miércoles, 31 de marzo de 2021

«La traición de Judas»... Un pequeño pensamiento para hoy


El Evangelio de hoy (Mt 26,14-25) nos pone la misma escena de ayer pero ahora explicada por san Mateo y con sus propias peculiaridades. Los detalles precisos son diferentes, pero el sentido es el mismo. Jesús quiere estar en comunión con los suyos a sabiendas de que uno de ellos lo va a traicionar. El evangelista, en este relato, pone en evidencia a Judas desde el principio. Judas, como el resto de los apóstoles, esperaba de Jesús la instauración del Reino de Dios en este mundo y soñaba, al igual que los hijos del Zebedeo, con ocupar un puesto de prestigio. Creía que se trataba de un reino como los de este mundo. Inicialmente por demos decir que no era más interesado que el resto de los Doce, todos eran iguales, todos acabaron abandonando a Jesús o negándole. Ninguno de ellos había experimentado todavía la conversión, con excepción de Juan que permaneció al pie de la Cruz con María, aunque sin defender a Jesús, sino solamente contemplando.

Judas, a diferencia de los otros Apóstoles, quiso provocar la llegada de ese reino imaginado denunciando a Jesús para obligarle a actuar. Jesús, estando ante una situación extrema, haría llegar sus huestes celestiales y expulsaría de una vez por todas al invasor e instauraría el nuevo régimen. La traición de Judas es presentada por el cristianismo como el más genuino pecado. Y es que cuando el hombre quiere enmendar la plana a Dios, cuando cree que sabe más que Dios, cuando decide en nombre de Dios y pretende hacerle actuar, cae en pecado. Como cuando uno no ha vivido y sufrido la conversión, tampoco puede dar frutos de Evangelio. El demonio nunca tienta a querer cosas malas, sino a querer cosas buenas pero por el camino inadecuado. Pecado es procurar conseguir cosas buenas por camino equivocado. Pongamos por ejemplo el dinero, una cuestión que estaba muy relacionada con Judas. Desear poseer dinero para el bienestar y el crecimiento no es pecado; lo malo es desearlo por la vía inadecuada como es el robo. Matamos a Cristo cada vez que lo traicionamos, actuando por nuestra cuenta y riesgo, solidarizándonos con el pecado.

Por eso en este día, ahondar en la traición de Judas nos remueve el fondo de traición que todos llevamos dentro y nos enfrenta con lo más sucio de nuestro interior. La pregunta de Judas —«¿Acaso soy yo, Maestro?»— y la respuesta de Jesús, quedarán para siempre como una prueba del respeto por la libertad humana de parte de Dios, y una muestra de la malicia y de la astucia de que viene revestido todo intento de traición. La traición no ha estado ni estará ausente del cristianismo. Somos seres humanos. Pero la comunidad cristiana debe cuidar de que el proyecto de Jesús sea claro y explícito para todos sus participantes. Así no habrá sorpresas. El hecho de ser cristianos por herencia y no por lucha, traerá siempre el riesgo de no identificarse con las exigencias del Reino. Un cristianismo sin la claridad que exige el proyecto de Jesús y sin procesos de asimilación del mismo, será una mina de traiciones, desilusiones y amarguras, por eso hay que amar al Señor con un corazón limpio y puro que se adhiera a sus criterios de salvación. Que María nos ayude a ser siempre fieles a Jesús. ¡Bendecido miércoles santo!

Padre Alfredo.

P.D. El «Pequeño pensamiento» no se publicará del 4 al 17 de abril porque estaré en Ejercicios Espirituales y en Asamblea General. Me encomiendo esos días a sus oraciones.

martes, 30 de marzo de 2021

«Entre la incertidumbre y la traición»... Un pequeño pensamiento para hoy


Después de la meditación de ayer que se situaba históricamente en Betania el lunes por la tarde... saltamos directamente, en el Evangelio de hoy (Jn 13,21-33.36-38) a la tarde del jueves, durante la última cena. Es difícil llegar a comprender la profundidad de los sentimientos de Jesús en vísperas de su muerte. Y es también muy difícil llegar a saber qué pudo sentir su corazón cuando al hecho inexorable de su muerte se añadía además la humillación de la traición de uno de los propios compañeros. Es fácil que el corazón naufrague, cuando se le añade amargura sobre amargura. El grupo de Jesús —su pequeña iglesia— iba a quedar golpeada por la definitiva ausencia del Maestro. Y a esto se iba a añadir la permanente posibilidad de la traición de los discípulos. Jesús no excluye a nadie. La traición no es solamente patrimonio de Judas; lo es también de los llamados discípulos fieles. Más aún, la traición puede anidar en el alma de los llamados a ser dirigentes.

El evangelista nos deja ver que aún con todo, Jesús no pierde el ánimo, a pesar de que presiente lo que significa para el grupo su ausencia y al mismo tiempo la traición. Y entre contradicciones, nos da la lección de que cuando una obra está marcada con la justicia del Padre, éste se encargará, junto con su Espíritu, de no dejarla morir, pese a las amenazas. Es la fe en su Padre quien lleva a Jesús más allá de la derrota en estos momentos tan difíciles. Y es la justicia de su causa quien mantiene viva su esperanza ante todo lo que habrá de venir. Una causa no deja de ser justa aunque sea traicionada por alguien de los más cercanos. En la iglesia de Jesús hay que acostumbrarse a vivir con la posibilidad de la traición a Jesús y al Evangelio. Pero sobre todo, hay que estar convencidos de que la traición puede generarse en cada uno de nosotros mismos. 

Este Evangelio nos presenta un diálogo a cuatro voces que se da entre Jesús, Juan —el discípulo amado—, Simón Pedro y Judas, en una cena trascendental en la que Jesús se encuentra «profundamente conmovido». El discípulo amado y Pedro formulan preguntas: «Señor, ¿quién es?», «Señor, ¿adónde vas?», «Señor, ¿por qué no puedo acompañarte ahora?». Quién, adónde, por qué. En sus preguntas reconocemos las nuestras. Por boca del discípulo amado y de Pedro formulamos nuestras zozobras y nuestras incertidumbres. Judas interviene de modo no verbal. Primero toma el pan untado por Jesús y luego se va. Participa del alimento del Maestro, pero no comparte su vida, no resiste la fuerza de su mirada. Por eso «sale inmediatamente». No sabe... no puede responder al amor que recibe. Jesús observa, escucha y responde a cada uno: al discípulo amado, a Judas y a Simón Pedro. La intimidad, la traición instantánea y la traición diferida se dan cita en una cena que resume toda una vida y que anticipa su final. Lo que sucede en esta cena es una historia de entrega y de traición. Como la vida misma. Cuando se llegan a olvidar los contenidos de justicia, de misericordia, de perdón, de asunción de la causa de los oprimidos y marginados... no hay que extrañarse de que la traición esté rondando por doquier. Vivamos estos días de intimidad con Jesús también con su Madre Santísima siempre fiel y huyamos de todo aquello que huela a traición. ¡Bendecido Martes Santo!

Padre Alfredo.

lunes, 29 de marzo de 2021

«En una gran intimidad con el Señor»... Un pequeño pensamiento para hoy


Estos primeros días de la Semana Santa —lunes, martes y miércoles—, los evangelios nos hacen revivir hora por hora, los últimos instantes de Jesús: la unción en Betania, en casa de sus amigos, Lázaro, Marta, María... luego la última cena con sus apóstoles... y la traición de uno de los Doce... Esto para que acompañemos a Jesús y vivamos en intimidad con él especialmente en estos días de la Semana Mayor en que recordamos su pasión, muerte y resurrección. Sin atender al inminente peligro, del cual tiene perfecto conocimiento, Jesús, según nos narra el Evangelio de hoy (Jn 12,1-11) va a Jerusalén con los discípulos para la Pascua. Seis días antes de la fiesta llega a Betania, donde se queda por poquito tiempo. Allá se le ofrece un banquete. El evangelista se limita a señalar a Lázaro entre los comensales y a decir que Marta sirve y que María era la mujer que ungió a Jesús.

Esta cena o celebración es una acción de gracias a Jesús por el don de la vida. «Le ofrecieron allá una cena». No ponen a la familia de Lázaro como sujeto. Es toda la comunidad de todos los tiempos. Recuperada de su tristeza, la comunidad celebra la vida recibida, reconocida en Jesús como en su fuente y en Lázaro como beneficiario. Este banquete en memoria de un muerto se convierte en acción de gracias para celebrar la presencia del autor de la vida y la victoria sobre la muerte. Este banquete como la eucaristía misma, anticipa también en cierto modo el banquete final, cuyos comensales serán todos los que han recibido la vida definitiva. El evangelista continúa hablando ahora de María, que tomó una libra de perfume de nardo, auténtico y costoso; le ungió a Jesús los pies y se los enjugó con su cabellera y la casa se llenó de la fragancia del perfume. María muestra su agradecimiento por el don de la vida y el precio del perfume es símbolo de su amor sin medida. El perfume que derrama María es símbolo del amor de la comunidad por Jesús que responde al amor que él le ha mostrado, comunicándole la vida. Al secarle los pies con el pelo, se insinúa el amor con que corresponde Jesús a los suyos. La acción de María sigue siendo algo permanente, algo simbólico y modélico, puesto que siempre debe existir el esfuerzo para mantener vivo a Cristo en este mundo y para oponerse a los poderes que le hacen enmudecer, que pretenden matarlo.

Aparece por último la figura de Judas Iscariote, Judas Iscariote, uno de sus discípulos, el que lo iba a entregar y dice: «¿Por qué no se ha vendido este perfume por 300 denarios para dárselos a los pobres?» En la comunidad se alza una voz discordante. No todos los discípulos aceptan el mensaje de Jesús. Judas prefiere el dinero al amor. En realidad está poniendo precio a la persona del Maestro. Ha tasado lo que no tiene precio. Judas no cree en el amor generoso; el dinero es para él el valor supremo y desvaloriza el amor. Pretende oponer los pobres a Jesús. Piensa que nadie, ni Jesús mismo, merece un amor total. No está dispuesto a darlo todo por nadie en concreto, se refugia en lo genérico, en la masa abstracta —los pobres—. Como solución a la pobreza propone Judas la limosna en vez de la comunidad; la comunidad, para Jesús, no vive en estructuras de dinero, sino de acción de gracias y puesta en común (Jn 6,11), de amor compartido y que comparte. Por eso Jesús contesta; «a los pobres los tendrán siempre con ustedes». Así, a la luz de esta escena, podemos llegar a la conclusión de que es en la relación personal donde se manifiesta el amor de Jesús y por eso hemos de estar, como dije al inicio, en una gran intimidad con el Señor especialmente en estos días santos. Bajo la mirada de María su Madre vivamos estos días santos. ¡Bendecido Lunes Santo!

Padre Alfredo.

domingo, 28 de marzo de 2021

«Es Domingo de Ramos»... Un pequeño pensamiento para hoy


Empezamos hoy la Semana Santa, que, en nuestra sociedad tan secularizada, es más reconocida por ser un tiempo de vacaciones que un tiempo de recogimiento. Aún en medio de la pandemia que estamos viviendo, las promociones que se han hecho para el turismo han sido aprovechadas por muchos que desafían la situación y se lanzan a las playas. Para los discípulos–misioneros, conscientes de la situación, esta Semana Santa tan especial ofrece un espacio considerable para la meditación y reflexión en estos misterios de la pasión, muerte y resurrección del Señor. Hoy la celebración litúrgica en la mayoría de los lugares se reviste de mucha sobriedad debido a la situación que estamos viviendo, no habrá las grandes procesiones como hace dos años pero se podrá vivir la celebración en el Templo. 

En el Evangelio de la Misa de hoy se lee el relato de la pasión y muerte de Cristo según san Marcos (Mc 14,1-15.47), que aporta gran cantidad de precisiones históricas que no están en las versiones de los otros evangelistas. Para san Marcos la pasión y la muerte de Jesús han dejado su huella en la historia, en el tiempo y en un lugar real: el joven que sigue a Jesús después del arresto en Getsemaní (Mc 14, 51-52); José de Arimatea (Mc 15, 43); Pilato que manda comprobar la muerte de Jesús (Mc 15, 44-45). Los hechos se suceden en un estilo descarnado, se acentúa el carácter dramático y se detiene en pormenores que los otros evangelistas o atenúan u omiten. Así en Getsemaní el miedo, la angustia, la triple petición al Padre para que le libere, el abandono en la cruz. La narración de Marcos extrema la emoción y la tensión, por eso es interesante leerla detenidamente. El evangelista utiliza las palabras que indican el grado extremo de horror y sufrimiento. Pero esto no le es obstáculo para que, al mismo tiempo, Jesús se dirija al Padre con palabras de ternura y confianza incondicionales: Abbá, Padre. En este relato hay una progresiva acentuación de los títulos mesiánicos: Hijo del hombre, Mesías, Rey de los judíos. Progresión que culmina en la profesión de fe de un pagano, el centurión: «Realmente este hombre era Hijo de Dios» (Mc 15, 19).

Nosotros sabemos que Jesús es realmente el Hijo de Dios, sabemos que murió para salvarnos y sabemos que resucitó para quedarse para siempre a nuestro lado. Esta Semana Santa, vivida de forma tan especial en este tiempo de una pandemia que parece prolongarse mucho más que la Cuaresma —ya llevamos dos en pandemia— representa una gran oportunidad para morir con Cristo y resucitar con Cristo, para morir a nuestro egoísmo y resucitar al amor. Estos días nos ofrecen la gran oportunidad para detenernos un poco. Para pensar en serio. Para preguntarnos en qué se está gastando nuestra vida. Es un tiempo para darle un rumbo nuevo al trabajo y a la vida de cada día yendo poco a poco a una nueva normalidad. Es un tiempo para abrirle el corazón a Dios, que sigue esperando de nosotros. No reduzcamos estos días a un simple espacio de descanso, sino a unos días en los que Cristo, el Hijo de Dios, nos pide estar muy cerca de Él que nos trae la salvación. Vivamos estos días santos acompañados de María Santísima, testigo silenciosa de aquellos instantes decisivos para la historia de la salvación. ¡Bendecido Domingo de Ramos!

Padre Alfredo.

sábado, 27 de marzo de 2021

«La Pascua de Cristo va a ser salvadora para toda la humanidad»... Un pequeño pensamiento para hoy

Si volvemos a meditar todos los textos que la Iglesia nos ha ido presentando a lo largo de esta Cuaresma, nos daremos cuenta del progresivo acercamiento que ha intentado realizar en nuestros corazones, no sólo al Padre, sino a la adorable persona de Jesús. Tras las primeras semanas, consagradas a motivaciones variadas y profundas sobre el pecado y la conversión, hemos ido entrando en temas más cercanos y entrañables que nos aproximaban a Jesús y nos invitaban a seguirle. Estamos hoy ante la última lectura del Evangelio de Cuaresma (Jn 11,45-56). Tenemos delante un texto duro, terrible, comprometedor. Ante unos mismos hechos, interpretados de la misma manera, vistos por unos y otros sin posibilidad de engaño ni trampa, unos judíos creen en Jesús y otros deciden darle muerte.

El desenlace del drama está ya muy acerca. El evangelista nos narra que se ha reunido el Sanedrín y que asustados por el eco que ha tenido la resurrección de Lázaro, deliberan sobre lo que han de hacer para deshacerse de Jesús. Caifás acierta sin saberlo con el sentido que va a tener la muerte de Jesús: «iba a morir, no sólo por la nación, sino para reunir a los hijos de Dios dispersos». Así se cumplía plenamente lo que anunciaban los profetas sobre la reunificación de los pueblos. La Pascua de Cristo va a ser salvadora para toda la humanidad. Los fariseos y los Sumos Sacerdotes estaban preocupados porque Jesús atraía cada vez más seguidores. Temían que, de continuar así, todos creyeran en él y se pusiera en peligro la nación. Por eso llegaron a la conclusión de que era necesario matar a Jesús. Era preferible que muriera uno sólo, a que peligrara la nación entera. Jesús, según los planes de los líderes, tenía que desaparecer. Sin embargo, su muerte y la causa de la misma, dejaría huellas imborrables en las conciencias de los seres humanos. Su muerte era sólo el principio de un proceso que duraría por todos los siglos. 

A raíz de lo sucedido, Jesús se vuelve un hombre escondido por un tiempo, la Palabra de Dios se oculta y se queda con algunos pocos en la región de Efraín, allá junto al desierto —recordemos que la Cuaresma empezó en desierto, y este dato, en Juan, es todo un signo— y se queda con sus discípulos. Al iniciar estaba solo, ahora está acompañado, esto también en Juan debe ser un signo. La pregunta de todos es saber si Jesús viene o no viene a la celebración de la Pascua. Si asiste o no la cita crucial y definitiva. Claro que acude y enfrenta allí las consecuencias de ello, de asistir a la Pascua, de vivir como vivió, de haber dicho lo que dijo, de haber sido lo que fue. Queda pendiente sobre Jesús una condena, una acusación, una traición. Queda Jesús con una vida, con una misión cumplida, una comunidad de hermanos. Así quedamos nosotros en esta Cuaresma, con un trabajo, una misión, una comunidad. El compromiso se hará realidad en la vida, el sitio y el trabajo que nos corresponde en la historia, ésa que se repite pero que progresa, esa misma Cuaresma de hace años, que vivimos hoy pero que deja unas tareas diferentes a las de ayer. Esta cuaresma debió dejarnos convertidos, transformados, o al menos con ganas de escuchar la Palabra de Dios y actuar en consecuencia, como Jesús. Y aunque sigue el dolor, ya podemos entrever la felicidad de la Pascua con María al pensar en Jesús vivo y resucitado. ¡Bendecido sábado!

Padre Alfredo.

viernes, 26 de marzo de 2021

«Hacia la Pasión de Cristo»... Un pequeño pensamiento para hoy

En el Evangelio de hoy (Jn 10,31-42), sigue el clima de discusión entre los judíos y Jesús que hemos estado viendo en estos últimos días del camino cuaresmal. Los judíos quieren obtener de él una declaración franca y clara sobre sus orígenes. Pero instalados en su ortodoxia, no tienen la actitud vivencial de la fe, y aunque vean las obras que realiza y escuchen la proclamación de ser Hijo de Dios, consagrado y enviado por el Padre, no están dispuestos a creer en él. A la luz de estos relatos de san Juan, vemos que la Pasión del Señor, comenzó mucho antes del viernes santo. Las últimas semanas de su vida terrena las vivió rodeado de enemigos despiadados que hasta cargaban piedras consigo para apedrearle a la primera oportunidad que hubiera. Les había demostrado con obras que era el Hijo de Dios, y le iban a pagar con la cruz. Estamos a las puertas de la Semana Santa y pronto escucharemos los textos de la Pasión del Señor. No es lo mismo mirar un accidente, un suicidio o un crimen político que ver en el dolor y en la muerte de Cristo un evento que perdona pecados y trae salvación.

Nuestro Señor, que sufrirá la muerte en cruz, sabe lo que es el sufrimiento moral: el miedo, la aprehensión, el ansia, la inseguridad... ser incomprendido, mal juzgado ... vivir en medio de gentes que deforman las intenciones profundas del corazón... no llegar a hacerse comprender. Todo esto que es lote doloroso de tantos seres humanos, lo ha experimentado el Señor Jesús. ¿Cuáles eran entonces sus reacciones interiores? Es bueno pensar en ello estos días previos al Triduo Sacro y pedirle al Señor que nos ayude a contemplar lo que pasa en él mientras vive los últimos días de su vida. Como es que incluso en medio de las tormentas, seguramente estaba en posesión de una paz constante. Incluso en la angustia pudo apoyarse en el Padre. Se sabía amado, acompañado, cuidado. «El Padre está en mí». Jesús nos deja ver, en el relato de hoy que entre él y su Padre hay comunión y una unidad profunda.

Me parece muy interesante que al final del relato de hoy, el evangelista nos diga: «Y muchos creyeron en él allí». Y me parece interesante porque nosotros pertenecemos a este grupo de los que sí han creído en él. Y le acogemos en su totalidad, con todo su estilo de vida, incluida la cruz que va a presidir nuestra celebración los próximos días. Tal vez en nuestra vida también conocemos lo que es la crisis sufrida por Jesús, porque no hemos tenido éxito en lo que emprendemos, porque sufrimos por la situación de nuestro pueblo ahora en medio de una pandemia, porque nos cuesta luchar contra el desaliento y el mal. Tal vez más de uno de nosotros está viviendo una etapa dramática en su vida. Ojalá no perdamos la confianza en Dios y tengamos conciencia como la tuvo Jesús, que experimentó lo que es sufrir, pero se apoyó en su Padre. Todo esto es lo que meditaremos en los próximos días. Y lo que Jesús quiere comunicarnos, a fin de que seamos fieles como él en nuestro camino, y participemos en su dolor y en su triunfo, en su cruz y en su resurrección. O sea, en su Pascua. Sigamos nuestro camino acompañando a Jesús de la mano de María la Madre Dolorosa. ¡Bendecido viernes!

Padre Alfredo.

jueves, 25 de marzo de 2021

«LA VENERABLE SOR GLORIA MARÍA ELIZONDO»... Un video con destellos de su vida

 

Letanía de san Gabriel Arcángel.



Señor, ten piedad de nosotros.

Cristo, ten piedad de nosotros.

Señor, ten piedad de nosotros.


Cristo, óyenos.

Cristo, escúchanos.


Dios el Padre del Cielo,

   ten misericordia de nosotros.

Dios Hijo, Redentor del mundo,

   ten misericordia de nosotros.

Dios el Espíritu Santo,

   ten misericordia de nosotros.

Santísima Trinidad, One God;

   ten misericordia de nosotros.


Santa María, Reina de los ángeles,

   ruega por nosotros.

San Gabriel, glorioso Arcángel,

   ruega por nosotros.

San Gabriel, fortaleza de Dios,

   ruega por nosotros.

San Gabriel que estás ante el trono de Dios,

   ruega por nosotros.

San Gabriel, modelo de oración,

   ruega por nosotros.

San Gabriel, heraldo de la Encarnación,

   ruega por nosotros.

San Gabriel quien reveló las glorias de María,

   ruega por nosotros.

San Gabriel, el Principe de los Cielos,

   ruega por nosotros.

San Gabriel, embajador del Altísimo,

   ruega por nosotros.

San Gabriel, el guardián de la Virgen Inmaculada,

   ruega por nosotros.

San Gabriel, que predijo la grandeza de Jesús,

   ruega por nosotros.

San Gabriel, paz y luz de las almas,

   ruega por nosotros.

San Gabriel, flagelo de los incrédulos,

   ruega por nosotros.

San Gabriel, admirable maestro,

   ruega por nosotros.

San Gabriel, fuerza de los justos,

   ruega por nosotros.

San Gabriel, protector de los fieles,

   ruega por nosotros.

San Gabriel, primer adorador de la Palabra de Dios,

   ruega por nosotros.

San Gabriel, defensor de la Fe,

   ruega por nosotros.

San Gabriel, celoso del honor de Jesucristo,

   ruega por nosotros.

San Gabriel, q uien las Escrituras elogian como el ángel enviado por Dios a María, la Virgen,

   ruega por nosotros.


Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo,

   perdónanos, Señor.

Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo,

   escúchanos, Señor.

Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo,

   ten misericordia de nosotros.


V. Ruega por nosotros, bendito Arcángel Gabriel,

R. Para que nosotros nos hagamos dignos de las promesas de Jesucristo.


Oremos:

¡Oh! bendito Arcángel Gabriel, intercede por nosotros ante el trono de la Divina Misericordia en nuestras necesidades presentes, y así como anunciaste a María el misterio de la Encarnación, a través de tus oraciones y patrocinio en el cielo podamos obtener los beneficios de la misma, y cantar las alabanzas de Dios para siempre en la tierra de los vivos. Amén

«La Anunciación del Señor»... Un pequeño pensamiento para hoy

Celebramos hoy la solemnidad de la Anunciación del Señor, por eso hacemos un espacio entre la Cuaresma para celebrar este acontecimiento imprescindible en nuestra vida de fe. El Evangelio de esta fiesta nos relata el momento de la anunciación (Lc 1,26-38). Dios, con el anuncio del ángel Gabriel y la aceptación de María de la expresa voluntad divina de encarnarse en sus entrañas, asume la naturaleza humana para elevarnos como hijos de Dios y hacernos así partícipes de su naturaleza divina. El misterio de fe es tan grande que María, ante este anuncio, se queda sorprendida y Gabriel le dice: «No temas, María» (Lc 1,30). El Todopoderoso la miró con predilección, la escogió como Madre del Salvador del mundo. Las iniciativas divinas rompen así los débiles razonamientos humanos. El Señor miró a María viendo la pequeñez de su esclava y obrando en Ella la más grande maravilla de la historia: la Encarnación del Verbo eterno como Cabeza de una renovada Humanidad. 

Jesús es el centro de esta fiesta, y su Madre es el instrumento fiel para la realización del plan de Dios, por eso la reconocemos como la «llena de gracia». Pero Dios sigue derramando su gracia en su pueblo para que seamos fieles a su proyecto —su reino—, y tengamos la capacidad de llevarlo adelante procurando que Jesús sea el Señor, que seamos capaces de ser hermanos y que no temamos ante el desafío porque el Espíritu de Dios nos acompaña. El Hijo de Dios se ha hecho carne, en el seno de María Virgen, por obra del Espíritu Santo. Dios viene, no sólo a visitar a su Pueblo; viene a redimirlo de su pecado y a elevarlo a la misma dignidad del Hijo de Dios. La obra de salvación en nosotros es la obra de Dios y no la obra del hombre. A nosotros sólo corresponde el decir, junto con María: «Hágase en mí según tu Palabra». Nosotros hemos de definir nuestra vida desde nuestra relación con Dios: sus siervos; aquellos que están dispuestos a hacer en todo la voluntad del Señor. Por eso debemos procurar caminar en la fidelidad a la voluntad de Dios como María. No podemos decir sólo con los labios: Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo. Nuestra vida toda debe manifestar nuestra fidelidad al Señor. Sólo entonces podrá, realmente, tomar cuerpo en nuestra propia vida, en la vida de la Iglesia, el Verbo eterno para continuar, por medio nuestro, su obra salvadora en el mundo y su historia.

La respuesta de María en esta hora decisiva de la anunciación resulta ejemplar para todos nosotros y no la podemos olvidar: «Hágase en mí según tu palabra». Ella acepta, aunque no vea ni comprenda. Por eso, lo más extraordinario de María, en la hora de la Anunciación, es su fe y es esa fe que todos debemos tener para que Cristo nazca cada día y para que todos le conozcan y le amen. María es la primera creyente de la Iglesia: La Madre de todos los creyentes, como la llaman los Padres de la Iglesia. Ella es modelo de nuestra fe, no sólo en la hora de la Anunciación, sino también en toda su vida. El relato evangélico nos dice que el ángel se retiró y Ella quedó sola, sola con su gran misterio, sin posibilidad de explicárselo a nadie. Y allí se inició su profundo camino de fe. Desde ese mismo momento comenzó a ser la Madre Dolorosa, como la contemplamos en este tiempo de Cuaresma y en la Semana Santa. Recordemos su situación difícil frente a San José, el nacimiento en la miseria, la matanza de los inocentes, la fuga a Egipto, hasta la muerte de su Hijo en la cruz. Ésta y no otra es también nuestra suerte, si queremos ser cristianos auténticos. La fe no es un seguro cómodo de la vida, sino es un salto en el vacío, un camino de lucha continua, que incluye también la cruz. Pero tenemos en María una Madre que nos precedió en este camino y que nos acompaña, de nuevo, con su ayuda, su estímulo y su consuelo. Y al final de nuestra vida, Ella nos espera para llevarnos a la Casa del Padre, para siempre. Sigamos caminando hacia la Pascua. ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico, fiesta de la Anunciación a María!

Padre Alfredo.

miércoles, 24 de marzo de 2021

«Hacia la libertad»... Un pequeño pensamiento para hoy


La palabra de Jesús es como el espacio vital en el que todo discípulo–misionero ha de mantenerse siempre, es la norma suprema a la cual el creyente apuesta su vida. Y al discípulo–misionero auténtico y fiel, le promete, según el Evangelio de hoy (Jn 8,31-42) el conocimiento de la verdad y la libertad. «Conocerán la verdad y la verdad los hará libres». Esta maravillosa sentencia de Jesús de la verdad que hace libres, forma ya parte del mejor patrimonio de la humanidad. Es evidente que el deseo de verdad o de conocimiento constituye una necesidad especial del hombre. Pero el evangelista no habla de una verdad abstracta con la que el hombre se encuentra y satisface su deseo de saber, sino que se trata de la máxima verdad concreta en la persona de Jesús. Para san Juan la verdad aparece vinculada total y absolutamente a la persona de Jesús.

Los judíos estaban orgullosos de ser hijos de Abraham y se creían por eso, interiormente libres, aunque externamente estuvieran sometidos al poder de Roma. Jesús les dice que la verdadera esclavitud del hombre no consiste en una servidumbre externa, sino en la esclavitud del pecado. Él afirma: «Yo les aseguro que todo el que peca es un esclavo del pecado». Dios hace de nosotros hombres libres en Jesucristo cuando hacemos a un lado el pecado y nos mantenemos en gracia. Siguiendo a Cristo no caminamos hacia la esclavitud, hacia una «vida disminuida», sino hacia la libertad, hacia la expansión total, hacia la «vida en plenitud». El modelo de esa vida en libertad es el mismo Jesús, que es perfectamente libre, porque es perfectamente Hijo. Ama a su Padre. Habla de Él sin cesar. Es libre porque ama: no está apegado a sí mismo. Nada le detiene, ninguna retrospección sobre sí mismo, ningún egoísmo, ningún obstáculo al amor. El sí que fue libre. Libre ante su familia, libre ante sus mismos discípulos, libre ante las autoridades, libre ante los que entendían mal el mesianismo y le querían hacer rey.

Estamos en Cuaresma, vamos en camino a celebrar la Pascua, que es dejarse comunicar la libertad por el Señor resucitado. Como para Israel la Pascua fue la liberación de Egipto. ¿Nos sentimos libres, O tenemos que reconocer que hay cadenas que nos atan? ¿Nos hemos parado a pensar, aprovechando la Cuaresma, de qué somos esclavos? Jesús nos ha dicho también a nosotros que «quien comete pecado es esclavo». ¿Nos ciega alguna pasión o nos ata alguna costumbre de la que no nos podemos desprender? ¿Cómo vamos en todo esto en nuestro camino cuaresmal? ¿Estamos experimentando eso de que «la verdad os hará libres» o nos dejamos manipular por tantas palabras mentirosas y de propaganda que surgen por doquier? ¿Nos sentimos hijos en la familia de Dios? ¿Cumplimos los mandamientos desde el amor, desde la libertad de los hijos, o desde la rutina o el miedo o la resignación? La Pascua de Jesús quiere ser para nosotros un crecimiento en libertad interior, así que sigamos en el camino cuaresmal de la mano de María, la mujer libre, en estos días que nos quedan antes de llegar al Triduo Sacro de la Semana Santa. ¡Bendecido miércoles!

Padre Alfredo.

martes, 23 de marzo de 2021

«Mirar a Cristo en la cruz»... Un pequeño pensamiento para hoy

La muerte de Cristo en la cruz no solamente es una revelación más de la cercanía salvadora de Dios, sino que es el punto culminante de ese acontecimiento revelador y salvador. Porque justamente esa elevación mostrará que Jesús puede decir con toda razón el «Yo Soy», ya que la cruz es el lugar en que se ha revelado al mundo de manera más plena y más aplastante el amor entrañable de Dios. Todo esto nos lo recuerda el Evangelio de hoy (Jn 8,21-30) en este capítulo 8 de san Juan que es donde se remarca el enfrentamiento de los judíos obstinados, con Jesús, en quien no quieren descubrir al Mesías Salvador.

Estos últimos días de la Cuaresma, se nos invita a mirar a Cristo en la cruz con creciente intensidad y emoción, igual que en el Triduo Pascual. Pero hay que mirarle no con curiosidad, sino con fe, sabiendo interpretar el «Yo Soy» que nos ha repetido tantas veces en su Evangelio. A nosotros no nos escandaliza, como a sus contemporáneos, que él afirme su divinidad. Precisamente por eso le seguimos. Por eso fijamos nuestros ojos en ese Jesús que Dios ha enviado a nuestra historia hace más de dos mil años, y que es el que da sentido a nuestra existencia y nos salva de nuestros males. Creemos firmemente que, si miramos con fe al Cristo de la cruz, al Cristo pascual, en él tenemos la curación de todos nuestros males y la fuerza para todas las luchas. Sobre todo nosotros, a quienes él mismo se nos da como alimento en la Eucaristía, el sacramento en el que participamos de su victoria contra el mal.

El Nuevo Testamento nos recuerda que pensar a un Dios crucificado era un escándalo para los judíos y una locura para los gentiles» (1 Cor 1,23). Sin embargo, Jesús probará la bondad de su causa, precisamente desde la muerte, ya que ella estaba cargada de amor por el hermano. En realidad, no es la muerte en sí misma la que nos acerca correctamente a Jesús. Es la causa de la misma, correctamente entendida, asimilada, vivida, la que nos identifica con él. Los judíos que ajusticiaron a Jesús estuvieron al pie de su cruz para burlarse de él. Pero no estuvieron con él en el contenido de su cruz. Jesús sabía que no aceptarán nunca seguir a un Mesías crucificad; esto los obligaría a renunciar a su posición e ideales. Los dirigentes se sienten intrigados, pero no ya inquietos. No comprenden que se pueda dar la vida por amor. Nosotros sí que lo entendemos, y por eso seguimos en nuestro camino cuaresmal hacia la Pascua de la mano de María, agradeciendo que Jesús subió a la cruz, dando un signo de ofrenda total. ¡Bendecido martes!

Padre Alfredo.

lunes, 22 de marzo de 2021

«El que esté sin pecado que tire la primera piedra»... Un pensamiento para hoy


¡Cuántas Cuaresmas hemos vivido! ¡Cuántos llamados a la conversión! Cuántas veces hemos escuchado el «arrepiéntete y cree en el Evangelio» y, sin embargo, ¿dónde estamos en este camino? Creo que el Evangelio de hoy, que habla de la mujer adúltera (Jn 8,1-11), podría ser para cada uno de nosotros algo muy significativo, porque Jesucristo nos habla de cómo todos tenemos esa presencia, de una forma o de otra, del alejamiento de Dios: el pecado en nuestro corazón. Este episodio de la mujer adúltera, es un incidente en el cual Jesucristo se encuentra no tanto con la realidad del pecado, cuanto con la visión que el hombre tiene del propio pecado. Por una parte están los acusadores, los hombres que dicen: «Esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés nos manda en la ley apedrear a estas mujeres». Por otra parte está la mujer que, evidentemente, también está en pecado.

Qué fuerte es el hecho de que Jesús se atreva a cuestionar la legitimidad que tienen todos esos hombres de castigar a esa mujer, cuando ellos mismos están viviendo en pecado. Sin embargo, todos ellos iban a convertirse en jueces y en ejecutores de una ley, pensando que actuaban con plena justicia, como si el pecado no estuviese en ellos. Y Jesús desenmascara, con la habilidad y sencillez que a Él le caracteriza en todo el Evangelio, la capacidad que tenemos los hombres en nuestro interior de torcer las cosas para creernos justos cuando no lo somos, cuando ni siquiera hemos rozado la capacidad de conversión que tenemos. De creernos limpios cuando, a lo mejor, ni siquiera hemos tocado un poco el misterio de nuestra auténtica conversión interior. Jesús nos llama, nos invita a atrevernos a sumergirnos en la realidad de nuestra conversión: «Aquel de ustedes que no tenga pecado, que le tire la primera piedra». No dice que la mujer ha hecho bien, simplemente les pregunta si se han dado cuenta de cuál es la justicia, la santidad que hay en cada una de sus almas: primero dense cuenta de esto y luego pónganse a pensar si pueden tirarle piedras a alguien que está en pecado. En otra parte del Evangelio el Señor dirá «Antes de ver la paja del ojo ajeno, quita la viga que hay en el tuyo» (Lc 6,42).

Ante Jesús no caben falacias. Él es la verdad y conoce nuestra verdad. Dios es todo luz y en su luz lo contempla todo. Nosotros en cambio somos todos pecadores; y por eso mismo nadie debe condenar a otros con conciencia de que él es santo, justo, cumplidor del deber y de la ley. Quien denuncie, ha de hacerlo con amor y dolor; quien corrige, ha de hacerlo con pudor, y ha de procurar que se vaya borrando en sí mismo toda especie de injusticia o maldad. Sólo quien actúe desde la verdad, la justicia y el amor, será bendecido por Dios. Me encontré por allí una oración que me gustó y que creo nos viene muy bien meditar en esta reflexión para terminar: «Señor, tú nos has dicho que amemos y no odiemos, que seamos justos y no traicionemos, que seamos sinceros y no hipócritas, que confesemos nuestras debilidades y no finjamos ser justos; acompáñanos en la revisión de nuestra vida y haznos fieles imitadores de Jesús amor, verdad, justicia, prudencia, misericordia. Amén.» Con estas palabras y pensando en la pureza de María les invito a seguir caminando hacia la Pascua. ¡Bendecido lunes!

Padre Alfredo.

domingo, 21 de marzo de 2021

«Morir para vivir»... Un pequeño pensamiento para hoy


San Juan, en el evangelio de hoy, nos sigue hablando de esos momentos de agitación y angustia que vivió Cristo casi al final de su vida y que se dejan sentir también a su alrededor (Jn 12,20-33). Aquí aparece hoy Cristo pidiendo al Padre con una oración instintiva que le libre de la muerte. Y la carta a los Hebreos añade datos que los evangelistas no habían nombrado ni siquiera en la crisis del Huerto: esta petición la hizo Jesús con poderoso clamor y lágrimas (Heb 5,7-9). Sólo puede parecer inesperada esta experiencia de Jesús para los que no han entendido la profundidad de su comunión con nosotros y de su solidaridad con el hombre. En él tenemos un mediador, un Pontífice que no está por encima de nuestra historia, sino que sabe comprender nuestros peores momentos, porque los ha experimentado en su propia carne. Pero no es ése el aspecto definitivo. El Evangelio nos habla de la fecundidad de ese dolor. El grano de trigo, al morir, da fruto. La obediencia de Cristo fue total, hasta la muerte en Cruz para alcanzar la Pascua.

Pascua significa lucha y victoria contra el pecado y el mal. Como Cristo pasa a nueva existencia, nosotros estamos comprometidos en una lucha contra el «hombre viejo» e invitados a pasar a la Nueva Alianza, renunciando al mal: «Está llegando el juicio de este mundo; ya va a ser arrojado el príncipe de este mundo», «y atraeré a todos hacia mí». La conciencia de pecado la tenemos, pero en la Pascua se nos proclama la victoria de Cristo contra todo mal. El programa de Pascua, a la que ya nos vamos acercando, debe ser de interiorización de la Alianza. No hay Pascua sin Cruz. Por eso quizá la frase fundamental del Evangelio de este día sea esta: «Si el grano de trigo sembrado en la tierra no muere, queda infecundo; pero si muere, producirá mucho fruto». Es decir, para dar fruto —para comunicar vida, amor y esperanza— es preciso no suprimir la lucha, el esfuerzo y el sacrificio. Aunque parezca un camino de muerte es en realidad un camino de vida. Preguntémonos cuándo nos hemos sentido más satisfechos en lo más hondo de nuestra alma: ¿cuándo hemos buscado por encima de todo nuestro bienestar, nuestro provecho, la satisfacción de nuestro egoísmo, o cuando hemos sabido —por gracia de Dios— ayudar a los demás, compartir nuestra vida..., dicho sencillamente: cuando hemos sabido amar? Aunque ello nos haya ocasionado esfuerzo, dolor, algo de "muerte" para nuestro egoísmo, para nuestro orgullo. Ese es el camino de Jesús, ese debe ser nuestro camino.

La vida de Cristo sigue atrayéndonos, porque es una vida totalmente entregada al Padre y a los hermanos. ¿Quién es capaz de amar y de entregarse de este modo, hasta este extremo? Si queremos ser buenos discípulos suyos, ¿seremos capaces de seguirle en la entrega de toda nuestra vida? ¡Qué profundas son sus palabras: «El que se ama a sí mismo, se pierde; el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se asegura para la vida eterna»! ¿Sabremos captar todo el dinamismo de amor que pueden y que deben engendrar en nosotros? Estos días que nos quedan de la Cuaresma para llegar a la Pascua, deben ser, como digo, de una profunda interiorización. Morir para dar fruto, perder para ganar, escoger lo que es débil para confundir lo que es fuerte, sufrir con constancia y esperanza, para vencer el orgullo y la altivez, morir para resucitar... La fe en el triunfo de Cristo, la celebración ilusionada de la Pascua, nos ayudará a descubrir, cuando llegue nuestra hora, ese otro lado glorioso de la Cruz: el que da la vida. Y se nos encenderá la esperanza para seguir adelante. Bajo la mirada dulce de María, que estuvo al pie de la Cruz y captó la totalidad de este misterio, sigamos avanzando hacia el día de la Pascua. ¡Bendecido domingo!

Padre Alfredo.

sábado, 20 de marzo de 2021

«El Mesías y la humildad»... Un pequeño pensamiento para hoy


Los evangelios de estos días son un poco complicados por la situación que se da entre los altos dirigentes judíos y Jesús. En el de hoy (Jn 7,40-53) el escritor sagrado nos hace ver cómo la persona de Jesús, concretamente su origen, provoca discusiones y postura diversas. Los escribas, los saduceos y los fariseos ignoran lo más profundo de su personalidad: su origen divino. Hay que leer el pasaje para entender lo que el evangelista nos quiere mostrar en el fondo. Los que habían ordenado la detención preguntan irritados «¿Por qué no lo han traído?» Y la respuesta de los guardias del templo es un testimonio involuntario en favor del poder que tiene la palabra de Jesús: «Nadie ha hablado nunca como ese hombre». En la palabra de Jesús late la fuerza peculiar de la palabra reveladora que llega de Dios, con su fuerza persuasiva y su fascinación específica. Buena prueba de ello es también el que, según Juan, Jesús sólo obra mediante la palabra. No dispone de ningún otro poder y por eso mismo no forma parte de los candidatos mesiánicos zelotas, que actuaban con acciones violentas y terroristas y que acabaron declarando la guerra a Roma. Ni siquiera entre las primeras acusaciones judías contra Jesús se encuentra jamás la de que Jesús hubiera practicado la violencia. Él es el príncipe de la paz.

Para los fariseos Jesús, a pesar de que lo vemos lleno de paz, es un «embaucador del pueblo», un predicador despreciable contra el que hay que proteger a la gente. Esta era evidentemente la etiqueta que el fariseísmo había puesto a Jesús. Y ahora ponen su propia conducta, la de los fariseos, como modelo a imitar «¿Hay algún jefe o fariseo que haya creído en él? La chusma ésa, que no entiende la ley, está maldita». Este es el comportamiento de la clase dirigente judía frente a Jesús, por eso ni Jesús ni la Iglesia primitiva tuvieron seguidores o muy contados entre la clase dirigente judía. Ellos, los que lo aceptan, son unos malditos, la escoria de los pueblos de la tierra. Es una designación despectiva de quienes ignoran la ley mosaica, de aquellos que como tales no pertenecían al verdadero Israel... aunque fueran judíos. El Israel auténtico lo representaban únicamente los varones de la Ley y los círculos que seguían su dirección. El sentido de la afirmación que hacen es éste; quien ha estudiado la Torá —la Ley— y la conoce, no puede ser un seguidor de Jesús. Sólo las gentes que ignoran la Ley y que pertenecen al pueblo de la tierra pueden dejarse embaucar por ese Jesús. Esos dirigentes manifiestan su desprecio por la multitud ignorante. El pueblo no cuenta para ellos ni tampoco su opinión. No conoce la Ley porque no la estudia; en consecuencia, no puede practicarla y así, según ellos, tampoco agradar a Dios; están malditos. Los fariseos habían creado una religión de elite; sólo quienes estudian la Ley pueden estar a bien con Dios según ellos. En nombre de esa Ley será crucificado Jesús.

Nosotros sabemos que la creencia bíblica no basta para descubrir verdaderamente quien es Jesús. No es primero en los libros que se descubre a Cristo. Los escribas y los fariseos eran la más alta autoridad doctrinal, los mejores especialistas en discusiones sobre la Escritura y según ellos, en Jesús no se cumplen todas las condiciones necesarias, por eso afirmaban que no es el Mesías. Qué equivocados estaban, porque la condición esencial para conocer a Dios es la humildad. Hay que saber desprenderse de sí mismo, renunciar a sus propios puntos de vista dejarse conducir. Por otra parte, muchos son los que hoy, se quedan con esta admiración: Jesús es un gran hombre..., un genio espiritual..., un sabio... pero no descienden a encontrarse con Él en la humildad, no lo miran como Dios sino como un hombre sabio. Así, aún en el mundo de hoy no resulta fácil tomar partido por Jesús. Se corre el riesgo de ser mal visto; de ser juzgado con él. Habría que preguntarnos, a esta altura de nuestro camino cuaresmal si somos capaz de correr ese riesgo. ¿Somos cristianos solamente cuando es fácil? ¿O bien lo somos también cuando el serlo requiere comprometerse? Nosotros hemos tomado partido por Jesús. La Pascua que preparamos y que celebraremos nos ayudará a que esta fe no sea meramente rutinaria, sino más consciente y vivida con humildad. Y deberíamos hacer el propósito de ayudar a otros a que esta Pascua sea una luz encendida para todos, jóvenes o mayores, y logren descubrir la persona de Jesús. Pidámosle a María, siempre humilde y sencilla que nos acompañe en estos días en que caminamos hacia la celebración de la Pascua. Que a pesar de que el mundo nos persiga y rechace como a los profetas, asumamos la causa de Dios que Jesús vino a mostrarnos: la vida en plenitud de todos sus hijos e hijas. ¡Bendecido sábado!

Padre Alfredo.

viernes, 19 de marzo de 2021

«San José, el hombre de los sueños»... Un pequeño pensamiento para hoy


Tengo una imagen del sueño de san José que me regalaron Rogelio y Elisa Cisneros y que me recuerda la fiesta de hoy en honor de san José y el Evangelio que la liturgia presenta para celebrarlo (Mt 1,16.18-21.24). En esta imagen de bulto, que es muy conocida, duerme José, pero sabemos, por lo que el Evangelio nos narra, que está en disposición de oír la voz del ángel. José está dormido con un corazón que está lo suficientemente abierto como para recibir lo que el Dios vivo y su ángel le comuniquen. En esa profundidad el alma de cualquier hombre se puede encontrar con Dios y él se da cuenta de lo que Dios le pide para ser custodio de la familia que formará con María para recibir a Jesús. Hace poco, el 8 de diciembre, con motivo del 150 aniversario de la Declaración de san José como Patrono de la Iglesia Universal, el Papa Francisco —que le tiene una gran devoción— publicó la Carta Apostólica «Patris Corde», con la que abrió un año dedicado a san José y el día de hoy, unido a este acontecimiento, se inicia, porque él nos ha invitado, un «Año de la Familia», coincidiendo con el quinto aniversario de la publicación de la Exhortación Apostólica «Amoris Laetitia». Así que viviremos un año especial con José como custodio no solamente de su familia, sino de todas las familias del mundo.

En su carta apostólica «Patris Corde», cuyo objetivo es «que crezca el amor a san José, para ser impulsados a implorar su intercesión e imitar sus virtudes, como también su resolución», el Santo Padre explica que así como Dios hizo con María cuando le manifestó su plan de salvación, también a José le reveló sus designios y lo hizo a través de sueños que, en la Biblia, como en todos los pueblos antiguos, eran considerados uno de los medios por los que Dios manifestaba su voluntad. San José, soñando, está muy despierto, muy disponible para escuchar a Dios. San José se fía de Dios. A nosotros nos invita a confiar más en su gracia que en nuestras cualidades, más en sus planes que en los propios. No hay mejor intérprete que aquel que deja que Dios haga la parte que en su vida tiene asignada ¡que no es poca! Cuando nos empeñamos en caminar dejando de lado su voz y preferimos no saber lo que Él quiere, sin darnos cuenta nos quedamos sin el «apuntador», sin aquel que sabe en cada momento lo que mejor nos conviene y desea dárnoslo a conocer. Los sueños de san José nos invitan a confiar más y más en el Señor y a vivir bajo la voluntad de Dios en familia, con la sencillez de las acciones que a diario podemos realizar, acciones que van haciendo realidad los sueños que se puedan tener y que se van realizando en la sencillez de cada día como vivió la Sagrada Familia. El Papa Francisco dice: «La de Nazaret es la familia-modelo, en la que todas las familias del mundo pueden hallar su sólido punto de referencia y una firme inspiración».

San José, el hombre de los sueños, en esta Sagrada Familia, no es un soñador que vaya tras ilusiones. No, él es un hombre que puede decirnos tantas cosas, pero no habla; es el hombre escondido, el hombre del silencio. Y es que las cosas que Dios confía al corazón de José son cosas muy personales que calan en el interior de la persona, son promesas. Y luego el nacimiento del Niño, la huida a Egipto, etc., son también situaciones en las que se pide mucho su tarea personal. José toma en su corazón y saca adelante todas esas responsabilidades como se llevan adelante los compromisos personales: con compromiso, con dedicación, con ternura, con esa ternura con que se coge a un niño en brazos. Es el hombre que no habla, sino que obedece, el hombre del compromiso, el hombre de la ternura, el hombre capaz de llevar adelante las promesas para que se conviertan en firmes, en seguras; el hombre que garantiza la estabilidad del Reino de Dios, la paternidad de Dios, nuestra filiación como hijos de Dios. Definitivamente san José es una figura que tiene un mensaje para todos al que me gustaría pedir junto con ustedes que nos dé la capacidad de soñar, porque cuando soñamos cosas grandes, cosas bonitas, nos acercamos al sueño de Dios, a las cosas que Dios sueña sobre nosotros. Celebremos con María y con Jesús esta fiesta de san José y encomendemos a todas las familias al inicio de este año dedicado a la familia. ¡Bendecido viernes!

Padre Alfredo.

jueves, 18 de marzo de 2021

«Hablando de Moisés»... Un pequeño pensamiento para hoy


En el Evangelio de hoy (Jn 5,31-47), que es continuación de lo que hemos estado leyendo estos días; se hace una referencia grande y profunda a Moisés. Figura excepcional para el pueblo judío: fundador, liberador, líder, guía, legislador. Este personaje tiene una influencia y autoridad extraordinaria. Así como Moisés está al inicio de la experiencia de la Ley del pueblo, Moisés está al lado de la nueva experiencia de libertad que propone Jesús, con su palabra, de parte del Padre. Hay un nuevo pueblo que nace, hay una nueva ley que proponer, hay una nueva experiencia. Jesús, como buen israelita, conoce la importancia de Moisés, sabe de su autoridad, y entronca, une, la propuesta que tiene de parte de Dios, a la que ya el pueblo conoce. De cara a este legislador del pueblo Jesús evalúa a las autoridades y representantes sociales; será Moisés quien los juzgue. Moisés trajo un don grande, pero Dios suscitará otro profeta mayor que Moisés, como el propio Primer Testamento apunta y ese es Jesús.

El evangelista parece empeñado en averiguar por qué los judíos no creyeron a Jesús, ni quisieron ir a él, ni lo recibieron. Y acumula explicaciones. No hicieron caso al testimonio de Juan, por Dios como testigo de la luz, a diferencia de aquellos dos discípulos de Juan que se dejaron conducir por la palabra de su líder: «ése es el Cordero de Dios» y, después que le oyeron, siguieron a Jesús (Jn 1,36-37). No prestaron atención al testimonio de las propias obras de Jesús, a diferencia del funcionario real que supo caminar desde un crédito rudimentario hasta una fe íntegra y comunal. Nunca escucharon el testimonio del Padre, y, si no conocían al Dios verdadero, se incapacitaban para conocer a su enviado. No está en ellos el amor de Dios, y como el amor de Dios es «los ojos de la fe», su ceguera les impide acceder al revelador; en cambio, advertimos cómo el discípulo amado, y que corresponde al amor, ve el sepulcro vacío y cree, o identifica inmediatamente a Jesús en medio de la bruma matinal. No buscan la gloria que viene del único Dios, sino la propia gloria, mientras la fe entraña un despojo de la autosuficiencia, el reconocimiento agradecido de que Dios da el pan a sus amigos mientras duermen, la superación de la red de intereses en que me atrinchero con mi grupo. Y finalmente mucho presumen de Moisés, sí, pero en realidad no creen a Moisés ni dan fe a sus escritos. Les pasa como al epulón y a sus hermanos: si no dan fe ni hacen caso a Moisés ni a los profetas, aunque resucite un muerto no le harán caso. Y, claro, así no hay manera.

Las últimas palabras de Jesús a sus adversarios suenan desconcertantes: «No piensen que seré yo quien los acuse ante el Padre. Es Moisés quien los acusa, aquel mismo en el que ustedes creen». Moisés, a quienes ellos pretenden seguir, los condena por haberle robado la vida a la ley, inundándola de normas y cargas pesadas. Desde esta perspectiva podemos entender cómo muchos hombres y mujeres se dicen cristianos a pesar de que alimentan estructuras sociales injustas, corruptas, violadoras de derechos humanos, por sus intereses mezquinos y egoístas. La razón es simple, creen como los fariseos que con cumplir algunas normas (ir a misa, confesarse, dar limosna, ir en peregrinación a Roma o Tierra Santa, etc.) tienen la salvación en las manos, sin darse cuenta de que, mientras la fe no se traduzca en obras de amor y de vida, no estamos siguiendo al Jesús del Evangelio. Estamos en Cuaresma, tenemos la oportunidad de revisar nuestro ser y abrir plenamente nuestro corazón a Jesús para creerle. Con María, pidamos al Señor, un corazón puro en el amor, una mente limpia en la verdad, una búsqueda constante de Él, para que, cuando hable, le escuchemos, acojamos, adoremos; y que cuando actuemos lo hagamos a conciencia. ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico!

Padre Alfredo.


miércoles, 17 de marzo de 2021

Oración del Papa León XIII a San José después del Santo Rosario...

A ti, bienaventurado san José, acudimos en nuestra tribulación, y después de implorar el auxilio de tu santísima esposa, solicitamos también confiadamente tu patrocinio.

Con aquella caridad que te tuvo unido con la Inmaculada Virgen María, Madre de Dios, y por el paterno amor con que abrazaste al Niño Jesús, humildemente te suplicamos que vuelvas benigno los ojos a la herencia que con su Sangre adquirió Jesucristo, y con tu poder y auxilio socorras nuestras necesidades.

Protege, oh providentísimo Custodio de la divina Familia, la escogida descendencia de Jesucristo; aleja de nosotros, oh padre amantísimo, este flagelo de errores y vicios. Asístenos propicio desde el cielo, en esta lucha contra el poder de las tinieblas; y como en otro tiempo libraste de la muerte la vida amenazada del Niño Jesús, así ahora defiende a la santa Iglesia de Dios de las hostiles insidias y de toda adversidad.

Y a cada uno de nosotros protégenos con tu constante patrocinio, para que, a ejemplo tuyo, y sostenidos por tu auxilio, podamos vivir y morir santamente y alcanzar en los cielos la eterna bienaventuranza. Amén.

«Jesús es la Palabra del Padre»... Un pequeño pensamiento para hoy

El Señor Jesús no está centrado en sí mismo... no «hace nada por su cuenta», lo que el Padre hace, lo hace igualmente el Hijo. No puede hacer el Hijo nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre. El secreto de la vida de Jesús es pasar todo su tiempo «reunido» con su Padre que trabaja y en el mismo «taller» donde el Padre «está haciendo» algo. Jesús y Dios forman un todo. Jesús es el Hijo por excelencia, vuelto sin cesar hacia el Padre, cooperando continuamente en la obra de su Padre. Todo esto es lo que en síntesis nos dice el Evangelio de hoy (Jn 5,17-30) en el que vemos a un Jesús completamente enamorado de su Padre y de su plan de salvación para la humanidad. «Mi padre sigue trabajando y yo también trabajo» nos dice Jesús. Él «obra» en nombre de Dios, su Padre. Igual que Dios da vida, Jesús ha venido a comunicar vida, a curar, a resucitar. Su voz, que es voz del Padre, será eficaz, y como ha curado al paralítico —porque el pasaje de hoy es continuación del de ayer en que curó al paralítico de la piscina de Betesdá—, seguirá curando a enfermos y hasta resucitando a muertos. Es una revelación cada vez más clara de su condición de enviado de Dios. Más aun, de su divinidad, como Hijo del Padre.

Los que crean en Jesús y le acepten como el enviado de Dios, son los que tendrán vida. Los que no, ellos mismos se van a ver excluidos. El regalo que Dios ha hecho a la humanidad en su Hijo es, a la vez, don y juicio. En nuestro camino cuaresmal, no podemos olvidar que vamos hacia la Pascua con Cristo. Él es el que da la vida. Prepararnos a celebrar la Pascua es decidirnos a incorporar nuestra existencia a la de Cristo y, por tanto, dejar que su Espíritu nos comunique la vida en plenitud. Si esto es así, ¿por qué seguimos lánguidos, débiles y aletargados? Si nos unimos a él como discípulos–misioneros, ya no estaremos enfermos espiritualmente. Más aun, también nosotros podremos «obrar» como él y comunicar a otros su vida y su esperanza, y curaremos enfermos y resucitaremos a los desanimados. Pascua es vida y resurrección y primavera. Para Cristo y para nosotros. ¿Seremos nosotros de esos que «están en el sepulcro y oirán su voz y saldrán a una resurrección de vida»? Cristo no quiere que celebremos la Pascua sólo como una conmemoración, sino como renovación sacramental, para cada uno y para toda la comunidad, de su acontecimiento de hace dos mil años, que no ha terminado todavía.

Por todo esto que Cristo decía, los judíos sentían ganas de acabar con Él, lo veían como un blasfemo y un enemigo del cielo. Y razones no les faltaban, no sólo abolía el sábado sino que también llamaba a Dios Padre suyo, haciéndose igual a Dios. Ante un público nada entregado, Jesús tomaba la palabra y hablaba de esa relación vital que le unía a Dios y que tanto les escandalizaba. Él se daba a conocer: el poder de dar la vida lo recibí del Padre. «El Hijo no puede hacer sino lo que ve hacer al Padre». El hacer del Padre nos hace ver que Dios no para. Se ha volcado, se vuelca y se seguirá volcando con su pueblo, como con el Hijo de sus entrañas. Por eso debemos sabernos amados como hijos de Dios para vivir como auténticos hermanos. Jesús, a nosotros que nos sabemos y nos sentimos amados por Él y por su Padre, nos ha dejado su palabra y nos dice hoy: «el que escucha mi palabra y cree en el que me envió, tiene vida eterna». Con esto nos manifiesta que la fuente de la vida es su palabra por ininteligible que pudiera parecer o por difícil que fuera el vivir de acuerdo a ella. En definitiva, si queremos tener una vida llena de paz, de alegría y de gozo en el Espíritu, no tenemos ninguna otra opción que vivir de acuerdo a la voluntad de Dios expresada en Cristo que hace siempre lo que el Padre dispone. Con María, que es la primera que cumple la voluntad del Padre, sigamos escuchando la palabra de Jesús, que será siempre el querer del Padre. ¡Bendecido miércoles!

Padre Alfredo.

martes, 16 de marzo de 2021

«Jesús quiere sanarnos»... Un pequeño pensamiento para hoy


El relato de la curación del enfermo de la piscina de Betesdá que nos narra en este día el Evangelio (Jn 5,1-16), es un texto complicado que nos coloca frente a la polémica típica de los evangelios: la primacía del amor sobre la ley. Para comprender la explicación hay que leer el pasaje completo. Una vez más, Jesús viene a demostrar que la necesidad del ser humano primerea sobre toda otra ley, aunque ésta sea una ley cultual, referida al mismo Dios. Todos los milagros que enfrentan este problema están llamados a inyectar en la conciencia humana el principio del amor, liberándola del peso de la ley. De esta manera el milagro se sigue repitiendo en la conciencia humana, dejándola libre para volar, en alas de un amor sin barreras y sin fronteras. En este milagro de la piscina, Jesús quiere superar la espera resignada de un enfermo que aguarda que unas aguas se agiten, para ver si tiene la oportunidad —tantas veces antes negada— de llegar primero al agua. Para el enfermo, símbolo de tantos que esperan, la agitación del agua era algo que lo mantenía en esperanza, aunque esta esperanza llevaba ya muchos años sin verse cumplida —38, para ser exactos—. El círculo vicioso que Jesús quiere romper es el de la espera que no termina de concretarse.

Pero en el relato hay una cosa, «era sábado». Jesús no se ha preocupado de cumplir el precepto del descanso; para él cuenta sólo el bien del hombre en cualquier circunstancia. Para los dirigentes judíos, por el contrario, cuenta sólo la observancia de la Ley. La observancia del precepto del descanso equivalía a la de toda la Ley; su violación lo era de la Ley entera. Interpretada y controlada por los dirigentes, la Ley, al estilo que ellos la vivían, no tolera la libertad del hombre; por eso quieren quitarle la libertad que le ha dado Jesús. A los dirigentes no les alegra que el hombre haya recobrado la salud; los alarma, en cambio, que alguien se atreva a dispensar de las obligaciones religiosas que ellos imponen. No les preocupa el pueblo, pero sí su propio poder. Jesús quiere superar las esperas inútiles que tiene el pueblo, que cree que su liberación viene por algún tipo de agitación que sólo ocasionalmente involucra su vida y la mejora. La curación, pues, se realizó en sábado, lo que es motivo de controversia con los judíos, no tanto por lo que hizo Jesús, sino por haber mandado tomar la camilla y caminar al que estaba enfermo. 

En el segundo encuentro de Jesús con el hombre curado, le amonesta diciéndole: «No peques más». Esta expresión tiene un contexto de pasado en cuanto está afirmando que la curación incluyó el perdón de los pecados, pero al mismo tiempo es una advertencia para elegir la vida en el futuro. El agua milagrosa de la piscina de Betesdá no es nada sin la palabra liberadora de Jesús, que es la que cura definitivamente al paralítico. A la luz de esto podemos ver que el agua de nuestro bautismo es el sello de nuestra fe en lo que Jesús anuncia: la Buena Noticia de que Dios Padre nos ama, más allá de las normas rituales del culto y de la religión. Renovados en el bautismo, curados de la parálisis de nuestros pecados, podemos salir al encuentro de nuestros hermanos para anunciarles las maravillas de Dios, esas que Él hace siempre a favor de los humildes, los pequeños, los enfermos y los pobres. Estamos en Cuaresma, vamos camino a la Pascua en la que renovaremos nuestras promesas bautismales, nuestro compromiso de vivir en la libertad de los hijos de Dios. Por gracia, don de Dios, el agua purifica, limpia, sana, si hay fe en su mediación. Sólo viviendo en Dios se posee la virtud que vigoriza nuestra existencia y nos hace ser y sentirnos «hijos de Dios». Que María nos ayude a seguir andando hacia la Pascua. ¡Bendecido martes!

Padre Alfredo.


lunes, 15 de marzo de 2021

ORACIÓN A LA VIRGEN DE GUADALUPE EN TIEMPO DE PANDEMIA*

Virgen Santísima de Guadalupe,
Reina de los Ángeles y Madre de las Américas.
Acudimos a ti hoy como tus amados hijos.
Te pedimos que intercedas por nosotros con tu Hijo,
como lo hiciste en las bodas de Caná.

Ruega por nosotros, Madre amorosa,
y obtén para nuestra nación, nuestro mundo,
y para todas nuestras familias y seres queridos,
la protección de tus santos ángeles,
para que podamos salvarnos de lo peor de esta enfermedad.

Para aquellos que ya están afectados,
te pedimos que les concedas la gracia 
de la sanación y la liberación.
Escucha los gritos de aquellos que son vulnerables y temerosos,
seca sus lágrimas y ayúdalos a confiar.

En este tiempo de dificultad y prueba,
enséñanos a todos en la Iglesia a amarnos los unos a los otros 
y a ser pacientes y amables.
Ayúdanos a llevar la paz de Jesús a nuestra tierra 
y a nuestros corazones.

Acudimos a ti con confianza,
sabiendo que realmente eres nuestra madre compasiva,
la salud de los enfermos y la causa de nuestra alegría.

Refúgianos bajo el manto de tu protección,
mantennos en el abrazo de tus brazos,
ayúdanos a conocer siempre el amor de tu Hijo, Jesús. 
Amén.


*Esta oración fue compuesta por el arzobispo de Los Angeles, Mons. José Gómez.

«Creer en la Palabra»... Un pequeño pensamiento para hoy


En el evangelio de hoy, Jesús hace uno de sus signos mesiánicos, cura a distancia a un niño que estaba a punto de morir. Es san Juan quien nos narra el hecho (Jn 4,43-54), nos narra que después del encuentro de Nicodemo y la Samaritana con Jesús, hay un encuentro significativo de un pagano que se presenta a Jesús y nos revela las verdaderas condiciones de la fe: la confianza de ese pagano —que es un funcionario— en la persona de Cristo, suficientemente firme para resistir los reproches de Jesús y para aceptar volver a casa sin ningún signo visible, únicamente con las incisivas palabras —rebosantes de contenido en san Juan—, «Vete, tu hijo ya está sano». El funcionario va a ver a Jesús movido por la necesidad. No le expresa adhesión personal, pero necesita ayuda. El funcionario pide una intervención directa de Jesús a favor de su hijo, que está a punto de morir: que baje en persona y lo cure, pero Jesús, solamente le asegura que su hijo ya está curado.

Con este relato hemos de ver que los milagros acontecen, pero por la fe, no se trata de creer o no creer en los milagros, sino de querer creer o no en Jesús y este hombre le cree, hecho que se corrobora cuando pregunta a qué hora su hijo había sanado y los criados le dieron la hora, dándose cuenta él de que a esa hora es que Jesús le había dicho que el muchacho estaba sano. Su deseo inicial es que Jesús fuera hasta su casa pero el Mesías no accede al deseo del funcionario, de que baje a Cafarnaún, ni al despliegue de poder que él cree necesario para que el hijo escape de la muerte. La obra del Mesías no será la de los signos prodigioso, sino la del amor fiel. Jesús, para salvar, no hará ningún alarde de poder. El relato nos dice que el funcionario inicialmente insistía: «Señor, ven antes de que mi muchachito muera». Con esta petición renovada confiesa la impotencia del poderoso ante la debilidad y la muerte. El poder de este mundo es impotente para salvar. Jesús le dijo: «Vete, tu hijo ya está sano. Aquel hombre creyó en la palabra de Jesús y se puso en camino».

San Juan subraya que aquel hombre creyó en la palabra, sin poderla verificar... Se fue. No tenía ninguna prueba. Tenía solamente «la Palabra» de Jesús. Ante todas las promesas del Señor, nosotros nos encontramos en la misma situación. Ante su promesa esencial: la vida eterna, la redención total y definitiva, la victoria del amor, la supresión de todo llanto y de todo sufrimiento, la resurrección, la vida dichosa junto a Dios en la claridad... ante toda esta promesa ¡hay que creer en su palabra! En la Fe, en el salto de la Fe, en la confianza ilimitada de la Fe. «A quién iremos, Señor, Tú tienes palabras de vida eterna» (Jn 6,68). Aquel hombre que había confiado en la palabra de Jesús reflexionó que el muchacho se alivió a la hora misma que Jesús le dijo: «Tu hijo ya está sano»; y así creyó él y toda su familia. Hay que creer, hay que ser fuertes en la fe y confiar en la palabra del Señor. ¡Todo milagro es posible! Que María Santísima, que creyó en la palabra, nos ayude y que en este camino de Cuaresma hacia la Pascua sigamos fortaleciendo nuestra fe. ¡Bendecido lunes!

Padre Alfredo.

domingo, 14 de marzo de 2021

EL SACRAMENTO DEL MATRIMONIO... Casados para la misión.

Hay sacramentos que responden a una situación humana tan clara como el del Matrimonio. El Matrimonio es un sacramento que institucionaliza el amor de la pareja humana.

El sacramento del Matrimonio no celebra el flechazo, ni el enamoramiento pasajero o el arreglo de conveniencia; no es un modo de instalarse cómodamente en la sociedad. Celebra el amor, es decir, el encuentro con el otro, el afecto sereno, la entrega mutua, la confianza y la confidencia sin reserva, la comunicación, la aceptación que sigue al conocimiento real de dos personas que quieren compartir la vida; en una palabra, la situación en la que el amor por el otro es el conocimiento, la razón y el común denominador de la vida.Este sacramento celebra el amor, es decir, el amor con futuro. El lenguaje del amor añade al "te quiero", su complemento obligado: "para siempre". El sacramento, siguiendo la dirección básica de la fe, exige respeto absoluto al amor, entrega total a él, confianza ilimitada y empeño indomable por recomponer cualquier cisura.

El sacramento del matrimonio celebra el amor, es decir, la fidelidad a quien se ama, hasta ser capaz de dar la vida por él. El lenguaje del amor junto al "te quiero" une, también el "a ti solo". A pesar de que toda entrega es balbuciente, en ella hay un deseo de totalidad, de dar sin reservas, de entregarlo todo. De lo contrario el amor es falso.

Aunque el amor es la vocación básica del hombre, no todos llegan a él, ni a todo sentimiento se le puede llamar amor. No se debería confundir el amor con su encamina-miento o aprendizaje. El amor supone una madurez personal; no tiene por qué coincidir con determinados años. Quede, por tanto, constancia de que casarse es uno de los pasos más serios de la vida de un hombre y una mujer.

Casados para la misión.

Ninguna clase de amor, incluido el de la pareja, empuja a recluirse en su propio hogar, para hacer de él una torre cerrada e inexpugnable. No es excepción el caso de quienes con el matrimonio cambian las inquietudes por la seguridad, el servicio a los demás por el propio, las preocupaciones sociales por los intereses reducidos de su familia.

El amor es misión, relación con los demás. Quien más capacidad de amor posee, más capacidad de servicio debe desarrollar. La dimensión humana del amor, y su dimensión cristiana, no se agotan en la mera relación afectiva con los otros, sino que implican al mismo tiempo, un servicio al hombre y a la mujer en la sociedad en que se vive para acercar amigos a Cristo.

La familia no debe ser considerada como organismo cerrado, sino como una célula abierta al servicio de la sociedad para conquistar a quienes rodean al matrimonio para Cristo, dado que, como sacramento, es u  reflejo del amor de Cristo y la Iglesia.

El servicio misionero, la tarea apostólica, no debe ser descartado de la agenda de los esposos. "Casarse por la Iglesia" significa también "casarse para la Iglesia".

Padre Alfredo.

«EL CARISMA DE FUNDADORA DE LA BEATA MARÍA INÉS TERESA DEL SANTÍSIMO SACRAMENTO»... Estudio del espíritu y espiritualidad de su vida y su obra.


Este es un estudio teológico del carisma de fundadora de la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento Arias Espinosa, fundadora de la Familia Inesiana: Misioneras Clarisas, Misioneros de Cristo, Van-Clar, Misioneras Inesianas, Grupo Sacerdotal Madre Inés y Familia Eucarística. La Madre María Inés Teresa fue beatificada el 21 de abril de 2012 por el Papa Benedicto XVI en la Basílica de Guadalupe de Cd. de México.

Presento el espíritu y la espiritualidad de su obra.


PRESENTACIÓN.

El tema del “Carisma de Fundador” se ha venido escuchando a lo largo de la historia de la Iglesia desde que el Concilio Vaticano II nos regaló el precioso documento que habla de la Vida Consagrada llamado: «Perfectae Caritatis»; un documento que nos invitaba a interpretar y observar gradualmente “el espíritu y los propósitos de los fundadores”.

El tema, pudiera decir, es pluridimensional, ya que se trata de un estudio y de una reflexión teológica para penetrar en la figura de una fundadora, en su visión de fe, en el carisma que se le confiere para ser fundadora, en el carisma personal, en su espíritu, espiritualidad, propósitos, devociones, motivaciones, etcétera, desde una investigación sintética de orden también histórico y hermenéutico.

Este estudio no trata de un tema abstracto, sino de una experiencia histórica vivida por una mujer mexicana en determinadas coyunturas culturales y eclesiales precisas (como la persecución religiosa en México, la Segunda Guerra mundial y sus consecuencias, la llegada del modernismo y el fuego misionero de una época) de las que se extraen constantes significativas. Ella tuvo su carácter propio, un temperamento particular; fue una mujer de su tiempo que dejó una huella que ahora sus hijos e hijas seguimos. El mundo de hoy necesita de la «teología vivida de los santos» como diría Mons. Juan Esquerda Bifet, gran conocedor de la doctrina "Inesiana". El mundo de hoy necesita de ese encuentro con el Dios vivo que, encarnado en la Palabra, camina entre nosotros.

No se trata entonces, de hacer aquí, una biografía de la beata Madre Inés, pues a lo largo del estudio se irán profundizando detalles de su vida y de su obra. Basta decir por ahora que al hablar de «carisma de fundador» en el caso de  María Inés Teresa Arias Espinosa, se contempla en ella a la iniciadora de una experiencia que está viva en los miembros de la familia misionera que por inspiración de Dios fundó y que lleva el nombre de «Familia Inesiana». Se ve en madre Inés –como muchos la llaman– a la mujer que llena del Espíritu Santo ha transmitido una experiencia de amor de Dios para que quien le siga, continúe viviendo así, en sintonía con el Cuerpo de Cristo en perenne crecimiento, con el espíritu creador y de inventiva que ella tuvo, sumergida en el campo de la Palabra de Dios contemplándola y haciéndola vida por la acción del Espíritu Santo, cuyas inspiraciones, siempre supo acoger y seguir.

Siendo María Inés Teresa del Santísimo Sacramento una mujer llena del Espíritu, una mujer «especialista insigne» en el seguimiento de Cristo, su carisma permanente constituye una manifestación histórica de la vida y de la santidad de la Iglesia, por eso es del todo necesario e importante tocar el tema de la santidad. La beata María Inés Teresa, no es tanto «propiedad privada» de la familia misionera que fundó, sino también y sobre todo «patrimonio eclesial», un don que ahora, en el tercer milenio y en el marco de la Nueva Evangelización, invita a remar mar adentro, invita a ser discípulos misioneros e inquieta a muchos para alcanzar la santidad en la alegría y sencillez de la caridad misionera.

Su carisma de fundadora, su carisma personal activo y contemplativo, el espíritu y espiritualidad que dejó en herencia, impulsa a ser, bajo la mirada de María de Guadalupe –como patrona principal de la familia misionera– «visibilidad de Jesús en el mundo» (VC 1) y «memorial viviente del modo de existir y de actuar de Jesús» (VC 22).

Espero que este pequeño estudio sirva para suscitar en cada uno de los misioneros de la familia Inesiana, así como de todos aquellos que buscan modelos de santidad, el deseo de ser santos como lo fue ella. La Iglesia, por algo ha declarado beata a esta mujer sencilla y humilde; amante del sacerdocio y de la vida consagrada; asegurando que vivió las virtudes en grado heroico. Hablo en ella de esa santidad a la que todos estamos llamados, una vida oculta con Cristo en Dios (Col 3,3). Ojalá que cada día se sigan haciendo más estudios que inviten a seguir creciendo en santidad.

Alfredo Delgado, M.C.I.U.


TEMA 1.

“LA SANTIDAD EN LA IGLESIA Y EN EL MUNDO”

Introducción.

¿Qué significa ser santo?

¿Por qué la Iglesia canoniza?

¿Cuál es el constitutivo íntimo y esencial de la santidad?

1.1 Nuestra configuración con Cristo.

Nuestra configuración con Cristo, consiste en nuestra plena configuración con Él, en nuestra plena «cristificación». Es la fórmula sublime de san Pablo, en la que insiste reiterada e incansablemente en todas sus epístolas: nuestra cristificación, o sea nuestra plena configuración con Cristo. ¿Quién es él?... Así hemos de ser nosotros. La santidad va imitando rasgos de Cristo que son imitables: Las bienaventuranzas. Mt 5,1ss.

1.2 La perfecta unión con Dios por el amor.

La perfección, hablando en estos terrenos, consiste en la perfección de la caridad, o sea en la perfecta unión con Dios por el amor. Es la fórmula que Santo Tomás de Aquino desarrolla en un plan estrictamente teológico y que brota de la Palabra: “Sean perfectos como su Padre celestial es perfecto” (Mt 5,48).

 Amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente, con todas las fuerzas (Mc 12,30). El amor es la clave. Él nos amó primero y "amor con amor se paga" decía la eximia doctora de la Iglesia, santa Teresita del Niño Jesús.

1.3 La inhabitación trinitaria en nuestras almas.

Dios habita en nosotros. Esa inhabitación consiste en vivir de una manera cada vez más plena y experimental el misterio inefable de la inhabitación trinitaria en nuestras almas. Ese es el pensamiento fundamental de los santos. Estamos llamados a ser santos porque somos Templo de la Santísima Trinidad. Todos hemos de vivir en plenitud la «universal vocación a la santidad en la Iglesia» (LG V.).

1.4 La identificación de la voluntad humana con la voluntad divina.

El hombre y la mujer, creados por amor, han de buscar constantemente la voluntad de quien los creó. El que se sabe llamado a la santidad, va caminando en la perfecta identificación y conformidad de la propia voluntad humana con la voluntad de Dios. El querer de Dios ha de ser el querer de los hombres: ¡Si quiero, puedo ser santo!... Ese es el deseo sobrenatural de ser santos y de poner, como decía la beata Madre Inés "la miseria al servicio de la misericordia". Es el “Todo lo puedo en aquel que me conforta” (Flp 4,13) de san Pablo. Confiar en la voluntad de Dios. Vender todo lo que se tiene (Mt 13,46), luchar cada día por alcanzar la perseverancia y la fidelidad. No un «quisiera», sino un «quiero» (Mt 7,7-8). “Pidan...” “Hagan lo que él les diga” (Jn 2).

1.5 Recapitulación:

a) Obligación, por amor, a aspirar a la perfección que tenemos en virtud de la vocación universal a la santidad, según vemos ampliamente en la magnífica doctrina del Concilio Vaticano II.

b) La santidad es el mayor de los bienes que podemos alcanzar en esta vida (Flp 3,8).

c) La perfecta imitación de Cristo, que nos amó hasta derramar toda su sangre por nosotros, exige la máxima correspondencia y el máximo esfuerzo por nuestra parte: "amor con amor se paga".

d) La contemplación de Jesús y los “misterios” de su vida nos empujan a la santidad.

e) María Santísima nos ayuda diciendo como en Caná de Galilea: “Haced lo que él os diga” (Jn 2).

Lectura sugerida:

“La Imitación de Cristo” de Tomás de Kempis. Un libro clásico de la espiritualidad, ascética y mística, que mucho recomendaba la beata María Inés Teresa.


TEMA 2.

“LA VIDA RELIGIOSA Y LOS FUNDADORES EN LA IGLESIA”

Introducción.

La vida religiosa es un don que la Iglesia recibe de su Señor y pertenece a la vida misma de la Iglesia, a su santidad (LG 43-44). Los fundadores son hombres y mujeres que desde los comienzos de la Iglesia, para seguir a Cristo más de cerca –cada uno a su manera, según el don recibido– llevaron una vida consagrada a Dios, invitando a otros a acompañarles en un camino de búsqueda de sintonizar con Cristo y mostrar al mundo lo que será el Reino de los Cielos en plenitud. Estos hombres y mujeres de Dios, a lo largo de los siglos, han creado diferentes familias religiosas, dando a la Iglesia una maravillosa variedad de agrupaciones religiosas (PC 1).

2.1 La Iglesia, sacramento universal de salvación.

Cristo se prolonga en la Iglesia, Él confía a su Iglesia la realización de la obra de salvación. La Iglesia se siente llamada con mayor urgencia a la obra de salvación y renovación de toda criatura, para que todas las cosas sean instauradas en Cristo y en él formen los hombres una sola familia y un solo pueblo de Dios (AG 1). Cristo envía a la Iglesia y se hace presente en los miembros de la Iglesia. La misma Iglesia revela y comunica la caridad de Cristo. La Iglesia es, entonces, sacramento universal de salvación (LG 48).

2.2 El Espíritu Santo, alma y guía de la Iglesia.

En la Iglesia obra el Espíritu Santo. La venida del Espíritu, manifestada en Pentecostés, determina una nueva presencia de Cristo en el Espíritu que permanece para siempre. La misión del Espíritu está en perfecta continuidad con la de Cristo. El Espíritu lleva a los hombres a Cristo y los incorpora al único pueblo de Dios.

La Iglesia recibe al Espíritu para realizar su misión (Jn 20,21; Hech 1,5). Vivificados y reunidos en el Espíritu, caminamos como peregrinos hacia la consumación de la historia humana. El Espíritu nos alienta. Restaurar en Cristo todo lo que hay en el cielo y en la tierra (GS 45).

2.3 La acción del Espíritu Santo en los fundadores.

Entre los numerosos carismas con que el Espíritu Santo anima y guía a la Iglesia destaca el de la vida religiosa. El carisma de la vida religiosa es fruto del Espíritu Santo que actúa siempre en la Iglesia (ET 11). Los consejos evangélicos son «un don divino» que la Iglesia recibió de su Señor. Los fundadores y fundadoras, hombres y mujeres deseosos de seguir a Cristo “por inspiración del Espíritu Santo” son los iniciadores de aquellas formas carismáticas de vida consagrada en sus múltiples expresiones históricas. Por la inspiración del Espíritu Santo fundan familias religiosas (PC 1).

Hombres y mujeres del Espíritu, inspirados por el mismo Espíritu, proponen reglas, definen fines. Toda su “experiencia del Espíritu”, comunicada a sus discípulos, constituye el “carisma de los fundadores”. Llevan a la Iglesia, con la obra por ellos iniciada y continuada por sus seguidores, hacia la santidad, hacia la adhesión cada vez más perfecta a Cristo, haciéndola al mismo tiempo más idónea para cumplir su misión de sacramento universal de salvación.

2.4 Recapitulación:

a) El Espíritu inspira a los fundadores, les muestra la obra que por su medio quiere realizar en la Iglesia y se convierte en guía y maestro en la realización del plan que explicita gradualmente para salvación del mundo. La tarea de fundador es plenamente inteligible en el camino de la creación, la cual, salida de las manos de Dios, a Dios retorna.

b) El Espíritu se adueña de los fundadores y los hace en la Iglesia colaboradores suyos, implicándoles en el movimiento de vuelta al Padre, a través del Hijo, por la acción del Espíritu, cerrando así el admirable circuito de la vida. La acción constante del Espíritu en la vida propia, en el nacimiento y en el desarrollo de la nueva obra que surge en la Iglesia es tan evidente a los ojos del fundador, que éste adquiere una clara conciencia de que el movimiento fundado no le pertenece, ni es fruto de su propio trabajo, sino obra exclusiva de Dios. Dios es indiscutiblemente su autor y sólo a Dios pertenece. El fundador o la fundadora, se considera un simple instrumento empleado por pura gracia para la realización de un proyecto divino.

c) En una de sus cartas, la beata María Inés escribe: "¡Cuán miserable me he encontrado! He comprendido que estoy infinitamente lejos de imitar a los santos en las virtudes. Verdaderamente me anonada, me confunde, me llena de humillación el que nuestro Señor se quiera servir de mí como de un instrumento para su gloria…"

Lectura sugerida:

El documento Perfectae Caritatis del Concilio Vaticano II.


TEMA 3

EL CARISMA DE LA BEATA MARÍA INÉS TERESA ARIAS DEL SANTÍSIMO SACRAMENTO.

Introducción.

Nadie puede darse a la ardua tarea de hacer una fundación si no está inspirado por Dios. El origen y la motivación más profunda de cualquier familia religiosa hay que buscarlos en una intervención determinada de Dios en la vida del fundador. Dios es, en definitiva, el autor de toda fundación y sólo a Dios pertenece. Los fundadores reconocen siempre que la obra es de Dios y que ellos son solamente un instrumento. En sus Notas Íntimas, la beata María Inés Teresa escribe: "¿No quieres servirte de mí, como un instrumento para tu Gloria, para llevar a tantas almas a tu Santo Evangelio, y con él la comprensión de tu bondad, de tu caridad, de tu ternura, de tu amor infinitamente misericordioso, de todo lo que Tú sabes hacer en favor de un alma que espera y confía en Tí?” (Notas Íntimas, pág. 37).

3.1 Manuelita de Jesús. La inspiración de Dios para realizar su vocación.

La beata María Inés Teresa nació el 7 de julio de 1904 en Ixtlán del Río, Nayarit. Su papá fue el Licenciado don Eustaquio Arias, quien fue dejando en ella, desde muy pequeña, hondas huellas de una vida de oración. Su mamá, Doña María Espinosa, una mujer muy apostólica, le fue enseñando a darse a los demás. La familia Arias se distinguió siempre como una familia unida por la fe. La oración y reflexión en casa era algo común.

La persecución religiosa marcó su vida con un entrañable amor a Dios y a María Santísima. Manuelita se supo siempre amada y llamada por Dios. Ingresó a la vida religiosa con las Clarisas de clausura en 1929 en Los Angeles California, ya que los conventos en México estaban cerrados a causa de la persecución religiosa. La inmensa mayoría de los obispos, sacerdotes y consagrados en general, se encontraban en los Estados Unidos, en Europa y algunos en Cuba.

3.2 La llamada de Dios a fundar una congregación activa-contemplativa.

En el convento, Manuelita recibió el nombre –según la costumbre del tiempo de cambiar el nombre para indicar el nacimiento a nueva vida– de María Inés Teresa del Santísimo Sacramento. Fue una mujer que siempre se sintió feliz en la vida de clausura en una vida sencilla de sacrificio y oración, que ella consideró como dos alas que la llevarían a la santidad.

El día de su profesión religiosa, escuchó unas palabras de la Virgen de Guadalupe, cuando sintió una inspiración fuerte a fundar la obra misionera, sin saber qué era lo que exactamente le pedía Dios. La Virgen le dijo: «Si entra en los designios de Dios servirse de ti para las obras de apostolado, me comprometo a acompañarte en todos tus pasos, poniendo en tus labios la palabra persuasiva que ablande los corazones y en estos la gracia que necesiten. Me comprometo además, por los méritos de mi Hijo, a dar a todos aquellos, con los que tuvieres alguna relación, aunque sea tan solo en espíritu, la gracia santificante y la perseverancia final».

La llamada de Dios a fundar se ha de ir descubriendo poco a poco. La voluntad de Dios respecto a la fundación se irá descubriendo por una inspiración directa, inmediata, en forma sensible o intelectiva, cuando haya que actuar y por otra parte por una inspiración indirecta, mediata, a través de acontecimientos, circunstancias y terceras personas. La Madre María Inés Teresa fue elegida por Dios para ser fundadora y respondió obrando siempre según la inspiración y el querer de Dios.

3.2.1 Inspiración directa. La oración, Jesús Eucaristía, Santa Teresita, las almas, María.

Dios manifiesta de una manera clara y a la vez oscura el plan que quiere realizar mediante María Inés del Santísimo Sacramento como fundadora. La iluminación interior, sueño, moción, visión o como se le quiera llamar a ese encuentro con santa María de Guadalupe el día de su profesión en 1930 habla de esto. Las palabras de la Virgen, que ya hemos visto en el apartado anterior, son decisivas para la fundación. La Madre llegará a decir que María de Guadalupe es el alma del alma del Instituto.

Hay testimonios de otros fundadores que viven una experiencia parecida. Dios le va hablando en la oración. La oración, dice ella, fue su primera vocación. En la oración, tratando con Dios de tú a tú, irá clarificando su condición de fundadora. En una carta a uno de sus directores espirituales se lee esta sencilla frase: "A pesar de ser tan miserable tengo una marcada predilección por la oración".

Quien fuera su abadesa en aquel entonces, da este testimonio sobre ella: “Como Abadesa que era yo en aquel entonces, este hecho, de que la Madre María Inés Teresa fuera alma de oración e íntima unión con Dios, me dieron la certeza de que la obra que ella deseaba emprender era obra querida por Dios.

Respecto a Jesús Eucaristía, hay que recordar como ella misma narra, que en el congreso eucarístico de México, en 1929, su mirada se cruzó con la de Jesús Eucaristía que pasaba en la Custodia durante una procesión solemne. La Eucaristía fue el centro de su vida y es el centro de la obra de la beata María Inés Teresa. La nota eucarística es una de las líneas básicas de la fundación misionera.

La figura de Santa Teresita de Lisieux la marcó. La llamó siempre su santita predilecta. El origen de su vocación contemplativa y misionera fue la lectura de “Historia de un alma” en 1924. El carisma de la patrona de las misiones suscitó y alientó el carisma fundacional de la Madre Inés. Las almas fueron, desde el principio de lo que ella llama su conversión, el móvil de su consagración: "Si no es para salvar almas no vale la pena vivir". Decía También: “Quiero ser santa como santa Teresita, salvando muchas almas”. “¡Las almas! ¡Comprar almas! Esta será una especie de santa obsesión”. En sus Ejercicios Espirituales de 1950 escribió: “Quiero hacer mías las palabras de tu virgen santa Teresita: «¡En el corazón de mi Madre la Iglesia, yo seré el amor!»”

3.2.2 Inspiración indirecta. Las misiones, la segunda guerra mundial, la persecución religiosa en México, la juventud y la niñez, los pobres, las sugerencias de otras personas.

Analizando la experiencia de la beata madre María Inés Teresa, encontramos, en su carisma de fundadora, además de inspiraciones directas, una serie de circunstancias que la van animando a ser fundadora. La acción del Espíritu, a la que ella siempre estuvo atenta, se fue manifestando también en situaciones y personas.

Podemos decir que Madre Inés vivió los momentos de euforia misionera de principios del siglo XX.

Su vocación misionera se despertó mucho antes de ingresar al convento. Decía: «Siempre, siempre me han entusiasmado las Misiones; he sentido sobre todo desde mi conversión una sed ardiente de ser Misionera...». En 1942 escribe: "Siento hace algún tiempo, algo como llamado de Dios, que me incita, que me inclina, que me arrebata y entusiasma por ir a países de infieles y ser misionera y darme de lleno a la obra de la evangelización, y sacrificarme sin reservas, y entregarme toda entera ofrendando a Jesús, en aras de su amor, todo lo que mi corazón ama: Patria, madre, hermanos, y esa dulcísima Morenita encanto de mi alma".

El haber vivido en el tiempo de la persecución religiosa y el saber de los estragos de la guerra, la hicieron querer fundar la obra en Japón. Le preocupaba mucho la niñez y la juventud, en medio de toda la ola de pensamientos que influían en la época y apartaban de Dios. Pensaba en tantos pobres, apartados de Dios y abandonados. La frase: “Que todos te conozcan y te amen es la única recompensa que quiero”, se repite muchas veces en sus escritos y son palabras que se le escuchaban con frecuencia. Quería llevar el anuncio apasionado de Jesucristo a quienes aún no le conocían, a quienes le habían olvidado, de manera preferencial, a los pobres del mundo, los que no tienen fe.

En 1943, cuando se iniciaban los trámites de la fundación, ella describe la actitud básica de ella misma y de quien le siga: “Y para eso, no necesitas más que tomar instrumentos, que quieran dejarse hacer en tus manos; por mi, aquí me tienes; yo quiero dejarme manejar por ti... Señor, mi fuerza, mi poder, mi confianza, mi fe ciega, está en mi miseria, puesta al servicio de tu misericordia. Con esto lo digo todo”.

Los inicios de la fundación de la obra se dieron desde 1945, en Cuernavaca, en donde el 22 de junio de 1951 se reconoció por la Santa Sede la congregación de las Misioneras Clarisas del Santísimo Sacramento.

La inspiración para fundar nace de la mirada a la Iglesia y a la sociedad que le rodea, ella no tuvo tiempo de teorizar. Desde las Constituciones de 1953 quedó establecido la fundación y el cuidado pastoral de laicos que trabajaran en el "ser" antes que "el hacer" del compromiso de todo discípulo misionero en la vida seglar.

La Madre Inés supo escuchar, en todo momento, a quienes le aconsejaban porque veían que la obra era de Dios. Obispos y sacerdotes –por citar algún ejemplo– le pedían la fundación de la rama masculina, ella decía que cuando llegara el tiempo de Dios empezaría y así fue. En 1979, dos años antes de morir, dejó establecidas las bases del instituto misionero de sacerdotes y hermanos llamado: "Misioneros de Cristo para la Iglesia Universal" y vio formarse a los primeros miembros, que, sintonizando con ella en los anhelos misioneros fueron consolidando la obra por ella iniciada.

Fue una fundadora que pudo acompañar muy de cerca de los miembros de su obra por medio de una comunicación epistolar continua, como pocas veces se ha visto en la historia de la Iglesia. Como fundadora, el tono de contemplación y misión la mantuvo siempre en una entrega total. Es una de las pocas fundadoras que, durante toda su vida, supo acompañar de manera personal, a cada uno de los miembros de la Familia Inesiana, pues los testimonios de su proceso de canonización hablan de muchos, muchísimos recuerdos que los testigos guardaban de un contacto personal en una entrevista, algunas cartas, una reunión, alguna visita, un viaje compartido, una celebración, etc. Era frecuente verla con su maquinita de escribir portátil –el último adelanto de la época– para escribir sus famosas «cartas colectivas» que dirigía a las diversas comunidades que se iban multiplicando. A la fecha, la Familia Inesiana está establecida en 14 países del mundo.

3.3 Recapitulación:

a) Podemos decir que en la obra fundacional de la beata María Inés Teresa Arias Espinosa, se deja ver claramente una intervención divina en el origen de la fundación de cada una de las obras que emprendió.

b) La tarea fundacional se convirtió para ella en el querer de Dios que la impulsó a vivir toda la vida en una constante entrega por la obra.

c) Madre Inés vivió con naturalidad y profundidad su tarea de fundadora.

d) La beata supo aceptar las pruebas y sufrimientos sostenida por la frase paulina que escogió como lema de la fundación: “Urge que Cristo reine” (1 Cor 15,25).

Lectura sugerida:

“Hacer de la Vida un Himno”, Juan Esquerda Bifet.

“Historia de un alma”, Teresa de Lisieux.


TEMA 4.

LOS DONES QUE DIOS DIO A LA BEATA MARÍA INES TERESA DEL SANTÍSIMO SACRAMENTO.

Introducción.

Dios, por su infinita bondad, ordenó al ser humano a un fin sobrenatural. Por el pecado original el hombre perdió el inmenso tesoro sobrenatural. Dios se compadeció del género humano y envió a su Hijo para nuestra salvación. De esta manera Cristo es para nosotros la fuente única de nuestra vida sobrenatural. Dios va configurando al cristiano con su Hijo Jesús y le va dotando de dones. A Madre Inés el Señor la dotó de dones para vivir la consagración a él y para ser fundadora.

4.1 La gracia de Dios.

Dios es rico en misericordia y nos da su gracia. No se ha concedido ni se concederá jamás al género humano una sola gracia sobrenatural sino por Cristo o en atención a él. “De su plenitud todos hemos recibido gracia sobre gracia” (Jn 1,16).

Cristo vino al mundo “para que los hombres tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10,10). “Jesús, tenme de tu mano, guíame siempre y caminaré por los senderos de la vida” decía la beata. María Inés Teresa supo reconocer  siempre las gracias que Dios le dio: “Al ocupar yo, nominalmente un deseo en el corazón de Dios, fui a la vez objeto de sus ternuras, de sus predilecciones, de sus caricias, de sus gracias de elección; desde la eternidad me dijo: «No eres tú quien me elegiste, sino que yo te he elegido»”.

4.1.1 La gracia santificante.

La gracia santificante es un don divino, que nos hace hijos de Dios y herederos de la gloria, santifica a todo aquel que tenga la dicha de poseerla. Es un don divino que modifica accidentalmente al alma haciéndola semejante a Dios y se da en el orden del “ser”. La beata dice: “Quiero ser santa Dios mío, dame tu gracia para perseverar siempre en mis santas resoluciones”.

4.1.2 La gracia actual.

Es un auxilio sobrenatural interior y transitorio con el cual Dios ilumina el entendimiento y la voluntad para realizar actos sobrenaturales procedentes de las virtudes infusas o de los dones del Espíritu Santo, un empuje sin el que es imposible realizar el menor acto sobrenatural. “La mediocridad en la virtud (escribe Madre Inés) no puede satisfacer mi alma, tú la hiciste Señor para algo más grande: para asemejarse a ti, ya que tú me inspiras estos deseos grandes y generosos, dame tu gracia Señor, ayúdame en todo momento, para que amándote, sobre todo con obras, llegue a ser tu consuelo y tus delicias”.

4.1.3 La gracia de estado.

Es una gracia especial que Dios da por el estado en que se vive que hace ver la mejor forma de proceder. La visión de la beata María Inés como fundadora, muestra claramente esa gracia de estado. El carisma que plasmó en su obra se desarrolla por la gracia de estado en el carisma de fundadora.

4.1.4 La oración y la gracia.

Sabemos que por medio de la oración se pueden alcanzar gracias que estrictamente no se pueden merecer. En virtud de la promesa de Cristo, la oración revestida de las debidas condiciones obtiene de Dios, siempre e infaliblemente, las gracias que se necesitan para vivir siguiendo a Cristo y alcanzar la vida eterna. La beata, como fundadora, alcanzó innumerables gracias por la oración. Ella no desfalleció en la oración nunca. Durante su vida, tuvo diversos directores espirituales con quienes estableció alguna correspondencia, tocando temas de su vida interior; a uno de ellos escribió: “Suelo difundir mi oración, por así decir, por todos los ámbitos del mundo, penetrar, por la intensidad del deseo, en todos los corazones, en todas las almas y estacionarme ahí con mis adoraciones, mis peticiones, mis acciones de gracias, como si de todas esas almas brotasen espontáneos estos actos”.

4.2 El don de los sacramentos en la beata. Recepción y vivencia.

Los sacramentos, son signos sensibles instituidos por nuestro Señor Jesucristo para significar y producir la gracia santificante en quien los recibe dignamente. Cada sacramento confiere su propia gracia sacramental.

Madre Inés fue bautizada en Ixtlán del Río, Nayarit. En la parroquia se conserva la pila bautismal en donde ella recibió la gracia del bautismo (y ahora, después de su beatificación, hay en el atrio una estatua de bronce en la que Madre Inés, entre sus manos, abraza un crucifijo). En el bautismo, Manuelita de Jesús recibió la gracia regenerativa que renueva totalmente, borrándole el pecado original. Ese sacramento, como a todos, le dio el poder y la facultad de recibir los demás sacramentos.

Fue educada en una familia católica practicante, que la fue encaminando hacia la recepción de los otros sacramentos. De la confirmación, sabemos que nos da la gracia que aumenta la vida de fe, conduciéndola a la edad perfecta y dando al alma un vigor especial para confesar valientemente la fe, incluso hasta llegar al martirio. Madre Inés quiso ser mártir, se lo pidió a Dios: “El deseo del martirio me embarga con mucha frecuencia. ¡Cuánto se lo he pedido! ¿Me lo concederás, Jesús, algún día? Yo siento dentro de mí esta esperanza, como si fuera una realidad” (Cinco Cuadernitos). El martirio de cada día en la vida, lo vivió como fundadora.

En la Eucaristía se recibe la gracia nutritiva y unitiva en la que el mismo Cristo alimenta y transforma a la persona en el mismo Cristo por la proyección en la caridad. La beata recordará siempre con gozo el día de su primera comunión. La Eucaristía será siempre el centro de su vida. Como fundadora recurrirá siempre a Jesús Eucaristía como centro y móvil de todas sus acciones. Ella, invitaba siempre a María para recibir a Jesús en su corazón a la hora de la Comunión y quería participar en las Misas que se celebraran en el mundo entero. "Generalmente todos los días, sueño en Jesús Eucaristía. Le veo en su custodia, ¡muy hermoso y muy amante! pero muchas otras veces sueño en mi Madre santísima” (Cinco Cuadernitos).

En la reconciliación encontró siempre la gracia sanativa que destruye los pecados actuales y convierte el alma a Dios para no reincidir en el pecado. Recomendó ampliamente el recurrir a la reconciliación. Al final de su jornada aquí en la tierra, quería confesarse todos los días, para estar lista para recibir al Esposo amado y volar al cielo. Como santa Teresita, decía que Dios la había perdonado más que a María Magdalena, porque la había preservado del pecado mortal. Mantuvo siempre el deseo de agradar a Dios en todo, siendo alma pacífica y pacificadora incrementando la gracia: “Procuraré no dejar sin confesar ningún pecado venial, haciendo de él verdaderos actos de penitencia, para que quede todo saldado” (Ejercicios Espirituales de 1943).

Recibió la unción de los enfermos, que la confortó con la gracia plenamente reparadora que borra los últimos rastros y reliquias del pecado. Experimentó en carne propia la fortaleza del alma con los beneficios de la Unción y se preparó para una muerte en olor de santidad que seguro le trajo la entrada inmediata en la gloria. Sus últimas palabras: «Sí, gracias a Dios, hemos terminado».

Respecto al matrimonio, Madre Inés admiró siempre la gracia conyugal. Vio el ejemplo de sus padres en el recto cumplimiento de los deberes matrimoniales.  Ayudó con sus consejos a quienes vivían este sacramento a perseverar y sobrellevar cristianamente los compromisos del matrimonio. En una de sus últimas cartas, antes de morir, escribiendo a uno de sus sobrinos se lee: “No se olviden de rezar juntos todos los días el rosario pidiéndole a la Virgen santísima, que los cuide y ayude para que mutuamente se comporten en su matrimonio como Dios quiere” (Roma, 17 de enero de 1981).

En lo tocante al sacramento del Orden, guardó siempre una especial veneración al “Otro Cristo”, como llamaba al sacerdote, consagrado por Dios para desempeñar santamente el sagrado ministerio. De su amor al sacerdocio nació la fundación de los Misioneros de Cristo para la Iglesia Universal y el cultivo de la vocación en los sacerdotes y seminaristas que encontraban su vocación en Van-Clar y que seguían cercanos a su obra. Años después surgirá, luego de que ella regresara a la Casa Paterna, el "Grupo Sacerdotal Inesiano", que reúne a sacerdotes y seminaristas diocesanos y religiosos que viven su espiritualidad misionera. Su visión del sacerdocio quedó plasmada en muchas de sus cartas. “Dar la luz para que brille en las tinieblas, ser portadores de la fe, del conocimiento de Cristo entre las gentes que viven en la obscuridad, de los sin fe, ser luz en las tinieblas, este es el sacerdote íntegro que trabaja siempre por los intereses de Cristo, viviendo y actuando como él en todo momento, reproduciendo en sí mismo la Vida, Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo, viviendo cada día el Misterio Pascual, con gran amor, sencillez, alegría, misericordia con los que se acerquen a él, dando la vida, conservando la fe en la doctrina, siendo luz que ilumine las mentes y corazones.” (Carta a un Misionero de Cristo sin fecha). “El sacerdote es la dignidad más grande que existe sobre la tierra. Y, ¿sabes por qué? Porque el sacerdote hace descender del cielo a Je­sús; cuando él, en el momento de la Consagración dice las palabras consabidas, en el mismo instante abandona el cielo y se oculta en las Hostias Consagradas, estando en todas y cada una como está en la gloria” (Consejos y reflexiones).

4.3 La vivencia de las virtudes en la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento.

El segundo procedimiento de que dispone el cristiano para su santificación, después de la recepción y vivencia de los sacramentos, consiste en la práctica y ejercicio cada vez más perfecto de las virtudes.

Hay que distinguir las virtudes sobrenaturales o «infusas» de las virtudes puramente naturales, que pueden existir independientemente de la gracia y del orden sobrenatural. Repitiendo una serie de actos correspondientes a una determinada actividad, se va adquiriendo poco a poco el hábito de realizarla cada vez con mayor facilidad. La vivencia de las virtudes en plenitud en Madre Inés, queda como ejemplo para todo cristiano desde que la nombraron Venerable, título que la Iglesia confiere a quienes han vivido las virtudes en grado heroico y van camino a los altares.

Madre Inés vivió las virtudes en grado heroico con la voluntad de revivir el evangelio a cada momento de su vida contagiando a quienes le siguieron, orientando su vida y la de quien quisiera seguirle a la plena identificación con Cristo. Después de comprobar un milagro atribuido a la intervención de la Madre María Inés, fue declarada beata el 21 de abril de 2012.

4.3.1 Las virtudes infusas.

Son las virtudes que vienen del orden sobrenatural. Dios infunde estas virtudes infusas junto con la gracia, para que la persona pueda obrar sobrenaturalmente. Las virtudes infusas son muchas, santo Tomás estudia más de cincuenta en su Suma Teológica, pero pueden catalogarse en dos grupos: teologales y morales.

La beata María Inés Teresa obtuvo el máximo rendimiento santificador de las virtudes infusas porque las practicó por un motivo estrictamente sobrenatural y con la mayor intensidad posible, de una manera heroica: “Para ejercitarme en los actos de todas las virtudes ¡Cuánto vencimiento propio necesito! ¡Ah! he aquí el todo”.

Las virtudes infusas se diferencian de las naturales o adquiridas por el objeto o motivo formal con que se realizan. Lo que mueve a vivir estas virtudes es un motivo sobrenatural, todo por la gloria de Dios. La beata decía: “En la virtud sólo el primer paso cuesta; y después, Jesús no se deja vencer en generosidad, llena el alma de fuerza y dulzura”.

4.3.1.1 Virtudes teologales en la beata María Inés Teresa: Fe, esperanza, caridad.

Estas virtudes, son las más importantes de todas las virtudes infusas. Son, por así decir, las más importantes de la vida cristiana, base y fundamento de todas las demás. Las virtudes teologales unen al creyente íntimamente a Dios como Verdad infinita (Fe), como suprema Bienaventuranza (Esperanza) y como sumo Bien (Caridad). Hablan de una relación inmediata a Dios.

La fe es una virtud sobrenatural por la que, con la inspiración y ayuda de la gracia de Dios, creemos ser verdadero lo que por Él ha sido revelado, no por la intrínseca verdad de las cosas percibidas por la ley natural de la razón, sino por la autoridad del mismo Dios que revela, el cual no puede engañarse ni engañarnos. Madre Inés vivió de fe, en ella esta virtud alcanzó su máxima intensidad. Por la fe supo responder al llamado que Dios le hizo para ser fundadora de una gran obra, que ella, en un principio, no pudo ver con claridad.

Algunos de sus pensamientos revelan su vida de fe: “Si tú quieres Señor que siga viviendo de pura fe, estoy contenta de todo lo que me sucede...”. En diversas ocasiones vio sufrir su obra misionera, el carisma de fundadora era respaldado siempre por una fe inquebrantable: “Sí dulcísimo Jesús, creo en ti por encima de todas las vicisitudes, a pesar de todas las amarguras, a pesar de que parece que la débil barquilla naufraga, se hunde, se va a pique”. El alma que está ejercitada en el espíritu de fe, no se espanta de los acontecimientos por desastrosos que parezcan; acude al Señor, eso sí, en demanda de ayuda, le ofrece lo que le hace padecer y espera con confianza su remedio en el tiempo oportuno, durmiéndose, como niño pequeñito, en los brazos de su Providencia”.

En lo tocante a la esperanza, podemos decir que es una virtud teologal infundida por Dios en la voluntad por la cual el creyente confía con plena certeza alcanzar la vida eterna y los medios necesarios para llegar a ella apoyados en el auxilio omnipotente de Dios. En la beata esta virtud se cultivó intensificando hasta el máximo su confianza en Dios y en su divino auxilio: “Confiar, confiar siempre, confiar por encima de todo; la confianza humilde, cautiva el corazón de Dios. ¡Oh Dios mío! yo quiero siempre decir, desde lo íntimo de mi alma: «Aun cuando me dieses la muerte, en ti esperaría»”. “Jesús quiero confiar siempre en ti, inmensamente, como tú confiarías si tuvieras un Jesús a quien amar y en quien esperar”.

La caridad es una virtud teologal única, infundida por Dios en la voluntad, por la cual el justo ama a Dios por sí mismo con amor de amistad sobre todas las cosas, y a sí mismo y al prójimo por amor de Dios. La caridad, como hábito infuso, reside en la voluntad, es la reina de las virtudes cristianas, la más excelente de todas, sin ella no puede existir ninguna otra virtud infusa, ya que es inseparable de la gracia y siempre van juntas las dos.

Madre Inés vivió la caridad en grado heroico por encima de todas las demás virtudes. Sobre la caridad nos dice: “La caridad con el prójimo, me parece que en cierto sentido es la que valora nuestra caridad hacia Dios, pues a Dios por sí solo, es relativamente fácil amarlo, pero si este amor a la vez que se ejercita en actos de puro amor a él, se aquilata en el amor al prójimo...”. En muchos de sus escritos, que son abundantes, va mostrando un rostro de Cristo que invita a vivir de fe, a alimentarse de esperanza y a nutrirse de caridad. El rostro de Cristo que quiere que se muestre al mundo es este, el Cristo total.

4.3.1.2 Virtudes morales en la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento.

Son hábitos sobrenaturales que disponen las potencias del hombre para seguir el dictamen de la razón iluminada por la fe con relación a los medios conducentes al fin sobrenatural. Tienen por objeto inmediato al bien honesto distinto de Dios; y ordenan rectamente los actos humanos en orden al fin último sobrenatural.

La vivencia de todas estas virtudes fue conformando la vida de la beata con la vida de Cristo, haciéndole penetrar en su misterio en una experiencia de comunión con él. Así, con la vivencia de las virtudes en grado heroico, la Sierva de Dios quiso guiar a sus seguidores y seguidoras a la misma adhesión plena a Cristo que ella vivió.

4.3.1.2.1 Virtudes cardinales: Prudencia, justicia, fortaleza, templanza.

Acompañan siempre a la gracia santificante y se infunde juntamente con ella. Su existencia consta en las Sagradas Escrituras (Sab 8,7). Producen actos sobrenaturales bajo la influencia de la gracia actual. Dan la facultad o potencia intrínseca para realizarlos, pero no la facilidad para realizarlos. Los dones del Espíritu santo las van perfeccionando.

El nombre de «cardinales» se deriva del latín cardo, cardinis, el quicio o gozne de la puerta; porque en efecto, sobre ellas, como sobre quicios, gira y descansa toda la vida moral humana y cristiana. La prudencia dirige el entendimiento práctico en sus determinaciones. La justicia perfecciona la voluntad para dar a cada uno lo que le corresponde. La fortaleza refuerza el apetito irascible para tolerar lo desagradable y acometer lo que debe hacerse a pesar de las dificultades. La templanza pone orden en el recto uso de las cosas placenteras y agradables.

4.3.1.2.2 Virtudes potenciales o derivadas. Entre otras: humildad, obediencia, paciencia, castidad, perseverancia, pobreza. Estas virtudes están subordinadas a las virtudes cardinales. Son muchas, santo Tomás estudia más de cincuenta. En la Madre María Inés se dejan entrever en diversos acontecimientos y en todo momento de su vida como fundadora. menciono ahora algunas:

De la prudencia se derivan la memoria de lo pasado, para orientar lo que conviene hacer; la inteligencia de lo presente, para saber discernir; la docilidad para pedir y aceptar consejo; la sagacidad, que es la prontitud de espíritu para resolver con rapidez y acierto los casos urgentes; la razón, que da tiempo para resolver cosas después de una madura reflexión y examen; la providencia, que consiste en fijarse bien en el fin lejano que se intenta para ordenar a él los medios oportunos y prever consecuencias; la circunspección, que es la atenta consideración de las circunstancias para juzgar lo que conviene; la cautela o precaución, que actúa contra los impedimentos extrínsecos que pudieran ser obstáculo. Se derivan también la prudencia regulativa, la prudencia política o civil, la prudencia económica o familiar y la prudencia militar; el buen consejo, el buen sentido práctico y el juicio perspicaz para juzgar rectamente según principios más altos que los comunes u ordinarios.

De la justicia se derivan la religión, que regula el culto debido a Dios, de la cual se derivan a su vez la devoción, la oración, la adoración, el sacrificio, las ofrendas u oblaciones, el voto, el juramento, el conjuro y la invocación del santo nombre de Dios; la piedad, que regula los deberes hacia los padres; la observancia, dulía y obediencia, que regulan los debidos a los superiores; la gratitud, por los beneficios recibidos; la vindicta, o justo castigo contra los culpables; la verdad, afabilidad y liberalidad en el trato con nuestros semejantes; la epiqueya o equidad, que inclina a apartarse con justa causa de la letra de la ley para cumplir mejor su espíritu. Además, apartarse del mal, hacer el bien debido; la justicia legal, la justicia distributiva, la justicia conmutativa.

De la Fortaleza se deriva el martirio, que es el acto principal de la virtud de la fortaleza por el que se sufre voluntariamente la muerte en testimonio de la fe o de cualquier otro virtud cristiana relacionada con la fe; la magnanimidad, para acometer cosas grandes con prontitud de ánimo y confianza en el fin; la magnificencia, que hace no desistir a pesar de los grandes gastos que se necesiten para acometer cosas grandes en favor de la gloria de Dios; la paciencia y longanimidad para resistir las dificultades causadas por la tristeza de los males presentes; la perseverancia y la constancia, para no abandonar la resistencia por la prolongación de algún sufrimiento.

De la templanza se derivan la vergüenza, la honestidad; la abstinencia, la sobriedad; la castidad, la virginidad; la estudiosidad, la modestia, la eutrapelia; la continencia, la mansedumbre, la clemencia, la pobreza, la sencillez; la humildad, que es una virtud que inclina a la persona a cohibir o moderar el desordenado apetito de la propia excelencia, dando el justo conocimiento de la pequeñez y miseria principalmente con relación a Dios. Todas estas virtudes las desarrolló la beata Madre Inés en grado heroico.

4.3.2 Las virtudes naturales.

Si los actos humanos, que se van repitiendo y hacen que determinada actividad se haga cada vez con mayor facilidad, hablamos de una virtud natural o adquirida. Si los actos que se van repitiendo son buenos se adquiere entonces un hábito bueno que recibe el nombre de virtud natural o adquirida. Si los actos son malos se hacen hábitos malos llamados vicios. Las virtudes naturales o adquiridas embellecen la vida humana en el orden intelectual y moral, y se pueden practicar también en grado heroico, pero no pasan al orden sobre-natural.

La Madre no se quedó en la vivencia de virtudes naturales o adquiridas, pues supo ver, como decía santa Teresa, que «son de otro metal», ya que son desproporcionadas para la vida sobrenatural. Ella supo que los actos puramente naturales no merecen ni pueden merecer absolutamente nada en el orden sobrenatural.

En la beata hablamos de un cultivo de las virtudes infusas, que la hicieron actuar sobrenaturalmente y a lo divino, con ayuda de los dones del Espíritu Santo. Por eso como fundadora Madre Inés fue audaz e intrépida, su seguridad estuvo siempre puesta en Dios, no en ella. Trabajaba las virtudes infusas, no la movió nunca algún motivo humano egoísta, sino la gloria de Dios y que todos le conozcan y le amen.

4.3.3 La vivencia de los votos en la beata: Pobreza, castidad, obediencia.

«Los consejos evangélicos de castidad consagrada a Dios, de pobreza y de obediencia, como fundados en las palabras y ejemplos del Señor..., son un don divino que la Iglesia recibió de su Señor y que, con su gracia, conserva siempre. (L.G. 43). Los votos son constitutivamente amor. Son expresión de amor, amor total, amor con-sagrado, donación plena de la persona. Los fundadores encuentran en el cumplimento de los consejos evangélicos el camino concreto para realizar el proceso de cristificación y así imitar más fielmente y actualizar continuamente la forma de vida que el Hijo de Dios abrazó al venir al mundo y que propuso a los discípulos que lo seguían (L.G. 44). Los votos conducen al corazón de la vida religiosa, considerada como dedicación total y exclusiva a Dios por el seguimiento pleno de Cristo. Madre Inés, como Fundadora, quiso contagiar del gozo de vivirlos a quienes le seguían y a quienes con los años, aun sin conocerla físicamente, tendrían con ella una relación espiritual como parte de la obra que Dios le inspiró.

En ella la pobreza tuvo su fundamento y su única explicación en Dios, cuando vio a Cristo pobre quiso seguirle en pobreza. Como fundadora enseñará siempre a no apartarse nunca del camino de la pobreza, quiso que quienes le siguieran se sientan obligados, por amor, a imitar la pobreza del Hijo de Dios. Vivió la pobreza espiritual que abarcó todo aspecto, por supuesto el material, pero llegó mucho más allá, hasta el desprendimiento total poniendo el propio tesoro en el cielo.

La castidad la vivió siempre como una entrega total del corazón a Dios y al prójimo sin exclusivismos. Supo ver en la castidad un don gratuito que exige una correspondencia libre en el amor y, en lo que respecta a la obediencia, hizo una entrega de ella misma a Dios, en amor, buscando siempre cumplir su voluntad, por eso se lanzó como fundadora, obedeciendo a lo que Dios le pedía.

4.4 Recapitulación:

a) La beata Madre María Inés vivió el ideal sublime de perfección y santidad en una constante a lo largo de toda su vida.

b) Supo hacer de su vida un himno no interrumpido que la llevara a desembocar en la unión transformativa con Dios.

c) Vivió siempre en sintonía con los deseos y amores de Cristo en una intensa vida espiritual con una entrega total.

d) Vivió generosamente como Fundadora, desarrollando las virtudes en grado heroico en una sencillez de vida impresionante.

e) Como fundadora fue trazando un caminito de infancia espiritual, como santa Teresita y fue invitando a quienes le seguían a vivirlo como algo natural en una vida sencilla y ordinaria con una sonrisa en el rostro que refleja la serenidad de un corazón que no conoció fronteras para amar y para hacer amar a Dios.

Lectura sugerida:

“Conquistar el mundo para Cristo” de Juan Esquerda Bifet.

“La Lira del Corazón” de María Inés Teresa Arias Espinosa.


TEMA 5.

“DESARROLLO GRADUAL DE LA FUNDACIÓN DE LA OBRA MISIONERA DE LA BEATA MARÍA INÉS TERESA DEL SANTÍSIMO SACRAMENTO ARIAS ESPINOSA”

Introducción.

La inspiración de fundar una familia misionera no es algo repentino. La experiencia de fundar no puede aislarse del resto de la vida del fundador, sino que se inscribe y advierte en todo el camino que precede y sigue a la fundación.

5.1 La fase preparatoria. En el convento de clausura.

La preparación común a todo tipo de crecimiento cristiano. El camino progresivo de la vida espiritual en todas sus etapas. La preparación en función del carisma específico que se otorgó a la Iglesia por medio, en este caso, de la beata María Inés Teresa Arias Espinosa. La vida de sacrificio y oración en el claustro, primero en U.S.A. y luego en México forjaron ese tono de "preparación". ¿Cómo era la Madre Inés en la vida del Claustro?

5.2 Lo que pide el Señor.

Dios toma la iniciativa de la fundación. Esta maravillosa mujer fue dócil al Espíritu Santo y se dejó guiar ciegamente, cautivada por la llamada del Señor, ignorando la misión que el Señor le iba a confiar. Las misiones –solía decir– siempre me han atraído. Vivió en ese dinamismo misionero de la Iglesia sintonizando con la Iglesia Universal, quiso que todos conocieran y amaran a ese Dios por el que ella se sintió amada, llamada y enviada y a su Madre Santísima en la advocación de Guadalupe, a quien siempre llevó consigo. Es célebre su frase: ¡Vamos María!

El Señor la fue purificando en una vida difícil en el claustro, desde el ingreso en otro país en una comunidad que estaba exiliada a causa de una persecución religiosa, la pobreza, el trabajo excesivo; así María Inés Teresa fue valorando su “sí”. Las vidas de santa Teresita, san Francisco, santa Clara y otros santos fueron moldeando su corazón, en especial la lectura de “Historia de un Alma”. La madre Abadesa se quedó sorprendida cuando un día al salir de su celda, apenas postulante, Manuelita cayó de rodillas frente a ella y le dijo: ¡Ayúdeme, quiero ser santa como santa Teresita, salvando muchas almas!

Dios la fue llevando en la vida claustral por un camino de humillaciones, de penas, de trabajos pesados; pero de una gran felicidad por vivir consagrada a Dios salvando almas. Es allí, en el convento de clausura, donde empezó a sentir que Dios la llama a fundar con un poco más de claridad. En 1935 comunicó sus intenciones de fundar a su director espiritual. Él y la Madre Inmaculada Ochoa, que sería luego su Abadesa, le aconsejaron esperar a que pasaran los tiempos que no eran nada favorables, porque la Abadesa de aquel entonces, Teresa Vázquez, se encontraba muy enferma. La Madre Inés pensó siempre, en medio de la oración y el sacrificio, en los miles de almas que no conocían al Hijo de Dios y a su Madre Santísima y en el silencio de su corazón fue preparando la fundación.

5.3 La intervención de Dios.

Es Dios quien fue guiando a la beata para responder al llamado a ser fundadora y ella fue mostrando una plena docilidad a esa voluntad divina: “Heme aquí Dios mío para hacer tu santa voluntad. Habla Señor que tu siervita escucha”, decía.

El encuentro con Jesús Hostia, el cruce de miradas en aquel Congreso Eucarístico, cuando ella todavía no pensaba ni siquiera en que sería llamada por Dios a la Vida Religiosa, marcó, por así decir, el comienzo de una transformación total que la llevaría a una profunda intimidad con Cristo en la plena disponibilidad a su voluntad, y a una gran sensibilidad por las almas que aún no conocían y no amaban a Dios.

Poco a poco fue acogiendo la inspiración de fundar la obra misionera que Dios le encargaba. Al inicio no sabía exactamente lo que Dios pedía, pero se sabía instrumento en sus manos. La preparación al papel de fundadora la dará la lectura y re-lectura de “Historia de un Alma”, haciendo crecer en su corazón y en su alma el deseo de contagiar a muchos de esos anhelos misioneros. Un intenso crecimiento espiritual precedió su ingreso a la clausura y allí siguió la beata clarificando y preparando la fundación. En la clausura, la oración y el sacrificio fueron dando un timbre misionero a su entrega, cosa que sería decisiva para la realización de su obra.

En lo que Madre Inés va viviendo de manera personal en aquellos años, vamos encontrando rasgos y características del instituto que nacerá y al que ella irá imprimiendo un tinte especial, nuevo en la Iglesia, fundiendo a Martha y a María, las dos amigas de Jesús, en una entrega misionera que brota de la contemplación. La acción del Espíritu Santo en su alma se manifiesta con particular intensidad en el momento de la fundación, pero desde antes estaba presente, aunque bajo otras formas. Madre Inés fue preparada gradualmente por la acción de la gracia, a su cometido específico en la Iglesia como fundadora.

La llamada a ser fundadora se clarificó como una «segunda llamada», luego de que ya era religiosa de clausura, cuando ella ya había sufrido y gozado, cuando ella ya había crecido y había aprendido a ser cada día más dócil a la guía del Espíritu Santo.

5.4 Adhesión a la Iglesia, la jerarquía, los superiores.

Los fundadores se sitúan como fuerzas vivas en el dinamismo interno de la vida eclesial. Todas sus obras e iniciativas tienden, efectivamente, a la mayor edificación de la Iglesia y a su santidad. En particular, la Iglesia jerárquica mira con especial atención a los hombres y mujeres que resuelven contribuir con una aportación nueva y específica a la vitalidad y al crecimiento del Cuerpo místico, cuya responsabilidad le compete a ella.

La acogida por parte de la Iglesia del carisma de los fundadores no consiste principalmente ni ha de buscarse ante todo en su reconocimiento a través de la aprobación canónica por parte de la jerarquía, sino más bien en la capacidad que ella posee de dejarse interpelar e informar por ese determinado don del Espíritu. Madre Inés, al momento de la fundación, es sabe plenamente sensible a las necesidades de la Iglesia y se siente instrumento. Sabe de las urgencias a las que con la fundación estará llamada a responder... “Las almas nos esperan”.

Ella amó entrañablemente a la Iglesia. Supo que Dios le pedía algo a favor de su Iglesia, aunque no le había presentado un plan detallado en sus pormenores. ¿Qué reacción provoca en la Iglesia jerárquica la aparición de la obra misionera de la beata María Inés en el contexto histórico que se vive? ¿Qué dicen los superiores? La Iglesia, como madre y maestra, sabe comprender, aceptar y hacer suya la novedad que le aporta el Espíritu por medio de la nueva fundación, pero eso no quiere decir que todo sea fácil. La Madre siempre caminó en la obediencia a Roma y a todo cuanto hubo de tramitar para la fundación. El amor y la devoción al Santo Padre y el saber que a él se le debe obediencia y respeto como vicario de Cristo –o como ella lo llamaba “Dulce Cristo de la tierra”– la hicieron mantenerse firme en la obediencia aún hasta en los más mínimos detalles.

La primera aceptación se dejó ver en el ánimo que la nueva Abadesa le imprimió a la nueva fundadora para realizar la obra misionera. En 1940 la beata comunicó a la nueva Abadesa, Inmaculada Ochoa, la intención de fundar, ella la apoyó y le concertó entonces una cita con el Siervo de Dios Luis María Martínez, en ese entonces arzobispo primado de México, quien remitió al vicario de religiosas la solicitud para que se estudiara. En seis meses no recibía noticia alguna, ella seguía poniendo todo en manos de Dios y llegó solo una respuesta negativa en la que se le decía que los momentos eran difíciles para pensar en una fundación en la Capital del país. La Madre Inés siguió su vida ordinaria en el convento de clausura, esta vez empeñada en la remodelación del convento y en la edificación de una capilla que es el mismo arzobispo el que la inauguraría con una Misa Pontifical.

Días después, el vicario de religiosos le dijo a Madre Inés que el arzobispo le había preguntado por la nueva fundación, eso la alentó a seguir con los preparativos. Ciertamente la Iglesia, en un principio, no comprendía con claridad el deseo de la Madre María Inés Teresa, ella quería fundir a Martha y María en una sola persona para ir hacia las misiones “Ad gentes”, colaborando a hacer que Cristo reinara en todos los corazones cuantos son los habitantes del mundo y llevando, al mismo tiempo, el amor de María de Guadalupe a todas las almas.

En 1942 la Sierva de Dios atravesó una pena enorme, el 26 de abril murió su padre. Ella dijo: “Si quisiera escribir los hechos virtuosos de su vida, tendría que escribir un libro, ¡tantos conservo en la memoria!”. En 1943 fue elegida Abadesa Sor Inmaculada Ochoa, quien casi inmediatamente nombró a la Madre María Inés maestra de novicias... "para ir preparando la obra al ir formando a las novicias en el espíritu misionero". Es el tiempo en que la beata escribe “La Lira del Corazón”, el libro que servirá de guía a las novicias y que habla de ella misma, aunque en tercera persona, como no queriendo que sepan que ese itinerario de la vida de una religiosa misionera retrata su misma vida.

La Abadesa apoyó firmemente la futura obra. En el monasterio ya había pasado el número de religiosas que debía haber, que era de 28, así que Sor Inmaculada pidió aprobación para que de allí naciera la nueva fundación, el apoyo en la comunidad fue unánime. La Abadesa solicitó al arzobispo el permiso para preparar a quienes acompañarían a la Madre pero de nueva cuenta, no hubo respuesta alguna. En toda fundación no faltan las habituales dificultades y oposiciones por parte de las circunstancias habituales e históricas. El padre capellán no estaba de acuerdo con la obra y aprovechó cuanto momento pudo para disuadir los ánimos de la fundación. Entre el silencio del arzobispo y los ataques del capellán la Madre Inés escribió de aquel 1943: “ Mi alma estaba llena de angustia, una pena mortal casi me aniquilaba. La contradicción de los de fuera se juntaba con la lucha interior, para hacer zozobrar en el fondo de mi alma, mi fe”.

El tiempo sigue pasando, ella ignoraba totalmente que el arzobispo primado de México afrontaba un problema grande con una congregación religiosa recién fundada, cuya fundadora, quien había sido depuesta por un grupo de religiosas de entre sus mismas hijas, sufría los estragos de la división de la comunidad. El problema era grande y delicado pero no se podía dar a conocer. En 1944 el padre Ángel M. Oñate, Misionero del Espíritu Santo y vicario de religiosas, respondió una llamada de teléfono que la beata hizo para saber cómo iban las cosas y el padre le dijo: “Fallaron en contra. El Señor arzobispo no quiere que se hagan aquí ensayos misionales”.

La beata, con humildad, supo aceptar la voluntad de Dios sin angustias, pero al mismo tiempo se preguntó: “¿Será voluntad de Dios que a pesar de todo, prosiga?, ¿qué arrostre las dificultades que se presentan?, ¿qué hable con mis superiores? En esos días ella tenía a su hermana María muy grave y entonces, luego de orar ante el Sagrario, decidió pedirle a su hermana que ofreciera su vida en sacrificio por la obra misionera que ella veía casi ya nacer. María aceptó de inmediato. Esto abrió una esperanza para la realización de la obra. Unos cuantos días después de la muerte de su hermana María,  recibió una carta del vicario de religiosas en la que le exhortaba a confiar contra toda esperanza, pero le comunicó que el señor arzobispo se negaba a dar su consentimiento porque consideraba que ya había suficientes fundaciones en México y que por la escasez de sacerdotes no había capellanes para atender a tantas religiosas.

Madre Inés no se desanimó, pero, aunque vio que sus superioras y los dos sacerdotes Jesuitas a quienes consultaba sobre la fundación le animaban, no veía que hicieran nada en forma efectiva para la realización de la fundación. El vicario de religiosas le escribió nuevamente y le recomendó escribir a algún obispo de otra diócesis que tuviera necesidad de ayuda misional, así él mismo solicitaría la aprobación de una fundación. Ella escribió entonces al obispo de Tepic, pero las cartas no revelaban nada; así que la Abadesa, le invitó a que se entrevistara con el obispo de Cuernavaca y fue él, el señor obispo Francisco González Arias, quien finalmente y para sorpresa de Madre Inés, acogió con entusiasmo el proyecto misional.

5.5 Los primeros pasos de la fundación.

La beata decía siempre que ella era simplemente un instrumento. “A nuestro Señor no le importa el instrumento; él suele escoger lo más inepto para llevar a cabo sus grandes obras, para que nadie se atribuya a si propio el éxito”. “Con razón me llamaste a mí, ¡dulcísimo Jesús! Con razón, no encontrando una criatura más ruin y miserable, me escogiste para tu Obra. Dame tu mismo Espíritu para guiar a las hermanas, para conducirlas hasta tu divino Corazón, y que en él hagan morada”.  Dios le fue revelando la propia obra en su hacerse, y mientras la fué viendo realizarse, adquirió una mayor comprensión de las virtualidades contenidas en la inspiración que Dios le dio.

Confíó en todo momento en la asistencia divina. Él, que le había infundido la inspiración le indicaría el modo de ir poniéndola en práctica, el modo de ir construyéndola. El  Señor obispo don Francisco González Arias envió a Roma, el 13 de diciembre de 1944, fiesta de san Francisco Xavier –Patrono de los misioneros– la solicitud de la fundación de un nuevo monasterio, con miras a que se transformara en una congregación religiosa misionera. La Madre María Inés renunció al cargo de maestra de novicias y se dio de lleno a la tarea de la fundación, esperando la respuesta de Roma, que, debido a los estragos de la Segunda Guerra Mundial, no fue tan rápida como se esperaba.

5.6 Recapitulación:

a) La beata nunca comenzó nada hasta que el Señor se lo pidió. Ella dejó siempre que Jesús le hablara al corazón.

b) En el apoyo y a la vez en los obstáculos de la misma Iglesia pudo ir descubriendo con claridad, que aquello era obra de Dios. Todo esto constituyó una de las pruebas que consolidó la obra y sobre todo la fe de Madre Inés de que la obra era de Dios.

c) La Madre, como fundadora, sembró siempre confianza y abandono en la voluntad de Dios. Entre otras cosas escribió: “Dame Señor, que inculque en todos mis hijos este espíritu de abandono y filial sumisión en tus manos: que no nos angustiemos por el mañana, que todo lo dejemos confiados en tu Corazón adorable. Sagrado Corazón de Jesús en ti confío”.

Lectura sugerida:

“Apostólica y Contemplativa” de Margarita Hernández.

“María Inés Teresa Arias, una misionera en la contemplación y en la acción” de Leticia M. Hernández.


TEMA 6.

“UNA FAMILIA MISIONERA.”

Introducción.

La inspiración de Dios dio a la beata el carisma de Fundadora, recibiendo una gracia iluminativa particular que le hizo percibir una determinada forma de vida, un objetivo que alcanzar con la fundación, pero no tenía, en el principio, un plan detallado en sus pormenores. Ella, no conocía el camino que debía recorrer en la realización de la obra. La inspiración le había dado contenidos en base a un ideal, pero no una estructura determinada o una forma concreta de cómo debía hacerse las cosas. El paso de la inspiración a la realización de la obra fundacional entraña una traducción a términos estructurales de los que el fundador no tiene conocimiento, habría de dejar que la mano de Dios la siguiera guiando, además, ella estuvo segura de que caminaría también de la mano de María.

El desarrollo gradual de la obra en sus variadas y progresivas realizaciones iluminará, a los ojos de Madre Inés, todas las riquezas implicadas en la inspiración que Dios le dio. Confíó en la asistencia divina, que no la dejará ni un segundo, pues la obra por ella iniciada, lo sabía, era obra de Dios.

6.1 La fundación en los inicios.

No tenía casa donde empezar la fundación, una bienhechora, Fidelita Ortiz, le había prometido regalarle su casa, pero al paso de los meses, tal vez por no ver nada claro, decidió donarla a los padres Jesuitas. El ángel salvador es fue cuñado José María, «Chema», como ella lo llamaba. Ya en otras ocasiones él había ayudado económicamente a la Madre en el claustro, sobre todo en aquel tiempo de la construcción de la capilla. Ella propuso ingenuamente a su cuñado, esposo de su hermana Lupita: “¿José María, y si tú compras una casa en Cuernavaca y nos la prestaras durante un tiempo? Él le respondió: “¡Mira!, ¡qué fácil solución!”... pero compró la casa y se la prestó. Años después le escuché decir a don José María en una visita que le hice: “A esta mujer fuerte nada ni nadie la detenía. Nunca tuvo dinero para sus obras; sin embargo las emprendía. ¿Quién se atreve a tal cosa? Solamente ella.

La obra que Dios le encomendó a la madre María Inés Teresa, no tuvo más fundamento que  la confianza y el abandono en la Divina Providencia. Ella que sabía resaltar la bondad y poder de Dios, se lanzaba porque sabía de quien se confiaba. El 2 de agosto de 1945 el señor obispo mandó llamar a a la Madre Inés para entregarle el documento llegado de Roma en el que se aprobaba la fundación. El 18 de agosto el padre Oñate, en nombre del arzobispo primado de México, ejecutó el Rescripto de la Santa Sede. Salieron con ella cinco religiosas que allí habían recibido de la Madre Inés el carisma misionero, el deseo de salvar muchas almas y el anhelo de propagar el amor de Santa María de Guadalupe.

El conventito inicial tenía cinco habitaciones, la más grande la destinó la Madre para capilla y colocaron allí, además del altar y el sagrario, un hermoso cuadro de la Virgen de Guadalupe, que les había regalado y que fue la primera en entrar a la primer casa de la fundación. Al domingo siguiente se celebró la primera Misa y ese mismo día en otro lugar, murió ahogado el único hijo varón de don José María y de doña Lupita, Luisito, a quien la Madre consideró siempre una víctima que se colocó en los cimientos de la obra. Los grandes o pequeños logros de la beata irían siempre acompañados de dolorosos sufrimientos. Nunca le faltaron cosas que ofrecer por las almas y por la obra misionera.

6.2 Expansión de la obra misionera.

La vida de aquel pequeño grupo de misioneras empezó a dar los primeros pasos. Las primeras misioneras realizaban trabajos apostólicos, aunque la obra, oficialmente, no podía ser considerada todavía una congregación misionera, pues habrían de pasar por todos los trámites necesarios. Para ayudarse económicamente las religiosas hacían trabajos de costura, bordados, pintura, eran muy pobres y la beata decía con sencillez: “Dios sabrá lo que hace”. Don José María, su cuñado, le vendió a precio muy barato un terreno en el que se empezó a edificar lo que sería la Casa Madre. La beata escribe por aquellos años: “Me he dejado en manos de Dios para que Él modele mi alma como le plazca y pido con fervor al Espíritu Santo me dé sus luces para que pueda acertar en esta obra tan superior a mis fuerzas”.

La principal ocupación de la Madre, durante aquellos años y hasta el final de su vida fue la formación espiritual de sus hijas Misioneras Clarisas y de los demás miembros de la Familia Inesiana. Las vocaciones empezaron a llegar y la labor formativa se fue conjugando con otras de no menos importancia, como la búsqueda de la aprobación como congregación misionera, caso que no era muy bien visto por algunos de los Franciscanos que no entendía a la Madre Inés; algunos no veían claro como la mística de las Clarisas se pudiera adaptar a una obra misionera, buscaban que la nueva fundación dependiera de ellos, pero muy a su estilo, como una especie de terciarias franciscanas. Dios le pedía a Madre Inés algo totalmente nuevo, no otra rama franciscana y aquello era difícil de entender.

La acción de Dios no se limitó a la inspiración inicial que dio a Madre Inés para la fundación, sino que continuaba haciéndose presente de muchas formas. Dios la reforzaba y la confirmaba cada vez más en el camino emprendido para la realización, para la construcción de la obra. Dios se valía de la oración, de las hijas, de las personas, de los acontecimientos.

Con iluminaciones interiores, por medio de personas y circunstancias, Dios se hizo presente en aquellos primeros años de la fundación a fin de que la Madre se diera cuenta de que el camino emprendido no era fruto de la ilusión, sino de un plan que venía de lo alto. Ella recordaba aquellas palabras de Santa María de Guadalupe el día de su profesión: «Si entra en los designios de Dios servirse de ti para las obras de apostolado...» y las escribió varias veces en algunos de sus escritos. (La imagen original de la que Madre Inés escucho esas palabras, es llamada ahora "La Virgen de la Promesa" y se encuentra en la Capilla de la Casa General de las Misioneras Clarisas en Roma, en el mismo sitio en donde descansan los restos mortales de la beata María Inés Teresa).

Entre esas intervenciones divinas de carácter iluminativo en la vida de los fundadores y por medio de las cuales se van desarrollando las obras, según la inspiración fundamental, ocupan un espacio muy particular las que van encaminando a los fundadores a establecer las reglas de vida de la nueva fundación. La beata empezó a escribir las Constituciones, ya que hasta aquel entonces, se regían por los mismos principios que las Clarisas de clausura; pero ella, inspirada por Dios, fue poniendo ese tinte especial que Dios le inspiró, en una nueva regla de vida. Ella misma las escribió, con la seguridad de que serían aceptadas con sencillez por sus hijas.

El 1 de marzo de 1947 la comunidad se trasladó a «La Casa Madre», apenas con lo más necesario. Cada vez eran más las jóvenes que deseaban ingresar. Entre la Madre María Inés y sus hijas, en medio de la pobreza, entre pisos de tierra y habitaciones sin puertas, se vivía un espíritu de fraternidad, de alegría, de gozo por seguir al Señor. La Fundadora fue transmitiendo el espíritu de fe, de abandono, de confianza en Dios; delegó, acompañó, escuchó, fue más que nada, en aquellos años iniciales y siempre «una Madre» en toda la extensión de la palabra. Ese mismo año la comunidad abrió una casa en una zona pobre del Distrito Federal en la que ensayaban tareas misionales, ofrecían atención a niños pobres dándoles desde el desayuno, además de clases de costura a las mamás y por supuesto, catequesis y evangelización.

En Cuernavaca se abrió un dispensario y una pequeña escuela con primaria para jovencitas, comercio y economía doméstica. Pero claro está, las dificultades seguían, el nuevo vicario de religiosas en México no quería que esta esa casa continuara porque seguían escaseando los capellanes y las misioneras tuvieron que regresar a Cuernavaca. La Madre, en sus escritos personales apunta: “... cuanto mayores son mis tribulaciones y mayor la humillación en que me encuentro, crece más mi confianza y seguridad en Dios, no sólo a los ojos de los demás, sino a los propios ojos”.

Después de tres años se llevaron a cabo las primeras elecciones, que fueron luego trienales, según las constituciones que aún las regían, resultando electa como Abadesa la Madre María Inés Teresa. En 1948, cuando el número de religiosas ya había crecido mucho, eran más de 90 novicias. El arzobispo de Puebla, monseñor Ignacio Márquez, quien había pedido una fundación de misioneras, recibió a las primeras religiosas que iban a un monasterio que, aunque jurídicamente podía considerarse autónomo, en todo, según los acuerdos, dependería del de Cuernavaca, y la Madre María Inés actuaría como Superiora General. Allá se fundó la Universidad Femenina de Puebla.

Casi después de un año murió aquel arzobispo y la casa de Puebla quedó a expensas de intereses muy ajenos al recién fallecido arzobispo y al de su fundadora. El secretario personal del arzobispo y otro sacerdote querían hacer de la casa de Puebla una fundación independiente e influyeron sobremanera en la abadesa para persuadirla de que no siguiera ni obedeciera las indicaciones de la Madre María Inés, buscando convencerla de que aquel era un monasterio independiente. El plan fracasó y las religiosas se convencieron finalmente de la fidelidad que debían guardar a su madre fundadora.

6.3 La Transformación.

En Cuernavaca ya era obispo Mons. Alfonso Espino y Silva, quien en ese entonces había sido nombrado también Administrador Apostólico de la Arquidiócesis de Monterrey. El carisma de fundadora de Madre Inés la llevó a agilizar el proceso de la transformación en congregación misionera, ya que según se veía, el problema de puebla se debía a la lentitud en los trámites, que por diversos motivos hasta ese entonces no se habían podido agilizar.

Un sacerdote, que en aquellos años también fundaba una congregación, se ofreció a ayudarle con los trámites aprovechando un viaje que tenía a Roma, llevando al Vaticano la solicitud el 31 de mayo de 1951. Fue el 22 de junio, día del Sagrado Corazón de Jesús, cuando se apruebó la nueva congregación con el nombre definitivo de “Misioneras Clarisas del Santísimo Sacramento”. En Cuernavaca todo fue alegría y gozo, una fiesta de gratitud. En Puebla, luego de un gran conflicto, se compartió también la alegría con gratitud a Dios.

6.4 Elaboración de las Constituciones de las Misioneras Clarisas del Santísimo Sacramento.

Fue un mes después cuando la Madre tuvo listas las Constituciones. Recomendó siempre vivirlas al pie de la letra pero con amor ya que decía, eran una obra que no se debía a su propia creación, sino que fueron sido recibidas directamente de Dios en la obra inspirada. Quiso que nadie se apartara de ellas, porque sabía que Dios es quien lo ha había todo. En las Constituciones se conjugaron la acción de Dios y la respuesta amorosa de la beata al llamado que Dios le hizo. Allí quedó plasmado lo que debe vivir quien quiera seguir los pasos de su fundadora. En esas normas de vida confluye gran parte de la experiencia de la Madre y de aquellos primeros años con las primeras hijas.

Podemos decir, que aquellas Constituciones iniciales, aunque todas ellas obra de Dios, fueron igualmente enteramente obra de la beata como Madre Fundadora, porque quedaron impregnadas a fondo de su experiencia. Ella las escribió cuidadosamente. Antes de enviarlas a Roma, las sometió a una minuciosa revisión por parte de sus consejeras y de varios especialistas. En este tiempo se promovió además, el cambio de hábito, ya que seguía usando el de las Clarisas, el hábito lo estrenaron el 31 de agosto en la Catedral de Cuernavaca, en la Misa de acción de gracias por la transformación.

6.5 Van-Clar (El movimiento seglar misionero).

En 1953, en las Constituciones aprobadas, se hablaba ya de formar grupos de seglares que vivieran más el «ser» que el «quehacer»: Van-Clar. sí nacen estas Vanguardias Clarisas, una obra salida del corazón de Madre Inés. Dando un lugar preponderante a la misión de los laicos en la Iglesia. Madre Inés, en este campo, como fundadora, fue muy adelantada a sus tiempos, dando un espacio a los seglares que en general, en la Iglesia, se daría hasta los tiempos de Concilio Vaticano II.

6.6 Los Misioneros de Cristo para la Iglesia Universal.

Veinticinco años después, empezó los trámites para iniciar la rama masculina que le pedían y sugerían fundar. Ella esperó la llamada de Dios, el tiempo que Dios quería para iniciar esta obra. Fue a través de personas que descubrió que Dios le pedía esta obra y pudo, ella misma, ver y formar, a través de algunas de sus hijas Misioneras Clarisas a las que delegó el encargo en México, pues ella vivía en Roma, las primeras vocaciones antes de morir. En el año de 1980 nos convocó a los primeros a un retiro en la Casa Madre en donde nos explicó lo que Dios le pedía y cómo quería que fueran sus hijos sacerdotes.

Los primeros sacerdotes Misioneros de Cristo se fueron ordenando a partir de 1989 y, a la fecha, la obra se encuentra presente en México, en los estados de Nuevo León y Michoacán y en Sierra Leona, en Mange Bureh.

6.7 El Grupo Sacerdotal Inesiano.

Al mismo tiempo que los Misioneros de Cristo, fueron surgiendo sacerdotes interesados en vivir la espiritualidad misionera de Madre Inés. Se establecieron bien ya post-mortem, con su espíritu y espiritualidad.

Vendrán luego las "Misioneras Inesianas", un instituto secular de consagradas que se consolida gracias al "sí" de un grupo de mujeres Vanclaristas que motivadas por una invitación que ella misma había hecho antes de morir, quieren vivir como consagradas en el mundo.

Finalmente, 30 años después de su muerte, surgió "Familia Eucarística", un movimiento de laicos impulsado por uno de los sacerdotes del Grupo Sacerdotal Inesiano.

6.8 Recapitulación:

a) El origen divino de la Familia Inesiana fundada por la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento, lleva a afirmar que es obra de Dios y no de ella misma; por ello se siente mero instrumento del cual Dios se sirve para la creación de su obra.

b)El desarrollo y crecimiento  nos va mostrando el carisma de fundadora de Madre Inés como un don de Dios. Dios le pidió una familia misionera y ella respondió con generosidad.

c) Los miembros de la familia misionera, mediante una constante adhesión a a madre fundadora, buscan continuar la vida y la misión de la Madre María Inés Teresa. Los que formamos parte de la Familia Inesiana, estamos llamados a convertirnos en su pequeño “cuerpo místico” que actúe como ella y con ella presente entre nosotros para conquistar el mundo para Cristo y llevar a María de Guadalupe a todos los rincones del mundo.

Lectura sugerida:

Constituciones de las Misioneras Clarisas del Santísimo Sacramento..

Estatutos de los Misioneros de Cristo para la Iglesia Universal.

Estatutos de Van-Clar.


TEMA 7.

“ESPIRITU Y ESPIRITUALIDAD DE LA FAMILIA INESIANA”.

Introducción.

Los caminos de seguimiento de Cristo son muy diversos. Esa variedad viene de la acción del Espíritu Santo, que es el origen de la gran multiplicidad de familias religiosas. Gracias a los fundadores, nacen las innumerables familias religiosas mediante las cuales la Iglesia puede cada día mejor «mostrar a los fieles el rostro de Cristo, ya entregado en la contemplación en el monte, ya anunciando el reino de Dios a las turbas, ya sanando a los enfermos y heridos, convirtiendo a los pecadores a una vida correcta, bendiciendo a los niños o haciendo el bien a todos, siempre obediente a la voluntad del Padre que el envió».

Cada fundador, con la familia que funda, vive el misterio total de Cristo y su Evangelio, pero a través de uno o varios aspectos; y eso es lo que el fundador pone de relieve en la Iglesia con su carisma en un determinado espíritu y espiritualidad. El carisma de fundador, va conformado luego con el carisma propio del fundador, es decir, el sello particular que pone a su obra en cuanto al espíritu que la animará en una determinada espiritualidad y en una misión concreta en la Iglesia.

Ese carisma del fundador es un don de la gracia que no mira principalmente al enriquecimiento personal del fundador que lo recibe, sino al bien de la Iglesia entera. Es un don que lleva consigo una misión y que siendo diferente de un carisma «personal» es transmisible a su familia religiosa. En torno a su carisma de fundadora, Madre Inés va armonizando su carisma personal (carisma del fundador) con diferentes componentes de orden espiritual y de organización que van dando a la fundación una personalidad propia. El Espíritu y Espiritualidad, que animarán a la Familia Inesiana al seguimiento de Cristo.

7.1 El Espíritu misionero por excelencia.

El Espíritu Santo, al hacerse presente en la vida de la beata María Inés Teresa Arias Espinosa, va conformando su vida con la vida del Señor, haciéndola penetrar en su misterio y en el misterio de su Palabra, para irla identificando plenamente con Cristo Misionero enviado del Padre. Podemos decir que Madre Inés escogió seguir a Cristo en su totalidad, le quiso seguir íntegramente. Tanto en las Constituciones de las Misioneras Clarisas, como en los Estatutos de los Misioneros de Cristo y en los Estatutos de Van-Clar, la Madre invita a revivir a Cristo en la perfección de la vida evangélica, viviendo el evangelio en su integridad, contemplando a Cristo el Misionero del Padre, y en esa misma línea van las normas de las otras ramas de la Familia Inesiana. Ella dirá que el Espíritu de su obra es “Misionero por excelencia”.

El tema «misión» está presente en todo el itinerario espiritual de su vida y su obra. Antes de iniciar la fundación escribe: “Si Él es quien ha inspirado a mi alma este anhelo; si Él lo sostiene en mi corazón, Él lo llevará a su feliz realización”. “Que podamos volar a las apartadas regiones a donde no eres conocido, y logremos con tu gracia y nuestra humilde cooperación, que te conozcan y te amen millones de infieles”.

Comentando la exhortación de Pablo VI “Evangelii Nuntiandi” de 1975, la Madre, en una circular del 10 de marzo de 1977, subraya el carácter misionero de la obra que ha fundado: “Ser misioneros es nuestro más caro derecho, nuestra más dulce obligación y nuestro más sagrado deber... siempre... siempre; nuestro espíritu misionero debe ser universal, debe abarcar todos los pueblos, razas y naciones, debe abarcar el mundo, no deben existir fronteras de ninguna especie... El saber que hasta ahora es sólo una pequeña porción de la humanidad que conoce el verdadero Dios, debería ser para nosotros misioneros algo insufrible, algo torturante, algo que no nos debería dejar reposo y que nos espolea a hacerlo todo, todo, porque Él sea conocido y amado por todos los habitantes de este mundo».

En otra parte anota: “La vida no merece vivirse, si no se emplea toda ella en conquistar vasallos para el Rey inmortal de los siglos”... "Si no es para salvar almas, no vale la pena vivir". En este espíritu que es misionero por excelencia, acción y contemplación se integran en una síntesis vital, al estilo mismo de Cristo Misionero, que vivió siempre urgido e impulsado por el Espíritu, en donación total de sí mismo al Padre y a los hermanos, sin posible dualismo o división.

7.2 La Espiritualidad que  dejó en herencia como fundadora, sus rasgos.

Cada fundador va imprimiendo en sus obras su índole propia, su carisma, su aire de familia, su manera de ser, su forma de vivir el seguimiento de Cristo, su propia espiritualidad. La espiritualidad que cada fundador da a su obra, nace del carisma-espíritu que imprime a su misma obra, y es el conjunto de actitudes, rasgos y elementos doctrinales y experimentales que constituyen el modo de ser o índole de ese mismo instituto en la Iglesia. Es un modo de ser y de hacer, es un estilo propio de vivir el espíritu en el seguimiento de Cristo.

La espiritualidad propia del carisma fundacional de la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento, está motivada por la frase paulina de 1 Cor 15,25: «Urge que Él reine» y se plasma en una espiritualidad eucarística, sacerdotal, mariana y misionera vivida en una alegre entrega.

7.2.1 Eucarística.

La Eucaristía fue el centro de la vida de la Madre María Inés, allí encontró su vocación y su fidelidad generosa a lo que Dios le fue pidiendo para fundar nuestra familia misionera. Sabemos que su vocación se originó en un congreso eucarístico. Desde pequeña manifestó un gran amor a Jesús Eucaristía, cosa que continuó en su juventud y por supuesto, luego de ingresar en la Clausura. Quien fuera por un tiempo su Abadesa, la madre Inmaculada Ochoa, resume los dieciséis años de vida de claustro de la beata «como de profunda vida eucarística». Dice la Abadesa que era tan amante de la Eucaristía, que cuando terminaba su trabajo iba a la Capilla pasando largas horas ante el Santísimo Sacramento.

La nota eucarística será una de las líneas básicas de la fundación misionera. “No quisiera se pasara un instante, sin que mi alma y mi corazón se encontraran ante el augusto Altar, en donde se ofrece al eterno Padre la Víctima Expiatoria, por los pecados del mundo, para adueñarme yo de tan rico tesoro y negociarlo por las almas”. El amor a la Eucaristía le hace querer estar, aunque sea en espíritu, en la celebración de las Misas del mundo entero. Recomendará a las primeras vocaciones de los Misioneros de Cristo para la Iglesia Universal que celebren la Santa Misa sin prisas y con profunda devoción. Dice: “Sin la Eucaristía nos sería imposible la vida”.

7.2.2 Sacerdotal.

El carisma tiene un rasgo muy especial, la espiritualidad sacerdotal; ofrecerlo todo y ofrecerse a sí mismo a Cristo Sacerdote y Víctima en una declaración de amor. La Madre pedirá siempre a todos una entrega radical, porque ella así la vivió, pero una entrega libre, apasionada, generosa y alegre como la de María. Pensando en la fundación, un poco antes escribe: “Cuando nuestro Señor me conceda llevar a cabo, esta obra, más bien dicho, cuando él la lleve a cabo, ¡si me concediera luego la gracia del martirio! ¡El martirio! Me cautiva; mucho se lo he pedido, con verdadera fe, con cierta esperanza, con gran seguridad de que algún día me lo concederá”.

Esa ofrenda de la propia vida y de todos los actos en una inmolación continua, hace ver siempre la Voluntad de Dios para seguirla: “Yo no quiero otra cosa que agradarle... Lo único que quiero, lo único que amo es su santísima voluntad, cualquiera que ella sea... He aquí esta pobre víctima, que no quiere otra cosa que amarte y darte gloria”. Esta línea sacerdotal se mantiene toda la vida de la fundadora y la irá imprimiendo en cada una de sus obras. Podemos decir que los Misioneros de Cristo para la Iglesia Universal y el Grupo Sacerdotal Inesiano son el premio o regalo por este amor sacerdotal a Dios.

7.2.3 Mariana.

Otra nota constante de la espiritualidad que deja en herencia la beata María Inés, es la espiritualidad mariana. María acompaña a la beata en todo su caminar, en el proceso vocacional y fundacional. “¡Vamos, María!”. . “¡Cómo quisiera llevar su adorable imagen por todas las partes del mundo, entronizarla en todos los hogares, en todas las naciones, en todos los corazones!” La Madre manifestó su gran amor a la Santísima Virgen de Guadalupe, la proclamó patrona de toda la Familia Inesiana, para hacerla conocer y amar del mundo entero. “María de Guadalupe será el alma del alma de este instituto... Sí, Madre,... queremos que este instituto sea netamente guadalupano; queremos que por sus venas circule tu sangre inmaculada capaz de concebir a Cristo en las almas”.

Esta nota mariana llevará a la familia misionera a la dimensión apostólica. “María, la contemplativa por excelencia, sale de su divino éxtasis, después de escuchar los magníficos elogios que le ha dirigido el Ángel, y con el Verbo en su seno virginal, para dirigirse a las montañas, a la casa de su prima Isabel y prestarle sus servicios, entregándose a la vida activa... Pero es que el amor de Dios, que desde el momento en que se sintió su Madre, prendió más intenso en su corazón, le urgió... Caritas urget nos... le impulsó a darse, a sacrificarse, a entregarse, como un homenaje de su gratitud, dejando a Dios por Dios”. Decía: “Yo no concibo un sacerdote que no sea enamorado de María, y cuando no lo son les tengo lástima. Creo que no podrán enfervorizar a las almas con fervor duradero. ¡Oh! el sacerdote, más que ningún otro cristiano necesita de esta tierna Madre, porque como ella, tiene que tener corazón materno para que no lo oprima y lo agobie el conocimiento de tanta miseria como él palpa, para que sepa llevar las almas a Jesús”.

Como fundadora, la Madre María Inés Teresa habrá de pasar por muchas penas, encontrará siempre paz en el corazón al descansar en el corazón de María y así lo recomendará a quienes le siguen: “¡Oh María!, grande es la obra para mis débiles hombros, inmensa la responsabilidad, casi infinita mi nulidad, innumerables mis pecados; pero tú eres la estrella luminosa de la obra; tú sabes que en ella no ha habido más que móviles sobrenaturales, anhelos de almas, deseos inmensos de que la gloria de Dios sea conocida. Hoy, renovando mis donaciones anteriores, pongo en tus manos pastora y rebaño; mira que hay en él almas muy hermosas que viven sólo de Dios y por las almas, hay otras que, aún no valorizan como deben la gracia insigne de su vocación; sé de éstas aún más Madre que de aquellas, porque te necesitan más; tú sabes que, a pesar de todo, todas tienen buena voluntad; en tus manos las dejo, en tu corazón purísimo las guardo...”

En la espiritualidad Mariana, la beata nos deja también la dimensión de la maternidad eclesial, que es característica del espíritu misionero. “María, como modelo de la Iglesia esposa, nos ayuda a inmolar la vida en la acción apostólica”.

7.2.4 Misionera.

Si el espíritu es misionero por excelencia, la espiritualidad misionera impregnará cada paso de la vida de la Madre María Inés y de su obra. “Las misiones siempre han tenido un imán poderoso sobre mi corazón... antes de ingresar al convento ya me cautivaban”. “Mi vocación fue ser misionera; y por eso me encerré en el claustro, sabía que la oración y los sacrificios salvan más almas que todo lo que se puede perorar, todo lo que sea acción”.

La finalidad de la fundación misionera quedará muy bien definida en el compromiso y la vivencia de la espiritualidad misionera: “Al desear ser misioneras, hemos querido unir la vida contemplativa con la activa, de manera que, de la contemplación se derive nuestra acción. Para captar plenamente el sentido de este rasgo de su espiritualidad, que no es el de un trabajo desmedido y extenuante de hacer solo por hacer, sino el responder al mandato misionero de Cristo, podría realizarse una re-lectura de la misma vida de la beata antes y después de la fundación. Desde que ésta fue aprobada como misionera, La Madre siguió viviendo la armonía de su camino contemplativo y misionero. Entre 1950 y 1981 pudo fundar 60 casas de misión. Ya desde los primeros tiempos de la fundación invitaba a vivir el deseo de misión como parte integrante de la oración. “El mejor elemento en una misión es: la oración”.

La espiritualidad misionera hará que siempre armonicen en nuestra vida la acción y la contemplación. “Lo característico que debe tener el instituto, que para mí, y según lo que Dios me da a entender, deben ir unidas Martha y María. Siento muy adentro del corazón que, para que fructifique al ciento por uno el apostolado misional, debe ir cimentado en la oración”.

7.2.5 En la alegre entrega.

Sentirse llamada y amada, fue el hilo conductor de la vida de la beata Madre María Inés Teresa. Eso depositará en ella una alegría que se dejará sentir en la entrega de cada día en una respuesta esponsal en la misión.

La alegría consiste en hacer con gozo la voluntad de Dios., cuando la vida entera, en todos sus detalles y momentos se descubre como una llamada permanente de Dios. La Madre, hablando de ella misma dice: “Todo le habla a gritos del amor de Dios, de su bondad, de su ternura por el hombre”. El gozo de sentirse continuamente llamada y amada le hacía descubrir el amor de Dios, que ama porque él es bueno. La alegría en la entrega se aprende en el descubrimiento de la propia pobreza a la luz del amor misericordioso de Dios.

A partir de una llamada, que declaración de amor, Madre Inés se siente inmersa en una alegría constante que nada ni nadie le podrá arrebatar, es por eso que querrá dejar este sello en su obra.

Esa alegría la vivió la beata con una sonrisa perpetua en el rostro como un gesto de caridad fraterna. En ella la alegría era un hábito, una virtud vivida en grado heroico. Algunos de sus consejos hablan de esa alegría: “... alegres, pero... que esa alegría no sea bullanguera, sino esa alegría que dimana del deber cumplido y del amor a Dios y a María, que sabe comunicar su alegría a los demás, al estilo de santa Teresita; a pesar de sus sufrimientos físicos y morales, ella se manifestaba en las recreaciones la más simpática y alegre de todas. ¿Saben por qué? Porque nunca se buscó a sí misma”. “Nunca perdamos la alegría”. “Si no sabemos recibir con alegría, siquiera con paciencia lo que Dios nos manda o permite, cada día, nunca viviremos en paz con nuestra con-ciencia, y dejaremos de darle esa gloria... dominemos nuestro yo, nuestro amor propio, para sólo pensar en lo que le gusta a él. Entonces, que paz, que alegría, ¡cuántos méritos! Y solía decir que “un santo triste es un triste santo”.

7.3 Recapitulación:

a) El camino de seguimiento que la beata María Inés Teresa Arias, con su carisma de fundadora, nos deja para seguir a Cristo, es un camino de sencillez y de lucha continua en la vida ordinaria.

b) Los rasgos de su espiritualidad nos hablan de la alegría de la entrega de cada día y trazan una senda que no es difícil de seguir.

c) La armonía de todos los rasgos de su espiritualidad se dejan sentir en la vivencia del espíritu misionero vivido en la alegría de un “sí” como hilo conductor, de niña, en su juventud, en las dificultades y pruebas del claustro y en los avatares de la intensa vida misionera.

c) Carisma, espíritu y espiritualidad, se traducen en  Madre Inés en una vivencia espontánea, una vivencia que se traduce ahora en herencia para vivir el itinerario evangelizador de la Iglesia en el tercer milenio, remando mar adentro.

Lectura sugerida:

“Estudios y meditaciones”, María Inés Teresa Arias Espinosa.


TEMA 8.

“EL CARISMA DE LA BEATA MARÍA INÉS TERESA, RESPUESTA A LAS NECESIDADES DE LA IGLESIA Y DEL MUNDO DE HOY”.

8.1 Una mujer adelantada a su tiempo.

Es fácil descubrir que la beata María Inés Teresa, como fundadora, fue una mujer adelantada a sus tiempos. Se dejó guiar por el Espíritu y constituye, con su obra, algo nuevo dentro de la Iglesia: La «novedad» activa-contemplativa.

Las obras apostólica existentes no daban esta respuesta activa-contemplativa que la beata supo armonizar en la entrega de una vida ordinaria. La «novedad» en Madre Inés se desprende como consecuencia de la búsqueda de una respuesta adecuada a las nuevas urgencias misioneras de la Iglesia. “Que todos te conozcan y te amen es la única recompensa que quiero”. ¿Qué haría la Madre Inés si viviera en la actualidad? Sigue viviendo en cada uno de nosotros.

8.2 Las misiones “ad gentes” y la vida contemplativa.

La beata María Inés, con su carisma de fundadora, nos vendría a decir que las armas que tiene el misionero para conquistar el mundo para Cristo, son, en primer lugar, dos: la oración y el sacrifico.

“Da a este instituto como herencia el anhelo insaciable de la salvación de las almas. Pero que este anhelo se base ante todo en la unión contigo, en una vida inmolada, silenciosa, oculta: en una vida que, manando de la vida interior se desborde en un apostolado fecundo y generoso, sencillo y alegre en medio de las penalidades que le darán más consistencia, más vigor, más lozanía”.

8.3 Laicos en acción.

Una de las novedades en ella como fundadora, es la presencia activa de los laicos en la misión. Parece haberse adelantado mucho, pues es ahora cuando vemos que se habla de la misión de los laicos. Desde joven, piensa en esa tarea de evangelización de la que tanto se nos habla. "Van-Clar" como grupo de laicos, hablará de esta tarea: "Dar testimonio de vida cristiana en el lugar donde se encuentren". La misma Madre Fundadora escribirá y alentará a los laicos a vivir para Cristo.

8.4 La fecundidad del Carisma de la beata.

Un rasgo característico del carisma que imprimió como fundadora, lo comprende este elemento de fecundidad. Claro está que esa fecundidad dependerá de quienes de alguna manera somos continuadores de su obra. Atraídos por Dios, mediante el ejemplo de vida de nuestra fundadora, vamos descubriendo una perfecta consonancia con nuestras aspiraciones y deseos, vamos siguiendo sus huellas, nuestros ideales convergen con los de ella.

La Madre seguirá siendo fecunda: “... han seguido mi tarea; yo seguiré viviendo en ellos hasta la consumación de los siglos, y por lo mismo mi trabajo no terminará hasta que se clausuren los siglos y empiece la eternidad”. La fidelidad a la herencia que Nuestra Madre nos dejó, hablará de la fecundidad de su obra. Fidelidad a su Espíritu y espiritualidad. Fidelidad al carisma en las obras.

Palpamos, en el día a día, que esta beata Madre Fundadora, está entre nosotros con la vivencia de su genio creador y con los impulsos de su corazón. Siempre tendremos en ella un tesoro que habremos de custodiar, profundizar y des-arrollar, en sintonía con los tiempos y con el camino de la Iglesia.

Lectura sugerida:

“Ejercicios Espirituales” de María Inés Teresa Arias Espinosa.


LINEAS CONCLUSIVAS.

Más que presentar una conclusión, tendría que decir que las líneas conclusivas tienen que estar plasmadas en una respuesta de nuestra parte a la invitación que Dios nos ha hecho a seguir el carisma, espíritu y espiritualidad de la beata Madre María Inés. A nosotros nos toca hacer vida su carisma de fundadora, todo lo que ha dejado para nosotros. Su espíritu misionero que nace de la contemplación y adoración gozosa de Cristo el enviado del Padre; su espíritu de fe que se hace fidelidad, constancia y perseverancia aún en los momentos más difíciles; su sencillez y alegría como fruto de una caridad sin fronteras.

Podemos decir que las líneas conclusivas se resumen en una invitación a seguir sus huellas y a caminar por el sendero que nos ha trazado. La beatas María Inés Teresa Arias Espinosa, puede contemplar su fundación y verse a sí misma en ella; su ideal, que se va encarnando en quien le sigue y se perpetúa en los siglos.

Al contemplar a cada Misionera Clarisa, al ver a cada Misionero de Cristo, al tratar a cada Vanclarista, al vislumbrar a los miembros del Grupo Sacerdotal Inesiano, al compartir con las Misioneras Inesianas o ver el ardor misionero de Familia Eucarística, al ver el fuego misionero de todos y cada uno de los miembros de la Familia Inesiana, Madre Inés puede decir: “Mi tarea penosa, la de sembrar en el dolor, entre lágrimas ya terminó; ahora me toca Señor segar contigo en la alegría y, llena de júbilo santo de poseerte enteramente, presentarte las gavillas que mis (hijos e hijas) recojan en las fértiles llanuras de la gentilidad, que se van convirtiendo en el florido campo de la cristiandad”... “Permíteme, Señor, que yo sea (para mis hijos e hijas)... la estrellita que ilumine su sendero, la lucecita que les dé calor; que desde tu gloria siga fecundizando, con mi trabajo, mi oración, mi adoración beatífica, la semilla que deposité en la tierra para tu mayor gloria, para que fructifique más y más en manos de (quienes) me han seguido en las tareas apostólicas...”

Alfredo Delgado, M.C.I.U.