Hoy el Evangelio (Mc 5,21-43) nos muestra dos milagros de Jesús, dos hechos extraordinarios que nos hablan de la fe de dos personas muy diferentes, solo las une una cosa: una relación cronológica en torno a los doce años. La edad de la niña corresponde a los años de la enfermedad de la mujer. Tanto Jairo —uno de los jefes de la sinagoga— como la mujer enferma, muestran una gran fe: Jairo está seguro de que Jesús puede curar a su hija, mientras que la mujer confía en que un mínimo de contacto con la ropa de Jesús será suficiente para liberarla de una enfermedad muy grave. Y Jesús, porque son personas de fe, les concede a los dos el favor que habían ido a buscar. Antes de ir a resucitar a la niña, para suscitar la fe de la gente en el camino, Jesús comienza por curar a aquella mujer aquejada de flujo de sangre: cuando Jesús se acerca a la mujer, ésta ya queda curada. libre de sus continuas hemorragias.
«La fe mueve montañas», así nos han enseñado siempre. La fe mueve nuestras montañas de miedos, de cobardías, de falta de compromiso con la vida. Aquella mujer, con flujo de sangre, considerada impura y que no podía ser tocada por alguien, ni tocar a nadie, se atreve a tocar el manto de Jesús, pues tiene fe de que será curada; y a ella no le importa otra cosa sino recibir ese beneficio de Dios; y para ello no hay ley que le detenga. Por otra parte, ante la muerte de su hija, Jairo escucha al Señor que le dice: «No temas; basta que tengas fe». Tal vez esta es una de las frases más impresionantes que nos dirige el Señor: «No temas; basta que tengas fe». En México hoy celebramos a Santa Águeda, Santa Águeda —que en otros lugares se celebra mañana—. Águeda era una mujer que poseía todo lo que una joven suele desear: Una familia distinguida y una belleza extraordinaria, según se narra. Pero atesoraba mucho mas que todo «su fe en Jesucristo». Así lo demostró cuando el Senador Quintianus se aprovechó de la persecución del emperador Decio (250-253) contra los cristianos para intentar poseerla. Las propuestas del senador fueron resueltamente rechazadas por la joven virgen, que ya se había comprometido con otro esposo: Jesucristo. Quintianus entonces, poseído por la ira, torturó a la joven virgen cruelmente, hasta llegar a ordenar que se le corten los senos. Es famosa respuesta de Santa Águeda: «Cruel tirano, ¿no te da vergüenza torturar en una mujer el mismo seno con el que de niño te alimentaste?». La santa fue consolada con una visión de San Pedro quién, milagrosamente, la sanó. Pero las torturas continuaron y al fin fue meritoria de la palma del martirio, siendo echada sobre carbones encendidos en Catania, Sicilia (Italia). La Iglesia de Santa Águeda en Roma tiene una impresionante pintura de su martirio sobre el altar mayor.
Ojalá y nuestra fe sea tan grande como la de Jairo, como la de la hemorroísa, como la de Santa Águeda, como la de María la Madre del Señor. Ojalá que jamás permitamos que cosa alguna nos detenga en la consecución de todo aquello bueno que deseamos en nuestra vida. Pero no nos quedemos en aspiraciones sólo materiales o temporales; dirijamos la mirada hacia el final del horizonte de nuestra vida: veamos al Señor que nos ama, que nos espera para que estemos con Él sin sombras ni tropiezos. Encaminemos, con fe decidida, nuestros pasos hacia ese momento definitivo de nuestra vida. Que ante este empeño nada nos detenga. Puestos en manos de Dios, caminando a la luz de la fe en Él, fortalecidos con su Espíritu Santo, vayamos manifestando, con una vida cada vez más santa y perfecta, que en verdad Dios va haciendo brillar, día a día, su Rostro amoroso y misericordioso sobre nosotros. ¡Bendecido martes!
Padre Alfredo.
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