En este tiempo de pandemia nos damos cuenta de cuánto tenemos que ser misericordiosos y, de alguna manera, en medio del dolor y de la adversidad, estamos rescatando la esencia de la misericordia que antes de que todo esto sucediera se veía por muy pocos lugares. Dios es don, es regalo y es revelación; en definitiva, Él es amor, cuyo modo de actuar, es la misericordia. Mirar la vida desde las categorías del don y de la gracia, aún y sobre todo en este tiempo de esta terrible y devastadora pandemia es lo característico de un discípulo–misionero de Cristo misericordioso. Mirar la vida, el momento presente desde Dios, es lo único que nos salva del fatalismo, de la frustración y del miedo. Así evitaremos caer en el círculo que puede crear una mirada egoísta en estos días: mentiras que buscan culpables, intereses económicos que luchan por la justificación del sistema, la discriminación a causa de la edad, el género, la nacionalidad, la raza y las luchas, muchas veces egoísta, de las así llamadas «grandes potencias mundiales». Cierto que no podemos afirmar que esto es lo que necesitábamos para entender más claramente lo que es la misericordia y mejorar el mundo, pero eso no quita que podamos aprender del ahora. Tampoco podríamos decir que esto es lo que Dios quiere, porque sabemos que no todo lo que hombre hace es voluntad de Dios, pero sí podemos afirmar que Él está aquí.
En el relato evangélico de hoy Jesús nos enseña mucho. Él abre su sabiduría para hacer entender a sus seguidores los requisitos centrales del proyecto del Reino. Explica con paciencia que todos los pecados de la humanidad tienen el mismo origen: el egoísmo. Este es el principal obstáculo para la conversión que debe buscar todo buen cristiano que quiera ser un auténtico discípulo–misionero suyo. Debido a esto, todo el que quiera ser acogido por el Padre, debe trabajar por llegar a tener su misma compasión y misericordia para con los otros. Esta misericordia y compasión no sólo debe ser externa. Es indispensable que toque y permee la mente en el momento de hacer cualquier juicio sobre los demás. No debemos olvidar que la mirada de misericordia es como un diamante: tiene diferentes ángulos, por esto ningún aspecto queda fuera. Esto conlleva aprender a racionalizar menos y a contemplar más, quizás, mucho más: Qué Dios, bajo la mirada de la Madre de la Misericordia, nos conceda aprender a contemplar la vida y a actuar con un corazón misericordioso. ¡Bendecido lunes!
Padre Alfredo.
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