viernes, 7 de febrero de 2020

«¿Quién es Jesús de Nazareth?»... Un pequeño pensamiento para hoy

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No ha habido en la historia de la humanidad alguien tan controvertido como Jesucristo. Aún en su tiempo muchos no sabían definir quién era exactamente. El Evangelio de hoy (Mc 6,14-29) apunta que para unos era Elías y para otros un profeta comparable a los antiguos, que incluso, dice el evangelista, había llegado a Herodes la noticia de que era Juan el Bautista que había resucitado y sus poderes actuaban en Jesús. ¡Qué poco se le conocía y que poco se le conoce a Jesús! La pregunta sobre quién es realmente Cristo sigue siendo actual hoy también. Los contemporáneos de Jesús que le veían con sus propios ojos, no llegaban a abarcar totalmente su misterio y habitualmente se equivocaban sobre su profunda identidad. Hoy también, en nuestros tiempos, muchos no atinan a entender quién es el Señor. En Palermo, ciudad de Sicilia —hoy Italia—, el día de hoy se celebra el tránsito —su partida a la Casa del Padre— de un beato casi desconocido: 

Mateo Guimerá, obispo de Agrigento, de la Orden de los Hermanos Menores, propagador devoto del Santísimo Nombre de Jesús. Mateo nació el año 1376 ó 1377 en Girgenti, hoy Agrigento, en el reino de Sicilia, que entonces pertenecía a la corona de Aragón. Muy joven, en 1391-92, vistió el hábito de los franciscanos Conventuales en el convento de San Francisco de Agrigento, donde hizo la profesión religiosa en 1394. Prendados de sus cualidades espirituales e intelectuales, los superiores lo enviaron a estudiar al famoso centro de estudios que la Orden tenía en Bolonia. Luego lo mandaron para completar sus estudios a Barcelona, donde los Conventuales tenían otro centro de estudios importante; allí consiguió probablemente el título de maestro, y recibió la ordenación sacerdotal en 1400. Aquel mismo año empezó el apostolado de la predicación en Tarragona y en otras poblaciones. Fue maestro de novicios o de recién profesos. Después fue a España, donde permaneció hasta finales de 1417; así lo dice una carta del rey Alfonso el Magnánimo, de fecha 28 de noviembre de 1417, que explica además la razón por la que Mateo regresaba tan pronto a Italia: su deseo de encontrarse con san Bernardino de Siena, de conocer el movimiento de la Observancia y de incorporarse al mismo. El movimiento franciscano de la Observancia, que trataba de llevar a la Orden de Hermanos Menores a una más fiel y estricta observancia de la Regla de San Francisco, sin dispensas ni atenuaciones, surgió en el siglo XIV y se fue organizando y difundiendo en el siglo siguiente, bajo la guía e impulso de san Bernardino de Siena, que tuvo como principales colaboradores a san Juan de Capistrano, Alberto de Sarteano, san Jaime de la Marca y el beato Mateo de Agrigento. El encuentro y la amistad con san Bernardino marcaron profundamente la vida del beato Mateo. Su vida austera y llena de espiritualidad acreditaba por todas partes sus sermones. También se cuentan milagros que Dios obró por medio de su siervo. 

Mateo, al mismo tiempo, se había hecho paladín del Nombre de Jesús, como San Bernardino, y quería que al nombre de Jesús fuera unido el de María, la Madre del Señor. Por ello, a muchos de los conventos que fundó en Italia y en España les puso el nombre de Santa María de Jesús. Él fue alguien que claramente supo definir, incluso con su misma vida, quién fue, es y será siempre Jesús. Se conserva casi un centenar de sus sermones, escritos en lengua vulgar o en latín que suelen comentar un texto bíblico. Dedicado de lleno a un apostolado intenso de dar a conocer el nombre de Jesús y de María su diócesis natal lo eligió y reclamó como obispo; él se resistió cuanto pudo a lo que consideraba una dignidad y puesto para el que no estaba preparado. Pero el rey Alfonso insistió ante el papa Eugenio IV, quien lo nombró obispo de Agrigento el 17 de septiembre de 1442. Luego rogó y suplicó a la Santa Sede, después de madura reflexión e incluso de consultar el caso con san Bernardino de Siena, que le aceptara la renuncia a su cargo, y tanto insistió que al fin le fue aceptada. Había permanecido tres escasos años al frente de su diócesis y, con la mayor humildad, se reintegró a su comunidad religiosa en Palermo, en la que vivió como un fraile más, sin admitir que se le dieran honores o privilegios. Y allí falleció santamente el 7 de enero de 1450. Que este beato, que tanto amó y predicó el nombre de Jesús, y la intercesión de María la Madre del Señor, nos ayuden a que para nosotros también, quede claro siempre, quién es Jesús, el Hijo de Dios, el Mesías, el Salvador. ¡Bendecido viernes! 

Padre Alfredo.

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