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Al ver la vida de San Oscar de Bremen, no puede negarse que conocía muy bien el Evangelio y buscaba hacerlo vida. Imagino cómo resonaría en su corazón el pasaje que hoy nos presenta el Evangelio (Mc 5,1-20) y como recrearía en sus meditaciones las situaciones que en esta narración se mezclan entre rasgos populares, pintorescos y no carentes de cierto humorismo que le animaban a seguir adelante en la misión que le había encomendado con tanta confianza el Papa; cómo leería este y otros pasajes con ojos penetrantes y con el deseo de descubrir allí un mensaje —y es ésta sin duda la intención de cada uno e los evangelistas—, entonces el relato le iba revelando, como a nosotros ciertos detalles sorprendentes y ricas intuiciones teológicas que le llevaban a ponerlo en práctica. El relato me hace pensar también en San Oscar y su tarea misionera porque Jesús se encuentra en tierra de gentiles. El Señor, acompañado de sus Apóstoles —como seguramente iría San Oscar acompañado de sus misioneros— después de haberse viene a perseguir al mal en una tierra en la que reina como dueño y señor.
¡Cuánto bien haría este santo misionero! Y además, cuántos quisieran haberlo seguido y definitivamente tuvo que hacer lo de Cristo en el Evangelio, dejara a algunos entre los suyos para que allí fueran misioneros del lugar, porque seguro sucedía como en el relato evangélico cuando el poseso se ve liberado de su alienación y pide a Jesús que le conceda el privilegio de ser admitido en el círculo de los discípulos. Jesús no accedió a su petición porque necesitaba que en las tierras convertidas fueran quedando «testigos» de la fe. Por eso le enviará a su casa con una misión: la de manifestar a los suyos la misericordia divina. San Oscar vería en este pasaje en el que era la primera vez que se anunciaba la Buena Noticia en tierra de gentiles, unas palabras de aliento para seguir con la conquista de las almas para Cristo. San Oscar murió el 3 de febrero de 865 a causa de la disentería. Su labor evangelizadora fue ingente, difícil y en ocasiones chocó con el fracaso y la comodidad de los prelados o monjes, que no veían con tranquilidad la evangelización de los bárbaros del norte. El Papa Nicolás I canonizó a Oscar a pocos años después de su muerte, reconociendo su santidad y entrega por el Evangelio. En el siglo XX la Iglesia Ortodoxa reconoció su culto y a pesar de la imposición de la herejía luterana en los países nórdicos, su memoria como apóstol de Dinamarca y Suecia se conserva. Que San Oscar y la Santísima Virgen, a quien siempre llevó en su corazón como aliada en la conquista de los corazones para Cristo, intercedan para que nosotros también seamos misioneros en donde quiera que estemos. ¡Bendecido lunes!
Padre Alfredo.
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