sábado, 29 de febrero de 2020

«Este año es bisiesto»... Un pequeño pensamiento para hoy

Hoy es el último día de éste que es el mes más corto del año y que, por esta vez, por ser año bisiesto, tiene no 28 días sino 29 como cada cuatro años sucede. Fechas como las de hoy se repiten cada cuatro años y funcionan a modo de corrección a las irregularidades del calendario, ya que un año consta de 365 días, 5 horas y 48 minutos y este día de más se considera un extra para que el tiempo no se desfase. Este mes, entre otras cosas, es muy significativo para quienes cumplen años el 29 de febrero, pues celebran su cumpleaños cada cuatro años. Yo no conozco a nadie que haya nacido el 29 de febrero o por lo menos no me he dado cuenta, pero sí conozco a un santo que se celebra este día y que vale la pena hablar de él, ya que será hasta dentro de 4 años que vuelva a aparecer en el santoral de la Iglesia. Se trata de San Dositeo, un santo monje cuya existencia se sitúa en el siglo IV. 

En su juventud, este santo varón ejerció la profesión de soldado, y mientras realizaba un recorrido por Tierra Santa, fue impresionado por un cuadro que representaba los tormentos del Infierno. Esta imagen fue el punto de partida de una profunda y radical conversión, convirtiéndose en monje en Gaza. Estando allí, fue un monje contemplativo que renunció a la propia voluntad para ponerse en manos de Dios y que tuvo un desprendimiento ejemplar respecto a las cosas de este mundo, sin sentir apego por nada, porque cualquier afición a personas u objetos era para él una atadura que le impedía estar completamente disponible en su espera del Cielo. Las grandes aspiraciones de San Dositeo fueron imitar, fielmente al Señor en su desprendimiento para llenarse de su Amor, lo único realmente importante para alcanzar la salvación. Con el paso del tiempo Dositeo se sumergió en el espíritu de oración que bien le podría hacer exclamar como Santa Teresa de Ávila: «Sólo Dios basta». Como sustento para su diario vivir le bastaban los frutos de la tierra que cultivaba en el huerto con el sudor de su frente, viviendo la Fe en la contemplación en la vida monástica, en la más estricta soledad. Así vivió entregado y en el más absoluto silencio para encontrar la unión perfecta con Dios, punto fundamental de la vida ascética y de todo monje que alaba a Dios día y noche. 

Hoy el Evangelio nos habla de San Mateo (Lc 5,27-32) otro hombre que, como san Dositeo hizo a un lado todo para seguir al Señor. Leví (Mateo), no desaprovechó la ocasión del paso de la Misericordia por su vida, en su casa, y quiso compartir con los demás la alegría de este encuentro desconcertante que le cambió su existencia, para que se conviertiera en acontecimiento de gracia para muchos: por eso preparó «un gran banquete» que reunió a una multitud (v 29). El hombre pecador, cuando se topa con la esencia de su ser, como hijo de Dios, se descubre a sí mismo llamado por la Misericordia a la conversión para gustar la comunión con Dios y quedarse para siempre allí, a su lado. Enfermo en lo hondo del corazón, el hombre de hoy languidece buscando en el atolondramiento de los sentidos o de la superactividad el paliativo a la angustia que le devora interiormente sin saber que tiene a Cristo como Salvador. Mateo, Dositeo y muchos más han vivido sólo para Cristo, con Cristo y en Cristo. ¿Qué nos falta a nosotros para seguirle así? El hombre de hoy, para poder ser un auténtico discípulo–misionero de Cristo necesita la disciplina de la calma y el silencio que el mundo de fuera no le ofrecen... hay que dejar y cada quien sabe lo que hay que dejar; hay que hacer a un lado lo que impide esa íntima comunión con el Señor y este tiempo de Cuaresma ofrece las condiciones para hacer un buen examen y abrazar al Señor como lo único a lo que vale la apena aferrarse. Hoy que es sábado, María, la sierva del Señor, la que dijo el «hágase» que transformó a la humanidad, nos puede ayudar si se lo pedimos. ¡Bendecido sábado! 

Padre Alfredo.

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