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Por amor a Cristo y al prójimo se entiende el valor del sufrimiento que implica aceptar nuestra condición de pecadores invitados a ser fieles y justos para ser perdonados. Por amor a Cristo se guardan los Mandamientos aunque impliquen sufrir; por amor a Cristo se renuncia al mundo sacrificando lujos desmedidos y haciendo a un lado chácharas que llevan a la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la jactancia de las riquezas. Por amar a Cristo se practica el amor al hermano como dice santa Teresa de Calcuta: «Amar hasta que duela». Por amor a Cristo se practica la justicia dando la vida por defender nuestra fe y sirviendo a los hermanos. Por amor a Cristo se entiende entonces lo que es compartir el sufrimiento con él, como sucedió al santo que el día de hoy la Iglesia celebra: san Gabriel de la Dolorosa, un muchacho que nació en Asís (Italia) en 1838 y cuyo nombre de pila fue Francisco Possenti. Cuando tenía 4 años, murió su madre y el papá, que era un excelente católico, se preocupó por darle una educación esmerada en escuelas católicas, mediante la cual fue dominando con sacrificio, su carácter fuerte, porque desde pequeño era muy propenso a estallar en arranques de ira y de mal genio. Su paso por la escuela, gracias a una formación excelente y el cuidado de su padre, le ayudaron mucho para resistir los ataques de sus pasiones y de la mundanalidad. De joven era sumamente esmerado en vestirse a la última moda. Sus facciones elegantes y su fino trato, a la vez que su rebosante alegría y una gran agilidad para bailar , lo hacían el preferido de las muchachas en las fiestas. Le encantaba leer novelas, que disfrutaba pero luego le dejaban vacío. En una de las 40 cartas que de él se conservan, escribe a un amigo años después ya como religioso: «Yo creo que si yo hubiera permanecido en el mundo no habría conseguido la salvación de mi alma. ¿Dirás que me divertí bastante? Pues de todo ello no me queda sino amargura, remordimiento y temor y hastío. Perdóname si te di algún mal ejemplo y pídele a Dios que me perdone también a mí».
Decidido a cambiar de vida, el joven ingresó con los Padre Pasionistas, una comunidad bien rígida y rigurosa. Allí cambió su nombre por el de Gabriel de la Dolorosa. Gabriel, que significa: el que lleva mensajes de Dios. Y de la Dolorosa, porque su devoción mariana más querida consiste en recordar los siete dolores o penas que sufrió la Virgen María. Desde entonces será un hombre totalmente transformado. Su vida religiosa fue breve y sacrificada. Allí enfermó de tuberculosis y abrazando la enfermedad sentía Gabriel tan grande aprecio por los sufrimientos que nos vuelven muy semejantes a Jesús sufriente, que lo soportaba todo con un valor y una tranquilidad impresionantes. Murió a los 24 años de edad el 27 de febrero de 1862. Poco después empezaron a conseguirse milagros por su intercesión y en 1926 el Sumo Pontífice lo declaró santo, y lo nombró Patrono de los Jóvenes laicos que se dedican al apostolado. Hoy podemos pedirle a san Gabriel de la Dolorosa que a su vez le pida él a la santísima Virgen María por tantos jóvenes tan llenos de vitalidad y de entusiasmo que hay en nuestros grupos y movimientos católicos para que encaucen las enormes fuerzas de su alma, no a dejarlas perderse en goces mundanos, sino a ganarse un gran premio en el cielo dedicándose a salvar su propia alma y la de muchos más. en especial pienso en tantos jóvenes de nuestros grupos de «Van-Clar» que le pueden dar la vida a Cristo abrazando el sufrimiento por amor llevando la cruz. ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico!
Padre Alfredo.
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