domingo, 16 de febrero de 2020

«La Ley al estilo de Cristo»... Un pequeño pensamiento para hoy


El beato Nicolás Paglia nació a finales del siglo XII cerca de Bari, en Italia, en un lugarcito llamado Giovinazzo. Siendo estudiante en Bolonia esuchó predicar a santo Domingo y le pidió ingresar en su Orden, siendo inmediatamente compañero de su predicación. Nicolás fue un hombre de una limpieza de corazón que irradiaba en su rostro, cosa que se convirtió en un atractivo irresistible para algunos jóvenes comprometidos a los que atrajo a la vida dominicana. Dice la historia que su palabra era agradabilísima, «gratiosissimus praedicator» según sus contemporáneos, y fue confirmada por numerosos milagros. Fue dos veces prior provincial de la provincia Romana de la Orden, que entonces comprendía desde Roma hacia el Sur de Italia y contribuyó a la fundación de numerosos conventos. Promovió especialmente el estudio de la Sagrada Escritura y de modo especial contribuyó a la compilación de las concordancias bíblicas. El Papa Gregorio IX le encargó la visita de algunos monasterios y la predicación de la cruzada contra los sarracenos. Así, Nicolás se entregó de todo corazón a llevar la Ley de Cristo, la Ley del amor a todos. Murió en el convento de Perusa, fundado por él, y allí fue sepultado en el año 1256. 

Muchos, como el beato Nicolás Paglia, son los que por el mundo entero se han esforzado por predicar la Palabra de Dios con toda fidelidad y de manera clara, haciendo ver a los escuchas que a Cristo se le sigue de corazón y no a medias porque Él, es exigente, como dice el Evangelio de hoy (Mt 5,17-37). Cristo dice que para poder seguirle no hay solo que cumplir la Ley, sino superarla y dar más. La manera en que Cristo propone cumplir la Ley para seguirle nada tiene que ver con el legalismo de los escribas y fariseos. No se trata de una interpretativa más perfecta de la letra de la Ley, sino de la interiorización de su espíritu. Si se encuentra la clave que todo lo simplifica, no sólo se evitan las angustias y el miedo. Paradójicamente, sólo cuando se abandona el legalismo está el creyente en condiciones de ser radical y de ir más allá, como hizo el beato Nicolás. 

Nicolás, al escuchar a santo Domingo en sus prédicas, tuvo en claro que Cristo es el intérprete definitivo de la ley nueva y que al poner de relieve las exigencias profundas de la voluntad de Dios, que él ha venido a cumplir y dar plenitud «hasta la más pequeña letra o coma», sin quedarse en las minucias, nos enseña que para pertenecer al «reino» hay que vivir en fidelidad y coherencia total con la voluntad de Dios. La serie de antítesis que se leen en el Evangelio de hoy, son un ejemplo claro de cómo hay que actualizar la voluntad divina para alcanzar la salvación. El hombre del Reino de Dios tiene que tener clarísimo que él es hijo de Dios y que el hombre que vive a su lado lo es también. Con esta verdad vivida —no sólo aprendida intelectualmente— el hombre no sólo no puede matar a su hermano, sino que no puede insultarlo, despreciarlo, maltratarlo ni ignorarlo. Para el cristiano, el hombre, cualquier hombre, no puede ser nunca plataforma para su provecho personal, sino ocasión para la atención y la entrega al otro. Por eso, Nicolás creyó que es posible el amor. Pero lo creyó sabiendo que el amor es fundamentalmente entrega y no satisfacción propia. Que María Santísima, la que supo vivir la Ley en plenitud nos ayude a nosotros también a vivir plenamente la Ley al estilo de Cristo. ¡Bendecido domingo! 

Padre Alfredo.

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