no son los nuestros. Mi cateterismo se suspendió a última hora por reparaciones esenciales que tienen que hacer en las salas de operación y he sido reprogramado para este próximo LUNES 2 DE MARZO a las 10 de la mañana en el Hospital Universitario. Yo creo que Dios quiere que estos días estemos unidos en oración y que este padrecito andariego ofrezca el sacrificio de estar en calma —como pulga amarrada— hasta el lunes. Así, seguiré escribiendo estos días compartiendo mi rato de la oración matutina.

GRACIAS, MIL GRACIAS A TODOS POR SUS ORACIONES Y A CAMBIO VA MI BENDICIÓN.

lunes, 24 de febrero de 2020

Plegaria por la santificación de la vejez... Oraciones de mi padre VI

Esta oración la rezaba papá en su etapa de la ancianidad. Fue un gran admirador e imitador de san Francisco de Asís y la conservaba dentro de un libro sobre la vida del santo que mis primas Laura, Adriana y Celina le regalaron el 18 de mayo de 1982 por el día de su cumpleaños:

Gran Señor del Universo y Padre Nuestro,
tus hijos ponen ante ti el alma de rodillas
para suplicarte, por el amor que derramas sobre tus creaturas,
que las generaciones de los que ahora son niños,
la de los jóvenes, la de los maduros,
todas las generaciones lleguen a cumplir,
según tu Corazón, tus santos designios,
en los días que les concedas caminar sobre la tierra.

Te lo rogamos con fervor,
Amo y Dueño del cosmos,
que aunque Tú no tienes edad,
la creatura humana,
para rendirte máximo homenaje,
ha querido representarte
como el Gran Anciano. Amén.

Fe, abandono, oración y ayuno... Un pequeño pensamiento para hoy


Hoy he tardado más en escribir. Hay veces que yo creo que todos tenemos días en los que las palabras no fluyen en la oración, momentos en los que uno se queda como «atorado» o sorprendido por una pequeña frase del Evangelio. A mí me ha pasado eso esta mañana. Contemplo el pasaje del Evangelio (Lc 9,14-29) y me quedo como mudo con la mente y el corazón fijos primeramente en un pedacito, una pequeña frase de Jesús en donde interpela al papá de un muchachito que está siendo atormentado por un espíritu que no lo deja hablar El papá quiere que su hijo se cure y aún con poca fe se acerca a Jesús de quien ha oído hablar bastante y le pide con la humildad y sencillez del que poco conoce: «si algo puedes, ten compasión de nosotros y ayúdanos». La expresión va en la misma línea de aquel leproso que con humildad le dice a Jesús: «Si tú quieres, puedes curarme» (Mt 8,2). En los momentos difíciles de la vida —que nunca faltan— el discípulo–misionero sabe que no está solo y que únicamente necesita un poco de fe y de confianza para que el Señor haga lo suyo y lo saque del atolladero. 

A veces uno se siente tan pequeño, tan impotente o tan confundido, que alcanza a ver muy poco pero el Señor solamente pide un poco de fe, a él le basta un poquito, un tantito de fe para obrar el milagro, por eso responde al padre de familia: «Todo es posible para el que tiene fe» dice el Evangelio de hoy (Mc 9,23). Pero para que el milagro se realice, además de esa poquita fe se requiere un abandono total en la Providencia Divina. Por esta razón, no concedió Jesús la curación del chamaco sino hasta después de la profesión de fe del padre, el cual pidió además a Jesús que le ayudara a creer: «Creo, Señor, pero dame tú la fe que me falta» (Mc 9,24). Ante el hecho milagroso, los discípulos de Jesús se quedan admirados de que si él les ha confiado el hacer milagros en su nombre, ellos no hayan podido expulsar al espíritu inmundo. Y es que falta, además de la fe y el abandono en la Providencia, otra cosa... «la fuerza de la oración y del ayuno» que a ellos se les ha pasado confiando solamente en sus propias palabras. Jesús claramente le hace notar que aquello que no pudieron hacer se debió a que hay una especie particular de demonios a los que sólo se puede hacer salir con oración y ayuno. Dos cosas básicas en la vida del creyente que en nuestros tiempos han pasado mucho a segundo término. Hoy hay mucha acción en nuestras vidas, pero falta la pasión que dan la oración y el ayuno que nos hacen experimentar la necesidad de tener a Dios con nosotros. 

Termino mi reflexión con una oración de sanación que me encontré y que creo que no solo a mí, sino a quien lea mi mal hilvanada reflexión le ayudará: «Señor, tu Palabra es fuente de sanación, es como fuego inextinguible que libera del mal a los oprimidos y sacude los cimientos más sólidos del pecado. Ayúdame a entender que tu Palabra puede obrar milagros en mi vida, y que, sólo a través de ella, mis oraciones podrán tener los frutos deseados. Aleja de mi corazón todo sentimiento de desesperanza que me haga ver los problemas más grandes de lo que realmente son y que no los pueda superar. Agudiza mis sentidos y ponlos en armonía con tu Verdad. Sólo Tú puedes traer un equilibro sano a mi vida para así actuar con decisión y firmeza. Quiero acercarme más a Ti con la certeza de que me escuchas y de que, con tu poder, puedes crear ambientes luminosos y llenos de vida a mi alrededor. Con tu Gracia puedo expulsar los demonios que viven habitan en mi interior, los demonios del egoísmo, la vanidad y soberbia que endurecen mi corazón. Ven mi Señor, Irradia en mi alma todo el poder del Espíritu Santo y con tu fuerza sanadora ábreme caminos de bendición para construir mi felicidad. Tú eres Palabra que sana y libera, Palabra creadora que despoja de la soledad a todas las almas abatidas restaurándolas con tu amor. Amén». Que María Santísima nos acompañe en nuestro orar y ayunar, sobre todo en la Cuaresma, cuya llegada es ya inminente. ¡Bendecido lunes! 

Padre Alfredo.

domingo, 23 de febrero de 2020

«Sean perfectos, como su Padre celestial es perfecto»... Un pequeño pensamiento para hoy


Con origen en el latín «perfectus», la palabra perfecto describe a la cosa, organismo o individuo que reúne «el más alto nivel posible de excelencia» en relación con los demás elementos de su misma especie o naturaleza. Si algo es perfecto, no hay posibilidades de hacerlo mejor, ya que no existe nada superior a lo que ya se ha conseguido. En el Evangelio de este domingo, al final de su discurso, escuchamos a Jesús decir a sus discípulos: «Ustedes, pues, sean perfectos, como su Padre celestial es perfecto». Sí, con esas palabras después de que Jesús invita a amar a todos, incluidos por supuesto los enemigos, hace esta invitación que a primera vista parece imposible: «Sean perfectos, como su Padre celestial es perfecto». Hay que entender bien el mensaje, hay que captar bien lo que Jesús quiere decir con esto. Por supuesto no quiere decir esto que la perfección de los discípulos tenga que ser igual que la perfección de Dios, porque sabemos que resulta imposible, lo que les quiere dar a entender a ellos —y por supuesto a nosotros— es que el discípulo–misionero también debe ser perfecto, porque su Padre celestial es perfecto. La perfección a la que debe aspirar todo discípulo–misionero será siempre una perfección humana, mientras que la perfección de Dios siempre será perfección divina. 

La perfección humana será, pues, tener el mayor grado de bondad o excelencia humana, teniendo, eso sí, como modelo de nuestra perfección la perfección divina. Ser perfecto es ser totalmente grato ante Dios por la calidad del apego amoroso a Dios y por seguir sus mandatos de amor, que van mucho más allá de los convencionalismos sociales y que llevan a todos a ser lo más buenos que podamos ser, dentro de nuestras limitaciones y fragilidades humanas. Y para conseguir esto, nosotros, los cristianos, debemos tener siempre como modelo a Jesús, que fue un hombre semejante a nosotros en todo, menos en el pecado. Por nuestras propias fuerzas esto no lo podríamos conseguir nunca, pero sí podemos conseguirlo con la gracia de Dios. Ser perfecto es entonces lograr la integridad del propio ser, consigo mismo, con las demás personas y con el mundo, pero de forma dinámica y siempre caminando a metas más altas, porque el ser humano es criatura y no Dios. El día de hoy la Iglesia recuerda entre sus santos y beatos a san Policarpo de Esmirna, obispo y mártir, discípulo de san Juan y el último de los testigos de los tiempos apostólicos, que en tiempo de los emperadores Marco Antonino y Lucio Aurelio Cómodo, cuando contaba ya casi noventa años, fue quemado vivo en el anfiteatro de Esmirna, en Asia, en presencia del procónsul y del pueblo, mientras daba gracias a Dios Padre por haberle contado entre los mártires y dejado participar del cáliz de Cristo (c. 155). Policarpo buscó siempre la perfección desde su condición de discípulo–misionero y entre sus discípulos tuvo a San Ireneo y a varios santos más. 

La historia cuenta que cuando iba a ser martirizado, el pueblo estaba reunido en el estadio y allá fue llevado san Policarpo para ser juzgado. El gobernador le dijo: «Declare que el César es el Señor». Policarpo respondió: «Yo sólo reconozco como mi Señor a Jesucristo, el Hijo de Dios». Añadió el gobernador: «¿Y qué pierde con echar un poco de incienso ante el altar del César? Renuncie a su Cristo y salvará su vida». A lo cual San Policarpo dio una respuesta admirable. Dijo así: «Ochenta y seis años llevo sirviendo a Jesucristo y Él nunca me ha fallado en nada. ¿Cómo le voy yo a fallar a El ahora? Yo seré siempre amigo de Cristo» e hizo una oración en voz alta antes de morir: «Señor Dios, Todopoderoso, Padre de Nuestro Señor Jesucristo: yo te bendigo porque me has permitido llegar a esta situación y me concedes la gracia de formar parte del grupo de tus mártires, y me das el gran honor de poder participar del cáliz de amargura que tu propio Hijo Jesús tuvo que tomar antes de llegar a su resurrección gloriosa. Concédeme la gracia de ser admitido entre el grupo de los que sacrifican su vida por Ti y haz que este sacrificio te sea totalmente agradable. Yo te alabo y te bendigo Padre Celestial por tu santísimo Hijo Jesucristo a quien sea dada la gloria junto al Espíritu Santo, por los siglos de los siglos». Esta es la perfección a la que nos invita el Señor. Pidámosle a la Santísima Virgen que nos ayude a alcanzar esta gracia: «Ser perfectos como el Padre celestial es perfecto». ¡Bendecido domingo! 

Padre Alfredo.

sábado, 22 de febrero de 2020

«Fiesta de la Cátedra de San Pedro»... Un pequeño pensamiento para hoy

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La Iglesia celebra hoy una fiesta especial llamada «La Cátedra de San Pedro». Es una celebración que viene desde el siglo IV para subrayar el especial ministerio que el Señor confió al jefe de los apóstoles, de confirmar y de guiar a la Iglesia en la unidad de la fe. En esto consiste el llamado «ministerium petrinum» —ministerio petrino—, ese servicio singular que el obispo de Roma está llamado a realizar a favor de todo el pueblo cristiano. Es una misión indispensable, que no se basa en prerrogativas humanas, sino en Cristo mismo como piedra angular de la comunidad eclesial. Hoy el Evangelio (Mt 16,13-19) nos recuerda el momento en el que Cristo otorga un poder especial a Pedro sobre su Iglesia: «Y yo te digo a ti que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Los poderes del infierno no prevalecerán sobre ella. Yo te daré las llaves del Reino de los cielos; todo lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo y todo lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo». 

La palabra «cátedra» significa «asiento o trono» y es la raíz de la palabra catedral, la iglesia donde un obispo tiene el trono desde donde predica y enseña a su pueblo. Sinónimo de cátedra es también «sede». La «sede» es el lugar desde donde un obispo gobierna su diócesis. Por eso decimos «la Santa Sede» refiriéndonos a la sede del obispo de Roma que es el Papa. Cuando uno va a la Basílica de San Pedro, en Roma, hay al fondo, el presbiterio, una magnífica composición barroca, obra de Gian Lorenzo Bernini que tiene incorporada una cátedra. Esta cátedra es en realidad el trono que Carlos II de Francia, conocido también como Carlos el Calvo, regaló al papa Juan VIII y en el que fue coronado emperador el día de Navidad del año 875. Carlos el Calvo era nieto de Carlomagno. Durante muchos años esta silla fue utilizada por el papa y sus sucesores durante las ceremonias litúrgicas, hasta que fue incorporada al Altar de la Cátedra de Bernini en 1666. Esta obra es hermosa, la Cátedra está sostenida por las estatuas de cuatro doctores de la Iglesia, dos de occidente, san Agustín y san Ambrosio, y dos de oriente, san Juan Crisóstomo y san Atanasio y en la parte de atrás arriba de la Cátedra está un vitral, el único colorido en la Basílica, que representa al Espíritu Santo y es llamado «La gloria de Bernini». 

Celebrando esta fiesta de la Cátedra de San Pedro, uno definitivamente piensa en él, en este hombre decidido, entusiasta, generoso, fiel a su maestro y amigo, desde el día en que lo miró Jesús y le cambió el nombre de Simón por el de Kefas, piedra sobre la que iba a edificar su Iglesia. Seguro Pedro, como todo ser humano tendría sus debilidades. Es el que puede ir andando sobre las aguas. Pero es el que luego comienza a hundirse. Es el que alardea de que, aunque todos los discípulos negasen a Jesús, él nunca lo haría y después lo hizo. Negó a Jesús, pero sintió sobre sí la mirada de amor de su maestro y «lloró amargamente», dice el Evangelio. Por eso, más tarde, después de la resurrección, ya no presumirá de amar a Jesús más que sus compañeros. Se limitará a decir esa bella frase con la cual nos sentimos tan identificados: «Tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero». Tras la resurrección de Jesús, el rudo pescador se convierte, desde la Cátedra que le fue asignada por el Señor, en un apasionado predicador y padre de nuevas comunidades. Es esencial que los discípulos–misioneros de hoy, sigamos mirando a ese Pedro que es piedra y que da firmeza, coherencia y serenidad a nuestra fe en el Papa, porque esta fiesta de la Cátedra de San Pedro, expresa la misión que Cristo le confió a él y a sus sucesores: apacentar su rebaño con la predicación del Evangelio. Celebrar esta fiesta significa atribuir a ésta un fuerte significado espiritual y reconocer en ella un signo privilegiado del amor de Dios, Pastor bueno y eterno, que, junto a su Madre Santísima, quiere reunir a toda su Iglesia y guiarla por el camino de la salvación y que no nos ha dejado solos, nos ha dejado, como dice la beata María Inés Teresa «al dulce Cristo de la tierra» en el Papa. ¡Bendecido sábado! 

Padre Alfredo.

XXV ANIVERSARIO DEL TRASLADO DE LOS RESTOS DE LA BEATA MARÍA INÉS TERESA DEL SANTÍSIMO SACRAMENTO...

Hace 25 años, en un día como hoy en 1995, celebrando la fiesta de la Cátedra de San Pedro, los restos mortales de la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento —en aquel entonces Sierva de Dios— fueron exhumados del panteón Prima Porta en Roma y trasladados a la Casa General de nuestras hermanas Misioneras Clarisas del Santísimo Sacramento allá mismo.

La hermana Silvia Burnes, M.C., postuladora general de la causa, ha preparado un video que recoge momentos muy significativos de aquel día. Les invito a verlo y a dar gracias a Dios por el regalo maravilloso que nos ha hecho en la persona, en la vida y en la obra de la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento.

viernes, 21 de febrero de 2020

«San Pedro Damián y los difíciles tiempos que vivió»... Un pequeño pensamiento para hoy

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Pudiéramos asustarnos de tanta barbaridad que vemos en el mundo actual, pero lo cierto es que, como del corazón del hombre que se deja pervertir surge la maldad con todas sus consecuencias, hemos de entender que a lo largo de la historia se han suscitado tiempos como los que vivimos. Así sucedía en el tiempo en que vivió san Pedro Damián, el santo que hoy la liturgia nos propone celebrar. San Pedro Damián fue un hombre austero y rígido que Dios envió a la Iglesia Católica en un tiempo en el que la relajación de costumbres era, como hoy, muy grande y se necesitaban predicadores que tuvieran el valor de corregir los vicios con sus palabras y con sus buenos ejemplos. San Pedro Damián Nació en Ravena (Italia) el año 1007, quedó huérfano desde muy pequeño y un hermano suyo lo humilló terriblemente y lo dedicó a cuidar cerdos tratándolo como al más vil de los esclavos. Pero de pronto un sacerdote, el Padre Damián, se compadeció de él y se lo llevó a la ciudad y le costeó los estudios. En honor a su protector, en adelante él se llamó siempre Pedro Damián. El antiguo cuidador de cerdos resultó tener una inteligencia privilegiada y obtuvo las mejores calificaciones en los estudios y a los 25 años ya era profesor de universidad. Pero no se sentía satisfecho de vivir en un ambiente tan mundano y corrompido y tomó la decisión de hacerse religioso ingresando con los dominicos. 

Allí en el convento, entre otras cosas, aprendió que los severos castigos corporales que se imponía no debían ser tan severos y que la mejor penitencia es la paciencia con las penas que Dios permite que nos lleguen. Esta experiencia le sirvió más adelante para acompañar espiritualmente a otros. Cuando murió el Abad de su convento, san Pedro asumió por obediencia la dirección de la comunidad. Fundó otras cinco comunidades de ermitaños y en todos los monjes buscaba que se fomentara el espíritu de retiro, caridad y humildad. De ellos surgieron santo Domingo Loricato y san Juan de Lodi. Varios Papas acudían a san Pedro por sus consejos. En 1057 fue consagrado obispo de Ostia y nombrado Cardenal, aun cuando el santo siempre prefirió su vida de ermitaño. Más adelante se le concedería el deseo de volver al convento como simple monje, pero con la condición de que se le podía emplear en el servicio de la Iglesia. Entre sus escritos es célebre el «Libro Gomorriano» —haciendo alusión a la ciudad de Gomorra del Antiguo Testamento— y habló en contra de las costumbres impuras de aquel tiempo. De igual manera escribía sobre los deberes de los clérigos, monjes y recomendaba la disciplina más que ayunos prolongados. Partió a la Casa del Padre el 22 de febrero de 1072. Dante Alighieri, en el canto XXI del Paraíso, coloca a San Pedro Damián en el cielo de Saturno, destinado a los espíritus contemplativos. Fue declarado Doctor de la Iglesia en 1828. 

La memoria de san Pedro Damián es un aliciente como el de tantos santos y santas en nuestro diario caminar. Dios actúa en medio de situaciones negras e incomprensibles, como los tiempos que vivió este santo varón. En medio de escenarios injustos él se mantuvo fiel llevando la cruz que la obediencia al Papa le había acarreado. Es que Dios hace brillar su verdad en medio de las peores circunstancias. Algunos pensamos que somos los únicos que vivimos situaciones adversas, pero no es así. San Pedro Damián fue un hombre que, como dice el Evangelio de hoy (Mc 8,34-9,1) cargó con su cruz y siguió al Señor dejando de lado todo lo adverso del mundo, buscando restaurar la dignidad de los sacerdotes y la libertad de la Iglesia. convencido de que Jesús comprende la difícil tarea que les toca asumir a sus discípulos–misioneros; por eso comprendió que hay una exigencia fundamental y difícil. El Señor pone como condición para seguirle, la obligatoriedad de la cruz. Esa cruz que anuncia su amor infinito y la redención de las conciencias. Esa cruz que denuncia la injusticia del poder y la satanización del inocente. Esa es la cruz que todo discípulo–misionero debe asumir y saber cargar hasta las últimas consecuencias. Sin la cruz, el seguimiento de Jesús y de su obra no tendría el valor de redención que él con su vida y con su muerte nos presentó. Por eso, ayer como hoy, se nos hace necesario y urgente tomar también nosotros la cruz para seguirle en el Reino de su Padre, y poder así ratificar con nuestra propia vida que sí es posible vivir una experiencia nueva y alternativa en medio de nuestra sociedad. Que María Santísima a quien san Pedro Damián se acogió con cariño, nos ayude a llevar la cruz que su Hijo Jesús nos comparte. ¡Bendecido viernes! 

Padre Alfredo.

jueves, 20 de febrero de 2020

«¿Quién es Jesús para ti?»... Un pequeño pensamiento para hoy

El día de hoy seguimos escuchando la Palabra de Dios con la ayuda del Evangelio de san Marcos en la liturgia de la palabra de la Misa de cada día. Estamos este año litúrgico frente a un Evangelio con una inquietud bien clara: descubrir quién es este Jesús de Nazaret. San Marcos nos ha ido ofreciendo, con sus textos, la reacción de distintos personajes ante Jesús: los enfermos, los discípulos, los escribas y fariseos. Hoy, en este Evangelio (Mc 8,27-33), nos lo pide directamente a nosotros: «Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo». La página de hoy, con esta pregunta esencial, es como el centro de todo el evangelio de san Marcos. En Cesarea de Filipo, Jesús hace, ante todo, un sondeo de opinión entre sus discípulos sobre lo que dice la gente acerca de él y que ellos mismos han escuchado. Le responden que para algunos es Juan el Bautista, para otros Elías y para otros uno de los profetas. En seguida Jesús interpela a los doce: «Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?» (Mc 8,29). La respuesta de Pedro es espontánea y resuelta: «Tú eres el Mesías». «Mesías» es un término hebreo que en griego se traduce por «Cristo» y en español por «Ungido». 

Hace muchos años, cuando estudiaba el Curso Introductorio a la Filosofía en Saltillo, allá por 1981, para un taller de Cristología, nos enviaron a las calles de la capital coahuilense a hacer una encuesta con esta pregunta: «¿Para ti, quién es Cristo?», a pesar de que en aquellos años no se veía la descristianización que ahora el mundo experimenta... había cada respuesta... ¡Qué poco se conoce a Jesús como Mesías, como el Cristo, como nuestro Salvador! El Papa Francisco, comentando este Evangelio afirma que esta pregunta solamente se entiende a lo largo de un camino, después de un largo camino, un camino de gracia y de pecado, un camino de discipulado. Jesús, a Pedro y a los demás apóstoles, no les ha dicho «¡Conóceme!», les ha dicho «¡sígueme!» Y este seguir a Jesús —dice el Papa— nos hace conocer a Jesús. Seguir a Jesús con nuestras virtudes, también con nuestros pecados, pero seguir siempre a Jesús. 

San Juan Pablo II beatificó el 13 de junio de 1999 en Varsovia, durante su séptimo viaje apostólico a su tierra natal, 108 mártires víctimas de la persecución contra la Iglesia polaca durante la ocupación alemana nazi, de 1939 a 1945. El odio racial forjado por el nazismo, provocó más de cinco millones de víctimas entre la población civil polaca, muchos de ellos eran religiosos, sacerdotes, obispos y laicos católicos comprometidos. Todos ellos supieron decir quién era Cristo y lo que significaba Él para sus vidas. Entre ellos estaba la beata Julia Rodzinska, virgen de la Congregación de Hermanas Santo Domingo y mártir que se celebra en Polonia el día de hoy. Como educadora fue conocida como la «madre de los huérfanos» y además era llamada «la apóstol del Rosario». Fue arrestada el 12 de julio de 1943, sufrió por dos años en el campo de concentración de Stutthof, dónde murió el 20 de febrero de 1945, después de haber contraído el tifus, enfermedad que azotaba el campo de concentración ya que carecía de elementales condiciones higiénicas. Contrajo la enfermedad mientras daba consuelo y apoyo a las prisioneras judías ya contagiadas y aisladas. Para definir quién es Cristo, no se necesitan grandes disertaciones y teorías, basta el testimonio de vida. Y para ti: ¿Quién es Jesús? Que la Virgen Santísima que lo definió con su «sí» perenne nos ayude. ¡Bendecido jueves! 

Padre Alfredo.