El Evangelio de hoy (Mc 7,24-30) nos recuerda que nosotros no tenemos monopolio de Dios, ni de la gracia, ni de la salvación. También los que nos parecen alejados o marginados pueden tener fe y recibir el don de Dios, como sucede en este episodio con la mujer cananea. Jesús pone a prueba la fe de esta mujer usando una frase que se utilizaba en aquel entonces para despreciar a los extranjeros —los judíos serían los hijos, mientras que los paganos son comparados a los perritos—, pero ella confiada en la justicia de Dios, convencida de la cabida que los rechazados tenían en el Reino de Dios, responde sabiamente a Jesús y éste sana a su hija. Dios siempre optará por los oprimidos, los relegados, los que están fuera del poder y de la protección de las leyes. La mujer es extranjera, impura para los judíos, pero con la claridad necesaria para acercarse a Jesús, por que sabía lo que podía esperar, porque tenía fe en la bondad de Dios que las palabras de Jesús sobre el Reino le transparentaban. Por eso es tan importante la tarea de los misioneros en la Iglesia, porque en mucha gente como en aquella mujer, está sembrada la semillita de la fe que no ha brotado aún pero que, en determinado momento y ante alguna situación como ésta que vive la mujer sirio-fenicia se despierta.
El Papa Francisco, en el documento que ayer acaba de entregar a la Iglesia «Querida Amazonia» habla de esto ampliamente, prueba de ello es este pedacito del número 71 del documento donde hablando de los nativos de la amazonia nos dice: «Los pueblos aborígenes podrían ayudarnos a percibir lo que es una feliz sobriedad y en este sentido «tienen mucho que enseñarnos». Ellos saben ser felices con poco, disfrutan los pequeños dones de Dios sin acumular tantas cosas, no destruyen sin necesidad, cuidan los ecosistemas y reconocen que la tierra, al mismo tiempo que se ofrece para sostener su vida, como una fuente generosa, tiene un sentido materno que despierta respetuosa ternura. Todo eso debe ser valorado y recogido en la evangelización». ¡De todos podemos aprender y partir de allí, de su sencillez, como la de la mujer del Evangelio para llevarles a Cristo al corazón!
Hoy, en la lista interminable de santos, la Iglesia recuerda a San Pablo Liu Hanzou, un hombre que nació en Lo-Tche-Hien hacia el año 1780 en el seno de una familia cristiana que cuidó con mucho interés su educación religiosa. Primero se ocupó en la guarda del ganado, pero de pastor de animales pasó a pensar en ser pastor de almas, ayudado en el discernimiento de su vocación por el misionero del lugar. Pablo ingresó en el seminario y fue ordenado sacerdote cuando tenía unos 30 años. Se le encomendaron sucesivamente los distritos de Sin-Tou y Te-Yang, ambos en la orilla del río Yang-Tse y se mostró como un sacerdote amable, modesto y sencillo ayudando en su proceso de conversión a los nativos del lugar. Llegada la persecución, redobló su celo apostólico para que fueran más los que recibieran el don de la fe. Estaba celebrando la santa misa el día 15 de agosto de 1817 cuando llegaron para prenderlo. Pidió licencia para acabar la santa misa, y al término de la misma se entregó. Fue arrestado junto con su asistente. Conducido a la cárcel, fue azotado con tiras de cuero y luego se le dijo que si pagaba una determinada cantidad obtendría la libertad; pero no se pudo reunir la cantidad pedida. Fue enviado entonces al mandarín, que lo interrogó, y ante el cual confesó ser cristiano y sacerdote, dispuesto a dejarse matar antes que apostatar. El mandarín lo condenó a muerte y pidió a la corte imperial la confirmación de la sentencia. Llegó la confirmación y Pablo fue estrangulado en Tog-Kiao-Tchang, el 13 de febrero de 1818 pero la semilla de la fe se logró sembrar en muchos. San Juan Pablo II lo canonizó el 1 de octubre de 2000 con otros mártires de China. Hay mucho por hacer para llevar a Cristo a todos. El Papa Francisco en «Querida Amazonia» subraya que los pueblos del Amazonas tienen derecho a que se les anuncie el Evangelio. Así como a estos pueblos hay muchos más a los que debe llegar el anuncio de Cristo y muchos de ellos lo están pidiendo, quieren conocer a Dios, quieren dejarse tocar por Él. ¿Cuál es nuestro papel en todo ello? Pidamos a la Santísima Virgen, Madre de todos los pueblos y naciones que Ella, que es Madre de Dios nos ayude a llevar el conocimiento de su Hijo a todas partes. ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico!
Padre Alfredo.
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