Arrancamos ayer el camino cuaresmal, y, en este tiempo tan acelerado que vive nuestro mundo yo creo que podemos hablar de «la carrera cuaresmal», porque, cuando menos pensemos, ya estaremos arribando al Triduo Pascual. El Evangelio de hoy (Lc 9,22-25) nos habla de un tema que la gente de nuestros tiempos, en general, no quiere tocar: «El sufrimiento». Dice Jesús: «Es necesario que el Hijo del hombre sufra mucho...» y después exhorta a los que quieren seguirle con estas palabras: «Si alguno quiere acompañarme, que no se busque a sí mismo, que tome su cruz de cada día y me siga»... ¡Qué clase invitación! ¿Quién puede hacer en medio de nuestro mundo lleno de confort y artilugios que todo lo solucionan al instante una invitación como ésta? Sí, sólo él, solo Jesús. Para muchos la cruz de Cristo es meramente un objeto ornamental o de lujo, que por cierto antes se regalaba a los nuevos esposos y hoy no aparece más en la mesa de regalos que hay que adquirir en los almacenes más costosos. Para otros es un simple modo de decir, para señalar que hay que aceptar todo sufrimiento con sensación de fracaso o de «mala suerte». El cristiano ha de entender el sufrimiento no por masoquismo o por esa «mala suerte» que puede tocar a algunos, sino por amor. Tomar la cruz de cada día y seguir a Jesús es más que nada un estilo de vida, «vivir como Jesús vivió». Entrar en comunión con su Padre y con los hermanos. La cruz que hay que tomar está hecha de obediencia, de amor, de verdad, de libertad, de servicio como la Cruz del Señor. Para un discípulo–misionero aceptar la cruz y abrazarse a ella, es aceptar la voluntad del Padre y someterse a ella con amor y sin fingimiento.
Por amor a Cristo y al prójimo se entiende el valor del sufrimiento que implica aceptar nuestra condición de pecadores invitados a ser fieles y justos para ser perdonados. Por amor a Cristo se guardan los Mandamientos aunque impliquen sufrir; por amor a Cristo se renuncia al mundo sacrificando lujos desmedidos y haciendo a un lado chácharas que llevan a la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la jactancia de las riquezas. Por amar a Cristo se practica el amor al hermano como dice santa Teresa de Calcuta: «Amar hasta que duela». Por amor a Cristo se practica la justicia dando la vida por defender nuestra fe y sirviendo a los hermanos. Por amor a Cristo se entiende entonces lo que es compartir el sufrimiento con él, como sucedió al santo que el día de hoy la Iglesia celebra: san Gabriel de la Dolorosa, un muchacho que nació en Asís (Italia) en 1838 y cuyo nombre de pila fue Francisco Possenti. Cuando tenía 4 años, murió su madre y el papá, que era un excelente católico, se preocupó por darle una educación esmerada en escuelas católicas, mediante la cual fue dominando con sacrificio, su carácter fuerte, porque desde pequeño era muy propenso a estallar en arranques de ira y de mal genio. Su paso por la escuela, gracias a una formación excelente y el cuidado de su padre, le ayudaron mucho para resistir los ataques de sus pasiones y de la mundanalidad. De joven era sumamente esmerado en vestirse a la última moda. Sus facciones elegantes y su fino trato, a la vez que su rebosante alegría y una gran agilidad para bailar , lo hacían el preferido de las muchachas en las fiestas. Le encantaba leer novelas, que disfrutaba pero luego le dejaban vacío. En una de las 40 cartas que de él se conservan, escribe a un amigo años después ya como religioso: «Yo creo que si yo hubiera permanecido en el mundo no habría conseguido la salvación de mi alma. ¿Dirás que me divertí bastante? Pues de todo ello no me queda sino amargura, remordimiento y temor y hastío. Perdóname si te di algún mal ejemplo y pídele a Dios que me perdone también a mí».
Decidido a cambiar de vida, el joven ingresó con los Padre Pasionistas, una comunidad bien rígida y rigurosa. Allí cambió su nombre por el de Gabriel de la Dolorosa. Gabriel, que significa: el que lleva mensajes de Dios. Y de la Dolorosa, porque su devoción mariana más querida consiste en recordar los siete dolores o penas que sufrió la Virgen María. Desde entonces será un hombre totalmente transformado. Su vida religiosa fue breve y sacrificada. Allí enfermó de tuberculosis y abrazando la enfermedad sentía Gabriel tan grande aprecio por los sufrimientos que nos vuelven muy semejantes a Jesús sufriente, que lo soportaba todo con un valor y una tranquilidad impresionantes. Murió a los 24 años de edad el 27 de febrero de 1862. Poco después empezaron a conseguirse milagros por su intercesión y en 1926 el Sumo Pontífice lo declaró santo, y lo nombró Patrono de los Jóvenes laicos que se dedican al apostolado. Hoy podemos pedirle a san Gabriel de la Dolorosa que a su vez le pida él a la santísima Virgen María por tantos jóvenes tan llenos de vitalidad y de entusiasmo que hay en nuestros grupos y movimientos católicos para que encaucen las enormes fuerzas de su alma, no a dejarlas perderse en goces mundanos, sino a ganarse un gran premio en el cielo dedicándose a salvar su propia alma y la de muchos más. en especial pienso en tantos jóvenes de nuestros grupos de «Van-Clar» que le pueden dar la vida a Cristo abrazando el sufrimiento por amor llevando la cruz. ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico!
Padre Alfredo.
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