miércoles, 5 de febrero de 2020

«Toma tu cruz y sígueme»... Un pequeño pensamiento para hoy


¡Cómo no recordar hoy a San Felipe de Jesús el primer mártir mexicano! Y es que me viene a la memoria mi querida comunidad del Templo de San Felipe de Jesús en Morelia, en donde hace ya algunos años y por algunos años fui rector. Me parece ver desfilar ante mi vista a cada una de las personas que rodeaban el Templo en los confines del Centro de la ciudad y sus límites con la colonia obrera: los niños de catecismo, las señoras, los matrimonios, los muchachos del coro... Luchita y su familia siempre al pendiente... la vida deja siempre en el corazón del misionero momentos que no llegan nunca a olvidarse mientras la Providencia nos va moviendo de un lugar a otro. Allí, con esa querida comunidad, conocí más de cerca de este santo cuya figura espiritual es un modelo de seguimiento de Cristo que permanece siempre actual y que nos anima como discípulos–misioneros en la tarea de la Nueva Evangelización. El Evangelio de hoy (Lc 9, 23-26) nos presenta el estilo de vida que cautivó a San Felipe cuando estando en Filipinas trabajando, encontró un estilo de vida que le llenó, ese estilo, esa manera, ese camino que nos salvará, nos dará alegría y nos hará fecundos, porque es el camino también trazado para nosotros de renegarse a sí mismo para dar vida, un camino contrario al camino del egoísmo, de estar apegado a todos los bienes solo para mí... Este camino, abierto a los otros, que ha hecho Jesús, llamó la atención de Felipillo —como le decían— y lo dejó todo por el Señor. 

San Felipe nació en la ciudad de México el año de 1572 y fue hijo de inmigrantes españoles. De pequeño fue un niño sumamente inquieto y travieso, uno de esos chiquillos que pone en aprietos tanto a sus padres como a quien se encarga de sus cuidados. Algunas travesuras de Felipillo no eran vistas con buenos ojos desde pequeño. Ya adolescente decidió ingresar al noviciado de los franciscanos, pero no pudo resistir la austeridad y severidad de las reglas del convento, escapándose de él y regresando a la casa paterna. Ejerció unos años el oficio de platero, pero como las ganancias eran muy pocas, su padre decidió enviarlo a las Islas Filipinas a probar fortuna. Allá en Filipinas Felipe gozó del imperio de artes, riquezas y placeres que ofrecía Manila en pleno auge; sin embargo la angustia, el vacío y el sinsentido de su propia vida golpeaban su corazón constantemente, y en medio de aquel doloroso vacío volvió a oír muy tenue la llamada de Cristo: «Si quieres venir en pos de mí, renuncia a ti mismo, toma tu cruz y sígueme» (Mt 16,24). Allá dio un sí generoso al llamado de Cristo, ingresó a la Orden de los Franciscanos en Manila, y empezó su proceso de conversión. Se entregó a la oración, a los estudios y a la ayuda caritativa y servicial con los hermanos más necesitados y enfermos. Pasado el tiempo se embarcó rumbo a la Nueva España para ordenarse sacerdote, pero una gran tempestad arrojó la embarcación a las costas del Japón. 

Felipe se sintió muy feliz de este cambio de destino, pues era consciente de que era una instancia poderosa para reforzar su «Sí» al Señor en su entrega para la conversión de los japoneses de aquel lugar. Sin embargo, estalló la persecución. El santo por su calidad de náufrago, hubiera podido evitar honrosamente la prisión y los tormentos pero rechazó esa oportunidad y decidió abrazar del todo la cruz de Cristo, permaneciendo hasta el último suplicio. Fue llevado con sus compañeros por algunas de las principales ciudades para que se burlaran de ellos. Sufrió pacientemente que le cortaran, como a todos los demás, una oreja. Finalmente, en Nagasaki (Japón), en compañía de otros franciscanos, además de laicos y jesuitas, abrazó la Cruz de la cual fue colgado, suspendido mediante una argolla y atravesado por dos lanzas. Fue el primero en morir un 5 de febrero de 1597, en medio de todos aquellos gloriosos mártires. Cuando se supo la noticia en México del martirio de San Felipe de Jesús, las autoridades decretaron que se celebrara su testimonio de fe. A los pocos años se convirtió en fiesta nacional y el nombre del santo fue adoptado por barrios y pueblos que lo eligieron como patrono. Fue beatificado con sus compañeros de martirio, el 14 de septiembre de 1627, y canonizado el 8 de junio de 1862. Que San Felipe y Santa María de Guadalupe, Estrella de la Nueva Evangelización, modelo de Evangelización perfectamente inculturada, nos alcancen un nuevo impulso evangelizador. ¡Bendecido miércoles! 

Padre Alfredo.

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