lunes, 24 de febrero de 2020

Fe, abandono, oración y ayuno... Un pequeño pensamiento para hoy


Hoy he tardado más en escribir. Hay veces que yo creo que todos tenemos días en los que las palabras no fluyen en la oración, momentos en los que uno se queda como «atorado» o sorprendido por una pequeña frase del Evangelio. A mí me ha pasado eso esta mañana. Contemplo el pasaje del Evangelio (Lc 9,14-29) y me quedo como mudo con la mente y el corazón fijos primeramente en un pedacito, una pequeña frase de Jesús en donde interpela al papá de un muchachito que está siendo atormentado por un espíritu que no lo deja hablar El papá quiere que su hijo se cure y aún con poca fe se acerca a Jesús de quien ha oído hablar bastante y le pide con la humildad y sencillez del que poco conoce: «si algo puedes, ten compasión de nosotros y ayúdanos». La expresión va en la misma línea de aquel leproso que con humildad le dice a Jesús: «Si tú quieres, puedes curarme» (Mt 8,2). En los momentos difíciles de la vida —que nunca faltan— el discípulo–misionero sabe que no está solo y que únicamente necesita un poco de fe y de confianza para que el Señor haga lo suyo y lo saque del atolladero. 

A veces uno se siente tan pequeño, tan impotente o tan confundido, que alcanza a ver muy poco pero el Señor solamente pide un poco de fe, a él le basta un poquito, un tantito de fe para obrar el milagro, por eso responde al padre de familia: «Todo es posible para el que tiene fe» dice el Evangelio de hoy (Mc 9,23). Pero para que el milagro se realice, además de esa poquita fe se requiere un abandono total en la Providencia Divina. Por esta razón, no concedió Jesús la curación del chamaco sino hasta después de la profesión de fe del padre, el cual pidió además a Jesús que le ayudara a creer: «Creo, Señor, pero dame tú la fe que me falta» (Mc 9,24). Ante el hecho milagroso, los discípulos de Jesús se quedan admirados de que si él les ha confiado el hacer milagros en su nombre, ellos no hayan podido expulsar al espíritu inmundo. Y es que falta, además de la fe y el abandono en la Providencia, otra cosa... «la fuerza de la oración y del ayuno» que a ellos se les ha pasado confiando solamente en sus propias palabras. Jesús claramente le hace notar que aquello que no pudieron hacer se debió a que hay una especie particular de demonios a los que sólo se puede hacer salir con oración y ayuno. Dos cosas básicas en la vida del creyente que en nuestros tiempos han pasado mucho a segundo término. Hoy hay mucha acción en nuestras vidas, pero falta la pasión que dan la oración y el ayuno que nos hacen experimentar la necesidad de tener a Dios con nosotros. 

Termino mi reflexión con una oración de sanación que me encontré y que creo que no solo a mí, sino a quien lea mi mal hilvanada reflexión le ayudará: «Señor, tu Palabra es fuente de sanación, es como fuego inextinguible que libera del mal a los oprimidos y sacude los cimientos más sólidos del pecado. Ayúdame a entender que tu Palabra puede obrar milagros en mi vida, y que, sólo a través de ella, mis oraciones podrán tener los frutos deseados. Aleja de mi corazón todo sentimiento de desesperanza que me haga ver los problemas más grandes de lo que realmente son y que no los pueda superar. Agudiza mis sentidos y ponlos en armonía con tu Verdad. Sólo Tú puedes traer un equilibro sano a mi vida para así actuar con decisión y firmeza. Quiero acercarme más a Ti con la certeza de que me escuchas y de que, con tu poder, puedes crear ambientes luminosos y llenos de vida a mi alrededor. Con tu Gracia puedo expulsar los demonios que viven habitan en mi interior, los demonios del egoísmo, la vanidad y soberbia que endurecen mi corazón. Ven mi Señor, Irradia en mi alma todo el poder del Espíritu Santo y con tu fuerza sanadora ábreme caminos de bendición para construir mi felicidad. Tú eres Palabra que sana y libera, Palabra creadora que despoja de la soledad a todas las almas abatidas restaurándolas con tu amor. Amén». Que María Santísima nos acompañe en nuestro orar y ayunar, sobre todo en la Cuaresma, cuya llegada es ya inminente. ¡Bendecido lunes! 

Padre Alfredo.

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